10. Sandra se transforma
Yo no podía creerme lo que estaba viendo y confieso que me entró una extraña melancolía al ver a Sandra de aquel modo, a expensas de un doctor en Parabiología. Éste le guiaba por el sueño. --Estás en el Madrid de los Austrias, frente a la Casa de las Siete Chimeneas... Pero Sandra de repente se puso a temblar y a negar con la cabeza. Después brotaron las primeras palabras de sus labios temblorosos: --Yo... yo soy hija de... Juana Romero y... Luis Navarro Ladrón de Guevara, comerciante de pieles... --No, no--le decía el hipnotizador--. Tú eres... Sandra Nevares y vas a entrar en la Casa del Montero; atravesarás... Sandra, mi Sandra, se agitaba de pies a cabeza. Estuve a punto de intervenir y parar aquella locura, pero el moreno me detuvo con un gesto de calma. La chica balbuceaba: -- Yo tenía... nueve años... cuando mi madre murió, y... mi padre se volvió a casar. Entonces... una tristeza inmensa se apoderó de mí y... unas extrañas dolencias empezaron a acosarme noche... noche y día... Mi infortunio... se hizo insoportable... cuando a los trece años... mi padre decidió... decidió que debía casarme con un... con un caballero varios años mayor... mayor que yo... y a quien no quería... Por obediencia familiar consentí en formar relaciones con él... Los sollozos rompieron en la garganta de mi chica. Entonces me interpuse entre ella y el hombre negro. Pero éste me miró fijamente, como con odio, pero enseguida sus ojos se volvieron serenos, me puso una mano en el pecho y con la otra me volvió a pedir calma. En un susurro me dijo: --En estos casos es imprescindible dejar terminar al sujeto. Me convenció para que permaneciera a un lado, mientras se dirigía a Sandra: --Tranquilízate--le dijo muy suavemente--. Estabas contándome que obedeciendo a tu padre aceptaste a aquel hombre. Continúa. ¿Qué pasó? Sandra pareció calmarse un poco y desaparecieron los sollozos, pero no el balbuceo de sus palabras: -- Aunque... esas relaciones no duraron mucho pues... pues... un día en que había querido sobrepasarse conmigo, rompí bruscamente el compromiso de casarme con él. Los sollozos volvieron. Pero ya no volví a intervenir. Aquella situación me tenía muy preocupado. Sandra dijo: --A los pocos días... me corté el pelo y, tras una larga y... meditada reflexión, hice votos de virginidad en la iglesia de San Miguel. (Una pausa) Por aquel entonces... Felipe III mudó la Corte a Valladolid y... y a esta ciudad castellana hubimos de marchar por el negocio de mi padre. (Nueva pausa) Yo... yo seguía dándole vueltas... al asunto de hacerme religiosa, y... al volver a Madrid en 1606 por el nuevo cambio de la Corte, empecé a frecuentar el convento de los frailes mercedarios... Augusto intervino. --Ahora deja esa parte de tu vida y vuelve al presente. Pero Sandra no parecía oírle. --Recibí el hábito de la Merced, ayudé a la gente sencilla, me llamaron la santa de Santa Bárbara y un día de primavera, adorando el Santísimo, sentí un agudo dolor en el pecho ...y...
El hipnotizador le tocó la frente. Yo me estaba poniendo muy nervioso. Augusto le tocaba la frente con el índice y apretó con él ligeramente echando hacia atrás la cabeza de Sandra. Entonces levantó un poco más la voz y le ordenó: --Deja el pasado y vuelve a tu vida de ahora. Lo harás totalmente cuando cuente tres. Uno... dos... y tres. ¡Ya!
Sandra abrió los ojos asustada. Entre los dos la ayudamos a ponerse de pie y finalmente se abrazó a mí."
Silvia dejó aquí la lectura, apagó la luz de la lámpara de la mesita de noche y se arrebujó entre las sábanas. Nada más despertar al día siguiente siguió leyendo el Cuaderno hasta media mañana. Entonces se duchó, desayunó y llamó al librero para quedar en la tienda. Le dijo que había una cosa que le llamaba la atención en el manuscrito y quería comentarla personalmente con él. Antes de salir de casa se quitó los pendientes y se puso unos que guardaba en el fondo del joyero desde hacía mucho tiempo. Sobre las doce empujaba la puerta de la librería y cambiaba una mirada con el librero. Había un cliente hablando con él; así que esperó a que terminara la compra mientras ojeaba unos libros. Por fin el cliente se fue después de que el librero le hubiese convencido para llevarse El Jarama en vez de Alfanhuí. --Lo de la cámara de cine y los de los diálogos realistas ha estado bien--dijo Silvia en cuanto se quedaron solos. --Y lo de ponerte los pendientes de ámbar, mejor. Luego el librero miró hacia la puerta y besó a la chica en los labios. Fue un beso rápido, pero suficiente. Silvia, un poco nerviosa, empezó a hablarle del Cuaderno. Él le hizo un gesto de calma. --¿Has desayunado? No importa. Pongo el letrero talismán en el escaparate y nos vamos un ratito al restaurante. Allí nos tomamos alguna cosa y me cuentas eso tan importante del Cuaderno. En el restaurante, sentados ya los dos en la mesa de la ventana, sonó el móvil del librero. Consultó la pantallita y lo volvió a guardar. --No es importante--dijo--. Ya llamaré luego yo. Silvia le interrogó con la mirada, pero él disimuló. El camarero se acercó a la mesa y pidieron un café cada uno. Sonaron los tonos de los mensajes. Ni caso. --¿No miras quién es? --Ya lo haré luego. Si fuera algo importante... Y ahora soy todo oídos... y ojos. Porque hay que ver qué preciosa estás, Silvia. Y pensar que todos estos años has estado por ahí y yo sin ver el proceso. ¿Qué es eso del manuscrito que querías comentar? --Hay un momento en que los del grupo se intercambian los regalos. Y en el momento en que Sandra le va a dar el suyo a Josemaría, pretendiente suyo a quien deja por el protagonista, le dice...--Sacó del bolso el Cuaderno y buscó rápidamente la página para leer: "--A ti te traigo un libro de pintura y cocina a la vez. Lo encontré en una librería de viejo las Navidades pasadas. Es un libro que habla de cuadros con motivos culinarios, bodegones... pero es mejor que lo veas tú mismo. Josemaría abrió el paquete, sacó el libro en cuestión y lo abrió por donde había un papelito doblado.
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