jueves, 30 de junio de 2011

Memorias de un jubilado

Por qué escribo poesía


Mucho le debo también, para que mi afición por la poesía creciese en aquellos años de adolescencia, a un regalo que mi hermano mayor me hizo un verano desde Barcelona, donde estaba trabajando desde hacía un tiempo y preparaba el salto del resto de la familia a la ciudad condal. Me refiero a un libro de Bécquer enfundado en un estuche de cartón. Eran las famosas Rimas y Leyendas del poeta sevillano junto con las Cartas desde mi celda, las Cartas literarias a una mujer y algunos artículos de costumbres. Prácticamente devoré el libro aquel verano en las horas de más calor en mi antiguo refugio del desván.
Mi primera sorpresa ocurrió nada más abrir el libro y encontrarme con su impresionante Introducción sinfónica.

“Por los tenebrosos rincones de mi cerebro, acurrucados y desnudos, duermen los extravagantes hijos de mi fantasía, esperando en silencio que el arte los vista de la palabra para poderse presentar decentes en la escena del mundo.”

Entendía en esas líneas que la poesía que se piensa, esas emociones y esas ideas que aún no existen, esperan pacientemente a que la palabra artística les dé forma escrita. ¡Los extravagantes hijos de su fantasía! Estremecedora manera de llamarlos.

“Conmigo van, destinados a morir conmigo, sin que de ellos quede otro rastro que el que deja un sueño de la medianoche, que a la mañana no puede recordarse. En algunas ocasiones, y ante esta idea terrible, se subleva en ellos el instinto de la vida, y agitándose en terrible, aunque silencioso tumulto, buscan en tropel por dónde salir a la luz, de las tinieblas en que viven.”

Mejor no se puede expresar la primera fase del proceso creador, aquella en la que las ideas y las emociones, aún indefinidas y confusas, buscan en la mente del poeta la manera de abandonar esa oscuridad en que viven para encontrar la luz de las palabras, de los versos que los vistan adecuadamente. Pero enseguida se presenta la gran dificultad a la que debe enfrentarse el poeta para encontrar esa perfecta adecuación entre la materia de la poesía y su forma definitiva. Bécquer describe así esa dificultad:

“Pero, ¡ay, que entre el mundo de la idea y el de la forma existe un abismo que sólo puede salvar la palabra; y la palabra tímida y perezosa se niega a secundar sus esfuerzos! Mudos, sombríos e impotentes, después de la inútil lucha vuelven a caer en su antiguo marasmo.”

Esa dificultad es la misma que todos cuantos escribimos poesía debemos intentar salvar. En ese libro de Bécquer aprendí muchísimo. Leyendo una y otra vez sus Rimas llegué a encontrar filones de afirmaciones que venían a confirmar lo que yo creía de ciertos aspectos que tenían que ver con la poesía. Uno de ellos era, ¿cómo no?, el concepto de “inspiración”. En la Rima III es unas veces:

“Sacudimiento extraño
que agita las ideas
como huracán que empuja
las olas en tropel.”

Otras:
“Murmullo que en el alma
se eleva y va creciendo
como volcán que sordo
anuncia que va a arder.”

Otras:
“Ideas sin palabras,
palabras sin sentido,
cadencias que no tienen
ni ritmo ni compás.”

Y siempre:
“Locura que el espíritu
exalta y desfallece,
embriaguez divina
del genio creador.”

Es decir, la inspiración sería una conmoción sin causa justificada que experimenta el poeta en el momento de ponerse a escribir cuando en su cabeza aparecen ideas y palabras sin conexión lógica acompañadas de cierta música desprovista aún del ritmo que adoptará cuando el poema esté acabado. Y claro está, una suerte de locura inocente que hace entusiasmarse unas veces al espíritu creador y otras lo desmoraliza en un estado de embriaguez que no es de este mundo. Al llegar a este punto, entiendo el significado del título que puso Claudio Rodríguez a su primer libro: Don de la ebriedad (la ebriedad divina que posee el poeta en el momento de la creación).
A aquel verano lo llamé el verano de Bécquer. Y aunque seguía saliendo con los amigos, olvidaba enseguida lo vivido con ellos, y así alguna conquista femenina, los bailes de las verbenas en los pueblos vecinos o las vueltas a las aventuras de niños en las huertas o en el río, con los sempiternos partidos de fútbol en la yerbera o la captura de algún palomino en las aceñas, nada lograba suplir las emociones que me deparaba la lectura de las páginas de Bécquer.
Disfrutaba con las Cartas que el poeta mandaba desde el monasterio de Veruela, adonde había ido en busca de tranquilidad y aire puro para aliviarse una antigua dolencia pulmonar, a sus colegas de El Contemporáneo, periódico del que era director. En ellas les contaba sus vivencias en el monasterio y sus correrías por los pueblos vecinos en busca de leyendas y curiosidades. En una de ellas, creo que es la Tercera, existe un pasaje con el que me identifico plenamente. Se refiere a la evocación que hace el poeta de las inquietudes que tenía cuando era un adolescente allí en Sevilla, junto al Guadalquivir.

“Cuando yo tenía catorce o quince años, y mi alma estaba henchida de deseos sin nombre, de pensamientos puros y de esa esperanza sin límites que es la más preciada joya de la juventud; cuando yo me juzgaba poeta; cuando mi imaginación estaba llena de esas risueñas fábulas del mundo clásico, y Rioja en sus silvas a las flores, Herrera en sus tiernas elegías y todos mis cantores sevillanos, dioses penates de mi especial literatura, me hablaban de continuo del Betis majestuoso, el río de las ninfas, de las náyades y los poetas, que corre al Océano escapándose de una ánfora de cristal, coronada de espadañas y laureles, ¡cuántos días, absorto en la contemplación de mis sueños de niño, fui a sentarme en su ribera, y allí. Donde los álamos me protegían con su sombra, daba rienda suelta a mis pensamientos y forjaba una de esas historias imposibles, en las que hasta el esqueleto de la muerte se vestía a mis ojos con galas fascinadoras y espléndidas! Yo soñaba entonces una vida independiente y dichosa, semejante a la del pájaro, que nace para cantar, y Dios le procura de comer; soñaba esa vida tranquila del poeta que irradia con suave luz de una en otra generación.” Etcétera.

miércoles, 29 de junio de 2011

Patadas al diccionario

¿Escribimos como hablamos?
De un tiempo a esta parte la relajación que hay en todo, en la economía, la política, el trabajo, se ha extendido peligrosamente a la lengua diaria y viva que empleamos. He aquí unas cuantas perlas:
1. Le amenazó con una cheringa.
2. Ya te pasaré el dentrífico.
3. De postre hay madalenas.
4. Existe gente que su única opción es escapar.
Las tres primeras pertenecen al mundo del léxico habitual y corriente. Todos sabemos que en vez de cheringa hay que decir jeringa (del griego syrinx, que significa tubo), que, como todo el mundo sabe, consiste en un émbolo insertado en un tubo con una pequeña abertura en un extremo para inyectar líquidos.
En vez de dentrífico debe decirse dentífrico, palabra derivada de diente (del latín dens, dentis), pasta que se usa para el aseo dental (no dentral, es broma).
Decir madalenas en vez de magdalenas, que es lo correcto, posiblemente venga de creer que esa G definitoria sólo la lleva el nombre propio de Magdalena.
Finalmente, el cuarto caso pertenece al campo de la morfosintaxis. Es muy frecuente, al menos en el lenguaje hablado, donde no existe tiempo (ni espacio) para la corrección, construir así este tipo de frases, con el "quesu" que denota poco conocimiento de gramática por parte del que lo emplea. Lo correcto es recurrir al uso del adjetivo relativo posesivo cuyo, cuya, cuyos, cuyas. De modo que la frase en cuestión debió ser Existe gente cuya única opción es escapar. Otros ejemplos :
Cayó el caballo cuyo freno estaba flojo.
Toma el libro cuyas cubiertas aparecen dañadas.
Te presento a mi amigo cuyos padres acaban de irse.

martes, 28 de junio de 2011

Memorias de un jubilado

Noticia poética en Tossa

Como complemento a lo publicado en la entrada anterior, incluyo la noticia que me llegó de Valencia el jueves de la verbena a Tossa, y es que había resultado finalista en La lectora impaciente con un poema que escribí hace años durante uno de mis retornos a Zamora y que titulé Este aire. Aquí lo incluyo.
1.
No te empeñes en recordar el aire
ni el sol de otros vencejos
ni aquel pinar que un día visitaste
como si fuera el único. Vive
ahora mismo este aire como si
fuera el último, vive este sol ahora
como si fuera capaz de cegarte
para siempre, este pinar que calma
en tu regreso, al fin, tu abierta herida.

¡Qué diferente este cuatro de julio
de aquel otro lejano
en que tuviste que dejar tu nido!
El aire te saluda, el sol canta tu dicha
y el pino te da palio de perdón.
Son otros. Y tú mismo eres otro.


2.
“Bien conozco la tierra que ahora piso”,
te dices mientras llevas
tu coche bajo el sol de la ciudad.
Es la tierra que te aguarda de siempre
como el fiel extrasístole o el silbo
que te anida en el pecho desde entonces.
Con encogido corazón enfilas
la calzada donde el Hotel te acoge
como a otro forastero. Porque eres
como un turista más
que viene a ver las joyas del Románico
y a revivir la hiel del Romancero.
Después, al caer el sol, con nueva ropa
y sin temor a ser reconocido,
pasearás por calles que son tuyas
y que un día tu alma encadenaron.
Tal vez así es mejor. Acaso veas
el cuerpo de la tierra como es,
cambiante como un árbol en el soto,
como el Duero en la aceña
o en la crecida trágica de enero.
En el fondo los mismos, como el Puente
bajo el palio inmutable de la noche.


3.
Y esta agua presente labra un cauce
en mí de los que no se secan nunca.
Yo sabía que algo iba a pasar.
Mas lo acepto como un acto de amor.
Así saldré lavado en el Postigo
de la traición cuando la dura y justa
acusación de ausencia suene dentro,
muy dentro de la almendra. ¿Los amigos
se apartarán también como las aguas
del Duero de su orilla vieja? ¿Voy
a seguir respirando voces nuevas?
¿O a morir condenado a oír los ecos
de la pasión estéril, seca, antigua?

Memorias de un jubilado

San Juan en Tossa
Tras un pequeño paréntesis en Tossa, vuelvo al blog. Estos días de San Juan me han venido bien para descansar y pensar. La verbena, el cava, la coca, los viejos amigos de chanzas y danzas, las vueltas en bici por los alrededores, entre pinedas y por caminos del estanque y la riera..., es algo a lo que no quiero renunciar. Me oxigenan y me ayudan a ordenar mis ideas. A la orilla del mar, leo y escribo algunos versos que muchas veces acaban en nada, pero me sirven siempre para engrasar la mente.
Un baño en estas aguas frías de la bahía frente al bello promontorio de la Vila Vella tonifica mis músculos, que con la edad van endureciéndose. Al día siguiente de la verbena, que duró hasta las tantas, subieron a Tossa los cuatro y pasamos juntos el día. Martí sigue tan blanco y tan guapo y Xavi haciendo progresos de todo tipo: mantiene conversaciones conmigo y eso hace mi vida más placentera; por la tarde, tras la comida y su siesta reglamentaria, me puse a hablar con él de Cars, de animales, de Peter Pan... ¡qué sé yo las cosas!, y en un momento dado su padre entró en la habitación y le preguntó qué hacía, y él, tan tranquilo y tan mayor ya, le contestó: "Hablando con el yayo".
Luego, al caer la fuerza del sol, salimos a la Feria y allí lo montamos en un carrusel de coches (él eligió el de Blancanieves); y había que verlo con una risa de oreja a oreja y los ojos brillantes decirnos adiós con una mano, mientras la otra se aferraba al volante, desde su coche mientras daba vueltas en su pequeño circuito de carriles. Cuando se fueron, lo mismo que me sucede siempre cuando lo hacen, me quedé con la impresión de que me faltaba algo.
Menos mal que ayer lunes bajamos a Cerdanyola para hacer durante estos días unas gestiones y volvimos a estar un rato los seis juntos. El mes próximo se nos reunirá el último miembro de la familia y podremos tramar alguna de esas fiestas que tanto nos gustan.
Ahora seguiré con el blog aunque a un ritmo más espaciado, al ritmo que nos marque el verano y sus oleadas de calor, así como las idas y venidas que ello nos reporte.

martes, 21 de junio de 2011

Memorias de un jubilado

Por qué escribo poesía

Recuerdo que fue por aquel entonces, a raíz de escribir el poema sobre el refugio de la infancia, cuando un amigo de letras e inquietudes poéticas me hizo la temida pregunta: “¿Por qué escribes poesía?”
Aquella tarde, la de un sábado de finales del 78 habíamos estado en la tertulia del poeta José Jurado Morales y habíamos tratado el tema de la inspiración poética, que no tiene una sola teoría sino que depende del movimiento literario que la defienda en un momento dado.

Alguien había citado la teoría de los románticos, según la cual, la inspiración viene de arriba como si el poeta se convirtiera de pronto en un elegido por los dioses y los versos surgieran por arte de birlibirloque de labios supremos y llegaran volando a nuestra mente. Vamos, como un regalo de los dioses. Casi nadie estaba de acuerdo con esa teoría. Es verdad que se necesita cierto momento de atención intensa por parte del poeta en la búsqueda de la palabra exacta que defina la emoción o la idea que quieras expresar, es decir una labor de búsqueda angustiosa en el pozo oscuro de la expresión o la lengua para encontrar, como un hallazgo crucial, la palabra, la frase, el verso que dé la forma justa e inaplazable a esa emoción o idea. Pero la teoría del romántico, que espera un regalo, sin esforzarse nada él, claramente nadie la compartía. Más nos convencía la famosa frase de Picasso, que decía: “La inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando.” El trabajo, pues, es necesario para que sirva de algo la tan traída y llevada inspiración. Y salían a relucir las palabras de García Lorca, según las cuales la inspiración era trabajo, trabajo y más trabajo.
En eso pensábamos mi compañero de tertulia y yo cuando, en el metro, regresábamos a nuestros respectivos domicilios. Y en un momento del trayecto hablamos de nuestro modesto trabajo de poetas. Y, sin transición apenas, me soltó de sopetón la pregunta: “¿Por qué escribes poesía?” Sin pensarlo mucho, le respondí: “Para lamentar lo que he perdido y para cantar lo que aún es mío.” Cuando lo dije me di cuenta de que había confundido la finalidad con la causa. Y es que, la verdad, los poetas ni sabemos qué es la poesía ni por qué la escribimos. Creo que saber qué es poesía y por qué escribimos importa menos que escribirla.
Lo que sí aprendí enseguida, mucho antes de que viniera a Barcelona y de relacionarme con muchos de los poetas y el mundo literario de la ciudad condal, fue a disfrutar con los buenos poemas. ¿Que cómo sabía si eran buenos poemas o malos? Yo creo que eso enseguida se nota. Además estaban las clases de uno de los mejores profesores de Literatura que he tenido durante mi estancia en el Instituto de mi ciudad natal, aquel sabio don Ramón Luelmo que contó con excelentes alumnos poetas como Claudio Rodríguez, que con apenas dieciocho años obtuvo el Premio Adonais con un libro soberbio, insuperable, titulado Don de la ebriedad. El bueno de don Ramón, recitándonos con arte y emoción los poemas que ilustraban las lecciones de sus clases, nos motivaba a ampliar nuestras lecturas y a educar nuestra sensibilidad y nuestros gustos poéticos.


Una buena poesía era aquella décima de Fray Luis de León que con tanta emoción y sencillez nos leía el profesor de Literatura y que yo aprendí enseguida, aquellos diez versos con que el agustino se refería a su estancia en la cárcel debida a la mentira y envidia de frailes de otras órdenes:
“Aquí la envidia y mentira
me tuvieron encerrado.
Dichoso el humilde estado
del sabio que se retira
de aqueste mundo malvado,
y con pobre mesa y casa,
en el campo deleitoso,
con solo Dios se acompasa,
y a solas su vida pasa
ni envidiado ni envidioso.”

lunes, 20 de junio de 2011

Fotografías que hablan

Sombras en la arena
El cielo azul se cuelga sobre hoteles, restaurantes y blancas casas de pescadores. Pinos y palmeras son testigos de esta hora mágica en que el viento besa las banderas y riza las nubes blancas en el horizonte. Y la playa. La arena de la playa, como un mar detenido y sereno, sostiene la diversidad, la vida, lo que mantiene atenta la mirada. Y, como dos proyecciones de emociones latentes, aparecen en un ángulo, como las agujas de un reloj eterno, nuestras sombras.

domingo, 19 de junio de 2011

HABLO DE ROMA

La mañana de Villa Giulia
Frente a la Cancillería, muy de mañana (pero los vencejos chillan sin parar mientras revolotean en la fachada y en el cielo inmensamente azul) cogemos un microbúa eléctrico y cruzamos Roma casi en familia. Aunque nadie nos quita el obligado baile de los sampietrini.
Baile obligado
entre nobles columnas
y Borrominis.
A nuestro paso, el rojo lavado de muchas fachadas van despertando al todavía inofensivo sol de la mañana.
Con la mañana,
la fuente del Tritón
estrena platas.
Al cabo de un rato de viaje, tras unos cuantos cruces de calles y terrazas en sombra, nos apeamos a un paso de Villa Borghese. El paseo por el inmenso y fresco parque es un encanto para la vista y el temple de ánimo. Avenidas de encinas, cantos de pájaros escondidos (algún mirlo se ofrece a nuestra vista picoteando en los céspedes).
Y el estanque. Patos, reflejos, barcas atracadas en la orilla, junto a los acantos y la estua de Esculapio dominando las luces verdosas y azules de las aguas. Aquí y allá aparecen arcos romanos y estatuas que ascienden hasta los pinos. En un rincón me espera Puskin para saludarme.
Poetas cantan
aquí y allá sus versos
en esta calma.
En nuestro camino, siempre guiado por nuestro querido cicerone, salimos de las frondas enfrente de la Galería Nacional. En esta parte de la vía aparecen parados en la estación de un presente eterno unos cuantos trenes.
Buscamos Villa Giulia y en seguida llegamos a ella. Allí me esperan los antiguos etruscos con sus enseres y sus secretos de vida y de muerte. Desde pendientes a espadas pasando por cacharros de cocina. Pasillos flanqueados de urnas y vitrinas, que muestran a los escasos visitantes cerámica pintada de cien necrópolis. Al fondo, descubro el blanco de mis ansias: la tumba etrusca. Pero demoro cuanto puedo la llegada. Hay antes nuevas vitrinas que guardan lámparas, candelabros, rostros humanos, brazos y pechos, estatuas decapitadas, pies con sandalias, nuevos rostros ahora barbados, y asas de cálices junto a órganos masculinos, rojos sarcófagos cuyas tapas muestran leones hambrientos y piezas de oro que servían de adorno a los vestidos femeninos... Y también rastros y síntomas de la muerte.
Sigue la muerte:
urna en forma de lecho
con una dama.
Con una dama
que vierte en una mano
suave perfume.
Y ya estoy frente al fin de mi visita: la tumba de los esposos y su sonrisa.
Y su sonrisa
que escapa de la muerte
y su cuchilla.
Risa de manos:
la esposa se reclina
sobre su amado.
La terracota
atraviesa los siglos
para avisarnos.
Para avisarnos
que el amor siempre vence
sobre la muerte.
He de seguir, pero me llevo esta imagen de amor venciendo a la fea muerte. Zeus y Campaneo y otros relieves y estatuas me esperan en la galería superior. Y a través del cristal, vuelvo a ver al espeoso abrazar a su esposa sobre la tumba.
Fuera ya del museo, pero todavía con la emoción aleteándome dentro, salimos del parque para bajar a la Puerta del Pueblo y empezar otra ruta de arte y vida que nos llevará hasta la concurridísima Plaza de España.

sábado, 18 de junio de 2011

De vista, de oídas, de leídas

El recital de Viernes Culturales
Ayer por la tarde, acompañados de un grupo de amigos y conocidos los que formamos Viernes Culturales llevamos a cabo el recital poético que estaba fijado. Fueron cuatro formas diferentes de concebir la poesía y dos idiomas de expresión; más diversidad no podía pedirse. Dora Huertas, la primera en intervenir, con la voz modulada y clara a que nos tiene acostumbrados, leyó poemas intimistas que iban desde impresiones extraídas de la naturaleza a temas relacionados con la vida, la familia, el amor o el tiempo que pasa veloz dejando su impronta en nuestras actuaciones cotidianas.
Enric Piera nos dejó muestras de una poesía libre, directa, humorística a veces, de inquietudes sociales y políticas otras, una poesía basada en juegos de palabras casi siempre. Miquel Sánchez dividió su intervención en dos vertientes poéticas diferentes: la primera, jocosa, basada también en juegos fonéticos y en alusiones matemáticas, y la segunda, más seria, adoptó un aire íntimo en ocasiones y en otras reivindicativo, muy en su línea. De mi intervención poco puedo añadir a lo que dije en una entrada anterior de mi blog. Defensor de una poesía lírica e intimista, me limité a leer poemas de mi última publicación, Hacia la luz, especialmente aquellos que recogen el momento actual, haciendo una especie de canto al presente, al Carpe diem sereno que vivo en mi jubilación. Horas y lugares vividos intensamente, desde la de la mañana en que la naturaleza se despereza y me hace su confidente, hasta la de la calma y quietud de la tarde en la que toda actividad laboral se recoge. Horas vividas junto a un estanque, en la playa, en un pueblo de la sierra. Y el amor a todas las cosas que las ilumina y las prepara para hacerse propicias y beneficiosas.

viernes, 17 de junio de 2011

Memorias de un jubilado

Por qué escribo poesía


La primera vez que oí hablar de poesía como algo que se estudiaba en los libros fue en los Salesianos, donde estudié desde los nueve años hasta los doce aproximadamente. En las clases de Castellano eran muy frecuentes las sesiones en que aprendíamos de memoria algunos poemas que los hermanos nos proponían para en sesiones siguientes recitarlas ante nuestros compañeros. Fue el hermano Isaac, creo que así se llamaba el salesiano que, oriundo de Xauen, me motivó lo suficiente para hacer mis pequeñas investigaciones sobre poetas nacionales e hispanoamericanos. La primera poesía que aprendí de memoria y que recuerdo aún en su mayor parte fue El Nazareno, de Gabriel y Galán. ¿Recuerdan?
“Cuando pasa el Nazareno
de la túnica morada,
con la frente ensangrentada,
la mirada de Dios bueno
y la soga al cuello echada,
el pecado me tortura,
las entrañas se me anegan
en torrentes de amargura
y las lágrimas me ciegan
y me hiere la ternura.
Yo he nacido en esos llanos
de la estepa castellana
donde había unos cristianos
que se amaban como hermanos
en república cristiana.” Etcétera.

Lo que más me gustaba de esta poesía era la emoción que respiraba toda ella, la música que tenían los versos y la rima consonante. Sobre todo, los dos primeros elementos: la emoción y la música. Desde un principio consideré el hecho de que sin emoción ni música era imposible que se escribiera buena poesía. Además había otra razón para que la composición de Gabriel y Galán me gustara, y era que el tema de la misma, la de las procesiones de Semana Santa con el Nazareno como protagonista, lo viví de pequeño en la Semana Santa de mi ciudad natal, tan rica en imágenes sagradas que desfilaban por las viejas calles en medio de un silencio abrumador y una devoción a flor de piel que la gente, apostada en las aceras, veía pasar con lágrimas en los ojos los pasos de Jesús cargando con una pesada cruz o muerto en ella y los de la Virgen sufriendo el dolor de ver escarnecido y crucificado a su Hijo.
Con el tiempo escribí versos sobre las vivencias de mi Semana Santa zamorana, tanto las experimentadas durante mi infancia y adolescencia como las vividas en mis repetidos retornos a la ciudad cuando fijé mi residencia en Barcelona. Ya llegará el momento de referirme a ellas y copiar, si es necesario, algunas muestras. Ahora quiero centrarme en las motivaciones que me llevaron a pensar en la poesía como vehículo de invención de otra realidad partiendo de la que a mi alrededor alentaba y vivía.
Además de soñador e imaginativo, yo siempre fui un niño solitario, aunque no evitaba verme con unos cuantos amigos para jugar o hacer travesuras en el barrio y alrededores. Lo del desván ya queda dicho y a este sitio mágico, aislado, ajeno al mundo real, ya volveré en más de una ocasión. Ahora le toca a otro lugar por el que yo sentía verdadera atracción y a él, cuando llegaba el verano, solía encaminarme solo. Me refiero al soto de San Frontis, también frecuentado en compañía cuando se trataba de cazar pájaros, bañarnos en el río o robar frutas en las josas. El soto de San Frontis era, como dice la palabra, un “sitio que en las riberas o vegas está poblado de árboles y arbustos”. Junto al barrio del mismo nombre, hacia él me encaminaba, como he dicho, en los primeros días del verano. Bajaba por la cuesta del viejo convento de San Francisco hasta la orilla del río, y por una senda estrecha que allí había caminaba hasta los primeros árboles del soto. La mañana recién inaugurada, el silencio que me envolvía sólo roto por el ruido del agua y el canto de los pájaros, las sombras, el reflejo de la ciudad en el espejo del río, arriba la vista de la muralla y la Catedral y abajo las aceñas de Olivares y los ruinosos tajamares del antiguo puente romano atravesados en medio del Duero eran sensaciones que, aunque repetidas, me estremecían el alma cada mañana. Yo solo en medio de aquel paisaje sereno y callado, azul y verde, era un especie de Dios bueno que acariciaba con la mirada lo que iba creando en el paseo. Meterme en aquella arboleda donde las sombras, a intervalos iluminadas por franjas soleadas, la brisa y los pájaros eran los únicos moradores, sin contarme yo, constituía para mí un placer indescriptible.
Más tarde comprendí por qué me gustaban tanto aquellos versos de Garcilaso de la Vega que aprendí en el Instituto:

“Corrientes aguas, puras, cristalinas;
árboles que os estais mirando em ellas;
verde prado de fresca sombra lleno;
aves que aqui sembráis vuestras querellas;
yedra que por los árboles caminas
torciendo el paso por su verde seno,
yo me vi tan ajeno
del grave mal que siento,
que de puro contento
con vuestra soledad me recreaba,
donde con dulce sueño reposaba,
o con el pensamiento discurría
por donde no hallaba
sino memorias llenas de alegría.” Etcétera.
Seguía mi camino por la vereda que conocía perfectamente hasta una tapia que acababa en el río. Allí empezaba una de las josas que jamás visitábamos en grupo, una josa abandonada que la naturaleza había invadido totalmente. Entraba por un roto que había en la tapia semioculto por el grueso tronco de un negrillo y allí empezaba mi aventura, una aventura que repetía incansablemente durante un tiempo. La hierba me llegaba más arriba de la cintura y las sombras eran más grandes que en ningún otro sitio. Los álamos de la orilla del río aparecían cubiertos de yedra y el silencio se extendía por todas partes junto con un olor penetrante a humedad. Me desnudaba en la orilla, en un pequeño cuadrado de arena, desde el que podía contemplar la parte trasera del Castillo, sobre las murallas, y los dos volúmenes de la Catedral, el esbelto cimborrio, que siempre me recordó la teta de una mujer joven, y la torre cuadrada de San Salvador, y me deslizaba hasta el agua fría, casi helada, del Duero. Allí nadaba un rato mientras mis pensamientos me convertían en otra persona. Castañeteándome los dientes de frío salía del agua y me tendía en la arena, al sol, y allí permanecía hasta que volvía a ser yo. Entonces me vestía y desandaba el camino hasta mi barrio. Lo bueno de aquella aventura es que, a diferencia de otras que me gustaba compartir con los amigos, nunca se la conté a nadie. Hasta que algunos años más tarde, ya siendo residente de Barcelona, aquellos íntimos momentos vinieron con tanta fuerza a mi memoria, que me vi obligado a contarlos por escrito.

“Era un refugio de la infancia,
era un lugar donde el alma niña
se cambiaba por otras no tan niñas
y volaba entre las sombras de los árboles,
el silencio de las yedras,
la esmeralda de los juncos,
el oro de la arena
y el misterio helado de las aguas.
Desnudo como el soto,
me dejaba abrazar por la humedad del tiempo,
y mi mirada acariciaba
la teta callada del cimborrio.
El empuje masculino de la torre,
penetrando un cielo de palomas,
encendía mi corazón
y abrasaba mi cuerpo.
Sólo el agua helada del río
lograba apaciguarlo.” Etcétera

Nunca lo publiqué, sin embargo. El poema, con más o menos emoción y algo de musicalidad, quedó acompañando a otros en uno de esos cuadernos condenados al olvido. Y entre los publicados no hay ninguno que aluda explícitamente a aquella aventura de la infancia que tenía lugar los primeros días de verano y en la que se mostraba con la máxima claridad uno de mis rasgos distintivos: el de ser solitario, el de buscar voluntariamente la soledad.

jueves, 16 de junio de 2011

HABLO DE ROMA


Tarde serena
Como cada tarde, la de Santa María sopra Minerva la hacemos un poco al azar, guiados siempre por nuestro particular cicerone. Tras dejar atrás el Campidoglio, bajamos la Via del Teatro de Marcello. Sobre nuestras cabezas la Roca de Tarpeya nos evoca leyendas basadas en historias trágicas. Enseguida las ruinas monumentales del Teatro de Marcello se nos ofrecen generosas, pero extrañamente mudas.
Teatro de Marcello:
¿dónde el público alegre?,
¿dónde las máscaras?
Los arcos callan,
las piedras rojas vuelan
hacia el aplauso.
Pero los aplausos son silenciosos y salen de nuestras atónitas miradas. El Guetto está a un paso y el estómago a estas horas del mediodía no perdona. La Via Ottavia nos lleva hacia una hilera de restaurantes llenos de comensales. Encontramos en uno llamado curiosamente Il Portico una mesa para los tres y comemos a la vista de un altorrelieve en la fachada, altorrelieve cuyo motivo repiten las esquinas de Roma: un león se abalanza sobre una gacela para darle caza.
Por sendas conocidas regresamos al apartamento para hacer un poco de siesta antes de lanzarnos a las calles en busca de nuevas emociones artísticas. Al pasar por el Campo dei Fiori descubrimos el suelo manchado por los restos del mercadillo de frutas y verduras, que acaba de levantarse. Quien no se mueve de su sitio, pese al sol de justicia, es Giordano Bruno: le ha cogido el bronce de su estatua querencia a la plaza.
La tarde nos regala extraordinarias sorpresas. La primera de ellas, en San Agustín: sobre la nave central la Virgen muestra el Niño a Santa Ana, de Sansovino; y en otra parte, aparece el profeta Isaías, de Rafael; y por si no fuera bastante, Caravaggio nos deja en una capilla la luz velada de la Virgen de Loreto atendiendo a dos peregrinos.
La segunda sorpresa de la tarde es Santa María sopra Minerva. El elefante de Bernini en la plazoleta, delante de la iglesia, aguantando el obelisco sobre su lomo, pone su nota curiosa al paseo.
Bajo una modesta apariencia se esconde el mejor gótico de Roma. El interior es riquísimo en arcos apuntados que subem al cielo, en pinturas delicadísimas, en sepulcros ...
Sobre unos libros
se reclina el difunto:
muerte serena.
La luz del arte
en capillas serenas
eterna brilla.
El sol alumbra
apagados sepulcros:
mármoles vivos.
Bellas pinturas de Lippi y Romano, esculturas soberbias como la de Cristo con la cruz de Miguel Ángel o el cuerpo yacente de Santa Catalina de Siena en una urna bajo el altar, tumbas magníficas como las de los papas León X y su primo Clemente VII, o la recoleta y sencilla de Fray Angélico, a un lado del altar.
La iglesia de Gesú es la siguiente. El antiguo poder de los jesuitas, "ad maiorem dei gloriam", está presente en los mármoles rosados, en los estucos, en las columnas, en los grupos escultóricos, en los elevados frescos... Todo vanidad de vanidades. La muerte aguarda. San Ignacio, el fundador de la Orden, descansa al fin de tanta lucha, eso sí, en una capilla de lujo, junto a un Cristo barroco. Y está también el truco de la cúpula pintada y pintado el lugar en el pavimento de la nave desde donde hay que mirarla para no ver el engaño.
Hasta la cúpula
perdió la arquitectura:
sólo es pintura.
Hasta el suelo señala
el punto desde el cual
hay que mirarla.
Hay que mirarla.
Si unos metros te mueves,
se ve la trampa.
La noche se adivina. Y nos sorprende junto al Tíber. Luces tiemblan en su espejo. Los árboles se asoman silenciosos por el pretil, mientras en la calzada vecina ruedan los coches.
Hora serena:
ramas bajan al Tíber,
verdes fantasmas.
La luz se clava
en el agua del río:
son dardos de oro.
Con mazo oscuro
la noche los remacha.
Suena el silencio.

miércoles, 15 de junio de 2011

De vista, de oídas, de leídas


Arte y poesía contra la Intolerancia
Ayer por fin pude ver la exposición internacional e itinerante que poetas y artistas unidos hemos llevado a cabo contra la Intolerancia. Han pasado cuatro años desde que mi amigo Albert me invitara a colaborar y desde entonces ha recorrido varios países y diversas ciudades españolas. Ahora se halla en Hospitalet de Llobregat, en Can Barradas, centro cultural sito en la Rambla Just Oliveras 56, junto al metro del mismo nombre de la línea 1 y la estación de Renfe de Hospitalet. En la exposición hay buena representación de artistas y escritores de varios países (desde Estados Unidos a Israel pasando por Italia, Ecuador, Siria y España, con presencia de casi todas sus comunidades autónomas), algunos de cuyos nombres son los siguientes: entre los escritores y poetas, Paco Candel, María de Luis, Esteban Conde, Carles Duarte, Luciana Salvucci, E. Kahan, etcétera, y entre los artistas, Albert Casals, V. Amadio, Juan Florentí, Tom Carr, Guinovart, Subirachs...
La distribución de las obras expuestas es, por un lado un poco arbitraria pues casi todas son un combinado de dibujo o pintura y texto, que va de la mera palabra o la frase de denuncia hasta el poema más o menos extenso. Y por otro, la sala dedicada a los escritores y poetas está apartada y sin señalización que indique su ubicación. Yo mismo creí que mi obra no estaba expuesta hasta que descubrí de pura suerte la situación de dicha sala. Es como si se hubiera dado más importancia a la pintura, es una simple apreciación personal, que a la poesía. Quien frecuente la exposición podrá comprobar lo que digo. Sin embargo, lo que realmente importa es la común idea y el consensuado sentimiento que nos ha movido a todos, tanto a pintores como a poetas, para condenar enérgicamente y sin paliativo alguno a la intolerancia. Grafismos y versos se han unido para levantar nuestro particular clamor contra la intolerancia.
Esta es la obra con que colaboro:
Y he aquí el poema que le da significado:

Intolerancia,
ave sin nido,
alimaña sin sueño,
no necesitas armas
para matar al mundo:
con un rayo de ira,
una costumbre rancia,
un NO de cien candados,
injertas la cizaña
asfixiante del miedo,
escarneces perdones
y amordazas ventanas.
Intolerancia,
Ku-Klux-Klan de la sombra,
chapapote de sangre:
vuelve a tu madriguera
de raíces de olvido
para morir de rabia.
Y deja que la primavera
florezca en los andamios
y en los cuerpos desnudos.
Y que el día sea senda
para la libertad
y la noche otra luz
donde las manos blancas
--aves con nido—
vuelen altas, muy altas.

martes, 14 de junio de 2011

HABLO DE ROMA

Haikús del Foro y el Campidoglio
Arco de Tito:
los viejos triunfos yacen
entre las ruinas.
Entre las ruinas
la luz de Constantino
se despereza.
La Vía Sacra:
tintinea un mendigo
sus tres monedas.
Entre amapolas
una columna nace
y un arco muere.
Piedras yacentes
donde grita en silencio
la antigua Roma.
La picaresca,
vestida de romanos,
agua la fiesta.
Una respuesta:
¿Dónde está el gran Imperio?
¡Entre amapolas!
A un lado el Foro,
subimos al Palatino
entre laureles.
El Campidoglio:
Marco Aurelio a caballo
manda en la plaza.
Manda en la plaza
Miguel Ángel y el mármol
de los palacios.
De los palacios
que son ahora callada
llave del arte.

lunes, 13 de junio de 2011

Memorias de un jubilado

Por qué escribo poesía


Debo reconocer que más de una vez me he hecho esta pregunta y nunca hasta ahora he sabido contestarme, o al menos no acababa de satisfacerme la respuesta que en cada ocasión me daba. Desde muy niño sabía que había algo especial en las cosas que hacían que me fijara en ellas, hablara de ellas, escribiera de ellas. Había en mi casa de infancia un desván lleno de cosas que tenían algo de especial para mí. Aunque nunca supiera a ciencia cierta de qué se trataba. Yo siempre he sido una persona muy soñadora, muy imaginativa. Debía empezar por aquí esta especie de confesión sobre lo que más me gusta hacer: escribir poesía. Yo siempre he sido una persona muy soñadora, muy imaginativa.
Dicho esto ya puedo continuar con mi alegato. ¿Qué significa ser una persona soñadora? El diccionario afirma que “soñador” es aquel “que sueña mucho” y, figuradamente, “que discurre fantásticamente sin tener en cuenta la realidad”. Enmendando la parte que dice “sin tener en cuenta la realidad”, yo soy un soñador a mi manera porque siempre parto de las cosas que me rodean.
Si veía, por ejemplo, en el desván de mi infancia, entre las sombras filtrarse por un rendija del tejado un hilo de luz, enseguida creía que era polvo de oro donde nadaban seres fantásticos que flotando sin caer nunca querían comunicarnos sosiego, equilibrio, eternidad. Y pensaba que si miraba con intensidad aquel prodigio iluminado, el tiempo no pasaba para mí. Mi sueño casi siempre acababa cuando llegaba hasta mí a través de paredes y espacios la voz de mi madre llamándome para comer o para hacer algún recado en el barrio.
Otra pregunta relacionada con la anterior. ¿Es lo mismo ser soñador que imaginativo? Yo creo que “imaginativo” es el adjetivo hermano de correrías poéticas del adjetivo “soñador”. Si éste califica al que piensa fantásticamente sin tener en cuenta la realidad, “imaginativo” es el “que continuamente imagina o piensa”. Fíjese es el adverbio “continuamente”, que alude a un estado no transitorio o pasajero, sino perenne y constante, y en el verbo del que deriva, “imaginar”, que significa “representar idealmente una cosa, inventarla, crearla en la imaginación.” Va más allá de pensar sin tener en cuenta la realidad: es inventar otra realidad, ideal, imaginada, como se quiera, diferente de la que nos rodea diariamente en los actos cotidianos que van desde asearnos nada más levantarnos por la mañana hasta lavarnos los dientes antes de acostarnos por la noche, pasando por los actos de comer, leer o mirar.
Creo que escribir poesía, sin atreverme a asegurarlo con absoluta certeza, Dios me libre, es eso, inventar otra realidad, claro que con palabras debidamente combinadas para crear belleza y mover a la emoción.

viernes, 10 de junio de 2011

HABLO DE ROMA

Mutis en el Foro
Tras vivir la bellísima guerra arquitectónica de Bernini y Borromini en la misma calle, desembocamos en la paz abierta de la plaza del Quirinal, la parte más alta de Roma, desde donde se ve la ciudad en toda su magnificencia. Frente al Palacio, la fuente de los aurigas, Cástor y Pólux, estatuas gigantescas traídas de las Termas de Constantino.
La Plaza abierta:
brisa de la mañana,
San Pedro al fondo.
Los dos aurigas
sus caballos sujetan
sobre la fuente.
Luego nos internamos en el Quirinal, cortinas verticales tendidas entre las fachadas, tiendas pequeñas, vidas anónimas como las nuestras que hacen su vida. Nuestro guía nos lleva por escalinatas empinadas y arcos en sombra hasta San Pedro in Vincoli. Allí nos espera el apóstol sin ataduras. Las cadenas duermen en una urna bajo el altar.
Bajo el altar,
libres ya las cadenas,
duerme el apóstol.
El Moisés de Miguel Ángel, en la nave lateral derecha, está a punto de levantarse para soltarnos un discurso de respeto a la ley y éxodos triunfantes. En nuestro recorrido por el templo descubrimos los detalles macabros de la muerte y los esqueletos, tan propios del barroco, y el enterramiento de un presbítero a los pies de una muerte sonriente.
En una nave
dos esqueletos tienen
la faz del vivo.
El muerto yace
a los pies descarnados
en negro féretro.
El templo queda atrás y descubrimos el esqueleto de piedra del Coliseo.
El Coliseo:
un viejo desdentado
tumbado al sol.
La gente bulle en todas partes. La proximidad del extraño monumento romano, junto con el Foro, atrae multitudes de visitantes y otros pícaros que vestidos de soldados romanos sacan a los turistas unas monedas a cambio de fotografiarse con ellos.
Hay tantas ruinas bellas aquí (el arco de Septimio Severo se conserva, sin embargo, de manera extraordinaria), que la vista ya no sabe dónde fijarse y los labios enmudecen asombrados.

jueves, 9 de junio de 2011

El poema del mes

Carpe diem


Hablando del recital poético que el próximo 17 de junio celebraremos el grupo Viernes Culturales en el Ateneo de Cerdanyola del Vallés a las 7 y media de la tarde, hoy concluyo todas las referencias al acto incluyendo, tal como prometía hace unos días, un par de muestras de mi intervención.

Sin dejar de soñar

Los racimos pasados penden de la memoria
y las horas vividas son ya tiempo extinguido
en la agenda diaria de nuestra soledad.
La noche se presenta como otras veces pródiga
para servir de cofre a esta mágica perla,
siempre activa y presente llamada la amistad.

Entre vosotros vuelvo a soñar que la vida
no es sólo este huracán que mezcla espina y rosa,
saludo y despedida, amor y desamor.
Entre vosotros vuelve a ser todo esperanza,
otoño que no muere bajo este oscuro viento
silente del olvido, del miedo, del dolor.

Dejemos que los lutos, las penas y los miedos
descansen unas horas mientras dura esta gracia
de estar juntos bebiendo y hablando sin pesar.
Que mañana este río al que llamamos vida
volverá a transportarnos como hojas de otoño
de un sueño hasta otro sueño sin dejar de soñar.



Romance del retorno

Surcos, hazas de mi tierra,
cunas para el cereal
donde mi paisano sueña
en la harina de su pan
bajo soles de justicia
y látigos de la edad:
con las rectas del arado
se mide su humanidad.

El Duero, espejo que ríe,
refleja la Catedral
entre las sombras del soto.
Árbol, piedra, soledad
del agua que muere viendo
su diáfana eternidad.

Sobre las aguas del río
la piedra del Puente va
desde mi barrio a las cuestas
que suben a la ciudad.
Tajamares de silencio
y ojos de tierna verdad,
¿adónde lleváis el alma
de mi vetusta ciudad?
Historia y camino eterno,
poesía y soledad.

Dentro de la Magdalena,
ajena al vivo pasar,
sueña su muerte una dama
hasta el alba del final
con sueños de amor y piedra,
clave de serenidad.
¡Quién pudiera así morir!
¡Quién pudiera así soñar!


miércoles, 8 de junio de 2011

HABLO DE ROMA

Otro día de emociones
Empezamos la mañana en Santa María de la Victoria. La victoria fue nuestra al poder disfrutar a solas de las maravillas que el templo guarda celosamente. La más grande, el éxtasis de Santa Teresa, de Bernini. Como en un teatro, las figuras de los lados de la capilla se asoman en sus palcos al prodigio de la monja española.
Bernini estalla:
Santa Teresa en éxtasis,
el ángel ríe.
El ángel ríe
con el dardo en la mano:
es un teatro.
Es un teatro
donde el mármol dialoga
subido a un palco.
Sobe los arcos
los ángeles celebran
el gran milagro.
Los espectadores son el cardenal Cornaro, que da nombre a la capilla, y sus antecesores que parecen estar discutiendo la obra que se representa ante ellos.
Por la vía 20 de septiembre abajo llegamos a las Cuatro Fontanas, situadas en el cruce de la citada vía con la que ostenta el nombre de las fuentes, una de las cuales representa al río Tíber, acompañado de la loba, otra al Arno, y las dos restantes, figuras femeninas, a la diosa Juno o la fuerza y a la diosa Diana o la fidelidad.
Cuatro fuentes,
cuatro esquinas
y dos calles
para una vida.
En la misma vía, aunque con el nombre cambiado (ahora es la via del Quirinal) y junto a las Cuatro Fontanas, se levanta la iglesia de San Carlos, obra maestra de Borromini (curvas en la fachada y en el interior y cúpula oval).
Y un poco más abajo, frente al Palacio del Quirinal, sede del presidente de la república italiana, la iglesia de San Andrés, conocida como la perla del barroco y obra de Bernini, que ocupó magistralmente el escaso espacio del que disponía para ubicarla. También llama la atención la crucifixión de San Andrés en el retablo mirando a la reproducción en estuco de sí mismo un poco más arriba junto a la linterna y la representación del espíritu Santo.
En San Andrés
Bernini gira en torno:
cúpula y suelo.
Cúpula y suelo
y alrededor capillas
con luz en vuelo.
A petición de nuestro cicerone particular hacemos un alto en el recoleto jardín del Quirinal.

martes, 7 de junio de 2011

Memorias de un jubilado

El recital poético
Hace unos días hablaba aquí de mis lecturas poéticas colectivas e individuales y, concretamente, de la que nuestro grupo Divendres Culturals llevará a cabo el próximo 17 de junio a las 7 y media de la tarde en el Ateneo de Cerdanyola del Vallés. Pues bien, hoy añado algunos detalles más. El primero es que el recital poético lleva el título de Solstici en referencia al comienzo del verano, que está al llegar.
El segundo detalle son los nombres de los poetas que participarán conmigo en el recital: Dora Huerta, Enric Piera y Miquel Sánchez. Cada uno de ellos leerá poemas propios y de la última hornada.
Y el tercero, el cartel anunciador de dicho recital, que encabeza esta entrada.
Desde aquí invito a asistir a él a cuantos lo deseen.

lunes, 6 de junio de 2011

DE VISTAS, DE OÍDAS, DE LEÍDAS


Recuerdo de Marc Chagall
Ayer, domingo 5 de junio, tuvo lugar en el Museo municipal de Tossa un acto cultural en honor de Chagall (1887-1985), concretamente, la inauguración de una modesta sala dedicada al pintor francés de origen bielorruso que pasó algún tiempo en Tossa de Mar (1933-1934). Junto a su famoso cuadro pintado al guasch sobre papel El violinista celeste, pasé un rato inolvidable contemplando su obra singular, donde la poesía y la emoción están aseguradas, mientras una joven violinista tocaba una pieza en homenaje al artista.
Se da la circunstancia de que el Museo celebraba también su 75 aniversario. Ya son años para un museo pequeñito y sin grandes ínfulas como el de Tossa, que, por otra parte guarda aceptables obras de la pintura catalana contemporánea (Crèixams, Togores, Sunyer o Mompou, entre otros), de la pintura extranjera (Sacharoff, Zügel, Kars o el citado Chagall) y sobre todo, los hallazgos arqueológicos de la Vila dels Atmellers, sita en la población.
Antes de acabar el acto y tomar una copa de cava en honor del Violinista celeste de Chagall y de su recién inaugurada sala, la joven violinista volvió a deleitarnos a los presentes con el Cant dels Ocells, de Pau Casals.

domingo, 5 de junio de 2011

De vistas, de oídas, de leídas

Una película de Oriente sobre Occidente

Anoche, mientras caía una desenfrenada tormenta sobre Tossa y con la televisión fuera de funcionamiento, nos pusimos a ver una película que, entre otras, aguardaba su momento más propicio para ser vista. Me refiero a Balzac y la joven costurera china. Contada de modo sencillo y ameno, narra la historia de dos jóvenes chinos hijos de intelectuales considerados por el régimen comunista de Mao como enemigos del pueblo que son reeducados en la Montaña del Fénix en el Tibet a base de trabajos forzados y una alimentación precaria que consiste en sopa de maíz y repollo. Mientras dura su reeducación tienen la suerte de conocer a la nieta del sastre del lugar y junto a ella viven momentos de amistad, amor y afición desbocada por la lectura de autores franceses, entre los cuales destaca Balzac (de ahí el título del film). La aventura a que da lugar la maleta con libros de autores occidentales que posee Cuatro Ojos es apasionante. Escenas como las que nos presentan a los tres jóvenes leyendo pasajes de novelas de Balzac en la gruta de los libros, en medio de un paisaje increíblemente salvaje, se convierten en inolvidables. Pero hay otras en que el corazón del espectador se conmueve hasta lo indecible como la que muestra a la joven costurera china abortando el fruto de su amor con uno de los jóvenes. Y otras hilarantes como la del empaste dental al que se somete el jefe de la reeducación de ambos. Ayudados por la costurera china prepararan un artefacto rudimentario de cirugía dental cuyos efectos sufre el jefe entre agudos alaridos. La historia tiene un desenlace agridulce que el espectador no olvidará jamás. La fotografía, la música y el lirismo de muchos pasajes, unidos a un lenguaje directo y eficaz hacen de esta película un modelo de cómo se puede hacer buen cine con elementos sacados de las costumbres y la historia de un país tan fascinante como China.

sábado, 4 de junio de 2011

HABLO DE ROMA

Una tarde noche memorable
Por Victor Manuel abajo damos con la Chiesa Nuova. La Tarrina nos da la bienvenida con sus caños de agua.
El agua inquieta
De la Tarrina canta
ante la iglesia.
Nada más entrar en el templo nos inunda una luz de oro que baja de las bóvedas. Los estucos aparecen entre las columnas y los ángeles que vuelan por todas partes. Llaman la atención los frescos de la bóveda de Cortona y las pinturas del altar hechas por Rubens sobre pizarra y cobre.
Columnas y ángeles
que los techos repiten,
¡luces perennes!
Y el falso Caravaggio representando el Santo Entierro. El original permanece lejos de la cultura popular entre los muros de la Pinacoteca Vaticana.
Después de cenar, nuestro cicecorene familiar nos tiene reservada una agradable sorpresa. Primero nos lleva por calles románticas a media luz y con poca gente. De pronto, en una esquina, aparece una figura de piedra antropomorfa y al lado un plafón con papelitos que son quejas y denuncias de los vecinos. La figura es el famoso Pasquino, llamado así por dos motivos: primero porque cerca del lugar, según la tradfición, vivía un comerciante llamado así y que se atrevió a levantar la voz contra las malas gestiones de la autoridad; y segundo, porque los papeles denunciadores (hoy aparecen fijados en el soporte vertical que acompañan a la estatua) siempre se llamaron pasquines.
Adiós, Pasquino:
tus palabras de piedra
pautan los siglos.
Entramos en una heladería y probamos el helado de anguria (sandía); soberbio y sorprendente. Las calles se van llenando de gente, que como un río humano caminan en una sola dirección. Aquí está la sorpresa que nos tenía guardada nuestro guía: la Fontana de Trevi. Nunca había visto tanta gente junta en el mismo lugar (días más tarde nos encontraríamos un sitio con las mismas características: la escalinata de la plaza de España). Fotos por todas partes, ritos, risas. Siempre había creído que la plaza era enorme. Todo lo contrario. Pero las estauas de la fuente sí son grandiosas, Poseidón en medio (Salvi a partir de un diseño de Bernini). Cumplimos el rito de la moneda y, tras saborear unos minutos la sensación de pisar un sitio tan emblemático (pero a la vez tan masificado y ruidoso), seguimos nuestro camino nocturno por el océano romano sin naufragar nunca. ¿ O sí?
Fuente de Trevi:
los sueños de la tribu,
una moneda.
Una moneda
pacta con las cascadas
la vuelta a Roma.
De vuelta al apartamento, bajo el misterio de la noche, aparece a nuestros ojos la Plaza de la Piedra. Las columnas de Adriano tiemblan a media luz.
Plaza de Piedra.
Las columnas de Adriano:
¡la luna tiembla!

viernes, 3 de junio de 2011

El relato del mes

Los fuegos artificiales de San Pedro
Los alrededores del río siempre fueron para los chicos lugares felices y aventureros. Cualquier acontecimiento que en el río o la yerbera tuviera su escenario era un motivo de sorpresa y actividad para nosotros. Uno de estos acontecimientos, especial sin duda, era el de los fuegos artificiales que en la noche de San Pedro llenaban las aguas y las riberas de movimientos misteriosos de barcas y personal pirotécnico que estallaban, ante las miradas expectantes del gentío que se asomaba al río desde la barandilla del Puente y los pretiles de la carretera de San Frontis, en mil estampidos y otros tantos juegos de luces que convertían en claridad de día el cielo nocturno de aquella parte de Zamora, mientras flotaba en el aire quieto y caliente de finales de junio un intenso olor a pólvora quemada. La luz artificial adquiría mil formas caprichosas que nos recordaban troncos altísimos de palmeras que al llegar a lo alto se abrían en docenas de ramas que caían, mágicamente encendidas, al río. Como seres espectrales, las barcas bogaban dejando flotar morteros que iban vomitando chorros de luz, mientras en la orilla de los cangrejos, molinillos, estrellas, fuentes y otras formas pirotécnicas se entregaban a movimientos luminosos, truenos y estampidos que nuestros ojos y nuestros oídos no daban abasto para percibirlos todos. Cuando el silencio y la oscuridad caían de nuevo sobre el barrio, regresábamos a casa aún con las retinas y los tímpanos llenos de luces y ruidos. Y no acababa ahí la cosa porque, según habíamos quedado como todos los años, nos pasábamos la noche esperando que llegara el nuevo día para reunirnos los cuatro o cinco amigos de mayor confianza en las yerberas e inmediaciones del río donde habían tenido lugar los juegos artificiales y recoger restos de cohetes que no habían estallado y otros pequeños reductos de pirotecnia que seguían teniendo pólvora sin quemar en su interior.
Con la mañana recién estrenada, algunos de mis mejores amigos ya me esperaban en la yerbera del primer ojo del Puente dispuestos a iniciar nuestra rebusca de pólvora. Al cabo de una hora ya habíamos reunido un buen botín de guerra. Faltaba estudiar cómo utilizaríamos nuestros hallazgos. Eso era cuestión de otra hora larga. Escogíamos el pretil del río, junto a la fuente, para entablar nuestras discusiones, que casi siempre eran interrumpidas por la presencia de alguien que llegaba con sus cubos y cántaros para llenarlos de agua. Después, una vez decidido nuestro plan de actuación, repartíamos más o menos equitativamente la pólvora cosechada y buscábamos una zona alejada de las miradas de los mayores. Y acabábamos como todos los años escribiendo con pólvora nuestros nombres en el portal del Comedor de Ancianos, refugio nocturno de aquel vagabundo que aparecía indefectiblemente todos los veranos, y prendiéndoles fuego para que allí durante un año más hablasen de nuestra aventura de San Pedro. Claro que cada año también alguno de nosotros salía mal librado, quiero decir, con alguna quemadura en las manos o alguna hinchazón en los dedos, aunque eso eran gajes del oficio de ser niños y añadía a nuestras historias una nueva señal de riesgo y valentía (cuando, al paso de los años, no era más que un signo inequívoco de nuestra perseverante inconciencia infantil).
(De mi novela Una carta de amor bajo la lluvia)

jueves, 2 de junio de 2011

Fotografías que hablan

Libertad condicional
En mi ruta matinal de bicicleta paso habitualmente por la finca que guarda dos caballos. Entreveo al fondo sus bellos cuerpos, solos, inmóviles, como engarzados en una soledad de sombras, y luego su imagen me sigue grabada en la retina mientras me interno en el camino de las hiniestas y eucaliptos buscando la salida a la carretera, junto a San Eloy. Cada día vivo la misma melancólica experiencia de los caballos recluidos al fondo de la finca, en las sombras del establo que les ha habilitado su amo. Pero hoy la cosa ha sido diferente. Hoy he descubierto este caballo siena, de lomo brillante, comiendo a sus anchas en el talud del camino que acaba en las aguas breves y tranquilas de la riera. Bueno, a sus anchas del todo no, porque, al parar la bicicleta para contemplarlo a gusto, descubro que el amo le ha atado las patas para que no se vaya lejos. Libertad condicional. El caballo ramonea en el talud, es feliz a su manera. Y la mañana lustra su lomo. Mi ruta matinal en bicicleta cambia. Ya no me llevo hacia el interior del bosque la triste sensación de otras veces. Uno de los caballos come hierba al sol con libertad a medias, junto a la transparente libertad de los caminos y de la riera.

miércoles, 1 de junio de 2011

Memorias de un jubilado


Las lecturas poéticas



Ya van más de treinta años de hacer lecturas poéticas públicas, desde que entrara en la tertulia de José Jurado Morales con motivo de la publicación de mi primer libro Cangilones de vida. Entonces, a la primera ocasión, dábamos a conocer nuestros poemas en la radio y en otros lugares como casas regionales y otras instituciones más o menos oficiales. Recuerdo que la primera que tuvo cierto eco la hicimos en Editora Nacional que tenía su sede en Villarroel arriba. Formábamos un grupo al que denominamos Poetas de hoy y en el que figuraban, entre otros, Matea, Encarna, Espejo, Milagros, Ester, Rincón el propio Jurado y yo. Pese a que cada uno tenía, como es lógico, su propia manera de concebir y escribir la poesía, nos parecíamos en una cosa: creíamos que hacer poesía era comprometerse ética y estéticamente con el mundo que nos había tocado vivir. Después hicimos muchas más en grupo e individualmente con motivo de la entrega de algún premio, alguna conmemoración o la publicación de un nuevo libro.

Al fundar el grupo Viernes Culturales, algunos de nosotros nos centramos en Cerdanyola del Vallés, población en la que residíamos y donde tenían lugar las reuniones y actos de nuestro nuevo grupo cultural y poético; así que era aquí donde efectuábamos nuestras lecturas poéticas, sin dejar por ello de realizar alguna en Barcelona para no perder contacto con nuestros viejos amigos de la tertulia de Jurado, la cual, al fallecer su creador, originó otras como la que se hacía en el Real Círculo Artístico y en cuyo magnífico salón de actos llevamos a cabo, con el tiempo, algunas celebradas lecturas poéticas, individuales (recuerdo la que yo mismo hice celebrando mis veinticinco años de poeta) y colectivas (homenajes a Rincón y Jurado entre otros).

En Cerdanyola empezamos nuestros actos en el Ateneo y los continuamos en la Biblioteca Municipal o en la Sala Enrique Granados. En esta última hará un par de años hicimos la última lectura poética en homenaje a Matea, recientemente fallecido. Y ahora volvemos al Ateneo para hacer otra lectura.
Esta Lectura poética de Viernes Culturales tendrá lugar el próximo 17 de junio a las 19'30 horas en el Ateneo de Cerdanyola. Estáis invitados cuantos leéis este blog y queráis compartir un rato de buena compañía dedicada a la poesía. Intervendremos los que formamos el actual jurado del premio de poesía Viernes Culturales. Mi intervención estará dedicada a leer los poemas de mi último libro Hacia la luz que cantan el instante presente. Entre ellos destacan una colección de haikús, un romancero del retorno, un canto a la amistad y varios poemas que retratan momentos de calma y sosiego y describen lugares donde la mirada y la emoción van de la mano.
Antes de que llegue el día de la lectura, incluiré en otra entrada de este blog, algunos de esos poemas que leeré entonces.