viernes, 29 de enero de 2021

MEMORIAS DE UN JUBILADO Defensa de la correspondencia (I)

 


 En estos tiempos que corren, en los que nos sentimos desplazados de nuestros amigos y conocidos contra nuestra voluntad y por razones de salud, ¿qué hay mejor que refugiarse en el diálogo entrañable y seguro que presta la correspondencia?

En lo que a mí concierne, a lo largo de mi vida he mantenido correspondencia con verdaderos amigos, y aún la mantengo con personas que han significado mucho para mí en el terreno personal y profesional. Y en alguna entrada de este blog aludiré a ellas. Pero, de momento, me centraré en las correspondencias mantenidas por escritores de todos los tiempos y lugares, españoles y extranjeros. Y hoy le toca al poeta y escritor barcelonés Joan Maragall, que ocupa un lugar destacado en mis preferencias literarias.



En el libro OBRAS COMPLETAS de Joan Maragall (Editorial Selecta, Barcelona, 1947), se incluye al final del volumen una abundante cantidad de cartas que el gran poeta  (Barcelona1860-1911) escribió en catalán y en castellano a numerosos escritores españoles. Entre las cartas escritas en catalán destacan las enviadas, entre otros, a Salvador Albert, Joan Alcover, Prudenci Bertran, Victor Català, Pere Corominas, Eugeni D’Ors, Joaquim Freixas, Enric de Fuentes, Josep Pijoan, Carlos Rahola, Joaquim Ruyra o Antoni Roura, el comentario de las cuales no cabe en este artículo por razones obvias (acaso en otra ocasión lo haga porque es mucho el interés cultural y literario que despiertan). De ahí que este modesto trabajo sólo se refiera a las cartas enviadas a otros escritores, catalanes y del resto del Estado, escritas en castellano. Cuatro son los autores que figuran en la nómina: Luis Lluís, Gabriel Miró, Felip Pedrell y Miguel de Unamuno. Y para no alargarme demasiado en esta entrada, me centraré en el primero y el último de los escritores mencionados, Luis Lluís y Miguel de Unamuno.

Las cartas que Maragall envió a Luis Lluís nacieron de una decisión de éste de escribirse mutuamente una misiva al trimestre, y abarcan desde septiembre de 1866 a noviembre de 1911, un mes antes del fallecimiento del autor de La vaca cega. Precisamente, en esta última carta, Maragall, después de darle el pésame por la muerte de un hijo pequeño de Luis, el propio poeta le habla de la dolencia que le llevará a la tumba con estas palabras: “Por de pronto estoy pasando un periodo de depresión, un estado general de flojedad de fuerzas, dispepsia, enflaquecimiento, ¡qué sé yo…! Todos los que me quieren me atormentan un poco para que vea médicos, pero yo tengo poca fe…y más temor al médico que al mal, que por ahora tampoco me aprieta mayormente, ni me priva de mis tareas. Adiós, por hoy. Te abraza, J. Maragall”

Maragall le escribe desde varias localidades barcelonesas, Cornellá, Barcelona (la mayoría de las veces), Blanes, Caldetas. Y en sus cartas le habla de la vida que sigue, sencilla y placentera. En Cornellá: “…No me muevo de casa, escribo, leo, duermo, o fumo contemplando medio embrutecido un paisaje para mí nada nuevo, cuando no vienen a hacerme compañía unos vecinos amigos con quienes juego a cualquier cosa, cuando nos cansamos de hablar de literatura, filosofía o de proyectos para el porvenir, lo que considero con bastante buen humor y mucha sangre fría, pues que estoy decidido a no hacer el menor esfuerzo para lograrlos. Dentro de ocho o diez días volveré a Barcelona a renovar la parodia de una vida activa.”

Las dos cartas que siguen se las envía Maragall desde Barcelona. En la primera de ellas trata en un primer apartado del amor clásico entre un hombre y una mujer desde un punto pesimista como respuesta a una consulta de Lluís, en el segundo de su trabajo como abogado y en el último del círculo de amigos (Buxareu, Rocamora, Mullol. Lloret, Freixas y Ventayol). En la segunda misiva le habla de un catarro infantil que ha contraído en el ir y venir de los Juegos Florales, de una copia que le manda de La Sardana, no muy presentable, de la serenidad y el buen sentido que tanta falta hace en el ser humano, del segundo hijo que espera con recelo porque el primero le costó enfermar a Clara, su esposa, y, finalmente de la diferencia entre liberales y conservadores, a raíz de haber salido otra vez jurado: “Todos son unos vividores.”

A continuación, la carta de Blanes de 1906 se inicia con la protesta del emisor ante el ataque de reuma que ha sufrido su amigo Lluís, continúa con la salida del Diario de todos los amigos por culpa del debate entre el catalanismo y el no catalanismo de los redactores y acaba con las ganas del escritor de seguir disfrutando con el veraneo en Blanes, cara al mar.

Las dos siguientes están escritas en Caldetas en 1907, en catalán. En la primera le pide perdón a su amigo por haberse olvidado de felicitarlo en el día de su santo, con la excusa de que en la orilla del mar pierden los días su carácter social, y enseguida le cuenta que toda la familia disfruta de los baños de mar y él trabaja muy poco. En la segunda se lamenta de que Tortosa, donde vive Lluís, haya sufrido una inundación, y le desea que no haya sufrido nadie de la familia ningún daño. La carta siguiente, también en catalán, de 1908, es muy breve, y en ella Maragall le da a su amigo el pésame por la muerte de un hijo suyo; sus últimas palabras son: “No hi ha més que una paraula que tot ho abraça i amoroseix: Déu. A Déu, amic.” (No hay más que una palabra que todo lo abrazada y endulza: Dios. Adiós, amigo.) En la carta que le sigue, de 1909, ya en castellano de nuevo, Maragall hace referencia al dolor que debe de sentir su amigo por la muerte del “ángel que tienes en el cielo”, y al sufrimiento que debe de estar pasando la madre.