Balada del ermitaño y el caminante (y 2)
Joven, olvida tus penas
Y a las mujeres. La cara
Del caminante, de pronto,
Se enciende como la grana.
Se sorprende el ermitaño
Al ver lo que no esperaba:
Su huésped resulta ser
Una hermosa y joven dama.
--Perdonadme la mentira,
¡pobre de mí—ella exclama--,
Que mis pasos llevé al cielo
Y encontré vuestra cabaña.
Compadeceos de mí:
Por amor es mi desgracia.
Yo busco reposo y sólo
Encuentro desesperanza.
Mi padre es un caballero
Bueno y rico en abundancia.
Soy su única hija, y todo
Para mi bien lo guardaba.
Para apartarme de él,
Pretendientes aspiraban
A mi dinero y belleza
Con pasión sincera y falsa.
Esta corte de ambiciosos
De continuo me halagaban,
Entre ellos el buen Edwin,
Aunque de amor no me hablaba.
Sencillo en vestir, poderes
Y riquezas le faltaban,
Mas no el juicio y la virtud,
Que a mí mucho me gustaban.
Al ir juntos por el campo,
Cantos de amor me cantaba,
Cantaba el bosque con él
Y su aliento perfumaba.
El rocío de las hierbas
O la flor abierta al alba
No podían compararse
A lo puro de su alma,
Porque el rocío y las flores
Pierden pronto su fragancia,
Y la fragancia era de él
Y era mía la inconstancia.
Yo empleaba malas artes,
Inoportunas y vanas
Y aunque su amor me vencía,
Yo sólo en su mal gozaba.
Se alejó, al final, de mí
Dejándome en mi arrogancia,
Y él a solas y olvidado
Murió de muerte callada.
Arrepentida ahora estoy
Y está mi vida acabada;
Ahora busco soledad
Para librar a mi alma.
--¡El cielo te guarde!—grita
El ermitaño y la abraza.
La joven se queda atónita:
Era su Edwin, quien le hablaba.
--Mi amada y bella Angelina,
Mi encanto, alegra esa cara,
Que Edwin, tan lejos de ti,
Vuelve al amor y a su amada.
Quiero tenerte en mis brazos:
La ofensa ha sido olvida.
Nada puede separarnos,
Mi amor, mi todo, mi alma.
Desde este instante seremos
Tal ejemplo de constancia,
Que, al morir, en un suspiro
Daremos nuestras dos almas.
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