lunes, 18 de abril de 2011

Versos de antaño

Balada del ermitaño y el caminante (y 2)




Joven, olvida tus penas

Y a las mujeres. La cara

Del caminante, de pronto,

Se enciende como la grana.

Se sorprende el ermitaño

Al ver lo que no esperaba:

Su huésped resulta ser

Una hermosa y joven dama.


--Perdonadme la mentira,

¡pobre de mí—ella exclama--,

Que mis pasos llevé al cielo

Y encontré vuestra cabaña.

Compadeceos de mí:

Por amor es mi desgracia.

Yo busco reposo y sólo

Encuentro desesperanza.

Mi padre es un caballero

Bueno y rico en abundancia.

Soy su única hija, y todo

Para mi bien lo guardaba.

Para apartarme de él,

Pretendientes aspiraban

A mi dinero y belleza

Con pasión sincera y falsa.

Esta corte de ambiciosos

De continuo me halagaban,

Entre ellos el buen Edwin,

Aunque de amor no me hablaba.

Sencillo en vestir, poderes

Y riquezas le faltaban,

Mas no el juicio y la virtud,

Que a mí mucho me gustaban.

Al ir juntos por el campo,

Cantos de amor me cantaba,

Cantaba el bosque con él

Y su aliento perfumaba.

El rocío de las hierbas

O la flor abierta al alba

No podían compararse

A lo puro de su alma,

Porque el rocío y las flores

Pierden pronto su fragancia,

Y la fragancia era de él

Y era mía la inconstancia.

Yo empleaba malas artes,

Inoportunas y vanas

Y aunque su amor me vencía,

Yo sólo en su mal gozaba.

Se alejó, al final, de mí

Dejándome en mi arrogancia,

Y él a solas y olvidado

Murió de muerte callada.

Arrepentida ahora estoy

Y está mi vida acabada;

Ahora busco soledad

Para librar a mi alma.


--¡El cielo te guarde!—grita

El ermitaño y la abraza.

La joven se queda atónita:

Era su Edwin, quien le hablaba.

--Mi amada y bella Angelina,

Mi encanto, alegra esa cara,

Que Edwin, tan lejos de ti,

Vuelve al amor y a su amada.

Quiero tenerte en mis brazos:

La ofensa ha sido olvida.

Nada puede separarnos,

Mi amor, mi todo, mi alma.

Desde este instante seremos

Tal ejemplo de constancia,

Que, al morir, en un suspiro

Daremos nuestras dos almas.





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