miércoles, 26 de abril de 2017

MUJERES DE LA LITERATURA ESPAÑOLA



I.
DESDE DOÑA JIMENA A LA CELESTINA (1)


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Hace poco leía yo en Cátedra, una buena revista de educación donde las haya, que una profesora de Literatura se quejaba de la poca presencia que tienen las escritoras españolas en los manuales de texto de dos de las editoriales españolas más importantes, Santillana y Teide, en el  siglo XIX, en el que, según ella, sólo aparecen dos escritoras: Rosalía de Castro y Emilia Pardo Bazán, frente a siete escritores: Bécquer, Espronceda, Larra, Zorrilla, Duque de Rivas, Clarín, y Galdós. Lamentable. Ha cambiado mucho el sistema educativo, en la alternancia en el Gobierno de los dos partidos políticos principales, y para mal. Cuando yo enseñaba procuraba hablar también de las poetisas Carolina Coronado y Gertrudis Gómez de Avellaneda en el periodo mencionado, siguiendo lo que había aprendido con mis profesores cuando yo estudiaba en el instituto de mi ciudad natal. Pero eso es una cosa, penosa desde luego, y lamentable, como digo: la escasa presencia de las escritoras en los manuales de texto que hoy en día estudian nuestros adolescentes, y otra bien distinta la que intento presentar aquí con el título que aparece arriba. Mujeres en la literatura española, como autoras (además de las mencionadas, María de Zayas, Teresa de Jesús, Rosa Chacel, Carmen Laforet, Ana María Matute y un largo etcétera) y como personajes, que será el cuerpo principal de mi modesto trabajo y algunos de cuyos nombres incluyo a continuación, presentes por otra parte en todos los géneros cultivados. Y así pasarán por aquí, entre otras, doña Jimena, doña Elvira y doña Sol, esposa e hijas del Cid, del Cantar de Gesta que lleva el nombre del Campeador, la Virgen María de Los Milagros de Nuestra Señora de Berceo y de las Cantigas de Santa María de Alfonso X el Sabio, la Trotaconventos del Libro de Buen Amor del Arcipreste de Hita, precedente a su vez de la Celestina de Fernando de Rojas, Melibea, de la misma obra, Dulcinea del Toboso, del Quijote de Cervantes, doña Inés, del drama Don Juan Tenorio de Zorrilla, Fortunata y Jacinta, de la novela del mismo nombre de Galdós, Ana Ozores, de La Regenta de Clarín, y así hasta llegar a otros tantos nombres ilustres de nuestra más reciente literatura, como Bernarda Alba y sus cinco hijas, de la tragedia La casa de Bernarda Alba de García Lorca, Andrea, de la novela Nada de Carmen Laforet, o Carmen, de la novela Cinco horas con Mario de Delibes, sin olvidar a las mujeres anónimas que siembran de sentimientos variados todas las etapas de nuestra literatura. Nadie puede poner en duda ni su presencia ni su importancia. Y a las pruebas nos remitimos.


Quejas y razones de amor

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La primera manifestación literaria se debió a una mujer, que se quejaba de que su amado (amigo) se había alejado de su lado o se había muerto. Las jarchas y las cantigas de amigo, son un buen ejemplo de ello. En ellas la enamorada hace testigo de sus penas y lamentos a su propia madre, a sus hermanas o a una amiga suya. Tres ejemplos:

“Merced, amigo mío.
No me dejes sola.
Hermoso, besa mi boquita:
yo sé que no te irás.”

“Decidme, ay, hermanitas,
¿cómo contener mi mal?
Sin mi amado yo no viviré:
¿adónde iré a buscarlo?”


“Tanto amarte, tanto amarte,
amado, tanto amarte,
enfermaron mis ojos alegres.
Ya me duelen con tanto dolor.”

Composiciones de parecido tema son, entre otras, Razón de amor con los denuestos del agua y del vino, la Disputa de Elena y María y La vida de Santa María Egipciaca. En Razón de amor, aparece un personaje masculino que se retrata como culto, contando en primera persona que una tarde, mientras dormía la siesta apaciblemente en un huerto ve en sueños un vaso de vino y otro de agua que han sido colocados allí por una mujer para obsequiar a su marido. Éste bebe del vaso de agua, que tiene poderes mágicos, y aparece una doncella que canta penas de amor. Los dos enamorados se reconocen como tales mediante prendas de amor e inmediatamente se produce el encuentro amoroso y la separación consiguiente con la llegada del alba. Para finalizar aparece una paloma que vierte el vaso de agua en el del vino. Dada la dificultad original, copio un fragmento del relato más o menos versificado en castellano actual que hace el protagonista:
“En el mes de abril después yantar
estaba bajo un olivar
y un vaso de plata vi brillar.
Lleno estaba de vino
que era bermejo y fino;
Cubierto era de tal mesura,
que no lo toca la calentura.
Una dama allí lo había puesto,
que era señora del huerto,
para que cuando su amigo viniese
de aquel vino a beber le diese;
y que de tal vino tuviese
en la mano cuando comiese.
Y de él tuviese cada día:
nunca más enfermaría.
Bajo el manzanar
me deshice de la vestidura
para que no me hiciese mal la calentura.
Me acerqué a un manantial,
nunca hubo hombre que tuviese suerte tal.
Tan gran virtud su agua tenía
que el frescor que de ella salía
en todo su alrededor
no se sentía el calor.
Todas las hierbas muy bien olían
si a la fuente cerca tenían:
allí había salvias, había rosas,
lirios y violas.
Tantas hierbas allí había
que solo nombrarlas no sabría.
Mas el olor que de allí salía
a hombre muerto resucitaría.
Tomé del agua un bocado
Y fue del todo refrescado.
Otro vaso había allí
lleno de un agua muy fría.
Bebería de ella de buen grado,
mas tuve miedo de ser encantado.
Sobre un prado puse mi cabeza
para que no me hiciese mal la siesta;
en mi mano tomé una flor,
y quise cantar amor,
pero vi venir a una doncella,
que nadie había visto más bella.
Blanca era y bermeja,
cabellos cortos sobre la oreja,
frente blanca y lozana,
cara fresca como manzana;
nariz igual y derecha,
nunca viste otra tan bien hecha;
Ojos negros y rientes,
boca a razón y blancos dientes;
labios bermejos non muy delgados
verdaderamente bien mesurados…”

En la Disputa de Elena y María, dos hermanas jóvenes y de buena posición social discuten sobre si es mejor ser amiga de un clérigo o de un caballero. Como es habitual en este tipo de obras, unas veces se alaban y otras se denuncian las ventajas, con lo que se nos muestra el anverso y el reverso de los dos estamentos sociales, si bien sólo se hace valorando tanto en los pros como en los contras los aspectos materiales, dejando de lado los espirituales. Como no se ponen de acuerdo las dos hermanas, deciden buscar un árbitro, el rey Oriol, para exponerle el punto de su discordia. Y la composición, incompleta, acaba ahí. Como muestra, copio el fragmento en el que una hermana reprende a la otra por los argumentos empleados para defender a su amigo.
“…somos hermanas e fijas de algo,
mais yo amo el mais alto,
ca es caballero armado,
de sus armas esforçado;
el mio es defensor,
el tuyo es orador:
quel mio defende tierras
e sufre batallas e guerras,
ca el tuyo yanta e yaz
e siempre esta en paz.
Maria, atan por arte,
respuso de la otra parte
Ve, loca, trastornada,
ca non sabes nada!
dizes que yanta e yaz
por que esta en paz!
ca el vive bien honrado
e sin todo cuidado;
ha comer e beber
e en buenos lechos yazer;
ha vestir e calçar
e bestias en que cabalgar,
vasallas e vasallos,
mulas e caballos;
ha dineros e paños
e otros haberes tantos.
De las armas non ha curar
e otrosi de lidiar,
ca mas val seso e mesura
que siempre andar en locura,
como el tu caballero
que ha vidas de garçon.
Cuando al palacio va
sabemos vida que le dan:
el pan a racion,
el vino sin sazon;
sorrie mucho e come poco,
va cantando como loco;
como tray poco vestido,
siempre ha fambre e frio.
Come mal e yaze mal
de noche en su hostal,
ca quien anda en casa ajena
nunca sal de pena.”

Finalmente, la Vida de Santa María Egipciaca es un poema hagiográfico de la primera mitad del siglo XIII, emparentado con el mester de clerecía y escrito en 1451 pareados de rima irregular en castellano con rasgos de aragonés, que cuenta la vida de la prostituta y luego santa, María Egipcíaca. La historia de María, bella y lasciva, que abandona su hogar para dedicarse a la prostitución en Alejandría. Cuando envejece marcha hacia Jerusalén, pero poco antes de llegar, unos ángeles  se la llevan. Arrepentida, se retira al desierto para hacer vida de eremita, donde contará su vida a un monje que será el encargado de transmitir su historia. La estructura del poema alberga el contraste entre la María joven y bella, pero corrupta internamente, y la anciana que contiene un alma purificada. Así comienza la obra (adaptada al castellano actual):

“Oíd, varones, una razón que guarda en sí mucha verdad.
Escuchad de corazón si buscáis de Dios perdón.
Todo es hecho de verdad y no hay nada de falsedad.
Todos aquellos que a Dios amen estas palabras escucharan
y los que de Dios no se preocupan esta palabra les será muy dura.
Bien sé que de voluntad la oirán aquellos que a Dios amarán
Y los que a Dios amen gran galardón de Él recibirán.
Si escucháis esta palabra más os valdrá que una fábula
de una dama que habéis oído quiero contaros toda su vida
de santa María egipciaca que fue una dama muy lozana
y de su cuerpo muy lozana cuando era  doncella y niña
belleza le dio Nuestro Señor porque fue hermosa pecadora.
Mas la merced del Creador después le hizo gran amor.
Esto sepa todo pecador que fuere culpado por el Creador
que no es pecado tan grande ni tan horrible
que no le conceda Dios su perdón.
Por penitencia o por confesión
quien se arrepiente de corazón
luego le perdona Dios.
Los que toman penitencia bien se guarden de descreencia,
que quien descree del Creador no puede tener su amor.
El pecado no es criatura, sino vicio que viene de natura.
Dios del cielo non creó pecado, aunque en todos está asentado,
es asentado malo nuestro pecado.
En todos puso enemigos obligados a hacer todos los males,
que no hay hombre nacido que a ello sea castigado.
Los apóstoles que a Dios sirvieron pecaron mucho y mucho fallaron,
que no se debe maravillar si a un hombre le ven pecar.
Mas de aquel es gran maravilla que siempre duerme y nunca vela.
Quien en sus pecados duerme tan fuerte no despierta hasta que muere…”


Destierros y traiciones

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Y en el principal cantar de gesta de nuestra literatura, el denominado Poema de Mio Cid, por seguir el hilo cronológico, el elemento femenino es fundamental para el desarrollo del argumento y la distribución de la estructura formal. Y si no, recordemos a la niña de nueve años que aparece en la primera parte del Poema, la del Destierro del Cid por orden de Alfonso VI, pidiendo por favor al Campeador que siga adelante en su triste marcha hacia el destierro de Castilla si no quiere que el Rey la castigue a ella y a cuantos intenten ayudarle dándole cobijo arrebatándoles lo poco que tienen, incluidos los ojos de la cara. He aquí el texto:
“La niña de nueve años muy cerca del Cid se para:
"Campeador que en bendita hora ceñiste la espada,
 el rey lo ha vedado, anoche a Burgos llegó su carta,
 con severas prevenciones y fuertemente sellada.
 No nos atrevemos, Cid, a darte asilo por nada,
 porque si no perderíamos los haberes y las casas,
perderíamos también los ojos de nuestras caras.
Cid, en el mal de nosotros vos no vais ganando nada.
Seguid y que os proteja Dios con sus virtudes santas."
 Esto le dijo la niña y se volvió hacia su casa.”

Algo parecido ocurre entre doña Jimena, la esposa del Cid y las dos hijas de ambos, doña Elvira y doña Sol, cuando el Campeador, antes de salir hacia el Destierro, oye misa con ellas en el monasterio de San Pedro de Cardeña y luego se despide de sus seres queridos. Todos lloran en la despedida y al separarse lo hacen, como dice el juglar anónimo, con el dolor que produce separar la uña de la carne. La ternura con que el Cid mira a sus hijas antes de partir hacia el destierro no ofrece dudas, ni la recomendación que hace el Campeador al abad don Sancho para que cuide de las tres mujeres de su vida durante su ausencia. Ver el framento correspondiente:
“Ya la oración se termina, la misa acabada está,
de la iglesia salieron y prepáranse a marchar.
El Cid a doña Jimena un abrazo le fue a dar
y doña Jimena al Cid la mano le va a besar;
no sabía ella qué hacerse más que llorar y llorar.
A sus dos niñas el Cid mucho las vuelve a mirar.
"A Dios os entrego, hijas, nos hemos de separar
y sólo Dios sabe cuándo nos volvamos a juntar."
Mucho que lloraban todos, nunca visteis más llorar;
como la uña de la carne así apartándose van.
Mío Cid con sus vasallos se dispone a cabalgar,
la cabeza va volviendo a ver si todos están.
Habló Minaya Álvar Fáñez, bien oiréis lo que dirá:
"Cid, en buena hora nacido, ¿vuestro ánimo dónde está?
“Pensemos en ir andando y déjese lo demás,
todos los duelos de hoy en gozo se tornarán,
y Dios que nos dio las almas su consejo nos dará”.
Al abad don Sancho vuelve de nuevo a recomendar
que atienda a doña Jimena y a las damas que allí están,
a las dos hijas del Cid que en San Pedro han de quedar;
sepa el abad que por ello buen premio recibirá.”

Sin salirnos del Poema, en la segunda parte, tras la conquista de Valencia por el Cid y la reconciliación entre él y el Rey, las dos hijas del Campeador, contraen matrimonio con los Infantes de Carrión, los cuales, tras sufrir el escarnio del león a cargo de los hombres del Cid, deciden fingir su marcha para vengarse de la burla atando a dos árboles del robledal de Corpes a sus recientes esposas para azotarlas y dejarlas medio muertas. He aquí el pasaje donde las insultan, las dejan en camisa y las azotan bárbaramente; luego las abandonan a su suerte, medio muertas.

“Escuchadnos bien, esposas, doña Elvira y doña Sol:
vais a ser escarnecidas en estos montes las dos,
nos marcharemos dejándoos aquí a vosotras, y no
tendréis parte en nuestras tierras del condado de Carrión.
Luego con estas noticias irán al Campeador
y quedaremos vengados por aquello del león.”
Allí los mantos y pieles les quitaron a las dos,
sólo camisa y brial sobre el cuerpo les quedó.
Espuelas llevan calzadas los traidores de Carrión,
cogen en las manos cinchas que fuertes y duras son.
Cuando esto vieron las damas así hablaba doña Sol:
“Vos, don Diego y don Fernando, os lo rogamos por Dios,
sendas espadas tenéis de buen filo tajador,
de nombre las dos espadas, Colada y Tizona, son.
Cortadnos ya las cabezas, seamos mártires las dos,
así moros y cristianos siempre hablarán de esta acción,
que esto que hacéis con nosotras no lo merecemos, no.
No hagáis esta mala hazaña, por Cristo nuestro Señor,
si nos ultrajáis caerá la vergüenza sobre vos,
y en juicio o en corte han de pediros la razón.”
Las damas mucho rogaron, mas de nada les sirvió;
empezaron a azotarlas los infantes de Carrión,
con las cinchas corredizas les pegan sin compasión,
hiérenlas con las espuelas donde sientan mas dolor,
y les rasgan las camisas y las carnes a las dos,
sobre las telas de seda limpia la sangre asomó.
Las hijas del Cid lo sienten en lo hondo del corazón.
¡Oh, qué ventura tan grande si quisiera el Creador
que asomase por allí Mío Cid Campeador!
Desfallecidas se quedan, tan fuertes los golpes son,
los briales y camisas mucha sangre los cubrió.
Bien se hartaron de pegar los infantes de Carrión,
esforzándose por ver quién les pegaba mejor.
Ya no podían hablar doña Elvira y doña Sol.”

 Continuando en la Edad Media de nuestra Literatura, encontramos manifestaciones variadas donde la mujer ejerce un papel importantísimo. Sin dejar los cantares de gesta, en el del Cerco de Zamora, la reina de la ciudad, doña Urraca, a la que su padre el rey de Castilla y León Fernando I le legó en su lecho de muerte la ciudad del Duero, sufre el asedio de su ambicioso hermano Sancho II, que quiere reunir bajo su cetro todos los reinos que separó su padre al morir, y ya sólo le falta Zamora. Por suerte Bellido Dolfos acaba con Sancho y el Ojito del Duero permanece libre. Durante el cerco entre Urraca y el propio Cid, que es seguidor de Sancho II, surge un diálogo interesante en el que la reina de Zamora le recrimina su acción y le recuerda su pasada relación amorosa. Ver el texto del romance viejo que recoge dicho diálogo:

“—¡Afuera, afuera, Rodrigo, 
el soberbio castellano! 
Acordársete debría 
de aquel buen tiempo pasado 
que te armaron caballero 
en el altar de Santiago, 
cuando el rey fue tu padrino, 
tú, Rodrigo, el ahijado; 
mi padre te dio las armas, 
mi madre te dio el caballo, 
yo te calcé espuela de oro 
porque fueses más honrado; 
pensando casar contigo, 
¡no lo quiso mi pecado!, 
casástete con Jimena, 
hija del conde Lozano; 
con ella hubiste dineros,
conmigo hubieras estados; 
dejaste hija de rey 
por tomar la de un vasallo. 
En oír esto Rodrigo 
volvióse mal angustiado: 
—¡Afuera, afuera, los míos, 
los de a pie y los de a caballo, 
pues de aquella torre mocha 
una vira me han tirado!, 
no traía el asta hierro, 
el corazón me ha pasado; 
¡ya ningún remedio siento, 
sino vivir más penado!”

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En otro cantar de gesta, el de La condesa traidora y el conde Sancho García, conocido por las versiones que se hizo de él en la Crónica Najerense del siglo XII o en la Crónica General del XIII, entre otras, trata de la perfidia que trama la condesa de Castilla, esposa del conde García Fernández, la cual, seducida por el caudillo cordobés Almanzor a la que ofrece ser su esposa y reina de Córdoba, maquina un plan para que su marido el conde acabe siendo derrotado y muerto por las tropas de Almanzor tras alimentar deficientemente al caballo que monta. Y no contenta con eso, trata de asesinar al hijo de ambos, al sucesor en el condado, que es Sancho García. Pero éste, con intervención divina, es avisado de la conspiración de su madre y acaba con su vida.