miércoles, 31 de julio de 2013

ESPINÁS EN CASTELLANO (3)





El libro habla al posible lector, y es impertinente que el autor haga de intermediario.

Es abusivo que quiera abrir los ojos al lector para que vea aquello que el escritor quiere –y que posiblemente no exista.

Después de escribir, el autor ha de callar. Si el lector se ha creído el libro tal como lo ha leído, es de una ofensiva mala educación advertirle que lo había de leer de otra manera.

Un libro literario no va acompañado de un manual de instrucciones. Cada lector tiene derecho a reconstruirlo, a manipularlo, a hacerlo funcionar como le parezca. (El libre parla)

 

Si he llegado a alguna reflexión y me ha parecido válida, estoy seguro de que un día y otro la he vuelto a formular. Sencillamente porque continúo estando de acuerdo con ella.

Me pregunto si ya he pensado todo lo que había de pensar. No es muy animador. Pero al mismo tiempo la reiteración me tranquiliza. Mientras conserve unas cuantas ideas como columnas, el tejado aguantará. (Plagi)

 

El chatear me preocupa muy poco, pienso que es un campo alternativo de lenguaje, que establece su propio código, que además es imprevisible.

Yo creo que si se cometen faltas de ortografía es por una razón principal: la incapacidad de visualizar una palabra. Si se visualiza bien, la forma de la palabra se graba en el cerebro y se conserva en la memoria. La ortografía entra por los ojos.

La espontaneidad es una cualidad innata, detenida; en cambio, la exigencia del rigor formal ayuda a construir un proceso de perfeccionamiento progresivo. (Ortografia)

 

 
Ni escribir ni vivir me han cansado nunca. Por eso, mientras pueda, continuaré con este oficio y con esta vida. (Descans)

 

Un libro que valga la pena leer ha de trasladarnos, o despertarnos, una de estas dos cosas: ideas o emociones. Y las dos, si no es pedir demasiado.

Sobre los libros que contienen ideas sólo puedo expresar este deseo: que las ideas se entiendan. Si tenemos lo que llamamos una idea –alguna reflexión que no sea absolutamente tópica--, ¿no es lógico expresarla con claridad?

Si creemos que nos encontramos ante una idea pero no la comprendemos suficientemente bien, es que a menudo se trata de una supuesta idea, de una posible idea que el autor no ha sabido concretarla él mismo.

Sólo hay una manera de certificar que hemos pensado alguna cosa: que la podemos explicar con palabras. Las ideas y las palabras están estrechamente unidas. Las ideas claras se formulan siempre con palabras claras.

Eso tan repetido de “ya sé lo que quiero decir, pero no me salen las palabras” es una falsedad considerable. Si no nos salen las palabras es porque aún no tenemos suficientemente claro qué queremos decir.

Las ideas y las emociones son compatibles en un mismo libro, naturalmente. Pero hay una diferencia de origen. Las ideas las ha de portar el autor, aunque a partir de aquí el lector pueda hacer de ellas lo que desee. En los libros que contienen emociones, en cambio, las posibles emociones del autor no se han de ver en ellos, o lo menos posible.

El escritor ha de procurar ser lo suficientemente austero y hábil para que el lector viva una emoción sin tener la sensación de que el autor se lo pide. (Idees)

 

Puedo imaginarme una obra literaria culta o popular, ambiciosa o modesta, pero me cuesta amarla sin ningún indicio de emoción.

Una obra literaria no nos ha de dejar inmóviles. Ha de hacer que alguna cosa se mueva dentro de nosotros, ha de crear un pequeño vínculo que nos haga avanzar por el texto solidariamente con el autor, y en algún momento la lectura nos lleve a una parada mínima, y esta parada es lo que permite que la emoción respire.

Cuando el lector se emociona, en ese instante abre un camino hacia la identificación profunda con lo que está escrito. (Emoció)

 


Pienso que es bueno, psíquicamente, admitir que en todo lo que haces hay una dosis inevitable de fracaso. No siempre tendrás tú la culpa de ello. Ni este lector ni aquel otro.

Sencillamente, escribes como te parece y los demás tienen el derecho de leerte a su manera –de tantas maneras diferentes como lectores.

Y si así lo comprendes, podrás ejercer tu oficio sin que te condicionen ni los elogios ni las críticas. (Articles, èxit i fracàs)

 

La profesionalidad no se define por los ingresos sino por el rigor.

Parece positivo que el profesional tenga alguna actividad externa a su oficio. Eso le salva del enclaustramiento, le abre un campo vital lleno de estímulos y puede vivir en unos ámbitos diversos que probablemente le serán útiles e higiénicos como escritor.

El profesional no nace, el profesional se hace. Con paciencia y aprendizaje. Y también puede ser que acabe no haciéndose. (Aficionats i professionals)

 

En la representación de las obras de teatro, el éxito depende en gran parte de los actores.

En el ámbito de la literatura, el éxito es una decisión de los lectores. (Quan diem èxit)

 

Desde la habitación, oigo vagamente el rumor de las plácidas olas que llegan a la playa, una tras otra. Con una regularidad perfecta.

Las páginas también van llegando una tras otra, pero con un ritmo más lento, más irregular; mirar el azul del mar me adormece, mirar el blanco del papel me despierta.

Y así navego sin salir de mi puerto, una navegación incierta, con poco viento en la vela, pero paciente, llena de rincones por descubrir, para lanzar en ellos el ancla, pero sólo un rato, una página, e ir a buscar otro punto para fondear. (La màquina interior)

 


La cantidad no siempre es juzgada favorablemente cuando se trata de un escritor. Se pone en marcha una descalificación: si escribe tanto, no todo lo que escriba puede ser bueno. Es lógico. Si un crítico, durante años, analiza cada semana unos cuantos libros, es también natural que no todas las críticas tengan la misma calidad.

Proponerse escribir poco para asegurarse que la propia producción –relativamente reducida—no tenga defectos es bastante ilusorio. Porque no hay ninguna garantía de que lo que se está haciendo con mucha reflexión, y sólo cuando uno se siente tocado por alguna clase de gracia –sensación bastante subjetiva—llegue a un mejor resultado que lo que se escribe en un ejercicio constante. (Abundància)

 

Mi escasa susceptibilidad debe ser producto de una cierta propensión a la indiferencia. Siempre he escrito a mi manera, no tenido ningun deseo de influir ni de imitar, admito tranquilamente –desde hace tiempo— que sé escribir lo que quiero escribir pero que no soy un genio. Y sobre todo no busco en los demás segundas intenciones ni interpreto negativamente, por sistema, cualquier comentario de los colegas.

Yo tengo demasiado trabajo para ofenderme fácilmente. I si me ofendiese, habría de olvidarlo rápidamente. No se puede estar tan pendiente de lo que dicen los otros. (Susceptible)

 

El conocimiento --y la valoración—de una obra literaria en el ámbito internacional sólo es posible si ha sido traducida. Y la traducción no depende, sólo, de la existencia de un traductor que la haga y un editor que la publique. Depende, para que sea bien recibida en otras lenguas, de las características literarias de la obra original.

La calidad del texto puede que se base en la estructura rítmica de la narración, la combinación de los efectos fonéticos que siempre provoca una escritura; y la fuerza, la gracia o la innovación de estos recursos desaparecen forzosamente en una traducción.

Creo sinceramente que in libro fácilmente legible en todas las lenguas puede ser tan bueno como un libro construido con unos condicionamientos –o unas exigencias—que no favorecen su difusión más allá de una frontera ligüística. (Límit de les traduccions)

lunes, 29 de julio de 2013

FOTOGRAFÍAS QUE HABLAN

UNA SORPRESA
 
 
Las agradables sorpresas no están para quienes las buscan. Una tarde, caminando al azar por Palma de Mallorca, algo cansado de ver tanto ajetreo, entre sorbos de cerveza y visitas a museos, di de repente con una plaza silenciosa y solitaria adonde no llegaba el torbellino incansable de los turistas. Fue como un momento de paz irrepetible en medio de la guerra de coger autobuses, subir , bajar, atiborrar los ojos de informaciones y monumentos, saturar los oídos de voces, gritos y bocinas de coches y agotar los pies de idas y venidas. Y me refugié en él por unos minutos olvidándome de todo lo demás. Allí estaba Chopin, en la plaza que lleva su nombre, tranquilo también y lejos de su alborotada aventura de Valldemosa, con los ojos fijos en la eternidad de la calma, invitándome a seguir su ejemplo. Y lo hice con permiso de la realidad envolvente. Duró poco, pero sentí en lo más hondo del alma pasar muy cerca el aleteo de las sorpresas agradables, algo así como un rápido remedo de la verdadera libertad, el saber que también es posible gozar a solas de la compañía de nuestro verdadero yo. Después volvió

miércoles, 24 de julio de 2013

ESPINÁS EN CASTELLANO (2)



El carácter es el que da la identidad a un escritor.
La escritura puede ser emotiva, bella, sabia, pero es poca cosa sin carácter.
No es que un determinado carácter estropee una obra, es que sin carácter la obra no existe.
En muchos libros de gran éxito el carácter puede ser sustituido por el acierto narrativo, la fuerza de la intriga, la gracia expositiva, la pretensión de originalidad. Pero el interés de todo eso se desvanece a menudo con más o menos rapidez, y lo que acaba consolidando más una obra es el carácter.
El carácter es la señal, la marca identificadora que aparece en la producción de un escritor. (Caràcter)

Mi sacrificio tiene una evidente finalidad altruista: dedicar todos mis esfuerzos a la preservación de la lengua catalana. (Abnegació)

Siempre he pretendido alguna cosa, pero no recuerdo haber alimentado nunca ninguna pretensión excepcional. Me he conformado con la pretensión de poder escribir, una pretensión que me ha acompañado en la adolescencia, en la madurez y en la vejez. Y he tenido la suerte de poder satisfacerla, no ha sido una ambición desordenada ni frustrada.
También he tenido la pretensión de que alguien se decidiese a leerme, y el hecho de que este lector haya existido a lo largo de estas etapas de mi vida me ha hecho absolutamente natural la pretensión de continuar escribiendo y hacerlo sin privilegios ni subvenciones. (Ambició, pretensió)

 
 
He llegado hasta hoy, trabajando con tanta independencia como naturalidad, disfrutando de la atención de los lectores y de la indiferencia de la burocracia cultural, cobrando los derechos de autor por los libros vendidos y no alegrándome la vida con los dineros de los contribuyentes.
He llegado a la edad de reconocer que he tenido suerte y también la juiciosa voluntad de no traicionarla. (Producció)

El cerebro ha de ser alimentado. El cerebro del escritor también. Pero confieso que mi cerebro no ha sido sometido a una dieta de alimentación literaria.
La lectura ha sido un ingrediente del menú, sin duda, pero la mayoría de las proteínas las he obtenido de otros orígenes: la observación directa de una realidad multiforme, la asociación de diversas observaciones, el instinto de la curiosidad, la libertad de pensamiento, el estímulo de la escritura cotidiana.
La confianza en la capacidad de improvisación y su práctica también alimentan el cerebro.
Y también alimenta al cerebro la exigencia de precisión en el lenguaje. Porque es evidente que se piensa con palabras.
Y para la vitalidad mental, la duda es importntísima.
El cerebro se alimenta  decisivamente de pensamientos que se convierten en acciones, aunque no sean conscientes de ello. Lo que hacemos realimenta continuamente lo que pensamos. (El Cervell)
 
Los libros conviene que, a demás de columna vertebral, tengan un caminar ligero. Y seguido.
El lector ha de poder leer un texto que “narra” con una mínima fluidez, no como quien atraviesa en cada página un terreno pedregoso. El lector no se ha de dar cuenta de que respira, y eso pasa cuando el texto ya respira por él mismo. (Lectura)

El escritor es un especialista que domina un área de la literatura, como el cardiólogo domina un área de la medicina.
Todos los escritores comparten la misma herramienta de trabajo, el lenguaje. Con el lenguaje se pueden hacer las más diversas operaciones. Pero, como pasa con el bisturí, conviene saber adónde se quiere llegar. (Competències)
 
He de decir que la gloria no me importa, especialmente la gloria entendida como un reconocimiento póstumo de la labor literaria, porque en la adjudicación de la gloria intervienen los factores más imprevisibles.
La única cosa que pueden hacer los eruditos y los ensayistas es acreditar con frases complicadas que la defunción del escritor ha sido definitiva. (La glòria)

En la prosa, la música es más libre y el ritmo más variado que en la poesía, pero uno y otra conviene que estén presentes en la escritura y mejor si esta presencia responde al instinto del escritor. (L’oïda)

 
Como escritor nunca me he propuesto resolver ningún problema del lector—y menos de la humanidad, como querrían algunos filósofos.
No me ha pasado nunca por la cabeza, ni por el teclado de la máquina, evangelizar a los descreídos.
Ni estimular a los desanimados.
Ni serenar a los excitados.
Ni salvar de la ceguera a los críticos ni deslumbrar a los lectores normales.
Ni entretener benéficamente a los insomnes.
Ni hacer pensar a los apáticos.
Ni aclarar las ideas a los confusos. (Literatura curativa?)

 

 

martes, 23 de julio de 2013

ESPINÁS EN CASTELLANO


 
 
De El meu ofici, La Campana, Barcelona, 2008.

 

Si he de ser sincero, no estoy seguro de que, viendo mi nombre impreso bajo un artículo, pensara que quería ser escritor. Lo que quería era escribir, que no es lo mismo.

El meu oficiquiere decir que llegó un día en que sí que comprendí que yo era escritor. Y ahora me he decidido a dedicar unas cuantas páginas a concretar observaciones y opiniones sobre la escritura, con diversidad de enfoques, aliñando algunas ideas con un punto de ironía y procurando no caer en la suficiencia y en la verbosidad afectada—el oficio se presta a ello--.

Es un libro en el cual me explico, y espero que el lector no confunda convicciones con dogmas. El meu ofici es una muestra de lo que he ido pensando como escritor y también de lo que he ido viviendo. (Pròleg)

 

La voluntad de ser un escritor original es lamentable porque el intento está condenado al fracaso.

Popularmente llamamos “original” a aquella persona o a aquella obra que se aparta de la normalidad que es extraña a lo previsible.

Detrás del originalismo puede haber una dosis excesiva de ignorancia, de incultura. Muchos supuestos rupturistas no saben que eso que se proponen ya lo hizo alguien en otra época.

En el ámbito de la literatura, pienso que se puede llamar propiamente original a aquello que se remonta al origen, que en este caso es el autor. Una obra para que sea válida ha de responder a la identidad del escritor.

En general lo que hay son escritores de calidad, y su obra valdrá si responde –si se “remonta”—al carácter de su autor, a la personalidad literaria que lo define.

La literatura que se aguanta es la céntrica –centrada en la naturaleza del escritor--, no la excéntrica. (Originalitat)

lunes, 22 de julio de 2013

FOTOGRAFÍAS QUE HABLAN

OTRA TARDE
 
Cuando la noche se acerca por las montañas a Tossa,
hay un silencio de barcas atracadas
 y de almenas que muerden la esperanza del que observa,
desde el paseo del mar,
la silueta intemporal de la Vila Vella.
Detrás, tras los últimos abetos de la población
y la espalda empinada de la sierra,
se escucha la última respiración de la tarde
y un grito de gaviota solitaria
que vuela hacia la nube
como a su paz nocturna.

lunes, 15 de julio de 2013

JOYAS DEL VERSO CASTELLANO (2)


Cerramos las muestras de la Edad Media con un bello romance, que sin duda recordarán nuestros seguidores, y abrimos las del Renacimiento con tres joyas.

4. El Romance del Infante Arnaldos, Anónimo
(siglo XV)
De entre los romances viejos, composiciones épico-líricas formadas por series indefinidas de versos octosílabos cuyos pares riman asonantemente quedando libres los demás (8- 8a 8- 8a 8- 8a 8- 8a 8- 8a 8- 8a 8- 8a  8- 8a…), destacan los llamados líricos por su gran belleza y profundos sentimientos, y entre éstos el Romance del Infante Arnaldos.

 

 
¡Quién hubiera tal ventura
sobre las aguas del mar
como hubo el Infante Arnaldos
la mañana de San Juan!
Andando a buscar la caza
para su falcón cebar,
vio venir una galera
que a tierra quiere llegar.
Las velas traía de seda,
la jarcia de oro cendal,
áncoras tiene de plata,
tablas de fino coral.
Marinero que la guía
diciendo viene un cantar
que la mar ponía en calma,
los vientos hace amainar,
los peces que andan al hondo
arriba los hace andar,
las aves que van volando
las hace al mástil posar.
Allí habló el Infante Arnaldos,
bien oiréis lo que dirá:
--Por tu vida, marinero,
dime ahora ese cantar.
Respondióle el marinero,
tal respuesta le fue a dar:
--Yo no digo mi canción
sino a quien conmigo va.









RENACIMIENTO
5. Soneto XXIII, de Garcilaso de la Vega
(1501- 1536)
Los sonetos de Garcilaso de la Vega son conocidos por su perfección y elegancia. Muchos de ellos tratan temas mitológicos como el de Dafne y Apolo, otros versan sobre el amor en sus múltiples facetas, y no faltan los que reflejan el tópico renacentista del Carpe diem (goza el presente), como el que se ofrece aquí.

 

 
En tanto que de rosa y azucena
se muestra la color en vuestro gesto,
y que vuestro mirar ardiente, honesto,
enciende el corazón y lo refrena,

y en tanto que el cabello que en la vena
del oro se escogió, con vuelo presto
por el hermoso cuello blanco, enhiesto,
el viento mueve, esparce y desordena;

coged de vuestra alegre primavera
el dulce fruto antes que el tiempo airado
cubra de nieve la hermosa cumbre.

Marchitará la rosa el viento helado;
todo lo mudará la edad ligera,
por no hacer mudanza a su costumbre.





6. Madrigal, de Gutierre de Cetina
(1520- 1560)
Vamos a hablar seguramente del piropo lírico más famoso que un poeta dedicó a los ojos de una mujer para pedirle que, de un modo u otro, airados, alegres o gnerosos, al menos le siguiera mirando. La estrofa que forma, especie de pequeña silva de 10 versos, adopta el siguiente esquema estrófico: 7a 11B  11B  7c  11D  7d  11C  7c  7a  11ª

 

 
Ojos claros, serenos,
si de un dulce mirar sois alabados,
¿por qué, si me miráis, miráis airados?
Si cuando más piadosos
más bellos parecéis a aquel que os mira,
no me miréis con ira
porque no parezcáis menos hermosos.
¡Ay, tormentos rabiosos!
Ojos claros, serenos,
ya que así me miráis, miradme al menos.