viernes, 31 de diciembre de 2010

PROSAS DE ANTAÑO

Y termino, el último día del año que muere, las vicisitudes y aventuras de Cabeza de Tortilla. Espero que os hayan entretenido. El año próximo espero seguir estando a la altura de lo que todos vosotros os merecéis.


16. Manos de Libro



Berni prefirió, sin embargo, no dejar constancia en sus memorias de lo sucedido con la biblioteca. Y como la luz solar era ya casi invisible, optó por recoger los papeles y sentarse a descansar un rato en el sofá del comedor. Cerró los ojos y, con la nostalgia a flor de piel, se dio cuenta de que sólo había tiempo para recordar.
Era verano y estaba rodeado de sus amigos en aquel refugio de arena y juncos del soto. Chago, para no perder la costumbre, le preguntaba:
--.¿Qué le pasó a Cabeza de Tortilla cuando al fin Manos de Libro se topó con él?
--En realidad, Cabeza de Tortilla no deseaba encontrarse con Manos de Libro porque sabía que cuando eso sucediera dejaría de existir. Así que siempre andaba buscando una excusa para no toparse con Manos de Libro. Y como todo lo que tiene vida un día deja de vivir, eso mismo le ocurrió a Cabeza de Tortilla.
--Pero ¿cómo era Manos de Libro?—insistió el preguntón compulsivo—Muy malo debía ser para que Cabeza de Tortilla anduviera siempre evitándolo.
--Para entendernos fácilmente, te diré que, como muy bien dice su nombre, era un personaje de negro que tenía las manos como cubiertas de libros, y cuando las cerraba, como para aplaudir. todo lo que quedaba dentro pasaba a formar parte de sus entrañas, que estaban hechas de papel y aparecían escritas como las páginas de un libro. Quiero decir que cuerpo era verdaderamente un libro negro y las manos al abrirse o cerrarse actuaban como las tapas de un libro.
--¿Y qué tiene que ver eso con que Cabeza de Tortilla lo esquivase siempre?—volvió a la carga Chago sin que esta vez Merlo hiciese el menor gesto por cerrarle la boca.
--Una relación muy clara. Cabeza de Tortilla en realidad era un personaje de libro y un día en un descuido de Manos de Libro se escapó de la cárcel de sus páginas harto de moverse en mundos fantásticos que, a la larga, son poco prácticos, y deseoso de hacer algo bueno en el mundo de la realidad. Por ejemplo, dar de comer a los pobres, como ya sabéis De ahí que Manos de Libro, que tenía o creía tener un poder absoluto sobre sus personajes, viendo que uno de ellos no sólo se había escapado de sus dominios sino que además parecía pavonearse de ello, quisiera por todos los medios encontrar a Cabeza de Tortilla y de un aplauso certero devolverlo a sus páginas, de las que nunca debió huir.
Y ahora tengo que deciros una cosa: Manos de Libro no consiguió nunca, por lo menos hasta ahora, capturar entre sus páginas a Cabeza de Tortilla, y eso que mandó recorrer todos los lugares asolados por el hambre que hay en el mundo a sus mensajeros negros, que son como interrogantes, unos con forma de nariz de payaso y otros con forma de oreja, llamados también Ganchos de Carnicero y Ganchos de Percha, respectivamente. Una vez estuvieron a punto de sorprender a Cabeza de Tortilla en un pueblo de adobes de Etiopía tras haber empleado éste la técnica de los gorriones para abastecer a todos sus habitantes. Pero los ganchos eran demasiado escandalosos: tropezaban unos con otros y se enredaban entre sí con lo que los insultos que se dedicaban recíprocamente alertaron a Cabeza de Tortilla, que tuvo tiempo de camuflarse en unas dunas cercanas, las cuales, sin despertar sospechas, se deslizaban a impulsos del viento cada vez más lejos del poblado y del alcance consiguiente de los mensajeros negros de Manos de Libro. En cuanto vuelva a saber alguna hazaña más de Cabeza de Tortilla, os aseguro que seréis vosotros los primeros en conocerla.


jueves, 30 de diciembre de 2010

MADRID ESENCIAL 2010


MONUMENTO AL 11-M

Atocha cuenta con un rincón para acoger las emociones, para aborrecer la barbarie de las bombas y recordar a la gente que murió inocentemente bajo ellas. Una especie de corazón universal que late por la justicia y la paz de todos y llora por la pérdida de tantos hombres y mujeres que se vieron de golpe arrancados de una y otra.

Cúpula azul, como un cielo encendido y abierto a las frases de dolor, amor y recuerdo que los vivos escribimos tras la masacre que provocó el ciego y desalmado terrorismo. Aquí, ungidos por la luz de este cristal azul, es muy fácil derramar unas lágrimas por los que un mañana salieron a vivir y desaparecieron de golpe.



Aquí se abrazan todas las lenguas del mundo para condenar el crimen horrendo y recordar a los muertos con cariño. Vi ricordiamo con tenerezza. With all our love… Leo estas frases y veo detrás rostros y vidas. Por eso, pese a todo, cuando salgo de nuevo al vestíbulo, sigo creyendo en la bondad del hombre.









NIEVE DESDE LA CATEDRAL

Sentado frente a La vieja que fríe huevos de Velázquez, veo, a través de la ventana que nos toca, nevar pacientemente, sin prisa, sobre la Carrera de San Jerónimo. La gente va y viene apresurada camino de todas partes. Cae la nieve sin cuajar y quedan gotas blancas colgando del cielo gris, sorprendiendo a las mudas fachadas.


Los copos ingrávidos se enganchan en los armazones de las luces navideñas, convirtiéndose así, por la magia de este especial noviembre, en blancas cortinas de paz tendidas de un lado a otro de la calle. Si cuajara la nieve, a las cortinas improvisadas en las calles, se añadiría la alfombra de armiño de la Navidad y su ternura.


Aquí dentro, en la nave superior de La Catedral, junto a La vieja que fríe huevos de Velázquez, estamos como en casa. ¡Qué más podemos pedir! Y si luego cuaja la nieve, cuando a mitad de la tarde abandonemos Madrid nos llevaremos en el AVE a Barcelona este recuerdo nevado de noviembre. ¡Heladas mariposas blancas!

miércoles, 29 de diciembre de 2010

MEMORIAS DE UN JUBILADO

Adiós a una década

Ahora que el último año de la primera década del siglo XXI está dando sus últimas boqueadas, echo una última mirada atrás para hacer un breve balance, balance propiamente agridulce por cierto. Si miramos al mundo, económicamente no puede ser más lamentable. Los gobiernos luchan a contracorriente por liberar a sus respectivos países del ofidio insaciable de la crisis, mientras que la naturaleza tampoco ayuda mucho a solucionar el problema, con sus pavorosos terremotos, inundaciones, incendios, corrimientos de tierras, erupciones volcánicas... Y si esto es poco, pensemos en la escalada imparable del terrorismo que siembra el miedo y la muerte en cualquier parte del planeta, haciendo temblar los cimientos de Occidente, que hasta hace poco considerábamos intocables.



Y nuestro país no se salva de ninguna de esas lacras. A la crisis económica galopante que sufrimos desde mediados de la década se le une el plan del Gobierno para sanearla, impopular y salvaje, que no deja de causar el malestar de los ciudadanos. Y además, por su mala gestión política, todo se vuelve contra él en forma de paro, huelga general, sedición de los controladores aéreos, malestar de los funcionarios públicos y de los pensionistas, aumento de las tarifas eléctricas y un largo etcétera, al que sólo puede frenar un cambio de Gobierno, sea el que está o el de otra fuerza política, con tal que genere confianza en todos los ámbitos de la sociedad.


Sin embargo, esta década en lo referente a mí, ha ido como esperaba, incluso estoy más que satisfecho con las experiencias vividas, tanto en el plano personal, como familiar y profesional . Empezando por éste, debo consignar la paz y libertad que he conseguido en mi labor docente, sobre todo, en el Instituto de mi preferencia, el IES La Románica, de Barberá del Vallés, en el que obtuve mi jubilación hace un par de años y donde he dejado buenos amigos entre los colegas y los alumnos, con quienes mantengo un contacto positivo y empático. En cuanto a la familia, me he visto gratamente sorprendido por la llegada de dos nietos, el último de los cuales va a cumplir dentro de poco dos meses de edad, con lo cual mi ternura se ha visto ampliada gozosamente. Por último, en lo tocante a mi vida de creación literaria, esta década que ahora muere me ha reportado numerosos reconocimientos y satisfacciones. Desde la entrañable presentación de mi último libro de poemas, El cuaderno de Sísifo, en el Ateneo Barcelonés, en la que me vi arropado de familiares, amigos y conocidos que me aprecian, hasta el placer inmenso de recibir premios y reconocimientos por mi obra, como el Chiscón de cuentos que me llevó hasta Madrid, donde viví momentos inolvidables y conocí nuevos amigos o el de Poesía Ciudad de Montoro con una colección de poemas sobre el viaje a Zamora de 2006.
Hablando de viajes, y para terminar esta entrada, debo decir que la primera década del siglo XXI ha sido pródiga en ellos. Lanzarote, Praga, Venecia, París, Menorca, Ibiza, Lisboa... y recientemente Madrid han dejado en mí su peculiar poso de vida, arte y cultura.


Echada por última vez la mirada atrás, piso con esperanza el camino que me llevará a la segunda década de este milenio.

martes, 28 de diciembre de 2010

PROSAS DE ANTAÑO

De Cabeza de Tortilla


15. El caso de la biblioteca (y 3)



Así pues, decidido a volver al día siguiente para culminar el plan, ocultó el dinero y el cuaderno manuscrito tras la hilera de libros donde había encontrado este último y salió a la calle con una sonrisa de oreja a oreja.
En su casa recordó unas palabras del sobrino acerca de la pintura de la princesa y, tras cenar frugalmente, se metió en la cama pensando en los acontecimientos que le esperaban.
Por eso, en cuanto a la mañana siguiente se vio de nuevo entre las cuatro paredes de la casa del romántico, se dirigió a la biblioteca, a la mesa sobre la que permanecía extendido el cartel teatral con Doña Paula, Ginés, Don Jerónimo, Bartolo y los demás, y lo examinó fijamente. De repente cayó en la cuenta de que la obra francesa podía tener traducción española, como es habitual en los casos de Moliére y otros dramaturgos del Clasicismo, y se le iluminaron los ojos al recordar que Leandro Fernández de Moratín había traducido El médico a palos. Con el corazón latiéndole a mil pulsaciones por minuto, acudió al estante del siglo XVIII español; allí había un volumen de Jovellanos, una antología de textos de Cadalso, las Cartas eruditas de Feijoo, un libro de poesías de Meléndez Valdés, una tragedia de García de la Huerta, la Vida de Villarroel, un tomo con algunos sainetes de Ramón de la Cruz, y tres libros del citado Moratín, entre los cuales descubrió un tomo de traducciones de Moliére. Sacó este último del estante y vio en la portada los siguientes títulos: La escuela de los maridos y El médico a palos. --¡El médico a palos!—exclamó alborozado--. ¡Lo sabía!
Ávidamente pasó las hojas del libro y, ¡gran sorpresa!, esta vez el premio fue mucho mayor. Intercalados en el volumen halló hasta diez billetes de cien euros cada uno.
Sólo le faltaba solucionar el problema de la pintura de la princesa y acudió a donde se hallaba el cuadro. Lo miró de arriba abajo y desde todas las perspectivas posibles.
--Princesa... princesa...—empezó a pensar en voz alta--, ¿dónde he visto yo alguna princesa? ¿Y este pavo real que aparece en segundo plano? ¿Qué relación guardan entre sí y con el asunto de los libros, el cuaderno manuscrito y la grabación del magnetófono?
De pronto se dio un golpe en la frente.
--¡Ya está!—exclamó--, la princesa del poema de Rubén Darío. En ese libro debe hallarse el intríngulis de la cuestión.
Y regresó a la biblioteca; allí, en el estante correspondiente descubrió el lomo del libro. Lo sacó de su sitio con verdadera unción, lo abrió como si se tratara de un formulario de magia y ante sus ojos se ofreció un espectáculo increíble. Sacudió el libro y billetes y billetes de cien euros empezaron a caer al suelo como una lluvia azul de bendiciones materiales.
Reunió todo el dinero en la cartera de mano que se había llevado al efecto aquella mañana y, desde el teléfono del vestíbulo de la casa llamó al heredero. Le dijo que, tras hacer los estudios pertinentes de las obras que se reunían en la biblioteca de su difunto tío, había llegado a la conclusión de que su valor ascendía, tirando alto, a doce mil euros y añadió que del posible comprador no debía preocuparse pues ya lo había encontrado y que, finalmente, si no tenía ninguna objeción que hacer sobre todo lo dicho, él mismo se encargaría de efectuar la operación de compra y venta.
El patán del sobrino, al que sólo le interesaba el dinero y disponer de él lo antes posible, aceptó de buen grado la operación y añadió que le aumentaría la tarifa de la tasación de la biblioteca en un buen pico.
Berni, más que satisfecho, acordó encontrarse con el sobrino por la tarde de ese mismo día en el bar de la estación; allí le entregaría la cantidad convenida y luego tomaría el tren de las ocho camino de Salamanca, donde asistiría a un congreso de narrativa tradicional.
Cuando colgó el teléfono pensó que aún disponía de unas horas para dejar zanjado completamente el asunto. Sobre la mesa del escritorio colocó en varias pilas los libros del dinero. Después citó por teléfono en la casa al comprador, un conocido suyo que era profesor de Universidad y gran amante de los libros, y que previamente había examinado la biblioteca del viejo romántico, y esperó su llegada releyendo las joyas literarias que el primer dueño de la casa había copiado en su misterioso cuaderno. Estaba saboreando unos versos cuando sonó el timbre de la puerta. Salió a abrir. Era el profesor.
--Pasa –le dijo--. Al final he conseguido que te rebaje el precio a doce mil euros.
--¡Estupendo!—exclamó el recién llegado--. No sabes cómo te lo agradezco. Si puedo ayudarte en algo, ya sabes...
--Pues sí –interrumpió Berni--. A cambio de esta última rebaja, me gustaría quedarme con esos libros que hay encima del escritorio, si no te importa.
--¿Por qué esos y no otros? –preguntó aquél.
--Por nada especial. Simplemente les he cogido cariño.
El profesor se acercó, leyó algunos títulos y examinó las fechas de sus respectivas ediciones.
--¿Pones algún reparo?—le preguntó Berni.
--No. Puedes quedarte con ellos. Son títulos que ya poseo en otras colecciones mejores y estas ediciones no tienen nada de especial. En cuanto al dinero, traigo un talón conformado por mi banco. Supongo que el dueño no pondrá ningún inconveniente.
--Claro que no—contestó Berni cogiendo el talón.
--¿Cuándo puedo venir para llevarme los libros?
--Mañana mismo. Esta tarde le doy el dinero al dueño y le digo que esté aquí esperándote mañana por la mañana. ¿Algo más?
--No, sólo gracias otra vez por el favor que me has hecho.
Cuando Berni volvió a quedarse a solas, se frotó las manos felicitándose de lo bien que había salido todo. Luego llamó por teléfono a un taxi para que viniera a recogerle y mientras tanto preparó un par de paquetes con sus libros. Al poco tiempo estaba ya en el taxi camino de la estación. Se palpó el costado donde notó el bulto con el dinero y dedicó una mirada llena de ternura a los libros.
En la estación adquirió el billete de tren y facturó los paquetes. Comió en el restaurante como un sátrapa y perdió el tiempo gozosamente en espera de la cita que había concertado con el sobrino del sabio romántico. Al pensar en este último, en el sabio romántico, echó una mirada hacia arriba y musitó:
--Gracias, muchas gracias.



lunes, 27 de diciembre de 2010

MADRID ESENCIAL 2010

EN EL CAFÉ GIJÓN


Una cerveza y un café, y un mar de gente que inunda los espejos como los precios de la consumición nuestros bolsillos. Y a vivir, y a beber la vida como si se fuera ahora, mientras el humo de los cigarros se enreda en las palabras de las conversaciones que pululan entre las columnas como fantasmas del pasado.


Por las rejillas blancas miran ojos invisibles de actores que hicieron mutis hace un siglo o susurran labios ateridos monólogos de Arniches o Víctor Ruiz Iriarte, mientras que desde encima de la barra, cátedra de humanidades, ofrecen lecciones de belleza cuadros de bohemios que aquí empezaron su camino.


Desde la pared que da a Recoletos Cela y Umbral nos miran serios como si acabaran de pronunciar una grave sentencia, algo difícil de entender, un párrafo de soledad en medio del hervidero de la gente o un capítulo de existencia límite entre el albor de una mañana de primavera y un oscuro crepúsculo de fusilamiento.




Por un momento, el Café Gijón, por arte de la magia y el ensueño, se aísla de este noviembre y levita sin crisis y sin ansias en un mundo de ficción. Hasta el reloj, de marco lobulado, parece detenerse en una hora sin fin, como el nivel dorado de mi cerveza. ¡Lástima que tenga que salir de esta burbuja sin tiempo!


Antes de volver al gélido otoño de la calle, constato el hecho de que el Café Gijón vive más del pasado que del presente. Nosotros, viajeros del 2010, hemos entrado en él para vivir algo de lo que vivieron los artistas, los bohemios y los literatos de otro tiempo, que hicieron lo que es hoy el Café y será siempre.


domingo, 26 de diciembre de 2010

PROSAS DE ANTAÑO



De Cabeza de Tortilla
15. El caso de la biblioteca (2)



Y salió corriendo hacia el piso superior. Descolgó la mencionada pintura y la desembarazó del marco buscando algo sin saber excatamente qué. Pero allí no había nada sino el polvo acumulado del tiempo. Desalentado regresó a la biblioteca y siguió escuchando la voz grabada de su difunto tío. Rebobinó la cinta decenas de veces y donde le parecía, paraba el aparato y anotaba en un papel las palabras que le sonaban de modo diferente: “capa caída”, “los ojos de los otros”, “fuente”, “entre las flores de un jardín”, “una mano de hierro”, “horizonte”, “mal”, “princesa”... ¿Qué relación podían guardar con las riquezas del difunto tío las palabras que había anotado? Sabía que en el desván debía de haber una capa vieja del anterior dueño de la casa, y en el patio posterior se levantaba todavía una fuente aunque sin agua, y algunas flores quedaban en el raído jardín del costado de la casa, y en el llamador de la puerta principal existía una mano de hierro... Pero no encontró nada que le hiciera pensar que estaba en buen camino. De modo que, después de pasarse el día en blanco, dejó la casa con un humor de perros.
Por la noche se desató un fuerte temporal en la región, y por algunas ventanas que dejó el sobrino abiertas el día anterior irrumpieron la lluvia y el viento, los cuales hicieron serios destrozos en varias dependencias de la casa. Cuadros rotos por el suelo, los papeles del escritorio revueltos y mojados y varios carteles teatrales que siempre habían sido una alegría para el difunto acabaron totalmente destrozados. En este deplorable estado encontró la casa el sobrino al día siguiente. Al punto pensó que algún extraño espíritu mandado por su difunto tío quería burlarse de él. No tocó nada. Su rostro era un espejo donde se reflejaban la rabia, el miedo y la perplejidad. Y obcecado con una idea, se acercó a la inmobiliaria del pueblo y puso la casa en alquiler, no sin antes dejar dicho que buscaba a una persona que entendiera de libros para tasar el precio de la abundante biblioteca que poseía la casa.

Y aquí es donde aparece Berni.
Casualmente uno de los empleados de la inmobiliaria, que conocía de oídas a Berni, le puso en antecedentes sobre las peticiones del heredero. Encantado con la idea, Berni se puso en contacto con el nuevo dueño de la casa y, aceptadas por ambas partes las condiciones del contrato del nuevo trabajo, Berni empezó su labor aquel mismo día. A las pocas horas de estar revisando el contenido de la biblioteca, descubrió tras una hilera de libros un cuaderno escrito a mano; entre sus páginas halló poemas y fragmentos de prosa realmente bellos pertenecientes a varios escritores de la literatura universal. Realmente, las perlas literarias recogidas en aquel cuaderno le parecieron a Berni las inequívocas muestras de un alma sensible y exquisita. En un sitio leyó: “...Aguas claras y puras,
en cuyo limpio seno
vi la beldad mayor
que el mundo encierra;
florestas y frescuras,
bosques de álamos llenos,
morada de los dioses de esta tierra...”

En otro las conocidas palabras:
“Existir o no existir, ésta es la cuestión. ¿Cuál es más digna acción del ánimo: sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, u oponer los brazos a este torrente de calamidades y darles fin con atrevida resistencia?”

Y en otro:
“Quedóse la esperanza grabada allí, potente,
y en sus mejillas pálidas, la dulce suavidad
de la paz del sepulcro, que señaló en su frente
su augusta majestad.”

Y en la última página escrita encontró esta muestra de literatura rusa:
“Mientras tanto, en el piso inferior de la casa, el joven Nicolás dormía un sueño agitado. Una lamparilla, pues jamás pudo acostumbrársele a la oscuridad, esparcía su débil luz por el aposento...”
Cuando Berni cerró el cuaderno, se frotó los ojos y respiró profundamente. Instintivamente abrió el cajón de la mesa y halló el magnetófono que había estado oyendo el sobrino. Lo sacó y lo puso en marcha. Escuchó durante un tiempo la voz grabada en él y para su sorpresa descubrió que los fragmentos oídos coincidían con los que acababa de leer en el cuaderno. Entonces tuvo una corazonada. Como empujado por una fuerza ajena a él, se levantó del escritorio y se dirigió hacia una de las paredes de la biblioteca; allí empezó a leer en voz alta los lomos de los libros.
--¡Joder! Ahora va a resultar que los trozos grabados en ese aparato y los escritos en el cuaderno pertenecen a las obras cuyos lomos estoy leyendo en este momento. Esto tiene que significar algo.
Pero al punto reaccionó.
--Por otra parte, es lógico que los fragmentos escritos y grabados hayan sido extraídos de los libros que tenía su dueño.
Sin embargo, el corazón le volvió a dar un vuelco.
--Pero ¿y si el dueño quiso dejar dicho algo relacionado con esos trozos literarios? Desde luego yo no me quedo sin averiguarlo.


Y sacó de su nicho en el estante Guerra y paz. Era un volumen que se conservaba bien. Lo abrió. El olor a tinta vieja entró raudo por su nariz. Allí, ante él estaba Tolstoi con mil horas de trabajo y el cerebro puesto al servicio del corazón. Parte de la eterna Rusia latía en aquellas páginas. Pero otro tipo de latido el que buscaba Berni en el libro. Pasó las hojas febrilmente hasta llegar al pasaje donde el pequeño Nicolás dormía a la luz de la débil lamparilla. Y...¡sorpresa!, allí encontró la causa y el efecto, todo en uno, de la corazonada que había sentido momentos antes. ¡Un billete de cien euros adornaba maravillosamente la página como un cielo de primavera! Lo mismo hizo con los demás fragmentos y los libros de los que habían sido sacados. Respecto del fragmento que se iniciaba con “ Y en esto comenzaba diciembre...”, descubrió que pertenecía a Pereda y al único libro que del escritor cántabro poseía la biblioteca, El sabor de la tierruca; así pues, otro billete de cien euros brilló en sus manos al abrir el citado libro. El resto de los billetes fue apareciendo en Marta y María, la preciosa novela de Palacio Valdés; El alcázar de las perlas, drama del modernista Villaespesa; En Flandes se ha puesto el sol, del dramaturgo catalán Eduardo Marquina, modernista como el anterior; El párroco de aldea, del portugués Alejandro Herculano...
En cuanto acabó con el magnetófono, decidió tomarse un respiro, y al girar la cabeza reparó en un cartel arrugado y húmedo que había en el suelo, a pocos pies de la mesa. Lo estiró como pudo y vio sobre el papel representada una escena cuyos personajes tenían puestos sus nombres bajo ellos: Doña Paula, Ginés, Don Jerónimo, Bartolo... (todos eran personajes de un conocido dramaturgo francés). Al punto pensó que entre los libros de la biblioteca debía de hallarse alguno referido al teatro de Moliére; en efecto, en el lugar destinado a los autores franceses encontró el libro que buscaba, El médico a palos. Pasó las hojas con avidez buscando el billete correspondiente, pero allí no halló ninguno. Decepcionado, dejó el volumen en su sitio y regresó al escritorio para ojear el cuaderno manuscrito. Eso sí que respondió como esperaba, pues en el libro de Lamartine, del que se había copiado El Crucifijo, encontró entre sus amarillentas hojas la sonrisa inmaculada del billete de cien euros. Y lo mismo en Hojas de otoño, de Víctor Hugo; y en La Divina Comedia, de Dante, en cuyo Infierno encontró Berni el cielo inconfundible del billete; y lo mismo en el Cancionero, de Petrarca; y en el Orlando furioso, de Ariosto; y en Hamlet; y en El Paraíso perdido, de Milton; y en el Fausto, y en los Cuentos de Andersen...
Antes de dar por terminado su trabajo y de llamar al sobrino para hablarle de la biblioteca de su tío, Berni se reservó un día más para cerrar algunos cabos sueltos. De momento, ya estaba bien lo que había sacado en claro y... en dinero, posiblemente la herencia que el antiguo dueño de la casa había legado a quien fuera capaz de amar y comprender el lenguaje misterioso y fecundo de los libros y la literatura y no a un sujeto cerril como su sobrino. Encima de la mesa había un buen fajo de billetes, que ya eran suyos porque, sobre la marcha, había ideado un plan para quedarse legalmente con todo aquel dinero.




sábado, 25 de diciembre de 2010

CURSOS


NUEVE NOVELISTAS DEL REALISMO ESPAÑOL

1. "Fernán Caballero", Pedro Antonio de Alarcón y José María de Pereda.






Cecilia Böhl de Faber, "Fernán Caballero" (1796-1877) nació en Morges (Suiza), cuando sus padres, el hispanista J. N. de Faber y la dama gaditana F. de Larrea, iban camino de Alemania. Contrajo matrimonio tres veces y una cuantiosa herencia de sus tres maridos (el último se suicidó en 1859). Luego se fue a Sevilla, donde vivió hasta su muerte.
Escribió poesía de tipo popular, cuentos y novelas. La primera novela (para muchos la más importante) fue La Gaviota, que es el nombre que se da a la protagonista, Marisalada, humilde pescadora andaluza de la que se enamora Stein, un médicor alemán. La novela defiende la doctrina según la cual la natural maldad del hombre sólo puede salvarse con la educación. En la otra gran novela de la autora, La familia de Alvareda, se cuenta un crimen por celos. Y en casi todas ellas se ataca a la virtud y se condena al pecado. He aquí un fragmento de la primera:
"Salieron aquellas armas terribles y el toro quedó en breve desjarretado: dio un rugido de dolor, sacudió su cabeza con rabia y lanzó a Pepe Vera a distancia, y cayó al golpe del puñal que le clavó en la nuca el innoble cachetero. Los chulos levantaron a Pepe Vera.
¡Está muerto!--tal fue el grito que exhaló unánime el brillante grupo que rodeaba al desventurado joven, y que de boca en boca subió hasta las últimas gradas, cerniéndose sobre la plaza a manera de fúnebre bandera."




Pedro Antonio de Alarcón (1833-1891) nació en Guadix (Granada) estudió primero en el seminario y luego el bachillerato, Derecho en Granada (sin acabar la carrera) y, finalmente Teología, que tampoco terminó. Se fue a Madrid para triunfar en la literatura pero tuvo que volver fracasado a su tierra. De vuelta a la Corte, un duelo con G. de Quevedo, que disparó su arma al aire, le hizo sufrir una crisis espiritual profunda y se hizo ferviente católico y conservador político. Tomó parte en la guerra de África y de allí volvió herido. Escribió Diario de un testigo de la guerra de África, que le hizo famoso y rico. Viajó por Italia. De nuevo en Madrid, fue académico, diputado y consejero de Estado. Finalmente, en 1882 dejó de escribir tras recibir críticas negativas por su novela La Pródiga.
Alarcón escribió, además de las obras citadas, algunas crónicas de viajes, cuentos y relatos breves y, sobre todo, novelas. Entre ellas destacan El niño de la bola, que, de ambiente popular, se hace atractiva al lector por la rapidez de la acción y la verdad de las pasiones descritas en ella. El escándalo, en la que las dudas morales del protagonista Fabián Conde lo llevan, aun siendo inocente, a una situación comprometidísima. He aquí un fragmento del Cap. IV:
“El marqués estuvo casado dos veces: la primera, con una irlandesa de origen, nacida y criada en esta misma casa en que nos hallamos, e hija única del ya entonces difunto barón de O’Lein, emigrado de las islas británicas a consecuencia de sus exaltadísimos sentimientos católicos… De este primer matrimonio, que apenas duró año y medio, nació Lázaro, quien heredó, por consiguiente, el título de barón, el caudal, no muy importante, a él anejo, y este ruinoso palacio comprado por el barón de O’Lein cuando se estableció en España.
Muerta la madre de Lázaro, pero no todavía su abuela materna, obtuvo ésta del marqués de Pinos que dejase a su cuidado al tierno infante, quien fue educado primeramente en Madrid y después en un colegio católico de Irlanda, de la manera aprovechadísima que habrá usted podido notar en sus relaciones con mi sabio hermano.”

Finalmente, El sombrero de tres picos (para muchos un cuento largo) está basada en un tradición popular (el romance El Molinero de Arcos), donde a pesar de las artimañas llevadas a cabo por los dos personajes masculinos, rivales por amor (un amor basado en el malentendido), se mantienen intactas las virtudes de sus sendas mujeres, la molinera y la corregidora. Sobre este mismo asunto Manuel de Falla compuso una comedia coreográfica que se estrenó en 1919.
En el apartado del Texto Comentado se incluye un fragmento.



José María de Pereda (Polanco, Santander, 1833- Ídem, 1906) procedía de una familia hidalga. Hizo sus primeros estudios en Santander y luego siguió los de artillero en Madrid, aunque los interrumpió para regresar a la capital cántabra. Allí pasó su vida cuidando de su hacienda y dedicándose a las letras. Fue diputado carlista en las primeras Cortes de Amadeo de Saboya y miembro de la Academia Española de la Lengua.
Escribió numerosos cuadros de costumbres referidos a la región, como Escenas montañesas, Tipos y paisajes o Bocetos al temple. Pero debe su fama a las novelas, que son de dos tipos principalmente:
.-Montañesas o de la tierra, entre las que sobresalen Don Gonzalo González de la Gonzalera, Peñas arriba o Sotileza, de la que copiamos el fragmento siguiente:



“De pronto percibieron sus oídos un pavoroso rumor lejano, como si trenes gigantescos de batalla rodaran sobre suelos abovedados; sintió en su cara la impresión de una ráfaga húmeda y fría, y observó que el sol se oscurecía y que sobre la mar avanzaban, por el Noroeste, grandes manchas rizadas, de un verde casi negro. Al mismo tiempo gritaba Reñales:
--Abajo esas mayores…! ¡El tallaviento sólo!
Y Andrés, helado de espanto, vio a aquellos hombres tan valerosos
abandonar los remos y lanzarse, descoloridos y acelerados, a cumplir los mandatos del patrón.
Un solo instante de retardo en la maniobra hubiera ocasionado el temido desastre; porque apenas quedó izado el tallaviento, una racha furiosa, cargada de lluvia, se estrelló contra la vela, y con su empuje envolvió la lancha entre rugientes torbellinos.”

.- No montañesas y de tesis, algunos de cuyos títulos más conocidos son:
La Montálvez, que pinta la alta sociedad madrileña, El buey suelto, donde defiende a machamartillo el matrimonio, frente a las tesis de Balzac, o Pedro Sánchez, que tiene mucho de novela picaresca a la vez que recuerda sus recuerdos de estudiante en la capital de España.


Lecturas y actividades

Lee el texto siguiente de La Gaviota, de Fernán Caballero, y contesta las preguntas de abajo:

"Don Modesto, que infirió que la buena mujer iba a armar sus baterías, fiel a la neutralidad que había prometido, se despidió, dio media vuelta a la derecha y tocó retirada, pero no sin que la tía María le diese un par de lechugas y un manojo de rábanos.
--Hija mía--dijo la anciana cuando estuvieron solas-- ¿qué no sería que se casase contigo don Federico, y que fueses tú así la señá médica, la más feliz de las mujeres, con ese hombre que es un San Luis Gonzaga, que sabe tanto, que toca tan bien la flauta y gana tan buenos cuartos? Estarías vestida como un palmito, comida y bebida como una mayorazga; y, sobre todo, hija mía, podrías mantener al pobrecito de tu padre, que se va haciendo viejo, y es un dolor verle echarse a la mar, que llueva, que ventee, para que a ti no te falte nada. Así, don Federico se quedaría entre nosotros, consolando y aliviando males, como un ángel que es.
María había escuchado a la anciana con mucha atención, aunque afectando tener la vista distraída; cuando hubo acabado de hablar, calló un rato y dijo después con indiferencia:
--Yo no quiero casarme.
--¡Oiga!-- exclamó la tía María--, pues ¿acaso te quieres meter monja?
--Tampoco-- respondió la Gaviota.--
--Pues qué-- preguntó asombrada la tía María--, ¿no quieres ser ni carne ni pescado? ¡No he oído otra! La mujer, hija mía, o es de Dios o del hombre; si no, no cumple con su vocación, ni con la de arriba, ni con la de abajo.
--Pues ¿qué quiere usted, señora? No tengo vocación ni para casarme ni para monja.
--Pues, hija-- repuso la tía María--, será tu vocación la de la mula. A mí, Mariquita, no me gusta nada de lo que sale de lo regular; en particular les está tan mal no hacer lo que hacen las demás, que si fuese hombre le había de huir a una mujer así como a un toro bravo. En fin, tu alma en tu palma; allá te las avengas. Pero --añadió con su acostumbrada bondad-- eres muy niña y tienes que dar más vueltas que da una llave."

a) Habla de los personajes que aparecen en este fragmento e intenta retratarlos por sus acciones, sentimientos y palabras.
b) ¿De qué otros personajes y cómo se habla en el texto sin que aparezcan en él? ¿Qué relación guardan con los otros personajes? Justifica la respuesta.
c) Consulta algún libro que trate de la Celestina y luego indica algún parecido suyo con la tía María, personaje que aparece en el texto.
d) Comenta la teoría que tiene la tía María del matrimonio y de la vocación de la mujer. ¿Estás de acuerdo con ella o con la Gaviota? Razona tu respuesta.
e) Explica los tiempos verbales presentes en el fragmento haciendo diferencia entre los que aparecen en la narración y en los diálogos.
f) Explica el significado que tienen las siguientes expresiones: “Tocó retirada”, “la mujer o es de Dios o del hombre”, “no quieres ser ni carne ni pescado”, “tu alma en tu palma”, “allá te las avengas”.
g) Comenta las comparaciones del texto.
h) Averigua quién fue San Luis Gonzaga y explica la presencia del santo en el texto.




TEXTO COMENTADO

Fragmento de El sombrero de tres picos,
de P. A. de Alarcón

"El tío Lucas era más feo que Picio. Lo había sido toda su vida, y ya tenía cerca d cuarenta años. Sin embargo, pocos hombres tan simpáticos y agradables habrá echado Dios al mundo. (...) Lucas era en aquel entonces, y seguía siendo en la fecha a que nos referimos, de pequeña estatura (a lo menos en relación con su mujer), un poco cargado de espaldas, muy moreno, barbilampiño, narigón, orejudo y picado de viruelas. En cambio, su boca era regular y su dentadura inmejorable. Dijérase que sólo la corteza de aquel hombre era tosca y fea; que tan pronto como empezaba a penetrarse dentro de él aparecían sus perfecciones, y que estas perfecciones principiaban en los dientes. Luego venía la voz, vibrante, elástica, atractiva; varonil y grave algunas veces, dulce y melosa cuando pedía algo, y siempre difícil de resistir. Llegaba después lo que aquella voz decía: todo oportuno,, discreto, ingenioso, persuasivo... Y, por último, en el alma del tío Lucas había valor, lealtad, honradez, sentido común, deseo de saber y conocimientos instintivos o empíricos de muchas cosas, profundo desdén a los necios, cualquiera que fuese su categoría social, y cierto espíritu de ironía, de burla y de sarcasmo, que le hacían pasar, a los ojos del académico, por un don Francisco de Quevedo en bruto."

SITUACIÓN
Pedro Antonio de Alarcón es uno de los primeros novelistas del Realismo español, junto con Cecilia Böhl de Fáber "Fernán Caballero", aunque se diferencia de ella en que él sabe despegarse del subjetivismo propio del Romanticismo para hablar de vidas ajenas a su persona y pintarlas con objetividad, aunque sin olvidarse de rodearlas de sentimientos y notas pintorescas y singulares. Dentro de su producción novelística (El escándalo, El niño de la bola, El Capitán Veneno, La pródiga...), El sombrero de tres picos, obra a la que pertenece el texto, destaca por su naturalidad, amenidad y belleza, y su acción está basada en un asunto de romances y canciones tradicionales españoles: la venganza que el molinero Lucas hace en la persona del Corregidor de su pueblo por intentar seducir a su esposa. El fragmento corresponde a las primeras páginas de la narración donde se caracteriza a los tres principales personajes de la historia: el Corregidor, el molinero Lucas y su esposa Frasquita; concretamente, al capítulo V titulado."Un hombre visto por fuera y por dentro".

CONTENIDO
El fragmento recoge el retrato del molinero Lucas. Primero, de un modo global, sintetizado, el autor nos dice cómo es el tío Lucas por fuera ("más feo que Picio") y por dentro ("pocos hombres tan simpáticos y agradables habrá echado Dios al mundo"). Después leemos el retrato del personaje al detalle, dividido en dos partes fundamentales y una oración que sirve de puente o de transición entre ambas. En la primera parte (desde "Lucas era..." hasta "su dentadura inmejorable") se realiza lo que se llama una prosopografía, es decir, se describen los rasgos físicos del personaje; conviene decir que todos parecen negativos (pequeña estatura, cargado de espaldas, muy moreno, barbilampiños, narigón, orejudo y picado de viruelas), excepto la boca, que es perfecta. Entre la primera parte y la segunda el narrador incluye una frase de transición entre la prosopografía y la etopeya del protagonista, que es un acierto inmejorable (desde "Dijérase..." hasta "estas perfecciones principiaban en los dientes"), acierto que consiste en entrar en el interior del personaje partiendo de un rasgo externo, la boca. La segunda parte (desde "Luego venía..." hasta el final) describe los rasgos morales del personaje, todos de signo positivo (la voz seguida de una serie de cualidades, de las que se deducen las de Lucas: oportunidad, discreción, ingenio...; el alma valerosa, leal, honrada...) Finalmente, se añaden otros caracteres y comportamientos del molinero, como sentido común, ansia de saber, empleo de la ironía...

ANÁLISIS
Pedro Antonio de Alarcón en el presente fragmento, valiéndose de un lenguaje claro y eficaz, retrata de manera muy original al tío Lucas, como hemos apuntado antes. Ahora destacaremos la abundante adjetivación aplicada tanto a los elementos físicos como a los morales. Se trata de un grupo de adjetivos especificativos e identificadores: "pequeña" (aplicado al sustantivo "estatura"), "regular" ( a "boca"), "inmejorable" (a "dentadura"), la serie "vibrante", "elástica", "atractiva", "varonil", "grave", "dulce", "melosa" se aplica a un solo sustantivo, "voz". Otras veces los adjetivos hacen referencia a virtudes del personaje; son los casos de "oportuno", "discreto", "ingenioso", "persuasivo"... En cambio, otras virtudes son mencionadas por medio de los nombres abstractos "valor", "lealtad", "honradez", "sentido" ("común"), "desdén"... Insistimos en las frases que sirven de puente natural entre la descripción física y psicológica del tío Lucas sin olvidarnos de la metáfora incluida en la mencionada transición: "Dijérase que sólo la corteza de aquel hombre era tosca y fea" ("que tan pronto como empezaba a penetrarse dentro de él aparecían sus perfecciones..."). Hemos de citar también la comparación que se le hace al protagonista con Quevedo por su ironía, burla y sarcasmo. Finalmente, señalamos las constantes enumeraciones y asíndetos del fragmento y, sobre todo, el empleo de los adverbios de tiempo, necesarios para ordenar los elementos del retrato: luego, después, por último.

CONCLUSIÓN
En resumen, estamos ante un texto meramente realista en el que con un lenguaje eficaz y claro, se retrata al personaje central de la novela, valiéndose, entre otros recursos expresivos, de abundante adjetivación y nombres abstractos, metáforas, comparaciones y asíndetos. Y, sobre todo, de una técnica tan eficaz como original: la de partir de los rasgos físicos de la persona (en su mayoría negativos) para pasar a sus rasgos morales (todos positivos) entrando materialmente en su interior por la boca ( citando en primer lugar la dentadura inmejorable del tío Lucas).

viernes, 24 de diciembre de 2010

PROSAS DE ANTAÑO

Una más de Cabeza de Tortilla


15. El caso de la biblioteca (Primera parte)


Escribiendo lo del Sastre y el zapatero, Berni recordaba la diversidad de profesiones y oficios que había tenido que desempeñar a lo largo de su vida. Y le vino a la memoria el más curioso de todos y también el más lucrativo, que fue el de tasar el coste de una biblioteca que un sabio romántico dejó en manos de un sobrino suyo que sentía muy poco amor por las letras.
En una localidad vecina vivía un sabio romántico que, ya viejo y moribundo, se dedicó a grabar en un magnetófono fragmentos en prosa y verso de sus autores favoritos y a escribirlos en un cuaderno. Y una vez terminado este trabajo, sabedor de que sus horas estaban contadas, en su lecho de muerte se puso a revisar la película de su vida hasta que la muerte se lo llevara definitivamente. En primer lugar recordó a una chica del pueblo que fue su primer amor y cómo lo dejó una noche en que junto al río le recitó muy lentamente y con tono declamatorio estos versos:
“Son tus labios un rubí
partido por gala en dos,
arrancado para ti
de la corona de un dios”.
La chica debió creer que el joven que le decía aquello no estaba en sus cabales y, levantándose del banco que ocupaban, se alejó de allí sin decir palabra para nunca más hacerle caso.
Ahora el moribundo romántico iba a realizar el último viaje y estaba preparado. El sacerdote del pueblo le había confortado con el último de los sacramentos. Miró a la ventana y vio que la mañana se abría paso poco a poco con su luz trémula y reciente. Tendido en el lecho, notó que los dolores volvían a acosarle. Luego se fueron al tiempo que unos gorriones llegaron a la ventana con un alboroto pasajero. Torció la cara hacia el crucifijo de la pared y sus labios murmuraron estos versos:
“Baja otra vez al mundo,
baja otra vez, Mesías.
De nuevo son los días
de tu alta vocación.”
Luego sonaron los ruidos de unos cacharros abajo en la cocina, que serían de la enfermera que lo cuidaba. El agónico romántico fijó su vista en el techo. Un mapa de humedad le exigía poéticas exploraciones; unas veces la mancha le parecía una flor gigantesca o un libro deshojado y otras un arpa silenciosa y algo deformada. Susurró:
“Si quieres, ¡oh vate!, que al hombre conmueva
con himnos gozosos o tristes el arpa,
en vez de sus cuerdas, pon otras de fibras
que arranquen del fondo, del fondo del alma.”
Las manos las tenía enlazadas sobre el lecho, como acostumbrándose ya a la postura tranquila de la muerte. Y recordó de nuevo su primer amor. De repente sonó una especie de estampido fuera, como el de un cohete al estallar en lo alto. Había olvidado que era la fiesta del pueblo. Y aquella especie de cañonazo le hizo recitar con fuerzas que había sacado de no sabía dónde:
“Oigo, patria, tu aflicción,
y escucho el triste concierto
que forman, tocando a muerto,
la campana y el cañón.”
Jadeando por el esfuerzo, su memoria volvió a la época de estudiante en la Universidad, al día en que recibió una carta que anhelaba vehementemente. Unas lágrimas resbalaron por sus amarillentas y arrugadas mejillas. Luego el agónico romántico se sumió en un sueño profundo. Despertó al oír la lluvia en la ventana y el coro de unos niños cantando en la calle:
“Que llueva, que llueva,
la Virgen de la cueva,
los pajaritos cantan,
las nubes se levantan,
que sí, que no,
que llueva a chaparrón
con azúcar y turrón...”
No pudo por menos de recordar retazos de su propia infancia. Recordó a su madre que lo estaba peinando en el balcón.
La enfermera entró de puntillas en la habitación, se acercó a la cabecera y le tomó el pulso. Luego le secó con un paño el sudor que le perlaba la frente. Antes de abandonar el cuarto se cercioró de que la ventana estaba perfectamente cerrada. El moribundo notó que cada vez le costaba más esfuerzo mantener los ojos abiertos. Los niños, fuera, no dejaban de chillar ni de reír. El romántico volvió a ver en sus recuerdos una imagen de su infancia y musitó entre dientes:
“¡Oh dorada ilusión de alas abiertas,
que a la vida despiertas
en nuestra breve primavera hermosa!”
Una pausa de silencio. Con gran esfuerzo logró bajar la mirada hacia el crucifijo de la pared, y recordó los años infantiles en que había sido monaguillo en la iglesia parroquial. El pan de ángel, el misal, el vino dulce de las vinajeras, el oloroso incienso, el arca de madera negra y pesada donde el cura, don Alberto, guardaba la ropa de oficiar..., todo eso se arracimaba en su memoria ofuscándole sus verdaderos sentimientos. Con la mirada fija en el crucifijo y la mente clavada en aquellos años, balbució:
“No pretendo comprenderte
ni llegar a definirte,
tan sólo aspiro a sentirte,
a admirarte y a quererte...”
Y así se quedó, y así lo encontró la enfermera cuando al cabo de un rato volvió a entrar para suministrarle la medicina. Luego miró su reloj, salió de la habitación rumbo al vestíbulo y allí marcó un número en el teléfono de góndola. Esperó unos instantes con el auricular pegado a la oreja.
--¿Es usted, doctor?... Sí, acaba de morir… Como usted diga, doctor.
Y colgó. Fue a su cuarto, recogió su bolso y abandonó la casa. Fuera, la fiesta del pueblo seguía con su música y sus cohetes.

El único heredero del sabio romántico era un sobrino lejano poco amante de los idealismos de su pariente. Así que al día siguiente del entierro de su tío, se presentó en casa del difunto y fue directamente a la biblioteca. Nada más entrar en ella se sentó en la silla del escritorio y, valiéndose de un manojo de llaves que había en el primer cajón, abrió el baulillo con labor de taracea que había sobre el mueble. De su interior sacó un pequeño magnetófono y, tras consultar su reloj, puso en marcha el aparato. Al punto empezó a sonar la voz de su difunto tío.
“Y en esto comenzaba diciembre; desapareció por completo el sur; y aunque la alfombra de verdura, en todos los imaginables tonos de este color, cubría la vega, la sierra y los montes, porque estas galas no las pierde jamás el incomparable paisaje montañés, los desnudos árboles lloraban gota a gota el rocío o la lluvia de la noche...”
El sobrino, al escuchar la voz grabada de aquel chalado romántico que había sido su pariente, no sabía qué estaba buscando en realidad, pero tenía la sospecha de que algo muy importante se escondía en aquella casa que, por herencia, le pertenecía y que el camino que debía seguir para encontrarlo se hallaba en los escritos de su tío o en aquel maldito magnetófono que había estado manipulando al final de su larga enfermedad. Y siguió escuchando la voz grabada del anterior dueño de la casa deteniéndolo de vez en cuando para llegar a la misma conclusión: ¿Qué sentido tenían aquellas palabras pertenecientes a diversos escritores que su tío había grabado en el magnetofón? Nunca había sido listo ni siquiera buen estudiante. Así que toda aquella literatura vieja le sonaba a música celestial. Echó una ojeada a lo que le rodeaba, libros por todas partes, en las paredes, en las mesas, en los rincones del piso. Una mueca de desprecio apareció en su rostro mientras la voz de su tío seguía sonando metálicamente en el aparato que tenía ante sí:
“...Es paz en medio de la guerra
fundirse en uno siendo dos...
La única dicha que en la tierra
a los creyentes les da Dios...”
No estaba el sobrino para aquellas florituras líricas, pero siguió escuchando el magnetófono. Y lo hacía con tanta fuerza que le pareció de pronto notar en la grabación algo anormal. No sabía decir con exactitud el qué, pero un detalle que acababa de escuchar le hizo rebobinar la cinta y escuchar de nuevo el último fragmento:

“...La PRINCESA está triste... ¿Qué tendrá la PRINCESA?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La PRINCESA está pálida...”
--¡Ya lo tengo!—exclamó el sobrino con una sonrisa bobalicona--. La palabra PRINCESA está grabada con voz más alta que las otras. Eso tiene que significar algo. ¡Claro! Ahora recuerdo que en la galería cuelga un cuadro que representa a una doncella hermosa que bien podría ser una princesa.


jueves, 23 de diciembre de 2010

MADRID ESENCIAL 2010

CAIXA FORUM


Dalí y Lorca conversan en la Residencia. Una mesa con servicio de té y unos cojines. La escena se completa con la lluvia cayendo al otro lado de la ventana. El larguirucho pintor oculta su mirada tras el vapor de la tetera y el poeta de los llantos enarca sus cejas pobladas como bosques de tristezas.






Una mujer entra en la habitación y se sienta al piano. Y emulando a la lluvia que pinta su tristeza en la ventana, arranca las primeras notas a las teclas. El eco de la música se abraza al ruido de la lluvia, que sigue cayendo fuera. Son los años veinte en la lluvia del arte y la literatura de nuestro país.





Los vanguardismos y los misterios. Un actor que encarna a Lorca intenta vanamente ofrecernos el alma de Yerma, los gitanos o la sangre de las bodas que incluyen cuchillos y traiciones. Me quedo con los cuadros de Dalí y los romances de Lorca. La amistad se diluye con la misma rapidez y desazón de la lluvia que cae.


La correspondencia literaria es el cordón umbilical entre dos destinos artísticos. La caligrafía sigue ahí, la pintura sigue ahí, antes y después de esta concreta proyección de la sala, antes y después del vacío de nuestra atención, que bebe la luz de otro tiempo y aprende la lección de la historia entre corazón y belleza.





El mar de Cadaqués, los remos y las velas, todos congelados en el tiempo, parecen burlarse de nosotros, seres contingentes que caminamos hacia el otoño del futuro por este noviembre de 2010 en esta Caixa Forum, donde las plantas tapizan los muros y la noche cuelga del techo de la cafetería como lágrimas encendidas.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

PROSAS DE ANTAÑO

Amigos seguidores del blog:
Aquí tenéis un nuevo latido de Cabeza de Tortilla.


14. Un sastre ingenioso
Berni estaba convencido de que en historias así uno podría hallar un filón de ideas para fabricar todo tipo de relatos y cuentos, cada cual más fantástico y divertido. Había un cuento de esos que a él siempre le había encantado por su sorpresa final y sus ingredientes intermedios, capaces de mantener el interés en sus oyentes. Era el titulado El sastre y el zapatero:

“Esto era un sastre que debía dinero a todos sus vecinos, y, como ganaba muy poco porque el pueblo era muy pobre y le entregaba pocas prendar que arreglar, un día harto de pensar y pensar sin encontrar solución a su problema, llamó a su mujer y le dijo:
--Como no puedo pagar lo que debo, lo mejor es que me finja muerto. Así me lo perdonarán todo. Y ahora debes salir a la puerta de la calle y ponerte a llorar como una verdadera viuda.
Así lo hizo la mujer, y todos los vecinos acudieron a la casa a dar el pésame a la viuda del sastre y, de paso, le perdonaron las deudas de su marido muerto.
Pero había en el pueblo un zapatero todavía más pobre que el sastre a quien éste le debía un real. Y al saber la noticia del fallecimiento de aquél, visiblemente contrariado, dijo:
--Pues yo no le perdono el real que me debe.
A todo esto, al llegar la noche, llevaron el “cadáver” del sastre a la iglesia según costumbre en espera de darle sepultura al día siguiente. Iba el sastre dentro de la caja quieto y riéndose para sus adentros por lo bien que iba saliéndole el plan y, sobre todo, por el susto morrocotudo que se llevarían sus vecinos cuando al irle a enterrar se levantara de la caja como si hubiera resucitado.


Cuando la iglesia se quedó silenciosa y vacía, excepto el féretro del sastre en el altar, entró en el templo el zapatero. Se dirigió resuelto hacia donde estaba la caja, levantó la tapa y empezó a decir en voz alta:
--Dame el real que me debes, sastre de los demonios, dame el real de una vez.
De repente se oyeron las voces de varias personas que se acercaban a la puerta de la iglesia, y el zapatero, muerto de miedo, se escondió en un confesionario. Las voces eran de unos cuantos ladrones que entraron en el templo para repartirse el dinero que habían robado durante aquel día por todos los pueblos de alrededor. Hicieron siete montones a pesar de que ellos eran solamente seis, y el jefe de la banda dijo señalando el montón de más:
--Este montón que sobra será para quien se atreva a darle una bofetada al muerto de ese ataúd.
Como nadie abría la boca, el más joven de los ladrones dijo:
--Yo lo haré y no sólo le daré una bofetada, sino una docena si alguno de vosotros me ofrece su parte.
Y decidido se dirigió hacia donde estaba el ataúd, levantó la mano para propinar el golpe convenido, pero en ese instante el sastre se incorporó de un salto y gritó:
--¡A mí todos los difuntos!
Y el zapatero añadió oculto en el confesionario:
--¡Allá vamos todos juntos!
Al ver y oír aquello, los ladrones huyeron del templo despavoridos dejando allí el dinero de sus rapiñas. Dinero que se repartieron equitativamente el sastre y el zapatero. Y ya iban a marcharse contentos a sus respectivas casas, cuando el zapatero se acordó del real que le debía el sastre y empezó a decir:
--Dame el real, dame el real, dame el real...
Los ladrones, mientras tanto, se habían detenido en un claro del bosque vecino del pueblo. Y el jefe de la pandilla dijo a sus compinches:
--Parece mentira que hayamos tenido tanto miedo de los muertos, nosotros que estamos acostumbrados a robar y a matar a todo bicho viviente. Así que, uno de nosotros debe volver a la iglesia para averiguar qué está ocurriendo allí.
Y uno de los ladrones regresó, pero al ir a entrar en el templo oyó que una voz insistente decía sin parar allí dentro:
--Dame el real, dame el real, dame el real...
Al oírlo, el ladrón giró sobre sus talones y volvió corriendo a donde le esperaban los demás. Jadeante, les dijo:
--¡Vámonos, compañeros, que la iglesia está llena de difuntos; hay tantos que en el reparto del dinero sólo tocan a un real!
Y la banda en pleno salió huyendo del lugar para nunca más volver por allí.
Y el sastre y el zapatero vivieron muy ricos y el primero pagó todas las deudas del pueblo.”

martes, 21 de diciembre de 2010

MEMORIAS DE UN JUBILADO

Las viejas tradiciones



El ser humano no es nada sin tradiciones. Desde que nace, empieza a asistir y ser testigo de las tradiciones familiares, que no pueden ser malas nunca, independientemente de la región española a que pertenezcan. Una de las más entrañables tradiciones familiares es sin duda la de construir el belén, el nacimiento o como quiera llamársele.


Me acuerdo de que allá en mi tierra natal las figuritas del nacimiento eran más bien toscas, pequeñas y de barro, con pequeñas armazones de alambre para ciertas partes del cuerpo, como las patitas de las ovejas; pero en cuanto se desembalaban en Navidad de la caja de zapatos donde dormían el resto del año parecían adquirir una importancia inusual y, puestas en los caminos, cuevas, casas, montañas, ríos... sólo les faltaba acariciar, hablar, nadar, cantar, balar... Luego los gestos, las colocaciones de las figuritas, el añadido de ciertos materiales, el musgo, el algodón... iban convocando al milagro. Pedazos de corteza de alcornoque se convertían en rocas y montañas, un pedazo de cristal en un lago o un río, jirones de algodón en nubes, la harina o la sal en caminos nevados... Y luego las luces, camufladas entre el musgo, contribuían a que las figuras principales, el Niño en su cuna, San José con su cayado, la Virgen arrodillada, el buey y la mula arriconados en un ángulo del Portal, los Reyes Magos acercándose por el camino de harina, adquirieran movimientos que el alma y la ternura descubrían.



Hace un par de días hicimos nuestro belén. Poco ha variado de aquellos primeros en que yo participaba. Las figuras son algo más grandes y de escayola que nosotros mismos hemos pintado, pero el musgo sigue siendo el mismo y, sobre todo, el regreso a la ternura.


lunes, 20 de diciembre de 2010

EL POEMA DEL MES

A MIS ZAPATOS




Desde la Cuesta de Moyano,
libros y hojas muertas bajo el frío sol de este otoño
y este azul vivo de Madrid,
en el mismo corazón del Prado,
hasta las piedras vetustas del templo egipcio de Debod,
a un lado de Ferraz
y del monumento más grande levantado a Cervantes,
sin una queja me lleváis con vosotros.



Atravesando este otoño helado de la Corte,
me lleváis en volandas como el mejor cicerone del mundo.
Sabéis más que nadie de aceras y semáforos,
escaleras y pasillos de hospitales y palacios convertidos en museos
y me enseñáis a ver el mundo sin escándalos.
Amigos, sólo tengo palabras de gratitud para vosotros.
Sed también, después de que mis pasos
hayan perdido el polvo del camino
y olvidado el peligro de las calles,
el relicario de mis sueños.

domingo, 19 de diciembre de 2010

MEMORIAS DE UN JUBILADO

Los reencuentros con los viejos amigos




Una de las cosas que más reconfortan al ser humano es volverse a encontrar con las personas que ayer compartieron con él momentos importantes de la vida, unos buenos y otros no tanto pero igualmente aleccionadores. Yo guardo recuerdos imborrables de mi paso por aquel Colegio privado del Vallés cuyo nombre no cito para no abrir heridas que gracias a Dios están sabiamente cicatrizadas. Fueron veintiocho años de trabajo docente, entre cuadernos, lecciones, alumnos y colegas que me enseñaron a ser mejor y a confiar en el ser humano. Y cuando las circunstancias de la vida me alejaron de aquel lugar (¡bendita la hora!) para encontrar nuevos ambientes de enseñanza, aprendizaje, vida en una palabra, seguí acordándome de los buenos amigos, unos desaparecidos para siempre en el vendaval imparable de las Parcas (Espejo, Viu, Ferrer, Andrades, Gurrea, Bahamonde...) y otros, gracias a Dios todavía vivos para mi alegría (Llerín, Antonio, Rafa, Josemari, Jesús, Pablo, Pepe, el otro Rafa...). Y no me basta su recuerdo. Necesito reunirme con ellos de tarde en tarde, en mi casa, en las suyas, en lecturas poéticas, en celebraciones de Navidad, con cenas, charlas distendidas y poemas. ¡Ah, las cenas amenizadas con anécdotas sobre nuestras propias vidas de enseñantes (unos jubilados y otros en activo) y las de familia, con hijos que triunfan y llegadas entrañables de nuevos nietos! ¡Cómo nos reconfortan el ánimo y nos ayudan a seguir adelante!


La última, anoche, todavía viva en mi recuerdo, resonando aún los tintineos de las copas y las voces de los amigos y sus queridas esposas. Yo rejuvenezco años en cada ocasión. Que no se acaben nunca y que nos traigan siempre una nueva inyección de esperanza a nuestros trenes para llegar a la próxima estación de luz con ilusión, con paz y con salud. Un abrazo, amigos y amigas, y como la Navidad se acerca, aprovecho para reiteraros mis mejores deseos para estas blancas fechas y para el año que viene... para poder celebrar más reencuentros.






sábado, 18 de diciembre de 2010

EL RELATO DEL MES


TORMENTAS EN BEETHOVEN
A Lorenzo Miralles.


1.
El maestro es mayor, está cansado y sordo, tan sordo que no puede oír ni los estruendos de los truenos que invaden la estancia que ahora ocupa. La ventana del estudio está abierta pese a la tormenta de fuera. Huele el aire a madreselva. Los violines ríen allá en la tierra amarilla del sendero.
El músico es ya viejo, está cansado, y el dolor de los oídos es tan agobiante que de vez en cuando le obliga a balancear la cabeza convulsivamente como para quitárselo de encima. Los violonchelos rezan en voz baja en procesión solemne que viene hacia la casa por el sendero amarillo.
Está reciente aún la grave operación quirúrgica a la que se sometió el artista para ver si vencía a la sordera, cada vez más tirana e intransigente, y que de un tiempo a esta parte le tiene mermada la esperanza. Cristalinas notas de piano suenan muy cercanas como gotas de lluvia sobre las hojas de la madreselva.
Y mientras piensa que tal vez un día vuelva a percibir la magia sonora con que el piano responde al conjuro de sus manos virtuosas, se sienta ante el instrumento ejercitando en el aire los movimientos de los dedos. Las notas de la lluvia, ahora lentas y graves, sugieren confidencias de arpa.
Lentamente, y mientras ladea la cabeza como para escuchar los sonidos del espíritu artista que aún vigila en su cerebro y lo azuza sin descanso, acerca las primeras falanges a las teclas del piano. Las risas de los violines lejanos vuelven rosa y muelle la tierra dura del sendero.
Posa las yemas de los dedos sobre las teclas de marfil con el cuidado de los copos de nieve sobre las cosas para no despertarlas bruscamente, para no humillarlas, como la nieve hace con los volúmenes de las cosas. Repentinamente, los rezos de los violonchelos descienden su tono hasta el susurro.
Y, tras posar los dedos sobre la dentadura del piano con la esperanza de los sueños, el maestro empieza a recorrer las teclas en una exploración nunca antes realizada, como si fueran parte del cuerpo deseado de una mujer hermosa. El arpa que imita el agua sobre las hojas acentúa el vigor de su mágica lluvia
El genio cierra los ojos y mueve la hermosa cabeza al compás de las notas que sólo su corazón y su alma, estrechamente abrazados, pueden oír, mientras que los dedos, con inusitada ternura, pulsan y acarician la tersura del marfil. Se abren paso las dulces lamentaciones de los fagots.
Sabe que en el ángulo oscuro de la estancia, a espaldas del piano, flotan como siempre las musas de su inspiración, como flotarían las almas que gozan ante su música. Y toca. Las notas atronadoras de órganos invisibles invaden al unísono la naturaleza y la casa como si formaran un solo recinto.
Y el maestro toca mientras escucha en su mente extraordinaria los susurros y las risas de esos seres ingrávidos femeninos que siempre le han acompañado en silencio, sin quejas, profundamente generosos. Personificados contrabajos hablan y murmuran intermitentemente.
El genio sabe agradecer esa compañía porque muchas veces le echaron una mano en los momentos difíciles de la inspiración, del arduo trabajo que representa la búsqueda de una nota en las sombras del vacío y de la soledad. Timbales de gloria dejan oír sus llamadas insistentes.
Ya para entonces los relámpagos de la tormenta, que se abate sin piedad sobre los campos vecinos, han empezado a resquebrajar con su nerviosa y electrizada luz la capa oscura del cielo hasta caer muy cerca de la casa. Suenan trémolos de violines y violonchelos.
Acto seguido, un horrísono trueno estalla tan cerca que parece que la casa de al lado acaba de caerse, y el callado paisaje (caminos, arboledas, alguna casa aislada) se despierta espantado de su aparente inmovilidad. Trombones intempestivos hacen añicos los silencios.
Y hasta las madreselvas que entretejen las vallas de la heredad del artista no pueden evitar que el viento, mensajero obediente de la tempestad, las desate de la madera que les ha servido de sostén y ondeen sin descanso. Los flautines, hasta ese momento mudos, se descomponen y se mezclan con los demás instrumentos.



2.
Pero el músico no oye ni ve ni siente nada que no sean los fantasmas que sus dedos arrancan de las teclas del piano, la música que aletea dentro de su hermosa y enfebrecida cabeza.
Allí, dentro de la cavidad que cubren sus ensortijados cabellos, en los recovecos de su cerebro, al compás de la música callada, renacen unas imágenes de la infancia que ya había olvidado.
Son dos escenas aborrecidas, escenas que creía haber anulado para siempre con la simple voluntad de querer acabar con ellas; escenas que, sin embargo, cobran vida propia.
En la primera de ellas aparece, ya de noche, metido en la cama, con el primer sueño acariciando su bien merecido descanso tras un largo día de escuela y de deberes domésticos. De pronto su padre irrumpe en la escena con voces destempladas, voces amenazantes producidas por el alcohol. Voces desaforadas que suenan al otro lado del tabique y vienen hacia él.
No podrá evitar ver repetida esa escena que tanto aborrece en su mayoría de edad y que de niño le amargó tantas veces por las noches cuando ya dormía y su padre volvía borracho a casa. El niño se echa a temblar en la cama y la orina se le escapa hasta mojar las sábanas; desgraciadamente sabe muy bien lo que le espera en cuanto el hombre abra a golpes la puerta y entre en su habitación. Porque entrará como un huracán de alcohol, golpes y voces, y con torpes y violentas manos retirará la ropa de su cama para enseguida (lo sabe tan bien que llora al pensarlo) echarlo fuera del lecho sin miramiento alguno. Entre insultos y bofetadas le recriminará que se haya metido tan pronto en la cama; luego a empujones le obligará a vestirse y a dejar la habitación para retomar las lecciones de piano.
La escena en el recuerdo le duele como una úlcera sangrante: otra vez ante el piano, revisando partituras, repitiendo notas, mientras nuevas bofetadas, propinadas a un lado y a otro de la cara, pautarán las lecciones. Escena terrible donde las haya, cuyas imágenes, colgadas con sangre de la memoria, le hacen saltar lágrimas de rabia, de impotencia, de dolor cada vez que tiene el infortunio de recordarlas.
La segunda escena, que podría quitarle importancia a la anterior, si no fuera porque ambas son igualmente terribles, le visita al maestro mientras explora con amor las teclas del piano en medio de la tormenta. Su alma desciende al infierno con sólo recordarla; en la escena aparece también el padre, ebrio y violento como siempre, para obligarle a golpes a coger el violín y a tocarlo ante la caterva de borrachos que lo acompañan. Aún oye en su interior los gritos de la pandilla pidiéndole que toque, mientras con grandes risotadas, que son como infames insultos, van jaleando los movimientos de sus manos: “Toca, muchacho, toca, ja, ja, ja, así, no pares...”
Algunos están tan borrachos que, mientras carcajean, vomitan el vino malo que han bebido, en tanto que los otros intentan marcar el ritmo con los pies chapoteando en el hediondo líquido del suelo.

3.
La tormenta exterior se ha adueñado del campo, mientras que la otra, la tormenta de esas dos escenas de la infancia, aún más poderosa que la meteorológica, anega de angustia la cabeza del artista. Sin embargo, al cabo de unos segundos el viejo, sordo y cansado pianista alivia la amargura de su boca con una sonrisa clara porque, con los ojos puestos en el rincón oscuro donde flotan sus musas silenciosas, sabe ver la verdad.
Sabe que en la vida de un genio los golpes de niño, la sordera de adulto, las adversidades de todo tiempo son acicates para subir más alto, escalones de sombra que transportan hacia la luz verdadera. Y si esos obstáculos le salieron al paso en los años más tiernos de su vida, si esos golpes le originaron la sordera y el aislamiento de hombre maduro, estaban ahí por algo y para algo. Y si a su paso fueron surgiendo adversidades sin cuento, más alas le dieron para crecer y subir hacia el arte, hacia la música que ya le esperaba aun antes de nacer para elevarlo a la cumbre más alta.
Milagros que sólo se dan en las vidas de los grandes hombres, pese a las tinieblas que los envuelven durante gran parte de su recorrido existencial, pese a las zancadillas que los hacen caer mil veces para otras tantas reforzarles las ganas de vivir. Bien pudo Beethoven decir por ello: “Estaba a punto de poner fin a mi vida. Lo único que me salvó fue mi arte.”

viernes, 17 de diciembre de 2010

DE VISTA, DE OÍDAS, DE LEÍDAS

Adiós a otro artífice de la risa, Blake Edwards





Mi hijo mayor me manda desde Huelva un correo con la noticia de la muerte a los 88 años de edad de Blake Edwards porque sabe que una de mis películas favoritas, El guateque (The Party), protagonizada por Peter Sellers, es obra del director fallecido. Y a sugerencia suya me pongo a escribir unos renglones a la memoria de Blake Edwards y especialmente de la mencionada película, que me hace pasar ratos deliciosos cada vez que la veo.

Edwards (Tulsa, 1922 - Brentwood, 2010) se inició en el mundo del cine como guionista (lo había sido antes de la radio y la televisión), aunque antes participó como actor en Diez héroes de West Point, película dirigida por otro de los grandes, Henry Hathaway. Su primer guión cinematográfico importante fue el del western El imperio del crimen, escrito en colaboración con John Champion, y su primera dirección fue en Venga tu sonrisa. Luego llegaron las que lo hicieron inmortal en el mundo del celuloide: Desayuno con diamantes, Días de vino y rosas, La pantera rosa, La carrera del siglo, Así es la vida y un etcétera considerable, en el que sobresale la película de mis preferencias, The Party, en castellano El guateque.

En El guateque (1968) se retrata a un actor torpe (Peter Sellers) que es despedido de la película en que actúa porque rompe el decorado. Aún así es invitado por error a la fiesta que celebra el productor de la película y allí la monta provocando un sinfín de escenas hilarantes, en medio de una atmósfera rayana en el surrealismo, donde aparece desde un alud de espuma que lo inunda todo, hasta la cría de un elefante o un pollo que vuela. Lo bueno es que el actor poco hábil, un Peter Sellers soberbio, se ve envuelto en el lío sin comerlo ni beberlo, mientras que el espectador, sentado en su butaca navega por un río de carcajadas desde el principio al fin de la fiesta.
Como muestra, véase en el siguiente vídeo la hilarante escena del zapato.


jueves, 16 de diciembre de 2010

MADRID ESENCIAL 2010

EN LA CATEDRAL



Mejor comida que la que hacemos en La Catedral, imposible. En el Salón Velázquez y con la compañía silenciosa del Prícipe don Carlos a caballo, Las Hilanderas, La vieja friendo huevos y Los borrachos, los lomillos de ternera al oporto saben a gloria bendita y el tiempo se pierde en el laberinto exacto del mediodía.


En el espejo contiguo me espía mi otro yo, tranquilo y madrileño, fiel incondicional a lo que está ocurriendo este otoño de noviembre en la meseta, a través del Madrid más señero, la Plaza de la Villa, La Almudena, el Palacio Real, la Plaza de Oriente, donde el caballo de bronce sirve de tumba a mil gorriones...












Cuando hace apenas una hora contemplábamos las gigantescas estatuas de don Quijote y Sancho en la cosmopolita Plaza de España, soñaba este yo de mí en otros años de estudio y de viaje por media Piel de Toro, cuando era todavía muy joven y la carne del alma no pensaba aún en absurdas destrucciones.


La madera oscura del marco del espejo me devuelve a este yo de mí, junto a las pinturas de Velázquez, más cercano y tangible, algo más viejo y peligrosamente más maduro que se nutre de vida y de emociones, de miedos y cansancios, de caminatas y miradas y aprende de las calles más que de la guía que lleva en el bolsillo.



La Catedral, en la Carrera de San Jerónimo, oficia su mester de mantel y de cubierto, sirve a troche y moche sus menús y mezcla el vino de los sencillos placeres con el fértil sacramento del vivir y el comer. Y nosotros, como buenos gourmets de la experiencia, obedecemos sumisamente su sabrosa doctrina.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

GALERÍA PROPIA

Paisaje con un amigo

El amigo del paisaje que aparece en los dos cuadros de abajo es el pintor Casademont, amigo de siempre y compañero en otro tiempo de Viaró. Hace un par de años se fue a pintar otros paisajes sin materia, sin lienzos ni pinceles, a solas con él y su alma sensible de artista. El paisaje está inspirado en un par de fotografías que contiene el libro sobre su figura, libro hermosísimo y apropiado para acercar entreñablemente su obra y vida al lector y que me regaló durante una visita que le hice en su casa de La Pera, Púbol, una casa de paz, llena de arte y belleza, compartidos con su mujer Mariángeles, y rodeada de paisajes quietos y otoñales. Como podrá apreciarse, el pintor aparece acompañado de su animal favorito en un paraje detenido para siempre en el tiempo, aquí abajo. Son cuadros que ahora, en estos días tan mágicos de Navidad, en los que es posible algún milagro, le dedico a su recuerdo.