lunes, 29 de agosto de 2011

Memorias de un jubilado

Pintura en Tossa de mar
Pintar en Tossa de Mar es copiar la luz del Mediterráneo. El Concurso Internacional de Pintura Rápida siempre es un acontecimiento, y la edición de este año no iba a ser diferente. Nada más levantarnos cumplimos con la primera de las bases que es sellar el lienzo en un plazo determinado. Mientras esperamos nuestro turno, escuchamos los comentarios de los artistas participantes, que, en cuanto hayan cumplido el requisito, se repartirán por el pueblo buscando un sitio idóneo para eternizar con sus pinceles un rincón de Tossa,
una calle, Minerva, los torreones de la muralla, una barca y la playa, el mar y sus miles de reflejos esmeraldas, los pinos de la Vila Vella...
Una vez elegido el motivo, lo que importa es el cómo. Con los bártulos preparados, iniciamos nuestra labor, sabiendo que hoy va a ser un día agotador y que tendremos la visita de los Cuatro. En efecto, cuando llegan de Barcelona nos encuentran enfrascados en el trabajo a mi hijo mayor y a mí. Mi nieto mayor se apunta a pìntar su propia obra y le cedemos soporte y pincel.
A mediodía, antes de comer, hacemos un alto en la pintura y nos damos una vuelta por el pueblo a echar una ojeada a los artistas que, in situ, bajo el sol o a la sombra, van dando forma al motivo que han elegido. Y nos damos cuenta de que hay mucho arte y mucha técnica en casi todos ellos.
Comemos y tras un breve rato de sobremesa, damos los últimos toques a nuestras obras porque hay que cumplir otra de las bases del Concurso: entregar la obra en el plazo indicado.
Y la tarde vuela en espera de la hora del fallo del Concurso y de la inauguración de la exposición de las obras presentadas. Una cerveza en una terraza del Paseo del Mar, a la vista de la Playa Gran y la Vila Vella y a cenar antes de pasarnos por la sede del Premio.
Y aunque no hayamos ganado, nuestros cuadros cuelgan de las paredes muy dignamente junto a los demás. Y a esperar a otro año. Y a soñar pensando en las novedades que introduciremos en nuestros respectivos lienzos.

jueves, 25 de agosto de 2011

Memorias de un jubilado


40 años nada menos
Parece que fue ayer, dice la frase proverbial, cuando una noche sofocante de agosto (como la que vivimos anoche los Siete), sentados con mis suegros a una mesa de una terraza de bar en la Plaza Ibiza, mi mujer se puso de parto. Estaba encinta de nuestro primer hijo. Las carreras, los miedos, los instantes que se viven en situaciones tales jalonaron las horas de aquella noche larga, larguísima, especialmente para los protagonistas. Amanecía y el sol doraba los tejados de las casas más altas de la montaña que se veía desde la Clínica, cuando me trajeron a mi hijo que al fin había decidido venir a este mundo tan movido y tan lleno de sorpresas, unas buenas y otras no tanto. 40 años han pasado de eso.
Y en medio, toda una vida de juegos, crianza, experiencias, viajes, estudios, algún que otro sobresalto, muchas alegrías... Hasta cuajar todo un hombre.
Anoche, mientras recordábamos en familia eso y mucho más, pensé que la existencia es un camino que hay que labrar entre todos mirando de hacerlo lo mejor posible para sentirse satisfecho de andarlo solo o acompañado de los seres que uno quiere.
Anoche, rodeado de mi familia, miraba a mi hijo mayor y me veía reflejado en él. En realidad, me veía reflejado en mis dos hijos y también en mis dos nietos, que día tras día, recorren y labran a la vez su propio camino, solos o acompañados de los suyos, que somos todos nosotros, un camino de andamio constante, de de llantos y risas, de regalos y tropiezos, pero siempre sabiendo que contamos con quienes nos quieren y están dispuestos a echarnos una mano.
Anoche, mientras soplaba las velas del pastel, acompañado del mayor de sus sobrinos, y abría los paquetes de los regalos, mi hijo mayor volvía a tener para mí aquellos años de juegos y aventuras constantes, cuando junto con su hermano, los llevaba al campo a sentir el aire limpio y libre en sus rostros, a correr entre los hinojos de la montaña, a dibujar los alrededores sentados en un altozano, a buscar tritones en la riera vecina... Soñaba recordando aquellos momentos alegres de Mas d'en Gall.
Pero la vida sigue y, aunque la nostalgia y los recuerdos ayudan a comprenderla mejor, hay que vivirla ahora, con estos 40 años que acaba de cumplir y seguir queriéndola como si hoy fuera el primer día del resto de su existencia, como así es. Que nosotros, los que le queremos, estaremos a su lado.

lunes, 22 de agosto de 2011

Patadas al diccionario

A propósito de birretes, solideos, tiaras y otros tocados
Ahora que acaba de terminar la Jornada Mundial de la Juventud y hemos visto en los telediarios multitud de noticias referentes al Papa y a los miles de jóvenes que han venido de todas partes del mundo a encontrarse con él en Madrid, saco a colación la expresión que escuché en los Informativos del mediodía de TV5 de labios del presentador: "Hasta el birrete del Papa ha salido volando bajo el fuerte viento desatado".
Lo del birrete en labios de un locutor de TV dirigido al tocado que el Sumo Pontífice llevaba puesto en ese instante de la noticia me cogió por sorpresa ya que el birrete es un gorro con forma prismática rematado con una borla que usan magistrados, jueces y letrados en general. Realmente, el tocado que llevaba el Papa en ese momento es el solideo.
Y ya que nos hemos puesto a hablar de tocados y vestiduras u ornamentos sagradoss jerarquías eclesiásticas, no viene mal recordar algunos otros nombres.
Tiara (por favor, no confundir con piara, como se le ocurrió a un alumno mío que debía de estar pensando en las zahúrdas cacerenas), que es una mitra alta con tres coronas de origen bizantino y persa que representa el símbolo del papado.
Bonete que, según el diccionario, es una especie de gorra, generalmente. de cuatro picos, que era usada por los eclesiásticos, graduados, etc.
Cofia ( con i), (no cofa, término marinero que significa "meseta colocada en el cuello de un palo o mástil de barco"), que es el tocado que llevan las monjas (también lo portan enfermeras o camareras para sujetar parcialmente el cabello).

martes, 16 de agosto de 2011

Memorias de un jubilado


La santa rutina
Antes porque estaba en activo y ahora porque, aunque jubilado, sigo activo en la vida diaria, tengo a la santa rutina como al mejor pasaporte para seguir viviendo. La rutina de antaño se limitaba a las clases y a la familia, con paréntesis breves dedicados a la creación literaria y a la lectura. La rutina de hogaño es, si cabe, más creadora. Quitando las clases, la dedicación a la familia ha sumado horas, personas y satisfacción personal pues pasar la vida con mis nietos, mi mujer y mis hijos me ha hecho mejor, más comprensivo, más paciente, más vivo y mejor en una palabra. Es rara la semana en que no asista a un progreso de mis nietos Martí y Xavier; el pequeño, en sus gateos constantes y sus sonrisas cómplices, y el mayor, en sus ocurrencias y en su alegría innata. "¿Nos vamos, chicos?", nos dice cuando nos ve que preparamos todo para salir de casa a pasear. Y durante el paseo, las frases crecen sin parar. A veces parece una personita cuando se pone a hablar conmigo de sus coches, de las películas que ha visto por la tele o de las ranas (ya dice "ranas", con su r inicial y todo), que coloca ordenadamente en la mesa de centro después de jugar un rato con cada una de ellas, a las que conoce perfectamente: la acróbata, la que salta ncon ayuda del dedo índice, la que hace de palillero, la de cristal, la que está enn una bola de nieve... La rutina, la santa rutina de la familia y la de Tossa. ¡Ay, Tossa! ¡Si en agosto no se llenara tanto y la playa diera de sí para acoger a tantos turistas como vienen a visitarla! Pero la playa para mí es secundario. No el mar, que de noche adquiere un misterio único bajo la luz de la luna o con los reflejos amarillos de la Vila Vella rielando en la bahía. Ni la visión del cormorán en la roca de Minerva por la mañana, cuando vuelvo a casa de mi ruta en bicicleta.
La bicicleta me pone en contacto cada día con los bosques verdes y callados que rodean el estanque de los patos y los nenúfares y los galápagos, y la riera hasta los campingas más altos, con sus trechos alquitranados donde descansan mis piernas tras las cuestas y los caminos de tierra plagados de piedras y raíces de árboles que los atraviesan como culebras paralizadas. Gracias a la bicicleta, mi rutina se ve favorecida de constantes sorpresas: aquí una higuera que promete dulces higos, allí un camino que no había visto nunca,
un caballo blanco al borde del camino, unas zarzamoras llenas de negros y dulcísimos frutos, las espadañas del estanque que airean sus habanos, la arena del camino de San Eloy donde las ruedas se paralizan, los regatos que aún suenan entre la espesura, los mirlos que saltan en el césped del prado, las tórtolas que se arrullan en parejas...
La mañana, tras la bici, avanza entre la playa y las aguas frías y transparentes del mar, un rato de ordenador (ahora estoy reescribiendo unas viejas leyendas españolas que tenía en mi cabeza desde mucho tiempo atrás), la lectura (un libro de Trapiello sobre la vida de libros y escritores durante la guerra civil me tiene arriconado literalmente), el vermú, la comida, la siesta... Un rato de lectura, el paseo vespertino, el encuentro y las charlas con los amigos, la cena y el baile de cada noche. Esta santa rutina hace menos pesado el verano. Después vendrá el otoño y alguna otra nueva sorpresa, que me siga acompañando muchos años.

jueves, 11 de agosto de 2011

Un experimento pictórico y cuatro cuadros


He aquí cuatro cuadros que nacieron de unaq obra de Picasso de la época azul en la que se ve a una pareja de hombre y mujer ante una botella de vino, un plato y dos vasos. Sobre un soporte rígido en el que pegué previamente papel tracé la figura del hombre con la botella y los dos vasos y lo traté a mi manera, dando lugar al cuadro 1.



Luego varié los colores del sombrero, la botella y los vasos y añadí una mano a la figura y un pescado al plato, dando lugar al cuadro número 2.



A continuación, suprimí la figura de hombre, convirtiendo la cabeza en dos máscaras y pintando en el lugar del cuerpo un frutero con manzanas y algunas veladuras ; añadí dos pescados más en el plato, haciendo desaparecer el vaso de la derecha. Como fruto de todas esas maniobras, surgió el cuadro 3.



Por último, no contento con ello, preferí reemplazar el frutero por una estantería de libros verticales y el plato de pescados por un libro tumbado sobre la mesa; también vi la necesidad de sustituir la botella de vino y el vaso por una botella de licor y una copa, elementos más enconsonancia con el tema final de los libros y las máscaras, más propio de un estudio. Así dio lugar al cuadro 4, que es el punto final del experimento.



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lunes, 8 de agosto de 2011

Memorias de un jubilado

Por qué escribo poesía
He hablado aquí ya de mi amigo el seminarista y de las afinidades poéticas que con él guardaba, así como de dos poetas zamoranos conocidos, Hilario Tundidor y Claudio Rodríguez. Ahora le toca el turno de recordar a los amigos catalanes que conocí una vez llegado a Barcelona y de algunas aventuras artísticas y literarias que viví en su compañía.
Por entonces yo ya había tenido la suerte de conocer a un grupo de jóvenes catalanes a quienes gustaban el arte y la literatura (algunos de ellos pintaban buenos cuadros y otros gustaban de recitar poesía romántica) y por mediación de ellos descubrí una Barcelona entrañable donde los vinos con sardinas asadas y las visitas a los museos de la ciudad condal, así como los paseos por el Barrio Gótico en busca de nuevas sensaciones vitales y artísticas eran los principales protagonistas. Uno de los poemas, sin título, con que participé en Moira tenía que ver con una de esas tardes noches en que el grupo de amantes del arte y de la literatura nos perdíamos en el dédalo de callejuelas que hay en torno a la basílica gótica de Nuestra Señora del Pino. Creo que fue ahí cuando por primera vez el poema hablaba de la poesía y la satisfacción y el placer que recibe el poeta al escribir.

“Busco árboles que no están aquí,
en la mirada de cada día,
sino en la raíz de las cosas,
cuando aún no había alamedas
ni viento que hiciera temblar su plata.

Busco ríos más allá de los juncos,
de la humedad de las raíces,
del espejo de álamos y juncos,
ríos que lleven el agua de mi vida
a arboledas y ciudades arcanas.

Como palabras que en su magia
de emoción y de música,
y un algo de belleza escogida
luchan en vano para vestir los versos
con sus mejores galas.

Como almas perdidas en la sombra
que buscan afanosamente la escala oculta
que les lleve a la estancia de la luz más alta
y así encender el gozo, el placer infinito
a que aspira el poeta.

Con uno de esos amigos pintores me llevaba a las mil perfecciones. Vivía en mi mismo barrio y éramos como gemelos en los gustos y en nuestra forma de ser. Tenía un estudio en su casa y en él nos refugiábamos los dos para escuchar a los Beatles y las canciones ganadoras de los Festivales de San Remo en un viejo tocadiscos de su propiedad.
A él le confié la libreta rayada con poemas a lo Bécquer por un tiempo, periodo que se iba a convertir en vitalicio, si, al advertir que no aparecía por ningún sitio en mi casa, no se la pido en uno de nuestros últimos encuentros. Allí, en su estudio, envueltos por la música y cuadros por todas partes a veces hablábamos de pintores y poetas, y otras, mientras él pintaba, yo le recitaba poemas.
A petición suya creamos una tertulia que yo bauticé con la palabra Jíos, inspirada en otra griega, y en ella nos reuníamos siete u ocho personas para hablar de lo que más nos gustaba, escribir, leer, pintar y planear visitas a museos o viajes por los alrededores. Uno de ellos fue memorable. Me refiero al que hicimos a Sitges un día gris y frío de invierno. El tren que nos llevó iba casi vacío, pero nosotros lo llenamos con risas, conversaciones y planes para el futuro. Me habían pedido que escribiera un poema a Santiago Rusiñol para leérselo junto a la estatua que la población costera le había levantado cerca de la playa y de su querido Cau Ferrat, un modesto museo patrocinado por el Ayuntamiento de Sitges y dedicado a conservar y exponer la obra pictórica de Rusiñol.
Y allí estábamos los siete más asiduos de Jíos, con el alma encendida por la emoción, en el pequeño paseo que desciende de Cau Ferrat hasta el parterre donde se levanta la estatua de Rusiñol. Abrigados hasta las orejas, nos acercamos al bronce solitario del pintor y a los pies de su peana, saqué el cuaderno donde había escrito el poema y lo leí con toda la seriedad del mundo. Ahora sé que es un poema del montón, aunque para escribirlo me informé durante horas sobre el personaje. Y eso me lleva a la conclusión que siempre he mantenido, la de que lo más importante del poema no es lo que se dice, sino cómo se dice. Y la erudición muchas veces sobra en poesía.

“En Aranjuez, pintando
sus famosos jardines,
--otoños que navegan
sobre estanques silentes,
amarillos y ocres
que caen a los senderos
donde siembran amores
fieles enamorados--.

En Aranjuez, pintando
primaveras y estíos,
ateridos inviernos
con tus pinceles sabios,
encontraste la muerte,
tan lejos de tu tierra.

Tu tierra catalana,
aquí, en Sitges, te eleva,
junto al Mediterráneo
y el Cau Ferrat un himno
de bronce duradero.

Y nosotros venimos
a cantarte a tus plantas,
a decirte, solemnes,
que admiramos la magia
pintada de tus lienzos.”

Luego, helados y tras echar un breve vistazo al acero agitado del Mediterráneo, volvimos al abrigo del Cau Ferrat con el pretexto de adivinar entre sus paredes algo de la esencia personal y creadora de Rusiñol. Desde dentro, a través de sus grandes ventanales pudimos ver a gusto el mar y sus olas coronadas de espuma cabalgando incansablemente hacia el oro sucio de la playa que queda delante del pequeño jardín donde se levanta la estatua del pintor. Sus cuadros, que ya conocíamos por las reproducciones que habíamos visto en los libros de arte, nos miraban distraídos desde sus ventanas de color barnizado. La dramática escena de la mujer tendida sobre el lecho, cuyo título acentúa el dramatismo: La morfina, me inspiró unos versos o medio versos que apunté en los espacios blancos de un catálogo del Museo. Me quedé rezagado anotándolos frente al cuadro mientras mis amigos comentaban otras obras de Rusiñol y algunas de Ramón Casas, Regollos o Picasso, que allí se guardan también. Las estufas iban a todo meter y allí dentro habíamos empezado a ser otras personas. Poco nos duró el bienestar y aquel gozo especial que nos infundía el estar viviendo parte de la vida de Rusiñol y aquellos otros artistas que anunciaban un arte moderno en España.
En aquel grupo de Jíos había también un pintor que amaba las poesías de Espronceda y aprovechaba cualquier ocasión para recordarnos a los demás los versos atribuidos al poeta romántico por excelencia referidos al poema titulado Desesperación.

“Me gusta ver el cielo
con negros nubarrones
y oír los aquilones
horrísonos bramar,
me gusta ver la noche
sin luna y sin estrellas,
y sólo las centellas,
la tierra iluminar.

Me agrada un cementerio
de muertos bien relleno,
manando sangre y cieno
que impida el respirar;
y allí un sepulturero
de tétrica mirada,
con mano despiadada
los cráneos machacar.” Etcétera.

Recitaba con pasión aunque un poco atropellado, con lo que nos quedábamos un poco a oscuras, como la noche del poema, sin luna y sin estrellas. Pero lograba en nosotros diversas emociones que iban desde la admiración hasta la reprobación, sin olvidar miedo e incluso el asco. Pero nos acostumbramos a las intervenciones de nuestro amigo. Otras veces tiraba del Canto a Teresa y la cosa cambiaba cuando recitaba los versos que empiezan

“¿Por qué volvéis a la memoria mía,
Tristes recuerdos del placer perdido,
A aumentar la ansiedad y la agonía,
De este desierto corazón herido?
¡Ay!, que de aquellas horas de alegría,
Le quedó al corazón sólo un gemido,
Y el llanto que al dolor los ojos niegan,
Lágrimas son de hiel que al alma anegan.”

Muchas veces sacaba a relucir el tema sobre quién era mejor, si Bécquer o Espronceda. No me gustaba discutir sobre eso. Yo siempre intentaba hacerle ver que cada poeta muestra una actitud diferente hacia el modo de concebir la poesía. Si Espronceda era el poeta romántico por antonomasia, exaltado, apasionado, incontinente, de extensos poemas y léxico grandilocuente, en el lado opuesto se encontraba Bécquer, de expresión más contenida, de poemas más breves, más comedido y, por ello, más profundo y emotivo. Si Espronceda gritaba su amor y su queja a todo el mundo, Bécquer los susurraba al oído de una mujer o de un confidente amigo. Esos eran mis argumentos, que de ningún modo convencían a mi amigo el pintor, quien defendía a capa y espada la dicción sonora y rotunda de su querido poeta, así como la riqueza y amplitud de su temática, que iban más allá del amor, para tocar otros de tipo social y reivindicativo. Eran sus razones y yo las respetaba, pero me seguía quedando con la expresión sentida y breve, pero eficaz, de las Rimas.

viernes, 5 de agosto de 2011

Fotografías que hablan

Azar sobre el estanque

Las espadañas se duelen del azar. Las cañas entonan su elegía nada más nacer la mañana porque se les ha venido encima una acacia inconstante. El árbol crecía hasta hace poco en la orilla del estanque y gozaba mirándose en su espejo, siendo testigo de las evoluciones de los patos y las fochas sobre el agua y entre las hojas y flores de los nenúfares y de las tomas de sol de los negros galápagos sobre el islote. Gozaba. Hasta que el azar, unido a la inconstancia de las raíces, favorecieron el derrumbe blando del tronco, las ramas, las hojas y los pámpanos del árbol sobre la sombra callada y verde de las cañas y las espadañas. Ahora el cuadro del drama está servido. Hasta que los empleados del Medio Ambiente no retiren la derrumbada acacia, será un estorbo, un insulto a los reflejos y a la vida tranquila y sosegada de los patos, las fochas, los galápagos del estanque. Aunque en el mejor de los casos servirá de inspiración a los solitarios que pasen por este paraje.


miércoles, 3 de agosto de 2011

El poema del mes





NANA DEL MAR
PARA ARRULLAR A MIS NIETOS

El mar, la mar,
la roca del cormorán.
La campana
despertando a la mañana
en los cantiles del mar.
El mar, la mar,
la roca del cormorán.

Y las olas
cantando en las caracolas
la eterna canción del mar.
El mar, la mar,
la roca del cormorán.


Las espumas
brillando en sus blancas plumas
para coronar al mar.
El mar, la mar,
la roca del cormorán.


Y las velas,
hinchando sus tenues telas
sobre la espalda del mar.
El mar, la mar,
la roca del cormorán.

Y la tarde,
una hoguera que arde y arde
sobre las llamas del mar.
El mar, la mar,
la roca del cormorán.

Y la luna
como una encendida cuna
reflejándose en el mar.
El mar, la mar,
la roca del cormorán.

Y al cormorán
las olas lo llevarán
por los sueños de la mar.
El mar, la mar,
sólo la mar.



lunes, 1 de agosto de 2011

Naturaleza muerta

Homenaje a Cezanne


Floreros, frutas, platos que se encienden
bajo la luz que tiembla en las cortinas.
Aquí no viven sombras: aquí prenden
llamaradas en todas las esquinas.

Limones amarillos que enloquecen
de amor junto a naranjas encendidas.
Blancos de porcelana que estremecen
las sombras del mantel, tan atrevidas.

Y las manzanas, sanas, coloradas
cantando alegres el presente activo
entre ropas blanquísimas, plegadas,
y el busto de un Amor siempre tan vivo.