sábado, 27 de marzo de 2021

MEMORIAS DE UN JUBILADO Curiosidades de la Semana Santa de Zamora

 


 Ahora que llega a Zamora su Semana Santa, si bien este año, por culpa de la pandemia, será especial porque no habrá procesiones en sus calles y todo el fervor de siempre tendrá lugar en el recuerdo, quiero, como zamorano de la diáspora, traer aquí los ecos de algunas curiosidades relacionadas con la Semana Santa zamorana que viví en otro tiempo.

De todos los dulces artesanos que se consumen en esta época tan emblemática para todos los zamoranos, me quedo con las aceitadas, si bien debo decir aquí que yo las consumo todo el año en receta de mi mujer, siguiendo, eso sí, el protocolo tradicional. Las aceitadas tienen forma circular, son compactas y de color tostado debido al baño al huevo que se les aplica antes de meterlas en el horno (nosotros les trazamos en la cima una cruz para tener bien presente el tiempo para el que se crearon). Sus ingredientes son: aceite, harina, azúcar, huevos enteros, yemas, esencia de anís y una copita también de anís. Las aceitadas solían cocerse en hornos de panadería. Son de alto contenido graso y aporte calórico también muy importante. Su origen se desconoce pero tradicionalmente se elaboraban sin manteca ni mantequilla, utilizando en su lugar aceite, para cumplir así con los preceptos cuaresmales. Sea como fuere, las aceitadas son para mí el dulce de la Semana Santa que más me evoca el recuerdo de la familia, y de mi madre en especial, durante esas fechas tan destacadas. Muchos ratos pasé en mi infancia viviendo aventuras de aceitadas ocultas bajo el baúl de la sala materna, en las que mi mano de niño palpaba en la sombra la cruz abierta en lo alto de la aceitada y enseguida mi boca paladeaba deleitosamente la masa dulce y harinosa, con sabor a anís y a tiempo que no muere. Otros dulces propios de la Semana Santa son los rebojos zamoranos, las magdalenas, las torrijas y las almendras garrapiñadas, que suelen venderse en puestos ambulantes instalados en la calle de Santa Clara, aunque también los cofrades de Jesús Nazareno las reparten en la madrugada del Viernes Santo, durante la procesión de esa mañana.

 

La calle del Troncoso debe de ser aún una de las calles más fotografiadas de Zamora. Fotografiadas o dibujadas. No recuerdo cuántas veces llegué a dibujar en mi inquieto cuaderno de dibujo esa sorprendente vista del arco en que termina la calle y la Catedral, enmarcada en él. Y los que  han visto la calle y han tenido ocasión de presenciar en ella la procesión del Cristo del Espíritu Santo, aconsejan coger un buen sitio ahí para verla pasar y escuchar a los hermanos del coro cantar el Crux Fidelis (Antífona e himno  de la Misa de los presantificados) la noche del Viernes de Dolores, hermoso canto gregoriano que comienza así: “Crux fidelis inter omnes arbor una nobilis: nulla silva talem profert fronde, flore, germine." (“Oh cruz fiel, el más noble entre todos los árboles! Ningún bosque produjo otro igual: Ni en hoja, ni en flor ni en fruto".)   Y en cuanto al mirador del Troncoso, debo decir que se encuentra en el extremo opuesto de la calle, y que es un lugar privilegiado desde el que se puede contemplar uno de los paisajes más interesantes y hermosos del río Duero a su paso por nuestra ciudad, con sus puentes, aceñas, azudas y el fondo paisajístico que lo enmarca, sin olvidar, entre otras maravillas, la Catedral con su torre y su cimborrio, los campanarios de las iglesias que asoman sobre las murallas y las rocas de Santa Marta. Una curiosa circunstancia sobre el Mirador del Troncoso es que existe por casualidad. Resulta que en el solar del actual mirador había una vivienda con un patio ajardinado que fue donada al MOPU por una señora, mediante una rara herencia a principios del siglo XX para que fuera utilizada por los servicios del MOPU (Ministerio de Obras Públicas). Finalmente, entre el personal del servicio dicha vivienda era conocida como la Casa de la Rosa, en recuerdo del nombre de la donante.


 

El Museo de Semana Santa, contiguo a la iglesia de Santa María la Nueva, fue creado en 1957 por la Junta Pro Semana Santa de nuestra ciudad con el fin de conservar y exhibir al público los pasos procesionales de las cofradías, hasta entonces alojados en diversos locales, en algunos casos en precarias condiciones. Tras adquirir el solar ese mismo año, el Museo se abrió finalmente al público a principios de septiembre de 1964. En 1972 la Junta adquirió un local anexo, aunque sin comunicación con el Museo, para instalar en él su archivo y el de las distintas cofradías. En 1990 se adquirieron dos solares más que se utilizaron para ampliar el espacio de exposición y para ubicar las oficinas, el salón de juntas y el taller de restauración. Finalmente, el Museo se reinauguró en febrero de 1994. Desde entonces es el museo más visitado de su categoría en toda España y también el que más visitas recibe de todos los de nuestra ciudad.​ Expone 37 pasos procesionales, entre los que destacan los de los imagineros Ramón Álvarez, Mariano Benlliure, Ramón Abrantes, Hipólito Pérez Calvo y Enrique Pérez Comendador, entre otros, La Entrada Triunfal de Jesús en Jerusalén (popularmente, La Borriquita), La Santa Cena, La Oración del Huerto, Camino del Calvario (popularmente, El Cinco de Copas), Las Tres Marías y San Juan, Jesús Nazareno, La Crucifixión, La Elevación de la Cruz, El Descendimiento, La Piedad, La Conducción al Sepulcro, El Santo Entierro (La Urna), Cristo Resucitado o La Virgen de la Amargura, además de otros objetos relacionados con nuestra Semana Santa, como hábitos de cofrades, accesorios de las procesiones, etc. A pesar de la ampliación que ha tenido a lo largo del tiempo, su espacio resulta insuficiente para las obras que exhibe, por lo que existen diversas propuestas para solucionar el problema. Sigue en pie el compromiso del Ayuntamiento para adquirir un nuevo solar que dé cabida holgada a los pasos expuestos, de la Diputación para realizar el proyecto y de la Junta para aportar la financiación. Ya veremos. Sería una pena que todo quedara en agua de borrajas, como decimos en nuestra tierra, si bien ya se empiezan a acometer diversas mejoras respecto a la señalización e iluminación de lo expuesto en el Museo, así como un servicio de audioguías. Todo esto del Museo está muy bien para quien está de visita en Zamora en cualquier época del año, me atrevo a opinar, pero la verdadera seducción se vive en la Semana Santa de las calles y las plazas día y noche, en los hachones de los cofrades proyectando sus sombras en las fachadas de las casas, en los roces de las cruces y los pies desnudos de los penitentes en el frío e insensible pavimento de alquitrán o de adoquín, en el Merlú llamando a los cofrades con su tambor y su corneta la madrugada del Viernes Santo, en el Barandales haciendo voltear y sonar sus campanas atadas a las muñecas, encabezando las procesiones, el silencio jurado y las solemnes matracas rompiendo la quietud de las noches, el llanto silencioso de los zamoranos apostados en las aceras para ver pasar la procesión que más quiere… y, sobre todo, los pasos que desfilan solemnes en cada una de ellas y las dolientes figuras de las Vírgenes y Cristos que, instalados sobre ellos, portan reflejados en sus gestos y en sus propios cuerpos todo el dolor del mundo, la agonía y la muerte; ahí sí que se siente la seducción verdadera, en las manos retorcidas de La Soledad, en las lágrimas de La Esperanza, en la Sangre derramada del Cristo de las Injurias, en la postración final del Yacente o en la desolada escena del Descendimiento…Me temo que este año los visitantes de Zamora en estos días tendrán que conformarse con el Museo.


 

Quizá una de las procesiones más representativas de nuestra Semana Santa, junto a las del Cristo de las Injurias, del Miércoles Santo, del Yacente, del Jueves Santo,  la de Jesús Nazareno, del Viernes Santo, o la de la Santísima Resurrección, del Domingo de Gloria, sea la procesión de las Capas Pardas, nombre popular que recibe la Hermandad Penitencial del Santísimo Cristo del Amparo, que todos los Miércoles Santos a las doce de la noche sale en procesión de la iglesia de San Claudio de Olivares, acompañando a la imagen de Jesús en la cruz. El Crucificado, que data del último cuarto del siglo XVIII  y atribuido a José Cifuentes Esteban, posee tamaño natural. Va colocado sobre una sencilla mesa que representa el Gólgota, con el único adorno de una calavera y unos cardos. Su aspecto sobrio resultaba plenamente adecuado para la procesión que se estaba diseñando, y por ello fue elegida esta imagen. El hábito de los cofrades es la capa alistana (la de los pastores de Aliste, Carbajales y Sayago, aunque no la de trabajo, sino la utilizada en días especiales)​, que por su color oscuro da nombre a la denominación popular de Capas Pardas. Los cofrades, que además portan un farol de hierro forjado, desfilan dispuestos en forma de cruz latina. El Cristo es llevado sobre unas sencillas andas portadas por doce hermanos a dos hombros, con la iluminación de sólo cuatro faroles rústicos, para realzar el patetismo de la imagen en la oscuridad de la noche. Las matracas anuncian el paso de la procesión. Un bombardino y un cuarteto de viento interpretan piezas fúnebres a lo largo del recorrido, marcado por las calles en torno al Castillo, produciéndose su momento más significativo al pasar bajo la Puerta del Obispo. Y cuando la Cofradía regresa al templo de salida, un coro entona el Miserere Popular Alistano (“Ten mi Dios, mi bien, mi amor, misericordia de mí. Ya me ves postrado aquí, con penitente dolor: ponga fin a tu rigor una constante concordia, acábese la discordia, que causó el yerro común, y perdóname según tu grande misericordia...")


  Un momento clave de los muchos con que cuenta nuestra Semana Santa, es la alianza especial que forman el tiempo, el espacio y la música en el templo de San Juan Bautista poco antes de la salida de la procesión de la cofradía de Jesús Nazareno (vulgo, Congregación) en la madrugada del Viernes Santo. Esa alianza especial se produce cuando el paso denominado el Camino del Calvario (popularmente, Cinco de Copas, por la disposición de sus figuras en el paso a semejanza del naipe) obra de Justo Fernández y guión de la procesión, se pone a bailar en el interior del templo de un modo singular que todos los zamoranos conocemos a la perfección, acompañado de la fúnebre Marcha de Thalberg. El paso representa el momento en que Jesús, cargado con la cruz es conducido al calvario escoltado por un centurión romano, que apunta hacia delante con el brazo extendido, un sayón que tira de la cuerda atada al cuello de Jesús, y dos soldados. Quien ha vivido ese momento del baile majestuoso de las cinco figuras y oído esa música que taladra el corazón de los tiempos, no los olvidará en su vida. Después a lo largo del recorrido del desfile formado por miles de cofrades (hábito de percal negro con cola, sin capa y el rostro cubierto con un caperuz sin punta) y por numerosos pasos (entre otros, además del mencionado, La Caída, La Redención, La Crucifixión, La Elevación de la Cruz, La Agonía y la Virgen de la Soledad), seguirá sonando, junto con otras músicas, la marcha fúnebre de Thalberg. Música que ya es inmortal para el zamorano que se precie.

El personaje de la Semana Santa que en mi infancia llamaba más mi atención es sin duda el Barandales, que era y es la persona que, haciendo sonar las campanas que lleva atadas a las muñecas, avisa al público de la marcha de las procesiones.​ Antiguamente debido a la prescripción litúrgica, las campanas de las Iglesias de Zamora enmudecían desde la tarde del Jueves Santo hasta el Domingo de Resurrección, de ahí surgió la necesidad de la figura del Barandales. Para que la percusión metálica de sus campanas recordara a los fieles la celebración de los distintos oficios y acontecimientos que se fuesen sucediendo en la pasión zamorana. Así pues, con el sonido característico de esas dos campanas que llevaba pendientes de sus muñecas, este singular “campanillero” abría la marcha de tres cofradías: la Santa Vera Cruz, el Santo Entierro y Nuestra Madre de las Angustias. Doscientos años después las cofradías de la Borriquita, la Tercera Caída, el Vía Crucis, la Virgen de la Esperanza y Luz y Vida, no queriendo ser menos, introdujeron esta figura humana tan emblemática es sus desfiles procesionales con el mismo cometido. En mi obra Zamora entre la ausencia y el reencuentro incluí estos versos dedicados a España, la primera persona que hizo de Barandales y que conocí de niño: “Tío Barandales, dales, dales…, suena en el alma de los chavales, mientras los pasos pasan perennes por las callejas viejas, solemnes. Esas campanas, como latidos, suenan a tiempos nunca perdidos en lo más hondo del corazón, como una eterna, viva canción…Semana Santa de mi ciudad. Los pensamientos son de piedad mientras voltean esas campanas y toda la gente tras las ventana mira con ojos tiernos, llorosos, los latigazos tan dolorosos que Dios padece en su soledad. Sigue sonando, tío Barandales, tío Barandales, dales, dales…Para que nunca nos olvidemos de aquellas cosas que bien sabemos que forman siempre nuestra Verdad.” 


 

 

 


 

 

 

domingo, 21 de marzo de 2021

MEMORIAS DE UN JUBILADO Una voz en la pandemia (II)

 


Continúo dando entrada a una voz cualquiera en medio de este tiempo de tanta incertidumbre, donde sólo nos queda esperar.

 

SEGUIR ESPERANDO

Hay que seguir esperando,

con resolución y afán,

a que pase el Leviatán

que nos está devorando

tan deprisa y tan callando.

Andamiemos la paciencia

con madera de alta ciencia

y muestras de buen humor.

La esperanza es el motor

que mueve nuestra existencia.

 


 

 MAR INSEGURO

Feliz el que tiene al lado

en este tiempo temido

al piadoso ser querido

que le da calma y cuidado.

Feliz el que tiene atado

su barco en puerto seguro

en este mar inseguro

que es el tiempo que vivimos.

Y aunque sufriendo seguimos,

aún nos espera el futuro.

 

EL AMANECER

La vida sigue naciendo

en medio de este terror

que nos apoca el valor

que le estamos oponiendo.

Da gozo seguir oyendo

el llanto de un nuevo ser

que celebra su nacer

con un “¡Viva!” de reproche.

Cuanto más negra es la noche,

más brilla el amanecer.

 


LA RADIO

Cuando en tu confinamiento

se te haga insufrible el día,

busca la fiel compañía

de la radio, y al momento

su voz te dará el aliento

para seguir respirando,

para seguir confiando

en que acabe este castigo.

Que la radio es un abrigo

para quien sigue esperando.

 

HOY NO QUIERO ENVEJECER

Siempre creí que la vida

era lucha y esperanza;

y la vejez, enseñanza,

experiencia en la partida.

Y, aunque espero la vencida

de este largo atardecer,

a la vista del quehacer

del plantel que nos gobierna,

exclamo en mi rabia interna:

¡Hoy no quiero envejecer!

 

 


 

ESPERANZA

Cuando te ataque el terror

por no saber qué te espera,

piensa en la fiel enfermera

que vigila tu dolor.

Ella es la esperada flor

que viene a alegrar tu invierno.

Desde tu interior más tierno

dale paso a la esperanza,

y verás que sin tardanza

 logras salir de este infierno.

 

PACIENCIA

Ya llegó la primavera,

y con ella la esperanza

de dejar la malandanza

de este dolor sin frontera.

Paciencia: el trigo y la era

volverán, y el corazón

latirá con la pasión

de una rosa abierta al viento.

Volverá el fiel sentimiento

de una nueva redención.

 


 


sábado, 13 de marzo de 2021

MEMORIAS DE UN JUBILADO Una voz en la pandemia (I)

   


    La situación extrema que estamos viviendo por culpa del coronavirus ha hecho aumentar el número de lectores frecuentes en España, que ha alcanzado el 52,7 por ciento del total de la población, lo cual supone casi 2,7 puntos más respecto al año 2019, según el último Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros, elaborado por la Federación de Gremios de Editores de España. Así que no hay mal que por bien no venga. Dicho esto, aprovecho para incluir en esta entrada unas cuantas décimas escritas durante la pandemia. Que aproveche.

    

LA VACUNA

Llaman año de esperanza

al año de la vacuna,

que es un ladrido a la luna

cuando más la muerte avanza.

¿No nos suena a burda chanza

lo que nos dice el Gobierno,

que saldremos del infierno

cuando termine el verano?

Que Dios nos eche una mano

para pasar este invierno.

 



RECETA

Receta con mascarilla

para aguantar la pandemia:

ni tertulia ni academia,

mucho aire, poca silla,

la rutina más sencilla

y un buen libro entre las manos.

Salud a los ciudadanos

y calma justa a la masa.

Eso, y amor en la casa,

como entre buenos hermanos.


EL AFECTO

Que la nueva Navidad

nos traiga amor de familia,

que es la luz que reconcilia

tradición y realidad.

Y que siga la amistad

siendo andamio de esperanza

para lograr la bonanza

cuando pase esta Tormenta.

El afecto es el que cuenta,

ungido por la añoranza.



LA NUEVA NORMALIDAD

La nueva normalidad

de normal no tendrá nada;

será nueva según cada

quisque quiera por su edad

buen sentido y libertad.

¿Durará la mascarilla?

¿Durará esta maravilla

de la distancia social?

Nada será ya normal

después de esta pesadilla.


COMO QUIJOTES

Con mascarillas y guantes

luchamos como quijotes

contra los nuevos azotes

de molinos y gigantes

que no conoció Cervantes.

Ojalá que en el futuro

nadie sufra el túnel duro

de esta pandemia sin nombre.

Para morir nació el hombre,

pero luchando, seguro.


 

LIBERTAD DE EXPRESIÓN

La libertad de expresión

cambia con este gobierno

que llama cielo al infierno

y locura a la razón.

Entre elegía y canción

ya no cuenta el sentimiento

del poeta; sólo el cuento

del político que aclara

con palabra “libre” y “clara”

que el dolor es un invento.

 

ESPAÑA

España es un corazón

que sabe de sufrimiento,

de lucha, tesón y aliento,

de elegía y de canción.

Y en esta cruel ocasión

de hospital y despedida

jugará fiel su partida

hasta el final de la guerra.

A España nada le aterra

mientras le lata la vida.

 


LLUVIA DE CONSUELO

El dulce llanto del cielo

llueve sobre la tristeza

cual si la naturaleza

le quisiera dar consuelo.

La lluvia cae en fino velo

sobre la triste ciudad

que, en silencio y soledad,

soporta su cruel destino

como la cruz del camino

que impone la enfermedad.

 

sábado, 6 de marzo de 2021

MEMORIAS DE UN JUBILADO. Defensa de la correspondencia. Leandro Fernández de Moratín

 



      En mi afán por revisar viejos libros de mi biblioteca, sigo reencontrándome con lecturas que ya tenía semiolvidadas. Una de ellas  es el libro titulado Heterodoxos y prerrománticos, obra de José Luis Cano, que vio la luz en Ediciones Júcar, Madrid, 1974. Se trata de una colección de breves ensayos sobre poetas y escritores españoles del siglo XVIII que llamaron la atención y suscitaron la simpatía del autor “por su espíritu rebelde e inconformista, rondando a veces lo heterodoxo, que les llevó en alguna ocasión al destierro o a la cárcel.” Entre los escritores trabajados se encuentra uno de los que mejor representan el espíritu de la Ilustración; me refiero a Leandro Fernández de Moratín, poeta, dramaturgo y ensayista, del que José Luis Cano trata algunos aspectos de su vida y obra poco conocidos, bajo los títulos Un amor de Moratín, Moratín en su Diario, Moratín en sus cartas y Moratín y la ilustración mágica. El ensayo que me interesa destacar aquí es el que trata del epistolario del autor de El sí de las niñas. 

Es sabido que la personalidad de Moratín era la propia de un hombre de sensibilidad contradictoria pues se mostraba serio y alegre, liberal y conservador, tímido y extrovertido. “Es difícil, afirma al respecto José Luis Cano, entrar en el secreto del alma de Moratín, y si alguien quiere buscarlo,  más que en sus poesías y en sus comedias, habrá de hallarlo en su cartas, donde entrevemos, a ratos, la personalidad compleja y huidiza de don Leandro.” La importancia del Epistolario de Moratín (en su condición de afrancesado, casi todo escrito en el exilio), además de servirnos a los amantes de nuestro país para conocer mejor las costumbres y la manera de vivir de los españoles de la época, es un modelo de prosa directa, amena, emotiva y bella. “Pocos españoles de su época, afirma Cano, escribieron un castellano tan puro y a la vez tan sabroso.”

A continuación entresaco, de los ejemplos epistolares que incluye José Luis Cano en Heterodoxos y prerrománticos, los pasajes que encuentro más interesantes sobre la sociedad y la política españolas del momento (y que siguen estando presentes en los tiempos actuales los contenidos de algunos de ellos).

Sobre la alternancia de los gobiernos y sus ideas políticas contrapuestas, en una carta a Jovellanos, enviada desde Narbona en 1787: “¿No es desgracia nuestra que cuanto se hace, dirigido a la utilidad pública, si uno lo emprende, viene otro al instante que lo abandona o lo destruye? ¿Cuándo se educará la nación? ¿Cuándo se generalizarán las ideas de economía política, y convendrán los que gobiernan en no abandonar jamás lo que es urgente, lo que es conocidamente útil, y cesará el empeño funesto que los agita, de aniquilar y deshacer lo que sus predecesores fomentaron? (…) ¿No es esto burlarse de los intereses de una nación y mantenerla siempre en estado de infancia?”

Sobre la censura y los remedios que empleaba la Inquisición contra los escritores, en una carta a Juan Pablo Forner, enviada desde Montpelier en 1787: “Créeme, Juan; la edad en que vivimos nos es muy poco favorable: si vamos con la corriente y hablamos el lenguaje de los crédulos, nos burlan los extranjeros, y aun dentro de casa hallaremos quien nos tenga por tontos; y si tratamos de disipar errores funestos, y enseñar al que no sabe, la santa Inquisición nos aplicará los remedios que acostumbra.”


Sobre las guerrillas literarias de Madrid, que se portaban como verduleras, en una carta a Juan Bautista Conti, enviada desde París en 1787: “En Madrid siguen las guerrillas literarias con un encarnizamiento lastimoso; se tratan como verduleras, e escriben prosas y versos ponzoñosos, se ridiculizan unos a otros, se zahieren y se calumnian, en términos que nada falta para llegar a los puños, y concluirse las cuestiones de crítica y buen gusto con una tollina general. Ni sé lo que puede ganar en esto la instrucción pública, ni alcanzo cómo es posible que los que hacen profesión de literatos se olviden tanto de lo que enseñan la buena educación y la cortesía.”

Sobre su decisión irrevocable de no regresar nunca a Madrid y de llevar una vida retirada (evocación del Beatus Ille de Horacio y su versión en fray Luis de León), además de una negativa definición de los españoles y otra positiva de los catalanes, en una carta a su gran amigo el abate Juan Melón, enviada desde Barcelona en 1816: “Una sola cosa tengo decidida y decretada irrevocablemente, y es el no volver jamás a entrar por las puertas de mi Lugar (Madrid), aunque viva más años que el patriarca Enoch. En este supuesto, si esa nación deja de ser loca, si no alborotan, si no se matan por hacerse felices, si sufren como deben el freno y la cincha y el albardón que les han puesto, y que por tantos títulos han merecido, en una palabra, si quieren ser hombres de bien  por unos pocos años (que es lo que yo necesito), dígote que en este caso cargaría con mis libros y mi calcetas, y previa la superior licencia (porque no quiero hacer papel de delincuente fugitivo), me iría a establecer a Aix, en Provenza. (,,,) Entretanto, mi resolución es la de no moverme de aquí, no trocar este pueblo por otro ninguno de España, si he de vivir y morir en ella. En este caso, es necesario hacer una vida oscurísima y retirada; no hablar, no escribir, no imprimir, no dar indicio alguno de mi existencia; y esto, entre unas gentes las más tolerantes, las menos chismosas, las menos perseguidoras de toda la Península, donde cada cual atiende a negocios e intereses, y no se mezcla en los ajenos.”

Sobre el intento del propio Moratín de librarse de los Secretarios que daban licencia en cualquier asunto literario, social o político, en una carta a su amigo el abate Juan Melón, enviada desde Montpellier en 1817: “Mi único intento ha sido librarme de aquella infame canalla de Secretarios, de quien habrá mucho que recelar que, en vez de la tal licencia, me enviasen alguna orden que diese conmigo en otro nuevo destierro, o les ocurriese la necedad de enviarme a Montoro o a Ceuta; porque todo se puede temer del deseo constante que manifiestan de incomodar y aburrir a cuantos acuden a pedirles algo; Bástame por ahora saber que nadie me perseguirá donde estoy, ni por traidor, ni por Gaditano, ni por Masón, ni por libertino, ni por afrancesado, ni por conspirador, ni por sospechoso: No puedes figurarte con qué facilidad, con qué impunidad se atropella a cualquiera en aquel desventurado país.”

Sobre el trato diferente que da la patria a sus ciudadanos dependiendo de su condición política, en una carta a Dionisio Solís, enviada desde París en 1819: “Sea influjo del clima, de las circunstancia, sea el demonio, que en todo se mete, lo cierto es que nuestra dulce patria no permite que ninguno de sus hijos sobresalga en ella impunemente, y paga con amarguras los esfuerzos del talento y la aplicación, al paso que recompensa con premios y honores la ignorancia, el error y los delitos. Trate Vmd. De vivir feliz con su familia, tranquilo y honestamente divertido; lea y no escriba; conozca el mundo, pero no lo pinte, y pase esto pocos instantes que llamamos vida lo más alegre y holgadamente que le sea posible (de nuevo referencia a Horacio y a nuestro fray Luis).” 

 


Sobre la resolución que tomó el propio Moratín de abandonar España para acabar con las amarguras que sufría en el país por su condición de afrancesado, en una carta a Paquita Muñoz (de quien estuvo mucho tiempo enamorado), enviada desde Burdeos en 1824: “Salí de ellas (las tribulaciones que padecía) con vida y con mayor conocimiento del mundo que el que antes tenía, tomé la única resolución que podía convenirme, y al cabo de siete años que determiné no vivir en compañía de locos y pícaros, todavía no he tenido motivos de arrepentirme de mi resolución. Así vivo tranquilo, oscuro, estimado de los muy pocos que me conocen, gozando de aquella honesta libertad que sólo se adquiere en la moderación de los deseos (loable definición de la auténtica libertad). Ni aspiro a más, ni espero recuperar lo que me han robado (que es imposible), perdono a los que me han ofendido, y toda mi ambición se reduce a poder continuar con lo poco que he podido salvar de tan desecha tormenta, y acabar en paz el curso de mi vida, que ya es tiempo de que termine (aún viviría cuatro años más después de mostrar esta estoica actitud ante la vida).