miércoles, 28 de diciembre de 2022

CINEVERSO (IV)

 


 

EL CINE DE BARRIO


Echo de menos el cine de los barrios

--el cine de ternura con gotas de ironía--,

cuyo protagonista

era un viejecito con ojos de ardilla

y ronca voz que decía:

“porque estar jubilado es estar jorobado”,

cuya música –la de Difesa--

nos recordaba que nuestras raíces

estaban bien clavadas en la historia,

en el calvario de los últimos de Filipinas

o en la humilde tristeza de Marianela.



Era el cine del barrio y de nuestra infancia,

de lágrimas que ardían

cuando veíamos que el amor

enloquecía a una reina nuestra

o a todo un Dios clavado en una cruz

para mostrar que la humildad de un niño

a veces lo logra todo.

Era nuestro cine

porque era nuestra historia cotidiana

arrancada del libro de la vida.




EL  OTRO CINE


Podíamos vivir perfectamente

sin el cine que nos encogía el alma

y nos trizaba el corazón

en nieblas de desesperanza.

Era un cine de pestes y cadáveres

que se pudrían al aire lentamente

y dejaban un poso

de pesimismo y destrucción.

Y si por casualidad

habíamos caído en sus penumbras,

cuando regresábamos a la luz,

a la vida de nuevo,

respirábamos con alivio

y hasta aceptábamos a medias

las sanas jugarretas de la labor diaria,

de los lunes cabrones,

y volvíamos a vivir en nuestra piel.


En el rato del café con los amigos

o en el tiempo feliz

que concede el amor al barro humano,

la agonía, la gris

decadencia de gritos y susurros

volvían a ser lo que eran,

arte de luz y movimiento,

acciones de unos hombres

que tuvieron sus razones en la escena.



El otro cine

--su feroz pesimismo--

sólo conducía a un horizonte

de oscuridad y nada.

--Si la muerte se erige en el final de todo,

y la paz sólo existe en segundos soñados,

es que nunca se cuenta

con la blanca impresión de que alguien nos guía

o con la propia energía que nace

de nuestra convicción

para aceptar el mar que nos espera.--


Ese cine, semilla del nihilismo,

arrastra al ser humano

fuera de lo que él puede alcanzar.

No construye: destruye con su estética

de escepticismo y muerte,

y maniata al hombre que aún cree en la batalla,

en la batalla que le da la paz

y le hace libre.




EL CINE RELIGIOSO


El cine religioso

andamiaba nuestras almas,

alzaba nuestra vida a una dimensión moral

y ponía el espejo del misterio

a la altura de los ojos más débiles.


El cine religioso

quiso ser solución social,

promesa de edenes terrenales,

quiso hacer viva la esperanza

en medio de tanto miedo,

de tanta soledad como sembraba el odio

en la posguerra.

Y en parte ayudó la fe de Nazarín

o la caridad de Viridiana.



El cine religioso

no mostró de igual modo

la moral católica que la burguesa

--el camino de Dios siempre empezaba

en los pies de los pobres,

en las casas que olían a humedad

y en las mortajas de la muerte--.

Ni eran las mismas las puertas de la vida

que las puertas del dolor o la desilusión

--preferíamos la transparencia de Rey de Reyes,

La túnica sagrada,

o la ternura de Dios

cogiendo el pan de la inocencia

de las manos pequeñas de Pablito Calvo--.








miércoles, 14 de diciembre de 2022

BALADA GALLEGA Premio J. G. Caneiro

 


Me acaban de llegar de Alpedrete (Madrid), sede de la editorial La Discreta, los veinte ejemplares del libro Ha sido vida ( Ediciones de La Discreta. S. L. Colección Bastardilla, Madrid, 2022, con ISBN 9788418130144), que me corresponden por haber ganado el I Premio Internacional de Poesía José García Caneiro de 2021, además del Diploma nominal como ganador del Premio, 15 libros publicados por la editorial pertenecientes a varios géneros literarios (yo elegí previamente 4 de narrativa, 6 de poesía, 3 de ensayo y 2 de teatro) y una suscripción para recibir los libros que La Discreta ha ido publicando durante el año que está a punto de terminar. 

A continuación copio mi poema, BALADA GALLEGA, ganador del I Premio Internacional de Poesía “José García Caneiro” (Certamen que se convoca cada dos años):

 

I

Me pregunto a qué dios celta rezarán

estos pinos de Portonovo.

Sólo quien nace cautivo

es capaz de rezar bajo este palio de lluvia.

Como almas en pena,

rezan y bailan sobre los helechos.

Los miro como si yo fuera otro árbol,

otro cautivo sin saberlo.

Y rezo la mejor canción que sé:

el silencio.

 

 


II

Frente a un Calvario duerme fiel su muerte

una dama de piedra que fue señora un día

de algún pazo gallego.

Al otro lado del altar,

en otra larga muerte ensimismado,

en larga piedra duerme también quien fuera un día

el dueño de su corazón.

Y fuera, la lluvia y los pinos altos que rezan.

¿Cuál fue la soledad o el alto amor

que enredó sus madejas terrenales?

Dos escudos relatan sus rápidos linajes

sin heraldos. Quizás una leyenda

tejió su soledad o su alto amor.

Ceniza mojada por la lluvia.

Todo está entre estos muros,

bajo el techo silente de esta iglesia.

En Cambados, el sueño de granito,

la muerte de la muerte y unos labios

helados en la flor de una sonrisa.

 


 

III

Me pregunto si este acto de amor de Portonovo

algo tiene que ver con las plegarias

de los altos pinos que ahí, amantes,

rezando, se besan bajo el viento

y ofrecen su prisión a algún dios celta

que los oye en la lluvia.

Amamos como ellos y rezamos

para alargar el hilo del momento.

Los rumores, los gemidos mojados de los pinos

acompasan los besos, los abrazos,

la siembra y el silencio.

Me pregunto si este acto de amor de Portonovo

es cosa de la ría,

del mágico obelisco que a unos pasos,

sobre el cantil, señala otro destino.

No sé, pero ahora quieto,

mientras mis manos sueñan todavía

con tu ternura, sigue

siendo el lecho la playa donde el mar

se apacigua, y yo un niño

 absorto en su silencio.

 

 



 





jueves, 1 de diciembre de 2022

CINEVERSO (III)

 


BETTE DAVIS


Morenas puro fuego, rubias oro puro,

a unas se las llevó el viento y a otras la tinta de la noche,

entre güisqui y tabaco y sábanas de amor.

Y hubo algunas que fueron

reinas del melodrama

--Eva y arpía, adúltera y mendiga

o diosa que bajaba

la escalera de una rica mansión--.

Jezabel sigue viva,

brillando en la pantalla

matando al pobre Acab,

cuya sangre es lamida por los perros.

--Aún sigue habiendo infelices corderos

que, amenazados por la loba de la dura realidad,

viven de los sueños,

agarrados a la tabla de la luz que parpadea.--





JOHN WAYNE


Entra en escena con su andar escorado

el gigante con alma de chaval

y puños justicieros.

Y todos los bandidos que le acechan

caen sobre el barro llenos de plomo.

Una nube oscura se posa en el tejado

y aplaude un instante,

y luego va a llover a las vastas llanuras,

donde los pieles rojas, con tambores de guerra,

preparan la venganza. Nada importa:

el héroe se coloca los revólveres,

encara su Winchester y espera

la lluvia de las flechas que se clavan

en la viejas maderas de los ranchos.

Ya es de noche. Los coyotes aúllan

y los buitres esperan la carroña

que vomitará la batalla.

En el miedo de la espera

los viajeros intercambian sus miedos

antes de que el diablo y la muerte

pongan a todos en su sitio.

Después vendrá otra vez la luz del alba,

y la diligencia

—la vida renacida—

reanudará la marcha.




LOS HERMANOS MARX


Eran más de tres

para quienes las reglas eran nubes

en su cielo de estrellas.

Uno llevaba

un sombrero que parecía

rescatado de una casa de empeños.

Otro era huérfano de palabras

y pródigo en estruendos de bocina

y tierno en acordes de arpa libre,

cortaba la cintura a las corbatas

y perseguía a las Dafnes

como un terreno Apolo.

El tercero tenía nombre ruso,

de payaso de circo o foca amaestrada,

bigote de cepillo, cejas viajeras

y andar de Ibis con las piernas dobladas.

Artista de la palabra y del tiempo,

no conservaba la juventud:

era la juventud la que vivía en él.

Y así sucesivamente...

Más (Marx) que hermanos,

eran iconoclastas del Far West

y podían convertir un tren en leña,

un camarote en una caja de sorpresas

y un circo en un milagro.

Puestos a pedir, les pediría

un vaso de honradez para la humanidad

y unas gotas de infancia para nuestras almas viejas


.


EL CINE BÉLICO


Con ellos entrábamos en la jungla

y notábamos en la piel los dientes del peligro,

temiendo que alguna bala

nos dejara secos entre los mangos.

Con ellos celebrábamos las victorias

y llorábamos las derrotas,

éramos encerrados en campos de concentración

y sufríamos torturas

o moríamos en las cámaras de gas.

Y aunque alguna vez subíamos con ellos

a colinas donde el amor

abrazaba nubes de esperanza,

el resto de la vida

vivíamos en trincheras sin mañana,

aprendiendo posturas

para morir dignamente algún día

--en el frente no había novedad:

sólo un gorrión posado en la alambrada,

y de repente, un soldado,

muy cerca de nosotros,

mientras soñaba en sus recuerdos,

encontraba la muerte dulcemente--.

Lo peor que llevábamos

era ver cómo las bombas negras

arrasaban hogares y familias,

y cómo los huérfanos en trenes oscuros

eran desterrados a la desesperanza.

Finalmente, se encendía la luz

Y salíamos a la calle de la verdad

y cogíamos de nuevo el paso de la vida

sin perder jamás el miedo a la muerte.

 




 

EL CINE EN 1944


Mientras un servidor nacía

y veía la luz de las mañanas,

del río y de las huertas,

el cine encandilaba en luces blancas

la soledad y el luto de la guerra de Europa

y ayudaba a sufrir las cartillas de racionamiento.

El Clavo hablaba de historias amorosas

con jardines de amapolas ocultas

que sólo podía curar el tiempo

a través de la lectura de un cráneo taladrado.

Líricos neorrealismos de adoquines

donde rodaban bicicletas tristes

hacia el hambre y el miedo

--Roma era una ciudad ocupada por botas alemanas

donde los panes estallaban en esquinas

habitadas de frágiles niños

que jugaban a ser hombres sin haber sido niños--.

La libertad, la resistencia

habían nacido para acabar en campos de exterminio.



Mientras un servidor nacía

en esta otra ladera del misterio

--Laura moría en la pantalla.

Más que un grito blanquinegro,

fue un fantástico viento que limpiaba

la polvorienta primavera de un retrato,

el gris silencio

que el azar de los lirios pobló de mil susurros--.

Y yo era un llanto vital

que visitaba las cruces de las tumbas

en un febrero helado

que tapaba su desnudez con luz de almendros.


1944

fue un año de princesas y piratas,

de luz que agonizaba,

de viajes a Oriente, donde todo era magia.

Y mientras, Jack

degollaba en las esquinas

columnas de la cama y de la mesa.

Y la mujer azul de nuestros sueños

se asomaba a las pantallas

y abría paréntesis de paz en la guerra del día.

 


 






lunes, 21 de noviembre de 2022

CINEVERSO (II)

 


MARLENE DIETRICH


Canallas de la noche, chulos, putas,

vino barato de cafetín nocturno,

humo de madrugada sin historia…

Comparada con vosotros,

ella era un ángel de la luz

exhalando el fantasma del cigarro,

cantando la amargura del amor,

izando el velamen de sus muslos...

Su mirada de gata arrinconada

--en el expreso de Shanghai--

nos hundía en un océano de melancolía,

que se nos disipaba

cuando ella,

la diosa blanca, el ángel de la luz,

con lamé plateado o con frac masculino,

había dejado sembrada en nosotros

la semilla dorada de los sueños.




GARY COOPER


Un caballo galopa a Veracruz,

lleva encima la muerte en dos revólveres,

pero nadie saldrá de entre las sombras.

Decepcionado, el héroe solitario,

sin embargo,

devolverá al mundo paz

y honradez a las leyes que lo rigen.

Un reloj tejido con el miedo

lleva las balas a unas calles

donde sólo hay un valiente

--mientras, un tren delata los latidos

de los cobardes--.

Las casas, panteones,

tras sus cristales muestran

semblantes sin honor.


Y el héroe

--valor, ternura y compromiso--

devuelve la vida al pueblo.




DRÁCULA


Poco antes

el viento de la paz había lavado

el suelo de ceniza del cadáver.

Aquel film

fue testigo de nuestro primer beso.

Es sólo ya un recuerdo

aquel local de sombras.

Y el Vampiro ha vivido

su muerte en cien actores.

Las criptas se repiten,

y los cipreses,

y la tierra podrida,

y las cruces y las estacas…


Y en los cines cerrados

pululan los fantasmas de cien vuelos

--en el recuerdo permanece el vampiro

en lo alto de la escalera,

los océanos de tiempo que cruzó

para encontrar los cuellos de marfil…--.

De aquello sólo queda

un anillo en la pantalla

mientras la ceniza se deshace en el aire,

Todo eso dura menos

que aquel primer beso que nos dimos.




EL CINE NEGRO


Nueva York, Chicago, San Francisco,

noches de persecuciones,

humos de puros,

esbirros y secuaces...

Y a veces en medio

nos cogía el fuego de dos bandas.


El cine negro sabía

sumergirnos en la tinta de su bolsillo mágico

entre gemidos de jazz y saxofón triste.

Y mientras nos caía mal el barman de la cara rota,

soñábamos con ponernos la gabardina del detective

Y al forajido

devolverle el doble de los puñetazos recibidos.

O beber y fumar toda la noche

y a la mañana siguiente

levantarnos frescos como el alba.


Nueva York, Chicago, San Francisco…

En medio de la dura realidad de la posguerra

palpábamos la materia de que están hechos los sueños.



sábado, 5 de noviembre de 2022

CINEVERSO (I)

 


ESPECTROS DE LUZ

Ustedes son viejos prematuros, ustedes

son muertos sin saberlo,

la bestia sigue amenazando.”

Charlie Chaplin


 

EN LA SOMBRA


No importaban los puentes

por donde pasaban las horas del verano,

ni si eran muy largas las tardes

para jugar al fútbol en las eras,

ni los árboles secos ni la lluvia

escondida en la esquina del futuro.

Sólo importaban los dos seres

que nacían de la luz de la pantalla

y en un beso repetían

el sabor de estar juntos para siempre,

mientras el mundo dejaba de existir

y yo latía de amor

hecho fuego en la sombra junto a ella.




GRETA GARBO


Ella vino del norte

como las luces del invierno

y se sembró en los ojos

de los que somos irredentos melancólicos .

Fumaba y besaba

como un ángel que reclama su trono.

Hablaba de amores,

de edenes,

de callejas donde las sombras eran abrazos.

Y mientras hablaba

sonreía con brillos apagados de luna

y sonaban sus palabras a pasos en la alcoba,

a llantos de princesas sin palacios,

a besos de cubitos de hielo

en un cóctel de Ron Blanco.

Era casi celeste,ç

casi divina

Ella vino del norte

como las luces del invierno

Y se marchó en silencio

como la luz que un día

vino a alumbrarnos sola.

Y se quedó en forma de flor

en nuestro huerto triste.


Ella vino del norte como los blancos fríos

y se puso a fumar rebeldemente

y a besar como un ángel que reclama su trono.

Sonaban sus palabras a reliquias de tiempo

y a veces sonreía con brillos apagados de luna.

Era casi celeste,

era casi divina.

Ella vino del norte

y se marchó en silencio,

con la luz fantasmal de la pantalla.


 


BUSTER KEATON


Los niños vivíamos de repente

en la plaza sin nadie de un reloj,

mientras él se burlaba de las sombras,

de las vías,

de las calles del hampa,

de los ojales desojados

por claveles blanquinegros.

Y bogaba por el mar de nuestras almas

dejándonos el húmedo silencio del alcohol

o la tapia de un mundo que se cae.

Colegial,

maquinista,

detective,

él sabía hechizarnos

y subirnos a columpios de risa

hasta llorar.

Y aun así

no queríamos que su espectro de luz

volviera a condenarnos

a la gris realidad

de nuestra infancia de posguerra.


 


CHARLOT


El hombre del bombín y del bastón sagrado

escanciaba en la copa

de nuestras ilusiones

gotas de su ternura

--vagabundo, payaso, tramoyista, emigrante...--

y nos abrigaba el alma contra el miedo

y armaba con plumas de ángel nuestras pobres alas.

--magia y esperanza--.

Y así, una bota vieja era un manjar de dioses.


Él nos enseñó a ser nosotros mismos

y a no ser cobardes prematuramente,

Y luego se alejó

con su andar peregrino

hacia la luz final de la pantalla.


 
 
 
 

viernes, 21 de octubre de 2022

MEMORIAS DE UN JUBILADO. En Provenza (III)

 


SEGUNDO DÍA

Mañana

 

Después de una noche toledana en Aviñón, insomnio por el cambio de cama y por un sueño o pesadilla (que aún no sé cómo llamarlo), desayunamos mientras el guía nos explica el itinerario que vamos a seguir hoy; sin embargo, no puedo quitarme de la cabeza el sueño de anoche, y con los nombres de la ruta de hoy, Tarascón, Daudet, Saint-Remy, Van Gogh…, se mezclan los de Petrarca y Laura, la mula del Papa (relato que incluye Daudet en las Cartas desde mi molino) y las imágenes del poeta medieval italiano empeñándose en querer presentarme a su amor platónico, a la salida de Santa Clara, donde acaba de conocerla, mientras esperábamos la procesión de la mula del Papa. Laura estaba de espaldas y mostraba su cabello gris como la plata, y no quería girarse para mirarme, y cuando al fin lo hizo, vi que era un esqueleto que mantenía entre sus huesudas manos el libro de sonetos que el poeta le había dedicado. (…)

Momentos después de desayunar, tras palmear el hombro del Buda de piedra negra del comedor, cogimos el coche que habíamos aparcado muy cerca de casa y salimos del recinto medieval de Aviñón por una de sus majestuosas puertas sólidamente fortificadas, camino de Tarascón. El guía me pregunta si me parece bien el recorrido del día. Le respondo que sí. Y su madre dice: “Se habrá enterado a medias. El sueño que ha tenido esta noche ocupa casi todo su pensamiento.” “¿Qué sueño es ese?”, preguntan los dos hijos a la vez. “No tendrá que ver con Van Gogh, ¿verdad?”, pregunta el mayor. “Con Van Gogh, Daudet, Petrarca, Laura…”, respondo. “¿Con Petrarca y Laura? Sigo buscando la iglesia de Santa Clara. La encontraré, no te preocupes.” (…) Una hora más tarde de la salida de Aviñón llegamos a Tarascón. Justo a la entrada de la población, les leo en voz alta a mis acompañantes, según lo convenido, un fragmento de la novela Tartarín de Tarascon, escrita en 1872 por el escritor Alphonse Daudet, que vivió desde 1840 a 1897:

 “Mi primera visita a Tartarin de Tarascon ha quedado en mi vida como una fecha inolvidable; hace doce o quince años de aquello, pero yo me acuerdo de ello mejor que de ayer. El intrépido Tartarin habitaba entonces, en la entrada de la villa, la tercera casa a mano izquierda en el camino de Aviñón. Bonita mansión tarasconense con jardín delante, balcón detrás, muros muy blancos, persianas verdes y delante de la puerta un enjambre de niños saboyanos jugaban al tres en raya (marelle) o dormían al sol, apoyada la cabeza sobre sus cajas de betún (cirage).

“Por fuera, la casa no tenía nada de singular.

“Nunca nadie se habría creído hallarse delante de la vivienda de un héroe. Pero cuando se entraba en ella, la sorpresa no se hacía esperar (coquin de sort!...). Del sótano al granero, todo el edificio mostraba aire heroico, ¡incluido el jardín!”


 

En Tarascón, cerca de donde el conductor familiar ha aparcado el coche, nos topamos con la mole gigantesca del Castillo y enseguida, guiados por el cicerone familiar, entramos a ver, aquí sí,  la Colegiata Real de Santa Marta, erigida en honor de la Santa, hermana de María y Lázaro, los tres, muy buenos amigos de Jesús, allá en Palestina. Cuenta la tradición que Marta, junto a unos compañeros suyos, naufragó en su viaje a Francia en el año 48 en la costa de Provenza. Luego los lugareños de Tarascón, aterrorizados por un monstruo llamado la Tarasca, pidieron ayuda a santa Marta, que con la cruz logró domar a la bestia. Y después se quedó en Tarascón  para evangelizar a la población. Con el paso de los siglos, por intercesión de Santa Clovis, rey de los francos, se curó de una enfermedad renal que padecía,  y  en una carta de 962 se menciona la iglesia de Santa Marta de Tarascón y el culto a la santa de la ciudad, siendo el único templo de toda la cristiandad dedicada entonces a la anfitriona de Cristo. Y la arqueología lo confirma pues, según un folleto que recogí en la misma iglesia, durante las excavaciones realizadas en 1979 en la parte inferior del templo se descubrió un sarcófago que bien pudo ser la tumba de la santa pues los restos hallados en ella, después de ser analizados, demuestran que pertenecieron a un cuerpo de mujer de unos sesenta años, pequeño, de tipo mediterráneo y muerto de forma natural en el siglo I. Sean o no los restos que se encontraron los de Marta, la amiga de Jesús, es lo de menos. Lo que nos importa ahora es hablar del templo de Tarascón que por algo lleva su nombre y de sus principales tesoros artísticos. De los cuales destaco los siguientes: 


 

La portada, románica (tímpano que muestra en bajorrelieve a Cristo en majestad rodeado de los símbolos evangelistas, y el friso del dintel con la entrada de Jesús en Jerusalén); y en el interior del templo, la Cripta con el antiguo sarcófago de la santa y las capillitas dedicadas a Santa María Magdalena y a San Lázaro, ésta de estilo gótico, con un bajorrelieve que representa su resurrección; y en la parte de arriba, el coro, el órgano, las vidrieras, el  capitel de la Anunciación y la estatua yacente de mármol de Santa Marta. El busto relicario de Santa Marta se encuentra en la capilla que lleva su nombre y fue lo primero que vi nada más atravesar el umbral de la entrada. 

Salimos de la colegiata dando gracias a la Santa por haber contribuido a deshacer el mal (la Tarasca) que hay en el mundo, como hizo nuestro San Jorge con el Dragón. (…)

De vuelta al coche para seguir ruta hasta Maillane, pueblo cercano, marcado por el guía familiar porque en su cementerio reposan los restos del poeta Federico Mistral que había nacido también en Maillane (cuna y sepulcro, lo mismo que fue Sète para otro magnífico poeta, Paul Valery). Mientras rodamos hacia allí leo un recuerdo dedicado al premio Nobel:


 

Federico Mistral estudió derecho en Aix-en Provenza y se convirtió en defensor de la independencia de la Provenza y sobre todo de la lengua provenzal, “primera lengua literaria de la Europa civilizada”. Con su obra, Mistral rehabilita la lengua provenzal, llevándola a las más altas cimas de la poesía épica: la calidad de esta obra se consagrará con la obtención de los premios más prestigiosos, como el Nobel en 1904 (con el importe del premio creó el Museo Arlaten en Arlés). Su obra principal fue Mireia, de la que ofrecemos un fragmento:


“En su frente sólo relucía juventud,
y aunque no llevaba diadema  de oro fino

ni manto lujoso,
yo quiero que sea enaltecida como una reina

y alabada por nuestra lengua

menospreciada
pues canto para vosotros,

pastores y gente de aldea.
Tú,, buen Dios de mi patria,
que un día naciste entre pastores,
inflama mis palabras y dame aliento. Santo.

Bien lo sabes : en medio del campo,
ya sea con sol y con rocío,
en cuanto la fruta llega a su sazón,
llega el hombre y coge del árbol la fruta.

Y sobre el árbol que él rompe,
Tú siempre haces brotar otra rama.
Y donde un hombre hambriento

no puede llevar su mano,

el viento le acerca la rama.
Por Santa Magdalena,
el fruto maduro todo lo llena

y el pájaro volandero su hambre sosiega…”

No sigo leyendo porque el coche familiar acaba de llegar al cementerio de Maillane. El conductor aparca junto a la tapia del camposanto y entramos en un recinto muy pequeño. El guía localiza la tumba de Mistral en la primera hilera de enterramientos. “Aquí yace Mistral”, dice. Sorprendido por su forma, observo el sepulcro del escritor. Fue construido en 1907 (así pues, antes de la muerte del poeta, que ocurrió siete años más tarde. Se trata de una copia literal del Pabellón de la Reina Juana en Les Baux-de-Provence, esposa del rey René.  Lo que más me gusta de él son las columnas del frente y el remate que recuerda una cúpula de pagoda. Busco infructuosamente en la piedra el nombre del poeta. (antes de que nos explicara el cicerone familiar lo de la reina Juana, inventé en mi imaginación de poeta que Mistral anduvo un tiempo enamorado de una dama india y que por ello quiso que la forma de su tumba recordara también a la mujer de su corazón.) 

Más tarde, reanudado el viaje, pienso en el anonimato de su tumba e improviso una modesta redondilla:

“Ni siquiera tiene nombre

en su tumba el gran Mistral.

Al poeta le da igual:

sus versos le dan renombre.” (…)

Rodando por la carretera, decimos adiós a Mistral, el poeta que compartió en 1906 el Nóbel con nuestro Echegaray. No olvidamos el viento que lleva su mismo nombre, que no deja de zarandear lo que encuentra en su inquieto y a veces violento paso. Estamos en la típica Provenza, la tierra donde quería pintar Van Gogh, pese a que el mistral no le dejaba quieto el caballete. Es casi media mañana. Marchamos entre campos de trigo y filas de cipreses que hacen de paravientos. Van Gogh está presente. El  mistral lo corrobora. (…)


 

Es casi mediodía cuando llegamos a la zona de Saint-Remy, junto al Claustro de San Pablo de Mausole, que fue el hospital psiquiátrico donde estuvo ingresado Van Gogh tras cortarse el lóbulo de la oreja. Aparcamos el coche y al bajar notamos la fuerza del mistral. Refugiados por los árboles, alegramos la vista con un par de monumentos romanos colosales que quedan en pie, y en casi perfecto estado, de lo que fue Glanum, la ciudad capital de los glánicos, pueblo celtico-ligur que a la llegada de Augusto se convirtió en romano; estos dos magníficos monumentos son un Mausoleo de casi veinte metros de alto y adornado en sus cuatro caras de bajorrelieves, lo que le convierte en uno de los más bellos del mundo, y el Arco de Triunfo que señalaba la entrada de la antigua ciudad, también de dimensiones imponentes y en el que destacan los relieves esculpidos que representan grupos de prisioneros encadenados, detalle que alude a la conquista de los galos por Julio César. Tras hacernos fotos con esas joyas arquitectónicas, dimos un paseo por los alrededores del Claustro, olivos y almendros y al fondo un conjunto de picos de los Alpilles (un tricornio de majestad en las alturas) que eternizó Van Gogh en sus cuadros (un panel recoge la reproducción de uno de ellos con olivos y la cima azul ondulada de la cercana cadena montañosa. (…)

Algún tiempo después, mientras nuestro guía familiar nos recuerda datos interesantes de la vecina población de Saint-Remy, como el hecho de que ilustres personajes la visitaron tiempo atrás, entre otros, el ya mencionado Mistral o Charles Gounod, compositor musical famoso por su ópera Fausto y por su versión del Ave María. No olvido que en una de las calles de la población se encuentra la mansión natal de Nostradamus, el de las profecías. (…)

El estómago reclama su tributo. Ya es hora de hacer nuestro picnic familiar en el lugar donde los guías familiares han elegido, los alrededores del lago Peirou. Y hacia él vamos, pero todos los pasos están prohibidos, por el peligro de incendios. Cambiamos de idea, mientras el mistral sigue soplando con violencia. Sólo nos queda buscar en las alturas del parque natural regional de los Alpilles algún sitio resguardado del mistral donde podamos saciar el hambre y la sed, y también el ansia de descubrir vistas inigualables. El diestro conductor familiar lleva el coche por curvas cada vez más altas y cerradas; las vistas de los alrededores son también cada vez más hermosas e impresionantes. Finalmente, decidimos aparcar el vehículo en un pequeño ensanchamiento al pie de un monte que guarda en su cima una sorpresa agradabilísima: un mirador excelente, pero escalofriante (por algo se llama el Mirador del Infierno), desde el cual, pese al miedo a salir volando en brazos del inquieto mistral, finalmente podemos admirar una panorámica completa del valle de les Baux-de-Provence, y también el famoso Mont Ventoux, coronado por una diadema blanca,  adonde suelen subir los ciclistas del Tour de Francia. Poco tiempo estamos asomados al mirador; el vértigo y el vendaval nos expulsan enseguida de allí. Descendemos sujetando bien las viseras de nuestras gorras y colocando nuestros pies en sitios más o menos seguros del terreno inclinado.

Hasta que, justo a un lado de la base del monte, descubrimos un camino que nos lleva a un lugar incomparable: resguardado, por el lado de la montaña por una pared rocosa, mientras que el lado que tenemos enfrente, se nos abre majestuosa y generosamente al valle mencionado, en el que destaca la población mágica de Les Baux a vista de pájaro, con su castillo medieval asomado al abismo. Y allí, sentados sobre las rocas de la pared del camino, dimos cuenta de nuestro variado yantar (quesos de la tierra, paté, fuet, carpaccio de vaca…) todo bien regado con un buen Picpoul de Pinet, enfriado convenientemente en nuestra nevera de viaje. Por un momento fuimos, pese a todos los inconvenientes inimaginables, los reyes del mundo. (…)