EL CINE DE BARRIO
Echo de menos el cine de los barrios
--el cine de ternura con gotas de ironía--,
cuyo protagonista
era un viejecito con ojos de ardilla
y ronca voz que decía:
“porque estar jubilado es estar jorobado”,
cuya música –la de Difesa--
nos recordaba que nuestras raíces
estaban bien clavadas en la historia,
en el calvario de los últimos de Filipinas
o en la humilde tristeza de Marianela.
Era el cine del barrio y de nuestra infancia,
de lágrimas que ardían
cuando veíamos que el amor
enloquecía a una reina nuestra
o a todo un Dios clavado en una cruz
para mostrar que la humildad de un niño
a veces lo logra todo.
Era nuestro cine
porque era nuestra historia cotidiana
arrancada del libro de la vida.
EL OTRO CINE
Podíamos vivir perfectamente
sin el cine que nos encogía el alma
y nos trizaba el corazón
en nieblas de desesperanza.
Era un cine de pestes y cadáveres
que se pudrían al aire lentamente
y dejaban un poso
de pesimismo y destrucción.
Y si por casualidad
habíamos caído en sus penumbras,
cuando regresábamos a la luz,
a la vida de nuevo,
respirábamos con alivio
y hasta aceptábamos a medias
las sanas jugarretas de la labor diaria,
de los lunes cabrones,
y volvíamos a vivir en nuestra piel.
En el rato del café con los amigos
o en el tiempo feliz
que concede el amor al barro humano,
la agonía, la gris
decadencia de gritos y susurros
volvían a ser lo que eran,
arte de luz y movimiento,
acciones de unos hombres
que tuvieron sus razones en la escena.
El otro cine
--su feroz pesimismo--
sólo conducía a un horizonte
de oscuridad y nada.
--Si la muerte se erige en el final de todo,
y la paz sólo existe en segundos soñados,
es que nunca se cuenta
con la blanca impresión de que alguien nos guía
o con la propia energía que nace
de nuestra convicción
para aceptar el mar que nos espera.--
Ese cine, semilla del nihilismo,
arrastra al ser humano
fuera de lo que él puede alcanzar.
No construye: destruye con su estética
de escepticismo y muerte,
y maniata al hombre que aún cree en la batalla,
en la batalla que le da la paz
y le hace libre.
EL CINE RELIGIOSO
El cine religioso
andamiaba nuestras almas,
alzaba nuestra vida a una dimensión moral
y ponía el espejo del misterio
a la altura de los ojos más débiles.
El cine religioso
quiso ser solución social,
promesa de edenes terrenales,
quiso hacer viva la esperanza
en medio de tanto miedo,
de tanta soledad como sembraba el odio
en la posguerra.
Y en parte ayudó la fe de Nazarín
o la caridad de Viridiana.
El cine religioso
no mostró de igual modo
la moral católica que la burguesa
--el camino de Dios siempre empezaba
en los pies de los pobres,
en las casas que olían a humedad
y en las mortajas de la muerte--.
Ni eran las mismas las puertas de la vida
que las puertas del dolor o la desilusión
--preferíamos la transparencia de Rey de Reyes,
La túnica sagrada,
o la ternura de Dios
cogiendo el pan de la inocencia
de las manos pequeñas de Pablito Calvo--.