domingo, 29 de abril de 2012

LA ISLA ES UN OCÉANO





De noche la isla es un océano

de luces bajo un cielo donde llueve

y el viento zarandea el parabrisas.



De sur a norte, en busca de un destino

que nos rechaza, el bus

nos conduce, peregrinos de lavas

y dragos que convierten los jardines

en plazas para brujas.



De noche, camino del océano,

la isla es una niña

que se encoge ante el viento temerosa.



No hay rastro del monte de la nieve.

Quizá mañana,

a la luz de otro día,

vuelva a ser Tenerife la señora

coronada de espuma,

entre escollos de lava.


martes, 24 de abril de 2012

Un DÍA DEL LIBRO especial

Digo hasta la vista al Día del Libro (en Cataluña, de Sant Jordi) de modo especial. En medio de una jornada ventolera y rosa, he empezado esta mañana visitando en la Rambla de Sabadell la tienda donde mi amigo Juanma exponía a la venta sus rosas de papel. Me he hecho con una para regalársela a mi mujer y así cumplir con el rito del día (ella ya lo cumplió regalándome un libro). Luego, en el Rincón del Campanario me he dado una vuelta por entre las paradas de rosas y libros que allí había instaladas.




A mediodía presencio por televisión la entrega del Premio Cervantes al poeta chileno Nicanor Parra en la persona de uno de sus nietos por ser el galardonado muy mayor de edad (97 años) y no haber podido asistir a la ceremonia. Lo entrega el Príncipe (está muy cercana la operación de cadera del Rey y su feo asunto de la cacería en Botswana) y veo en primer plano la máquina de escribir del poeta a la que llama la máquina del tiempo (y bien puede llamarla así pues en ella se guardan los secretos de la creación poética de toda un siglo de vida), que ha donado Parra al Instituto Cervantes.
Y leo, en homenaje del premiado, algunos poemas. Aquí dejo éste

AUTORRETRATO






Considerad, muchachos,
Este gabán de fraile mendicante:
Soy profesor en un liceo obscuro,
He perdido la voz haciendo clases.
(Después de todo o nada
Hago cuarenta horas semanales).
¿Qué les dice mi cara abofeteada?
¡Verdad que inspira lástima mirarme!
Y qué les sugieren estos zapatos de cura
Que envejecieron sin arte ni parte.

En materia de ojos, a tres metros
No reconozco ni a mi propia madre.
¿Qué me sucede? -¡Nada!
Me los he arruinado haciendo clases:
La mala luz, el sol,
La venenosa luna miserable.
Y todo ¡para qué!
Para ganar un pan imperdonable
Duro como la cara del burgués
Y con olor y con sabor a sangre.
¡Para qué hemos nacido como hombres
Si nos dan una muerte de animales!

Por el exceso de trabajo, a veces
Veo formas extrañas en el aire,
Oigo carreras locas,
Risas, conversaciones criminales.
Observad estas manos
Y estas mejillas blancas de cadáver,
Estos escasos pelos que me quedan.
¡Estas negras arrugas infernales!
Sin embargo yo fui tal como ustedes,
Joven, lleno de bellos ideales
Soñé fundiendo el cobre
Y limando las caras del diamante:
Aquí me tienen hoy
Detrás de este mesón inconfortable
Embrutecido por el sonsonete
De las quinientas horas semanales.



Por la tarde bajé a Barcelona, aun sabiendo el océano de gente que me esperaba allí, para visitar a dos colegas de la poesía que en la Rambla de Cataluña firmaban sus libros de poesía, Felipe Sérvulo y José Florencio. Ambos acaban de publicar en in- VERSO ediciones de poesía, colección hermosa donde las haya, sendos poemarios: Felipe Sérvulo, La niña de la colina, un conjunto de versos que fluctúan entre el canto y la elegía y donde en medio de una historia de amor se hace referencia al mundo de Tara, Escarlata O' Hara, Vivien Leigh y Lo que el tiempo se llevó, un conjunto de versos en el que domina la confidencia, el paso del tiempo, la nostalgia y, especialmente, el amor, expresado con un lenguaje directo y lleno de emoción:
"Al otro lado del mundo
alguien soñó contigo;
de esa imagen primigenia
nacieron las semillas
y los huertos amigos."

El libro de José Florencio, Teseo no saldrá del laberinto, discurre por el mundo clásico griego, en el que la mitología ocupa un espacio singular, Orfeo, Ulises, Medusa o el propio Teseo. Con un lenguaje culto y métrica en consonancia con los temas tratados, el poeta nos recuerda el mundo de los mitos y el arte de la Grecia clásica y helenística relacionado con la vida del presente:
"Juegan, Aquiles y Ayax, a los dados.
Como si fuera el centro de la historia,
en tu mirada, al vuelo de los dados,
tres mil años despúes, siguen jugando."



Volveré a la lectura detenida de estos libros de dos amigos.

domingo, 22 de abril de 2012

Un centenario memorable

Continuación de la adaptación teatral de Cuento de navidad, de Ch. Dickens, de quien se cumple este año el bicentario de su muerte.


Segundo cuadro

En el dormitorio de la casa de Scrooge



Primera escena

Scrooge y el fantasma de Jacobo Marley



Scrooge (Tras mirar atemorizado en el armario y debajo de la cama) Juraría que he visto reflejarse en el aldabón de la puerta de la calle el rostro amarillo y muerto de Marley. Pero no puede ser. Los muertos nunca vuelven. (Suena una campanilla fuera de la habitación. Y luego arrastrar de cadenas.) ¿Qué es eso?

Marley (Entra con una cadena ceñida a la cintura llena de candados, llaves, bolsas y cuyo extremo arrastraba por el suelo) Buenas noches, socio.

Scrooge(Con cara de terror) ¿Qué vienes a buscar de esta manera y a estas horas a mi casa?

Marley Mucho. Está dispuesto por el cielo que el hombre haga todo el bien que pueda mientras está en este mundo y si no lo hace, se verá condenado a vagar después de muerto. Eso me ha pasado a mí. Y eso mismo te pasará a ti si continúas de este modo. Otra cadena como la que yo llevo tú te verás obligado a llevar después de muerto.

Scrooge ¿Y qué puedo hacer para remediarlo?

Marley En primer lugar oír la oferta que vengo a hacerte. Es la última oportunidad que tienes para evitar que te ocurra lo que a mí, que sólo viví para los negocios y al final me perdí.

Scrooge ¿Y cuál es esa oportunidad?

Marley Serás visitado por tres espíritus…

Scrooge ¿Esa es la oportunidad de la que hablabas?

Marley Así es.

Scrooge Pues tal vez sería mejor que no vinieran.

Marley Sin su visita no podrás salvarte. Mañana, a una de la madrugada, vendrá el primero. Pasado mañana, a la misma hora, te visitará el segundo espíritu. Y el tercero vendrá en cuanto acaben de dar las doce las campanas de la torre de la iglesia vecina. Acuérdate entonces de lo que esta noche ha ocurrido entre nosotros dos.

(Marleysale del mismo modo como entró)

Scrooge (Metiéndose en la cama) Todo ha sido como un sueño. Lo mejor es no hacer caso y dormir como un lirón hasta mañana.





Segunda escena

En el mismo lugar y todavía de noche. Scrooge y el Primer espíritu



Scrooge (Despertando sobresaltado) ¡Qué raro! ¡Todavía es de noche! ¿Tan poco he dormido? (Suenan de repente las doce campanadas del reloj de la iglesia vecina.) ¿Las doce? ¡Pero si era ya de madrugada cuando anoche me acosté! ¡Ese reloj debe de estar estropeado! Porque si no es así yo habría dormido casi veinticuatro horas seguidas. ¡No puede ser! (Salta de la cama y mira a la calle por la ventana.) ¡Noche cerrada! ¡Aquí ocurre algo raro! A ver si va a ser cierta la aparición de Marley y cierto lo que me anunció. (Niega con la cabeza y vuelve a la cama.) Esperaré durmiendo a que las campanas den la una de la madrugada, a ver si, como me dijo Marley, se presenta el primer espíritu. (Pausa.) (De repente suena una campanada larga y solemne y el dormitorio se alumbra misteriosamente mientras entra el Primer espíritu.)

Scrooge (Horrorizado ante la aparición, se incorpora en la cama.) ¿Quién eres tú que así vienes a turbarme el sueño?

Primer espírituYo soy el espíritu de las navidades pasadas.

Scrooge ¿Muy pasadas?

Primer espíritu No, las que tú pasaste.

Scrooge ¿Qué asunto te ha traído hasta mi casa?

Primer espíritu Tu propia felicidad. Sólo tienes que observar lo que voy a mostrarte. (Por un momento se apaga la luz de la estancia y, al encenderse de nuevo, aparece un muchacho con cara entristecida sentado en un pupitre de la escuela.)

Scrooge (Fijándose en el chico.) Ese muchacho soy yo. Mis compañeros de clase están de vacaciones. Es la Navidad que pasé solo en el colegio. (Solloza.) ¡Pobre muchacho! (Alarga la mano para coger la bolsa de dinero que hay encima de la mesilla de noche.) Quisiera… Pero ya es tarde (Retira la mano sollozando de nuevo.)

Primer espíritu ¿Qué?

Scrooge Nada. Recordaba que un muchacho esta mañana cantaba un villancico a la puerta de mi despacho y siento no haberle dado un aguinaldo.

Primer espírituVamos a ver otra Navidad. (Se apaga de nuevo la luz de la habitación y, al encenderse otra vez, aparece en escena un anciano sentado en su escritorio y al lado su aprendiz.) ¿Reconoces a esas dos personas?

Scrooge(Alegre.) Claro que sí. Ese anciano es mi antiguo jefe y el aprendiz soy yo mismo. ¡Qué alegría siento al verlos!

Primer espíritu ¿Por qué?

Scrooge Recuerdo que era Nochebuena y mi jefe dijo: “Scrooge, recoge todo, que hoy hacemos fiesta”. ¡Qué pena siento ahora!

Primer espíritu ¿Qué ocurre?

ScroogeNada, que ahora me gustaría ver a mi dependiente para decirle algo.

Primer espíritu ¿Como qué?

Scrooge Desearle feliz Navidad, por ejemplo.

Primer espíritu Vamos a ver otra Navidad. (Se apaga la luz y se vuelve a encender como las veces anteriores y aparecen en escena dos jóvenes que parecen novios.) Sabes quiénes son, ¿verdad?

Scrooge (Entristecido.) Claro que sí. La chica es mi novia y ese que está a su lado sin hacerle apenas caso soy yo. (Solloza de nuevo.)

Primer espíritu ¿Por qué lloras?

Scrooge Porque recuerdo que me dijo: “Ya no me quieres; sólo amas el dinero. Antes tenías nobles sentimientos y ahora sólo sientes la pasión por los negocios. Así que te dejo libre para que sigas la senda que has elegido. Sólo deseo que seas feliz.” Espíritu, no me muestres más Navidades pasadas. Ya he tenido bastante con las que he visto.

(La luz se apaga mientras el Primer espíritu desaparece. Scrooge cae en un profundo sueño.)




viernes, 20 de abril de 2012

El premio literario más antiguo de Cerdanyola del Vallés

XXIX Premio de Poesía Divendres Culturals
Ayer se hizo público el fallo de la convocatoria del Premio de este año en Cerdanyola del Vallés al que los miembros del jurado llegamos hace unos días en el Ateneo de la ciudad. Se habían presentado 31 obras escritas unas en catalán y otras en castellano, y, tras las primeras deliberaciones, resultaron seleccionadas las cinco finalistas siguientes:
La sombra del olvido,
Cuadratura umbría,
El cor al lloc,
A cada instant,
Tal vez la cercanía.
Y en la última deliberación del jurado resultó ganadora por mayoría la obra titulada Cuadratura umbría. Abierta la plica correspondiente, comprobamos que la autora de la obra premiada es María Josefa Álvarez Mesa, de Asturias.
He aquí una breve muestra de la obra ganadora:
"Se iluminan las costas transitadas por sombras migratorias.
Hoy sé que la penumbra se revolcó en mis huellas
para hacer invisibles las horas solitarias
y ocultar su perfil.
Ahora desencadeno la paz de mis tobillos
y las noches sin rincones, de sólida negrura,
ya no dañan los ojos.
A veces
un halo de esperanza me alumbra con su azul."

jueves, 19 de abril de 2012

Un centenario memorable



Como recordaba en alguna entrada anterior, este año se cumple el segundo centenario del nacimiento del novelista inglés Charles Dickens. Como homenaje al autor de Grandes esperanzas, incluyo hoy aquí la primera parte de mi adaptación libre para el teatro de su archiconocida obra Cuento de Navidad.


Cuento de Navidad, de Ch. Dickens (I)

(Adaptación libre de E. C. Ch.)

Personajes
Scrooge, viejo avaro, dueño de una empresa.
Niño que canta un villancico a la puerta del despacho de Scrooge
Dependiente del anterior
Sobrino de Scrooge
Dos Caballeros
Jacobo Marley, socio de Scrooge, difunto
Primer espíritu, de las Navidades pasadas

La acción transcurre en Londres una víspera de Navidad de hace muchos, muchos años.

Primer cuadro
En el despacho de Scrooge.

Primera Escena
Scrooge, sentado a su mesa, revisa documentos y su Dependiente, con la bufanda puesta, copia cartas en otra mesa retirada de la su jefe. Enseguida aparecerá en la puerta un niño cantando un villancico y más tarde el sobrino de Scrooge.
Niño (Se asoma a la puerta y se pone a cantar un villancico para conseguir un aguinaldo.)
“En el Portal de Belén
Hay estrellas, sol y luna,
La Virgen y San José
Y el Niño que está en la cuna.
Ande, ande, ande, la marimorena,
Ande, ande, ande, que es la Nochebuena…
Scrooge (Enfadado.) Lárgate de aquí, granuja, si no quieres que te dé yo la Nochebuena.
(El niño sale corriendo.)
(Pausa.)
Sobrino (Entrando en el despacho) ¡Feliz Navidad, tío!
Scrooge (Con cara de mal humor) ¡Bah, tonterías!
Sobrino ¿La fiesta de Navidad una tontería? Lo dirás en broma.
Scrooge No, señor. Y otra cosa, ¿Qué motivos tienes para estar contento? ¡Eres pobre!
Sobrino ¿Y tú, tío? ¿Qué motivos tienes para estar de mal humor? ¡Eres rico!
Scrooge No veo razones para estar contento ya que vivimos en un mundo de locos. ¿Sabes qué significa Navidad? Yo te lo voy a decir. Que pronto van a vencer muchos pagos y que no se va a tener más dinero en la caja, y que yo soy un año más viejo y un poco menos rico. Si yo pudiera obrar según mi deseo, a cada imbécil que viniera desearme feliz Navidad, lo enterraría con una estaca en el corazón. Por lo tanto, si tú quieres celebrar la Navidad, vete y déjame solo.
Sobrino (Sorprendido) ¡Pero tío!
Scrooge A ver, ¿qué beneficios te ha reportado la Navidad?
Sobrino Muchos. Dejando aparte la veneración hacia el sagrado carácter de la fiesta y su origen, reconozco que es un día agradable que mueve a la bondad y a hacer caridad al prójimo. Es el único día que conozco en todo el año en que hombres y mujeres abren sus corazones y recuerdan que todos somos hermanos y compañeros de viaje hacia la eternidad, y por lo tanto, tío, aunque el día no me haya dejado ninguna moneda en el bolsillo, creo que me ha hecho mucho bien y que me lo seguirá haciendo en el futuro.
Dependiente (Aplaudiendo las palabras del Sobrino) Me parece muy bien lo que has dicho.
Scrooge (Al Dependiente) Tú calla y sigue trabajando, que para eso te pago.
Dependiente (Obedeciendo) Sí, señor.
Scrooge (A su Sobrino) Y a ti, si vuelvo a oírte hablar bien de la Navidad, te echaré a la calle con tu familia incluida y así celebraréis todos juntos la fiesta de Navidad.
Sobrino Vamos, tío, venid a cenar mañana con nosotros.
Scrooge De eso nada. Y vete ya de una vez.
Sobrino ¿Por qué estás tan irritado?
Scrooge (Sin hacer caso a la pregunta) ¿Por qué te casaste?
Sobrino Porque me enamoré.
Scrooge ¿Por qué te enamoraste? ¡Vaya ridiculez! Buenas tardes.
Sobrino ¿Pero no quieres darme una razón para no venir a casa a cenar?
Scrooge Porque no me da la gana. Ahí tienes una razón. Buenas tardes.
Sobrino (Dirigiéndose a la calle, al Dependiente) ¡Feliz Navidad!
Dependiente ¡Feliz Navidad!
(Sale el Sobrino)
Scrooge (Aparte refiriéndose al Dependiente) Otro loco. Un hombre que gana un puñado de chelines a la semana y que ha de mantener a mujer e hijos aún tiene humor para celebrar la Navidad. Sin duda merece estar en un manicomio.


Segunda Escena
Los mismos y dos Caballeros con sendas carpetas.

Caballero 1 (A Scrooge) Perdone, señor. ¿Tengo el gusto de hablar con el señor Scrooge o con el señor Marley?
Scrooge Mi socio Marley murió hace siete años, precisamente tal día como hoy, víspera de Navidad.
Caballero 2 Entonces no dudamos de que sea usted tan generoso como él, señor Scrooge.
Caballero 1 Ya sabe usted, señor Scrooge, que en días como hoy debemos pensar en los pobres que padecen hambre y frío…
Scrooge (Interrumpiéndole) ¿No hay prisiones?
Caballero 1 (Compungido) Demasiadas
Scrooge ¿Y hospitales?
Caballero 2 No los suficientes
Scrooge Temí, al oírles hablar, que se hubieran cerrado tan necesarias instituciones.
Caballero 1 Volviendo a lo que iba, con objeto de proporcionar alimentos y abrigo a los pobres, algunos de nosotros nos dirigimos a las personas caritativas para que contribuyan a esta obra con sus donativos, y hemos elegido este día por el significado que tiene. ¿Con cuánto quiere contribuir usted?
Scrooge Con nada.
Caballero 2 (Sorprendido) ¿Desea entonces que su nombre no figure en nuestras listas?
Scrooge (Ásperamente) Deseo que me dejen en paz. Yo no celebro la Navidad y no quiero que mi dinero sirva para que lo hagan los vagos y los perezosos. Contribuyo a sostener las cárceles, los hospitales y los asilos, que cuestan muy caros, y los que no quieran ir allí que se vayan a otra parte.
Caballero 1 Muchos preferirían la muerte.
Scrooge Pues que se mueran y así disminuirá el exceso de población. Además, yo no entiendo de esos asuntos.
Caballero 2 Pues debería conocerlos.
Scrooge No es mi negocio y el mío me tiene muy ocupado. Buenas tardes, señores.
(Salen los dos Caballeros)


Tercera escena
Los mismos, a la hora de cerrar el despacho.

Scrooge (Cuando el Dependiente, tras apagar las luces, se dirige a la salida) Seguramente mañana querrás hacer fiesta todo el día.
Dependiente Si usted no tiene inconveniente…
Scrooge Claro que lo tengo. ¿Crees que me gusta pagarte un día de sueldo por no hacer nada? Pero en fin, haz fiesta y trata de venir pronto pasado mañana.
Dependiente Lo haré. Feliz Navidad
Scrooge Adiós.




Segundo cuadro
En casa de Scrooge

Primera escena
En el dormitorio. Scrooge y el fantasma de Jacobo Marley

Scrooge (Tras mirar atemorizado en el armario y debajo de la cama) Juraría que he visto reflejarse en el aldabón de la puerta de la calle el rostro amarillo y muerto de Marley. Pero no puede ser. Los muertos nunca vuelven. (Suena una campanilla fuera de la habitación. Y luego arrastrar de cadenas.) ¿Qué es eso?
Marley (Entra con una cadena ceñida a la cintura llena de candados, llaves, bolsas y cuyo extremo arrastraba por el suelo) Buenas noches, socio.
Scrooge (Con cara de terror) ¿Qué vienes a buscar de esta manera y a estas horas a mi casa?
Marley Mucho. Está dispuesto por el cielo que el hombre haga todo el bien que pueda mientras está en este mundo y si no lo hace, se verá condenado a vagar después de muerto. Eso me ha pasado a mí. Y eso mismo te pasará a ti si continúas de este modo. Otra cadena como la que yo llevo tú te verás obligado a llevar después de muerto.
Scrooge ¿Y qué puedo hacer para remediarlo?
Marley En primer lugar oír la oferta que vengo a hacerte. Es la última oportunidad que tienes para evitar que te ocurra lo que a mí, que sólo viví para los negocios y al final me perdí.
Scrooge ¿Y cuál es esa oportunidad?
Marley Serás visitado por tres espíritus…
Scrooge ¿Esa es la oportunidad de la que hablabas?
Marley Así es.
Scrooge Pues tal vez sería mejor que no vinieran.
Marley Sin su visita no podrás salvarte. Mañana, a una de la madrugada, vendrá el primero. Pasado mañana, a la misma hora, te visitará el segundo espíritu. Y el tercero vendrá en cuanto acaben de dar las doce las campanas de la torre de la iglesia vecina. Acuérdate entonces de lo que esta noche ha ocurrido entre nosotros dos.
(Marley sale del mismo modo como entró)
Scrooge (Metiéndose en la cama) Todo ha sido como un sueño. Lo mejor es no hacer caso y dormir como un lirón hasta mañana.



Segunda escena
En el mismo lugar y todavía de noche. Scrooge y el Primer espíritu

Scrooge (Despertando sobresaltado) ¡Qué raro! ¡Todavía es de noche! ¿Tan poco he dormido? (Suenan de repente las doce campanadas del reloj de la iglesia vecina.) ¿Las doce? ¡Pero si era ya de madrugada cuando anoche me acosté! ¡Ese reloj debe de estar estropeado! Porque si no es así yo habría dormido casi veinticuatro horas seguidas. ¡No puede ser! (Salta de la cama y mira a la calle por la ventana.) ¡Noche cerrada! ¡Aquí ocurre algo raro! A ver si va a ser cierta la aparición de Marley y cierto lo que me anunció. (Niega con la cabeza y vuelve a la cama.) Esperaré durmiendo a que las campanas den la una de la madrugada, a ver si, como me dijo Marley, se presenta el primer espíritu. (Pausa.) (De repente suena una campanada larga y solemne y el dormitorio se alumbra misteriosamente mientras entra el Primer espíritu.)
Scrooge (Despierta horrorizado ante la aparición y se incorpora en la cama.) ¿Quién eres tú que así vienes a turbarme el sueño?
Primer espíritu Yo soy el espíritu de las navidades pasadas.
Scrooge ¿Muy pasadas?
Primer espíritu No, las que tú pasaste.
Scrooge ¿Qué asunto te ha traído hasta mi casa?
Primer espíritu Tu propia felicidad. Sólo tienes que observar lo que voy a mostrarte. (Por un momento se apaga la luz de la estancia y, al encenderse de nuevo, aparece un muchacho con cara entristecida sentado en un pupitre de la escuela.)
Scrooge (Fijándose en el chico.) Ese muchacho soy yo. Mis compañeros de clase están de vacaciones. Es la Navidad que pasé solo en el colegio. (Solloza.) ¡Pobre muchacho! (Alarga la mano para coger la bolsa de dinero que hay encima de la mesilla de noche.) Quisiera… Pero ya es tarde (Retira la mano sollozando de nuevo.)
Primer espíritu ¿Qué?
Scrooge Nada. Recordaba que un muchacho esta mañana cantaba un villancico a la puerta de mi despacho y siento no haberle dado un aguinaldo.
Primer espíritu Vamos a ver otra Navidad. (Se apaga de nuevo la luz de la habitación y, al encenderse otra vez, aparece en escena un anciano sentado en su escritorio y al lado su aprendiz.) ¿Reconoces a esas dos personas?
Scrooge (Alegre.) Claro que sí. Ese anciano es mi antiguo jefe y el aprendiz soy yo mismo. ¡Qué alegría siento al verlos!
Primer espíritu ¿Por qué?
Scrooge Recuerdo que era Nochebuena y mi jefe dijo: “Scrooge, recoge todo, que hoy hacemos fiesta”. ¡Qué pena siento ahora!
Primer espíritu ¿Qué ocurre?
Scrooge Nada, que ahora me gustaría ver a mi dependiente para decirle algo.
Primer espíritu ¿Como qué?
Scrooge Desearle feliz Navidad, por ejemplo.
Primer espíritu Vamos a ver otra Navidad. (Se apaga la luz y se vuelve a encender como las veces anteriores y aparecen en escena dos jóvenes que parecen novios.) Sabes quiénes son, ¿verdad?
Scrooge (Entristecido.) Claro que sí. La chica es mi novia y ese que está a su lado sin hacerle apenas caso soy yo. (Solloza de nuevo.)
Primer espíritu ¿Por qué lloras?
Scrooge Porque recuerdo que me dijo: “Ya no me quieres; sólo amas el dinero. Antes tenías nobles sentimientos y ahora sólo sientes la pasión por los negocios. Así que te dejo libre para que sigas la senda que has elegido. Sólo deseo que seas feliz.” Espíritu, no me muestres más Navidades pasadas. Ya he tenido bastante con las que he visto.
(La luz se apaga mientras el Primer espíritu desaparece. Scrooge cae en un profundo sueño.)

miércoles, 18 de abril de 2012

LA TIJERA LITERARIA


La tijera literaria
Conservo con cariño una nutrida colección de revistas de la época en que frecuentaba el Mercadillo de Libros de San Antonio allá en los años sesenta. Una de ellas es la que da nombre a la entrada de hoy.
La tijera literaria llevaba el subtítulo de Enciclopedia Histórico-antológica de las más famosas obras en lengua castellana. Se publicaba en Madrid y el equipo colaborador estaba formado por el presidente, Fray Justo Pérez de Urbel, el consejero consultor, Tomás Borrás, el director, Alberto Vasallo, y los antólogos de honor, Conrado Blanco y Alforjas para la poesía. Todos los fascículos llevaban en el ángulo superior derecho un breve sumario de su contenido y en la mitad inferior de la portada una gran ilustración referida a alguno de los contenidos de las páginas interiores, que siguen la numeración de las del fascículo anterior. En cuanto a sus apartados, no siempre los mismos, existían los siguientes: 1. Un cuento o un breve ensayo abarcaban las dos o tres primeras hojas. 2. Una antología poética de varios autores precedida cada participación de un breve currículo biobibliográfico. 3. Los autores. Vida y obra, apartado que en cada fascículo se limitaba a tratar a un solo escritor. 4. Fechas clave de la literatura española. 5. Fragmentos de una obra o la obra entera de un autor, según los casos. 6. Un ensayo sobre un aspecto de la vida literaria española, que a veces era sustituidó por un cuento.
Para hacernos una idea más acertada, a continuación se describe uno de sus fascículos, el número 81.
La ilustración de la portada reproduce una fotografía del dramaturgo Linares Rivas escribiendo en su despacho.
El cuento con que se abren las páginas interiores es La bella pendoncete, de Luis Esteso, que abarca desde la página 2561 hasta la 2564.
La antología poética comienza con Federico Carlos Sainz de Robles: Poemas de su libro La soledad recóndita (2565-2568) y se cierra con el poeta Álvaro Barceló (2569).
El apartado Los autores. Vida y obra lo ocupa el citado Manuel Linares Rivas, con su drama histórico La ricahembra (páginas 2570-2592).
El fascículo se cierra con un pequeño ensayo dedicado a tratar la figura del arqueólogo e historiador de arte Manuel Gómez Moreno.
Incluyo el soneto-prólogo con que Manuel Machado encabeza la antología poética de Sainz de Robles:
Tu libro es un brazado de flores olorosas...
Un gran clamor polífono de mágica harmonía...
Y esto es tan sólo un junco que ata un ramo de rosas...
Un silencio, que aguarda la bella sinfonía...
Para los que no entienden de piedras preciosas
un letrero que avisa de la enorme valía...
Y para los hermanos que saben de estas cosas
el signo religioso de la masonería.
El libro es alma y carne... Palpita, canta y sueña.
Vive. De entre sus hojas una vaga dulzura
amable se desprende cordial y seductora.
No penséis ni un instante que malquiere o desdeña
si halláis un poco amarga su juvenil ternura.
Es un libro que nace... y como nace, llora.

lunes, 16 de abril de 2012

Un relato de los setenta

El gaucho de la costa (3)

De gauchos y Garcilaso de la Vega

--Encontré a la muerte de cara y le canté la letra del gaucho que esgrime el cuchillo para defender su vida por todos los medios-- empezó una tarde sabatina a recitar el Creador cuando le tocó el turno de hacerlo--. La dama negra retiró el velo de su carcomida cara y sus dientes castañetearon en una risa infernal. Sus palabras estallaron como bombas: ¿Qué pretendes, insensato mortal? De un simple soplo podría borrarte de mi vista como la luna bajo los celajes oscuros de la noche. No me amedrenté. Esto fue lo que dije: Mis versos pueden más que tus deseos. Sólo con decir que te derroto con el futuro eterno de las palabras, quedarías vencida totalmente. Me llevarías contigo hacia las sombras silentes del más allá. Pero quedarían grabadas en el sol del cada día, del más acá ya siempre, mis palabras rimadas. Y luego lo escribí. Y quedaron grabadas para siempre mis palabras.



El Creador tenía un don especial para conocer al instante a las personas que aparecían por la tertulia de Moraleja. Tras oírles decir las primeras palabras sabía cuáles eran sus gustos poéticos. Eso lo comprobé yo misma durante varios meses. Pero falló con Montes, oficial de prisiones y aficionado a la poesía de Garcilaso y a los endecasílabos musicales y eufónicos del poeta paladín de la corte de Carlos V. A las primeras de cambio, dijo que Montes era un poetastro que no hacía daño ni a las moscas con sus burdas imitaciones garcilasistas. Lo que no sabía el Creador era que el recién aparecido en la tertulia de Moraleja perseguía una sola intención, quería llevar a cabo un trabajo que nada tenía que ver con la poesía, ni con la suya propia ni mucho menos con la que había en “Pálida” o “Griterío”, los dos poemarios publicados hasta el momento por P. Júcar.


--La poesía es como el sol-- decía el Creador como engolado--: no tiene cuerpo, pero está en todas partes. La luz y el calor de las palabras atraviesan montañas y vadean mares; besan de frente los misterios más hondos y, humanos, se deslizan por entre las calles. El escultor extrae de la piedra lo que ya en ella había; nosotros los poetas extraemos de la palabra lo que en ella no había, lo que le faltaba: una nueva significación, un brillo diferente. En la tarea de la creación poética no hay juego: sólo trabajo; trabajo que unas veces apasiona y otras cansa y duele. El poema nace así como fruto o resultado final de un trabajo del poeta: la materia prima son las palabras; las herramientas, su talento y un poco de sensibilidad. Lo que diferencia a los dioses de nosotros los poetas en la labor de creación es que aquéllos no están sujetos al tiempo ni al espacio; sólo eso.

jueves, 12 de abril de 2012

Un centenario de novela

Recordando a Dickens


Este año se cumplen doscientos del nacimiento de Charles Dickens (Portsmouth, Inglaterra, 7 de febrero de 1812) y no puedo por menos de homenajear al escritor que me hizo pasar momentos inolvidables, primero leyendo novelas como Historia de dos ciudades, Grandes esperanzas o Cuento de Navidad, por no hacer interminable la lista de libros que pasaron por mis manos y mi corazón en tiempos inmemoriales, y luego llevando a la escena el último citado cuando era profesor en el Colegio de cuyo nombre no quiero acordarme, aunque sí de los compañeros y alumnos que colaboraron conmigo en la puesta de escena y en hacer vivir de nuevo al avaro sempiterno Scrooge y a los tres fantasmas de las Navidades pasadas, presentes y futuras, con el correspondiente toque sentimental que me marcó para siempre. El humor, la ironía y la crítica social que siempre acompañó a Dickens hacen de él un modelo que seguir si quiere uno dedicarse a escribir novelas. Personajes como el citado Scrooge, Oliver Twist, David Cooperfield, Amy Dorrit, Pip o Nicholas Nickleby estarán para siempre en el recuerdo del buen lector del escritor británico. Pero es la ciudad de Londres el principal y colectivo personaje de las novelas de Dickens, la Londres que abarcaba desde los bares de los suburbios hasta las calles aledañas al Támesis, y de la que el escritor conocía hasta sus mínimos detalles. Fruto de las caminatas y del amor que sentía por la ciudad surgieron esos prodigios narrativos que tanto gustan a los seguidores de Dickens.
He aquí algunas de sus frase más conocidas:
La caridad comienza en mi casa, y la justicia en la puerta siguiente.
Hay cuerdas en el corazón humano que sería mejor no hacerlas vibrar.
Reflexiona sobre tus bendiciones presentes, de las que todo hombre posee muchas; no sobre tus pasadas penas, de las que todos tienen algunas.
Nunca es tarde para el arrepentimiento y la reparación.
No está en mi naturaleza ocultar nada. No puedo cerrar mis labios cuando he abierto mi corazón.
Cada fracaso le enseña al hombre algo que necesitaba aprender.
Hay grandes hombres que hacen a todos los demás sentirse pequeños. Pero la verdadera grandeza consiste en hacer que todos se sientan grandes.

martes, 10 de abril de 2012

Consultorio lingüístico


I. Palabras que se escriben con B
Completar las definiciones siguientes con palabras que se escriben con B:
1. Nos dirigíamos a algún lugar.
2. Antónimo de arriba.
3. Cima de una montaña.
4. Sinónimos de lucha.
5. Trazar una raya debajo de una palabra.
6. Lugar donde se guardan los libros.
7. Ciencia que estudia los seres vivos.
8. Tragar líquidos.
9. Poseer muchos conocimientos.
Escoger entre estas palabras: cumbre, combate, íbamos, saber, batalla, biología, beber, subrayar, biblioteca.
II. Palabras que se escriben con V
Completar las siguientes definiciones con palabras que se escriben con V:
1. Sinónimo de pájaro.
2. Regresar al lugar del que se había partido.
3. Sinónimos de enemigo.
4. Algo que se manda a algún lugar.
5. Referido a los dioses.
6. Separación matrimonial.
7. Cargo inmediatamente inferior a presidente.
8. Antónimo de viejo.
9. Antónimo de manso.
10. Ordinal repecto al cardinal ocho.
Escoger entre bravo, ave. octavo, vicepresidente, rival, joven, adversario, envío, divorcio, volver, divino.

miércoles, 4 de abril de 2012

El relato del mes

LA MUSA MUERTA

Es la tarde noche de un día de otoño de mil novecientos sesenta y tantos. Desde el tren contemplé un paisaje totalmente blanco, como cubierto con una extraña mortaja: los caminos, los árboles, las viñas parecían encalados en un acto de broma imperdonable. Una fábrica de cal, aparecida de repente al borde de la vía, me lo explicó todo. Bajé en la estación siguiente. En el andén descubrí a mi amigo el pintor, que me había invitado a pasar un par de días en su casa. Lo vi más delgado que nunca, con la barba sin afeitar y los ojos hundidos en sus cuencas.
--Por fin estás aquí—me dijo con una voz temblorosa y ronca que no reconocí--. Desde que oí tu voz por teléfono diciéndome que acudirías en mi auxilio hasta este momento, apenas he descansado un minuto.
Y me abrazó como quien se coge a un clavo ardiendo. Luego cogió mi mochila y empezó a andar delante de mí para indicarme el camino. Pasamos por delante de la iglesia del pueblo y llegamos a una pequeña explanada donde se levantaba un edificio que, según las palabras de mi amigo, sólo se habitaba en época veraniega.
--Ahí está mi guarida—añadió.
Antes de entrar en la finca, descubrí detrás del edificio una tapia blanca sobre la que asomaban sus cabezas apuntadas unos cuantos cipreses, por lo que deduje que aquello debía de ser el cementerio del pueblo. No pude evitar un escalofrío.
Silencio y helor fueron las dos sensaciones que viví nada más entrar en el edificio de apartamentos. No sé por qué me vino a la mente la idea de encontrarme en el interior de un panteón. Además, a la luz blanquecina del fluorescente del ascensor en que subíamos hacia el piso de mi amigo, su cara pálida me recordó la de un cadáver. Le sonreí al descubrir que me miraba y me contestó con una mueca inexpresiva.
--Gracias de nuevo por haber venido—dijo mientras ponía los ojos en blanco y el peso de la mochila lo echaba hacia atrás hasta chocar con la pared del ascensor.
--¿Estás enfermo?—le pregunté con verdadera aprensión.
--Debe de ser que no como desde hace días. Pero eso no es lo que me preocupa. Es la obra, la musa, la creación…
El ascensor se paró en la tercera planta. El ruido de las puertas al abrirse resonó en el edificio como el rugido de un extraño animal. Mi amigo abrió la puerta 3 del rellano y me invitó a pasar mientras daba la luz. Un espectáculo de ultratumba se ofreció a mi vista colgado en las paredes de la entrada y el comedor. Eran lienzos a medio pintar cuyos motivos pictóricos no dejaban lugar a dudas. Tibias blancas formando letras sobre fondos azules, esqueletos cuyos huesos color siena aparecían desperdigados sobre un mar oscuro, calaveras blanquecinas riendo con tanta fuerza que las mandíbulas inferiores habían saltado de su articulación, mujeres de piel amoratada fornicando con muertos grises junto a fosas cuyas bocas rojas aparecían escandalosamente abiertas, cruces amarillas pobladas de cráneos azules, la típica imagen medieval de la muerte llena de harapos sucios y repugnantes, armada de guadaña y flanqueada por filacterias amarillas con letreros esotéricos…
Evidentemente, mi amigo estaba pasando por un momento de excitación funeral. Y las obras dejadas a medias indicaban además su situación de sequía creativa, tal como me había expuesto en la carta de días atrás. No sabía muy bien qué podía hacer yo para ayudarle, pero allí estaba, en aquel apartamento de la muerte.
Tras acompañarme sin decir una palabra por la incompleta exposición de sus pinturas, me llevó hacia su estudio. Por todas partes, en las paredes, apoyados sobre ellas y depositados encima de las sillas y el resto del mobiliario, había más lienzos sin acabar y con los mismos temas macabros anteriores. Les eché una mirada y luego me volví hacia mi amigo, que, con un gesto de brazos caídos, me indicaba su desolación.
--Ya ves –añadió con aquella voz salida del más allá--. Eso es todo lo que puedo hacer. Pero no me basta. Busco algo que me libre del hechizo de la inactividad. Algo que me abra nuevos caminos.
Y se dirigió hacia la mesa central repleta de cuadros y utensilios de pintar. Retiró unos cuantos y puso a la vista una caja de cartón de dimensiones considerables. Extrajo de ella una cartulina, que me enseñó mientras me explicaba lo que había dibujado en ella.
--Es un boceto sobre el poema de la flor del cementerio. ¿Recuerdas?
Yo asentí mientras le echaba un vistazo. Allí había un cráneo medio enterrado y de una de sus cuencas vacías brotaba una flor enorme, en cuyos pétalos mi amigo había escrito alternadamente las palabras “vida” y “muerte”. Y mientras yo recordaba el poema a que se refería, mi amigo me dijo que pese a todos los esfuerzos que había hecho hasta el momento no había logrado empezar el cuadro que quería pintar a partir del dibujo.
--Tú lo que necesitas es una calavera—le dije de pronto sin llegar a entender por qué se lo había dicho. Pero la suerte estaba echada y no había marcha atrás, por lo menos de momento.
--¡Una calavera! –exclamó llenándosele los ojos de un brillo nuevo.
--Si no quieres…--dije para intentar enmendar mi propuesta.
Pero no me dejó terminar mi argumento.
--Sí, sí, una calavera. ¡Qué idea más ocurrente! No sé cómo no he pensado en ello, teniendo el cementerio tan cerca.-- Ahora sí que no había posibilidad de volver atrás. Vi a mi amigo más feliz que nunca, como si se hubiera librado de una situación excesivamente embarazosa--. ¿Y qué debo hacer con ella? ¿Besarle en la boca y ponerle en cada cuenca una flor?
Me acababa de desconcertar.
--No hay que llegar a tanto—le dije cada vez más sorprendido de mis palabras--. Bastará con que la traigas a casa, la limpies cuidadosamente y te la pongas delante, en la mesa, con los ojos fijos en ti, y sin dejar de mirarla. Así te familiarizarás con una calavera de verdad y te será más fácil romper el hechizo que te impide ponerte a pintar ese cuadro que quieres. El cráneo, rescatado de la tierra inmunda en que ha estado enterrado y limpiado con ternura por ti como si fuera algo tuyo, te servirá de talismán contra los seres infernales. Eso sí, en ningún momento debes dejar de recitar el poema hasta un total de treinta y tres veces, hasta que de tanto repetirlo, las palabras vayan perdiendo su significado más literal.
“¡Pobre flor! ¡Qué mal naciste!
¡Qué funesta fue tu suerte,
que al primer paso que diste
te encontraste con la muerte!”
Etcétera.
El pintor me miraba con ojos de loco y yo empezaba a arrepentirme de haberle proporcionado esa idea. Pero, como ya he dicho, no me dio tiempo a rectificar. Y dejando la cartulina en la caja, me espetó como poseído por una fuerza infernal:
--¿A qué esperamos? Vamos a hacerlo.
Y me agarró del brazo y tiró de mí hacia el exterior del estudio. En pocos segundos me vi bajando la escalera de la calle tras él, mientras no dejaba de preguntarme si a mi amigo no le había afectado el juicio su larga sequía creadora y también si el ánimo desquiciado del pintor había empezado a influir en el mío.
La noche, con toda su parafernalia de ocultismo y misterio, se abatía inexorablemente sobre nosotros y lo que íbamos a hacer. Rodeamos la tapia del cementerio hasta la verja de la entrada. Para nuestra suerte vimos que sus dos hojas de hierro estaban entreabiertas, y sólo las mantenía unidas una cadena con varias vueltas y su correspondiente candado. No nos fue nada difícil abrirlas hasta permitir el paso de un cuerpo humano entre ellas. Mientras entrábamos en el cementerio, el viento frío del otoño traía hasta nosotros un rumor casi mágico de las peladas viñas de los alrededores. Lo demás era silencio y soledad; sólo la cruda luz de la luna acompañaba al solitario camposanto. Atravesamos la zona de tres o cuatro panteones de ilustres familias del pueblo y llegamos hasta un pequeño campo de hierbajos tan altos que nos llegaban casi a la cintura.
--Éste era el lugar donde enterraban hasta hace poco a los suicidas—dijo el pintor--. Al fondo se halla la fosa común, junto al rincón de la tapia.
Caminamos unos pasos hacia el lugar indicado y descubrimos un gran boquete abierto al borde del suelo. Al claror de la luna vimos un montón de huesos, mezclados sin orden ni concierto, que se perdían en declive hacia la oscuridad del fondo.
El pintor apartó unos cuantos huesos, que rodaron hacia abajo con un ruido hueco y acusador, y se levantó portando entre sus manos un cráneo que enseguida me mostró enfebrecido por las circunstancias.
--Éste me parece perfecto, ¿no crees?—dijo mientras se disponía a envolverlo en uno de los trapos que solía emplear cuando pintaba.
Vi que era una calavera pequeña, probablemente de una mujer o acaso de un niño y, vivamente impresionado, le animé a envolverla pronto para abandonar lo antes posible aquel lugar.
Desanduvimos el camino hasta la verja, yo con un miedo atroz en el cuerpo y mi amigo con una risilla loca entre los labios, y una vez fuera del sagrado recinto, a punto de torcer la esquina de la explanada de las casas, totalmente arrepentido de haber incitado a mi amigo a llevar a cabo aquella descabellada idea, le pregunté:
--¿Y ahora qué?
No dejaba de reír ni de acariciar el trapo que envolvía la calavera.
--¿Qué quieres decir?—se detuvo un momento a la luz de la única farola que había en la explanada y vi que los labios le temblaban de ansiedad.
--Nada. Sólo quiero saber qué harás con la calavera?
--Exactamente lo que tú dijiste. Limpiarla, mimarla y colocarla en un lugar destacado del estudio para que me mire fijamente y su influjo benefactor logre que nada ni nadie me impida realizar mi mayor deseo: pintar la flor brotando de la calavera.
Yo le escuchaba y no daba crédito a mis oídos. La noche era total y un silencio de sepulcro, nunca mejor dicho, se cernía sobre la solitaria y vacía población de manera descarada y agresiva, logrando que el estado de mi ánimo se volviera triste y temeroso.
A todo lo que se me caía encima se le añadió el primer cosquilleo de hambre que vino a visitarme de improviso el estómago desde que a media mañana comiera un bocadillo en el bar de la estación de mi ciudad de origen. Sin embargo, cuando algo más tarde en el estudio de mi amigo lo vi tan abstraído en su trabajo de limpiar la calavera, se me quitó de golpe el apetito para dar paso a otra sensación de angustia, promovida sin duda por un sentimiento de culpa. Pero las cosas seguían su curso y al cabo de un buen rato, sobre la mesa aparecía el cráneo brillante y reluciente, si bien durante la faena de limpieza se le había desgajado el maxilar inferior, que descansaba al lado de un bote de pinceles. Muy cerca había un frasco de trementina, casi en las últimas, y varios trapos y algunas espátulas mostrando restos de la suciedad, tierra y grumos de sustancia indefinible que habían estado adheridos a las paredes y recovecos de la calavera.
Como el pintor parecía no percatarse de mi presencia, le pregunté cómo iba la cosa.
--Ya casi está—respondió sin girarse--. ¡Lástima que la mandíbula se le haya desprendido! La fijaré con dos clavitos y así tendrá una risa eterna. He doblado alguna espátula mientras le raspaba la suciedad de las cuencas, pero por fin he conseguido que la mirada le quede perfecta y eterna también. Enseguida acabo y nos ponemos a comer alguna cosa.
Yo ya no sabía qué decir. Estaba totalmente anonadado ante la impasibilidad de mi amigo. A la vista estaba que era ya imposible hacerle cambiar de idea. Así que me limité a preguntarle dónde iba a colocar la calavera.
Entonces el pintor se giró para mirarme con ojos de brillo intenso, desconocido, como si hubiera cambiado de personalidad.
--En cualquier sitio—respondió acompañándose de un gesto difuso que apuntaba a todas partes y a ninguna. Luego cogió entre sus manos la brillante calavera, la levantó a la altura de sus ojos y empezó a mirarla con fijeza. Finalmente, acercó sus labios como para besarla y dijo:
--Ahora voy a besar a mi musa del más allá. Tú gira la vista si no quieres ver el beso de la muerte.
Invadido de una agobiante aprensión, le obedecí. Evidentemente, ambos habíamos dejado que las cosas se nos fuesen de las manos, y eso ya no tenía remedio.
Sin darse un respiro, mi amigo extrajo de la caja de cartón la cartulina con el dibujo de la flor brotando de un ojo de la calavera y la puso de pie apoyándola en una maleta de pinturas abierta. Luego quitó de un caballete de pie el lienzo a medio pintar que lo ocupaba y colocó en su lugar un lienzo en blanco. Todo parecía indicar que se iba a poner a pintar el cuadro que lo tenía obsesionado.
Consulté disimuladamente mi reloj de muñeca y vi que ya era hora de que nos fuéramos a dormir, al menos yo, que estaba molido después del día que me había dado.
--¿Por qué no lo dejas para mañana?—le pregunté no muy convencido de hacerle mudar de propósito.
Para mi sorpresa, dejó todos los bártulos a un lado y dijo en un tono sereno:
--Tienes razón, con la luz del alba las musas muertas vuelven a la vida, y la mía vendrá a visitarme.
Y nos fuimos a dormir deseándonos feliz descanso hasta la mañana siguiente. Pero, una vez que me metí en la cama, empecé a sentir una extraña sensación, que ya no era sólo la del sentimiento de culpa anterior, sino de claustrofobia. Aunque parezca una extravagancia, me parecía estar tumbado en el nicho de un panteón, bien metido y amordazado en mi ataúd. Pero a la vez era capaz de ver flotando sobre mí la calavera de mujer o de niño que habíamos robado del osario del cementerio hacía pocas horas, mirándome fijamente. Casi simultáneamente descubrí proyectada en la pantalla luminosa de mi cerebro la escena de un fraile velando el cadáver de una cortesana lujosamente vestida, a la que terminaba dedicando estos versos:
“Esa seda que relaja
tus procederes insanos,
es obra de unos gusanos
que labraron su mortaja.
También la región más baja,
la tuya, han de devorar.
¿Por qué, pues, te has de jactar,
ni en qué tus glorias consisten
si unos gusanos te visten
y otros te han de desnudar?”
Sudando abundantemente y presa de una excitación extraordinaria, di la luz y me incorporé en la cama.
En ese momento oí que mi amigo en la habitación contigua profería un grito espeluznante. Me puse las zapatillas y acudí a ver qué le pasaba. Lo encontré sentado sobre el lecho, temblando de pies a cabeza y con los ojos desorbitados.
--Acabo de tener una pesadilla horrible—me dijo jadeando--. La calavera del estudio recobraba la vida y, riendo a carcajada limpia, venía a besarme.
--¿Ves? La pobre quiere devolverte el beso que tú le diste—le dije sorprendido de mis propias palabras--. O tal vez algo peor.
--¿Algo peor? Vamos, no me jodas.
--Nunca se sabe. En mi infancia oí un relato estremecedor en el que un hombre y una mujer, que habían robado las asaduras de un muerto para comérselas, eran horriblemente arrastrados hasta el cementerio por el difunto en cuestión, como castigo por lo que le habían hecho.
--No me estarás contando todo esto para convencerme de que devuelva el cráneo al cementerio, ¿verdad?
--Pues ahora que lo dices, no sería mala idea –por primera vez después de mucho tiempo volvía a comportarme con cordura--. Desde que esa calavera se halla aquí en tu casa, compartiéndola con nosotros, me encuentro mal, y tú no debes de estar mucho mejor que yo. No hay nada más que verte.
--¡Tonterías! Esto sólo ha sido un mal sueño. En cuanto se me pase sus efectos, volveré a dormirme como un niño. Anda, vuelve a la cama y duerme tú también.
Entonces el viento, que hacía un rato había empezado a arreciar, golpeó con fuerza la contraventana y casi simultáneamente se dejó oír en el estudio vecino un ruido seco como de un objeto que se rompe al caer al suelo. El pintor, como empujado por un irrefrenable resorte, se tiró de la cama y salió corriendo hacia el estudio mientras un “¡NOOOOO!” prolongado y angustioso brotaba de su boca. Salí en pos de él y, al entrar en el estudio, el espectáculo que se ofreció a mis ojos me dejó paralizado. A poca distancia de los pies de la mesa central yacía en el suelo, rota en tres pedazos, la pequeña calavera. Y a su lado, de rodillas, con los ojos desencajados, el pintor contemplaba desconsoladamente el destrozo, como una estatua viva del dolor y la desolación. Rápidamente eché un vistazo a mi alrededor y descubrí la causa del desastre: al parecer, por la ventana, abierta de par en par, había irrumpido violentamente el viento y había derribado los botes de la mesa y éstos, en su caída, habían hecho rodar la calavera hasta el suelo. Luego me acerqué a mi amigo para intentar consolarle. Fue en vano. Parecía un alma en pena. Entre gemidos fue recogiendo los tres trozos de la calavera y los envolvió en un trapo junto con el maxilar inferior que, milagrosamente, había permanecido sobre la mesa. Luego, mientras miraba al exterior por la ventana del estudio y su mano apuntaba al cementerio, sus labios se abrieron para proferir la siguiente frase una y otra vez:
--Quiere volver allí, quiere volver allí, quiere volver allí…
A todo esto, el viento había vuelto a su reposo y en la casa reinaba un silencio total, como el que se vive momentos antes de ocurrir algo muy importante, una declaración de amor, un perdón, un nacimiento, una muerte.
El pintor, con su envoltorio en la mano, parecía un niño dispuesto a llevarle un regalo exquisito a una persona ilustre. Estaba como ausente y ya no decía nada. Sólo se limitó a caminar como un autómata hacia la puerta. Le seguí convencido por primera vez de que por fin el túnel donde nos encontrábamos empezaba a mostrar al fondo la pequeña luz de la salvación.
El silencio de la noche, completamente cerrada, amordazaba todos los rumores del solitario pueblo, las hojas secas, los ladridos de los perros, el chirriar de alguna veleta… Bajo la oscuridad los dos caminábamos con una misma y clara resolución: devolver aquellos huesos al sitio de donde nunca debieron salir. Yo oía, junto a los latidos insistentes de mi propio corazón, la frase que iba repitiendo mi amigo como en una triste salmodia mientras acariciaba el envoltorio que llevaba en las manos:
-- Quiere volver allí, quiere volver allí, quiere volver allí…
Entramos en el cementerio por el mismo sitio que la vez anterior. Esta vez me quedé enganchado entre las dos hojas de hierro de la verja. Fue sólo un momento, pero me angustié más de lo debido, sin duda porque mi amigo había seguido su camino sin percatarse de lo que a mí me estaba pasando. Cuando me liberé del abrazo de hierro, ya no veía a mi amigo por ningún sitio. Los cipreses cabeceaban sobre los panteones. Con más miedo que vida, caminé hacia donde creía que estaba la fosa común para reunirme lo antes posible con mi amigo. Tardé en llegar porque había ido tanteando con la punta del pie el terreno que pisaba para no tropezar con el caballón desnudo de alguna sepultura. Allí estaba, arrodillado junto a la boca del osario. Me arrodillé a su lado. En ese momento se disponía a desliar el envoltorio.
--Deja que te ayude—susurré.
El pintor accedió. Desatamos entre los dos el trapo que envolvía los fragmentos de la calavera y luego los depositamos suavemente sobre los demás huesos. Una lechuza emitió su canto lúgubre escondida en un ciprés cercano. Miramos al unísono hacia el lugar.
--Acabemos—dije con trémula voz.
El pintor no dijo nada al respecto, sino que, para extrañeza mía, empezó a rezar un padrenuestro con un fervor irreconocible. Le acompañé de buena gana hasta el final de la oración y luego nos persignamos como dos devotos arrepentidos.
Después volvimos a casa. La noche era ya una gran mancha de tinta negra que impedía ver lo demás. Sólo el farol de la esquina de la explanada suspendía en el aire un cono de luz amarillenta. Al pasar bajo él, descubrí una tímida sonrisa en los labios de mi amigo.
--Es el ojo de Dios—dijo enigmáticamente.
--¿El qué?
--Esta luz. Es el ojo de Dios, que hasta en las tinieblas observa atento cuanto sucede en el mundo. A Él nada se le escapa.
Fue entonces cuando comprendí que mi amigo estaba en paz y que algo en su interior había cambiado sustancialmente.
Ya dentro de casa no volvimos a la cama. ¿Para qué? Nos embargaba una tranquilidad inmensa. Así que nos pusimos una bata cada uno y nos encaminamos al estudio. Sobre el suelo oscuro del pasillo se proyectaba el cuadro de luz de la puerta de aquél, como un lienzo en blanco que esperaba ansioso al pintor. Allí entramos como en un santuario y, sin previo acuerdo, empezamos a poner en orden cuanto el viento había trastocado. Después el pintor, con el rostro sereno, me dijo, mientras preparaba de nuevo los útiles de pintar:
--Ahora sí estoy preparado para realizar ese cuadro.
Sus palabras me llenaron de gozo, y, mientras trazaba con una seguridad absoluta unas líneas con carboncillo sobre la tela nueva del caballete, yo me coloqué a una distancia prudente para asistir a lo que parecía la resurrección artística de mi amigo. Las líneas que dibujaba iban tomando forma con una soltura prodigiosa. A los pocos minutos ya se veía en el lienzo lo que sería el tema del cuadro futuro: una flor abierta que brotaba de una de las cuencas vacías de un cráneo semienterrado.
Sin apenas transición, el artista cogió una paleta limpia y sobre ella dispuso en arco varios montoncitos de óleo, llenó las aceiteras de barniz y trementina y, armándose de un juego de pinceles y un trapo para irlos limpiando, se puso junto al caballete y empezó a aplicar la pintura en el lienzo con un acierto y una seguridad tales que parecía que tenía en la retina el cuadro ya concluido. Enfrascado en la labor creadora, dijo:
--Ahora lo veo claro. Ahora sé incluso qué colores debo ir poniendo en cada sitio. ¿Me oyes?
Asombrado de la virtuosidad de mi amigo, apenas encontré voz para contestarle. El artista, metido de lleno en su fervoroso acto de creación, continuaba explicando el gozo que experimentaba pintando:
--Es como si estuviera viendo, superpuesto sobre el lienzo, el cuadro ya terminado y sólo tuviera que ir rellenando de color la superficie señalada. Es una sensación casi divina. Ni te lo puedes imaginar. Ahora sólo me falta, para ser el hombre más feliz sobre el planeta, que me recites el poema como tú sabes.
No podía creerme lo que estaba viviendo. En plena noche y después de todo un día de trasiego y fatigas, no notaba cansancio ninguno. Dentro de pocas horas volvería a amanecer y estaba en condiciones de poder asegurar que tanto mi amigo como yo estábamos viviendo una nueva vida. Así pues, transfigurado también por las circunstancias, recité lo mejor que pude:
--“¡Pobre flor! ¡Qué mal naciste!
¡Qué funesta fue tu suerte,
que al primer paso que diste
te encontraste con la muerte!
Respetarte es cosa triste,
arrancarte es cosa fuerte,
mas dejarte con la vida
es dejarte con la muerte.”
Acabé de recitar el poema y mi amigo su cuadro. Guardó la paleta y los pinceles, se limpió las manos y, retirando de una silla el lienzo a medio pintar que la ocupaba, se sentó en ella para contemplar a gusto la obra que acababa de terminar y que abría una nueva etapa en su creación. Era una pintura maestra, limpia y redonda. Allí estaba la calavera blanca, con sus ojos fijos y oscuros temblando de miedo ante la flor que brotaba triunfante de uno de ellos. Se me ocurrió un haikú:
“La calavera:
ojos que expulsan ciegos
la musa muerta.”
Me giré para contarle a mi amigo la ocurrencia del haikú, y descubrí que estaba plácidamente muerto, con los ojos extasiadamente vidriados ante su pintura.

lunes, 2 de abril de 2012

El poema del mes


OTRO ALMENDRO

A Paco Gurrea, en memoria



I.

Me dicen que otro almendro,
Raquítico y deforme, ocupa el nido
De aquel otro tan nuestro.

En el sol de su alcorque,
Bajo la misma tierra
Que abrazó a nuestro almendro como a un niño,
Han clavado otro almendro, fiel retrato
De sus dueños, santones aburridos.

Así siempre la historia escriben ellos:
Cambiando claridad por tenebrismo;
en vez de alba sonrisa
siembran miedo y peligro,
persecución oscura,
amenazas vestidas de cilicios.

Me dicen que otro almendro,
Raquítico y defome, ocupa el nido
De aquel almendro nuestro,
Antiguo compañero que nos hizo
Más leve y llevadera
La costosa pendiente del camino.





II.

Pero un día el buen nombre
De todos cuantos fueron mis amigos,
Que en silencio crecieron y pasaron,
Y en silencio la daga del olvido
Los condenó al destierro impíamente,
Recobrará su brillo
Y será recordado el fuego atento
con que ardió su maestro y noble oficio.

Evocaré hasta entonces sus palabras
Y sus gestos como si fueran míos,
Y hasta entonces echaré de menos
Aquel tiempo perdido
En que aún eran verdad voces tan limpias
Como alegría, lealtad o amigo,
El tiempo que fue nuestro y nos robaron
Los falsos hierofantes y sus cirios,
El tiempo en el que aún no habían llegado
Los cuervos de las velas
A velar nuestro esfuerzo con graznidos.
Disfrazados de cera y de misal,
A cambiar el camino,
A cambiar nuestro almendro
Por un tiempo sin flores y sin trinos.