sábado, 28 de mayo de 2022

A ESCENA (IX) Quien mal anda mal acaba

 

Hoy toca el teatro de Juan Ruiz de Alarcón, un dramaturgo mexicano (Taxco, 1581- Madrid, 1639) perteneciente a la ecuela de Lope de Vega)



 

PERSONAJES

(por orden de aparición)

 

ALDONZA DE MENESES, dama de alta alcurnia castellana

TRISTÁN, criado de doña ALDONZA

ROMÁN RAMÍREZ, morisco converso

DEMONIO

DON JUAN DE TORRES, prometido de doña ALDONZA

LUCAS, criado de de don JUAN DE TORRES

DON FÉLIX CALDERÓN, amigo de don JUAN DE TORRES

PRIMER FAMILIAR DEL SANTO OFICIO

SEGUNDO FAMILIAR DEL SANTO OFICIO

 

 

La acción transcurre en Castilla en tiempos pasados.

 

PRIMER CUADRO.

 

Venta del camino. Una carroza se detiene en la puerta. TRISTÁN baja del pescante para abrir la puerta del carruaje. Desciende de ella doña ALDONZA con la ayuda de su criado. En la fuente cercana se halla ROMÁN RAMÍREZ, que asiste a la escena.

 

ALDONZA. Habla con el ventero para que disponga una habitación para pasar esta noche. Mañana temprano saldremos para Deza.

TRISTÁN. Sí, señora. En cuanto recoja el carruaje en los establos de la venta, haré lo que pedís.

(ALDONZA entra en la venta. TRISTÁN va hacia los caballos para efectuar lo que ha dicho. ROMÁN se acerca a él.)

ROMÁN. ¿Quién es esa dama tan hermosa a la que sirves con tanta delicadeza?

TRISTÁN. Es mi señora doña Aldonza de Meneses. Y sí, es muy hermosa, pero no para vos.

ROMÁN. ¿Por qué no?

TRISTÁN. Porque está prometida con don Juan de Torres, un  caballero muy importante de Deza, adonde nos dirigimos para contraer casamiento mi señora.

(Tira de los caballos y se los lleva detrás de la venta, donde se hallan los establos.)

ROMÁN. (Aparte.) Pues juro que esa beldad sólo será para mí. (Da unos pasos hacia la embocadura y allí alza los ojos.)

¿Hay un demonio que escuche

estas quejas, estas voces,

y por oponerse al cielo,

dé remedio a mis pasiones?

(Se oye una pequeña explosión y a su derecha, entre una nube de humo, aparece el DEMONIO vestido de rojo, con cuernos y rabo del mismo color.)


         DEMONIO. ¿Quién osa así molestarme?

ROMÁN. Un hombre que arde en deseos por una mujer que está dispuesto a todo por conseguir sus favores.

DEMONIO. Poco a poco, ruin mortal. ¿Qué estás dispuesto a ofrecerme a cambio de que te conceda lo que pides?

ROMÁN. Estoy dispuesto a adorarte como a mi único Dios. ¿Me darás lo que pido?

DEMONIO. Sea, pero con una condición.

ROMÁN. ¿Cuál?

DEMONIO. Que te presentes en Deza como médico.

ROMÁN. ¿Sólo eso?

DEMONIO. Y que te hagas llamar Demodolo.

ROMÁN. ¿Demodolo? Vaya nombrecito. Pero vale. A cambio, tú debes impedir el casamiento de Aldonza con ese caballero de Deza, don Juan de Torres.

DEMONIO. Eso déjalo de mi cuenta. Pondré en los ojos de Aldonza un hechizo que le hará ver a su prometido como al hombre más horrible del mundo y sentirá verdadero asco de él. Y ahora cumplamos con las fórmulas requeridas del pacto. Sígueme hasta el abrevadero. (Una vez allí los dos, saca de debajo de su vestimenta un pergamino y una pluma y se los ofrece a ROMÁN.) Debes firmar este acuerdo con tu sangre.

ROMÁN. (Se hace una herida en la mano con un cuchillo y, tras mojar la pluma en la sangre de la herida, firma al pie del pergamino.) Ya lo tienes firmado. Ahora, que suceda todo según nuestros deseos.

(El DEMONIO recoge el pergamino y, tras una nueva explosión, desaparece en una nube de humo.)

(ROMÁN entra en la venta.)

 

 

SEGUNDO CUADRO

 

Casa de doña ALDONZA en Deza. La dama se encuentra en su aposento bordando un pañuelo en un tambor.

 



TRISTÁN. (Entrando.) Señora, el caballero don Juan de Torres pide su consentimiento para presentarle sus respetos.

ALDONZA. (Deja el bordado.) Hazle pasar.

(El criado sale. Al poco tiempo entra en la sala don JUAN DE TORRES.)

JUAN DE TORRES. (Besándole la mano.) Señora, a sus pies.

ALDONZA. (Le mira a la cara e instintivamente aparta la mirada con gesto de repugnancia.) Me va a tener que perdonar, caballero, pero un súbito dolor aquí en el pecho me impide seguir hablando. Le ruego que me excuse. (Va hacia la puerta. La abre y vocea.) Tristán, Tristán.

TRISTÁN. ¿Qué le ocurre, señora?

ALDONZA. No me encuentro bien. Acompaña al caballero hasta la salida.

JUAN DE TORRES. (Afligido.) ¿Cuándo podré verla de nuevo? No olvide el compromiso que tiene contraído conmigo.

ALDONZA. De momento será mejor que pospongamos nuestro matrimonio. Mi criado se pondrá en contacto con usted cuando me reponga. Adiós, caballero. Y excúseme otra vez.

 JUAN DE TORRES. (Apesadumbrado.) Está excusada. Adiós y quiera Dios que pronto recupere la salud.

(Sale acompañado de TRISTÁN.)

ALDONZA. (Aparte.) Dios mío, ¡cómo puede haber un hombre con el rostro tan horrible! ¿O son mis ojos solamente que lo ven así?  No sé qué me ha ocurrido en cuanto le he visto la cara. Espero que con el tiempo se me pase esta horrible sensación.

                 

 

TERCER CUADRO

 

Casa de don JUAN DE TORRES. El caballero se halla postrado en su cámara, meditabundo y triste.

 

JUAN DE TORRES. (Aparte.) No comprendo qué está pasando. Esperaba que mi prometida doña Aldonza me recibiera de mejores modos. Sin duda, el viaje de Madrid aquí no le ha sentado nada bien. Deseo fervientemente que todo este mal trago pase lo antes posible y pronto podamos los dos, de común acuerdo, empezar los preparativos de nuestra boda.

(Tras llamar a la puerta, aparece LUCAS, su sirviente.)

LUCAS. Señor, su amigo don Félix desea verle.

JUAN TORRES. Hazlo pasar. Gracias, Lucas.

(Sale LUCAS y entra don FÉLIX CALDERÓN.)

FÉLIX CALDERÓN. (Se acerca y le da la mano.) ¿Cómo te encuentras hoy?

JUAN DE TORRES. (Haciéndole un gesto para que se siente a su lado.) Igual que ayer y anteayer. Lleno de malos augurios.

FÉLIX CALDERÓN. Anímate, pronto podremos celebrar, tal como habíamos convenido, nuestras dos bodas, la tuya con Aldonza y la mía con tu hermana Dorotea.

JUAN DE TORRES. No soy yo quien tiene que animarse. Es mi prometida. Aún sigue enferma y no da señales de vida para que la vaya a visitar de nuevo.

FÉLIX CALDERÓN. Tengo remedio para eso.

JUAN DE TORRES. ¿Para qué?

FÉLIX CALDERÓN. Para curar la extraña enfermedad de Aldonza. Acaba de llegar a Deza un médico cuya fama le precede. Se llama Demodolo y tengo entendido que realiza prodigiosas curaciones.

JUAN DE TORRES. ¿Prodigiosas curaciones? Que no se hable más. Contrataré los servicios de ese doctor curalotodo para que vaya a visitar a Aldonza lo antes posible. Gracias, amigo.

FÉLIX CALDERÓN. No me las des. Verás cómo todo se arregla y podremos casarnos en el día previsto.

(Entra LUCAS con una nota.)

LUCAS. (Se la da a su señor.) Tristán, el criado de doña Aldonza, ha traído esta nota para usted.

JUAN DE TORRES. Gracias, Lucas. Prepara un refrigerio para don Félix y para mí.

LUCAS. Al momento, señor. (Sale.)

(Don JUAN DE TORRES desdobla el papel y lee en silencio su contenido. Luego sonríe.)

FÉLIX CALDERÓN. ¿Buenas noticias?

JUAN DE TORRES. Insuperables, amigo mío. Aldonza quiere recibirme.

FÉLIX CALDERÓN. Tú lo has dicho: insuperables. Empieza a haber luz en el horizonte.

 


 

CUARTO CUADRO

 

Casa de doña ALDONZA. Le acompaña don JUAN DE TORRES.

 

ALDONZA. (Bordando.) Le he hecho llamar, don Juan, para comunicarle que mi enfermedad me impide encarar con claridad la importante decisión de contraer matrimonio con usted.

JUAN DE TORRES. Precisamente de eso quería hablarle yo.

ALDONZA. ¿De nuestro matrimonio?

JUAN DE TORRES. No, de la enfermedad que padece usted, Aldonza… y de su curación.

ALDONZA. ¿De mi curación?

JUAN DE TORRES. En efecto. Acaba de llegar a Deza un doctor que hace milagros. Se hace llamar Demodolo y he tenido el atrevimiento de invitarle a que venga a esta casa para visitarla a usted.

ALDONZA. ¿A mi casa?

JUAN DE TORRES. Sí. De hecho ya está esperando en la sala contigua, esperando a que usted me lo indique.

ALDONZA. Pues si es para curarme, no le hagamos esperar más.

(JUAN DE TORRES va hacia la puerta, la abre y sale un momento para volver a entrar acompañado del doctor Demodolo, es decir, ROMÁN RAMÍREZ.)

ROMÁN. Buenos días, señora, me llamo Demodolo.

ALDONZA. Buenos días, doctor. Me han dicho de usted que obra milagrosas curaciones. ¿Quiere curarme a mí?

ROMÁN. (Se acerca a la enferma y le toma el pulso.) Ya veremos, señora, ya veremos. (Pausa.) En primer lugar, veo por el pulso y su rostro que usted se encuentra hechizada. (Mira a don JUAN DE TORRES.) Hechizada, sí. Sin duda, algún amante celoso le ha hecho objeto de algún maleficio.

ALDONZA. (Turbada ante la apostura del doctor que la está examinando.) Siga, siga hablando, Demodelo, digo Demodolo.

(ROMÁN le besa la mano. ALDONZA se sonroja.)

JUAN DE TORRES. (Molesto por la situación. A ROMÁN.) Creo, doctor, que se está extralimitando en sus funciones.

ROMÁN. (Visiblemente enfadado.) Sólo quiero curar a esta mujer enferma. Pero si no quieren, me marcho ahora mismo.

(Sale de escena.)

ALDONZA. (Muy enfadada.) Creo, don Juan, que usted odia al doctor porque ha descubierto mi maleficio. Y si no hace que vuelva Demodelo, digo Demodolo, a mi casa, olvídese de contraer matrimonio conmigo.

JUAN DE TORRES. (Preocupado.) Si es eso lo que quiere, Aldonza, cuente con ello. Ahora mismo hago las gestiones pertinentes para lograrlo. Si me excusa…

ALDONZA. Le excuso.

JUAN DE TORRES. Nos veremos muy pronto, señora.

(Sale.)

 

 

QUINTO CUADRO

 

Casa de don JUAN DE TORRES. Éste y ROMÁN.

 

JUAN DE TORRES. Gracias por acudir a mi casa. Le he mandado llamar para hablarle de la enfermedad de doña Aldonza.

ROMÁN. Hace usted muy bien, porque yo también quería decirle algo acerca del maleficio que sufre su prometida.

JUAN DE TORRES. (Vivamente interesado.) ¿Y qué es?

ROMÁN. Quería decirle que al fin he descubierto quién es el hechicero que ha obrado sobre doña Aldonza.

JUAN DE TORRES. ¿Quién es?

ROMÁN. He logrado averiguar que su nombre es don Félix Calderón.

JUAN DE TORRES. (Extrañado.) ¿Don Félix? ¡No puede ser!

ROMÁN. Lo es. Incluso ronda a veces la casa de doña Aldonza.

JUAN DE TORRES. ¡Es increíble!

ROMÁN. Pues créaselo. Y otra cosa. Prométame guardar el más inviolable secreto sobre lo que le he dicho, y a nadie, a nadie, debe decirle absolutamente nada. Prométamelo.

JUAN DE TORRES. (Visiblemente afectado.) Se lo prometo. A cambio, prométame usted, doctor, volver a visitar a doña Aldonza en cuanto pueda.

ROMÁN. Se lo prometo. En cuanto pueda, iré a hacerle una nueva visita. Y ahora, si no tiene más que pedirme, me voy. Un paciente me espera.

JUAN DE TORRES. Vaya, vaya. ¿Nos veremos?

ROMÁN. Nos veremos.

(Sale.)

 

 

SEXTO CUADRO.

 

De noche, frente a la casa de doña ALDONZA, acecha en la sombra don JUAN DE TORRES.

 


JUAN DE TORRES. (Aparte.) La cosa pinta mal. Hay algo en todo este enredo que no acabo de entender. Don Félix Calderón, mi mejor amigo, anda metido en este lío. Quizás si sorprendo algo raro en la casa de mi prometida, pueda resolver este rompecabezas. (Pausa. Sale de la casa de doña ALDONZA un embozado.) Ahí está el principio de la solución a mi problema. Ese embozado debe de ser sin duda don Félix. Saldré a su encuentro y le exigiré una explicación. (Deja que se acerque el embozado y sale a su encuentro.) ¡Alto ahí, amigo de la noche y de la perversidad!

EMBOZADO. (Aparte.) Este necio no sabe que yo soy el demonio, el autor de todo este embrollo. Sin duda me ha confundido, tal como deseo, con su amigo don Félix Calderón. Sigamos que siga la farsa. (Pausa.) ¿Quién se atreve a detenerme?

JUAN DE TORRES. Alguien que quiere acabar con tu traición.

EMBOZADO. Pues si quieres acabar con mi traición, antes debes matarme.

JUAN DE TORRES. Si así ha de ser, así será. (Saca la espada y le ataca.)

EMBOZADO. (Saca también la espada y le para el primer golpe.) No creas que te será fácil.

(Cambian los aceros unos segundos.)

JUAN DE TORRES. (Tras un amago, logra engañar a su adversario y le atraviesa el corazón.) Toma y deja volar tu alma traicionera.

EMBOZADO. Me has matado. Has matado a tu mejor amigo. (Cae al suelo.)

JUAN DE TORRES. (Guardando la espada.) Un obstáculo menos.

(Sale de escena. Del bulto del embozado caído sale una nube de humo y luego desaparece. Suena una carcajada.)

 

 

SÉPTIMO CUADRO

 

Interior de una iglesia, donde don JUAN DE TORRES se ha refugiado tras matar al que creía don FÉLIX CALDERÓN.

 

JUAN DE TORRES. (Aparte.) Ahora me arrepiento de haber dado muerte a mi mejor amigo, don Félix Calderón. Y además, he dejado a mi hermana Dorotea sin marido. El problema se ha agravado. Porque cuando se entere doña Aldonza de lo que he hecho, nada querrá saber de nuestro matrimonio. (Pausa. Se oyen unos pasos.) ¿Quién es?

FÉLIX CALDERÓN. Soy yo, tu amigo Félix Calderón.

JUAN DE TORRES. (Sobresaltado.) ¿Qué haces tú aquí?

FÉLIX CALDERÓN. ¿Qué te ocurre, amigo? Parece que estás viendo un fantasma.

JUAN DE TORRES. Aún no has respondido a mi pregunta. Y te la repito: ¿Qué haces tú aquí?


         FÉLIX CALDERÓN. Sólo he venido a darte ánimos.

JUAN DE TORRES. (Aparte. ) Sin duda este es otro de sus hechizos. Acabo de matarle frente a la casa de doña Aldonza y se presenta aquí tan fresco para turbarme más. (A FÉLIX CALDERÓN.) ¿Quién eres realmente?

FÉLIX CALDERÓN. (Palmeándolo en el hombro.) No debes temer nada de mí. Soy tu amigo y siempre lo seré. Vamos a casa y allí verás las cosas de otro modo.

(Más sosegado, don JUAN DE TORRES se deja llevar por su amigo. Salen.)

 

 

OCTAVO CUADRO

 

Casa de ROMÁN.

 

ROMÁN. (Leyendo una carta de doña ALDONZA DE MENESES.) “…Con ello quiero decirle, doctor, que esta mujer que usted ha tratado con tanta dedicación y delicadeza, desde hoy mismo se considera su más ferviente deudora. Si desea obtener algo de mí, lo que sea, no tiene más que pedírmelo. Hágalo a través de mi fiel criado Tristán. Suya, doña Aldonza de Meneses.”  (Aparte.) Mía, mía. Sólo faltan un par de detalles y al fin lograré apagar este fuego que me quema el corazón desde el primer día que la vi. (Suenan golpes en la puerta.) Será Tristán, el criado de doña Aldonza.

(Abre y aparecen DOS FAMILIARES DEL SANTO OFICIO.)

PRIMER FAMILIAR. Román Ramírez, convicto de practicar en secreto la religión de Mahoma…

SEGUNDO FAMILIAR. Román Ramírez, fugado de Toledo tras ser condenado por ello…


         LOS DOS FAMILIARES. Date por prendido por el Santo Oficio.

ROMÁN. (Asustado, invoca al DEMONIO.) Satanás, tú que lo puedes todo,  líbrame de este trance.

VOZ DEL DEMONIO. Lo siento, amigo, pero a tanto no alcanza mi poder. Éstas son cosas de Dios y contra Él nada puedo.

PRIMER FAMILIAR. Es verdad. Nada puede Satanás contra Nuestro Señor.

SEGUNDO FAMILIAR. Y ahora, otra verdad: Vente con nosotros, que la justicia espera castigarte como mereces.

(Se lo llevan.)

Algún tiempo después Román Ramírez murió en la hoguera.

Y en Deza se casaron, libre al fin doña Aldonza de la influencia diabólica, ésta con don Juan de Torres, y don Félix Calderón con Dorotea, hermana de don Juan.

 

FIN

 

domingo, 22 de mayo de 2022

BALADA DEL ERMITAÑO Y EL CAMINANTE


 


(Adaptación libre del poema de O. Goldsmith

incluido en el Cap. VIII de su novela El vicario de Wakefield.)

 

CAMINANTE

--Llevadme, buen ermitaño,

por mi senda solitaria

hacia el lugar más tranquilo

de la más alta montaña.

Voy de un sitio para otro,

son inciertas mis pisadas

y el camino es tan agreste

que no encuentro la llegada.

 

ERMITAÑO

--Cuidado con los fantasmas

que vagan entre las sombras

para llevarte a sus trampas.

Al caminante perdido

alojo siempre en mi casa.

Tengo poco para darte,

mas lo doy de buena gana.

Come todo lo que quieras,

luego te daré una cama

para que pases la noche

hasta que despierte el alba.

Con el ganado del campo

nunca empleo mi navaja.

Dios tiene piedad de mí

y yo aprendí bien a usarla.

Busco inocentes manjares

por esta fértil montaña;

sus aguas me dan las fuentes;

hierbas y frutos me bastan.

Quédate aquí, caminante,

y no te apures por nada;

pocas cosas necesitas

y el tiempo rápido pasa.


 

Es la voz del ermitaño

como el cielo sosegada,

y el sencillo caminante

alegre cruza la entrada.

Solitaria entre la fronda,

se levanta la cabaña,

abierta para el mendigo,

para el cansado posada.

En su interior no hay riquezas,

la guardia no es necesaria:

una puerta sin cerrojos

a los dos abre la casa.

Es ya la hora prevista

del descanso en la jornada.

El ermitaño hace fuego

en un rincón de la estancia

y al caminante le ofrece

sus frutas y otras viandas

mientras le cuenta leyendas

para acortar la velada.

Como amables compañeros,

un gato a su lado salta,

un grillo canta y el fuego

crepita ardiendo en cien llamas.

Sin embargo, al caminante

no puede animarle nada:

es tan enorme su pena

que le hace saltar las lágrimas.

Compasivo, el ermitaño

le invita a que le abra el alma.

diciéndole: 


                     --¿Qué motivo

te causa tanta desgracia?

Por un azar engañoso,

¿perdiste fortuna y casa?

¿Te hizo mal algún amigo?

¿Te olvidó quizás tu amada?

¡Ay, los goces del dinero

son malos y pronto acaban

y los que a ellos se entregan

acaban perdiendo el alma.

La amistad es traicionera:

no es más que una gris palabra

que se acerca en tiempos buenos

y en las tormentas se aparta.

¿Y el amor? Palabra hueca,

juguete de las malvadas.

Sólo se encuentra en el mundo

en los nidos de las ramas.

Joven, olvida tus penas

y a las mujeres.

                            

                                La cara

del caminante, de pronto,

se enciende como la grana.

Se sorprende el ermitaño

al ver lo que no esperaba:

su huésped resulta ser

una hermosa y joven dama.

 


 

CAMINANTE

--Perdonadme la mentira,

¡pobre de mí y de mi alma,

que mis pasos llevé al cielo

y encontré vuestra cabaña.

Compadeceos de mí:

por amor es mi desgracia.

Yo busco reposo y sólo

encuentro desesperanza.

Mi padre es un caballero

bueno y rico en abundancia.

Única hija soy, y todo

para mi bien lo guardaba.

Para apartarme de él,

varios hombres aspiraban

a mi dinero y belleza

sólo con pasiones falsas.

Esta corte de ambiciosos

de continuo me halagaban,

Mas había un joven, Edwin,

que, aunque de amor no me hablaba,

yo sabía en mi interior

que en verdad mucho me amaba.

Era sencillo en vestir

y riquezas le faltaban,

mas no el juicio y la virtud,

que a mí mucho me gustaban.

Al ir juntos por el campo,

cantos de amor me cantaba,

cantaba el bosque con él

y su aliento perfumaba.

El rocío de las hierbas

o la flor abierta al alba

no podían compararse

a lo puro de su alma,

porque el rocío y las flores

pierden pronto su fragancia,

y la fragancia era de él

y era mía la inconstancia.

Yo empleaba malas artes,

inoportunas y vanas

y aunque su amor me vencía,

yo sólo en su mal gozaba.

Se alejó, al final, de mí

dejándome en mi arrogancia,

y él a solas y olvidado

murió de muerte callada.

Arrepentida ahora estoy

y está mi vida acabada;

ahora busco soledad

para librar a mi alma.

 

ERMITAÑO

--¡Gracias a Dios! Yo soy Edwuin,

y siempre aquí te esperaba.

 

La joven se queda atónita

y el ermitaño  la abraza.


ERMITAÑO

--Mi amada y bella Angelina,

mi encanto, alegra esa cara,

que yo, tan lejos de ti,

vuelvo al amor y a mi amada.

Quiero tenerte en mis brazos:

la ofensa ha sido olvida.

Nada puede separarnos,

mi amor, mi todo, mi alma.

Desde este instante seremos

tal ejemplo de constancia,

que, al morir, en un suspiro

daremos nuestras dos almas.

 


 

sábado, 14 de mayo de 2022

A ESCENA (VIII) Las frioleras

 


Las frioleras


PERSONAJES

(por orden de aparición)


SEÑOR de la comarca.

AMIGO. Del anterior.

CORO DE LABRADORAS (Fuera de escena).

LABRADORA VIUDA.

ALCALDE.

LABRADOR.

TABERNERA.

MAJA.

TUNO.

MUJER DEL SACRISTÁN.

SACRISTÁN.

DOCTOR.

ZAPATERO.

RICO.


La acción transcurre en un pueblo de Castilla. De día.


PRIMER CUADRO.

En una calle del pueblo. EL SEÑOR de la comarca y su AMIGO.


SEÑOR. Ahora comprobaré in situ lo que me han dicho del alcalde del pueblo.

AMIGO. ¿Tan malo es?

SEÑOR. Por lo que ha llegado a mis oídos, peor.

CORO DE LABRADORAS. (Fuera de escena.)

Voces e instrumentos 

festivos aplaudan

al dueño benigno

de nuestra comarca.

AMIGO. Se ve que la gente de aquí es muy alegre. Y la letra va por ti.

SEÑOR. Eso es que seguramente están preparando mi venida.

AMIGO. Y así podrás averiguar si es cierto cuanto dicen del alcalde.

SEÑOR. Sí, este es el objeto de mi visita sorpresa. Todos se quejan del alcalde, pero él me asegura una y otra vez que el lugar está en paz. Lo bueno del caso es que si le solicito dictamen sobre algún asunto, me responde que son frioleras. Ya veremos. Ahora hay que localizar dónde vive el escribano. Pero no me interesa que nadie me reconozca.

AMIGO. No te preocupes. Ya lo haré yo, que aquí soy un desconocido. Tú cúbrete con la capucha.


 

(Aparece una LABRADORA VIUDA, toda vestida de negro y con una vela en una mano y en la otra una aceitera.)

LABRADORA VIUDA (Aparte.) Dios haya perdonado al bueno de mi Pedro. Si viviera, ya habría puesto remedio a los males de este pueblo.

AMIGO. Señora. Dios guarde usted. ¿Podría decirme dónde vive el escribano?

LABRADORA VIUDA. Se fue a la Corte hace un mes.

AMIGO. ¿Y el alcalde?

LABRADORA VIUDA. Está en sus olivares, y hasta la tarde no regresa al pueblo.

AMIGO. Pues hace muy mal el alcalde, que aunque el pueblo está quieto, puede ocurrir algún lance.

LABRADORA VIUDA. ¿El pueblo quieto? Ya no es como antes. Que aunque el señor es muy bueno, este año le propusieron para alcalde a tres tontos y eligió al más tonto de los tres. Y mi pobre Pedro, que era muy listo y tenía voto en el concejo y podía haber sido alcalde para arreglar a este pueblo, va y se me muere el pobre. Dios lo tenga en su gloria.

AMIGO. Lamento, señora, su desgracia. Pero dígame: ¿el alcalde hace justicia?

LABRADORA VIUDA. Más bien creo que la poca justicia que había ha desparecido del todo.

AMIGO. ¿Y los regidores?

LABRADORA VIUDA. Uno fue a Valladolid a un pleito, y el otro está en la taberna todo el día.

AMIGO. (Reparando en la vela que lleva la mujer.) ¿Dónde va usted con esa vela?

LABRADORA VIUDA. No voy: vengo de la iglesia, de encender las lámparas.

AMIGO. ¡Cómo! ¿No hay un sacristán que se cuide de esos menesteres?

LABRADORA VIUDA. Claro que hay un sacristán, pero demasiado trabajo tiene en andar en devaneos con una mujer del pueblo, y como hace mucho tiempo que el señor cura anda enfermo y no puede dar remedio a ese problema, las cosas van como van y cada cual anda a lo suyo. Hay mucho más que decir, pero no quiero murmurar más. Adiós, señor. (Se va.)

AMIGO. (Al señor.) Ya has oído a esa mujer. Este pueblo anda perdido.

SEÑOR. Ya veo, ya. Pero cuidado, que ahí llega el alcalde. Sigue con tu plan, que yo me quedaré embozado un rato más.

(Llegan el ALCALDE montado en un burro, de cuyas bridas tira un LABRADOR.)

CORO DE LABRADORAS (Fuera de escena.)

El juez y el escribano

que hay en la villa

labrando están dos casas

a la malicia,

siendo los planos

hechos de mano y pluma

del escribano.


 

LABRADOR. (Al ALCALDE.) Ese cantar lo sacaron por usted.

ALCALDE. Ya lo sé. Y me gusta porque los que me tienen por necio verán que en el pueblo otros me consideran listo. Arre, burro. (Golpea con los talones la panza del animal.)

LABRADOR. Mal trato le da al animal. Y a propósito, a ver si me paga usted los dos meses que se cumplen hoy desde que se está sirviendo de mi burro. Y a partir de mañana se busca otro jumento que aguante sus golpes.

ALCALDE. No quiero. Que éste tiene muy buen paso.

LABRADOR. Pues vaya usted a pie.

ALCALDE. No puedo, que va contra la autoridad caminar a pie.

LABRADOR. Si es por eso, págueme y prosigamos, pero no viva a costa de pobres.

ALCALDE. Calla, que yo en esto a nadie le doy mal ejemplo pues lo he tomado de aquellos que andan muy estirados en coches tirados por caballos y quizá no tengan un trozo de carne que llevarse al puchero. Anda, márchate y mañana te espero ver a la hora de siempre en el sitio acostumbrado.

LABRADOR. (Aparte.) Dios traiga al señor de esta comarca para que ponga remedio a tanto desmán suelto. (Se va.)

SEÑOR. (Quitándose la capucha y saliendo al encuentro del ALCALDE.) Un momento, alcalde.

ALCALDE. (Sorprendido.) ¡Usted aquí, señor! ¿Cómo es ello?

SEÑOR. Ya ves. Una ocurrencia que he tenido en presentarme con este amigo en el pueblo en secreto para ver cómo van las cosas aquí.

ALCALDE. (Nervioso.) Pues yo ya tengo preparado el palacio y los vecinos mil invenciones para festejarle a usted, señor. Ahora mismo voy a avisarles.

SEÑOR. Pare un momento, que mientras prepara mi casa para esta noche, antes quiero darme de incógnito una vuelta por el pueblo

ALCALDE. Como quiera usted, señor.

SEÑOR. ¿Le va bien el oficio?

ALCALDE. Perfecto.

SEÑOR. ¿No os da mucho trabajo?

ALCALDE. No señor. Me lo tomo con sosiego. Rondo cuando me parece. Si hay problemas, escurro el bulto. Si me regalan algo, lo cojo, Si hay levantamientos, me encierro en casa. Si hay algún incendio, bajo al río. En los bautizos y bodas me ofrecen la bandeja el primero y así obtengo ración doble. Por eso pienso, en vez de tomar la vara de mando con gruñidos y quejas como mis antecesores, pedir al señor que me haga alcalde perpetuo del pueblo.

SEÑOR. ¿Y no hay pleitos?

ALCALDE. Ni uno. Los he desterrado todos.

SEÑOR. Pues es muy rara esta paz. ¿Cómo la consigue?

ALCALDE. Muy fácil. El que primero se me viene a quejar de algo, aunque le hayan matado a su padre, sea verdad o mentira, lo condeno a cien ducados, dos pares de cadenas y un mes de cárcel. Y así nadie se queja de nadie, y todos sus cuentos los arreglan a cachetes: el que sacude más fuerte gana el pleito en un instante, y luego exige el barbero las costas del que lo pierde.

SEÑOR. (Fingiendo alegría.) Pues en verdad que posee usted un gran talento. Ande, vaya ahora a hacer lo que le he dicho, que luego en la plaza le espero.

(El ALCALDE sigue su camino hasta desaparecer.)

AMIGO. (Al SEÑOR.) Este hombre es tonto.

SEÑOR. No para su provecho. Bueno, ahora vayamos hacia la plaza.

(Salen.)



SEGUNDO CUADRO.

En la plaza del pueblo. Habrá una fuente al fondo. A la derecha la puerta de una taberna.

CORO DE LABRADORAS (Fuera de escena.)

Voces e instrumentos

festivos aplaudan

al dueño benigno

de nuestra comarca.

(Salen de la taberna, la TABERNERA, una MAJA y el REGIDOR.)

TABERNERA. Señor regidor, se decide usted a cantar o me enfado y lo dejo?

MAJA. Ya nos conocemos todos los pasacalles del pueblo.

TABERNERA. Es igual, yo le pido que cante y debe cantar si quiere que lo nuestro siga adelante. A cantar, señor regidor.

REGIDOR. Es que se me olvidan los cantares con mucha facilidad. Pero ahí va este, que es bueno. (Canta.)

Aunque usen los amantes

distintas voces, 

lo mismo canta el majo

que los señores.

Sólo hay un cambio:

que éstos entran pidiendo

  yaquéllos dando.

(Salen por el extremo de la plaza el AMIGO y el SEÑOR.)

AMIGO. ¡Qué aplicada está la gente!

SEÑOR. Sí, pero nadie en el trabajo.

(Llega el ALCALDE.)

ALCALDE. (Al REGIDOR, la TABERNERA y la MAJA.) Eh, mirad quién nos honra con su visita. Nuestro benefactor el señor de la comarca. Aplaudidle. (Los cuatro aplauden y se acercan al SEÑOR.)

SEÑOR. (Con gesto de pedir calma.) Vale, vale. Yo agradezco vuestras muestras de afecto, como es justo; pero ahora no es ocasión.

(Llegan gritando la MUJER DEL SACRISTÁN y la VIUDA. De la taberna sale el SACRISTÁN.)

MUJER DEL SACRISTÁN. ¡Justicia! ¡Justicia!

VIUDA. ¡Justicia! ¡Justicia!

SEÑOR. (Al ALCALDE.) ¿Qué es esto?

ALCALDE. Voces del pueblo que al cabo serán sólo frioleras. Haréis mal en escucharlas. Mejor debía usted irse a descansar. El viaje ha debido ser muy largo.

SEÑOR. No, alcalde, que no es descanso seguro el de un señor que deja gritar a su pueblo. Veamos de qué se quejan.

MUJER DEL SACRISTÁN. Yo, señor, de mi marido.

SACRISTÁN. Yo también me quejo.

SEÑOR. ¿De quién?

SACRISTÁN. ¿De quién va a ser? De mi mujer.

SEÑOR. (A la VIUDA.) ¿Y usted, señora? ¿De quién se queja?

VIUDA. Yo clamo al cielo contra el doctor, que no hizo nada por evitar la muerte de mi marido.

SEÑOR. ¿Y del alcalde? ¿Quién se queja?

TODOS. (A una.) Del alcalde nos quejamos todos, señor.

ALCALDE. ¡Frioleras! ¡Frioleras!

SEÑOR. A ver, un poco de paz. Procedamos con orden. Primero averigüemos quiénes son estas dos mujeres.


 

MAJA. ¿Pretende usted casarnos?

SEÑOR. No, pero pretendo saber a qué han venido. (A la TABERNERA.) ¿Quién le dio a usted la taberna?

TABERNERA. ¡Mi dinero regalao!

ALCALDE. Y con gran provecho para el pueblo, pues está claro que el cuartillo de vino le sale a cinco cuartos y ella lo da a cuatro.

AMIGO. Y en el pueblo ¿qué tal encuentran el vino?

TABERNERA. Nadie se queda borracho.

(Sale de la taberna un TUNO.)

TUNO. Y podemos beber todo el que queramos.

SEÑOR. ¿Y usted quién es?

TUNO. ¿Yo, señor? ¡Soy un hombre honrado!

SEÑOR. ¿Y qué hace aquí?

TUNO. Como, me paseo, juego, gasto algún dinero y no tengo más ocupación que enamorarme.

MAJA. Y lo hace bien, sí señor.

SEÑOR. (Al ALCALDE.) Y a éste ¿no lo tiene usted preso?

ALCALDE. No, señor. Yo no reparo en frioleras. Yo sé qué hace y dónde está en todo lugar y ningún daño presta a nadie.

SEÑOR. Pues yo, en cambio, decido que se vaya de mi comarca.


 

TUNO. No hay cuidado. El equipaje siempre lo tengo dispuesto. El mundo es muy ancho y en él cabemos todos. Adiós. (Se va.)

MUJER DEL SACRISTÁN. Señor, ahora que está aquí mi marido he de acusarle de que no cuida su casa, tiene a sus hijos descalzos y no los alimenta como Dios manda. Y el poco dinero que gana lo gasta en vino, tabaco y mujeres.

SACRISTÁN. Es mentira, señor. Que yo tan sólo malgasto la mitad de mi salario, y la otra mitad la gasta ella en zapatos de moda y en perendengues. Jamás les da una puntada a la ropa de los hijos ni cuida de que vayan a la escuela.

SEÑOR. ¿Y nunca se han quejado ustedes de sus cosas al alcalde?

SACRISTÁN. Muchas veces, señor.

MUJER DEL SACRISTÁN. Y ninguna nos ha hecho el menor caso.

ALCALDE. ¡Tantas frioleras de esas pasan entre los casados, que hacerles caso sería una pérdida de tiempo!

VIUDA. Ahora me toca a mí, señor.

SEÑOR. Usted dirá.

VIUDA. Yo me quejo del doctor, al que el juego y la diversión dejan tan cansado que no responde a ninguna urgencia, y menos si es de noche, como ocurrió con mi marido, a quien dejó morir como a un perro. Yo le emplazo a que me devuelva a mi esposo o me dé otro mejor.

DOCTOR. Todo para esta gente es malo. Si los dejo morir se quejan, y si los mato también. Y es tan desconsiderada que aunque se halle uno inmerso en el primer sueño, si le entra una congoja, un flato o un desmayo, no tienen la decencia ni la urbanidad de aguardar a que despierte. ¿Por qué, si quieren tener al lado siempre al doctor para que les ayude, no se mueren más temprano?

ALCALDE. Eso es otra friolera. Bien hace el doctor en escarmentar a toda esta gente.

(Salen discutiendo de la taberna el ZAPATERO y el RICO.)

SEÑOR. (A los dos anteriores.) ¿Qué pasa aquí?

ZAPATERO. Verá, señor. Aquí (Señala al RICO.) el señor me debe el dinero de ocho pares de zapatos y dice que por nada del mundo me los pagará.

SEÑOR. (Al RICO.) ¿Es eso cierto?

RICO. Sí, señor. Cierto es. Pero es que me enfado mucho porque está todo el día erre que erre pidiéndome ese dinero.

SEÑOR. (Asombrado.) ¿Qué se enfada?

RICO. Me enfada que me lo repita tanto sabiendo que me sobra el capital para pagarle.

SEÑOR. (Al ALCALDE.) ¿Por qué no remedió usted este asunto?

ALCALDE. Verá, señor. Si hubiera sido un pobre, le habría puesto un emplasto de Vizcaya. Pero a un rico… ¿Quién se habría atrevido por una friolera tan pequeña a desairarlo?

SEÑOR. Yo. (Enérgico.) ¡Y vaya ahora mismo a la cárcel!

RICO. Vaya usted más despacio y respete mis privilegios.

SEÑOR. ¿Es acaso usted caballero?

RICO. No, pero soy hombre rico.

ALCALDE. (Aparte.) A fe que le ha chafado, que los que son ricos hombres valen más que los hidalgos. (Al SEÑOR.) ¿Ve usted cómo todas las quejas no son más que frioleras?

SEÑOR. Pero es que todas estas frioleras son delitos tolerados por su falta de celo, señor alcalde, y aunque no se ve el daño ahora al cabo se convierten en la ruina de los estados.

AMIGO. (Al SEÑOR.) Bien le estás preguntando si tiene colmillos para rumiarlo.

ALCALDE. Yo, señor, no tengo colmillos.

SEÑOR. Por eso a usted le hablaré más claro.

ALCALDE. ¿Y seré alcalde perpetuo?

SEÑOR. Sí, perpetuo macho de tahona después que en un cepo hayas purgado tus malicias.

AMIGO. Pues eso no es friolera.

CORO DE LABRADORAS. (Fuera de escena.)

Bien ha dicho este señor

que es amo de la comarca:

el que no cumpla las leyes

que a la mazmorra se vaya.

FIN