viernes, 30 de noviembre de 2012

DE VISTA, DE OÍDAS, DE LEÍDAS

Caballero Bonald, premio Cervantes

Hasta hace muy poco escuchaba yo el disco compacto que la Colección Visor de Poesía publicó de la Antología Personal de José Manuel Caballero Bonald (Jerez de la Frontera, 1926). Su voz grave y visiblemente emocionada iba recitando los poemas del CD: Versículo del Génesis... Supervivencia... Mendigos de Estocolmo... Poner a prueba... Mestizaje. Y yo recordaba mientras tanto a sus compañeros de generación, la llamada del 50, Francisco Brines, José Ángel Valente, Gil de Biedma, J. A. Goytisolo, Claudio Rodríguez, Ángel González, Carlos Sahagún.... Y aquí está Bonald que a sus recién cumplidos 86 años recibe merecidamente el galardón literario más importante de lengua española, el Cervantes. Cosmopolita (de padre cubano y madre francesa, profesor en Iberoamérica, etcétera), siempre defendió el buen decir en la poesía y el trabajar en ella. Sus palabras al respecto son elocuentes: "El permanecer en la brecha te rejuvenece. El que no se queda callado, el que iguala el pensamiento con la vida, tiene ya mucho ganado para rejuvenecer". Este premio Cervantes de 2012 viene a reconocer toda una vida al servicio de las bellas letras pues no debemos olvidar que, además de la poesía (Las adivinaciones, Pliegos de cordel o La noche no tiene paredes), cultivó la novela (Dos días de septiembre, Ágata ojo de gato y otras), las memorias (Tiempo de guerras perdidas, por ejemplo) y el ensayo (El cante andaluz, Narrativa cubana de la revolución o Un Madrid literario).
He aquí una muestra de su quehacer poético
CENIZA SON MIS LABIOS
"En su oscuro principio, desde
su vacilante estirpe,
cifra inicial de Dios,
alguien, el hombre, espera.
Turbador sueño yergue
su noticia opresora ante la furia
original de la que el cuerpo es hecho,ante
su herencia de combate, dando vida
a secretos quemados,
a recónditos signos que aún callaban
y pugnan ya desde un deseo mísero
para emerger hacia canciones,
mudo dolor atónito de un labio,   
                                             el elegido,
que en cenizas transforma
la interior llama viva de lo humano.
Quizá sólo para luchar acecha,
permanece dormido o silencioso
buscando, besando el terso párpado rosa,
el pecho inextinguible de la muchacha amada,
quizá sólo aguarda combatir
contra esa mansa lágrima que es letra del amor,
contra        
aquella luz aniquiladora
que dentro de él ya duele con su nombre: belleza.
Allí en el torpe sueño todos
los simulacros de la fe consume,
difunde apenas con fugaz certeza,
unitivo rescoldo de sus vivientes brasas.
En tanto el hombre lucha: existe,
traduce la armonía furtiva del azar,
bebe en los borbotones de su tiempo,
se confina en la fiebre donde afloran
su linaje, su origen, su imposible
destino de buscador de Dios,
de elegido que espera,
ahora,
           todavía,
encender la ceniza de sus labios."

jueves, 29 de noviembre de 2012

VERSIONES DEL INFRAMUNDO


SIETE VECES VIRGINIA


Siete veces Dolores.

Esto es justo lo que nunca debes hacer: ponerte frente al espejo y repetir siete veces seguidas el nombre de Virginia.

No, no te rías. Y menos te reirás cuando conozcas la historia que lleva circulando por el mundo desde hace varias décadas. Muchos al conocerla aseguran que han quedado traumatizados, como si una maldición terrible hubiera caído sobre ellos.

 Pero te estarás preguntando quién es esta Virginia de la historia. Aunque es mejor decir, habida cuenta de lo ocurrido, quién era.

Pues Virginia era una chica de 14 años que en cierta ocasión hizo espiritismo con sus amigos en una casa abandonada de su pueblo. Como sabes ese tipo de experimentos es tremendamente peligroso y jamás debe tomarse a juego y mucho menos a broma. Pues bien, durante la sesión de espiritismo, Virginia no respetó las reglas de los fantasmas, espectros y aparecidos; al contrario, se estuvo burlando todo el rato que duró la invocación de los espíritus. El castigo no se hizo esperar: una silla que había en un rincón de la sala cobró de repente vida y, tras salir volando,  chocó violentamente contra la cabeza de la muchacha, causándole la muerte en el acto.

 Sin embargo, Virginia no ha encontrado todavía paz en la muerte. Su alma, condenada para siempre, vaga por el mundo buscando venganza entre las personas que, como ella, no respetan el Más Allá.

Y ahora aparece el otro personaje principal de la historia, Milagros. Milagros era una chica de la edad de Virginia, que escuchó su leyenda en el Instituto. Sus amigos probaron su valentía diciéndole que no se atrevía a decir Virginia siete veces ante el espejo. Al principio Milagros sentía miedo, pero finalmente lo venció porque le avergonzaba quedar mal delante de sus compañeros.

Y un día, acompañada de una amiga que servía de testigo, entró en los servicios del Instituto y, poniéndose delante del espejo, logró pasar la prueba.

 El grupo de amigos olvidó enseguida el caso. Pero Milagros no pudo. Esa misma noche empezó su sufrimiento. Se hallaba en la cama, cuando un sonido inusual la despertó. No se trataba de un estrépito, sino de una especie de susurro indescifrable que oía cerca de la nuca, mientras sentía como si alguien respirara en su cuello. Aterrada, se levantó y encendió la luz. Allí sólo estaba ella. A pesar de eso, no pudo dormir en toda la noche. Al día siguiente, en el Instituto, aún con el miedo de la noche anterior metido en el cuerpo, pidió permiso al profesor para salir de clase para ir a los servicios a mojarse la cara y tranquilizarse un poco. Y no hizo más que entrar en los lavabos cuando notó un frío intenso allí dentro. Se acercó al espejo y lo vio empañado por una capa de vaho. Milagros lo limpió con la mano para verse y comprobó horrorizada que tras ella habí­a una chica que no había visto jamás, con sangre brotando de una herida de la cabeza y una expresión de amargura infinita en sus ojos. Fue solo un instante. Enseguida desapareció. Milagros se puso a reír nerviosamente, pensando que todo era fruto de su imaginación, los nervios y el cansancio. Sin embargo, cuando se volvió a mirar en el espejo descubrió una frase formada por los restos del vaho que la dejó helada: “Soy Virginia. No debiste invocarme.

Desde entonces Milagros pasa su triste vida entre los muros de un psiquiátrico jurando y perjurando que el fantasma de Virginia la sigue atormentando.




miércoles, 28 de noviembre de 2012

CURIOSIDADES ETIMOLÓGICAS

Azor, azar, azorar, azarar

 
Ahora que desde hace unos días me he vuelto a encontrar con viejos conocidos, poetas y poetisas, pertenecientes a nuestra querida tertulia Azor, tan sabiamente dirigida por el poeta de Linares José Jurado Morales, me vienen a la cabeza cuatro palabras que están relacionadas entre sí más de lo que mucha gente se piensa: azor, azar, azorar, azarar.
El azor, como todo el mundo sabe, es un ave rapaz, y el origen del término que le da nombre hay que buscarlo en el latín vulgar 'acceptor, acceptoris' (que toma, que coge). Su derivado más importante es azorar, que significa "sobresaltar, conturbar" (por la influencia que ejerce la persecución del azor en las otras aves). Y aquí van a aparecer las otras dos palabras de nuestra entrada. Azorar se convirtió a finales del siglo XIX o principios del XX en azarar, por influjo de azar, si bien hay quien dice que del caló acharar (Azar "cara desfavorable del dado" derivó en azarar "desgraciar").
Pues bien, la tertulia Azor y también el Cuaderno Azor, donde muchos de nosotros colaboramos con nuestros propios poemas, mostraba en su carátula la cabeza de un azor (ave dotada de una vista agudísma y de vuelo rápido y seguro), y no, no ha sido un azar el que nos hayamos vuelto a encontrar unos cuantos contertulios de entonces, sino una inmensa alegría y pura gracia del deseo.

martes, 27 de noviembre de 2012

MEMORIAS DE UN JUBILADO


LA ESTATUA DE GRANITO

 

De las prosas escritas por Bécquer, siempre me llamó la atención un trabajo que el autor de las Leyendas tituló La mujer de piedra. No sé cuántas veces lo leí cuando era niño. Creo que llegué a aprenderme de memoria algunos fragmentos. Y hay uno de ellos que hasta lo llegué a copiar en las tapas de todos mis cuadernos de mi época de estudiante de Instituto. Ejercía sobre mí una influencia especial, y siempre que lo leía notaba dentro de mí como un aire ultraterreno en medio del cual se oía un sonido que parecía la dulce voz de una mujer. Hasta me sirvió de talismán en múltiples ocasiones como en aquella que me libró de los mamporros que prometía darme un chaval del barrio vecino y en la que, tras pronunciar para mí el fragmento, hizo que el muchacho, ciego de ira en su ataque, tropezara con una piedra y diera con sus morros en el suelo. Ese texto dice: “En sus ojos, modestamente entornados, parecía arder una luz que se transparentaba al través del granito; su ligera sonrisa animaba todas las facciones del rostro de un encanto suave, que penetraba hasta el fondo del alma del que la veía, agitando allí sentimientos dormidos, mezcla confusa de impulsos de éxtasis y de sombras de deseos indefinible.”

Cuando el tiempo pasó y me hice mayor, todas aquellas fantasías de chico movidas por la lectura desaparecieron y con ellas el recuerdo de aquel escrito y de aquella estatua de granito que aparecía en él. Pero en un viaje que hice a Toledo el año pasado para visitar algunos templos de la ciudad, vino de repente a mi memoria la mujer de piedra de que habla Bécquer en su bella narración. Al momento pensé que muy bien podría hallarse la estatua en alguna iglesia de Toledo, si bien el escritor sevillano solamente apunta en su escrito que el lugar de su interesante hallazgo es “cierta antigua población castellana”. Pero como sabía que Bécquer siempre había sentido una admiración ilimitada por Toledo y que había residido en esa ciudad castellana en varias circunstancias críticas de su vida, quise pensar que la mujer de piedra debía encontrarse en algún ábside de alguna iglesia toledana. Y nada más llegar a la ciudad, acompañado de un plano con todos los templos toledanos reseñados en él, empecé mis indagaciones. Sin embargo, debo decir que durante día y medio recorrí la casi totalidad de iglesias toledanas sin dar con la estatua de granito. Desazonado, bajé al comedor del hotel donde se alojaba la expedición para, sin apenas apetito, encarar el plato que tenía delante. Entre los comensales que ocupaban mi mesa había un viejo profesor, callado y discreto, que al verme cariacontecido me preguntó qué me pasaba. Le conté mi caso y, por esos avatares del destino, descubrí que era un estudioso de la vida y obra de Bécquer y hasta había publicado varios artículos sobre el autor posromántico.

--Mi querido amigo—dijo tras sonreír dulcemente--. Debe saber que Gustavo Adolfo Bécquer era un incorregible fantaseador y un poeta de imaginación desbordante y que, como otras cosas presentes en sus narraciones, cartas, artículos y leyendas, la famosa mujer de piedra de ese relato al que usted se refiere nunca existió salvo en la mente del poeta, lo mismo que aquella estatua de mujer yacente sobre su sepulcro que aparece en una de sus Rimas, la que empieza “En la imponente nave / del templo bizantino, / vi la gótica tumba, a la indecisa / luz que temblaba en los pintados vidrios…” Es verdad que muchos admiradores han buscado como usted y como yo mismo durante una etapa determinada de mi vida esas mujeres por las ciudades que visitó Bécquer en sus innumerables viajes con el ánimo de encontrarlas alguna vez y rendir homenaje al poeta a través de esas estatuas. Y, claro, jamás daban con esos portentos hijos de la poesía y la imaginación y supongo que sufrirían la misma desazón que usted y que yo en mis años mozos. Sin embargo, y para que no le inunde del todo la decepción, debo aclararle que existe de verdad un caso aquí en Toledo de una de esas damas de piedra de las que habla Bécquer en sus encantadoras narraciones. Me refiero a la estatua orante que aparece en su leyenda toledana titulada El beso, en la que, como ya debe de saber usted, mi querido amigo, cuando el arrogante oficial francés de la historia acerca sus labios a los de la dama, la estatua del caballero que hay al lado, que no es otra que la de su esposo, le propina una bofetada con uno de sus guanteletes de piedra tan descomunal que le destroza el rostro y da con él en tierra, donde queda muerto.

La explicación del viejo profesor no desvaneció un ápice la decepción que me embargaba, aunque se lo agradecí de buen grado. Acabó el viaje y, como recuerdo de aquella estancia en Toledo, apunté en uno de los márgenes del anuncio del hotel el número del teléfono del viejo profesor. Pasó el tiempo y cuando ya me había olvidado de todo aquel asunto de la estatua de granito y del viaje a Toledo en su busca, descubrí un día entre las ilustraciones de un libro de Arte una imagen de piedra parecida a la que describe Bécquer en su narración. La misma inclinación de ojos, la misma sonrisa, los pliegues de su vestido de piedra… Leí el pie de la ilustración: “Narciso Tomé. Trasaltar mayor de la catedral de Toledo (España)” Instintivamente busqué en mi despacho los apuntes de entonces y para mi alegría entre ellos estaba el anuncio del hotel y el teléfono del profesor. Marqué el número ansiosamente y cuando me contestaron al otro lado de la línea me deshice en palabras contando lo que acababa de ver en el libro de Arte, hasta que la voz me interrumpió delicadamente para decirme: “Si pregunta por el profesor Velázquez debo decirle, señor, que desgraciadamente murió hace un par de años.”

lunes, 26 de noviembre de 2012

ANTOLOGÍA COMENTADA DE LA POESÍA ESPAÑOLA


 

3.    LOPE DE VEGA Y CALDERÓN DE LA BARCA

       (Dos poetas dramaturgos o dos dramaturgos poetas)

 
 
Félix Lope de Vega Carpio (1562-1635) nació en Madrid de padres bordadores descendientes de una familia hidalga santanderina. Desde muy niño mostró sus extraordinarias dotes de poeta (a los diez años tradujo en verso castellano De raptu proserpinae, de Claudiano. Estudió con los jesuitas y luego en la Universidad de Alcalá, donde cambió las lecciones de Gramática y Retórica por los versos. Desde muy joven su vida se vio envuelta en líos de faldas, y numerosos nombres de mujeres la jalonan: Elena Osorio, Isabel de Urbina, Juana Guardo, Marta de Nevares… Fruto de sus amores con ellas fueron sus hijos Antonia Clara, Marcela, Carlos Félix… Unos y otras sirvieron de inspiración para muchos de sus escritos. Fue soldado, sufrió destierro, se ordenó sacerdote. Después de una vida agitada y de altibajos de fe, murió en la misma ciudad donde había nacido.

 Dejando aparte su producción dramática, género literario que le dio mayor fama, Lope destacó en la poesía lírica, en la que tienen cabida todos los asuntos de la vida, empezando por el amor, profano (“Creer que un cielo en un infierno cabe, / dar la vida y el alma a un desengaño, / esto es amor; quien lo probó lo sabe”) y terminando en el amor religioso (“¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?”), pasando por el dolor, la soledad o la muerte. La poesía de Lope, tanto culta como popular, adorna toda su obra, narrativa y dramática, con versos memorables (villancicos, letrillas, romances…).

 Los textos elegidos son  un Soneto que define al amor, un villancico y un fragmento de uno de los romances más conocidos del poeta, el que comienza “A mis soledades voy, / de mis soledades vengo”.

 
1.
“Ir y quedarse y con quedar partirse,
partir sin alma e ir con alma ajena,
oír la dulce voz de una sirena
y no poder del árbol desasirse;

 Arder como la vela y consumirse
haciendo torres sobre la tierna arena;
caer de un cielo y ser demonio en pena
y de serlo jamás arrepentirse;

 Hablar entre las mudas soledades,
pedir prestada sobre fe paciencia
y lo que es temporal llamar eterno;

 Creer sospechas y negar verdades
en lo que llaman en el mundo ausencia,
fuego en el alma y en la vida infierno.
 

Para muchos Lope es el mejor de nuestros sonetistas. He aquí un soneto de perfecta construcción. Nótese, de paso, el juego constante de antístesis que aparece a lo largo de sus catorce versos, tan acorde con las contradicciones que sufre el que está enamorado.

 

2.
“Zagalejo de perlas,
hijo del alba,
¿dónde vais, que hace frío,
tan de mañana?
Como sois lucero
del alma mía,
a traer el día
nacéis primero;
pastor y cordero,
sin choza y lana,
¿dónde vais, hace frío,
tan de mañana?
Perlas en los ojos,
risa en la boca,
las lanas provoca
a placer y enojos;
cabellitos rojos,
boca de grana,
¿dónde vais, que hace frío,
tan de mañana?
Que tenéis que hacer,
pastorcito santo,
madrugando tanto
lo dais a entender,
aunque vais a ver
disfrazado al alma,
¿dónde vais, que hace frío,
tan de mañana?”

 

El villancico, métricamente hablando, es una composición poética de arte menor y rima generalmente asonante, aunque bastantes veces (como es el caso) aparece la consonante alternada con la anterior. Su estructura es variable, pero siempre suele tener los siguientes apartados: la cabeza, que incluye el estribillo que se repetirá a lo largo del poema (en el villancico presente, la cabeza está formada por los dos primeros versos y el estribillo por los versos 3 y 4, “¿dónde vais, que hace frío, /tan de mañana?”, que irá repitiéndose tras cada mudanza o glosa (segundo apartado), redondilla, de cuatro versos variables que riman consonantemente y aparecen combinados de la siguiente manera (nos fijamos en la primera mudanza): 6a 5b 6b 5a. Tras cada mudanza aparece el llamado verso de enlace (tercer apartado), que rima consonantemente con el último verso de la redondilla ("pastor y cordero", "cabellitos rojos" y "aunque vais a ver", respectivamente), y acontinuación el de vuelta (cuarto apartado) con la misma rima consonante (el último, con rima asonante) que el estribillo. He aquí  los tres versos de vuelta del villancico por orden de aparición: “sin choza y lana”, “boca de grana” y “disfrazado al alma”.
 

3.
“A mis soledades voy,
de mis soledades vengo,
porque para andar conmigo
me bastan mis pensamientos.
¡No sé qué tiene la aldea
donde vivo y donde muero,
que con venir de mí mismo
no puedo venir más lejos!
Ni estoy bien ni mal conmigo,
mas dice mi entendimiento
que un hombre que todo es alma
está cautivo en su cuerpo.
Entiendo lo que me basta,
y solamente no entiendo
cómo se sufre a sí mismo
un ignorante soberbio.
De cuantas cosas me cansan,
fácilmente me defiendo;
pero no puedo guardarme
de los peligros de un necio.
Él dirá que yo lo soy
pero con falso argumento;
que humildad y necedad
no caben en un sujeto.”

… … …




 

 

domingo, 25 de noviembre de 2012

EL CINE QUE HAY QUE VER



Vidas rebeldes


 
Vidas rebeldes (título original The Misfits) es una de esas películas que le hace pasar al expectador momentos malos mientras la ve y le reconforta felizmente cuando acaba.
Dejando aparte elementos externos a la película que para muchos es considerada maldita (por ejemplo, la muerte de infarto de Clark Gable recién acabado el rodaje), por fin logró estrenarse en 1961. En blanco y negro, de una duración (124 minutos) que no se hace en ningún momento larga, está soberbiamente protagonizada principalmente por una Marilyn Monroe en la fase final de su carrera cinematográfica (moriría en misteriosas circunstancias sólo un año después de estrenarse la película), Clark Gable, Mongomery Clift y Eli Wallach, y dirigida por Jonh Huston, desarrolla un guión del excelente dramaturgo Arthur Miller (a la sazón marido de la protagonista). Existen muchos factores para afirmar que el film que nos ocupa es redondo, pero destacaremos los que nos parecen más eficaces. En primer lugar, como no podía ser de otro modo dada la autoría del guión, el texto, la profundidad de los diálogos que mantiene Marilyn con los tres personajes masculinos, perdedores y fracasados como ella, sobre el amor, la soledad, la frustración, la vejez...En segundo lugar, la fotografía (lástima que las imágenes de esos magníficos paisajes del estado de Nevada sean en blanco y negro), de Russell Metty, en ocasiones conseguida desde el aire, con impresionantes vistas de extensas llanuras y montañas rocosas. Y escenas memorables, como las del rodeo o la emotiva captura de los caballos salvajes, sin duda el motivo del desenlace aleccionador de toda la película.

He aquí un tráiler del film
 
 

sábado, 24 de noviembre de 2012

CURIOSIDADES ETIMOLÓGICAS

Tres nombres para una ciudad: Bizancio, Constantinopla, Estambul

Vaya por delante que la ciudad a que hace referencia el título de esta entrada se halla a orillas del mar del Bósforo, en Turquía. Empezó llamándose Bizancio, del griego 'Byzántion' y luego del latín Byzantium , y era una ciudad estratégicamente situada que permitía el control de los barcos que navegaban entre Asia y Europa.
 
 
Colonia griega desde sus orígenes, fue conquistada y refundada por el emperador Constantino I el Grande en el año 334, que, lógicamente, le puso el nombre de Constantinopla, del griego 'Konstantinoupolis' (polis=ciudad): ciudad de Constantino). La ciudad fue durante mucho tiempo baluarte de la cristiandad frente a la constante amenaza del mundo árabe.
Por último, la ciudad recibió el nombre de Estambul (en turco, Istambul), cuyo origen es el griego 'eis tan polin'  (hacia la ciudad). Estambule ya en la primera mitad del siglo XIX, en plena época del Romanticismo, era citada por nuestro poeta romántico por excelencia José de Espronceda en su famosa Canción del pirata, en aquellos versos que dicen:
"Y ve el capitán pirata,
cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, a otro Europa,
y allá a su frente Estambul."

viernes, 23 de noviembre de 2012

VERSIONES DEL INFRAMUNDO


BENI Y EL DIABLO


1.
Lo dijo tal cual, en medio del botellón, a unos cuantos amigos que hacían broma sobre lo divino y lo humano, sin dejar de abrazar sus respectivas litronas (corría la madrugada del 22 de diciembre):

--Y ahora que estamos al borde del pedo más descomunal, hablemos de cosas terroríficas.

No tenía más de dieciséis o diecisiete años. Era moreno, bajito y delgado, pero bebía como un cosaco. De ahí que sus acompañantes, de parecida edad, no le tomaran en serio. Y le siguieron la corriente.

--Cuenta, cuenta—le jalearon--; a ver si logras meternos miedo.

Entonces el chico dijo sin inmutarse:

--Yo conozco el modo de ver al Diablo.

Todos soltaron a la vez una carcajada, todos menos Beni, un muchacho bastante sensible, que, impresionado verdaderamente, le pidió que le contara esa manera de ver al Diablo.

Tras cruzarse los dos una mirada cómplice, el chico moreno accedió diciendo:

--El procedimiento que hay que seguir es el siguiente: pasado mañana, Nochebuena, justamente a medianoche, el Diablo recorre el mundo para inspeccionarlo. Ese es  el único momento del año en que lo hace; así que si uno desea verlo, ha de ser a esa hora, ni antes ni después.

Un chistoso del grupo le dijo con sorna:

--Yo quiero verlo la próxima Nochebuena. ¿Qué tengo que hacer y dónde?

--El chico moreno lo miró fijamente a los ojos y le contestó:

--Tú, nada, porque no crees en eso.

Intervinieron todos a la vez:

--Yo sí creo, yo si creo, yo sí creo…

--¡Bah!, ninguno se está tomando en serio mis palabras. Dejémoslo.

Beni le tocó el brazo.

--No les hagas caso. El alcohol les hace desvariar. Yo, en cambio, que apenas he bebido, estoy en condiciones de decirte que te creo. Dímelo a mí.

Volvieron a cruzarse las miradas. El chico moreno le dijo:

--De acuerdo. Poco antes de que sea la medianoche enciérrate en el lavabo con doce velas negras. Enciéndelas frente al espejo, y cuando empiecen a sonar las doce campanadas, apágalas y cierra los ojos delante del espejo. Mantenlos cerrados hasta justo el instante de sonar la última campanada. Entonces abre los ojos. En ese segundo verás al Diablo reflejado en el espejo.

Beni dijo:

--Pasado mañana haré el experimento. Mis padres se habrán ido de viaje y estaré solo. Aunque necesito un testigo por si me pasara algo.

Todos se echaron a reír de buena gana y siguieron bebiendo. El chico moreno le palmeó el hombro y le dijo:

--No te preocupes: yo seré ese testigo.


2.
Son las 23 horas y 55 minutos de la Nochebuena. Beni entra solo en el lavabo con las doce velas negras y un mechero para encenderlas. El chico moreno se queda fuera, sentado en un sillón del pasillo frente al lavabo, a la espera de los acontecimientos. Al poco tiempo empiezan a sonar las campanadas de la medianoche. Cuando el último son se pierde en el silencio de la casa, el chico moreno se levanta del sillón para arrimar su oído a la puerta del lavabo. Ni el menor rumor sale de él.

Asustado, grita:

--¡Beni! ¡Beni! ¿Estás bien?

Nadie responde. El chico moreno golpea la puerta mientras sigue gritando el nombre de Beni, que continúa sin dar señales de vida. Temiendo lo peor, empuja la puerta con todo el peso de su cuerpo para intentarla abrir, y, al no ceder la madera, coge un paragüero de porcelana que hay en el pasillo y lo estrella fuertemente contra la puerta, que cede, al fin, tras varios golpes. El chico moreno entra en el lavabo y encuentra a Beni tumbado en el suelo apretándose el pecho con las manos. Todavía reina allí dentro un olor inconfundible a azufre y en torno al marco del espejo flota la orla de un humo rojo. Sólo le queda llamar rápidamente por teléfono a Urgencias. Al cabo de un rato llegan unos enfermeros y se llevan a Beni al hospital. Diagnóstico: parada cardiaca debida a una fuerte crisis nerviosa.

3.
El grupo de amigos no volvió a ver más al chico moreno. En cuanto a Beni, finalmente se recuperó aunque se pasaba días enteros repitiendo:

--Lo he visto, lo he visto.

Y nunca más consiguió dormir bien. Perdió gran parte de su vitalidad y aún hoy se le nota apagado y triste. Sus amigos le repiten para ayudarle que lo que le pasa se debe al infarto que sufrió, que los infartos siempre dejan terribles secuelas a los que lo padecen.

Y él no hace más que replicarles:

--No. Fue lo que vi en el espejo. Y así estaré hasta que muera.



miércoles, 21 de noviembre de 2012

SOLILOQUIOS DE MALA UVA

El romance del desengaño

"Españoles, Franco ha muerto",
anunciaron los diarios,
y España se pronunció
en sus dos antiguos bandos:
el sufrido, en alegría,
y el dominador, en llanto.
Y el rumor de los deseos
empezó a sonar muy alto
recorriendo toda España
con ímpetu de oceano.
Entre la gente del pueblo,
por los montes y los llanos,
la libertad despertó
los cuerpos aletargados.
Abrimos de otra manera
los ojos para mirarnos
a la cara sin más miedos
con luz de esperanza y canto.
Alzamos por fin las frentes
para respirar más sano
y olvidamos los bolsillos
para estrecharnos las manos.



Era noviembre, era otoño,
era el tiempo destemplado,
pero, a cambio, había vuelto
la primavera a los ánimos
y en cada corazón nuestro
brotó un clavel encarnado,
la pasión de ser de nuevo
español en vez de esclavo,
español libre, señero,
dueño de sus propios actos.

Muchos años hace de eso,
quizá demasiados años,
los bastantes para que
todo sea como antaño:
no ha hecho falta que haya muerto
como entonces otro Franco.
Las burbujas del ladrillo
destruyeron los andamios,
sin que los que nos regían
intentaran remediarlo.
Gastamos más de la cuenta
creyéndonos los milagros
que rezaban los políticos
desde sus púlpitos altos.
Y un diluvio de hipotecas
finalmente nos ahogaron.
Mientras ellos, los que mandan,
protegidos por los bancos,
arruinaban nuestras vidas
con derribos y desahucios.



Han muerto las ilusiones,
la libertad y los pactos.
Hay yugos sobre los cuellos
y grilletes en las manos.
¿Quién, Señor, vendrá a arreglar
este gran desaguisado,
ahora que el españolito
es cada vez más esclavo,
ahora que los que mandan
luchan por gritar más alto,
y por clavar las banderas
en sus peculiares patios?

martes, 20 de noviembre de 2012

CURIOSIDADES ETIMOLÓGICAS

Cadera, cadira, cátedra, catedral...

Hoy inicio una nueva sección en mi blog con el nombre de arriba. Y lo hago a propósito de una noticia que copa los medios de comunicación: la inminente operación quirúrgica (otra más) que el Rey va a sufrir en su una de sus caderas.
La palabra cadera, "parte saliente formada por la pelvis a ambos lados del cuerpo", procede del latín vulgar 'cathégra', que es una variante del latín 'cathédra', con significado de silla.
Recuérdese que silla en catalán es cadira, tan próxima en su pronunciación a cadera, y estrechamente relacionada con su origen, pues la citada 'cathédra', que a su vez desciende del griego 'kathédra', que significaba asiento. ¿Qué duda cabe que la cadera, al fin y al cabo es el asiento o la silla en que recae el peso de la parte superior del cuerpo humano.
 
 
Relacionada, pues, con cadera, se halla la palabra cátedra, que en un principio significó asiento elevado o púlpito con asiento desde el cual enseñaba el maestro a sus alumnos, y luego empleo, plaza o departtamento de un catedrático, entre otras acepciones.
 
Y ya puestos, añadimos en este apartado por su evidente cercanía, aunque parezca que no, el término catedral, que no es otra cosa que la iglesia en que reside un obispo o arzobispo. Y es que, por etimología, deriva de cátedra en el sentido de trono del obispo o arzobispo.

lunes, 19 de noviembre de 2012

ANTOLOGÍA COMENTADA DE LA POESÍA ESPAÑOLA


2. FRANCISCO DE QUEVEDO  (Escuela conceptista)

 


Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645), rival literario de Góngora, con el que mantuvo una acérrima disputa durante toda su vida, nació en Madrid en el seno de una familia que trabajaba en la Corte. Hizo sus primeros estudios con los jesuitas en Madrid y luego cursó Humanidades, Lenguas modernas y Filosofía en la universidad de Alcalá de Henares. Finalmente, estudió Teología en la de Valladolid. Llegó a ser secretario real y estuvo en Italia como consejero del duque de Osuna en un tiempo de zozobras e inseguridades para su persona. Aunque contrajo matrimonio a los 54 años, su vocación de casado era nula y al poco tiempo se separó. Su afición a las intrigas palaciegas le llevaron a la cárcel en más de una ocasión; la más dura (5 años) la pasó en el convento de San Marcos de Léon. Al salir de la prisión, su salud quedó tan menguada que, tras una estancia de confinamiento en la Torre de Juan Abad, de su propiedad, acabó de morir en Villanueva de los Infantes (Ciudad Real).

En tres grupos podemos dividir la inmensa producción poética de Quevedo:

Poesías amorosas, entre las que destacan muchos romances, letrillas y sonetos dedicados a damas ocultas bajo nombres clásicos, como Lisi, Lisis o Liseida, nombre que encubre a Luisa de la Cerda, de quien estuvo enamorado; otros ejemplos: A Dori, A Flora o A Aminta, que se cubrió los ojos con la mano, cuyos primeros versos dicen: “Lo que me quita en fuego me da en nieve / la mano que tus ojos me recata”.

Dámaso Alonso, gran conocedor de la poesía de Quevedo, dice de él que “es el más alto poeta de amor de la literatura española”. Y hablando de amor, así define este sentimiento nuestro poeta: “Es hielo abrasador, es fuego helado, / es herida que duele y no se siente”

Poesías sentenciosas y morales, entre las cuales sobresalen sátiras, sonetos y otras composiciones de tono moral, sagrado, fúnebre, político… Algunos títulos son: A Cristo resucitado, Al mal gobierno de Felipe IV, Enseña cómo todas las cosas avisan de la muerte oDesde la torre: “Retirado en la paz de estos desiertos, / con pocos pero doctos libros juntos, / vivo en conversación con los difuntos / y escucho con mis ojos a los muertos…”

Poesías festivas, entre las que destacan letrillas, canciones, epitafios, sonetos, jácaras…, donde se denuncian o atacan defectos físicos y morales y costumbres licenciosas; otras veces son simples juegos verbales. Muestras de lo que decimos son las tituladas Poderoso caballero es don dinero, Contra don Luis de Góngora (“Y para adelante digo / que te enmiendes de tus cargos, / y pues eres manicorto, / no seas lengüilargo”), Mujer puntiaguda con enaguas, Al ruiseñor o, la más famosa aún, A una nariz, que empieza: “Érase un hombre a una nariz pegado, /érase una nariz superlativa…”


Quevedo emplea un lenguaje especial que convierte el verso en una expresión rápida y densa de sentido a la vez. La construcción sintáctica es nerviosa y el vocabulario expresivo y rico, y, cuando quiere y la expresión lo necesita, inventa neologismos (archipobre, protomiseria). Y si hablamos de figuras retóricas, en sus versos encontramos una amplia representación de ellas: antítesis (“si un tiempo fuertes, ya desmoronados”), expresiones de doble o múltiple sentido (“en breve cárcel traigo aprisionado”), imágenes inusuales (“traigo el campo que pacen estrellado / las fieras altas de la piel luciente”), metáforas esplendorosas que unas veces embellecen (“relámpagos de risas carmesíes”) y otras deforman la realidad (“la fortuna mis tiempos ha mordido”), empleo especial de las formas de algunos verbos (“soy un fue, y un será, y un es cansado”). Paradojas, hipérboles y juegos de palabras conceptistas que a veces se interrelacionan entre sí.

 
Los textos elegidos son cuatro composiciones quevedianas, pertenecientes a los cuatro tipos de poesías que preferentemente cultivó el poeta. La primera es un intento de definir algo tan indefinible como el amor. La segunda, escrita un par de años antes de su muerte, refleja la situación de ruina de todo cuanto rodea al poeta y de su propia persona. La tercera es un juego metafórico que define a un ruiseñor. Y la cuarta, la letrilla Poderoso caballero es don dinero.

 

1.

 “Es hielo abrasador, es fuego helado,
es herida que duele y no se siente,
es un soñado bien, un mal presente,
es un breve descanso muy cansado.

Es un descuido que nos da cuidado,
un cobarde con nombre de valiente,
un andar solitario entre la gente,
un amar solamente ser amado.

Es una libertad encarcelada,
que dura hasta el postrero paroxismo;
enfermedad que crece si es curada.

Éste es el niño Amor, éste es su abismo.
¡Mirad cuál amistad tendrá con nada
el que en todo es contrario de sí mismo!”

 

2.

 “Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
de la carrera de la edad cansados,
por quien caduca ya su valentía.

Salíme al campo, vi que el sol bebía
los arroyos de hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados
que con sombras hurtó su luz al día.
 
Entré en mi casa; vi que, amancillada,
de anciana habitación era despojos;
mi báculo, más corvo y menos fuerte.

Vencida de la edad sentí mi espada.
Y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.”

Quevedo es uno de nuestros más grandes sonetistas junto a nombres como Garcilaso, Lope de Vega, Herrera, Bocángel o Góngora en la Edad de Oro, y Unamuno, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Gerardo Diego o Miguel Hernández en el siglo XX. Nótese la progresión de las ideas en los dos cuartetos y en parte de los tercetos, para culminar el desenlace en el último terceto del primer soneto ( "Éste es el niño Amor, éste su abismo...")y en los dos últimos versos del segundo soneto ("Y no hallé cosa en que poner los ojos / que no fuese recuerdo de la muerte.").
 
 
3.

“Flor con voz, volante flor,
silbo alado, voz pintada,
vida de pluma animada
y ramillete cantor.
Di, átomo volador,
florido acento de pluma,
bella organizada suma
de lo hermoso y lo süave,
¿cómo cabe en sola un ave
cuanto el contrapunto suma?”

 Obsérvese el juego de metáforas empleado a lo largo de los ocho primeros versos (hasta nueve metáforas: flor con voz, volante flor, silbo alado, voz pintada, vida de pluma animada, ramillete cantor, átomo volador, florido acento de pluma, bella organizada suma de lo hermoso y lo suave), y la pregunta final de los dos versos últimos que expresan la admiración y la sorpresa del poeta. No pasa inadvertido el empleo de las dos "suma" para lograr la rima consonante: una palabra es sustantivo y otra un forma verbal. Se trata, pues, de una décima genial, como pocas de las que existen en nuestra poesía.
 
4.
 
 “¿A quién no le maravilla
ver en su gloria sin tasa
que es lo más ruin de su casa
doña Blanca de Castilla?
Mas pues que su fuerza humilla
al cobarde y al guerrero,
poderoso caballero
es don dinero.
Sus escudos de armas nobles
son siempre tan principales,
que sin sus escudos reales
no hay escudos de armas dobles;
y pues a los mismos nobles
da codicia su minero,
poderoso caballero
es don dinero.
Por importar en los tratos
y dar tan buenos consejos,
en las casas de los viejos
gatos le guardan de gatos.
Y pues él rompe recatos
y ablanda al juez más severo,
poderoso caballero
es don dinero.
Es tanta su majestad
(aunque son sus duelos hartos),
que aun con estar hecho cuartos,
no pierde su calidad;
pero pues da autoridad
al gañán y al jornalero,
poderoso caballero
es don dinero.”
 
No pase por alto el estribillo del pareado "poderoso caballero / es don dinero", con el que se cierran las mudanzas que forman la letrilla, así como el llamado verso de vuelta de cada una de ellas y que rima con el citado estribillo ("al cobarde y al guerrero", "da codicia su minero", "y ablanda al juez más severo" y "al gañán y al jornalero", respectivamente). Así pues, el esquema estrófico de la letrilla presente sería: 8a 8b 8b 8a 8c 8c 5c  y así, sucesivamente.
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

domingo, 18 de noviembre de 2012

DE VISTA, DE OÍDAS, DE LEÍDAS

Recuerdo de Menéndez Pelayo

En estos días se cumple el centenario del fallecimiento de uno de nuestros más grandes pensadores y filólogos de todos los tiempos, don Marcelino Menéndez Pelayo (1856-1912). Santanderino de pro, estudió bachillerato en el Instituto de la ciudad donde su padre era profesor de Matemáticas. En Madrid cursó la carrera de Filosofía y Letras. Pensionado por el ayuntamiento de su ciudad natal, inició una serie de viajes a Lisboa y Roma, en cuyas bibliotecas del Vaticano encontró libros curiosos. De regreso a Santander, comenzó a escribir la Historia de los Heteroxos españoles. Muy joven aún (1878) obtuvo por oposición la cátedra de Literatura que Amador de los Ríos había dejado vacante por fallecimiento. Dos años más tarde fue elegido académico de la Española. A la muerte de Tamayo,fue nombrado Director de la Biblioteca Nacional, cargo que desempeñó hasta el final de sus días.
A Menéndez Pelayo se le debe estudiar como filósofo, bibliógrafo, crítico literario, historiador y poeta, pues por su pluma pasaron los más diversos géneros literarios y del saber. Entre sus obras filosóficas, destacan La ciencia española, Historia de las ideas estéticas y muchos artículos de la Historia de los heterodoxos españoles. Como bibliógrafo, nos dejó títulos como Horacio en España o Bibliografía hispanolatina clásica, entre otros. Cultivó la poesía con cierto éxito, como puede comprobarse en la Epístola a sus amigos de Santander, la Epístola a Horacio o la oda Añoranzas, que dedicó a una prima suya de la que se había enamorado en Barcelona tiempo atrás. Pero el género que le dio más fama fue la crítica literaria, en la que fue un verdadero genio. Entre las obras que escribió pertenecientes a dicho género, destacamos la ya citada Historia de los heterodoxos españoles, para muchos su obra maestra, Historia de la poesía en la Edad Media, Orígenes de la novela española, Estudios sobre el teatro de Lope de Vega, Calderón y su teatro, etcétera, etcétera.
En conclusión, puede afirmarse que de Menéndez Pelayo arranca la reconstrucción de la Historia de nuestra Literatura y que todos los críticos literarios actuales se consideran deudores de su genio.
 
 
He aquí un par de  muestras de su quehacer como historiador y como crítico literario:

"En primer lugar, el carácter que salta a la vista en aquella sociedad española del siglo XVI, continuada en el siglo XVII, en eso que se llama Edad de Oro (y no siglo de oro, porque comprende dos siglos), la nota fundamental y característica es el fervor religioso que se sobrepone al sentimiento del honor, al sentimiento monárquico y a todos los que impropiamente se han tenido por fundamentales y primeros; ante todo, La España del siglo XVI es un pueblo católico; más diremos: un pueblo de teólogos."
 
"Considerado como poeta, el Arcipreste se levanta a inmensa altura, no sólo sobre los ingenios de su siglo, sino sobre todos los de la Edad Media española, sin excepción ni ofensa de nadie, y reconociendo desde luego todo lo que valen en sus géneros diversos un Ausias March, un Juan de Mena,  un Santillana, ambos Manriques, para no hablar de los poemas anónimos y populares. hay quien tiene ´más intimidad de sentimiento lírico que el Arcipreste; muchos le vencen en la nobleza de las fuentes de inspiración..."

sábado, 17 de noviembre de 2012

MEMORIAS DE UN JUBILADO

Sobre el género epistolar

En estos últimos días la feliz casualidad ha hecho que me vuelva a encontrar con verdaderos amigos y amigas de la poesía y la literatura en general, cuya amistad empezó hace muchos años en torno a unos libros y a una tertulia barcelonesa de entrañable recuerdo. Me refiero, entre otros y otras, a Membrive, Visi, Encarna, Milagros, Amparo... Y sus últimos libros. En entradas anteriores he hablado de los libros de Milagros y Encarna. En esta le toca al último libro de Amparo, Cartas que nunca se enviaron.
Amparo Cervantes Deckler, cartagenera convencida, consumada pianista y extraordinaria rapsoda, es una escritora de los pies a la cabeza, que lo mismo escribe sonetos clásicos (recuerdo que yo mismo dije cuando apareció su excelente poemario Sonetos de amor y desamor que "Amparo Cervantes, a través del amor, llega al endecasílabo con planta de poeta, lo ausculta, lo acaricia y, casi de milagro, teje también con amor, primorosamente, estos sonetos de amor. Con Amparo continúa la línea amorosa iniciada en nuestra lírica por Garcilaso"), que cassetes-libros con poemas ajenos y propios recitados por ella (Verbo y brisa), que novelas (yo tuve la suerte de presentarle Silencio amarillo), que todo un libro de cartas, como el que hoy presento aquí, Cartas que nunca se enviaron.
El género epistolar siempre ha tenido una importante presencia en la literatura universal y española. Baste recordar Werther, la magnífica novela de Goethe que sirvió de biblia a tantos escritores románticos, la Novela en nueve cartas, de Dostoiewski, o La estafeta romántica de nuestro Galdós, entre otras.
En Cartas que nunca se enviaron, de Amparo Cervantes, el lector se encuentra con una colección de epístolas (desordenadas en el tiempo, pero ordenadas en el corazón) que la autora en un alarde de confesión y confidencia (ella lo llama alguna vez "Desahogos del corazón") dirige a los más diversos receptores de carne y hueso, con nombre y apellidos, como poetas, periodistas, críticos de arte..., y a sí misma,  pero también a entes abstractos como el sol,  la vida, la muerte o Dios. El hilo conductor, sin embargo, es esa María, omnipresente en el pensamiento y sentimiento de Amparo, que conoce hasta lo más íntimo de su vida, sus amores, sus desamores, hasta el rompimiento con uno de sus seres más amados. Debo confesar que lo he pasado muy bien leyendo estas cartas, muchas de ellas escritas como reacción a lo que la escritora ha encontrado leyendo en la prensa, como la magnífica carta que incluye un soneto con estrambote nacidos de la crítica exaltando una pintura de Tapies.
 
 
"Yo vi un plato incrustado en una mierda
y mi pluma, que hoy estaba en reposo,
se activa y hace esfuerzo muy gozoso
por combatir este hecho que recuerda."
Pero también, cuando escribe a personas que yo conocí, como a la poetisa Mercedes Rubio, compañera de tertulia y recitales por las casas regionales de Barcelona, y a la que la escritora anima a seguir escribiendo y ordenando sus poemas. Otras cartas retratan el desconcierto de la autora ante el funcionamiento de ciertos mecanismos sociales y burocráticos, como el abuso sufrido por la Telefónica (¿a quién no le ha ocurrido algún percance parecido?). También hay cartas que hablan de los artículos que la autora mandaba a la revista de la Casa Regional de Murcia y Albacete, de presentaciones de libros de amigos, de retratos de personalidades relacionadas con el mundo de la literatura...
Y siempre, como gran poetisa que es, Amparo Cervantes recurre a la poesía para sazonar las cartas con ese toque suyo tan distinguido y elegante y, especialmente, lírico. He aquí, para terminar, unas cuantas muestras:
"Dame, Señor, te ruego, el punto exacto
de cada anhelo y cada pensamiento,
que por más o por menos siempre siento
decidir con torpeza y poco tacto." (Pág. 137)
 
"Me agradron tus versos, pero imputas
a aquel genio sin par que fue Quevedo
que descienda hasta el culo y hasta el pedo,
que cante a los rufianes y a las putas." (Pág. 54)
 
"Hija, serás como el alba.
Y yo sé muy bien por qué.
Dicen que lo que se anhela
se llega siempre a obtener." (Pág. 33)
 
En resumen, quien tenga la suerte de leer estas cartas, escritas con un lenguaje directo, fino, elegante y muchas veces irónico, aprenderá a escribir cartas, género que desgraciadamente está cediendo un peligroso terreno ante la avalancha de los mensajes de móviles y los correos electrónicos. Y a conocer un modo de sentir y de pensar como pocos quedan en este mundo acelerado donde se echa de menos la reflexión y el amor por el idioma, características fundamentales de Amparo Cervantes. 
 


 

jueves, 15 de noviembre de 2012

PATADAS AL DICCIONARIO

Piquetes...¿informativos?

 
Esta no es una entrada al uso pues, en vez de una patada al diccionario de la RAE, las palabras que forman el encabezamiento se la dan a... la realidad. Lamento tener que hablar de la Huelga General, más bien particular e inútil porque no va a hacer cambiar la política de sastre (desastre) del Gobierno, pero es que, a la vista de lo que se dedicaron a hacer ayer los llamados piquetes informativos, no me queda más remedio. En primer lugar, habría que empezar sustituyendo el adjetivo "informativos" que acompaña al sustantivo "piquetes" por el que mejor le cuadra, "coactivos". Así, coactivos, porque por lo visto, leído y oído en los medios, esos piquetes (no, si ya el sustantivo se las trae: piquetes, piquetas, picar, derruir...) en vez de informar, decir, aclarar que lo que se está haciendo es una huelga, etcétera, se limitar a (he aquí una serie de nuevas acepciones):
 
Obligar a cerrar comercios,
Forzar a salir de los bares a los clientes,
Sellar cerraduras,
Romper lunas a autobuses y camiones a pedradas,
Cortar el tráfico quemando neumáticos o atravesando en la vía cualquier objeto que impida pasar,
Insultar o agredir a quien ejerce el derecho a trabajar,
Invadir bancos y otras instituciones públicas,
Incendiar cajeros automáticos,
Destruir a cualquier precio contenedores y mobiliario urbano,
Apedrear y agredir a los agentes que cuidan del orden y la seguridad ciudadana,
Pintarrajear fachadas y escaparates de tiendas y comercios
 
y cuantas acciones violentas hemos visto en esta Huelga general y que nada tienen que ver con el derecho pacífico de todo ciudadano a manifestarse en colectividad.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

ANTOLOGÍA COMENTADA DE LA POESÍA ESPAÑOLA


III.           EL BARROCO (SIGLO XVII)

  1. LUIS DE GÓNGORA (Escuela culterana)


Luis de Góngora y Argote (1561-1627), enemigo acérrimo de Quevedo, con quien mantuvo una guerra literaria sin cuartel, nació en Córdoba en el seno de una familia con bienes. En Salamanca estudió derecho y adquirió conocimientos de varios idiomas. En 1585 fue nombrado racionero de la catedral de Córdoba por intercesión de un tío suyo. Llevó una existencia alejada de la seriedad eclesiástica. Sus problemas económicos y su ambición personal le llevaron en 1617 a buscar de nuevo la ayuda de su pariente para conseguir el puesto de capellán real en la Corte de Felipe III, en Madrid. Y aunque se ordenó sacerdote a los 53 años, su afición al juego y al buen vivir le hicieron incurrir en la humillación y la mentira. Lleno de deudas, regresó a Córdoba donde murió.

La producción poética de Góngora la podemos dividir en tres grupos:
1. Lírica inspirada en la corriente popular y tradicional española y escrita con un lenguaje sencillo. Está representada por letrillasy romances.
Entre las primeras destacan las que empiezan “La más bella niña de nuestro lugar”, “Ande yo caliente y ríase la gente”, “Cuando pitos, flautas, y cuando flautas, pitos”… Entre los romances (que suelen tratar temas moriscos, caballerescos, pastoriles o burlescos) sobresalen el Romance de Angélica y Medoro, Entre los sueltos caballos, o el del Cautivo (“Amarrado al duro banco / de una galera turquesca/ ambas manos en el remo / y ambos ojos en la tierra…”)

2. Los sonetos, de estilo algo más complejo que el de las letrillas y romances (abundancia de recursos expresivos) contienen temas relacionados con su vida, personajes de la época, ciudades y monumentos, aunque son más celebrados los amorosos, en especial los que comienzan “La dulce boca que a gustar convida”, “Mientras por competir con tu cabello”, “Suspiros tristes, lágrimas cansadas”.

3. La poesía culterana, la más compleja y cultivada especialmente en su última etapa, está representada por dos obras: la Fábulade Polifemo y Galatea ( en 63 octavas reales, el poeta narra el amor que siente el cíclope Polifemo por la ninfa Galatea, cuyo corazón, sin embargo, pertenece al pastor Acis, que no puede evitar morir aplastado por un gran peñasco que le arroja el celoso cíclope (“Un monte era de miembros eminente”, dice de Polifemo otra octava). La segunda obra culterana se titula las Soledades, especie de canto a la naturaleza (mares, playas, ríos, bosques, montes…) escrito en silvas, que iba a constar en un principio de cuatro partes (juventud, adolescencia, madurez y senectud), de las cuales sólo logró escribir el poeta la primera y parte de la segunda. En ellas un náufrago llega a una playa donde le dan asilo unos pastores; vive con ellos escenas de bodas, de pesca, juegos atléticos…

He aquí una octava real de Góngora perteneciente a la Fábula de Polifemo y Galatea:
“De este, pues, formidable de la tierra
bostezo el melancólico vacío,
a Polifemo, horror de aquella sierra,
bárbara choza es, albergue umbrío
y redil espacioso donde encierra
cuanto las cumbres ásperas cabrío
de los montes esconde: copia bella
que un silbo pinta y un peñasco sella.”

La octava real presenta el siguiente esquema estrófico: 11A 11B 11A 11B 11A 11B 11C 11C

Góngora emplea un lenguaje muy difícil cuajado de cultismos léxicos (“flamígero”, “rutilante”, “caliginoso”…), sintácticos (a veces adelantando el complemento al nombre que complementa: “de este pues formidable de la tierra bostezo”; otras, colocando el verbo al final de la oración: “los bueyes a su albergue reducía”) y semánticos (“aplauso”, “lascivo”…). En otras ocasiones lo recarga de los más variados recursos expresivos, como perífrasis: “donde espumoso el mar sicilïano” (el Mediterráneo); abundantes y atrevidas metáforas: el freno de oro, bostezo de la tierra, un monte de miembros, cuna dorada, “erizo es el zurrón de la castaña”…; hipérbatos retorcidos hasta la exageración como en “estas que me dictó rimas sonoras,/ culta sí, aunque bucólica, Talía” (estas rimas que Talía –culta pese a ser campesina- me dictó); aliteraciones: “infame turba de nocturnas aves”; alusiones mitológicas: Polifemo, Galatea, Acis, Vulcano, Leteo, Musas, Fama, Tifeo, Hero, Leandro, Orfeo y un largo etcétera.

Los textos seleccionados son dos composiciones de Luis de Góngora y Argote, el representante máximo del Culteranismo español: un soneto y un romance. El soneto está escrito con el lenguaje y el estilo de la segunda etapa del poeta cordobés, algo más complicado que el de las letrillas y romances de la primera etapa, aunque no es todavía el recargado y casi hermético de la etapa culterana en la que destacan la Fábula de Polifemoy las Soledades. El romance elegido es uno de los más conocidos del poeta.

 

1.

 
“Mientras por competir con tu cabello,
oro bruñido el sol relumbra en vano,
mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente el lilio bello;

mientras a cada labio por cogello,
siguen más ojos que al clavel temprano,
y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello;

goza cuello, cabello, labio y frente,
antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, lilio, clavel, cristal luciente,

no sólo en plata o vïola troncada
se vuelva, mas tú y ello juntamente,
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada”

 Nótese que el presente soneto guarda íntima relación con el de Garcilaso de la Vega que publicamos en su día aquí en esta Antología. En uno y otro se canta el gozo de disfrutar de lo que se posee antes de que el tiempo se lo lleve consigo. Se trata del conocido tópico literario Carpe diem.


2.

“Amarrado al duro banco
de una galera turquesca,
ambas manos en el remo
y ambos ojos en la tierra,
un forzado de Dragut,
en la playa de Marbella,
se quejaba al ronco son
del remo y de la cadena:
“¡Oh sagrado mar de España,
famosa playa y serena,
teatro donde se han hecho
cien mil navales tragedias!
Pues eres tú el mismo mar
que con tus crecientes besas
las murallas de mi patria,
coronadas y soberbias,
tráeme nuevas de mi esposa,
y dime si han sido ciertas
las lágrimas y subiros
que me dice por sus letras;
porque si es verdad que llora
mi cautiverio en tu arena,
bien puedes al mar del sur
vencer en lucientes perlas.
Dame ya, sagrado mar,
a mis demandas respuesta,
que bien puedes, si es verdad
que las aguas tienen lengua.
Pero, pues no me respondes,
sin duda alguna que es muerta;
aunque no lo debe ser,
pues que yo vivo en su ausencia.
¡Pues he vivido diez años
sin libertad y sin ella,
siempre al remo condenado,
a nadie matarán penas!”
En esto se descubrieron
de la religión seis velas,
y el cómitre mandó usar
al forzado de su fuerza.”

He aquí un modelo de romance, serie de versos octosílabos cuyos pares riman asonantemente en e-a
(turquesca- tierra- cadena- Marbella...), cuajado de bellos recursos literarios, desde perífrasis ("¡Oh, sagrado mar de España", por el Mediterráneo), a personificaciones del mar, adjetivaciones del tipo "lucientes perlas" o los típicos , hipérbatos tan propios del Barroco como "en esto se descubrieron / de la religión seis velas".