domingo, 4 de junio de 2017

VIAJE A ITALIA 2017 (II)



TERCER DÍA
Toca Florencia. A las ocho de la mañana, ya desayunados, nos disponemos a coger una especie de AVE con destino a la ciudad del renacimiento. Antes de salir del apartamento codificado seguimos oyendo chillar a los vencejos en el cielo azul que besa la torre gris del palacio. Echo una ojeada al remate del palacio Ranzoni y me vuelvo a imaginar los atlantes de una de sus puertas principales, sus triglifos y sus cabezas de Mercurio. 
La calle de los puestos de pastas y frutas nos espera nada más dejar nuestra calleja. Ya hay medio mundo faenando y el otro medio curioseando; a este último por fortuna pertenecemos nosotros tres, que alegremente desembocamos en la calle de la Independencia y por sus magníficos soportales nos echamos a caminar hacia la estación, sin prisas, como si la vida y el arte estuvieran ahí para nosotros. Y a las nueve y media, a punto de subir al nuovo Freccirossa 1000 de Torino que nos llevará a Florencia se me ocurre pensar en un teatro de prisas y preocupaciones en el que cada uno de los viajeros que pueblan los vestíbulos, los corredores y los andenes están representando un papel diferente del que encarnan a diario en su casa, en su familia, en su entorno social. Aquí en la estación de ferrocarril todo se resume en el tiempo que nos queda para encarar un nuevo destino, contrario muchas veces a nuestras apetencias y costumbres. Aquí sólo sigue viviendo la publicidad de las pantallas repartidas por la estación que hablan de comidas, compras, labores. Subimos al tren y nos olvidamos de todo. Florencia, el Duomo, Dante, Miguel Ángel, arcos, columnas, arte y vida, historia y rabioso presente mezclados nos esperan.

 Resultado de imagen de san marco florencia

Treinta y cinco minutos más tarde, ya estamos caminando por las calles cercanas a Santa María Novella, zona donde está la estación de ferrocarril de Florencia, el mercado central, via Güelfa… vamos derechos a la plaza de San Marco, primer alto de nuestro recorrido, según tiene previsto nuestro cicerone particular. Allí visitaremos la iglesia y el convento dominico reconstruido por Michelozzo, autor también del bello claustro de Santo Domingo. En las dependencias del convento se encuentra el museo de San Marco, donde podremos contemplar de primera mano la famosa Anunciación de Fra Angélico, así como el Juicio Universal, la Crucifixión y un Descendimiento, entre otras obras. Pero al llegar a la puerta, nos encontramos con que está cerrado, en contra del horario que muestra Internet. El gozo en un pozo, aunque nos ahorramos 15 euros (vendrán bien para degustar los helados diarios). Tras visitar al menos la iglesia (en el techo la Anunciación, en el altar mayor el crucifijo del beato Angélico) y hacer unas fotos a la fachada barroca del templo, seguimos camino hacia la basílica de la Santísima Anunciación, situada en la hermosísima plaza de su nombre. 

Resultado de imagen de santisima anunciación florencia 

Aquí la cosa es distinta. Pórticos elegantes en la entrada. En el patio, construido por Michelozzo, podemos admirar los frescos que celebran la canonización de Filippo Benizzi, quinto Prior General de los Servitas, a cuya Orden se debe la fundación de la iglesia. Destacan, además de los que se refieren al prior mencionado, los de Andrea Sarta (el Nacimiento de la Virgen o El viaje de los Magos), o La Visitación de Pontormo. El interior de la iglesia, barroco, contiene también sorpresas artísticas de alto calado, como los frescos del techo de Giambelli entre los que destaca la Asunción, la Piedad de Bandinelli, la Rotonda diseñada por Michelozzo y L. Alberti o el magnífico órgano, uno de los más antiguos de toda Italia.
Y si la iglesia es hermosa, la plaza no le va a la zaga, con sus igualmente bellos pórticos cercándola serenamente, sus fuentes o la soberbia estatua ecuestre de uno de los Médicis, familia poderosa donde las haya que dominó durante todo un siglo los destinos de Florencia. Desde aquí vemos ya la hermosa cúpula de Brunelleschi del Duomo. 

Resultado de imagen de duomo florencia 

Y por la via dei Servi nos acercamos a la plaza de la Catedral, el Baptisterio y el Campanile de Giotto, corazón y alma de la Florencia de Miguel Ángel, Dante o Leonardo de Vinci, entre otros monstruos de la creación artístico-literaria. Pero la masificación lo destruye todo, hasta la posibilidad de admirar tanta belleza reunida. Bajo un sol implacable, decidimos refugiarnos en una heladería de Calzaiuoli, a tomarnos los helados diarios de rigor. Clavada total, pero es lo que tiene el turismo exagerado. Es la una del mediodía. Las calles están atestadas de gente y el sol cae a plomo.
Resultado de imagen de orsanmichele

Poco más tarde seguimos la ruta marcada por el cicerone familiar. Pies hinchados. Pero el espíritu de ver belleza me empuja hacia delante. Yo temía que mi mujer, con el pie operado iba a pasarlas canutas y sería quien iba a sufrir más con las constantes e interminables caminatas, pero es la que más aguanta. Evidentemente, las sesiones de la rehabilitación le han venido de perlas. Menos mal que el guía nos lleva al Orsanmichele (Huerto de San Miguel), que queda un poco a la derecha del camino que nos conducirá a la Piazza de la Signoria. Vemos al San Jorge de Donatello en una hornacina del exterior con su semblante sereno y el gran escudo vertical cuyo vértice descansa entre sus piernas, dispuesto tal vez a derrotar al dragón de las hordas turísticas que invaden estas calles señoriales. Este San Jorge es un buen apunte para mi libreta de acuarela. En el interior, el cicerone nos habla del pasado de esta bellísima iglesia, mercado de granos (aún pueden apreciarse en las bases de los pilares de una parte de la iglesia los agujeros donde se guardaba el grano) y nos lleva por el templo para enseñarnos, entre otras manifestaciones artísticas, los frescos de las bóvedas, las bien conservadas vidrieras sobre la vida de la Virgen, el elegante tabernáculo de mármol del altar mayor o el grupo escultórico de Santa Ana, la Virgen y el Niño, para mí de lo mejor.
Resultado de imagen de plaza de la señoria florencia

Si la plaza de Santa Maria dei Fiore estaba inundada de turistas, policías armados hasta los dientes (la situación de alerta máxima contra el terrorismo yahidista lo requiere) y carros de caballos (el olor a excremento se hacía irresistible bajo el calor del mediodía), esta otra plaza llena de monumentos tan excelentes del renacimiento, de la Señoría y la Loggia, no permite la entrada de una persona más. Casi a codazos nos abrimos paso hasta el Perseo y la Medusa para hacernos un selfie con el Palacio Viejo y su torre de Arnolfo a nuestras espaldas acompañado del David de Miguel Ángel. Logrado nuestro primer intento, entramos en un río de gente en el magnífico patio del palacio, de tan grato recuerdo para nosotros, que casi treinta años atrás nos vimos por estos lares en otras circunstancias totalmente diferentes en que pasamos una noche en el hotel Bretaña del lungarno Corsini, con una ventana al Ponte Vecchio y al Arno y visitamos los Uffizi, uno de los museos más ricos y  hermosos del mundo. Esta vez no entraremos en el museo a ver la Venus de Botticelli ni tantas otras maravillas como entonces, pero sí atravesamos el Ponte Vecchio y le echamos una ojeada a la fachada inconfundible del hotel, así como a la placa que conmemora la estancia de Manzoni en la casa contigua. Fotos y más fotos con el Arno al fondo, entre empujones de la gente que buscaba sitios estratégicos cuando la masificación impide esa posibilidad. A estas horas, mientras buscamos un restaurante donde comer pasta de la Toscana, casi todo está cerrado (no en balde es domingo). En el Carmine, que era el destino de lo planeado, encontramos una trattoria atiborrada de clientes. Al final, pasadas con holgura las dos de la tarde, sudorosos y cansados de buscar, nos metimos de rondón en un restaurante que servía pescado y pasta con frutos del mar, más para descansar que para comer lo que andábamos buscando. Y en una mesa para tres le dimos a los platos que, a decir verdad, después de todo, no nos desagradaron (yo devoré un plato hondo lleno de festa di mare que me supo a gloria); además el vino blanco frío y con hielo en una cubitera que nos metimos los tres entre pecho y espalda redondeó el momento.

Resultado de imagen de santo spirito florencia

En Santo Espírito tomamos café en una terraza frente a la desnuda fachada (nunca fue realizada y se dejó así) de la basílica del mismo nombre. Luego, con más calor que otra cosa nos refugiamos en la iglesia de Brunelleschi, donde el arquitecto duerme su siesta eterna. Yo intenté echar la siesta temporal que acostumbro después de llenar el estómago. Lo hice a medias porque me puse a escuchar la explicación de nuestro guía familiar. Geometría, claridad, sencillez (abrió el camino de otros arquitectos posteriores como Paladio, con palabras del cicerone); cruz latina; el baldaquino barroco sobre el altar de mármol policromado, soberbio; le seguimos por la iglesia para ver de cerca los frescos de Filippino Lippi, o el coro desde el cual los marqueses de Frescobaldi podían asistir al culto sin ser vistos por el resto de los fieles; al pasar por delante del altar mayor nuestro cicerone nos contó que ahí había estado colocado un Crucifijo realizado por Miguel Ángel, huésped del convento a los diecisiete años, donde hizo estudios anatómicos de los cadáveres del hospital del convento, y en pago de ese favor, esculpió el mencionado Crucifijo, que ahora se guarda en la sacristía.
Resultado de imagen de santa maria novella florencia
Poco más tarde volvíamos a cruzar el Arno por el Puente de la Trinidad y Tornabuoni arriba, palacio Strozzi, escaparates, gente como perdida o cansada, como nosotros, nos fuimos acercando al punto de partida de la mañana, que no era otro que Santa María Novella. Hicimos las últimas fotos en la plaza, ante su hermosa fachada de mármol blanco y verde renacentista, y entramos en la estación de ferrocarril para coger el tren rápido que nos llevará a Bolonia, hogar, dulce hogar.
Y pasadas las siete de la tarde, pisamos la ciudad de las torres. Es hora de tomarnos los que posiblemente sean los penúltimos helados de este nuestro viaje a Italia. Y lo hacemos en la heladería que el cicerone quiso visitar el primer día, en la Via Galliera, y que estaba cerrada. Damos cuenta de ellos en el refugio arbolado que forman la mencionada calle y la de San Giuseppe, un triángulo en sombra de bancos circulares, algunos de los cuales ya están ocupados por degustadores de este producto artesanal italiano tan refrescante. Diferencia abismal entre la vertiginosamente ruidosa  Florencia y la callada y lenta Bolonia, donde hasta las voces de nuestros vecinos suenan a besos del lenguaje. Cenamos pronto para, si el cansancio nos lo permite, salir a dar un paseo nocturno por las inmediaciones del apartamento, la Piazza Maggiore, el Cuadrilátero y poco más; de lo que se trata es de sentir por última vez (mañana es el último día de nuestra estancia en la ciudad de la terracota) el latido nocturno de la ciudad.
Resultado de imagen de bolonia nocturna
Y así lo hacemos. Nada más pisar el suelo de Caduti notamos el bullir de la noche. Los bares están llenos de gente que cena o bebe alegremente, mientras de la vecina Plaza Mayor nos llegan estruendosos sonidos de altavoces. Hay una alta tarima de música delante del Palazzo Comunale (Ayuntamiento) donde alguien habla por los micrófonos y su voz rebota en las nobles fachadas del resto de edificios que enmarcan la plaza, la basílica de San Petronio, el palacio Podestá, el de Renzo… ¿Qué debe pensar la estatua de Gregorio XIII que preside la fachada del Ayuntamiento ante semejante follón? Ni nos acercamos. Todo lo contrario: nos limitamos a verlo y oírlo todo desde lejos y nos adentramos en la pintoresca calle de la Pescadería, llena de bares de embutidos donde gente de todas las edades y condiciones disfruta saboreando estos productos de la tierra. Mañana empieza otra semana y seguro que prefieren despedirse de este modo de la presente. Pronto nos cansamos de ser meros espectadores de este esplendor de vida y nos sumamos a la alegría y el gozo de vivir, sentándonos en una terraza de una calle tranquila que desemboca en la Rizzoli para tomar nuestros… sí, nuestros clásicos “spritzs”. Buen modo de despedir la semana. Mañana será otro día. Y el último en Italia… por esta vez.

CUARTO DÍA
Casi las nueve de la mañana y los vencejos hace ya rato que vuelan y chillan entorno a la parte más alta y esbelta del palacio Ronzani. Vencejos. Siempre van conmigo, desde niño, estos vuelos y gritos negros de los vencejos. Más de una vez a los pies de los muros de la iglesia de las dominicas de mi barrio de infancia (casualidad que hoy el guía familiar tenga previsto que visitemos entre otras la basílica de Santo Domingo), recogí el cálido cuerpo de seda negra de estos veloces y pasajeros pájaros y lo eché de nuevo al aire, que es su reino preferido.

Resultado de imagen de archiginnasio de bolonia
Preparamos las maletas y las llevamos a la tienda de juguetería del dueño del apartamento donde nos hemos alojado estos días; allí nos las guardarán hasta el momento en que por la tarde tengamos que dirigirnos al autobús que nos llevará al aeropuerto. Hay mucho tiempo hasta entonces que conviene aprovechar. Así que recorremos por enésima vez los pórticos de Independencia rumbo a la Plaza Mayor, nos hablamos en los voltos presididos por estatuas de Lombardi, saludamos a San Petronio y nos metemos a curiosear en el hermoso patio de la Biblioteca Comunale del Archiginnasio, que fue Universidad en otro tiempo, y que abarca la antigua iglesia de Santa María dei Bulgari. Los muros están llenos de escudos heráldicos de los estudiantes y de inscripciones dedicadas a muchos de ellos y a otros personajes ilustres, entra las que destaca la dedicada a Carlos Borromeo, que, protegido por su tío el Papa Pío IV, fue antes que santo cardenal diácono y legado pontificio de Bolonia y la Romaña. Por la via Garibaldi nos acercamos al destino principal de la mañana: la basílica de Santo Domingo, uno de los lugares de culto más importantes de la ciudad docta y sede principal de la orden dominica.

Resultado de imagen de santo domingo de bolonia

En torno a las once y media desembocábamos en la plaza donde se levanta el conjunto eclesiástico y los enterramientos en alto de juristas y otros cargos importantes, como ocurre en la basílica de San Francisco, que también visitaremos. Nada más entrar en la iglesia, llama nuestra atención el sepulcro de mármol de Santo Domingo de Guzmán, el fundador de la Orden, que se levanta majestuoso en el altar mayor, obra de Pisano y donde trabajaron también escultores como Lombardi o el propio Miguel Ángel, con uno de los ángeles de las esquinas y dos santos (San Petronio y San Próculo). Entorno al monumento, en la pared circular posterior se abren balcones metafóricos donde el tiempo se asoma y personajes eclesiásticos y civiles posan para la eternidad. Hay más cosas que ver en Santo Domingo y mientras Nasi se da una vuelta por la iglesia barroca, nosotros dos visitamos el coro y el claustro; en el primero, de estilo renacentista, el cicerone familiar me hace una foto sentado en una de las sillas de madera oscura donde se sentaron en siglos pasados los monjes dominicos para rezar sus oraciones o cantar sus cantos litúrgicos; destaco el facistol del centro y los paneles laterales que representan el martirio de San Esteban, la Magdalena a los pies de Jesús y los milagros de San Nicola de Bari y Santo Domingo. El claustro es bello y encierra una gran paz, como casi todos los claustros que conozco. Una vez fuera de Santo Domingo, me entero de que actualmente reposan juntos entre sus silenciosos muros los restos de los pintores Guido Reni, autor de los frescos del techo del altar mayor sobre la tumba de mármol del fundador de la Orden, y su discípula Elisabetta Sirani, a la que se debe entre otras obras el magnífico Retrato de Beatriz Cenci.
Resultado de imagen de santo francisco de bolonia

A las doce y media, callejeando cerca de Santo Domingo, encontramos la calle de los Poetas, paradójicamente una de las calles más feas de Bolonia. Ironías que sufre la poesía, que vive y alienta en los medios más inverosímiles. Menos mal que pronto damos con la serenísima plaza de Minghetti y una gigantesca sombra de plátanos centenarios, pura poesía, que no necesita versos que la contengan. Momentos de reposo en nuestro caminar. Mientras va acercándose la hora de reponer el estómago, llegamos al segundo destino del último día de nuestra estancia en Bolonia, la plaza de Malpighi, donde se levanta la basílica del santo fundador de la orden de los franciscanos y junto a ella otros enterramientos elevados del mismo estilo que los que vimos en Santo Domingo, uno de ellos contienen los restos del glosador Accursio, que dio nombre al palacio que hoy es el Ayuntamiento de Bolonia, en plena Piazza Maggiore, y su hijo. He aquí las dos órdenes religiosas más importantes de la edad media en constante rivalidad por hacerse con el poder eclesiástico y sin las cuales la historia europea sería diferente. Pero ahora es el momento de hablar de nuestro presente ante la basílica de San Francisco, un bello conjunto de estilo gótico, con una curiosa fachada decorada con cerámica y dos campanarios, uno de ellos diseñado por Vicenzo, el mismo que realizó la capilla de la familia Muzzarelli del interior. Éste contiene tres naves y una girola con nueve capillas radiales, en una de las cuales se encuentra un Crucifijo de Lianori. En la pared del presbiterio se ven fragmentos de frescos sobre la vida de San Francisco, de Rimini. Pero lo que más impacta es la elevación elegante de las bóvedas góticas de la nave central y el retablo de mármol blanco del altar mayor de los hermanos Masegne.
El sol y el cansancio aprietan y el estómago empieza a quejarse. Por Via Galliera iniciamos la búsqueda de un restaurante donde comer y aprovechar un buen rato para descansar, antes de volver a la juguetería a recoger las maletas. Después de buscar durante un buen rato algo que nos satisficiera a los tres, cruzamos Independencia con la esperanza de encontrar al otro lado un sitio confortable. Al paso algo cansino descubrimos por fin en la via Piella la trattoria Serghei, cuyos platos llaman enseguida nuestra atención y parece un lugar tranquilo. Preguntamos al dueño por una mesa para tres y nos da un margen de media hora para tenerla a punto. Al fin más tranquilos seguimos calle abajo para hacer hora y damos con otro de los canales afluentes del Reno. Una última fotografía por si acaso. La vista desde la finestrella es encantadora y transmite paz. En la amplia via de Augusto Righi nos sentamos en la terraza desierta de un bar a tomar unas cervezas. ¿Las últimas también? Hablamos de lo que hemos andado, visto y sentido estos días y no nos lo podemos creer. El guía familiar vuelve a insistir en lo que se viene convirtiendo en uno de nuestros dogmas viajeros: “Hay que dejarse las piernas en la calle si uno quiere recrear la vida de la ciudad que visita.” Nosotros dos, aunque estamos de acuerdo, ya no lo vemos tan claro. La edad no perdona. Pero aun así de momento aguantamos. La comida en Bolonia la “gorda” es abundante y variada y, para despedirnos, pedimos tres platos típicos de pasta: tortellini in brodo, tagliatelle al ragù y gramigna con la salsiccia; cerramos la sobremesa con amaro y nocino (yo repetí el mío porque en medio de la euforia lo derramé sobre el mantel).
Resultado de imagen de porticos de independencia de bolonia

La estancia en Bolonia llegaba a su fin. Cruzando calles desembocamos en Marsala, donde nos tenían guardadas las maletas, y cada uno con la suya, recorrimos nuevamente los variopintos pórticos de Independencia hasta via dei Mille, punto donde tomaríamos el autobús del aeropuerto. Y como aún teníamos tiempo para tomarnos los últimos “spritzs” del viaje, lo hicimos en el bar de enfrente de la parada. No tengo que añadir que nos supieron a gloria.
Dos horas más tarde estábamos en el cielo camino a Barcelona.