domingo, 21 de abril de 2024

EDGAR ALLAN POE. MUJERES

 

SARAH

Sarah Elmira Royster Shelton (Richmond, 1810-1888) fue una amiga de la infancia y más tarde prometida del poeta, cuya relación comenzó cuando ella tenía 15 años de edad y terminó por interferencia de su padre a la vez que Poe estudiaba en la Universidad de Virginia. A diferencia de Poe, Sarah permaneció en Virginia toda su vida; allí se casó con el empresario Alexander Shelton, con quien tuvo cinco hijos, dos de los cuales alcanzaron la mayoría de edad. Después de la muerte de sus respectivos cónyuges, Edgar y Sara se volvieron a encontrar y reanudaron una relación amorosa que quedó truncada por la repentina muerte de Poe en 1849, cuando el poeta contaba apenas cuarenta años de edad. Muchos de los poemas de Poe o bien hacen referencia a Sara o bien fueron inspirados por ella. Sarah y Edgar eran vecinos cuando comenzaron su relación amistosa, en 1825 (contaban 15 y 16 años respectivamente) y tenían por costumbre dibujar y cantar (Sarah tocaba el piano y Edgar la acompañaba con la flauta). El cariño que los unía era evidente, y William, el hermano mayor de Edgar, escribió un poema llamado El pirata en el que Edgar estaba representado por el personaje Edgar-Léonard, el cual, lo mismo que ellos, había perdido a sus padres y se enamoraba de una joven de nombre Rosalie, que encarnaba Sarah. 

Con el paso del tiempo Sara y Edgar comenzaron a hablar de su matrimonio a pesar de que el padre de la joven estaba en desacuerdo. Aun así, los enamorados se comprometieron en secreto, al mismo tiempo que él comenzaba sus clases en la Universidad de Virginia en 1826. El padre de Sarah interceptó las cartas que Edgar escribió a la joven y las destruyó sin que ella las hubiera leído. A propósito de esa circunstancia, más tarde Sarah diría que la razón del descontento de su padre era su edad, aunque la verdad era que pesó más en el comportamiento del padre de Sarah la clase social y económica de Edgar, que era pobre y huérfano. Muchos años después, en una carta que Sarah escribió a un amigo describía así a nuestro poeta: “Edgar era un muchacho muy guapo, no muy hablador. De conversación agradable, pero de comportamiento más bien triste. Nunca hablaba de sus padres. Estaba muy ligado a la señora Allan, así como ella a él. Era entusiasta, impulsivo, no soportaba la menor grosería verbal.” Y mientras Sarah, pensando que Edgar la había olvidado, contraía matrimonio con el empresario Alexander Shelton, descendiente de una familia adinerada de Virginia, Edgar se daba a conocer como poeta en 1827 con el poema titulado Tamerlane, en el cual curiosamente se describe al protagonista conquistando al mundo sólo para volver y encontrar a su amada desposada con un hombre muerto para la poesía. Dos años más tarde Poe escribió otro poema dedicado a ella titulado Para ..., cuya última estrofa hace alusión a que el oro de Shelton no podría comprar el futuro que él planeaba para Sarah. 


Algún tiempo después Mary Winfree, íntima amiga de Sarah, visitó a Poe, quien por entonces ya vivía con su esposa Virginia y su suegra Maria Clemm, y le contó que Sarah no era feliz en su matrimonio con Shelton. Agradecido por la gran noticia, Poe escribió el poema Para Mary (1835). Poco después, Alexander Shelton contrajo una neumonía y falleció a la edad de 37 años. Doce años más tarde la entonces ya esposa de Edgar, Virginia, moría de tuberculosis. Edgar se mudó al año siguiente del fallecimiento de Virginia a Providence siguiendo a otra Sarah, ésta apellidada Whitman, una poetisa con la que llegaría a estar comprometido durante un breve período. Tras romperse el compromiso, se sabe que Poe prosiguió sus relaciones platónicas con Annie Richmond y Sarah Anna Lewis, quien le ayudó financieramente en alguna ocasión. Para ambas el escritor compuso poemas, publicados en esa época junto con un ensayo llamado Eureka, que trataba del universo visto como diverso, infinito y lleno de estrellas. Fracasadas sus propuestas románticas, Poe, abatido, cayó en el alcoholismo. Y en esas circunstancias regresó a Richmond, donde se encontró con la primera Sarah, que vivía en la calle Grace. Un conocido la describió como una mujer muy atractiva para esa época: “Sus ojos eran de un azul intenso, su cabello castaño, veteado de gris, su nariz fina y patricia... Su voz era muy baja, suave y dulce, sus maneras eran exquisitamente refinadas e, intelectualmente, era una mujer de educación y fuerza de carácter. Sus cualidades distintivas eran la gentileza y la feminidad.” 


En el verano de 1848, año y medio después de la muerte de su esposa Virginia, Edgar y Sarah se volvieron a encontrar. La visita de Poe resultó inesperada. Sarah dijo que estaba preparándose para ir a la iglesia cuando uno de los sirvientes le anunció que un caballero había venido a verla. Ella reconoció inmediatamente a Poe. Después Sarah asistió en primera fila a una clase magistral dictada por Poe en Richmond, lo cual sentaría las bases para una segunda relación. Aunque la pareja revivió su relación romántica en el transcurso del año siguiente y en ocasiones hablaron de matrimonio, los hijos de Sarah no aprobaban la relación, ya que una cláusula en la herencia de Alexander Shelton estipulaba que de volverse a casar, Sarah perdería tres cuartas partes de las propiedades heredadas. El 17 de septiembre de 1849 Poe visitó Richmond y se quedó con Sarah esa noche. Posteriormente escribiría: “Creo que me ama con más devoción que ninguna otra que haya conocido... No puedo evitar amarla yo también.” Poe esperaba casarse con ella antes de partir de Richmond y la instó para que respondiera. Sarah, por su parte, necesitaba tiempo para considerar el asunto: “Le dije que si no aceptaba una negativa, debía darme más tiempo para considerarlo.” Es probable que las reservas de Sarah se debieran a los rumores sobre los problemas que tenía el poeta con el alcoholismo y quizás fue por eso por lo que Poe decidió unirse a una asociación de abstinencia en Richmond conocida como los Hijos de la Templanza. La gira de conferencias dictadas por el poeta lo llevó a Norfolk y Old Point Comfort y posiblemente la pareja lograría comprometerse formalmente a finales de ese mismo mes. De cualquier modo, la boda nunca se habría llevado a efecto pues Poe dos semanas después de partir de Richmond el 27 de septiembre de 1849 hacia Baltimore murió de modo no muy claro en esa ciudad el 7 de octubre de 1849 (alguien dijo que los hermanos de Sarah habían sido los responsables de su muerte). Poco después Sarah diría que Edgar se hallaba muy triste la noche del 26 de septiembre antes de irse de su lado. También que Poe le había confesado que tenía el presentimiento de que no lo vería más. Por todo ello Sarah escribiría: “Me sentí tan miserable toda la noche que por la mañana temprano fui a indagar sobre su paradero cuando, lamentablemente, él ya había zarpado hacia Baltimore.” Otros apuntes dicen que en su lecho de muerte el poeta mencionó a una esposa que tenía en Richmond (probablemente Sarah). Aunque Sarah declarara algo después que no se habría casado con Edgar bajo ninguna circunstancia, aunque, por otra parte, previamente le había escrito una carta a Maria Clemm anunciándole que estaba lista para aceptarla como suegra (además, en la misma carta Sarah afirmaba que para ella, Edgar era el “objeto de más estima” en la tierra).

 


(De Viejas anotaciones sobre Poe)





jueves, 11 de abril de 2024

ESPINELAS POR UNA VOCACIÓN

 


Soy poeta porque quiero,

y, albañil del buen poema,

alzo el andamio del tema

con hierro y tablas de obrero.

Y el dolor es lo primero

que amaso en mi propia mano

con amor al ser humano

que conmigo hace la historia.

Dolor, amor y memoria

son mi verso castellano.

 


Escribo para encontrar

lo que siempre ando buscando:

la palabra que, aun callando,

quiere hablarme sin cesar.

Es el arte, es el azar

que en la noche más oscura

me alivian esta tortura

de buscar en soledad

la más alta claridad

de la poesía pura.

 

Mientras escribo un poema,

vivo una arcana aventura

de tristeza y de locura,

de sombra y de luz que quema.

Más que el sentido del tema,

importa el camino oscuro

y el esfuerzo puro y duro

por vestirlo como debe.

La palabra exacta y leve

y el sentimiento más puro.


 

La poesía es belleza,

arte, equilibrio y amor,

pero también es dolor,

miedo, fracaso, tristeza…

Cada verso es una pieza

del puzzle fiel de la vida,

y hay que alzarlo con medida,

con andamio de verdad.

La poesía es la edad

ardientemente vivida.


 

Las musas no vienen solas

a sacarme del problema

en que me ha puesto un poema

de arena ahogada en las olas.

Sólo el fiel trabajo a solas,

el acierto y el dolor

pueden traerme el favor

de las requeridas musas,

que entre palabras confusas

me dan un verso de amor. 

 

 



 

 

 

 

domingo, 31 de marzo de 2024

MACHADO EN ABRIL LA VERDE HUMAREDA

 


En abril poca lluvia y nubes mil

LA VERDE HUMAREDA

“La primavera besaba

suavemente la arboleda,

y el nuevo verde brotaba

como una verde humareda.”

                                         A. Machado




JUVENTUD SIN AMOR

Acaba de empezar la primavera, a la que por motivos obvios llamo la verde humareda en recuerdo de los versos del maestro Machado, con los cuales encabezo este escrito, que empiezo hoy y no sé si lo acabaré, aunque de terminarlo tendría que ser antes de que la primavera deje paso a la siguiente estación, en que indefectiblemente la esperanzadora humareda verde del poeta sevillano ya habrá desaparecido de los árboles de hoja caduca y sólo será un recuerdo. Yo que nací un 20 de febrero, piscis primerizo, siempre recuerdo la primavera como la luz que habitó mis ojos de vida nueva y mi corazón de la sensibilidad suficiente para saborear a gusto cualquier muestra artística y literaria, sin ir más lejos los versos del poeta sevillano que han dado origen a este primer apartado. Antes de copiar el poema entero en que están incluidos conviene apuntar una breve explicación: el poema, que no tiene título, sino que viene encabezado por números romanos LXXXV, aparece en en las POESÍAS COMPLETAS, edición de Manuel Alvar (Espasa Calpe, 1978-1988), incluido en el libro Soledades (1898-1907), en la sección Galerías, y eso que en la nota de pie de página nº 22 se afirma que este poema, titulado Nevermore, se publicaría en PÁGINAS ESCOGIDAS (Madrid, 1917), coincidiendo con la aparición de la obra cumbre de don Antonio Campos de Castilla (1907-1917), cuyos tonos en algunos casos nos recuerdan los primeros versos que hemos escogido. Si no, léanse los versos que siguen pertenecientes a la segunda estancia asonantada de la sección Campos de Soria:

“En los chopos lejanos del camino,

parecen humear las yertas ramas

como un glauco vapor –las nuevas hojas--...”

Y ahora leamos completo el poema de Galerías LXXXV que ha dado pie a esta explicación:

“La primavera besaba

suavemente la arboleda,

y el verde nuevo brotaba

como una verde humareda.

Las nubes iban pasando

sobre el campo juvenil...

Yo vi en las hojas temblando

las frescas lluvias de abril.

Bajo ese almendro florido,

todo cargado de flor

—recordé—, yo he maldecido

mi juventud sin amor.

Hoy, en mitad de la vida,

me he parado a meditar...

¡Juventud nunca vivida,

quién te volviera a soñar!”

Visión primaveral que el poeta, en mitad de su vida, experimentó en abril ante un almendro florido con las primeras hojas temblando que le hizo reflexionar con tristeza sobre su juventud sin amor.



PISCIS

Vaya por delante que yo no creo mucho en la astrología y en el hecho de que los astros puedan dar respuestas fiables a las preguntas que se hace el ser humano ni que les marca su personalidad. Pero sí siento cierta curiosidad por conocer a artistas y gente de letras que nacieron en fecha parecida a la mía (un 20 de febrero) y a la que admiro, para averiguar si lo que pensaron, sintieron y escribieron se parece algo a lo que yo pienso, siento y escribo. Y empiezo por una escritora española cercana a mis intereses líricos, Rosalía de Castro (nació un 23 de febrero) que finalmente se convirtió en encarnación y símbolo de su pueblo, el gallego. aunque aquí lo que más me importa de ella es que junto a Gustavo Adolfo Bécquer (otro de mis poetas más queridos, por ser el primero que leí en profundidad), es precursora de la poesía española moderna. Tres libros de pura lírica lo muestran. Los dos primeros, Cantares gallegos y Follas novas, representan un canto colectivo, artísticamente logrado, que sirvió de espejo dignificante a la comunidad gallega por emplear su lengua y ensalzar sus tradiciones. Y el tercero, En las orillas del Sar, ahondando en el lirismo subjetivo y consolidando la métrica anterior, manifiesta un tono trágico que encaja con las duras circunstancias que rodearon los últimos años de su vida. Los Cantares gallegos tienen la particularidad de estar dedicados en lengua castellana a Fernán Caballero con estas palabras: Señora: Por ser mujer y autora de unas novelas hacia las cuales siento la más profunda simpatía, dedico a usted este pequeño libro. Sirva él para demostrar a la autora de La Gaviota y de Clemencia el grande aprecio que le profeso, entre otras cosas, por haberse apartado algún tanto, en las cortas páginas en que se ocupó de Galicia, de las vulgares preocupaciones con que se pretende manchar mi país. Santiago, 17 de mayo de 1863.” 

Los Cantares brotaron durante su estancia en Castilla debido a su matrimonio con el historiador gallego Manuel Murguía, al que conoció en Madrid. En la meseta la poetisa se sintió en un ambiente hosco y seco que le obliga a añorar su tierra verde natal y en su poesía aparecen ritmos populares, paisajes, costumbres y gentes de su región. Follas Novas es el resultado del dolor y el desengaño donde destacan sus propios sentimientos y los de sus paisanos, es decir, es el gran poema del alma gallega. Finalmente, En las orillas del Sar, libro escrito completamente en castellano, es “una atormentada confesión de su intimidad”, palabras de Correa-Lázaro, cuyos temas abarcan desde el amor al dolor, pasando por la injusticia humana, la muerte y la eternidad, expresados en poemas breves de rima asonante y versos variados. Un ejemplo:


Yo no sé lo que busco eternamente
en la tierra, en el aire y en el cielo;
yo no sé lo que busco; pero es algo
que perdí no sé cuándo y que no encuentro,
aun cuando sueñe que invisible habita
en todo cuanto toco y cuanto veo.
Felicidad, no he de volver a hallarte
en la tierra, en el aire, ni en el cielo,
¡aun cuando sé que existes
y no eres vano sueño!”

Es grande el parecido entre este tono lírico de Rosalía y el que emplea Bécquer en muchas de sus Rimas. Y hablando de parecidos, y teniendo en cuenta que más arriba hablamos de Machado, es oportuno citar dos poemas, uno de Rosalía de Castro y otro de Antonio Machado. El de Rosalía, que pertenece a Follas novas, dice así:


Unha vez tiven un cravo

cravado no corazón,

i eu non me acordo xa se era aquel cravo

de ouro, de ferro ou de amor.

Soio sei que me fixo un mal tan fondo,

que tanto me atormentóu,

que eu día e noite sin cesar choraba

cal choróu Madalena na Pasión.

Señor, que todo o podedes

-pedínlle unha vez a Dios-,

dáime valor para arrincar dun golpe

cravo de tal condición”.

E doumo Dios, arrinquéino.

Mais…¿quén pensara…? Despois

xa non sentín máis tormentos

nin soupen qué era delor;

soupen só que non sei qué me faltaba

en donde o cravo faltóu,

e seica..., seica tiven soidades

daquela pena…¡Bon Dios!

Este barro mortal que envolve o esprito

¡quén o entenderá, Señor!…”


El poema de Antonio Machado, que pertenece al libro  Soledades, dice así:

Yo voy soñando caminos

de la tarde. ¡Las colinas

doradas, los verdes pinos,

las polvorientas encinas!...

¿Adónde el camino irá?

Yo voy cantando, viajero

a lo largo del sendero...

-la tarde cayendo está-.

"En el corazón tenía

"la espina de una pasión;

"logré arrancármela un día:

"ya no siento el corazón".

Y todo el campo un momento

se queda, mudo y sombrío,

meditando. Suena el viento

en los álamos del río.

La tarde más se oscurece;

y el camino que serpea

y débilmente blanquea

se enturbia y desaparece.

Mi cantar vuelve a plañir:

"Aguda espina dorada,

"quién te pudiera sentir

en el corazón clavada".

El clavo de Rosalía clavado en el corazón es en Machado una espina, que una vez desaparecidos uno y otra, privan a los dos poetas de la capacidad de sentir y a los dos quejosos por no tenerlo.





VERSOS PRIMAVERALES

Yo siempre he sentido fervor por la resurrección de la naturaleza tras la muerte temporal que sufre en el invierno, y en casi todos mis libros me he referido a la resurrección de la naturaleza. Y así, desde aquel Cangilones de vida de 1978 no he dejado de cantarla. Ya entonces lo hice en las secciones Jardín amenazante (En recuerdo, Narciso, Miguel Hernández), Primera antología para un amigo sentimental (Esperando un milagro, Cinco poemas de un tiempo extraviado y Equipaje de sueños). Unas muestras:


I

Una tristeza como un cuchillo agrio

que me fuera abriendo el alma

siento a veces, madre,

cuando veo el campo

lleno de esperanza,

los pájaros conformando sus nidos

y los árboles con sus hojas tempranas,

mientras tú sólo eres

una tierna emoción a la hora de nombrarte.

A veces me rebelo contra la vida

porque sigo viendo

brotar los hinojos

y hermosearse a las muchachas

mientras tú solo eres

un retrato dibujado por mi mano temblorosa.



II

No puedo hacer otra cosa

que recordarte, narciso,

ahora que sólo duerme tu bulbo

en una maceta arrinconada,

juguete de mis hijos,

donde un día floreció tu magia.

No puedo hacer otra cosa

que recordarte, narciso,

mientras tu bulbo aguarda

impaciente el beso de la primavera

para brotar en elegancia verde,

en cuchillos pacíficos

y en blanca geometría de ocultismo.


III

Sé que quieres levantarte

para oler el campo

y caminar sobre la hierba.

Espera un poco, Miguel,

que ya la primavera está llegando

a todos los paisajes de tu España,

para volver,

para que ese rayo tuyo que no cesa

haga su aparición deslumbradora

para que esas sombras

que ultrajan todavía tu perfil

se desvanezcan sumisamente para siempre.



IV

Te fuiste un día de mayo para siempre.

Cuando todo renacía bajo el cielo,

elegiste tu lenta destrucción.

En la luminosa primavera de la tierra,

tu oscuridad silenciosa.

Poco antes, Barcelona,

te esperaba como un diamante en bruto,

toda brisa, toda mar,

una casa mejor

y la calma que tanto merecías.

Y de pronto,

como irrumpe el mal en nuestra vida

el fuego más impío empezó a devorarte.

Y un día de primavera

no nos diste tiempo de decirte adiós.


V

Contemplo este abril

que hay tras mi ventana

como un cuerpo tendido

sobre la piel amante del jardín.

Mira tú también tras la ventana

este abrazo verde de abril.

Puebla de amor tus ojos

y empuja tu deseo a vuelos mágicos.

Escucha cómo llena dulcemente

esta caliente imagen

la solitaria bodega de tu mente,

y déjate llevar por su oleaje

a la remota playa de la aventura.


VI

Yo le deseo, don Antonio Machado,

que pueda regresar algún día

a la tierra que amó tanto

y aspire el olor de los surcos heridos,

y escuche la música frondosa de los álamos.

Y acaso entonces pueda

con ese paso suyo, tranquilo y escorado,

cruzar la niebla donde Dios le espera

y ver la Nueva Luz

de la otra vida buena.




miércoles, 20 de marzo de 2024

ZAMORA. LUGARES CON SEMANA SANTA

 


En plena Semana de Pasión, a un paso de comenzar la Semana Mayor, siento la necesidad, a la vez que la memoria me devuelve la emoción de las Semanas Santas que yo viví, de hablar de los lugares zamoranos relacionados con las imágenes que desfilan en sus procesiones.

Y comienzo, como no podía ser de otro modo, por la Catedral, en algunas de cuyas capillas presiden varias de esas imágenes, como iremos viendo. En la Capilla de San Nicolás, enmarcada en un arco de medio punto con capiteles dóricos que se apoyan en zócalos tipo herreriano, se guarda la talla de la Virgen de la Esperanza, obra del escultor Víctor de los Ríos, que desfila en procesión, primero con el Nazareno de San Frontis, la noche del Martes Santo, y luego, sola, la mañana del Jueves Santo, en la cofradía Virgen de la Esperanza que sale de la iglesia de las Dueñas de mi querido barrio de Cabañales, donde ha permanecido guardada desde la noche del Martes Santo tras su despedida del Nazareno de San Frontis.

 

 

En la  Capilla de San Bernardo, de planta cuadrada y bóveda de crucería, cuya presidencia ostenta la imponente figura del Santísimo Cristo de las Injurias, perteneciente al siglo XVI, tallada en madera en tamaño algo mayor que el natural y atribuida entre otros a Gaspar Becerra, Jacobo Florentino, Diego de Silóe o Arnao Palla, y paso titular de la Cofradía del Silencio que desfila en la noche del Miércoles Santo. 


 

La Capilla de Santa Inés, capilla funeraria del Señor don Diego Arias de Benavides, arcediano y canónigo de la Catedral, está presidida por la imagen titular de la Cofradía del Santo Entierro, denominado el Sepulcro de Cristo o La Urna, que desfila la tarde del Viernes Santo donde tuve el inmenso honor de desfilar con el hábito de cofrade que me prestó generosamente un amigo de la adolescencia. A propósito de ello, conviene recordar que el autor del Yacente de la Urna es Aurelio de la Iglesia, escultor al parecer bastante bohemio que pospuso el trabajo del Cristo muerto hasta que, apurado por la fecha de entrega, se puso manos a la obra y no se le ocurrió otra cosa que copiar el cadáver de un ahogado que vio en el Hospital San Carlos de Madrid (hay quien dice que el cuerpo copiado era el de un ahogado en el río Duero). 


 

Cerca de la Catedral se encuentra la Iglesia de San Claudio de Olivares (nombre este último del barrio donde se halla el templo), perteneciente, como la mayoría del románico zamorano, al siglo XII. Pues bien, en su interior, además del interesante retablo barroco de la capilla de los Fermoselle, se venera la imagen del Cristo del Amparo, anónimo del siglo XVII, cuya procesión patrocinada por la Hermandad de Penitencia, desfila a partir de la medianoche del Miércoles Santo.


 

Regresamos al centro de Zamora para hablar ahora de la iglesia de Santa María la Nueva, que fue víctima de un incendio en el llamado Motín de la Trucha de 1158, que había enfrentado a nobles y plebeyos debido a una trucha adquirida en el mercado de abastos. Ya he contado en otros sitios el trágico suceso, que resumido quedaría así: los del pueblo apoyaron al hijo de un zapatero que se resistió ante el despensero de un noble que quería arrebatarle una trucha que había comprado, y antes de que los nobles, reunidos en el interior de la iglesia, decidieran qué castigo darles, los representantes del pueblo prendieron fuego a la iglesia, causando su destrucción y la muerte de los nobles. En el muro norte del primer tramo de la nave se conserva la hendidura por la que, según la tradición, salieron las Sagradas Formas para alojarse en el Beaterio de Las Dueñas en el momento del incendio del Motín de la Trucha. Antes de visitar el interior, hay que echar una mirada a lo alto de la espadaña donde sigue el impertérrito nido de cigüeña con su blanquinegra moradora. Dentro de la iglesia destacan una pila bautismal del siglo XII, bajo el cuerpo de la torre, con relieves del bautismo de Cristo, y especialmente la figura del famoso Jesús Yacente del siglo XVII, tallada por Francisco Fermín, escultor formado en el taller de Gregorio Fernández, al que desde tiempo inmemorial se le atribuía la imponente imagen que desfila el Jueves Santo por la noche y a la que se canta el Miserere en la plaza de Viriato.


 

Pegado a la iglesia de Santa María la Nueva se halla el Museo de Semana Santa, que fue creado en 1957 por la Junta Pro Semana Santa de la ciudad con el fin de conservar y exhibir al público los pasos procesionales de las cofradías, hasta entonces alojados en diversos locales llamados en Zamora popularmente paneras. El Museo se abrió al público en septiembre de 1964, año en que me trasladé con mi familia a Barcelona, con lo que no pude asistir a tan importante evento. En él se exponen alrededor de cuarenta pasos procesionales, que suponen la mayor parte de los que desfilan durante la Semana Santa, que sobrepasan los cincuenta. Por último, en el Museo destacan los pasos de los imagineros Ramón Álvarez, Mariano Benlliure, Ramón Abrantes, Hipólito Pérez Calvo y Enrique Pérez Comendador, entre otros,  además de numerosos objetos relacionados con la Semana Santa. Antes de dejar atrás la Plaza por la calle de Barandales, debemos despedirnos del personaje que le da nombre. Barandales, estatua de bronce (obra del imaginero zamorano Ricardo Flecha Barrio) del emblemático personaje de la Semana Santa zamorana, con las típicas campanas anudadas a sus muñecas, que abre la marcha de las procesiones.


 

Internándonos aún más en el corazón de Zamora, llegamos a la Plaza Mayor, donde se encuentra la iglesia de San Juan Bautista. llmada también de Puerta Nueva por encontrarse junto a la Porta Nova, la más oriental del primer recinto amurallado. Su portada sur, que es la principal, destaca porque hay sobre su puerta un rosetón de rueda de carro, con la cruz de Malta inscrita,  tipo de rosetón que se ha convertido en símbolo característico del románico zamorano. En la actualidad la iglesia, después de la reforma que sufrió en el siglo XVI, sólo conserva una nave con cubierta mudéjar de madera y tres capillas reformadas.  Y ya que hablamos del interior del templo, conviene recordar que además de contar con el retablo principal del siglo XVI dedicado a San Juan Bautista, guarda dos de las imágenes más importantes de la famosa Semana Santa zamorana: el Jesús Nazareno, de Antonio Pedrero, que desfila el Viernes Santo por la mañana, y la Virgen de la Soledad, obra de Ramón Álvarez, que procesiona en esa misma cofradía y esa misma mañana y, sola, la tarde noche del Sábado Santo. Por último, antes de continuar nuestro recorrido, fijémonos en el grupo escultórico de bronce que hay delante de la iglesia, el Merlú, obra del mencionado Antonio Pedrero (dos cofrades de la procesión de Jesús Nazareno que en la madrugada del Viernes Santo sale de esta iglesia, uno tocando la trompeta y otro el tambor, cuya función es llamar a formar al resto de la cofradía antes de iniciar el desfile semanasantero)


 

 Muy cerca de la Plaza Mayor se levanta la iglesia de San Vicente Mártir, construida entre finales del siglo XII y principios del siglo XIII y modificada con los años. El interior de la Iglesia es, en general, del siglo XVII y está rematada por un chapitel del siglo XVIII. De la construcción original se conservan los muros norte, oeste y sur, con sus respectivas portadas, así como la torre, que destaca por su hermosura y por ser la más esbelta de la ciudad. Originalmente contaba con planta basilical de tres naves de cuatro tramos cada una, pero, actualmente, sólo posee una, con presbiterio cuadrado y capillas laterales, destacando la de la Virgen de las Angustias: la imagen de Nuestra Madre es obra de Ramón Álvarez, quien la finalizó en 1879. La Virgen es de vestir, teniendo tallados solamente cabeza, pies y manos; el Cristo es totalmente de talla y sumamente ligero; el paso se completa con una cruz de plata sobre armazón de madera, mientras que la mesa, diseñada por Antonio Pedrero y ejecutada por José Antonio Pérez, es portada a hombros por  cargadores (hombres y mujeres) la noche del Viernes Santo. No puedo evitar recordar con alegría y emoción el día en que en uno de mis retornos a la ciudad del alma (2006) fui a visitar al párroco de la iglesia, entonces don José Tamames, que de mozo (Pepito, para nosotros) había sido vecino nuestro en la plaza de Belén de Cabañales, donde su padre trabajaba en la fragua que tenía en la planta baja del hogar familiar. Recuerdo que al verme se llevó tanta alegría como yo y celebró nuestro reencuentro mostrándonos, orgulloso, a mi mujer y a mí las figuras del paso semanasantero en la capilla o camerino donde entonces se exponían.

 


 

viernes, 8 de marzo de 2024

CUADERNO DE HOTEL (I)


 

BRAHMS

El sol que quedaba en la fachada de enfrente

acaba de irse mientras oímos a Brahms

--ahora el piano es nuestra mejor compañía--..

El Concerto número 1 

avanza hacia un final imposible.

Del músico recordamos

una estatua suya que encontramos

en nuestro camino hacia el Belvedere

en aquel viaje a Viena que nos sabe a presente

en esta habitación de hotel donde suena su música

mientras la tarde se apaga en el cristal de la terraza.



MI MUJER

A través de las ventanas del salón de bail

veo la lluvia en lo oscuro de los pinos.

Verla así, la lluvia es más hermosa,

vestida con hilos de plata.

Pero le gana en hermosura

la imagen de mi mujer leyendo junto a mí.

Así de perfil, con la cabeza inclinada,

los ojos puestos en el libro

--Jane Austen, su autora favorita--

nada tienen que hacer con ella las lectoras pintadas

--la pelirroja de Renoir, la soñadora de Fragonard,

la de Van Gogh...-- hermosas todas,

pero todas atrapadas en su ventana eterna,

posan congeladas en un sueño imaginado.

Al ruido impetuoso de la lluvia, 

mi mujer levanta la mirada del libro 

y me mira...

¡y entonces el poema se hace vida!



LA VIDA SENCILLA

En el jardín del Hotel

hay gorriones que bajan a las piscinas para beber,

voces de jubilados que juegan a la petanca,

tinajas que olvidaron contener aceite

para convertirse en nidos de geranios.

Agua, palmeras,

brisa que susurra bajo el cielo azul.

Hora quieta como un pensamiento de paz.

¿Dónde la dificultad de encontrar las palabras precisas?

Basta sentir en la piel

este sol de marzo recién estrenado

para hallar la calmada luz del poema

o de la vida sencilla, que es lo mismo.



EN EL HAMILTON

En el Hamilton, mientras bailábamos,

nada nos hacía pensar

que el Hotel ocultaba cortesanas intrigas,

traiciones amorosas... Y aquella misma noche

después de nuestro baile, se repitió el misterio.

Y cuando la cantante

cerró el atril y se apagaron las luces del salón

y los corredores alfombrados enmudecieron

las últimas pisadas de los huéspedes...,

bajo los arcos de las terrazas

y en los espejos de los ascensores

apareció una dama de luz con los ojos vacíos

y las manos transparentes,

llorando en silencio

por la muerte de su amado el Almirante.

Y al amor del misterio

que abrazaba la noche del Hotel,

nosotros nos amamos

más allá de la magia

y la prosa del tiempo.