jueves, 30 de octubre de 2008

Antonio Matea, el poeta del barro

13.

“Vence el que persevera, el que trasciende
por encima de otros relojes.”



Hoy hace una semana que te enterramos, Antonio, y llueve. Nos hemos acercado Nasi y yo por la que fue tu casa hasta entonces para cambiar unas palabras con tu mujer y ver cómo sobrelleva tu ausencia. Pero no estaba. El candado de la verja así lo indicaba, como las ventanas, cuyas persianas aparecían bajadas. Se conoce que alguno de tus hijos se la ha llevado consigo a su casa para atenderla y consolarla de momento, hasta que se dé cuenta de que realmente te has ido para siempre. Al mirar por la cuesta lateral de la casa hasta el fondo del jardín, he vivido una extraña sensación. Las rosas del arriate, bajo la lluvia, abren sus coloreados pétalos como si no hubiera pasado nada. Igual que el abeto de delante de la vivienda, que trepa hacia el cielo con ímpetu salvaje, el abeto que tú plantaste nada más llegar al solar donde levantarías con tus manos lo que ahora veo ante mí, este conjunto gris de la primera casa con sus añadidos posteriores, la terraza y el despacho. De vuelta del paseo por el pueblo he cogido la revista municipal por si se habían hecho eco de tu partida y habían puesto unas letras en la sección de Cultura. Y allí, en una de sus páginas, aparecía una fotografía tuya, justa la que te hicieron durante la presentación de tu hermoso libro Solo ante el mar, presentación que tuve el honor de llevar a cabo. Debajo de la foto, la noticia: Muere Antonio Matea, poeta, y a continuación una columna con este texto: “Antonio Matea, integrante del colectivo poético Viernes Culturales, murió el 13 de mayo a la edad de 77 años. De origen manchego y cerdañolense desde 1961, compaginó la faena de obrero con la afición a la lectura y la escritura. El año 1982 impulsó una tertulia poética bautizada como Viernes Culturales del Ateneo y un año después fundó el grupo juntamente con Esteban Conde, José Carreta y Encarna Fontanet. Matea es autor de unos cuarenta libros de poesía y está traducido a diversos idiomas. También cultivó el teatro y la novela. Miquel Sánchez, miembro de Viernes Culturales, ha destacado de él la ironía, la sencillez y la humanidad.” Esto es cosa sin duda de Miquel, que ha tenido la delicadeza de acercarse a la redacción de la revista a dejar estos breves apuntes.
Son muchas cosas las que han pasado por mi cabeza mientras leía la columna de la revista municipal y contemplaba tu busto en la fotografía que la coronaba. Por eso, al llegar a casa, me he puesto a leer fervorosamente cosas tuyas.
Escojo un libro cuyo título me recuerda el de otras publicaciones de memorias, aunque con tintes picarescos, Andanzas y desventuras del llamado Raspa de Las Santanas. Es de 2006, y en la dedicatoria escrita en octubre de ese año, nos haces el honor de llamarnos a mi mujer y a mí “amigos casi de la familia”. No sabes cómo te lo agradezco. De nuevo nace en mí el remordimiento por no haberte quizá dedicado toda la atención que te merecías. El Raspa de las Santanas es el apodo que te pusieron tus paisanos cuando eras barbero del lugar, situado a tres leguas de Albacete. En el libro nos hablas de tus abuelos, de tus padres, de tus hermanos y de otros familiares que influyeron en tu carácter y modo de concebir la vida en casi todas sus aristas, desde la más humana hasta la social y política, pasando por la religiosa. Pero también nos hablas del hambre y de la guerra, y salpicas aquí y allá tus recuerdos con anécdotas, unas simpáticas y otras no tanto. De entre las primeros recuerdos agradables destacan los que vivió el abuelo Samuel, que había estado en la guerra de Cuba y que, luego, perdida aquella contienda, regresó a Pozo Cañada, donde la Diputación de Albacete le nombró guarda jurado. Cuentas de él que sus aficiones por la iglesia católica eran nulas y que en cierta ocasión te cogió aparte y te dijo:
--¿Sabes qué es una misa? Es una reunión de ignorantes mirándole las espaldas a un tunante?
A continuación te contó lo que él y varios descreídos como él habían hecho un día en que entraron en la iglesia del pueblo cuando aún no estaban encendidas las velas. Resulta que, portando envuelto en papel de estraza humo de imprenta, lo dejaron caer en la pila de agua bendita, lo removieron, se persignaron y ocuparon parte de un banco del final del templo. Poco a poco fueron llegando los devotos que todas las tardes acudían a escuchar la novena. Introducían los dedos en el agua teñida de negro de la pila y al hacerse la señal de la cruz se tiznaban la cara. Cuando, finalmente, el sacerdote, seguido de los monaguillos, salió de la sacristía para oficiar la novena y las velas del templo fueron encendidas, se originó el consiguiente desconcierto por parte del ministro de Dios y los devotos seguido de las risas de los malhechores, que no fueron descubiertos nunca porque también ellos aparecían tiznados de negro.
Se nota por el tono abierto que empleas al describirlo que sentías por él una admiración sin límites. Lo mismo que por el abuelo paterno, Antonio, que aunque murió joven y tú eras aún muy niño, guardas de él recuerdos entrañables. Era callado y se dedicaba a transportar tablones en un carro. El primer caballo de cartón con ruedas que tuviste te lo regaló el abuelo Antonio.
Y van desfilando por tus recuerdos las personas más allegadas a ti, tu padre, que murió joven, tu madre, tus hermanos… Tú, que naciste con la República, eras el mayor de todos y con tu hermano Juan Miguel llevabais a cabo travesuras propias de los chiquillos, travesuras que tenían como premio algunos pescozones de tu madre. Una vez que fuisteis a los Jardinillos, una especie de parque donde había árboles, pérgolas y alguna que otra fuente con su chorro de agua y su estanque correspondiente. El caso fue que tu hermano pequeño Paco se acercó al chorro de la fuente para beber agua con tan mala fortuna que resbaló y cayó al estanque. Lo sacasteis enseguida y lo pusisteis al sol para que se secase lo más rápido posible. Pero era un otoño frío de los que hacen época, y en Albacete. Y el chiquillo no entraba en calor; todo lo contrario: los mocos adornaban la helada nariz del pobre chiquillo, que no dejaba de tiritar. La gente que nos veía hacía más que aconsejarnos que lleváramos a nuestro hermano a casa antes de que cogiera una pulmonía. Y así lo hicimos, aunque demorando los pasos por si en el camino teníamos la suerte de que el sol acabara de secar las ropas de Paco. Estaba escrito que la paliza de vuestra madre caería de todos modos sobre tu hermano Juan Miguel y tú, que erais los mayores.







14.

“Nació aquel niño, primero y tercero a un tiempo,
en honrada cuna, de la que mamé juiciosos ejemplos
que me condujeron a intentar ser justo, quijote apedreado
que se condecora con los rasguños de su propia piel
y su persistente e inútil terquedad literaria.”


Ha dejado de llover. Cierro, por el momento, el libro de memorias de tus andanzas y me pongo a escribir estas notas. De vez en cuando me paro y reflexiono. ¿Quién eres tú realmente? Porque sé que me quedo corto si afirmo que Antonio Matea es el hombre de setenta y tantos años que, temeroso de que el tiempo que le quedaba de vida fuera insuficiente, corría y se apresuraba en sus actos y en sus gestos por dejar constancia en cuantos libros pudiera de que había sido algo importante mientras vivió, trabajó, amó, tuvo hijos, creó poesía… Más bien creo que tú eres la suma de todos los Antonio Matea Calderón que has sido, desde aquel niño de Albacete hasta este hombre poeta de a pie que yo he conocido hasta hace poco y con el que he vivido aventuras y desventuras en este mundillo especial que es el de la Literatura. Este hombre hablador y generoso que conocí en la tertulia de Jurado Morales ahora hace treinta años y con el que he compartido momentos buenos. Como el de formar parte de la publicación Azor en vuelo, una antología poética de los poetas más asiduos a la tertulia de Jurado y que vio la luz en Rondas en Marzo de 1880. Aparecen en esa antología, además de nosotros dos, el propio Jurado Morales, Juan Pastor, Vicente Rincón, José Carreta o Esther Bartolomé, entre otros. Cada uno de los figurantes en Azor en vuelo, junto con nuestros poemas adjuntamos unos cuantos datos biográficos. En los poemas que tú incluiste hay destellos de humanidad, como siempre. En el primero, sin título, hablas de la lluvia y del destino del hombre del campo, tan dependiente y esclavo de la volubilidad de la lluvia.
“Lluvia, voluble lluvia, en otoño te espero
Y en invierno y verano, sobre las rastrojeras,
Sobre las enfermizas, resecas rastrojeras.
Pero es mejor que llegues en mayo,
En primavera,
A poner las cosechas en las mesas del mundo.”
En Yo sé, el segundo de los poemas incluidos en la Antología, hablas de los albañiles, con quienes tienes tantos puntos en común y tal vez debido a ello nos confiesas:
“Yo me mezclo con ellos
(soy ellos).
Yo sé de sus problemas;
Yo sé que ignoran muchas cosas
Y tienen los ojos turbios
De mirar los grandes automóviles.”
Los amigos es el título del tercer poema y en él nos citas a unos cuantos, a Carreta indagando ( “cualquier día descubre su exacto camino”), a Rincón insistiendo, a mí subiendo al sótano, y todos formando el gran poema de la amistad, y sin embargo, “tal vez de madrugada o por la tarde nos iremos perdiendo como los astros tejen sus elípticas, cortan sus trayectorias y se pierden luego por el Universo.” Así nos iremos, Antonio, como tú dices. Hace unos días, tú; hace unos años Vicente Rincón, y tu amigo incondicional Carreta, y nuestro común maestro Jurado Morales, y…
Como broche de oro a tus poemas cierran tu participación en la Antología unos escuetos datos biográficos, que ya conozco: “Antonio Matea Calderón nació en Albacete en 1931. Manchego. Autodidacto. De niño fue estraperlista, verdulero, electricista y alpargatero. Después barbero, peón, radiotécnico y ahora capataz en Aiscondel S.A. Tiene tres hijos y siete libros publicados (Sonetos en gris mayor, Desterrado, etc.) y a punto de publicar : Los amigos, Del paisaje, Mujer en forma de alcancía, aparte de otros doce inéditos. Vive en Sardañola (Barcelona) desde 1961.”
En este Azor en vuelo no aparece una de nuestras compañeras de viaje en el mundo de la poesía, Encarna Fontanet, que en un principio sí iba a figurar, ¿recuerdas?, pero que a última hora no pudo presentar sus poemas a tiempo por hallarse enferma su madre en Vinaroz y tenerla que acompañar en tan difíciles momentos.
Encarna, Vicente, tú mismo, sí que aparecéis en otros eventos poéticos de aquellos años, como iré diciendo a lo largo de estas páginas. Los dos primeros, Encarna y Vicente, optaron al Premio Boscán de ese mismo año y al que yo concurría, pese a las palabras que el secretario había dicho el año anterior sobre mi poética. Como recordarás (tú nos acompañabas), durante la lectura del fallo, oímos que nuestros poemarios (Solilogo, de Encarna, Presencia de Argos, de Vicente, y El camino diario, el mío) habían quedado finalistas, y, para sorpresa mía, mi libro resultó ganador en aquella convocatoria.
Tú concursaste en la convocatoria siguiente y tu Cárcava con insecto quedó finalista en un premio que se llevó Alfonso López Gradolí. Tu libro se quedó en el baúl de los inéditos hasta que unos años más tarde lo publicaste en una edición de autor, encabezado con unos comentarios irónicos sobre los concursos literarios bajo plica. Pero prefiero aprovechar las palabras que dices también en esos comentarios para definir tu libro: “En Cárcava con insecto se relata la popular y dificultosa historia de una familia proletaria en los años anteriores a la democracia. Relato donde la metáfora juega su gran papel, embelleciendo y ocultando pero también descubriendo y deleitando a los medianamente inteligentes.” Y es verdad. Como muestra de lo que dices me parece muy oportuno citar el poema que titulas Esposa. De él extraigo estos versos:
“Tres lustros son bastante;
cinco lustros un mundo,
y los ríos se atrofian
y los surcos se inscriben
sobre la piel cansada.
Mas un poso de auroras,
de ternuras inmensas,
deposita en el légamo
versos para el cariño.
Como esta madrugada,
diecinueve de mayo,
cuando ella está durmiendo
y yo marcho al trabajo
con la emoción humana
de saber que el otoño
secó nuestro sarmiento.
Pero el mosto pervive
mezclado entre los posos
grisáceos de otra aurora.
Antorcha que ya dejas
en las manos de otros.”
Estoy leyendo ahora de nuevo Cárcava con insecto y antes de cerrar el volumen veo en sus últimas páginas la lista de tus libros publicados hasta ese momento, diciembre de 1988. Hay años en que diste a la luz hasta seis obras, como en 1982: una novela, La noche de Leandro Petrull, y cinco poemarios con títulos tan sugerentes como La muñeca que perdió el apetito, Viaje a la ingle de una señora, Historia del silencio, Bodrios y Triángulo epicéntrico. ¡Qué fecundidad, Antonio!, ¡cómo te han cundido los años! Lástima que no hayas podido seguir subiendo el andamio de tus escritos. Aún tenías pensado seguir sacando a la luz algunas obritas más. La última se ha quedado en algún lugar de tu nuevo despacho, esperando la guillotina. Pero contra la otra guillotina, la inexorable, la nunca deseada, no podemos hacer nada. Y se ha adelantado. Cuando un día de estos vuelva a tu casa para cortar los libros de El cuaderno, veré ese libro póstumo que andabas preparando, y tal vez pueda ojearlo, echarle una caricia.

miércoles, 29 de octubre de 2008

Letras para el ocio

MARZO A LA VISTA

Marzo empezó a marcear justo cuando la primavera, ya con muestras palpables en la naturaleza, estaba a punto de ser inaugurada. Se nubló y los vientos y el frío volvieron. Una especie de tristeza se apoderó de los jardines, y mi alma, que se había animado momentáneamente con el adelantamiento prematuro de la primavera, experimentó un retroceso. Y me dio por escribir algún poema triste
"Escudos y cigüeñas.
Los palacios se mueren,
sin sol en las callejas.
El invierno, que vuelve,
le quita la alegría
a lo que reverdece..."
Y me puse a releer a Proust. Y más nostalgia, recuerdos, inmersión en el pasado, tristeza que no conduce a ningún lado. Sin embargo, no todo me iba a resultar melancólico por aquel entonces. Me llevé una pequeña alegría cuando al llevar la basura al contenedor me encontré con una colección abundante de discos de vinilo que algún vecino, no tan amante del pasado como yo o huérfano de pronto de su tocadiscos, había optado por destinarlos al olvido. Los recogí ipso facto y me los llevé a casa. Allí, mientras leía y contemplaba las carátulas de los discos, les iba quitando el polvo con una bayeta humedecida. En la colección estaban representados todos los gustos y edades de una familia; había discos para niños: Cuentos infantiles inolvidables (El gato con botas, Caperucita Roja, El flautista de Hamelin, que era, además una miniópera), Blancanieves y los 7 enanitos, Aladino y la lámpara maravillosa, Ali-Babá y los cuarenta ladrones, Garbancito, La cenicienta, El pastor mentiroso, El mago de Hoz...); había discos para adolescentes (Running Scared, Cómplices, Xavi Metralla, D-Pop, Simply Red, Communards, No me pises que llevo chanclas, La pandilla, Sistema 3, Attica timewarp, Guns N' Roses...); discos para nostálgicos carrozas, como el propio profesor (Mecano, Vicky Larraz, Whitney Houston, Celentano, Michael Jackson, Camilo Sexto, Jesucristo Superstar...); discos de música clásica, aunque los menos (Vivaldi, Tesoros de Viena de Johann Strauss, Roy Etzel, Ibarbia...); y otros con sello propio (Peter Gabriel, Phil Collins, Juan Luis Guerra, Annie Lrennox, A Non Blondes, Sam Brown...) Fue como hacerse con libros de idiomas desconocidos; sin tocadiscos no podía entrar en su mundo; pero los tenía allí, en su casa, rescatados de la basura y el olvido, como cuadros que aún no han sido desembalados...








MÁS SOBRE EL ÚLTIMO POEMARIO DE BENEDETTI

Las Canciones del que no canta es un libro de madurez, de vejez podríamos decir, en el que el autor, sin tener en cuenta ya el exilio (interior o exterior), como en otros libros suyos, se limita a reflexionar lo que la vida le quitó y lo que aún sigue regalándole. Es un libro sentencioso y triste, aunque contenido, sin lagrimeos fáciles, tan al uso en la poesía actual. El poemario aparece dedicado a Luz, la mujer del poeta que tras enfermar de Alzheimer, lo acabó de abandonar un día (la dedicatoria completa dice "A Luz, que ya no está pero estará siempre, en memoria de nuestros 60 años de buen amor"). Está dividido en cuatro partes: Canciones del que no canta, Sonetos con destino, De amor y de vida y Más o menos. El que no canta es el poeta, aunque escriba todavía letras de canciones para que las musiquen cantautores o "que un viejo bandoneón o una guitarra / sobre todo una voz comunicante / la rescaten del pálido silencio /y le den vida de una vez por todas." De ahí que la forma elegida sea la del verso y la estrofa tradicionales ( el octosílabo, el endecasílabo, el romance, la redondilla, la copla, el soneto...). Eso sí, siguiendo su inveterado estilo de no puntuar. De vida y de amor (también de muerte y de dolor) se habla en el libro (aunque "vivir es tan complicado / y morirse tan sencillo"); del amor dice Benedetti que "es una gloria / y a veces un accidente / se produce y de repente / te cambia toda la historia." Y en la vida hay de todo, alegría, tristeza, seguridad, dudas... y todo ello pesa desde la juventud a la vejez ("lo peor es cómo pesa / la maleta de las dudas / y que el implacable espejo / no perdone las arrugas"). El lenguaje siempre es sencillo, transparente, sentencioso, aunque no faltan algunos juegos de palabras, asociaciones insólitas o metáforas de todo tipo. Un ejemplo: "volvemos pero nos vamos / nos vamos pero volvemos/ a las rosas que eran mías / ya no les queda ni un pétalo." La temática, aun dentro de los dos grandes núcleos de la vida y el amor, es muy variada: el perdón, la violencia, la vejez, el tiempo que pasa, el miedo, la valentía, los recuerdos; del hecho de recordar el tiempo ido afirma el poeta: "acordarnos de los años / a veces nos hace mal / lo mejor es que archivemos / la vejez en el morral." Casi siempre, lo que hace el poeta es definir, dar su parecer, reflexionar en voz alta: ("la violencia es un rezago / de la vieja cobardía"; "el fracaso hace bien es una alarma / nos enseña que somos vulnerables / y con esa tutela nos da fuerza /para volver de nuevo a la victoria"; "La vejez no transcurre es como un témpano / que nos hiela la sangre en retroceso / y un día o una noche se termina / y nos deja en brazos de otra infancia."; "El miedo se nos va por una hendija / pero la soledad nos estremece"; "lo cierto es lo que somos ahora mismo"; "amar sin nadie vaya cosa triste (...) amar con alguien vaya cosa buena"; "Los rincones del alma tienen alma / y nada que envidiar al corazón"; "el espejo jamás me dice ¡ánimo! / más bien es el programa de un abismo"; "Soy el que soy porque los otros son / las miserias nos unen fuertemente"; "la soledad es una extraña / prerrogativa del dolor / y sin embargo uno se siente / libre como la lluvia en los cristales"; "estar solo también es un amparo / donde mueren las culpas inocentes"; "no hay solitario que no añore / a su querida multitud"; la felicidad suele ser la breve / vacación del dolor"; "con la felicidad cede la fiebre / y hasta la muerte se persigna"; "la eternidad es cada vez más breve"; "la eternidad es un aburrimiento"; "el horizonte es una frontera / entre los vivos y los posibles"; "el universo vive de lo oscuro / allí esconde fantasmas y memoria"; "en su largo crepúsculo el silencio / abe que su destino inexorable / es ser prólogo digno de la muerte"; "posteridad viene a ser el resumen/ de lo que fue una vida impertinente"; "somos un universo de bolsillo / sin un sabio capaz de descifrarlo"; "los recuerdos nos llaman / porque son los ladrillos del pasado"... Otras veces, simplemente, aconsejar al lector y a sí mismo: "... es preferible / estar en donde estuve / entrar en mi ceniza / morir entre los míos"; "el modo más tranquilo de defendernos / es estar seguro de quiénes somos / convivir con la pena insobornable / no encandilarnos con las profecías /y sobre todo descubrir / los secretos del antes / para que nos sirvan de algo / en el después"; "yo sé que está presente / que como yo busca el refugio de una / soledad nueva y tan acogedora / como la paz sin guerra"; "no hay rescato posible en las ausencias / uno sigue con ellas en la mano"; "y por fin entendemos que en el tiempo / nuestras vidas también son hojas secas"; "el llanto ayuda a veces a olvidar / porque a menudo es tanta la tristeza / que uno ya no recuerda por qué gime"; "con uno mismo habrá que ser decente / dejar las máscaras en el desván"; "es mejor no engañar en el mercado / de la felicidad y de las lágrimas"...





DOS PELÍCULAS MÁS

Pasamos por la biblioteca a coger un par de películas, Cold Mountain y Mi vida sin mí, para esa noche, y de paso le puse a Lorenzo un correo para saber cómo iban las cosas por La Románica y por la vida actual del profesor amigo. La primera película, Cold Mountain, ya la habíamos visto. Descubrimos tras los primeros fotogramas (Jud Law en las trincheras, el conejo, la explosión, Nicole Kidman de novia al pie del andamio...) que ese film nos era conocido. Así que pusimos en el DVD la otra película, Mi vida sin mí, una cinta de Isabel Coixet muy positiva pese a la historia (una chica de 23 años, madre de dos niñas preciosas, se entera en una visita médica rutinaria que padece una terrible enfermedad que apenas la dejará disfrutar de la vida durante tres meses). Se dedica a hacer todo lo que no había hecho antes y, sobre todo, a grabar para cuando esté muerta mensajes a sus hijitas (uno por cada cumpleaños hasta que cumplan la mayoría de edad), a sus amigas, a su novio, a su madre... Una frase de Ann, así se llama la protagonista, se me quedó grabada: "En el supermercado nadie habla ni piensa en la muerte."

martes, 28 de octubre de 2008

Letras para el ocio

DEL CINE DE AHORA

Ahora están las multisalas, un abanico impresionante de películas; pero ya no es lo mismo; el romanticismo cambia con los tiempos modernos; aunque nunca desaparece del todo. Ahora solemos ir al cine el día de la pareja. La entrada es más barata y podemos escoger alguna de las llamadas salas de fidelidad, que se parecen, por sus reducidas dimensiones y comodidad sin límites (las butacas son enormes y unos botones incorporados en los brazos abaten los respaldos y suben los reposapiés) a los salones de casa, sólo que con ambiente de cine. Hace algún tiempo fuimos a ver en una de estas salas de fidelidad del cine de nuestro pueblo Noche en el museo, una película divertida y llena de valores humanos. En ella un padre separado logra recuperar la admiración y el cariño de su hijo mostrando su valor, su prudencia y sus dotes de mando y decisión. También la cinta aparece enriquecida con el elemento tal vez más abundante y mejor aceptado por el público en general; me refiero a los efectos especiales, que en este caso me parecen espectaculares y originales, que con sabia eficacia consiguen que se avengan hasta con cierta naturalidad la realidad y la fantasía. La acción transcurre en su mayor parte en el Museo de Historia Natural de Nueva York, donde de noche todas sus figuras expuestas, tanto humanas como de animales, adquieren vida de noche desde que en 1950 una tabla egipcia de oro se trajo al Museo. La contratación de un nuevo vigilante nocturno, el padre del chico citado, es un pretexto para que los tres anteriores vigilantes, ya ancianos y a punto de ser despedidos, lleven a cabo un robo espectacular de las joyas más interesantes del Museo entre las que se encuentra la citada tabla dorada. Tanta importancia como estas personas reales tienen en el film las figuras expuestas en el Museo. El vaquero y el general romano, que siempre andan discutiendo y que al final unen sus esfuerzos para colaborar con el vigilante nocturno para recuperar la tabla dorada. El mono capuchino Dexter, que en varias ocasiones se burla del vigilante y que posteriormente presta una capital ayuda para recuperar el orden perdido. La estatua ecuestre de Roosewell, que se convierte en pieza clave para hacer ver al protagonista que dentro de cada hombre existe la posibilidad de hacer algo grande en beneficio de los demás. La guía turista diurna del Museo, el tiranosaurio, Atila, Colón, el faraón que al final recupera la tabla de oro, y un largo etcétera. Todos forman un conjunto entrañable que hacen las delicias del espectador que vaya al cine simplemente a dejar volar la imaginación y los sentimientos.
































UNA PELÍCULA GRATIS

Con la tarjeta del cine de mi mujer logramos gratis en préstamo una película en DVD que queríamos haber visto mucho antes, me refiero a 21 gramos. Y una noche de esas en que la televisión era insoportable, la vimos. Nos pasó en seguida lo que debió de ocurrirles a todos la primera vez que la vieron. Aparecían en un laberinto temporal escenas y personajes que nada ayudaban a ir reconstruyendo la historia que se intentaba contar, la de tres familias que se ven involucradas en un atropello mortal en que el marido y las dos hijas de una de las familias mueren. El personaje que encarna Sean Peen, enfermo terminal del corazón que vive con su mujer la angustia de tener los días contados si no encuentra a tiempo un trasplante, ve cómo su vida personal y familiar cambia de repente al serle trasplantado el corazón del hombre que acaba de morir atropellado por una furgoneta. A partir de ese momento se obsesiona con averiguar a quién pertenece el corazón nuevo que lleva en su pecho. Así conoce a la viuda, que, destrozada, se ha echado a una vertiginosa autodestrucción por medio del alcohol y las drogas. Se hace el encontradizo, la ayuda en una situación comprometida y acaba enamorándose de ella. La mujer le corresponde y cuando van a consumar el amor que sienten uno por otro, él le confiesa que lleva el corazón de su marido. La tormenta estalla y la viuda lo echa de su casa descompuesta. A todo esto, el detective que trabaja para el protagonista ha conseguido también averiguar dónde vive el hombre que atropelló al que ha salvado momentáneamente su vida. Es un personaje fanático de la religión y tiene a todas horas el nombre de Dios en la boca, pero su pasado es delictivo y nunca ha podido liberarse de él. Y tras el accidente en que mata a tres personas cree que Dios se ha burlado de él. En la cárcel, adonde ha vuelto tras confesar lo que ha hecho, intenta en vano suicidarse. Finalmente, es absuelto, pero no consigue vivir en par consigo mismo y se va de casa, abandonando a su familia. Por entonces, reconciliados la viuda y el protagonista, al que le han aparecido síntomas de rechazo del trasplante y cuyo médico le ha aconsejado en vano que ingrese en un hospital lo antes posible si no quiere morir de un modo atroz, planean matar al conductor de la furgoneta.. El desenlace es de lo más desalentador. Sean Peen no se atreve a matarlo cuando lo tiene a su merced en un descampado y más tarde se pega un tiro en el pecho en la habitación del motel donde viven los dos enamorados y a donde ha irrumpido el conductor para exigirle que lo mate de una vez. Tras un leve el forcejeo entre la mujer y el asesino suena el disparo de la pistola. A solas, en la cama del hospital, entubado, el protagonista, antes de morir, recurre a una digresión sobre la vida y la muerte, sobre la pérdida y la ganancia que resulta de morir o vivir entre las luchas cotidianas y a esos 21 gramos que todos perdemos cuando morimos, como si fuera ese el peso del alma o el soplo de vida que nos mantiene en el campo de batalla hasta el final. El laberinto temporal, los diálogos, la libertad con que deciden los personajes sus acciones, ciertas escenas, unas al borde de la histeria y la angustia, como las del hospital, el accidente o las del descampado en que el hombre armado obliga al otro a arrodillarse y desatarse los zapatos, y otras líricas, como los pájaros, los cuerpos desnudos quietos y enmarcados por la luz suave de la ventana... muchos detalles sueltos, inconexos al parecer pero que al final quedan todos encajados en su sitio, al menos en la mente y el corazón del espectador.





















A PROPÓSITO DE UN POEMARIO DE BENEDETTI


El Día del Padre me regaló mi mujer el último poemario de Benedetti. Curiosamente, veintitantos años atrás, concretamente en mi cumpleaños de 1985, me había comprado la Antología poética del poeta uruguayo de Alianza Editorial, y me había puesto la dedicatoria "Para mi marido y amigo para siempre". Coincidencias aparte, tiene razón Caballero Bonald, que es quien prologa la Antología, cuando encuentra entre Ángel González, uno de los poetas estandarte, junto con Claudio Rodríguez, de la generación del 50, y Mario Benedetti ciertas similitudes referidas al llamado realismo crítico o social en poesía, habida cuenta de que el poeta uruguayo, entre otras cosas, con su poesía se defiende contra las ofensas de la vida; hace una crítica de la existencia radicada en dos espacios temáticos, como dice Bonald: "el del amor como programación solidaria de la vida y el de la historia como experiencia moral, con el capítulo del exilio al fondo." Porque, efectivamente, no se puede explicar la poesía de Benedetti sin tener en cuenta el exilio o desexilio que el poeta vivió durante muchos años ("Yo digo que el exilio es una decisión que otros tomaron por uno, dice el propio poeta en una entrevista publicada en El País en 1984; en cambio, el desexilio, que después de todo es una palabra que yo inventé y tengo derecho a usar, es una decisión individual."). A sí mismo se ha llamado "militante de la vida" y siempre ha mostrado fidelidad a la experiencia vivida. "La crítica de la vida, sigue diciendo Caballero Bonald, funciona así a manera de registro acusador (...), como la normativa testimonial de una historia amenazada por las propias impurezas que contiene."
Leyendo a Benedetti se tiene la impresión de estar leyendo siempre un relato (en prosa y en verso); porque no puede olvidarse que es también un soberbio narrador. De ahí que dé la impresión su poesía de pecar de prosaísmo; nada más lejos de la verdad: eso hace que sea más directa y llegue antes a donde tiene que llegar, que es al corazón y a la cabeza simultáneamente. Eso hace que sus poemas estén llenos de palabras libres y desentumecidas, frases proverbiales, expresiones dialectales pertenecientes lo mismo al castellano de Argentina que al de Cuba o que al castellano más nuestro y cotidiano, logrando con todo ello, como dice Bonald, "soltura verbal enraizada en un fértil mestizaje lingüístico." Aunque al lado de todos esos ingredientes el lector de la poesía de Benedetti puede encontrar hallazgos metafóricos impresionantes, neologismos, asociaciones inesperadas y, sobre todo, el recurso constante a la ironía. Finalmente, la poesía de este escritor uruguayo instalado hasta hace muy poquito en España (aún sigue viniendo muy a menudo a nuestro país) es fácilmente reconocible por su falta de puntuación, aunque eso no quita que en muchas ocasiones los poemas se ajusten a versos y estrofas tradicionales, como escritos para ser cantados (de hecho, algunos cantantes interpretan poemas suyos, como Nacha Guevara, Vigliett o Soledad Bravo). A mí me gusta siempre citar de esa Antología, que vio la luz en 1984, unos versos de Curriculum, poema incluido en su libro Próximo prójimo (1964-1965):
"...usted ama
se transfigura y ama
por una eternidad tan provisoria
que hasta el orgullo s ele vuelve tierno
y el corazón profético
se convierte en escombros

usted aprende
y usa lo aprendido
para volverse lentamente sabio
para saber que al fin el mundo es esto
en su mejor momento una nostalgia
en su peor momento un desamparo
y siempre siempre
un lío

entonces
usted muere."

El último poemario de Benedetti que mi mujer me acaba de regalar se titula Canciones del que no canta, aparecido en 2007. En los primeros vistazos que le he dedicado he comprendido el significado del título: Se trata de un conjunto de poemas de corte tradicional (romances, sonetos, coplas...) como hechos para ser cantados, como muchos de sus anteriores poemarios, pero ahora teñidos de una suave melancolía y añoranza de la vida y el amor vividos por el poeta, que ya no desea cantar.

miércoles, 22 de octubre de 2008

LETRAS PARA EL OCIO

ESTRUCTURA Y CONTENIDO DE ANATOMÍA DEL MIEDO

El libro posee una estructura singular. Dos partes importantes, aunque muy desproporcionadas, componen su contenido: La primera (154 páginas) contiene los capítulos referidos al miedo (Cartografía de los miedos, El deseo de intimidar, El polo subjetivo: el carácter miedoso, El polo objetivo: el peligro, La angustia y los miedos patológicos, Otros miedos patológicos y Las fobias sociales). La segunda parte (66 páginas) contiene tan sólo dos capítulos referidos a la valentía (Aparece la valentía y Elogio y nostalgia de la fortaleza). Entre los puntos que más han llamado mi atención, destacan los siguientes: El miedo causa un triple estrechamiento corporal, psicológico y conductual de la conciencia (página 24). El estrés, la ansiedad, el miedo son funcionalmente útiles (28). La angustia es una "ansiedad sin desencadenante claro, acompañada de preocupaciones recurrentes, con una anticipación vaga de amenazas globales y con gran dificultad para poner en práctica programas de evitación" (25). Cita de Goethe sobre el miedo y la esperanza: "Tengo encadenados y alejados de la comunidad a dos de los mayores enemigos del hombre: el Miedo y la Esperanza" (41). La relación del miedo con la humillación disminuye aún más los recursos de la víctima (46). Referencia al terrorismo de ETA, que lleva muchos meses sin matar (el autor había publicado el libro antes del atentado de Barajas en el que murieron dos personas), hecho que la ciudadanía considera "como una recompensa. Y como teme perder esa recompensa, está dispuesta a hacer lo necesario para que eso no suceda" (48). Referencia al acoso escolar, que revela "el insidioso mecanismo del miedo". Los acosadores son clasificados en tres grupos: inteligentes (suelen ser más sociables que sus víctimas y son difíciles de detectar), poco inteligentes (fracasan en la escuela y enfocan su odio en los más débiles) y acosadores víctimas (49). "La manifestación de la furia es una forma doméstica de imponer el terror" (53). En Los poderes ocultos, los tabúes (57) se hace una especie de historia de los miedos y los terrores de la humanidad muchas veces causados por las supersticiones. El temor es uno de los resortes del poder político (63), con una referencia a Maquiavelo, que de eso sabía mucho; el autor italiano dejó escrito que el príncipe debe ser temido y amado, pero que si tiene que elegir, es mejor que sea temido. También el miedo guarda relación con las religiones, pues suele estar en el origen de todas ellas (67). El miedo es un modo de percibir el mundo. "Surge de la interacción de un polo subjetivo --el sujeto que lo siente-- y un polo objetivo --lo que el sujeto percibe como amenazador" (78). El profesor cree que en esta interacción está el meollo del problema. Depende de lo grande que sea un polo frente al otro. Lección de neurología (79): El autor describe las teorías de varios neurólogos (Papez, MacLean, Moruzzi y otros) sobre el funcionamiento del cerebro humano ante el peligro y pone en tela de juicio la separación radical entre el sistema nervioso central y el autónomo. En La propensión al miedo (85), cita varios escritores que estuvieron siempre inclinados a sentir miedo por todo: uno de los que más el citadísimo Kafka; también aparecen Virginia Woolf, Proust, Genet, Andersen o Rilke, que llegó a decir "Temo que al expulsar a mis demonios puedan abandonarme también mis ángeles (con referencia a la inspiración que necesitaba para crear); Woody Allen pensaba al contrario: "No creo que cuanto más angustiado estés seas más creativo. Al contrario, si uno está sereno su trabajo mejora. Nunca he estado angustiado por la idea de no estar angustiado." Existe una predisposición genética hacia la afectividad negativa, que hace a la persona más vulnerable a los estímulos negativos. (93) Los antiguos se equivocaron al creer que las emociones y los sentimientos vienen de fuera; están dentro de nosotros (96). "La afectividad negativa busca estímulos negativos, interpreta de modo pesimista los sucesos neutros, estrecha la atención (...), recuerda con gran precisión los hechos negativos(...), tiende a la rumiación y provoca una ansiedad desagradable (...), que está presente en muchos trastornos afectivos" (97). Referencia a los tres estratos de la personalidad: personalidad recibida (genéticamente condicionada), incluye toda la fisiología (funciones intelectuales básicas, el temperamento y el sexo). Personalidad aprendida o el carácter (hábitos efectivos, cognitivos y operativos); en ella se incluyen los miedos adquiridos. Personalidad elegida o la manera como una persona se enfrenta o acepta su carácter y actúa (proyecto vital y modo de llevarlo a cabo, los valores y la forma de enfrentarse a las dificultades); a mí me parece este punto fundamental para entender la tesis del libro (98). Los miedos se aprenden como las demás cosas, por condicionamiento, por experiencia directa, por imitación y por transmisión de información (101). Referencia a los cuatro tipos de aprendizaje del miedo: sucesos traumáticos (accidentes, violaciones, separaciones dolorosas, fracasos amorosos), sucesos vitales penosos y repetidos (humillaciones, agresiones, pequeños traumas), sociales por imitación de modelos y asimilación de mensajes alarmantes (una educación que insiste mucho en los peligros de cualquier situación puede desembocar en miedos) (102). Referencia a la resiliencia (capacidad de resistir y reponerse de los traumas), que se consigue por medio de la empatía, es decir, "la conciencia de la propia capacidad y el aprendizaje de la valentía", que es el punto principal de la segunda parte del libro (106). El miedo es una anticipación de un peligro y todos los peligros necesitan un sujeto paciente cuyos planes o situación o intereses amenazan (109). Referencia a los miedos más corrientes: la dificultad de vivir (111), temer a la muerte, la enfermedad, la pérdida de un ser querido, el dolor físico, la ruina... Miedo a las escenas violentas (112), a los conflictos y a cualquier enfrentamiento (115), a la novedad (117), a decidir (119), al aburrimiento ("la ausencia de estímulos puede vivirse como un castigo"); así que el alcohol, las drogas y otras búsquedas compulsivas de diversiones límites alivian ese malestar (121), a la soledad (121), al hundimiento de la cultura como fuente de seguridad (122), a tomar una postura firme para expresar las propias ideas, las necesidades o los sentimientos, incluso a reclamar sus derechos (123), a la dificultad de decir adiós o terminar una relación (125). Referencia a la vergüenza como desencadenante del miedo ("el tímido no se atreve a hacer muchas cosas porque se siente amenazado por la vergüenza"); aquí es miedo a tener vergüenza; tanto el miedo como la vergüenza son necesarios para vivir, aunque también pueden destruirnos si los exageramos (127). Referencia a la asertividad (132), que, en medio de dos extremos, la pasividad y la agresividad, consiste en la afirmación de uno mismo en situaciones en las que sus derechos han sido infringidos por otros intencionada o accidentalmente; se trata de eliminar los miedos corrientes y quejarse, reclamar, exigir los derechos, enfrentarse, decir no, pedir explicaciones... Referencia a la angustia y los miedos patológicos (135): un miedo normal se convierte en patológico cuando su desencadenante no justifica la intensidad del sentimiento. La psiquiatría trata seis tipos de miedo patológico: trastorno de pánico, fobias específicas (animales, sangre, agorafobia...), fobias sociales, estrés postraumático, trastornos obsesivos compulsivos, angustia (trastorno de ansiedad generalizada. (El diagnóstico del psiquiatra que me trata se refiere a estos dos últimos miedos.) El carácter expansivo de la angustia está relacionado con la dificultad del sujeto para discriminar la causa del peligro (139). "Una de las cosas que diferencia la angustia del miedo es la incesante rumia de preocupaciones, la continua producción de pensamientos angustiosos". El origen de la angustia hay que buscarlo en el temperamento vulnerable, la afectividad negativa del sujeto (141). El psicoanálisis es una terapia inútil para curar la ansiedad, porque mientras el paciente cuenta su angustia se alivia, pero luego volverá a buscarla sin animarse a ser libre (143). Otra diferencia entre la ansiedad y el miedo es que éste permite enfrentarse al peligro o huir, mientras que la ansiedad no hace más que dar vueltas (145). Referencia a las creencias que favorecen pensamientos angustiosos: responsabilidad exacerbada, perfeccionismo, creencia en la propia impotencia y en la incontrolabilidad y en la imprevisibilidad de los acontecimientos (147). A esto se llama inteligencia computacional, a la que el autor contrapone la inteligencia ejecutiva (149), "que intenta con éxito desigual iniciar, controlar y dirigir los procesos de la inteligencia computacional." Advertencia del autor de que es ante todo un filósofo y no un psiquiatra y que por lo tanto el libro es un libro de filosofía, no de psicoterapia (150). Referencia a los tratamientos de la angustia (150): farmacológicos (tranquilizantes, antidepresivos y betabloqueantes, con contraindicaciones claras necesitadas de otros tipos de terapia), técnicas de relajación, otras para cambiar el estilo cognitivo y el contenido de las creencias disfuncionales, técnicas para resolver conflictos. Cita de Albert Ellis para apoyar su tesis (151): Actuar, actuar, actuar contra mis ansiedades. Cuantas más acciones emprenda en relación con mis temores, menos tiempo y energías malgastaré obsesionándome con ellos." Referencia al pánico (155), fobia disparada por las manifestaciones corporales, una especie de fobia interoceptiva; "el mecanismo central del pánico es la interpretación que hace el sujeto de las sensaciones corporales. Las que para él son experiencias banales, son para él anuncios inminentes de una tragedia." Una referencia graciosa a Jardiel Poncela, que dijo que la medicina es el arte de acompañar al enfermo hasta la tumba consolándole con palabras griegas (156). Referencia a la hipocondría (158), que se da cuando la normal preocupación por la salud se convierte en una atención exagerada al propio cuerpo, "al que se somete continuamente a un escrutinio cauteloso, usando siempre unas catastróficas lentes de aumento, preparadas para detectar síntomas." Cree el profesor que es un hipocondríaco y que muchas cosas que le suceden se debe a eso. Referencia a los trastornos obsesivos compulsivos (161), patentes en ciertos rituales: de limpieza (miedos a la suciedad), de repetición (miedo a que algo ocurra si no se repiten una serie de acciones), de comprobación (temor a haberse dejado puertas o ventanas abiertas o cristales en el suelo por miedo a que alguien se haga daño), de acumulación (síndrome de Diógenes) y de orden. El miedo a los otros (167) es el que más influye en nuestras vidas, en nuestro carácter, en nuestra felicidad o desdicha ("El infierno son los otros", que diría Sartre). Referencia a las fobias de algunas situaciones sociales (169), como la del profesor que se enfrenta a una treintena de adolescentes cada día o la del conferenciante (personalmente, nunca he sentido esa fobia; al contrario, mi experiencia me ha proporcionado la suficiente mano izquierda como para sacar adelante cualquier conflicto de aula). En el fondo se halla todo en el miedo a ser evaluado (172). Repetidas alusiones a Kafka, como la que figura en una carta a Milena, un apólogo que explica el sentimiento de vergüenza injustificado (172). Referencia a la timidez (174) avalada por historias de personas tímidas anónimas. Dos clases de timidez: la temerosa (miedo a la novedad de las situaciones sociales y la intromisión de otros en la propia vida) y la acomplejada (el sujeto es el centro de atención y teme ser mal evaluado). Baste con esto.




















OTRA VEZ EL CINE

Todos los meses, al menos una vez, mi mujer y yo solemos ir al cine. El cine ha sido siempre una constante en el ocio de la pareja desde que empezamos a ser novios, allá por el año 65. Casi nada. Entonces los cines eran salas únicas y se daban los que se llamaban sesiones continuas, basadas en la proyección de dos películas. Claro que muchas veces nos perdíamos parte del argumento porque el amor que nos unía y las manitas con que regalábamos el placer del cuerpo eran siempre más importantes que las películas que estábamos viendo, ya fuera de romanos, del oeste, policiaca, de aventuras, de risa o de comedia. Allí, en la clandestinidad que proporcionaba la sala del cine, a oscuras y en la complicidad del acercamiento de los dos cuerpos enamorados, las manos y las bocas buscaban satisfacer lo que no podía hacer el resto del cuerpo. Los cines de entonces, los de los barrios cercanos al de mi mujer, fueron testigos de nuestros amoríos e inquietudes. Daba lo mismo que Drácula se levantara de su ataúd para iniciar su ronda de sangre, que Cantinflas hiciera reír con su verborrea, que Eddie Constantine se liara a mamporros con los contraventores de la ley, que Victor Mature, haciendo de Sansón, derribara en un esfuerzo sobrehumano las columnas en que se sustentaba el templo lleno de filisteos, que Gary Cooper, solo ante el peligro y en un pueblo lleno de hombres y mujeres atemorizados, acabara con la amenaza de los forajidos o que Allan Lad vengara la muerte del hombre que le dio asilo en su casa y diera muerte al diabólico Jack Palance en el bar del pueblo ante la mirada asombrada del chiquillo, o que los pájaros de Hitchcock atacaran la casa de la protagonista... Daba lo mismo; en cualquier momento el amor rompía la secuencia de la película porque de todos modos podían volver ver aquellas escenas. Aquellos cines fueron desapareciendo con el paso de los años: el Maragall, el Virrey Amat, el Odeón, el Horta... ¡Cuántos recuerdos se fueron con ellos!

martes, 21 de octubre de 2008

LETRAS PARA EL OCIO

SOBRE LA ESCRITURA Y LA PINTURA, OTRA VEZ

La escritura y la pintura comparten algunos rasgos comunes (talento, ingenio, belleza, sensibilidad...) y son para mí, como he dicho en otro lugar, sendos actos de salvación, además de creación. En mi caso sólo los diferencia una cosa. La escritura es originalidad y la pintura copia. Cuando me pongo a escribir suelo partir de la nada y creo a raíz de la originalidad; buceo en el mundo de las palabras hasta capturar aquellas que expresen mejor mis sentimientos e ideas. Y eso mismo ocurre con un cuento o un poema. Incluso cuando estoy redactando un comentario de texto o explicando la vida de un autor o el argumento y estilo de una obra determinada me sucede lo mismo. Pero respecto de la pintura, la cosa es totalmente contraria, porque, en primer lugar, no soy un artista pintor como mis amigos Albert o Casademont, en cuyas obras siempre han buscado la originalidad. La pintura para mí es un mero ejercicio de copia o de reflejo. Primero elijo una fotografía u una pintura de un genio conocido y luego empiezo a trazar en la tela o en la tabla escogidas las líneas esenciales del dibujo que reproducen las de la pintura o la fotografía. Después dispongo sobre la paleta los colores que se asemejan más al cromatismo de la pintura elegida como modelo y empiezo a rellenar las formas y las superficies del dibujo: la falda de una mujer, las montañas de la lejanía, la cinta del río, la fachada de una masía, los ojos de un personaje, las frutas, los instrumentos musicales... previamente esbozados y situados en un espacio. Y así hasta dar por acabada la pintura. Otra cosa es que mientras pinto unas veces relajadamente y otras con atención, en ocasiones puedo encontrar algún atisbo de talento en la aplicación del pincel, en una sombra de más o de menos, en un gesto de las manos del personaje... Incluso puedo suprimir detalles del modelo o, en el momento más ideal de la práctica artística, inventar una fruta, transformar una nube...






DOS PELÍCULAS DE TEMA DIFERENTE

Una tarde de tiempo irascible sacamos de la biblioteca de Tossa dos películas en formato DVD, y las dos resultaron óptimas. Una, La carta final, está protagonizada soberbiamente por Anne Bankrof y Anthony Hockins; se trata de una película culta pero llena de encanto y ternura y no pocos toques de poesía romántica cuya acción transcurre en la época de la posguerra inglesa.Las cartas que se cruzan entre sí una lectora de guiones americana y amante de libros descatalogados de clásicos ingleses y el librero inglés que se desvive por atender las demandas literarias de su cliente, sirven no sólo de enlace entre los dos protagonistas, sino que también pintan las vidas de una y otro, separados por el océano Atlántico, con sus correspondientes familias, amigos y compañeros de trabajo.
La otra película (ya la habíamos visto, pero aun así no nos gustó menos) era El baile de agosto, protagonizada ésta, también exquisitamente, por Meryl Streep. El ambiente que se vive en la casa rural donde vive la protagonista con sus hermanas y su sobrino Michel, el tío Jack, sacerdote que vuelve de las misiones africanas donde ha estado durante un tiempo trastornado, y Jerry, el padre de Michel, un personaje errabundo y lleno de ideales (acaba yéndose a España a luchar contra Franco a favor de la democracia en las brigadas internacionales) es un ambiente cerrado y dominado por la autoridad intransigente de Meryl Streep, la hermana mayor, una atmósfera sofocante que me recordó el que se respira en la obra dramática de Lorca La casa de Bernarda Alba, aunque salvando las distancias; al menos al principio, hasta que las cosas empiezan a ir mal económicamente para la familia, y es entonces cuando las mujeres saben ponerle al mal tiempo buena cara y bailan y cantan juntas y el carácter autoritario de la hermana mayor se va ablandando poco a poco. La historia, algo triste, es contada por el niño, detalle que la acerca todavía más a los espectadores.






DE NUEVO ANATOMÍA DEL MIEDO

Anatomía del miedo me pareció desde un principio un libro interdisciplinar o pluritemático o mezcla de muchos otros libros o un pastiche de los propios libros del autor. Hay en él mucha filosofía; o mejor dicho, muchas citas de filósofos ilustres, unos más clásicos que otros, unos antiguos y otros más modernos y actuales. En ocasiones me ha resultaba la lectura de ciertos pasajes como una ensalada de citas que en vez de ayudarme a digerir el resto del menú me lo hacían más pesado y difícil de asimilar. Desde Aristóteles a Nietzsche, pasando por Sócrates, Platón, Séneca, Epicteto, Spinoza, Kant, Marco Aurelio, Heideger, y un largo etcétera. Hay también en el libro mucha literatura (Kafka, Rilke, Camus, Sartre, Bernanos, Greene...). Y muchas referencias, las que más, a la psicología, y no pocas a la ética.
En su conjunto, sobre todo, las tres cuartas partes primeras, las referidas a explicar, analizar, definir y clasificar los miedos, son sin duda las más amenas e interesantes, y de algún modo me sirvieron para conocer un poco más mis circunstancias personales o al menos para comprenderlas mejor que antes. Pero la última parte, la que Marina dedica a la valentía (no hay que olvidar que el libro lleva como subtítulo Un tratado sobre la valentía), concretamente dos capítulos : Aparece la valentía y Elogio y nostalgia de la fortaleza, me parecen más bien un quiero y no puedo. El intento del autor por dar el salto de la psicología a la ética resulta una cabriola circense o una pirotecnia de palabras, que en eso sí destaca Marina, por lo menos en este libro. Reconozco, sin embargo, que hay muchas páginas buenas, muchas, en Anatomía, y que lo he pasado muy bien leyéndolas y releyéndolas.
He subrayado muchas frases del libro, unas del propio Marina y otras de los autores citados por él en apoyo de sus análisis. Aunque a veces el propio afán del autor por ir dejando bien sentados sus hallazgos le lleva a escribir definiciones excesivamente largas, aunque sumamente aclaratorias, como la del término que da título al libro, es decir, el miedo: "Un sujeto experimenta miedo cuando la presencia de un peligro le provoca un sentimiento desagradable aversivo, inquieto, con activación del sistema nervioso autónomo, sensibilidad molesta en el sistema digestivo, respiratorio o cardiovascular, sentimiento de falta de control y puesta en práctica de alguno de los programas de afrontamiento: huida, lucha, inmovilidad, sumisión." Repito que aunque larga es una ajustada definición del sentimiento que yo mismo he experimentado, así como todos y cada uno de los síntomas que se citan en la frase.

viernes, 17 de octubre de 2008

LETRAS PARA EL OCIO

LA AYUDA DE LA LECTURA

Hablarnos de lo que uno y otro leemos nos ayuda, parece una simpleza, pero es verdad, a estar más unidos. Por mi parte, le decía a mi mujer que leer Anatomía del miedo me ayudaba a comprender mejor lo que me pasaba, aunque muchas afirmaciones del libro me parecían pura teoría médica o psicológica, o simplemente historia o, por qué no decirlo, puro relleno. Un ejemplo habla de que "En el siglo XVII, en ciertas zonas de Francia, el miedo llegó a ser tan grande que los novios se casaban de noche para que los brujos no se enteraran. Todavía en 1679 J. B. Thiers, párroco de la diócesis de Chartres, en su Tratado de las supersticiones que afectan a todos los sacramentos recoge las decisiones conciliares y sinodales que condenan el anudamiento del cordón y da a conocer una veintena de recetas, al margen de los exorcismos y de la absorción de siempreviva." Ameno, divertido, sí, pero no deja de ser texto de relleno, aunque por otra parte sirva de pequeños descansos en el recorrido de la lectura.







LA ESCRITURA LÚDICA

Lo de la escritura lúdica (lo del libro de texto es otra cosa) me relajaba enormemente. Me pasaba horas enteras puliendo un cuentecillo de diez líneas, pues por aquel entonces me había entregado a redactar relatos breves y microrrelatos. Algunos me habían brotado de la imaginación como si fueran emulaciones de las greguerías de Ramón Gómez de la Serna, como aquel que decía: "De tanto mirar al mar desde la azotea de su casa, mi vecina se convirtió en gaviota". Otros microrrelatos tenían relaciones con la mitología, como el cuentecillo del unicornio y la doncella: "No es que al unicornio sólo lo pudiera capturar una doncella, sino que la doncella del mito sólo quería perder su virginidad con el apéndice que el animal tenía sobre su frente. Después de la desfloración, el unicornio se fue a vivir con la doncella. Y mientras se iba domesticando fue perdiendo su enorme protuberancia frontal. Y así nació el caballo." Tampoco faltaban los que contenían una pequeña anécdota de novela negra o se basaban en un diálogo más o menos ingenioso, asuntos triviales de la vida e incluso kafkianos, como el del relojero: "El viejo y decrépito relojero se dispuso a poner en hora y dar cuerda tal vez por última vez a su reloj de pulsera y, con el pulso ya de por sí debilitado y la mente francamente deteriorada, se equivocó y las agujas empezaron a rodar en sentido contrario sin que se diera cuenta. Y mientras le daba cuerda, notó que sus fatigados ojos recuperaban visión, sus piernas quebradizas se tensaban y todo su cuerpo empezó a cobrar fuerza y agilidad. Su mente trabajaba rápidamente y mil ideas se agolpaban en su renovado cerebro. De las paredes de su taller se descolgaron todos los relojes y en su lugar aparecieron los cuadros de paisajes que había en su niñez. Por la ventana vio en el patio el columpio que su padre le había instalado esa misma mañana y, sin esperar más, salió corriendo entre gritos de alegría para estrenarlo, tal y como había hecho ochenta años atrás. La voz de su madre salió de la casa diciéndole: "Hijo, no le des tan fuerte no sea que saques del cemento los pies del columpio."
Por la misma época de los microrrelatos andaba metido en un cuento sobre la infancia para mandar a Tarrasa un relato que había surgido del resultado de reducir y condensar (suprimiendo incluso la trama principal para quedarme con los datos que hacían referencia exclusiva a la niñez) una novela corta de más de sesenta páginas en una narración que no llegaba a veinte folios. Lo malo del caso es que no lograba dar con el modo de contar la historia, aunque sabía en qué consistían sus principales elementos, los personajes, los hechos, el espacio y el tiempo; hasta tenía bien asegurados el tema y el asunto: la fuerza que la nostalgia del pasado ejerce sobre un hombre adulto que cada año vuelve por Semana Santa a la tierra que le vio nacer, pese a que su edad ya no le permite realizar tan largos viajes en coche como cuando era más joven. El secreto estaba en la manera de contar, el punto de vista del narrador. Al final, lo dejé por imposible. Aunque me divertí de lo lindo ensayando varias estructuras.






SOBRE UN POEMA

Durante una temporada me dediqué a dar forma definitiva a una colección de poemas que había escrito durante el último viaje a mi ciudad natal. Y se dio que habiendo llegado al poema que retrata la impresión de la visita que entonces había hecho al cementerio de San Atilano y en ella a la tumba de mi admirado y amigo poeta Claudio Rodríguez, me quedé clavado en el recuerdo de aquella circunstancia sin que palabra alguna saliera a mi encuentro. Tenía delante, eso sí, la composición que sobre la tumba había escrito, un conjunto de líneas mal hilvanadas. Y aunque mi mente no dejaba de estar en activo, no lograba dar con un adjetivo o un verbo que en cierto verso me faltaba para redondearlo. Sólo al cabo de unas horas me pareció dar con la expresión que concordaba exactamente con lo que yo quería decir. Por ejemplo, una vez que hube llegado a la segunda estrofa con sudores y lágrimas, como quien dice, unas cuantas palabras se reunieron como por arte de magia en la noche del pensamiento y amanecieron en la pantalla del ordenador de esta manera:
"Y aquí estás, esperando con el verso
cumplir fiel la canción del despertar..."
Y ahí se quedaron quietas, mudas, sin saber cómo continuar. Estuve a punto de cerrar así el poema porque lo asociaba con el verso inscrito en la tumba de Claudio. Lo de "la canción del despertar" tenía su sentido pues, como digo en la lápida de la tumba, en bajo relieve aparecía un verso del poeta perteneciente al Canto del despertar, poema incluido en el primero y mejor poemario de Claudio, Don de la ebriedad, escrito en un estado absoluto de inspiración al modo clásico, sólo equiparable a los que habían vivido poetas de la talla de Rimbaud, Willian Blake o Coleridge. Ese verso de Claudio grabado sobre su tumba es: "El primer surco de hoy será mi cuerpo".
Sin embargo, un resquemor interno me decía que así no podía dejar el poema, que debía seguirlo hasta lograr decir lo que quería y sentía en aquel momento. Busqué inútilmente en el pozo de las palabras docenas de ellas sin que lograra expresar lo que sentía. Y, a cambio, como un torrente imparable surgió una estrofa más. No quise darle más vueltas al poema y lo dejé para unos días más tarde. Y de repente, al releer lo escrito y llegar a aquellos versos que se habían quedado en el aire, las palabras que necesitaba vinieron solas a mi encuentro como una liberación o un alumbramiento:
"Una lápida gris cubre tu trigo,
una cruz te señala como grano
logrado de la tierra y unas llamas
alumbran la ebriedad de tu cosecha."

Entonces supe que la escritura, además de juego, es salvación.

miércoles, 15 de octubre de 2008

LETRAS PARA EL OCIO

SOBRE LA HIPOCONDRÍA

Mientras esperaba en la consulta del psiquiatra me dio por pensar en que muchos de los males que me aquejan son debidos a trastornos psicológicos que padezco. Si no estoy enfermo, pienso en la enfermedad que me está rondando, y si ya estoy enfermo, exagero los síntomas de mi posible dolencia de tal modo que me pongo peor. Eso puede deberse a que padezco la peor de las enfermedades: la hipocondría. El diccionario la define como afección caracterizada por una gran sensibilidad del sistema nervioso con tristeza habitual y preocupación constante y angustiosa por la salud. Antes de entrar a la consulta del psiquiatra aún me dio tiempo de leer un párrafo en Anatomía del miedo que tenía que ver con ello: " La hipocondría se relaciona con otros trastornos psicológicos, en especial con la angustia y la depresión, y también con una capacidad agudizada para percibir problemas, lo cual a estas alturas no puede sorprendernos. Desde el psicoanálisis se pensaba que estaba relacionada con el narcisismo. El hipocondríaco siente una auténtica pasión organizada alrededor del cuerpo, de su dolor, un aparente deleite en la exhibición de su sufrimiento y en la prolijidad con que recita sus síntomas." Aquel párrafo me estaba retratando. Era yo, aunque algo exagerado. Al punto pensé que sin duda detrás de todo eso se hallaba la vejez. Estaba seguro de que la vejez trae consigo eso y mucho más.. Ya lo decía bien la Celestina y Jorge Manrique y tantos otros clásicos de nuestra literatura. Mientras tanto, el jardín se rejuvenecía sin parar. Los pitosporos estaban como locos echando nuevos brotes, los narcisos doblaban su cabeza verde y se abrían en cinco pétalos amarillentos con un círculo azafrán en el centro, las carolinas amarilleaban en las puntas, los nísperos engordaban, las yedras se estiraban, los evónimos se ensanchaban cada vez más quitando espacio a los cactos, cuyas flores rojas y acampanadas, seguían abriéndose, las saxífragas se extendían por todo el arriate con sus hojas redondas y nervadas, el lilo engordaba por horas sus yemas extremas... todo en el jardín anunciaba la cercana primavera. Todo era joven menos yo.




EL CONCEPTO DE LA ANGUSTIA

Yo siempre había creído que El concepto de la angustia, de Kierkegaard, se encontraba en algún estante de mi biblioteca, pero no era así, de modo que a la primera ocasión que tuve y mientras esperaba mi turno en la biblioteca de Cerdanyola para acceder a mi correo electrónico, comprobé que ese libro se encontraba allí y lo pedí. Pero en casa comprobé enseguida que las teorías del filósofo danés sobre la angustia no me interesaban demasiado porque, tal y como rezaba en el subtítulo era una "investigación psicológica orientada hacia el problema dogmático del pecado original". Es un libro triste y extrañamente religioso de un hombre que fue siempre triste y carcomido por las ideas de la inocencia y el pecado. Y yo buscaba herramientas para conocer mejor lo que me estaba pasando. Lo de que la angustia es una consecuencia del pecado original o del pecado que consiste en la falta de conciencia del pecado, no me interesaba lo más mínimo, ni siquiera que la angustia en unión con la fe es un medio de salvación. Eso está muy bien para los católicos, apostólicos y romanos, pero no para un hombre normal, creyente por educación pero poco más, y con una enfermedad psicosomática, trastorno de angustia, según me había diagnosticado mi psiquiatra. Lo de Adán, el árbol del Bien y del Mal, la caída y sus consecuencias para el resto del género humano era cosa de las Sagradas escrituras, cuyas lecciones y lecturas había escuchado y leído de niño con verdadero interés. Aunque sólo fuera la historia particular, sin símbolos ni parábolas, con sus personajes y sus decisiones, sus espacios naturales y los demás elementos de la narración: la historia de Abrahán y su hijo Isaac, Daniel y los leones, el valor y la astucia de David para vencer a Goliat, la fuerza de Sansón en contraposición de las artimañas femeninas representadas por Dalila, el baile de los siete velos que acaba con la decapitación del bautista..., hasta muchas de las historias y milagros de Jesús, ya en el Nuevo Testamento, incluida su esperada resurrección, hoy tan puesta en entredicho en libros de superventas y en películas rodeadas de polémica, como la última en que se habla de la tumba de Magdalena, Jesús y el hijo de ambos... me mordían entonces y aún me muerden la curiosidad.
Sin embargo hay afirmaciones en el libro que me han llamado la atención. La primera de ellas es la de advertir que hay que diferenciarla del miedo y demás estados análogos, porque éstos se refieren siempre a algo determinado, "mientras que la angustia es la realidad de la libertad como posibilidad antes de la posibilidad. Por eso no se encuentra ninguna angustia en el animal; justamente porque éste, en su naturalidad, no está determinado como espíritu."
O éstas otras: "El hombre es una síntesis de alma y cuerpo; pero al par es una síntesis de lo temporal y de lo eterno." "Hablar del bien y el mal como si fueran objeto de la libertad, significa hacer finitas ambas cosas, la libertad y los conceptos de bien y mal. La libertad es, empero, infinita y no brota de nada." "La verdad sólo existe para el individuo cuando él mismo la produce actuando." "Los fenómenos negativos carecen de la certeza porque son presa de la angustia del contenido." "Entender una frase es una cosa; entender lo que en ella apunta a mí es otra cosa. Entender lo que uno mismo dice es una cosa; entenderse a sí mismo en lo dicho, otra." "Quien ha aprendido a angustiarse en debida forma, ha aprendido lo más alto que cabe aprender. Si un hombre fuera un animal o un ángel, no sería nunca presa de la angustia."






DE NUEVO LA BUHARDILLA

Por las tardes, después de comer, nos subíamos mi mujer y yo a la buhardilla y tomábamos el sol con un libro en las manos. Yo, por lo menos, dejaba que el sol me acariciara la piel y poco más hacía, o nada, con el libro que tenía en la mano. En cambio, mi mujer, aprovechaba las dos cosas al máximo. Y así acabó una de aquellas tardes la historia de Tirso, el vigilante de la obra de la novela de Manuel Ferrand Con la noche a cuestas. Según me decía, Tirso acababa de sufrir un accidente en la obra; parte de la construcción se había caído sobre la chica de la pensión en la que él se hospedaba y sobre una de las piernas del vigilante. La chica al final murió y Tirso, en el hospital, escayolada una pierna y acompañado de su esposa, se recupera del susto y decide volver a su pueblo, que era su sitio, según decía su esposa. Castro, el sereno, y Fede, el portero, hablan en las últimas páginas de la novela de la mala suerte que había tenido su amigo, el cual al fin se concilia con su destino, pese a la pregunta que se hacen Castro y Fede sobre la cartera, la famosa cartera que sirve de punto de referencia a la relación entre los diversos personajes de la narración, y que el nuevo vigilante encuentra entre los escombros de la obra derrumbada. ¿Como había vuelto allí la cartera con el dinero después de que Tirso la hubiera devuelto al presunto dueño que la había perdido?

domingo, 12 de octubre de 2008

Parados ante la "PARADA"

No sólo la prensa escrita nos da a diario oportunidad de reflexionar sobre el lenguaje por su falta de delicadeza y estima respecto de la lengua (la sangre del espíritu, según Unamuno) que empleamos para comunicarnos con nuestros semejantes; también la prensa hablada, la de la radio, propina patadas al diccionario de considerable envergadura siempre que puede. Sin ir más lejos, hoy 12 de octubre, día de la patria y de las fuerzas armadas, en la emisora de la COPE el periodista que comenta las noticias de la mañana ha dejado escapar esta perla: "Hoy tendrá lugar en Madrid la parada militar para celebrar..." "Parada". Este término, que es una traducción del francés "parade", desgraciadamente se ha ido extendiendo en labios de los "comunicadores" de la prensa de todo tipo y hoy se dice con la mayor naturalidad del mundo, cuando la palabra apropiada es DESFILE. Así pues, el locutor de la radio de dicha emisora debió decir "Hoy tendrá lugar en Madrid el DESFILE militar para celebrar..."

sábado, 11 de octubre de 2008

Otra vez PÚBLICO

En la edición del jueves 9 de octubre en la página de FÚTBOL dedicada a Riquelme, jugador del Boca Juniors argentino (también lo fue de otros equipos españoles como el Barça o el Villarreal) descubro dos patadas al diccionario cada cual más cruel. Veámoslas. En la primera columna del artículo leemos: "Lo cifra todo en la sensibilidad de su fútbol, que precisamente ahora no vive por su mejor época." "No vive por su mejor época". ¿En qué estaría pensando el periodista? ¿No querría decir "no vive su mejor época"? ¿O quizá quiso decir "no pasa por su mejor época"? En el primer caso, "no vive su mejor época", "su mejor época" es el complemento directo de "vive". Y en el segundo caso, "no pasa por su mejor época", "por su mejor época" es el complemento de régimen verbal de "pasa". A estos deslices lleva, o bien el vuelapluma a que están sometidos los redactores de la prensa, o bien la poca estima que hoy en día se tiene respecto del idioma. Quiero creer que es lo primero. La segunda patada al diccionario puede verse aún mejor, pues se halla en la cuarta columna del artículo, en uno de los textos destacados: "Cáceres invita a Román quitarse de en medio y éste (en realidad, este pronombre aparece sin tilde) se enoja." "Invita quitarse de en medio". Al periodista se le olvidó escribir la preposición "a" propia del régimen verbal correspondiente ("invitar a"); así pues, el texto debió decir "Cáceres invita a Román a quitarse de en medio." ¿O es que al redactor no le van los complementos de régimen verbal?

viernes, 10 de octubre de 2008

LETRAS PARA EL OCIO

SOBRE LA INTOLERANCIA

Hablar de intolerancia a estas horas es llegar tarde a todos los sitios. Se han dicho tantas cosas sobre el término que decir una más va a sonar a destiempo e incluso intolerante. Me conformo con hacerlo como mejor sé: con versos.
"Intolerancia,
ave sin nido,
alimaña sin sueño:
no necesitas armas
para matar al mundo.
Con un rayo de ira,
una costumbre rancia,
un NO de cien candados
injertas la cizaña
asfixiante del miedo,
escarneces perdones
y amordazas ventanas.
Intolerancia,
Ku-Klus-Klan de la sombra,
chapapote de sangre:
vuelve a tu madriguera
de raíces de olvido
para morir de rabia,
y deja que la primavera
florezca en los andamios
y en los cuerpos desnudos,
y que el día sea senda
para la libertad
y la noche otra luz
donde las manos blancas
--aves con nidos--
vuelen altas, muy altas."


ANATOMÍA DEL MIEDO

Anatomía del miedo, de José Antonio Marina, libro que alude en el subtítulo ("Un tratado sobre la valentía") precisamente a lo contrario, es un libro cuando menos peculiar. Además, está muy bien documentado, con una bibliografía exhaustiva (y no me refiero precisamente a la médica, pues no conozco gran cosa del tema en ese campo, sino a la meramente histórica y literaria) y un esquema de trabajo muy riguroso y ameno, cosas muy difíciles de conllevar paralelamente. Así que el resultado es bastante plausible. Desde la misma introducción se descubre por dónde va a ir el hilo de la tesis del libro: En ella se dice que la humanidad ha tejido su historia esforzándose por librarse del miedo y a la vez imponiéndolo para conseguir su seguridad. De ahí que el miedo sea una herramienta política de mucho poder, lo mismo que religiosa. Para vencer al miedo no hay que actuar como los animales (huyendo, atacando, inmovilizándose o mostrando simplemente sumisión a él), sino ignorándolo, como si no lo tuviera; eso sería la valentía. Y aunque todos nacemos miedosos siempre se ha valorado la valentía. Y el autor añade que desearía que la inteligencia humana se esforzara en aceptar y manejar las emociones, entre las que ocupa un lugar destacadísimo el miedo. Para concluir que su labor investigadora ha tenido como meta "elaborar una teoría de la inteligencia que comenzara en la neurología y terminara en la ética."
La cuestión es que el libro me ayudó mucho a comprenderme y a conocerme mejor. Hay una página que no tiene desperdicio, la 98. En ella se explica la estructura de la personalidad humana, de cualquier personalidad humana, incluida la mía. En ella se dice que existen tres estratos en la personalidad de un individuo: 1, la personalidad recibida, genéticamente condicionada, que incluye las funciones intelectuales primordiales, el temperamento y el sexo, y cuyas características principales son la vulnerabilidad, la propensión a los miedos y la afectividad negativa. 2, la personalidad aprendida o el carácter, que es un conjunto de hábitos cognitivos, afectivos y operativos adquiridos a partir de la personalidad anterior. Y 3, la personalidad elegida, o manera como nos enfrentamos o aceptamos nuestro carácter y operamos según él; incluye el proyecto vital y el sistema de valores. ¿Un libro de autoayuda? Yo creo que fue bastante más que eso.



LA VIDA EN LOS LIBROS

Desde que estamos casados, mi mujer y yo nos acostumbramos a encontrar gusto en descubrir otras vidas en los libros. Al principio me encargaba de elegirle novelas que le hicieran sentir y pensar algo. Y los dos, una vez que estábamos enfrascados en nuestras respectivas lecturas, de vez en cuando levantábamos los ojos del libro y pasábamos ratos agradabilísimos descifrando pensamientos y sentimientos de los personajes que aparecían y desaparecían en nuestras respectivas novelas. Y nos preguntábamos cosas y detalles de las vidas de los personajes de nuestros libros. Así las vidas de papel se cruzaban con las nuestras con cierta naturalidad que a la primera de cambio se convertía en familiaridad, de modo que las experiencias vitales librescas y personales se mezclaban con la suavidad y dulzura del azúcar en el café con leche.
Recuerdo que en cierta ocasión mi mujer estaba leyendo desde hacía días Con la noche a cuestas, una novela con la que Manuel Ferrand había ganado el Planeta a finales de los sesenta. Era casi de noche y en la ventana quedaba poca luz. Mi mujer levantó la mirada del libro, se quitó las gafas como para dar por concluida la lectura por aquel día y me dijo que acababa de conocer por encima la solitaria y arriesgada vida de Tirso, un vigilante de obras nocturno. Acto seguido, a su pregunta, le dije que yo, en cambio, acababa de leer un poema de Juan Ramón Jiménez en el que hablaba de su adiós definitivo; el poeta, en su yo poético le había dicho desde la página de su libro:
"Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros
cantando;
y se quedará mi huerto, con su verde árbol,
y con su pozo blanco..."
Otras veces coincidíamos en la lectura de textos aún más dispares. Mientras yo leía el Kafka de la Carta al padre, un cúmulo de recriminaciones y reproches producto de su mente enferma o de su típica angustia y sus miedos a hacerse mayor bajo la supuesta mirada del padre severo y autosuficiente, mi mujer leía La soledad era esto, una novela de tintes poéticos de Juan José Millás. Yo disfrutaba oyéndola. Siempre su voz sabiamente narradora sabía dar con el intríngulis de las vidas de los protagonistas de sus novelas, y lo hacía de una manera única, entrañable y natural. Que ya me hubiera gustado poseer a mí en los momentos de la clase, cuando ante los alumnos tenía que lograr hacerme con sus voluntades y motivarlos para que, empujados por una fuerza superior y una curiosidad sin límites, acudieran a los libros recomendados y los devoraran como el mejor y más digestivo de los alimentos...espirituales. Oyéndola, me daban ganas de levantarme de mi sillón y darle un abrazo total, incondicional y tierno. Recuerdo, por ejemplo, el respeto, que era admiración sin el menor atisbo de crítica, con que hablaba de la Elena de La soledad era esto. Me decía : "Elena hace contratar por teléfono a un detective privado para conocer las infidelidades de su marido y luego, tras aceptar el destino que le ha tocado vivir (la muerte de su madre, su soledad conyugal...), pide al detective que la investigue a ella; porque así se siente más viva, de algún modo menos solitaria y, sobre todo, puede ver la luz de la esperanza al fondo de su triste y solitario túnel. Ni la dramática expresión de Juan Ramón al decir aquellos versos de
"Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado,
mi espíritu errará nostálgico..."
podía igualarse con la transparente sencillez y emoción con que mi mujer me hablaba, por ejemplo, de los dos pobres hermanitos, Santi y Begoña, protagonistas de El otro árbol de Guernica, de Luis de Castresana, los cuales se ven obligados durante la guerra civil española a vivir en el extranjero, alejados del mundo del hogar y de su infancia...

miércoles, 8 de octubre de 2008

LETRAS PARA EL OCIO

UN REFUGIO

Cada ser humano gusta de tener un reducto de paz para poder aislarse del mundo y estar a solas con sus aficiones más queridas. Yo tengo el altillo de la casa o la buhardilla, como quiera llamársele. Allí paso gran parte del día y allí me entretengo haciendo las actividades más diversas aunque todas relacionadas con el mundo de la cultura, las artes y la literatura. Y cuando opto simplemente por seguir la evolución de las musarañas, me pongo a contemplar los cuadros que allí cuelgan de las cuatro paredes. Y recomiendo esa otra actividad de no hacer ninguna actividad, es decir, de mirar solamente y dejar vagar libremente a la imaginación y al mundo siempre vivo de los pensamientos. Era muy diferente hacer eso, es decir, nada, a revisar libros y libros de cuantos se amontonan en los estantes que ocupan también las cuatro paredes de la buhardilla. Cogía uno al azar y, sólo con releer mis anotaciones en los márgenes de muchos de ellos, se me pasaban las horas volando y yo cambiaba de edad al cambiar de libro; algunas de aquellas frases me parecían ajenas a mí (¡tanto puede cambiar el modo de sentir y pensar de las personas!) y otras frases me mostraban cómo había sido yo en diversos estadios de mi vida. De repente descubría que debía dejar aquella actividad si quería volver a ser yo, el hombre de ahora, el hombre que tenía ya sesenta y tres años y estaba de baja por enfermedad y era plenamente consciente de todo ello. Otras veces, sentado en el sillón reclinable, colocado ante la puerta acristalada de la salida al solario, miraba al cielo sobre las terrazas de las casas vecinas siguiendo la evolución de las nubes o el vuelo de algún pájaro que cruzaba por instantes el trozo de cielo. Y si no, simplemente dormitaba. Pero en seguida me daba cuenta de que esta última falsa actividad resultaba ser la peor porque al punto venían a mi mente con sus aguijones malsanos de los pensamientos negativos y eso me postraba más en mi acostumbrado desánimo; al contrario, hacía todo lo posible por levantarme el ánimo, proponiéndome actividades para la tarde, como salir a pasear por los alrededores, coger el coche para hacer la compra en los grandes almacenes que hay en el pueblo vecino o hacer visitas a la biblioteca del pueblo para consultar internet o intercambiar libros. Lo pagaba ella, que incluso perdía parte de su tiempo para dictarme textos que yo necesitaba para las lecturas y actividades del Manual de Bachillerato que por entonces estaba confeccionando para una editorial. La buena estrella de mi mujer hacía que, con aquellos dictados, enseguida se me pasaran los malos momentos y juntos reíamos ante ciertas escenas de teatro, singulares párrafos de novela o versos que hacían sentir y pensar festiva y amablemente. Y más tarde, cuando pensaba en todo eso, me arrepentía enseguida de haberme portado como un majadero con mi mujer y dejaba el altillo para buscarla por toda la casa; y cuando la encontraba, le hacía una carantoña y la besaba como un niño que busca el cariño a toda costa.

























DE CUADROS

Muchos de los cuadros que cuelgan de las paredes de la buhardilla, por no decir todos, han sido pintados por mí (aunque de aquella manera), y algunos hasta más de dos veces. Si se hiciera la historia de cada uno de los cuadros colgados en mi casa, habría materia suficiente para escribir un libro (aunque sería de escaso interés). Un ejemplo. El que presenta una parte de la Barcelona antigua, los arcos de la muralla, la torre de Martín el Humano y la de santa Águeda, entre otras, tuvo antes un retrato mío en el que se me veía pintando la Vila Vella de Tossa. Esteban, mi hijo mayor, cuando estas vacaciones de Navidad estuvo en casa, se empeñó en poner su granito de arena en el cuadro. Hizo algunas veladuras, amortiguó los sienas de las torres, acentuó los violetas de los arcos... A mi juicio, el cuadro ganó con su aportación (siempre ha sido mejor que yo en la dedicación y delicadeza). Hay cuadros por todas partes (ya quedó dicho). En la pared más grande, además del cuadro de Barcelona, hay otros que son figuras (una mujer copiada de Rembrand: la que se coge los bajos de sus vestidos y los remanga por encima de sus rodillas; y otra de Zuloaga, con un paisaje vasco, árbol, colinas y el mar detrás; su ropa es negra y porta en la mano un bolso, también negro), paisajes (alguno también copiado, como el puente de Corot, que me recuerda mucho el de Zamora, mi ciudad natal), pero otros son originales, como el campo en que trotan en distintos términos tres caballos precedidos de dos perros (lo que podría llamarse una escena de caza). Hay también en esa pared de la buhardilla un cuadro trampa, que es el del perro que copié de un cuadro de Velásquez; lo que ocurre es que lo situé en un paisaje misterioso, enmarcado por dos troncos de pino; me gusta en especial la postura del perro; el can, apoyado sobre sus cuartos traseros, mira hacia la izquierda sin ansias, como aprovechando el rato de sosiego a la sombra que el amo invisible le concede; antes, en la colina del ángulo superior izquierdo pinté el castillo de Peñafiel que había localizado en un libro de historia; pero finalmente lo cubrí con el azul lechoso del cielo para que no quitara importancia al lebrel, que realmente es el protagonista de la pintura. De todos los cuadros de esa pared me gusta contemplar en especial uno, cuadro que fue también retocado por Esteban. Representa los sentimientos que experimento por Tossa y aparece dividido en dos mitades verticales, en la de la derecha aparece mi mujer, busto cogido de un momento vivido en el Ritz hace algunos años cuando recibí el premio de poesía Don Balón por mi poema Dioses contra la derrota (después sería miembro del jurado de ese premio, junto a figuras tan ilustres del mundo de las letras y el espectáculo como Manuel Alcántara, Joan Manuel Serrat o Pedro Ruiz; todo debido a la inmensa generosidad de Rogelio Rengel, el artífice del Premio). Lo importante es que mi mujer aparece en ese cuadro sonriendo ante una mesa y dos copas, como mirando siempre al que la quiera mirar en una correspondencia sin igual, en el marco de lo que parece una ventana. En la otra mitad del cuadro, las ramas oscuras de un árbol enmarcan en la parte superior la torre principal de la Vila Vella de Tossa, y más abajo, hacia la izquierda, parte de la fachada de un palacio con dos ventanas en arco, a una de las cuales, la más cercana a la mujer, se asoma una fotografía mía. Mis hijos suelen mirar entre bromas este cuadro; aun así, para mí sigue encerrando demasiados sentimientos, incluido el buen humor. Sin embargo, los cuadros que más abundan en esa pared y en el resto de la casa son bodegones: cestas con frutas, platos, botellas, cántaros y otras vasijas, libros... Si no fuera por la pintura, yo no aguantaría tantas horas de ocio y de inactividad. Desde que me vi obligado a abandonar las aulas, sólo la lectura, la escritura y pintar un paisaje, una figura o un bodegón, aunque sean copiados, pueden contrarrestarme mi alejamiento momentáneo de las lecciones, los alumnos y las aulas.















MIEDOS

Hay ratos en que, dolido por los miedos interiores que desde mucho tiempo atrás me persiguen, me limito a escucharme y observarme mientras mi mirada se pierde en el cielo, siguiendo las evoluciones de las nubes, que aparecen en la lejanía como bultitos y se van acercando cada vez más monstruosas hasta el lugar más próximo a mi mirada. De niño había miedos que me atenazaba más que otros, y no temía por ejemplo subir al desván y pasarme allí horas enteras aunque cientos de ruidos misteriosos me envolviesen, o marcharme solo al soto y pasar aquel letrero de "Prohibido pasar" de las josas de las higueras y granados, aunque sabía que podía salirme al encuentro alguno de aquellos perrazos siniestros que guardaban las huertas y los cercados contra posibles intrusos. Eran otros perros invisibles y peores los que me llenaban de zozobra: las Semanas Santas, los ahogados del río, las estrecheces económicas de la familia, cualquier enfermedad de mis padres, la mía propia; hasta morir joven, como aquel niño paralítico, Antolín, con el que había cambiado hasta hacía poco cromos o tebeos, que murió entre terribles dolores echando heces por la boca. Cuando me hice mayor, los miedos se me convirtieron en angustias. La muerte de mis padres, todavía jóvenes, hicieron que cada vez que yo caía enfermo de un simple resfriado me creyera que la enfermedad se iba a complicar tanto que acabaría llevándome a la tumba, y no había misterio más atemorizador que el de adivinar mi cuerpo metido en un nicho o a dos metros bajo tierra, en invierno, cuando más frío hace y cuando la lluvia se cuela hasta las raíces de los árboles a varios metros de la superficie. La lectura devoradora de ciertos autores, como Bécquer o Allan Poe, me llenaban de un placer enfermizo mientras leía con devoción sus historias de enterrados vivos o de muertos que vuelven a la vida para vengarse; pero cuando cerraba las páginas y mi imaginación volaba entonces un miedo cerebral se apoderaba de mí y me encogía el corazón. En realidad, mucho antes de que el psiquiatra me recomendara la lectura del libro de Marina, yo ya había frecuentado la lectura y la inmersión en libros que trataban el miedo no desde un punto de vista tan médico y terapéutico, sino visto como efecto de muchos males en el mundo y motor de creación para muchos literatos y artistas. Hubo un libro que durante mis años de estudiante frecuentaba después de haberlo leído mentar por Unamuno; era Concepto de la angustia, de Kierkegaard, un libro que hace de la angustia y del miedo no sólo el alma y el motor de muchas enfermedades somáticas del hombre, sino también de su conducta diaria personal, familiar y social. Y durante los días, pocos, en que anduve buscando el libro recomendado, me dediqué a leer libros y autores que trataban del miedo: Jardín umbrío, de Valle-Inclán; Los fantasmas de mi cerebro, de Gironella; Carta al padre, de Kafka…

martes, 7 de octubre de 2008

LETRAS PARA EL OCIO

A PROPÓSITO DE ORQUESTAS

Un fin de semana de enero me enteré al azar de que iba a tener lugar en el Gimnasio del Instituto de Tossa un concierto musical (¿por qué iba a ser diferente un gimnasio de otro lugar para dar rienda suelta a la fantasía musical, para tocar la música, para oírla o las dos cosas a la vez?), y allí fui, acompañado de mi mujer, con el ánimo de pasar un buen rato, lejos del bullicio callejero y de la playa. Nada más entrar me encontré con un grupo de jóvenes músicos cuya mayor edad no sobrepasaba los veinte años; enseguida comprendí por qué se llamaba a sí mismo el grupo Joven Orquesta de la Selva. La orquesta estaba dirigida por un hombre delgado, joven y sensible. Y durante todo el tiempo que abarcó su actuación no lograba salir de mi asombro. Oyendo y viendo cómo los componentes de la orquesta tocaban sus instrumentos de cuerda y viento para convertirlos con la disciplina y dedicación pertinentes en un vals de Shostakovich, la sardana de San Martín del Canigó del gran maestro Pau Casals o El bandolero de Luis Llac, instrumentos que a veces eran más grandes que sus ejecutores, como el clarinete de la niña delgadita de la primera fila o el contrabajo del chaval del fondo, la verdad es que no pude evitar que las lágrimas salieran corriendo como dice Espronceda en el estribillo famoso de su Canto a Teresa.

















SOBRE LA HIPERSENSIBILIDAD

La facilidad con que se me escapan las lágrimas no es algo que me haya importado mucho nunca ni me haya quitado el sueño. Y no me refiero a los sucesos dramáticos, que ya de por sí provocan las emociones que hacen funcionar automáticamente al lagrimal. Hace unos días comentaba que oyendo y viendo cómo los miembros juveniles y algunos infantiles de la Orquesta Joven de la Selva manejaban sus instrumentos musicales no pude evitar que las lágrimas salieran corriendo como dice Espronceda en su conocido Canto a Teresa. Pero es que también me suele ocurrir en los casos más peregrinos. Por ejemplo, contemplando una escena de película, como la que llevo siempre en la memoria desde niño; era, para mí, una escena tierna, según la cual unos soldados americanos, valiéndose de un trozo de pan dejado sobre una roca, logran atraer hasta ellos a un niño harapiento y desnutrido que acaban de ver aparecer entre las ruinas de una ciudad tras una batalla de guerra; finalmente, lo llevan a una casa de acogida social donde lo lavan y lo cuidan. Me parece que aquella película se titulaba Los ángeles perdidos o algo así. Pero es que también me sucede con alguna que otra canción, como la que canta Cecilia, aquella de Un ramo de violetas. La última vez que me ocurrió fue yendo en el coche de vuelta a casa tras pasar un fin de semana en Tossa. En el CD del coche sonaba la historia emotiva de la mujer que se siente dejada de lado por su marido y de pronto empieza a recibir todos los noviembres una carta de amor y un ramito de violetas, y no sabe que es su propio esposo quien se los manda. Cosas del lagrimal, de las emociones, que suelen ser muy variopintas, o de la hipersensibilidad, a secas (en este caso, a “húmedas”).










ORDENANDO LA BIBLIOTECA

Despedí el mes de enero haciendo limpieza en mi biblioteca, o mejor, poniendo un poco de orden en ella. Y revisando libros de poesía escritos y dedicados por poetas amigos y conocidos de uno de los estantes destinados a cobijarlos, di con una revista que el Ayuntamiento de Albacete había publicado nada más y nada menos que en 1980. Acababan de desvanecerse de un plumazo veintiséis años con todo lo que ellos llevan y traen consigo, y la literatura en general y la poesía en particular, seguían tan niñas como siempre, con esas ganas de vivir tan pujantes que parecen estar siempre instaladas en la primavera del tiempo y de la vida. Barcarola se llama la revista. En cuanto la vi, recordé al instante que yo en otro tiempo igualmente lejano también había publicado algo alguna vez en ella, recomendado por mi viejo amigo y poeta Antonio Matea, que por los años a que hago referencia guardaba muy buenas relaciones con el director de Barcarola Juan Bravo Castillo. Pero lo más sorprendente de todo fue que al ojearla, encontré en el índice, junto con los nombres del propio Matea y el de sus amigos y colegas de Viernes Culturales de Cerdanyola, el ya desparecido Carreta, y la siempre joven Encarna Fontanet, el de su amigo y compañero de profesión en La Románica Lorenzo Miralles. Casualidades que reporta generosamente la vida. Recordé también que el día en que Encarna me presentó en mi reciente recital de poesía sobre Zamora estaban en la misma sala escuchándome, me refiero a Encarna y a Lorenzo. Lo bueno del caso es que no se conocían personalmente pese a haber colaborado en el mismo número de la Revista veintitantos años atrás, y los dos mucho más jóvenes. Dejemos eso. Lo que de verdad me importaba ese día de enero fue encontrar en Barcarola dos trabajos de quien ahora era uno de sus mejores amigos y que en la época de la colaboración en la Revista ni siquiera sabía quién era. Uno de los trabajos es un díptico narrativo que trata, en primer lugar, de la visión del amor terrenal como algo que nace para hacernos feliz durante unos breves instantes y luego desaparece dejándonos sumidos en una tristeza inconsolable; la segunda parte del díptico presenta el problema del ser humano por conocerse del todo, con una referencia a Borges incluida. El otro trabajo es un estudio monográfico muy interesante sobre Los versos del capitán, poemario que Neruda escribió y publicó en Nápoles durante el destierro que sufrió el poeta en Europa. Dividido en dos partes también, en la primera Lorenzo, gran admirador de la poesía nerudiana, como demuestra en el ensayo, confiesa las emociones que sintió al leer el libro por primera vez; luego pasa a analizar el carácter exclusivo, posesivo y tiránico que el amante muestra acerca del amor pasional de su amada, que ha nacido expresamente para él, y nadie más ("Todo tu cuerpo tiene / copa o dulzura destinada a mí", es la primera cita con que empieza el análisis Lorenzo). En la segunda parte, en cambio, el estudioso ve de modo diferente la lectura de Los versos del capitán, los cuales han dejado de emocionarle, pese a que, por otro lado, manifiesta su deseo de sentir el amor como el poeta chileno. Comenta Lorenzo que ahora los gustos van por otra senda, aunque, como apostilla a continuación, "quizás mi lejanía del poeta chileno no sea tanta, ni tan dolorosa", y concluye, finalmente, su estudio con estas palabras tan llenas de emoción y a la vez de decepción y desconsuelo: "Hoy el enorme Pablo no me ha emocionado. Hoy, creo, estoy un poco más solo."
Por eso, la Revista, que iba a ser retirada, más que nunca se quedará en el estante de la buena literatura de mi biblioteca.

viernes, 3 de octubre de 2008

Letras para el ocio

A PROPÓSITO DE LA MUERTE

Con apenas cincuenta años de edad se me fue un amigo del alma presa del horrible e inexorable cáncer, José Valls. Era un deportista nato. Con la bicicleta era increíble y como persona, qué puedo decir. Cuando nos íbamos descolgando uno tras otros sus seguidores por la Rabassada, oíamos su voz animándonos a seguir adelante. Decía que la vida es como dar una vuelta con la bici. Había momentos en que el recorrido era duro y había que apretar más las fuerzas, pero luego había otros en que la bicicleta iba sola porque se le había dado antes el pedaleo correspondiente. La sonrisa nunca se le iba de la boca y la ironía tampoco. Recuerdo que unos días antes de su último y fatal desenlace, le llamé por teléfono para darle yo ánimos. Le dije que tuviera un poco de paciencia y medio en broma medio en serio añadí que cuando saliera de aquello la bicicleta le estaría esperando para dar unas vueltas juntos. Me contestó con la voz entrecortada no sé si por la emoción o por el miedo: “Esteban, a mí lo que me espera ya es la caja”. Aquellas palabras me dejaron hundido. Pocos días después su mujer me llamaba por teléfono para decirme que José había muerto. En cuanto colgué, recordé al instante unas palabras de Gustave Thibon: "Hay una edad a partir de la cual la muerte es un fenómeno que empieza a concernirnos personalmente. Uno la siente madurar en sí. No se trata de pensar en ella de forma abstracta, sino de tomar una actitud ante esta realidad que nos arrebatará todo lo que vemos, todo lo que sentimos, todo lo que amamos, y que será, según la frase de Gabriel Marcel, el exilio absoluto."












SOBRE EL LIBRO

De regreso a casa de un paseo por Barcelona, aproveché el viaje en tren para releer un librito de Saramago sobre el libro y los problemas de la lectura. El viaje en tren siempre me ha gustado y, poco a poco, el dejar atrás la gran ciudad y aproximarme a la mía y mi mundo, las ideas vertidas en el libro por el Nobel portugués fueron la llave que me devolvieron definitivamente al momento actual. A modo de resumen, éstas son algunas reflexiones de Saramago que comparto: "La lectura no es ninguna obligación. la lectura es una devoción, es una pasión, es un amor." "Quien quiere leer, lee." "Me gustaría saber cuáles han sido los resultados concretos de cualquier campaña en favor de la lectura. Sospecho que lo que cuenta es la campaña en sí, hacer la campaña." "El lector ha pertenecido siempre a una minoría." "¿Por qué no hablar de un libro que forma parte de nuestra cultura y de nuestra educación sentimental. esto sería fomentar de verdad la lectura en el lector mismo, en lugar de caer en la ambición de poner a todo el mundo a leer." "El libro es una plataforma de comunicación entre personas." "Cada lector es diferente, porque nadie es plural. En el espíritu de un chico o una chica de pronto nace sencillamente el gusto por leer. Y no se sabe por qué." "Hay personas para cada libro. Incluso antes de conocer el contenido de un libro, ese libro es ya importante para determinadas personas." "El libro es un lugar donde vamos a encontrar una sensibilidad. Vamos a encontrar una visión de la vida, una percepción de lo que es nuestro destino, de nuestra relación con los demás, la explicación de un sentimiento, o el enunciado de una teoría que pasa por la sensibilidad y la formación del autor y que será recibida de distinta manera por cada lector." "La primera lectura de un libro no lo agota." "Un libro es igual que una casa, nueva en cada mirada, un libro es un continente." "El libro, después de ser leído, es algo que se reorganiza, que se reconstituye, que recupera lo que podemos llamar la virginidad de la palabra." "El libro está intacto, ofrecido a una nueva lectura, a un nuevo descubrimiento." "Las palabras que a veces malgastamos, las que decimos sin darnos cuenta de lo que ellas son, de los que ellas dicen en el libro, siempre nos están esperando." "La palabra no es palabra mientras no se pronuncia. La palabra que está escrita es una sombra. Pero cuando la decimos es una sombra que se levanta, se presenta y se nos pone delante. La palabra más insignificante, la palabra que parece que no cuenta, la de todos los días, es como un pequeño tesoro." "Personas con curiosidad intelectual, niños, jóvenes para quienes el libro es un reclamo, no saben lo que hay dentro, pero intuyen que todo está allí como una propuesta, como una invitación, "¡Conóceme! ¡Conóceme!" "La vida nos empuja a leer, leemos porque vivimos, de alguna manera vivimos porque leemos." "La lectura requiere ser vivida." "Lo primero que hay que hacer es despertar el amor por el libro, el amor por la lectura, el amor por esa cosa tan sencilla que es tener un libro entre las manos. Pero no se puede imponer a la gente la lectura como si fuera una obligación." "El libro despierta el pensamiento." "Las expresiones más completas de pensamiento humano se encuentran en los libros." "La lectura no es un vicio, es un acto libre y voluntario, que nace en el cerebro, que toca el corazón." "El trabajo del lector no es sólo leer lo que van escribiendo sus contemporáneos, sino también leer lo que antes se escribió." "El Quijote o En busca del tiempo perdido son obras inmensas en contenido y valor." "La lectura en la pantalla del ordenador es como hacer el amor sin tener a nadie con uno." "Sólo sobre la página de un libro se puede llorar porque sobre la pantalla de un ordenador no se llora. En la página del libro la señal de la lágrima se queda." "El libro es algo que pertenece a nuestra historia sentimental y nos sirve para llorar, para reír, para pensar." "La televisión, con su bombardeo sistemático de imágenes, no sustituye a la letra impresa, aunque tenga tantos adeptos o adictos." "Para leer se necesita esfuerzo. Leer es una batalla. Leer es un encuentro. Leer es un auténtico diálogo entre mi sensibilidad y mi pensamiento y la sensibilidad y el pensamiento del escritor. Leer es una relación." "¿Campañas para la lectura? Vale, pero sin olvidar hacer un debate muy serio en la sociedad sobre si la escuela está preparando o no a los ciudadanos para la lectura, la comprensión, la inteligencia, el pensamiento." Palabras sabias sobre las campañas de lectura, el libro, el escritor, el lector y los problemas de la escuela para preparar buenos lectores. Yo lo sé bien por mi condición de profesor. Y tengo aún muy fresco el recuerdo de una anécdota que se repite a diario en las aulas. Cuando anuncio que para el trimestre siguiente hay que leer un libro interesante, la primera pregunta común entre los estudiantes es la siguiente: ¿Cuántas páginas tiene?



ALGO DE CINE

El cine para mí es una manera más de vivir, de soñar, de pensar, de reconocerme, de inspirarme, de relajarme, de cambiar de mundo... Desde pequeño ha sentido por el cine una atracción irresistible. Y siempre que podía en mi ciudad natal iba a las sesiones matinales a ver aquellas películas del oeste emblemáticas de indios y vaqueros (Raíces profundas, Flecha rota, Solo ante el peligro, Río Rojo...), de romanos (Los diez mandamientos, Ben-Hur, La túnica sagrada...), de intrigas y crímenes donde un policía hacía cumplir la ley pese a los problemas que vivía en su propia familia y capturaba al malo tras perseguirlo por las alcantarillas (Pánico en las calles) o las grandes avenidas (Sed de mal) , de aventuras y espadachines (El prisionero de Zenda), de guerra (El puente sobre el río Kwai), de miedo (Frankestein)... Al llegar a Barcelona el cine se convirtió además de todo eso en un lugar tranquilo donde poder besar a la novia sin que miradas ajenas nos molestaran. Al casarme y tener hijos, empecé a ir menos al cine, pero una vez a la semana íbamos a ver mi mujer y yo algún estreno o simplemente alguna sesión continua de las que aún quedaban en Barcelona. Después vinieron los multicines y desaparecieron los cines de barrio, aquellos donde habíamos dejado muchos recuerdos: el Virrey, el Maragall, el Odeón... y aquellas películas que marcaron una senda en la historia de nuestras vidas: Drácula, Casablanca, Los pájaros, Al este del edén, El séptimo sello, Con faldas y a lo loco, El hombre que mató a Liberty Valance... Y ahora apenas tres o cuatro veces al año pisamos un cine. A mediados de enero fuimos a ver La caja de Kovac, un filme lleno de sorpresas y referencias al mundo de hoy, tan sujeto al poder del estado y las maniobras del mal por deshacerse del individuo. David Norton es un escritor de novelas de ciencia ficción, cuya primera obra, Gloomy Sunday, da pie para que un enfermo terminal de cáncer, Franz Kovac, en otro tiempo un científico dado a experimentar con animales, después de haber leído la novela de Norton, decide experimentar en personas. Y así en un viaje de avión donde va el propio Norton decide durante la cena echar un somnífero a todos los pasajeros excepto el novelista y una vez dormidos sus sicarios les introducen en el cuello un dispositivo que domina sus voluntades por medio de una canción, titulada también Gloomy Sunday, la cual tiene el poder de arrastrar al suicidio a quienes tienen en el cuello dicho dispositivo. Kovac hace que Norton, cuya prometida es la primera mujer en suicidarse, se involucre en la resolución del caso como si de otra novela se tratara. Al final logra saber que también él es manipulado por medio de un detector que Kovac, haciéndose pasar por un admirador del novelista, le introduce en su propia pluma estilográfica con la que firma sus autógrafos, y resuelve el caso matando a Kovac tras escuchar de su boca que Silvia, la chica de quien se cuida Norton tras averiguar que también ha sido incitada al suicidio, ha logrado sobrevivir del suicidio colectivo que tiene lugar en las cueva del Infierno, maniobra preparada también por Kovac y sus secuaces. Lo mejor de la película, sin embargo, para el profesor son los ambientes en que se desarrolla la acción, una isla de Mallorca esplendorosa, con Palma, su bahía y sus calles, y algunos rincones tan bellos como
Valldemosa y las cuevas de la isla. Una película entretenida, con algo más de sangre de lo debido, pero fácil de seguir, con malos y buenos y una fotografía excelente. La interpretación buena, sobre todo la del triángulo formado por los dos buenos, Thimoty Hutton y Lucía Giménez, y el malo, David Kelly.