lunes, 30 de mayo de 2011

HABLO DE ROMA




La basílica de San Pedro
Tras la ruta de la mañana, apasionante pero larga, volvemos al piso para descansar un poco tal como nos hemos propuesto hacer todos los días de nuestra estancia en Roma. Indefectiblemente, de regreso, volvemos a pasar por el Campo dei Fiori, cuando los restos del mercadillo de verduras salpican el suelo de la plaza y el sol cae de firme sobre la estatua de Giordano Bruno.
Giordano Bruno,
bajo el sol atrevido
su rostro oculta.
Su rostro oculta
mientras su libro grita:
¡Intolerancia!
Tomamos café en el apartamento y echamos una reconfortadora siesta de cuarenta y cinco minutos. Nos espera una tarde llena de sensaciones.
Cruzamos el puente del Castel entre los impertérritos ángeles de Bernini y enfilamos la Vía de la Conciliación.
La monumental vista de la basílica de San Pedro coronada por su inconfundible cúpula aparece al fondo, y una riada de gente nos lleva hacia allí.
Ya la plaza de San Pedro está hecha para anonadar al visitante. De nada sirve añadir que es la plaza más grande del mundo. Más de dos campos de fútbol caben en ella. Luego están las casi trescientas columnas dóricas del pórtico de la basílica y las casi ciento cincuenta estatuas de santos alternadas con los grandes escudos de Alejandro VII. Mientras que en el centro de la plaza se levanta el obelisco de 25 metros de altura sostenido por cuatro leones de bronce y que traído a Roma por Calígula fue puesto aquí 1500 años más tarde por el papa Sixto V. Sobre el pavimento, la rosa de los vientos y a los lados las dos fuentes, igualmente monumentales, dan con sus chorros poderosos el ambiente de grandiosidad que requiere el centro de nuestras atenciones: la basílica de San Pedro.
El control de seguridad, la cantidad de empleados de negro que ponen y quitan barreras y otros aspectos negativos, unidos todos a la avalancha humana que brota de todos los rincones, entorpecen el disfrute de la visita. Aún así no escapa a nuestros ojos la grandiosidad de cuanto se despliega a su alrededor, en las naves, en las capillas, en cualquier ángulo del hermosísimo templo. Pero debo reconocer que aquí hay más seguridad y laberinto oficioso que religión, que también.
Y arte. Cúpulas, columnas, estatuas, sepulcros... No acabaría nunca de destacar la obra hermosa del artista. Desde Miguel Ángel hasta Canova, pasando por el omnipresente Bernini.
A pocos metros de la entrada pisamos el círculo de pórfido rojo, lugar donde fue coronado Carlomagno. Y a partir de ese momento ni el ojo ni el corazón descansan un momento. La Piedad de mármol blanco de Miguel Ángel, la estatua de bronce de San Pedro con su pie derecho desgastado por las caricias y besos de los fieles, el hueco impresionante de la cúpula de Miguel Ángel, el baldaquino de Bernini fundido con bronce traído del Pateón, la tumba de San Pedro ante la cual aparece arrodillada la estatua de Pío V, de Canova...
Abruma tanta belleza, tanto prodigio artístico. Pero más el celo de seguridad de los empleados de negro que en todas partes aparecen impidiendo el paso o poniendo barreras de madera a los visitantes.
Anonadados salimos al exterior y descansamos a la sombra de la columnata de Bernini, intentando asimilar lo que acabamos de vivir.
El gran rebaño
abandona el redil
de los misterios.
De los misterios,
me quedo con el arte
que tiembla dentro.
Que tiembla dentro,
igual que la Piedad
del gran maestro.

domingo, 29 de mayo de 2011

HABLO DE ROMA

El corazón del Trastevere
Santa María
conduce nuestros pasos:
fieles romeros.
Fieles romeros,
entramos en el pórtico,
detrás la fuente.
En la plaza de Santa María in Trastevere una fuente reza su propia oración en medio de la gente que va y viene sin parar. A un lado se levanta el palacio de San Calixto y enfrente la iglesia que da nombre a la plaza y que fue la primera que en Roma se dedicó a la Virgen. Llaman la atención los mosaicos de la fachada y el campanario románico que puede verse desde cualquier sitio del barrio. Nada más entrar en el pórtico el guía nos llama la atención sobre los recortes de catacumbas y basílicas que adornan los muros a modo de epígrafes de la antigua historia.
Dentro, tres naves separadas por columnas pertenecientes a templos paganos. Lo mejor son los mosaicos del ábside y la bóveda.
Eternamente,
el baldaquino aguarda
fuente de aceite.
Fuente de aceite,
cuenta bajo el mosaico
su historia siempre.
Y como ya es hora de comer, buscamos un lugar a la sombra antes de dejar atrás este rincón simpático y único de Roma.
Con el estómago restaurado salimos del Trastevere buecando el puente Sixto. El Tíber sigue su paso hacia el mar mientras nosotros desembocamos antes de cruzar al otro lado en la plaza de Trilussa. El poeta retuerce su bronce para recitarnos su poema eterno.
Antes del Tíber
el poeta Trilussa
me mira atento.
Me mira atento
y me dice al oído:
vive por dentro.
Vive por dentro
y menciona las cosas
alto y sin miedo.

sábado, 28 de mayo de 2011

HABLO DE ROMA

Primer itinerario. El Gianicolo


Tras desayunar temprano, pues en Roma hay que echarse a la calle muy de mañana si no quiereuno encontrarse con multitudes de visitantes en todas partes, lo que impide ver y gozar con cierta calma de los tesoros artísticos y bellos rincones romanos, atravesamos el Tíber y comenzamos la ascensión del Gianicolo. La primera parada es San Onofrio, bello templo franciscano donde duerme para siempre el poeta Tasso. Antes, mientras abren las puertas de la iglesia, disfrutamos de la paz y la luz del contiguo claustro, así como del espectáculo que ofrece Roma desde allí arriba, junto a la fuente.



En San Onofrio
Torcuato Tassso escribe
su muerte siempre.

Siempre renace
en las flores del claustro:
¡la vida vuelve!

Pisando tumbas,
llegamos al altar:
¡memento mori!

Los franciscanos
repican las campanas:
¡la fuente reza!

Desde el Gianicolo,
cúpulas y cipreses:
¡balcón de Roma!



Reanudada la marcha, enseguida encontramos el rincón donde Tasso pasaba muchos momentos reflexionando sobre la miseria de la vida. Hay un letrero junto a restos de la encina a cuya sombra, según dicen, se sentaba el poeta.



Sabe de Tasso

la sombra de esta encina

vida y miserias.

El hierro aguanta

las ramas de su encina.

Tasso recuerda.



Cojo una hoja de una encina cercana y la meto de recuerdo en mi libreta de notas antes de seguir la ruta colina arriba.



Hoja de encina

como un verso perdido

de un gran poema.



Enseguida descubrimos un faro blanco entre pinos, el caballo encabritado de Anita Garibaldi y estatuas de militares sembradas por todas partes, en el césped y al borde del paseo, que acaba en una gran plaza dominada por la estatua ecuestre de Garibaldi. Y siempre, a la izquierda, amplios miradores para ver la ciudad, cada vez más llenos de turistas y grupos de escolares que siguen a su manera las explicaciones de alguna profesora.


Oscuros pinos
rodean un faro blanco.
¡El mar perdido!

Luz de caballos:
Anita Garibaldi
sube a las nubes.

Caballo quieto:
Me mira Garibaldi
sin altos sueños.

viernes, 27 de mayo de 2011

LA PINEDA

ELOGIO DE LA LECTURA

Compañera del paseo y de las aguas benignas es la lectura, ese viaje inmóvil a otras vidas, a otros escenarios y paisajes donde el alma revive nuevas aventuras, se encariña con otras experiencias, ese viaje inmóvil a otros espacios intemporales, incorpóreos, donde viven nuestros dobles inventados, hermanos de soledades parecidas, de dolores, esperanzas y alegrías que duran unas páginas.

¡Ah, la lectura!
Cuando entras en un libro, abres una puerta misteriosa a lo desconocido, tal vez de una ciudad que te recuerda otra ciudad real donde fuiste feliz, conociste un amor o despediste la oportunidad de ser amado, tal vez la ocasión de ser tú mismo de nuevo o aquel que te hubiera gustado ser rodeado de gente interesante…

¡Ah, la lectura!
El placer de leer, de saber de primera mano las vidas de otros seres, cómo se vive en una ciudad al otro lado del mundo, subir al cielo durante unas horas o escapar de un infierno sólo cerrando el libro.
Esto es lo que da, sin pedir nada a cambio, el mundo sin banderas, sin pancartas, sin fronteras, de la inmarcesible literatura.
Sin religiones previas, sin pruebas ni pasaportes, ni análisis de adeenes, entras en el mundo sutil y libre de la literatura, pasadizos donde el miedo se deshace en luces blancas, estancias y jardines donde el amor explota en abrazos inmensos y cartas donde el fuego de la pasión enciende los corazones más fríos…

¡Poesía de la imaginación que de un rincón tranquilo del Mediterráneo me transporta al otro lado del mundo en un instante, sólo con abrir los mudos labios de un libro!

jueves, 26 de mayo de 2011

HABLO DE ROMA

En el Trastevere
Después de haber inaugurado este singular barrio con la visita a San Francisco in Ripa, dedicamos nuestra atención a la Madonna del Orto.
En el Trastevere
la Madonna del Orto
tiene su sede.
Estucos, mármoles,
frescos en el altar
sobre cien cirios.
Por calles y rincones pintorescos donde cuelga a sus anchas la viña virgen, nuestro guía particular nos lleva hacia una verdadera maravilla, Santa Cecilia. Un jardín cerrado con rosas y una fuente que canta constantemente constituye el perfecto preámbulo para una iglesia excepcional, con una torre roja románica que destaca en el cielo azul de media mañana. Las campanas empiezan a tocar. Es la hora del Ángelus. Un cura y varias monjas salen del templo charlando animadamente y se cruzan con nosotros.
Canta la fuente
delante de la iglesia:
santo presente.
Santa Cecilia:
la torre sube al cielo
siempre encendida.
Siempre encendida,
repican sus campanas:
el cielo brilla.
Tocan el Ángelus
mientras rezan las rosas
sólo un instante.
Después se abrazan
encendidas de amor
cerca del agua.
Algo perplejos,
se empinan los cipreses:
monjes eternos.
Entramos en la iglesia. Enseguida llama nuestra atención la urna que, a los pies del altar, guarda la imagen de la mártir que da nombre al templo.
Monjes eternos
son las columnas negras
sobre su cuerpo.
La santa, bella escultura de Maderno, aparece tumbada de lado (cuenta la leyenda que así fue encontrado el cuerpo de la mártir cuando se abrió su tumba) con la cabeza girada. En el cuello aún se aprecia el corte de la decapitación que sufrió Santa Cecilia. Hay monumentos sepulcrales en el templo bellísimos, pero la emoción estética que inspira la escultura de la santa los supera, así como un soberbio tabernáculo de Arnolfo o los magníficos frescos de Pintoricchio o el precioso mosaico del siglo IX que adorna el ábside. Con la imagen de Santa Cecilia metida en el alma, salimos a la calle, no sin antes advertir que en los altos de la iglesia unas celosías guardan tal vez otros misterios.
Sobre la santa
en altas celosías
hay otras almas.
Nos queda aún la visita de Santa María del Trastevere y hacia ella nos conduce el guía por calles y plazoletas sencillas y modestas por donde anda Babel como por su casa. Bares y tiendas se disputan las aceras, mientras suenan músicas de artistas ambulantes en las esquinas.
Bares y tiendas,
músicos ambulantes:
Babel despierta.

miércoles, 25 de mayo de 2011

LA PINEDA

El arte de pasear
Cuando la tarde empieza a volverse amable a la orilla del mar, y las palmeras trazan sus alargadas sombras sobre las baldosas del paseo de la playa, es la hora de armar los pies contra la fatiga y los ojos contra el hastío y la monotonía. El cuerpo debe saber ya cómo mover los músculos para devorar las distancias entre el puerto de las grúas, los cargueros atracados y la bruma transformadora, y el espigón rosado que entra en el mar por el otro extremo de la bahía, mientras las olas siguen sin cansarse de trazar sus espumas paralelas en carrera sin triunfo hacia la arena.
El cuerpo debe saber, igual que la mirada y los pies, que con paciencia cualquier horizonte se desvanece entre las duchas, las farolas que jalonan el paseo, los parques, las hamacas, las rojas papeleras o los blancos edificios de apartamentos que se asoman a la orilla del mar bajo el cielo azul y el velo de las nubes más bajas. La mirada debe saber, igual que el cuerpo y los pies, que en la ventana inmensa de los ojos cabe el alma policromada de las cosas, desde el azul del cielo hasta el verde luminoso de la esperanza. Los pies deben saber, igual que el cuerpo y la mirada, que para combatir el cansancio y la fatiga, ha de olvidarse de la distancia de los horizontes y ayudarse de la capacidad de asombro de la mirada para seguir adelante. Eso sí, utilizando los bancos del paseo para tomar fuerzas y descansar los ojos en la belleza cambiante del mar siempre en buena compañía.

martes, 24 de mayo de 2011

HABLO DE ROMA

Bajando por el Gianicolo
Bajando por el Gianicolo llegamos a la ruidosa fuente del Agua Paola, que mandó erigir otro papa, Paulo V. Enseguida el guía nos pone en San Pedro del Montorio, donde la tradición sitúa el martirio del apóstol pescador.
Las llaves velan
estos ángeles blancos.
San Pedro sueña.
La alta linterna de la cúpula de la iglesia alumbra la Pasión pintada arriba. Andando por el templo descubrimos una tumba donde la estatua, asomada al sarcófago, lee con una serenidad encomiable. La serenidad de la muerte, claro.
Mármol sereno.
La muerte en el sarcófago
lee el silencio.
A los pies de otra tumba leo: "Donis et mort et vita dulcis est".
Cerca, a la sombra de un pequeño patio, se levanta la hermosura arquitectónica de Bramante, Cúpula blanca que desafía al tiempo.
En su interior, se recuerda la muerte cruel de San Pedro en una cruz invertida.
Descendemos para buscar San Francisco in Ripa y dejamos atrás el Viacrucis en relieve de la bajada.
La vida manda
deshacer viacrucis.
¡El tiempo aguarda!
En San Francisco velamos un momento a la franciscana Ludovica Albertoni, uno de nuestros altos en el camino de hoy. ¡Qué mano la de Bernini! ¡Y qué sentimiento barroco sabe dar a sus figuras femeninas!
La franciscana deja
al mármol de Bernini
que sufra solo.
Hay en la iglesia más motivos de meditar sobre la muerte... en el arte (lo que importa es vivir para gozar de todas estas maravillas artísticas). Por ejemplo, el fraile que duerme en su urna la vida de la muerte mientras un ángel vela su sueño. O la calavera, mármol blanco que vive sobre nuestras vidas. O, más todavía, el negro esqueleto que extiende sus alas doradas sobre el sepulcro de los Pallavicinae, en la capilla del mismo nombre.
Y llegamos al Trastevere.

lunes, 23 de mayo de 2011

LA PINEDA

AQUUM


¡Las aguas! En plural,
Como las fuerzas telúricas
Sometidas al tiempo,
Como tú y yo,
Están aquí presentes,
Calladas y esperando sus éxtasis
Entre acristalados y silenciosos muros,
Nieblas de eucalipto, rosas húmedas,
Sal y espuma, escaleras
Sumergidas, puentes de madera,
Tarimas donde asoman las vivaces,
Curiosas lagartijas
Tras las huellas mojadas de la gente
Que busca las hamacas tras el húmedo
Y constante movimiento de las aguas.
¡Las aguas que despiertan de repente
Y temperan nuestros cuerpos!
¡Las aguas que conocen
Las penas y el dolor de nuestros músculos,
El escozor de nuestras cervicales,
La grasa de nuestros vientres…
Sometidos inexorablemente al peso y paso de la edad!

No lamentamos nuestra vejez,
Que es asunto del tiempo y los recuerdos,
Que pasan y pesan contra nosotros
Sometiéndonos
A las penas y el dolor de nuestros músculos,
El escozor de nuestras cervicales,
La grasa… blablablá, blablablá.
Cantamos a las aguas del SPA,
De las saunas, los chorros, las cascadas,
Las burbujas, los cambios de temperatura…
Cantamos esta agua tan benignas
Con nuestras limitaciones,
Estas agusa perfumadas
De rosas y esperanzas,
Esta agua que dan paz y temperan nuestros cuerpos.

domingo, 22 de mayo de 2011

PATADAS AL DICCIONARIO

Homofonía peligrosa: Botar--Votar
Exactamente no puede considerarse ésta una patada al diccionario más, sino más bien un juego de palabras que tiene que ver con la política, últimamente revolucionada. Todo ha surgido de las concentraciones de la Puerta del Sol contra la democracia actual, que no es tal democracia según los concentrados, ya que la única democracia es la suya. Bueno, no acabaríamos nunca si olvidamos que cualquier reivindicación política ha de hacerse, hasta que no se diga lo contrario, por medio de las urnas, como ya se está haciendo hoy en las mesas electorales repartidas por todo el territorio español. El caso es que los concentrados en Madrid van a manifestarse hoy contra las votaciones llevando pelotas (y aquí sí que habría patadas) para hacerlas botar mientras enarbolan pancartas que dirán ASÍ SE BOTA (VOTA) EN MADRID. BOTA y VOTA. Bota (de "botar") es "salta", "brinca", "hace botar uns pelota, un balón", etcétera. Mientras que Vota (de "votar") significa "emite un voto", "elige en las urnas", etcétera. ¿Que han querido jugar también aquí con el idioma? Están en su derecho. Pero ... las normas ortográficas están para cumplirlas, como otras de otro tipo, que no están siéndolo.

viernes, 20 de mayo de 2011

La Pineda


Lejos del mundanal ruido
Del cielo de Roma al mar de La Pineda, rincón casi paradisiaco (digo casi porque la masificación es casi absoluta) al sur de Tarragona. Del ajetreo constante de la ciudad eterna hemos venido al relax del SPA y al dulce no hacer nada; sólo pasear y mirar el mar. Sin pensar en nada; sólo en ser y estar mirando cuanto se mueve a nuestro alrededor. Del hotel, preparado en su mayoría de actividades para satisfacer el comer y el beber de los extranjeros (los nacionales somos aquí minoría), sólo se pueden decir cosas buenas. Amplio, bien surtido, rodeado de jardines y espacios hechos para el disfrute del cuerpo, es casi perfecto.
Digo casi por lo mismo que dije más arriba. No digo el nombre del hotel para no hacer publicidad gratuita, pero a los amigos de verdad en cuanto salga la ocasión se lo recomendaré si quieren pasar unos días olvidados del mundanal ruido (aunque eso del ruido y del movimiento humano aquí va a encontrar un poco).
El mar espera al final de un paseo sombrado de palmeras que nace al otro lado de la piscina del hotel. Si no basta el agua del SPA, el Mediterráneo ofrece sus olas escalonadas y su playa con parasoles tendidos como toldos.

miércoles, 18 de mayo de 2011

HABLO DE ROMA

Primera tarde (y 2)
Después de ver anuestras anchas el Panteón, seguimos por las calles adyacentes viendo palacios, columnas aprovechadas para rellenar paredes, fachadas rosas, iglesias barrocas..., y todo entre un gentío tan entusiasta como nosotros ante lo que ve y oye, y un tráfico horrible, mientras el cielo se va apagando poco a poco y da paso a la luz artificial. Así llegamos al Largo Argentina donde los gatos campan a sus anchas entre ruinas romanas.
Y por nuevas calles y siempre guiados por nuestro cicerone particular, desembocamos en una plaza con un encanto especial, en donde se dan la mano el arte y la vida. Me refiero al Campo dei Fiori, en cuyo centro se levanta seria e imponente la estatua de bronce de Giordano Bruno. La noche está presente en todas partes, y bajo la mirada imparcial de la luna creciente el insigne hereje oculta su cabeza bajo la capucha mientras sus manos se cogen sobre un libro a la altura del vientre.
Bajo la luna
Giordano Bruno escribe
su alta herejía.
Campo dei Fiori:
el bronce de la estatua
suena a elegía.
Me quedo un rato atrás mirando a Giordano, y mi hijo me dice que pasaremos más veces por la plaza pues es un punto de referencia inexcusable en nuestro deambular por los alrededores de nuestro apartamento. Dejamos el bullicio de la plaza y entramos de repente en otra más callada y vacía donde domina el magnífico palacio de Farnese (que da el nombre a dicha plaza). Sólo se oye el rezo de dos fuentes gemelas, una a cada lado del recinto, y a las que bautizo por su forma Las Bañeras.
Por calles de silencio y sufriendo los difíciles sampietrini del piso buscamos un lugar tranquilo donde cenar, pues el estómago no perdona ni sabe nada de belleza y estilos artísticos. Lo encontramos en una plazoleta junto a la Cancelleria. Bajo las estrellas y teniendo como fondo la música de unos artistas ambulantes, la lasaña con berenjena me sabe a gloria.
Un clarinete
llora solo en la noche:
se alegra el vientre.

HABLO DE ROMA

Primera tarde (y 2)
Tras ver el Panteón, nuestro particular cicerone nos lleva por calles animadísimas de gente, entre fachadas con columnas aprovechadas y palacios rosas, eso sí, con atención a los coches que vienen y van. Entre la multitud, se destacan los hábitos regulares de curas y monjas, mientras suenan sobre nuestras cabezas repiques de campanas. Nada nos asombra en la ciudad de los papas y la religión católica (aún quedan en las calles pegados los carteles que anuncian la beatificación de Juan Pablo II).
Campanas, monjas
y un tráfico estresante:
¡bendita Roma!
Llegamos a una plaza que posee de por sí un encanto especial y por la que, como nos asegura nuestro hijo mayor, volveremos a pasar muchas veces por ser clave en nuestros itinerarios de regreso a Via del Pavone. Me refiero, claro está, al Campo dei Fiori. Es de noche y la luna creciente domina un cielo sereno. Más gente va de aquí para allá observándolo todo con una curiosidad de niño, otra se sienta en las terrazas de los bares que rodean la plaza. Pero destaca en todo ese mundo de movimiento casi frenético la inmovilidad y la grandeza de la estatua de Giordano Bruno, que ocupa el centro del recinto. Bronce severo que recuerda el desenlace trágico de la figura que representa, el hereje que fue condenado a la hoguera por sus doctrinas. Con la cabeza gacha y semioculta bajo la capucha y las manos cogidas sobre un libro a la altura del vientre, la estatua, a la luz imparcial de la luna, impone.
Bajo la luna,
Giordano Bruno escribe
su alta herejía.
Campo dei Fiori:
el bronce de la estatua
suena a elegía.
Salimos de la plaza bulliciosa y entramos en otra muy cercana que está silenciosa y casi vacía de gente. Es la plaza Farnese. Enfrente, la imponente arquitectura del palacio del mismo nombre y a un lado sobre el piso difícil de los inconfundibles sampietrini, suena la voz rezadora del agua de una fuente, a la que yo bautizo enseguida por su forma, fuente de la bañera.
Es tarde y el estómago pide alguna compensación; así que, siempre guiados por nuestro cicerone, arribamos a un restaurante junto a la Cancelleria. Cenamos en el exterior mientras unos músicos callejeros amenizan mi lasaña con berenjena.
Un clarinete
llora solo en la noche:
ríe la gente.

martes, 17 de mayo de 2011

HABLO DE ROMA

Primera tarde (1)
Dejadas las maletas en el apartamento (ubicación inmejorable: el Tíber a un paso, la Via del Pavone forma el trazo horizontal de la A entre Banchi Vecchi y el corso Vittorio Emmanuele), nos echamos al mundo mágico de la ciudad llamada por algo eterna. Nada más salir al Corso, la vista inconfundible del Castel de Sant'Angelo. La agitada circulación de coches llama enseguida nuestra atención. Pero no hay vista para ello. Nuestros ojos beben literalmente cuanto se extiende a nuestro alrededor.
Los ángeles de Bernini, sobre el Puente y el Castel, salen a nuestro paso. El río a derecha e izquierda. Enseguida, en la desembocadura de la Via de la Conciliación, la presencia inconmensurable de San Pedro. Dejamos su visita para otro día y volvemos a cruzar el Tíber hacia nuestro barrio. El insuperable cicerone que nos guía conduce nuestros pasos por calles enjoyadas de palacios y fachadas de un rojo lavado, que será una constante en nuestras miradas, hacia el milagro arquitectónico y escultórico de la Piazza Navona.
El agua brota
en boca de los tritones:
Piazza Navona.
Otra vez Bernini. La fuente de los cuatro ríos está acompañada de gente que quiere hacerse fotos junto al Nilo o junto al Amazonas o junto al Danubio o junto al Ganges. da lo mismo. Lo que importa es eternizar el recuerdo. Nuestro cicerone nos cuenta el diálogo de piedra entre Santa Inés, del templo de Borromini (el gran rival de Bernini en el seiscientos) y el río que levanta una mano como presintiendo la caída de la iglesia sobre la fuente (la santa parece decirle con su ademán sereno que no hay miedo de que eso ocurra).
La tarde marcha:
sombras entre los mármoles,
sol en el agua.
¡Qué poco velan
las palabras escritas!
¡Luz y belleza!
A un paso espera la otra maravilla de la primera tarde que se escapa. ¡El Panteón! La plaza bulle entre la gente que se sienta en las escalinatas de la fuente a descansar mientras contempla la inmensidad de las columnas y el frontón del edificio romano (milagrosamente conservado) y entre los paseantes que lo rodean y se pierden en las calles adyacentes buscando alguna trattoria donde cenar. La noche llega.
La luna mira
el asombro perdido
del Panteón.
Entre columnas
guardan todos los dioses
sus vanos sueños.

lunes, 16 de mayo de 2011

HABLO DE ROMA

Primera aproximación
La semana pasada hemos tenido la suerte de vivir en Roma. Nuestro apartamento se hallaba en una zona privilegiada, junto al Tíber y el corso Vittorio Emmanuele. A un paso, el castillo de Sant'Angelo, el Campo dei Fiori o la plaza Navona, palacios renacentistas, iglesias con incalculables tesoros artísticos, calles y plazas llenas de belleza y vida. Y en cuanto a la circulación romana, distinta de cualquier otra gran ciudad conocida, a los dos días estábamos acostumbrados a ella. Otra cosa diferente son los sampietrini, esos adoquines inconfundibles que forman el pavimento de la mayor parte de las vías de la ciudad, hechos para sentir en las plantas de los pies qué significa patear Roma. Con buenos libros antes de iniciar el viaje y con un inmejorable cicerone (nuestro hijo mayor), ambos ingredientes acompañados de unas ansias inaplazables de echarse a la calle para ver in situ los lugares que encierran algunas sorpresas pictóricas (los Caravaggios de San Luis de los Franceses, por ejemplo), escultóricas (los éxtasis de Bernini: Santa Teresa o la beata Ludovica Albertoni, las esculturas callejeras o las que adornan los patios de los palacios (las del Mattei son un prodigio) y, especialmente, las arquitectónicas, una alegría constante para la vista (la bella extravagancia de las torres de Borromini
o la serena del citado Bernini). Sin olvidar los espacios abiertos, parques y jardines (es inexcusable un paseo matutino por la Villa Borghese o por el Gianicolo, donde se dan la mano la poesía de Tasso, la historia revolucionaria de Garibaldi o la arquitectura milagrosa de Bramante). O barrios encantadores como el Trastevere o el nuestro, el de Via Giulia, el Campo dei Fiori (el mercadillo, la fiesta juvenil y la soledad nocturna de Giordano Bruno, todo unido)
y las callejuelas encantadoras como la Via del Pavone y los vicolos adyacentes a Banchi Vechi. Seguiremos.

lunes, 9 de mayo de 2011

MEMORIAS DE UN JUBILADO


Las romerías

El tiempo se va volviendo más bonancible y el cuerpo lo agradece. Y es que estamos en mayo y todo en la naturaleza invita a echarse al campo y disfrutar con las vistas jugosas que nos ofrece por todas partes. Acabamos de volver de Tossa y allí he podido ver cómo el bosque y la mosntaña se desperezan y cantan a la vida con colores y olores agradables. Y no he podido evitar que la memoria me traiga los recuerdos de la infancia que tenían que ver con este mes tan esplendoroso.
En Una carta de amor bajo la lluvia me hago eco de esos recuerdos concretamente referidos a las romerías que empezaban en mi tierra con la que hoy, 9 de mayo, tiene lugar en el vecino pueblo de Morales, la romería del Cristo.

"En mayo empezaban las romerías, que eran fiestas muy particulares a medio camino entre la religión y el ocio y en las que participaba todo el mundo.
La romería del Cristo de Morales era única. Íbamos los ocho caminando en grupo por la carretera de Salamanca hasta el Cementerio y allí nos salíamos de la cinta de alquitrán para seguir por los campos donde crecían las espigas de cebada, que los más pequeños pelábamos para comernos los tiernos granos o bien las usábamos como dardos para clavarlas entre bromas en las rebecas de lana que llevaban mi madre y mis hermanas. Las golondrinas volaban a ras del cereal y se hinchaban de mosquitos. Un olor limpio salía de la tierra, y el cielo, transparente y azul, era la mejor promesa de que el tiempo estaba a favor nuestro, aunque alguna vez la lluvia apareció y hubo que suspender la romería.
Por el camino nos juntábamos con más gente que iba hacia la ermita. Allí había, alrededor de la iglesia del Cristo, una gran explanada con puestos donde se vendía de todo, desde cacharros de la tierra hasta recuerdos y medallas de la festividad, avellanas, rosquillas, limonada…, todo para agradar al cuerpo, aunque nosotros, como casi todos los romeros, llevábamos la comida y la bebida para pasar el día.
También en la explanada había un sitio reservado para el baile donde una charanga compuesta de tamboriles y dulzainas tocaba sin cesar, invitando a mover el esqueleto. Y mientras tanto, los cohetes subían silbando al cielo con sus cañas y su pólvora y allí arriba reventaban en secos estampidos, salpicando el azul con pequeñas nubes grises de humo. La tradición exigía pasar por la ermita y rezar un Padrenuestro al Crucificado del altar cuyo pelo, hecho de trenzas naturales, le caía dividido sobre el pecho y la espalda. Luego los chicos subíamos al campanario a escribir otro año más nuestros nombres en el bronce de la campana, en la madera de su melena o en las jambas de las ventanas de la espadaña, y a tocar con el badajo nuestros propios repiques.
Para entonces mis padres habían escogido un sitio en la explanada y extendido una manta sobre la yerba. Cuando llegábamos ya estaban sobre ella las tortillas, la carne empanada, los pimientos fritos, el pan blanco y las bebidas.
No era extraño encontrarnos allí con algunas familias del barrio y, después de comer, los chicos nos íbamos por ahí a hacer alguna de las nuestras mientras los mayores echaban una cabezadita."
(De El desván)

viernes, 6 de mayo de 2011

FOTOGRAFÍAS QUE HABLAN

8. El faro del fin del mundo
Fue hace un tiempo. De viaje por Formentera. El autobúd cruzaba la isla de costa a costa entre sabinas y sorpresas, leyendas y realidades que lindaban con la fantasía. Y de pronto, Julio Verne nos dio el alto. Y empezó a contarnos las historia del faro que lo acompaña eternamente. Su blancura casi irreal destacaba en el cielo añil. No había otra cosa a nuestro alrededor que el viento que venía del vecino acantilado y el mar profundo a muchos pies de altura. Me guardé la historia del novelista y me quedé con la que me contaba lisa y llanamente el faro que tenía delante. Una historia que en vez de hablar del fin del mundo cantaba las excelencias de un paisaje que abría de repente

jueves, 5 de mayo de 2011

DELIBES LECTOR


La literatura en
Un año de mi vida
Un año de mi vida (Destino, 1972) es un libro muy peculiar de Miguel Delibes (1920-2010). Escrito a solicitud de su amigo y editor José Verges, recoge impresiones vividas durante un año casi justo, desde el 26 de junio de 1970 al 20 de junio de 1971, por el autor de, entre otros, El camino, Las ratas, Con la escopeta al hombro, USA y yo, Parábola de un náufrago o Cinco horas con Mario. Impresiones que van desde el mundo político hasta el deportivo pasando por asuntos ecológicos, que siempre preocuparon a Delibes, o literarios, que son los que le tuvieron ocupado la mayor parte de su vida.
Los asuntos literarios que aparecen en Un año de mi vida presentan un abanico muy amplio y van desde las meras lecturas del propio Delibes hasta comentarios sobre su obra, pasando por semblanzas de escritores conocidos y muchas veces amigos del autor y conferencias u opiniones sobre la narrativa en general. Siguiendo esta clasificación, un tanto cogida por los pelos, distribuiré este modesto trabajo en cuatro grandes apartados: 1, Lecturas de Delibes; 2, Comentarios sobre su obra, tanto referidos a sus contenidos como a su forma, técnica y estilo; 3, Semblanzas de escritores; y 4, Conferencias y opiniones ajenas y propias sobre la narrativa.

1. Entre las lecturas efectuadas por Delibes en ese año de su vida, destacan las siguientes:
“Relato de un náufrago”, de Gabriel García Márquez (14 de julio de 1970) “Hoy leí “Relato de un náufrago”, de Gabriel García Márquez. Estos cuadernos de Tusquets Editor son un acierto (el epistolario sentimental de Freud era una delicia). La narración del desastre marinero es tan viva y vigorosa que me mareé” (según Delibes eso de marearse le había ocurrido viendo una película pero nunca leyendo un libro).
“Olas sobre una roca desnuda”, de Terenci Moix (29 de julio de 1970). “Oliveri, el protagonista, afirma que es el residuo de una sociedad burguesa que él no ha creado y, por tanto, no es responsable, pero yo pienso que es un cínico, ya que si la sociedad que nos ha engendrado no nos agrada, lo que hay que hacer es trabajar para cambiarla, no huir. A mí los ideales burgueses me deprimen, pero los del heredero de estos ideales, el joven Oliveri, sencillamente me revuelven las tripas. (…) Afortunadamente, Moix, con mucho talento, expone únicamente la actitud de un pequeño sector juvenil. El libro revela a un buen escritor. La mezcla del lenguaje culto con el taco (…) está aquí bien administrada. El epistolario de Oliveri es interesante. Se me ocurre que quizá por aquí puede encontrar una salida la novela moderna. La obra participa del relato, el ensayo e incluso la poesía, esto es, más o menos, como el “Nouveau roman”, pero el libro de Moix es mucho más enjundioso y penetrable que éste.”
“Las memorias de Mosby”, de Saul Bellow (22 de agosto de 1970). Después de afirmar que el libro está bien y que, según ha leído en “El Norte”, su última novela es un “best seller” en Norteamérica, de lo que se alegra mucho, añade: “A mí Bellow me parece un gran caracterizador de tipos: el más directo heredero de Steinbeck. Es duro pero tierno y, cosa importante, su sentido del humor está muy desarrollado. Cada día admiro más a los escritores con sentido del humor. Será porque escasean. Pero para exponer problemas graves no juzgo imprescindible la gravedad. El neorrealismo italiano nos mostró auténticas llagas con la sonrisa en los labios. Eso es el talento.”
“Los rusos de hoy”, de Leonid Vladimorov (4 de septiembre de 1970). “La lectura me ha interesado, aunque el libro, sin pretensiones filosóficas por supuesto, es demasiado esquemático e incompleto. De todos modos, después de lo visto en Checoslovaquia, lo de Rusia no me ha sorprendido. Los miembros del partido equivalen a los privilegiados en los sistemas capitalistas. Su dios también es la producción. El hombre sirve a las máquinas. Y los desheredados, como en Occidente, viven hacinados esperando ocho o diez años a que el Estado-padre les ceda un piso de treinta metros cuadrados. El capítulo referente al control de la Prensa lo podía haber escrito yo. Es la misma cosa.”

miércoles, 4 de mayo de 2011

El relato del mes

La carta




Primera Escena


Es un patio pequeño, con columnas muy viejas y balcones a punto de desplomarse llenos de ropa tendida. A la derecha del arco de entrada Enrique, con el cuello hacia atrás, llama a gritos a su amigo Luis, que vive en la planta más alta. Finalmente, sale Luis al balcón.
--Venga, chico, baja ya. Se me va a caer la cabeza por la espalda.
La luz de la tarde se iba deprisa del patio, que olía a sábanas recién lavadas.
--¿De verdad que no quieres subir a ver este trabajo?
--Mañana, Luis, mañana. O tal vez pasado. No te preocupes. Y ahora, venga, baja ya, que los chicos nos esperan en el “Ros”. Dale recuerdos a la señora Reti.
--Bien, bien. Bajo ahora mismo.
Y desparece del balcón. Abajo, Enrique, con las manos metidas en los bolsillos del pantalón, silba la canción de la tertulia, mientras espera a su amigo. Ya casi es de noche.




Segunda Escena


Es un bar. Varias mesas, casi todas desocupadas. En la más cercana al mostrador hay fichas de dominó desperdigadas, y en la más alejada, están charlando cuatro personas, jóvenes todas. Adolfo, barbudo y con gafas se dirige a los demás:
--Os he llamado para ultimar los detalles de nuestro trabajo.
José, de cabeza pequeña, nariz aplastada y en las manos una revista, es el primero en intervenir:
--Adolfo y yo hemos estado otra vez esta tarde en la editorial. Todo sigue igual. El ordenanza no se separa de la puerta. El ascensor no es problema como tampoco el pasillo de la primera planta. Hasta el mes que viene no regresa el director, y la secretaria, como siempre, sobre las seis se va al comedor a merendar y no regresa hasta las siete.
--Ése es el momento de clave—dice Adolfo.
--Entonces yo entro por el patio del transporte—dice Luis—y luego…
--Bueno, bueno—interrumpe Adolfo ayudándose de un gesto evidente con la mano-- .No vamos a repetirlo ahora. Quiero, en cambio, que os fijéis en un punto en el que no hacíamos suficiente hincapié en otras ocasiones. Y es el detalle que se refiere al señor Martínez.
--Hay que hacer como sea—intervino José—que durante ese tiempo, es decir, desde las seis hasta las siete de la tarde, no se levante para ir al lavabo.
--No sé qué daría—intervino Enrique—por curarle ahora esa maldita diabetes suya.
--No es momento de hacer chistes-- cortó tajantemente Adolfo, que parecía llevar la voz cantante del grupo.
--Como decía –insistió José—hay que procurar que el señor Martínez no vaya esa tarde al lavabo, quiero decir a esa hora. Para eso tú, Luis, que estás en su sección, actuarás en consecuencia.
--¿Qué significa eso de “actuar en consecuencia”?—preguntó el aludido.
--Simplemente—intervino Adolfo--, echarás un somnífero en el café mítico del señor Martínez. Una vez salvado ese escollo, lo demás saldrá como si tuviera alas en los pies—guarda unos segundos de silencio-- Ahora voy a telefonear.
--¿Es que hay alguien más?—dijo Luis extrañado.
--¿Y eso qué importa?—contestó Adolfo con el auricular pegado a la oreja--. ¿Es que quieres pasarte toda la vida escribiendo poesías para participar en concursos? Después de esto, no volverás a escribir poesías. Te lo aseguro—Hizo un gesto de silencio; luego se dirigió a la persona que había al otro lado de la línea telefónica:-- Buenas noches, soy Adolfo… Sí, sí… ¿Cuándo? ¿El próximo jueves? –miró a sus amigos preguntándoles con la mirada--. De acuerdo –sonrió a sus amigos--. Hasta la vista.
--¿Ya está?—preguntó José.
--Ya está—contestó Adolfo--. Dile al tío Ros que nos ponga unas copas. Brindaremos por nuestro trabajo, ya comido.



Tercera Escena

Es el día señalado, por la tarde, en la esquina de la editorial. Junto a ella se detiene un taxi. Bajan de él los cuatro amigos.
--Las seis y diez—dijo Adolfo consultado el reloj--.Conformes. Luis, ya puedes empezar. Suerte. Te esperamos en el lugar convenido.
Adolfo y los otros dos amigos rodean el edificio, mientras Luis entra en él por el patio del transporte, evitando cualquier encuentro y, tras sortear los camiones estacionados, se cuela de rondón en el almacén. Suerte. No hay nadie a la vista. Lo cruza velozmente. Se acerca a la puerta del fondo, pero ha de esconderse rápidamente detrás de unos paquetes porque se oyen unos pasos que se acercan. Son dos empleados con monos azules que pasan a un par de metros de donde está escondido. Cuando desaparecen, un peligro menos. Franquea la puerta y recorre el largo pasillo que se abre ante él. La suerte es que a aquellas horas nadie suele frecuentarlo. Abre la puerta del fondo del pasillo. Otro pasillo a la derecha. Desierto como esperaba. Lo recorre hasta llegar finalmente a una puerta de hierro, blindada, contra posibles incendios. Descorre el cerrojo… Al otro lado, le esperan, impacientes, sus compañeros.
--¿Qué ha pasado?—le preguntó preocupado José.
--Las seis y cuarto—dijo Adolfo consultando la hora--. No perdamos más tiempo. Adelante.
--Bravo, chico—dijo Enrique palmeando la espalda de Luis para animarle.
--Silencio—cortó Adolfo--. Esto no es nada comparado con lo que nos espera. Adelante.
En el pasillo que tienen por delante no se topan con nadie. Llegan junto al ascensor. De nuevo Luis se separa de sus amigos, que entran en el ascensor, mientras él sube de dos en dos las escaleras. Desde ella los ve entrar en el despacho del director. Luego él atraviesa el pasillo de los Lavabos y al leer el letrero por un momento piensa en lo peor, pero finalmente acaba sonriendo al entrar en la sección y descubrir sentado a su mesa al señor Martínez con su proverbial café.
--Buenas tardes, señor Martínez—le dijo-- ¿Saboreando su cafelito?
--Así es, hijo. ¿Cómo va todo? Supongo que bien. Ahí sobre tu mesa tienes una carta.
Luis repara en el sobre. Es de su hermana. De pronto un pensamiento le hace perder la noción de la realidad. Rompe el sobre y saca la carta. Lee:
“Querido Luis. La pena no me deja escoger las palabras para decírtelo de manera suave. Ya sabes que mamá estaba enferma. Pues hace una semana se puso muy grave. El tío Domingo dice que vengas a casa a vuelta de correo. Que se lo comuniques a tus jefes antes de venir; no sea que pierdas tu empleo y los tiempos que corren son muy malos. El pobre quiere lo mejor para ti. No les des demasiada importancia a sus palabras. Lo que importa es mamá. Tu hermana que te quiere, Amanda.”
Luis mete la carta en el sobre y sale de la sección despacio, como ausente, con la pena haciéndole temblar la barbilla.
Una vez en la calle, una calma inmensa se adueña de todo.
Menos la tristeza de Luis, que le quema ahora la garganta.
Dentro, en la editorial, se acaba de desencadenar un infierno para sus tres amigos.



Epílogo

La madre de Luis vivió aún un par de años más, entre horribles dolores.
Enrique, Adolfo y José fueron a parar a la cárcel, donde aún permanecen.
Y al señor Martínez, el señor de la diabetes, le subieron el sueldo y de categoría en la sección por haber delatado a los ladrones.

lunes, 2 de mayo de 2011

El poema del mes


ACTO DE HUMILDAD




Contemplarse en el espejo
sin máscaras de carnaval
y desnudo de medallas.


Tal como apareces cuando piensas
a solas sin telones
ni público que aplauda tus palabras.


Tal como eres en realidad.
No el que tus amigos piensan de ti,
ni el que tú pretendes ser para satisfacerlos,
ni siquiera el que crees que eres a veces
cuando todo te va bien y abres los labios
y todos celebran tus ocurrencias.


Cuando te desembaraces de los caireles
que los demás te ponen
y te asomes desnudo ante el secreto
que sólo tú conoces,
llegarás al umbral de tu silencio,
esencia de tu vida y de tu muerte.

(Del libro en preparación Poemas de otro año)












domingo, 1 de mayo de 2011

De vista, de oídas, de leídas

Adiós a Ernesto Sábato







Ayer cerró la última página de su novela personal a punto de cumplir cien años el autor de obras como El túnel, Sobre héroes y tumbas o El escritor y sus fantasmas, entre otras.


En esta última se pregunta "¿qué oscuras motivaciones llevan a un hombre a escribir seria y hasta angustiosamente sobre seres y episodios que no pertenecen al mundo de la realidad, y que, por curioso mecanismo, sin embargo, parecen dar el más auténtico testimonio de la realidad contemporánea?"


Ernesto Sábato, que recibió en 1984 el premio Cervantes, afirma que la literatura es "una forma de examinar la condición humana", y la novela, "un análisis de sentimientos, registro de vicisitudes sociales o políticas." Y en cuanto al creador, "tiene que tener una obsesión fanática, nada debe anteponerse a su creación, debe sacrificar cualquier cosa a ella.
Y lo cumplió.

Así comienza una de sus mejores novelas (por lo menos para mí), El túnel (1948):


"Bastará decir que soy Juan pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona.

Aunque ni el diablo sabe qué es lo que ha de recordar la gente, ni por qué. En realidad, siempre he pensado que no hay memoria colectiva, lo que quizá sea una forma de defensa de la especie humana. La frase "todo tiempo pasado fue mejor" no indica que antes sucedieran menos cosas malas, sino que --felizmente--la gente las echa en el olvido."


Nosostros no te echaremos en el olvido, Sábato, ni aquellas tus sapientes palabras, extraídas también del túnel de tu primera novela:


"El presente me parece tan horrible como el pasado; recuerdo tantas calamidades, tantos rostros cínicos y crueles, tantas malas acciones, que la memoria es para mí como la temerosa luz que alumbra un sórdido museo de la vergüenza."