viernes, 24 de diciembre de 2021

NAVIDAD NAVIDAD AGRIDULCE NAVIDAD

 




      Llega otra vez la Navidad, momento ideal para recuperar la capacidad de recordar con cariño a las personas, las cosas y las experiencias que tuvieron que ver con nosotros en alguna circunstancia de nuestra vida. Por ello, la Navidad, queramos o no, es una festividad agridulce porque junto a la alegría de reunirnos en familia para celebrarla, no podemos evitar la tristeza de notar la ausencia de los seres queridos que ya no están con nosotros. De ahí que haya elegido para acompañar estas fiestas que se avecinan un relato que comparte los dos lados de la celebración. Y lo he titulado por eso mismo 

 

NAVIDAD NAVIDAD AGRIDULCE  NAVIDAD

Y llegaba el momento repetido de vivir otra vez la Navidad, aquel rito sagrado de familia reunida alrededor de unos villancicos cuyas letras a veces contenían partes demasiado tristes. Como aquella que decía: “La Nochebuena se viene, la Nochebuena se va, y nosotros nos iremos y no volveremos más...”

Y sin embargo, nosotros volvíamos, y siempre volvíamos a repetir la tradición que ambienta la Navidad. Primero estaba la escuela, que, con las vacaciones, cerraba su puerta vieja y sus ventanas con cristales sin masilla, las cuales, cuando soplaba el viento, los hacía temblar y repiquetear como dientes que tienen frío; aunque no era el frío que pasábamos nosotros antes de salir al recreo, donde por fin entrábamos en calor a las primeras de cambio jugando a la pelota en la lonja de la iglesia que estaba al otro lado de la carretera. Después estaba la plazuela y su bendito rincón de sol donde nos reuníamos los amigos para hablar del Nacimiento que cada uno a su modo montaba en casa, del musgo que íbamos a recoger a las zonas más umbrías del soto, del corcho para las montañas que sacábamos de los negrillos más viejos y, finalmente, de las figuras del Belén, cuyo deterioro se notaba al paso de los años, especialmente las de las ovejas y corderos que tenían patas de alambre.

        Pese a esa parte triste del villancico: “Y nosotros nos iremos y no volveremos más”, nosotros volvíamos, siempre volvíamos a dejarnos abrazar por el invierno y por el beso blanco de la Navidad, llena de pequeñas cosas entrañables y caseras, como bajar a encender el brasero a la plazuela (mi hermana la badila y yo el soplillo), hasta que el picón se ponía rojo como los dientes de la granada y le poníamos ceniza por encima para conservar el fuego, mientras las ondas de la radio ardían también con las bolas del bombo de la lotería, y los niños de San Ildefonso no paraban de cantar su esperanzadora letanía: “Liroliroliro...mil pesetas...” Y por la noche, al calor de la camilla con faldas, la familia en pleno cantaba villancicos... Yo contemplaba asombrado a mis padres tan alegres, cantando aquellas letras repetidas, con pastores y reyes que adoraban al Niño que acababa de nacer en un pesebre, mientras por dentro me entristecía presintiendo que alguna Navidad en el futuro como esa Navidad que todos estábamos viviendo en ese presente tan dichoso, ya no estarían con nosotros, cantando tan contentos, y se haría realidad aquella letra que decía agoreramente: “Y nosotros nos iremos y no volveremos más.” Entonces yo fingía y tapaba aquella pena cantando como ellos, riendo como ellos, y luego le daba un pequeño mordisco a mi culebra de mazapán, pequeño, pequeñísimo (sólo para notar el sabor de la azúcar y la almendra mágicas) para que me durara hasta la noche de los Reyes...


 

Ah, la noche de los Reyes, ¡qué momento vivíamos los pequeños en la víspera de aquella fiesta mágica! Mi padre, aquel trabajador que de trabajo enfermó tantas veces, que murió finalmente cansado de trabajar, aquel gran hombre, simulando que había oído un ruido singular, daba un golpe en la camilla y nos decía: “Ahí están, ya han llegado, los Reyes, id a recoger los juguetes a la Sala.”


 

Y mi hermana y yo salíamos volando (con la ilusión más pura en la mirada) hacia el lugar donde ocurría el gran milagro. Y allí, al lado de nuestros zapatos, estaba el caballo de cartón que orinaba cuando le echaba agua por la boca entreabierta, y la muñeca que cerraba los ojos cuando, tierna, mi hermana la mecía entre sus brazos, y la pelota Gaviota que saltaba más que ninguna en el rincón de sol de la plazuela del alma...

Entonces ningún frío lograba acobardarnos. La posguerra se escondía tras las tapias de la huerta contigua, más allá de los miedos, la delación y el hambre, para que pudiéramos vivir en paz y alegres la Navidad, la eterna Navidad, pese a aquella parte terrible de la letra del villancico: “Y nosotros nos iremos y no volveremos más.”


 

sábado, 18 de diciembre de 2021

ENRIQUE BADOSA Prosa (I)


 La libertad del escritor
Prosistas de Lengua Española (Plaza y Janés, Barcelona, 1968)

Ya en el Prólogo nos adelanta Badosa no sólo el contenido del libro sino la intención que le movió a escribirlo, que no es otra, hablando en términos generales, que es defender la libertad del escritor, especialmente la interior, que es parte de la condición humana. Para hablar del tema se vale de las respuestas que dio en su día al cuestionario que en 1963 publicó Sergio Vilar en su Manifiesto sobre Arte y Libertad, subtitulado Encuesta entre los intelectuales y artistas españoles. A continuación copio la respuesta que dio Badosa a la primera pregunta de dicho cuestionario, que fue ésta: “El arte, debe basarse únicamente en la libre actitud creadora del artista?” Y la respuesta del poeta la que sigue: “Por lo que a la libertad se refiere, el arte debe basarse únicamente en la libre actitud creadora del artista. El hombre libre es anterior al arte, y esta prioridad no es sólo cronológica: es esencial y permanente. Un artista privado de libertad, puede llegar a crear una obra genial; pero un mundo de hombres privados de libertad, produce muy escasos artistas, y muy mediocres.” Más adelante, en la respuesta que da Badosa a la segunda parte de la tercera pregunta, “¿Su misión (la del arte) es estética o social?”, entre otras cosas dice que “la libertad del artista sólo viene limitada, en cierto modo, por la posibilidad. El artista lleva a cabo la obra que puede, y no siempre la que quiere.” Y al final de la respuesta, leemos la conclusión: “No sólo estética ni sólo social –aunque estética y social al mismo tiempo, e indivisiblemente--. La misión del artista es ampliar el área de la experiencia humana, y responder, en lo que pueda, a la llamada de los problemas que afectan a los hombres de su tiempo. En otra ocasión escribí que el arte es una forma de caridad.” 


 

Respecto del contenido exacto del libro, en el último párrafo del Prólogo, Badosa nos lo adelanta diciendo que la primera parte trata directamente de la libertad del escritor, y las otras tres tocan diversos aspectos de la operación de leer y de la literatura en general. Y añade que que todos los trabajos se escribieron siguiendo el mismo anhelo de libertad interior. Sobre la libertad de que trata la primera parte Badosa insiste en ideas adelantadas en el Prólogo. Por ejemplo, en la polémica inútil abierta entre el arte y la sociedad, afirma una vez más que no se puede comprender el arte sin la sociedad “porque arte siempre supone, por definición, diálogo entre artista que crea y contemplador del arte creado”, y que “un poema no es social, político, religioso, etcétera: sino ni más ni menos que un poema que trata de un asunto social, político, religioso...” (pág.35) En otro artículo Badosa habla de un libro de oportuna publicación, La responsabilidad del escritor (1961), obra de Pedro Salinas, en la que el autor de Razón de amor dice, al respecto que la tarea del escritor no es realizada para satisfacer el propio placer, sino para compartir humanamente el conocimiento de las cosas que consigue mediante su oficio. La oportunidad del libro de Salinas también es fehaciente porque menciona los principales defectos en que incurren algunos escritores y críticos; entre ellos, la falta de estima y conocimiento del lenguaje, la escasa cultura y el desprecio de ella, el odio a la minoría, el afán pecuniario de quienes sólo escriben para ganar un premio. Y aprovecha Badosa que el libro de Salinas se ocupe también de derribar el ídolo del llamado arte social para arremeter de nuevo contra él, citando el propio texto del poeta sevillano: “Anda sonando por ahí ese bordón de que el arte debe ser social (…). Todo arte—desde Mallarmé a la copla popular-- es social, busca socios, es decir, participantes, amigos. Las más de las veces se anuncia esa muletilla con intención solapada, apuntando a que el arte debe ser dictado por tal o cual necesidad política del momento.” Por último Badosa aprovecha otro texto de Salinas para ratificar una idea suya sobre lo que debe ser “el sumo, único poder puro del escritor: erigir mundos sobre este mundo. Poder que no es de mando o de ganancia, poder de espíritu sobre espíritus, obra de caridad y entendimiento con las almas de los prójimos, claro poder de amor.” (pág. 39) Amor, caridad. Lo que acabamos de repetir hace poco a propósito del Poema XLIX de Epigramas de la Gaya Ciencia.

 El mito de la literatura social es el título de otro artículo de la primera parte, del que extraigo algunas aseveraciones que seguro sonarán al lector. La primera, “lo que no es lógico –y sí es absurdo-- es pretender socializar, poco menos que al soviético modo, este arte de hoy. Es decir, convertir el arte en mero vehículo transmisor de ideas e ideologías, cuando no en decires panfletarios.” (pág. 47) En el artículo La literatura no es un lujo Badosa formula una definición de libro muy acertada en consonancia con lo que venimos tratando: “En el libro se manifiesta el resultado de unas experiencias que pueden ser fundamentales para la mejor comprensión de la realidad. Y no sólo de una realidad espiritual o intelectual, sino que también de las realidades más inmediatas, más cercanas a los problemas de hoy.” (pág. 51) Otra definición de libro igualmente plausible leemos en El diálogo escritor-lector: “El libro siempre será el último reducto en el que la inteligencia y la capacidad creadora manifestarán su fundamental tarea.” (pág. 57) Y eso después de encontrarnos nada más empezar el artículo con esta definición de literatura: “La literatura es un registro de sensibilidad exquisita, que nos da cuenta de la actitud del hombre ante determinadas realidades” (Pág. 55). Y no podemos olvidar el final del capítulo, que retoma el diálogo escritor-lector. Profetiza Badosa que volverá a ser brillante “y tal vez entonces se atienda con mayor atención a los silencios que puedan producirse en uno de los más intensos contactos humanos: el que se vive al abrir un libro, al comenzar a leer.” Ojalá. 


 

Y acabo la primera parte del libro destacando algunas ideas badosianas contenidas en los tres últimos epígrafes: Tarea difícil, El fracaso de las teorías del realismo y Permanencia de la belleza. Badosa afirma que la literatura es una tarea difícil porque se trata de “una de las más nobles manifestaciones de la inteligencia, de la sensibilidad y del arte.” Y añade un poco más adelante que “el escritor sabe, por experiencia propia, vivida día a día, en todo momento, que el arte de escribir es duro, difícil y lleno de amarguras” (Pág. 59). De ahí que se indigne ante la falta de respeto que se muestra en muchas ocasiones a su quehacer literario. El fracaso de las teorías del realismo se deben, según Badosa, al no aceptarse la evidencia de que ante todo “la obra ha de estar comprometida con lo literario: arte, estilo, lenguaje, etcétera” (Pág. 65). Y, considerando lo publicado y lo que nunca se publicará, concluye que “ya es hora de volver a considerar la literatura –sea social o no su fondo-- como quehacer de arte. Pues sólo de este modo se servirá literariamente la motivación —politica, religiosa, social, sentimental, metafísica, etcétera-- de la obra” (pág. 66). Finalmente, la permanencia de la belleza en la obra literaria exige al escritor “el deber de hallar las palabras perdurables, las que puedan ser ejemplo tanto de arte como de humanidad. Las palabras en las que la realidad y la verdad se reconocen y se magnifican. Las que otorgan sentido al ser y al existir” (pág. 67). Para concluir que “sólo la obra bella, sólo la obra auténticamente artística permanecerá, sea cual sea el contenido de su mensaje” (pág. 69).


 

Arriba dijimos que de las cuatro partes en que se divide el libro, la I trata propiamente de la libertad del escritor, como acabamos de ver, mientras que el resto habla de diversos aspectos de la literatura en general y sus principales géneros: la II, habla principalmente de la literatura contemporánea (española y universal) en sus vertientes de novela y teatro, con una referencia importante al cine literario; la III se centra en la poesía y la IV en el hecho de leer y el libro como base esencial de la lectura.

Respecto a la literatura contemporánea de Badosa, el autor señala como su carácter principal “la incorporación de lo religioso, de lo filosófico –y también de lo político y social-- a la obra del escritor.” Especialmente, los dos primeros, que son “los más profundamente humanísticos, los que tratan de la condición y de la naturaleza humanas (…) en unos tiempos en los que el hombre ve en entredicho el futuro de su especie, y no ve muy claro el después de una extinción personal y colectiva.” Para concluir que “en un mundo que tiende al materialismo y a la deshumanización como formas de vida, la literatura afirma agónicamente la permanencia de lo humano” (págs. 75 y 76). En el capítulo Novela de acción, Novela de situación Badosa toca el tema de la preferencia de la situación a la acción (“predominio del tiempo intensivo sobre el tiempo extensivo”) en algunos escritores contemporáneos como los novelistas franceses Margueritte Duras y Robbe-Grillet, frente a escritores como Graham Greene, cuya obra es modélica “por la función orgánica, viva, dinámica de los elementos de la acción y de la situación literarias” (Pág.79). Badosa no se inclina por ninguna de las dos maneras de narrar, sino que aboga por una novela que debe recobrar sus lectores, partidarios de los dos tiempos, el intensivo o de la situación y el extensivo o de la acción. Y matiza: Pero recobrar esos lectores “depende a la vez del escritor –que no ha de torcer su camino-- y del lector, que ha de hacer un esfuerzo para entender los propósitos del artista. Entre escritor y lector, el crítico. Ese crítico que orientará a unos y a otros” (pág. 80).


 

El epígrafe ¿Novela neocatólica? alude al calificativo que da equivocadamente el redactor de una nota bibliográfica aparecida en una revista española a la novela de Morris West El abogado del diablo. Badosa aprovecha para mencionar el interés de ciertos escritores por el catolicismo y los problemas aparecidos en torno a la moral religiosa; y nombra junto con West a Bernanos, Mauriac y el ya mencionado Greene. Las obras de estos escritores son “novelas en las que el lector puede percibir esto que tan escasamente informa —por parte del hombre demasiado embebido en la realidad inmediata—el vivir de cada: la presencia, por sus efectos, de una divinidad que trasciende requerimientos (…) sensoriales y que trasciende ocupaciones y preocupaciones cotidianas” (pág.81). Y concluye el artículo, retomando el hecho de llamar novela neocatólica a El abogado del diablo, que tal denominación es “una prueba más del atolondramiento ambiental, que se debe a una escasez de formación e información, escasez de la que tantos hacen --¡sin saberlo!--ostentosa gala” (pág. 83).


 

Y ya que ha hablado de críticos mediocres, en el articulo siguiente, La criticada crítica de los críticos, acertado juego de palabras, como puede deducirse), elige un camino diferente afirmando que “hay, en número y en calidad, escritores especialmente dedicados a criticar,esto es, a informar acerca de las calidades literarias de otros escritores que hemos dado en llamar creadores” (pág.85). Y este tipo de críticos suele estar encarnado por un hombre culto, inteligente, sensible y generoso, capaz de decir la verdad a pesar, incluso, de los amigos (…) Sí, el crítico está obligado a ser más amigo de la verdad que de Platón ('Amicus Plato, sed magis amica veritas'), es decir, del amigo. Y esto se bien olvidando mucho” (pág. 86). Y aclarando que él no defiende a los críticos por ejercer esa misma labor, aprovecha para exponer su propia aspiración como crítico: “proponer una visión serena de la realidad. Y la realidad es ésta: si no hay obra, no hay crítica; del mismo modo que sin los trigos del campo no hay el pan nuestro de cada día” (pág. 87). Y concluye en un parrafito modelo de equilibrio: “Dante, si escribiera hoy, reservaría alguno de sus círculos infernales para los malos críticos literarios. A pesar del mal que hacen, olvidémosles; y defendamos al crítico honesto y serio, leal para con el autor, para con el lector y para consigo mismo. Todavía los hay.” Por supuesto, y el propio Badosa es sin duda uno de ellos.


 

domingo, 12 de diciembre de 2021

A ESCENA (V) Los tres síes


 

LOS TRES SÍES

(Adaptación libre del cuento La niña de los tres maridos,

de “Fernán Caballero”)


PERSONAJES

(por orden de aparición)


HOMBRE RICO, dueño del palacete

PRETENDIENTE 1

PRETENDIENTE 2

PRETENDIENTE 3

NOVIA, hija del primero

VIEJECITO


La acción transcurre en la actualidad en un palacete donde vive un hombre que fue muy rico y ahora venido a menos con una hija joven, hermosa y casadera.


PRIMER CUADRO

El HOMBRE RICO venido a menos recibe a los tres PRETENDIENTES a la mano de su hija en la sala de visitas de la casa.

HOMBRE RICO (Al PRETENDIENTE 1). Usted dirá en que basa sus pretensiones respecto a mi hija.

PRETENDIENTE 1. Habida cuenta de que ustedes no están pasando por un buen momento económico, yo me ofrezco a ayudarles a salir de la crisis con mi aportación, que se basa en un sueldo mensual de cinco mil euros, un ático en la zona de más alto “estandin” de la ciudad y una casa en la Costa Brava.

HOMBRE RICO. No está mal y tomo nota. Pero piense que mi hija vale mucho más que todo eso para mí. (Al PRETENDIENTE 2) ¿Y usted, qué me ofrece?

PRETENDIENTE 2. Yo voy por el mismo camino que mi antecesor. Gano bien la vida y poseo algunos ahorros. Sin embargo, yo ofrezco algo que no se mide con el metro de los bienes y la riqueza.

HOMBRE RICO. (Asombrado.) ¿Y qué es si puede saberse?

PRETENDIENTE 2. A eso he venido aquí, a decírselo. Yo, ¿sabe usted?, soy artista pintor y con sólo mis pinturas puedo alegrar la vida de la persona más afligida del mundo.

HOMBRE RICO. Hombre, eso es una ayuda añadida a la material incapaz de medirse, como usted dice, con el rasero monetario. Tomo nota. (Al PRETENDIENTE 3.) Acabemos esta entrevista porque supongo que tienen ustedes muchas cosas que hacer, lo mismo que yo. Ahora le toca usted, caballero, exponer en qué basa sus pretensiones. Cuando quiera.

PRETENDIENTE 3. Seré breve. Yo no poseo bienes como mis antecesores, pero poseo algo que no tiene la mayoría de los humanos.

HOMBRE RICO. (Extrañado.) Me temo que sin recursos económicos poco vamos a hacer. Sin embargo, por curiosidad, me gustaría saber qué es eso que tiene usted y que le falta a la mayoría de los hombres.

PRETENDIENTE 3. Lisa y llanamente la voluntad.

HOMBRE RICO. La voluntad, señor mío, es una de las potencias que el alma humana posee.

PRETENDIENTE 3. No se lo niego, señor. Pero a la larga, eso no es más que una información que aprendemos desde niños pero que luego, en la experiencia, pocos somos capaces de poner en práctica.

HOMBRE RICO. Póngame un ejemplo.

PRETENDIENTE 3. Le pondría mil ejemplos. Pero abreviando, le diré que cuantas veces he caído en el camino de la vida, nada fácil en mi caso, otras tantas me he levantado y he seguido avanzando. Prueba de ello es que hoy he venido aquí a pretender también la mano de su hija.


HOMBRE RICO. La verdad es que mi hija podría aprender muchas cosas de usted y de su fuerza de voluntad. Aunque siento decirle que sólo con la voluntad no basta para levantar un hogar y una familia. (A los tres PRETENDIENTES.) Les agradezco el esfuerzo que han hecho hoy para venir a esta entrevista. Pasados unos días les volveré a citar para hacerles saber el parecer de mi hija. (Se pone en pie y los tres PRETENDIENTES le imitan.) Hasta entonces, caballeros. (Le estrecha la mano. Los tres PRETENDIENTES salen.)

(Oscuridad.)




SEGUNDO CUADRO

En la habitación de la NOVIA, hablan ésta y su padre el HOMBRE RICO.


NOVIA. Padre, ¿has hablado ya con mis pretendientes?

HOMBRE RICO. Sí, hija, con los tres.

NOVIA. ¿Y cómo son?

HOMBRE RICO. Son diferentes. Los tres son inteligentes, amables, porfiadores, y poseen los tres el modo de abrirse paso en la vida. Y de ayudarte, y de ayudarnos a salir del atolladero en que nos encontramos. Sólo que hay uno de ellos que, que, no sé cómo decírtelo, pero…

NOVIA. Creo que sé lo que quieres decirme. Que no gana mucho dinero o que no dispone de propiedades o que es pobre pero honrado y tesonero.

HOMBRE RICO. No podía haberlo dicho yo mejor.

NOVIA. ¿Cuándo los verás de nuevo?

HOMBRE RICO. Les he dicho que dentro de unos días los volveré a entrevistar para hacerles saber tu opinión.

NOVIA. Empecemos otra vez. ¿Son guapos y buenos mozos los tres?

HOMBRE RICO. Te puedo asegurar que sí.

NOVIA. Sigamos. ¿Cómo son?

HOMBRE RICO. ¿Qué quieres decir?

NOVIA. Me refiero a sus armas, además de su guapura.

HOMBRE RICO. El primero tiene un buen sueldo, posee un ático en la mejor parte de la ciudad y un apartamento en la Costa Brava.

NOVIA. No está nada mal para empezar. ¿Y el segundo?

HOMBRE RICO. El segundo, como el anterior, se gana bien la vida, posee algunos ahorros y es artista.

NOVIA. ¿Qué clase de artista?

HOMBRE RICO. Pinta cuadros.

NOVIA. Eso ayuda.

HOMBRE RICO. Eso mismo le he dicho yo.

NOVIA. ¿Y el tercero?

HOMBRE RICO. Aquí quería yo llegar. Dice que no cuenta con bienes ni riquezas como los dos primeros, pero que posee una voluntad de hierro para salir de las situaciones más arriesgadas de la vida.

NOVIA. La voluntad es un as en la manga hoy en día, padre. Nos puede ayudar con la misma fuerza que los otros ingredientes. Por todo ello he decidido, padre mío, darles el sí a los tres.

HOMBRE RICO. (Extrañado.) ¿A los tres? Entra en razón, hija mía. Sólo puedes dar el sí a uno. Elige.

NOVIA. Ya he elegido.

HOMBRE RICO. Así me gusta, hija. ¿A quién?

NOVIA. Ya te lo he dicho, padre. A los tres. Elijo a los tres.

HOMBRE RICO. (Preocupado.) ¿Es esta tu última decisión?

NOVIA. (Resuelta.) Sí, padre, y estoy convencida de que es la mejor.

(El HOMBRE RICO sale cabizbajo.)

(Oscuridad.)




TERCER CUADRO

En la sala de visitas el HOMBRE RICO se vuelve a reunir con los tres PRETENDIENTES de su hija.


HOMBRE RICO. Caballeros, les he reunido de nuevo aquí para comunicarles el parecer de mi hija.

PRETENDIENTES. (Al unísono. Con ansiedad.) ¿Y cuál es?

HOMBRE RICO. No se lo van a creer, pero mi hija los quiere a los tres.

PRETENDIENTES. (Extrañados.) ¿A los tres?

HOMBRE RICO. ¡A los tres! Y ya saben que eso es imposible.

PRETENDIENTES. ¡Imposible!

HOMBRE RICO. Y como eso es imposible, les propongo que se vayan por esos mundos de Dios a buscar una cosa única en su especie y traérsela a mi hija. El que de ustedes traiga la mejor y más rara cosa del mundo será el que se case con mi hija. Lo prometo. Así pues, y si están de acuerdo con mi propuesta, cuando lo deseen pueden ponerse en marcha. Gracias por el nuevo esfuerzo.

(Los tres PRETENDIENTES, tras estrechar la mano del HOMBRE RICO, salen.)

(Oscuridad.)





CUARTO CUADRO

En un país exótico, en la calle de un mercado ambulante. El PRETENDIENTE 1 se encuentra con un VIEJECITO que compra y vende a voces cosas viejas en su puesto.

VIEJECITO. (Voceando.) ¡Compro hierro viejo, metal y cobre! ¡Vendo objetos viejos, curiosos y raros!

PRETENDIENTE 1. (Acercándose al puesto para mirar las cosas expuestas sobre él.) ¿De verdad, señor, que vende usted objetos viejos, curiosos y raros? Aquí no veo nada especial.

VIEJECITO. Hay que mirar bien, joven. Las apariencias engañan muchas veces. (Coge un espejito del puesto y se lo enseña.) Mire, por ejemplo este espejito que al parecer es de lo más normal y corriente.

PRETENDIENTE 1. ¿Y no es normal y corriente?

VIEJECITO. No, señor. Tiene algo muy especial.

PRETENDIENTE 1. (Extrañado.) ¡Ah!, ¿sí? Yo lo veo pequeño y hasta feo.

VIEJECITO. Eso es a simple vista. Ya le he dicho que las apariencias engañan.

PRETENDIENTE 1. Pues dígame qué virtud tiene.

VIEJECITO. (Bajando la voz.) Si de verdad quiere hacerse con él, se la digo ahora mismo.

PRETENDIENTE 1. No, señor. Así no son las cosas. Para comprarlo, debo saber antes qué virtud tiene el espejo.

VIEJECITO. Si le digo que en este espejo puede ver usted reflejadas las personas que desea ver, ¿me creerá?

PRETENDIENTE 1. ¡Claro que no!

VIEJECITO. No sé por qué me esperaba de usted algo así. Sin embargo, antes de seguir su camino, ¿no desearía comprobar lo que le digo? A veces la fe mueve montañas.

PRETENDIENTE 1. De acuerdo. (Se asoma al espejo y mira en él. Asombrado.) No puedo creérmelo. Es verdad. Acabo de ver a una persona conocida que hace mucho tiempo no veía. ¿Cuánto pide por el espejo?

VIEJECITO. No mucho. Sólo lo que lleva en el bolsillo izquierdo de su pantalón.

PRETENDIENTE 1. (Más asombrado todavía.) ¿Cómo sabe que llevo mi dinero en este bolsillo?

VIEJECITO. Sé solamente lo que debo saber. ¿Está de acuerdo con el precio?

PRETENDIENTE 1. (Tras dudar unos segundos.) Creo que sí.

VIEJECITO. (Sonriendo.) Puede hacerse con el dinero que quiera por medio de la tarjeta que lleva en la cartera. Además, el espejo le proporcionará la verdadera riqueza a la que usted aspira.

(El PRETENDIENTE 1 le da el dinero y el VIEJECITO le entrega el espejo. El primero se despide guardando el espejo y el segundo empieza a recoger el puesto del mercado. )

(Oscuridad.)




QUINTO CUADRO

En otro lugar exótico, en otra calle de otro mercado ambulante, el PRETENDIENTE 2 se encuentra con el mismo VIEJECITO que compra y vende a voces cosas viejas en su puesto.


VIEJECITO. (Voceando.) ¡Compro hierro viejo, metal y cobre! ¡Vendo objetos viejos, curiosos y raros!

PRETENDIENTE 2. (Se acerca a curiosear.) ¿Dice usted que vende objetos raros? Yo aquí no veo ninguno.

VIEJECITO. Porque no mira bien, caballero. Fíjese, por ejemplo, en este botecito. (Lo coge del puesto y se lo muestra.) No es más que un botecito normal y corriente, pero dentro contiene un bálsamo especial.

PRETENDIENTE 2. (Asombrado.) ¿Dice que un bálsamo especial? Explíquese.

VIEJECITO. Está hecho de sangre de serpiente, pulpa de tamarindo y huesos molidos de un mártir de esta tierra.

PRETENDIENTE. (Incrédulo.) ¿Y de qué me va a servir a mí?

VIEJECITO. Nunca se sabe, caballero. (Baja la voz.) Pues este bálsamo tiene la virtud de resucitar a los muertos.

PRETENDIENTE 2. (Más incrédulo aún.) Así que resucitar a los muertos, ¿eh? Me gustaría verlo para plasmarlo en uno de mis cuadros.

(En ese momento cruza de izquierda a derecha un carro transportando un féretro.)

VIEJECITO. (Parando el carruaje mortuorio.) Aquí tiene la ocasión de comprobarlo usted mismo. Abra el ataúd y moje con una gota de este bálsamo los labios del muerto.

PRETENDIENTE 2. Si fuera verdad, yo sería como Dios. (Obedece no muy convencido.)

(A los dos o tres segundos, el muerto abre los ojos, se incorpora en su féretro, se baja del carro y echa a andar hasta desaparecer por la derecha.)

VIEJECITO. Ya se lo dije. Y ahora (Le quita suavemente el bálsamo de la mano.), ¿me compra el botecito?

PRETENDIENTE 2. (Estupefacto.) ¡Claro que sí! ¿Cuánto pide por él?

VIEJECITO. Sólo lo que lleva en el maletín de pintura.

PRETENDIENTE 2. (Asombrado.) ¿Cómo ha sabido que aquí dentro, además de los útiles de pintar, llevo mi dinero?

VIEJECITO. Sé solamente lo que debo saber. ¿Está de acuerdo con el precio?

PRETENDIENTE 2. Por supuesto. (Le entrega el maletín.)

VIEJECITO. (Enrosca la tapa del botecito y se lo entrega.) Con esto ganará usted la verdadera riqueza que persigue. Que le vaya muy bien.

(El PRETENDIENTE 2 se va por la izquierda, mientras el VIEJECITO comienza a recoger su puesto de mercadillo.)

(Oscuridad.)






SEXTO CUADRO

En otro lugar exótico, en otra calle de otro mercado ambulante. El PRETENDIENTE 3 se acerca a un arca solitaria de considerables dimensiones y la toca con curiosidad y le da tres toques en la tapa para comprobar su solidez. Al instante se abre y aparece el VIEJECITO.


VIEJECITO. Gracias por despertarme, joven. (Se despereza y sale del arca.) El viaje esta vez me ha cogido desprevenido.

PRETENDIENTE 3. (Asombrado.) ¡Ah!, ¿pero usted viaja en esta arca?

VIEJECITO. Aunque no se lo crea, así es. Me lleva de un lugar a otro del planeta en menos que canta un gallo. Y conmigo, a quienes quieran acompañarme. Si lo desea, puede comprobarlo usted mismo.

PRETENDIENTE 3. Bonita manera de viajar. Siempre he soñado con ello.

VIEJECITO. (Asombrado.) ¿Se está burlando de mí, joven?

PRETENDIENTE 3. Nada más lejos de mi intención. En cuanto lo he visto, he pensado: “Este buen hombre dará solución a todos mis problemas. Su rostro disipa cualquier duda e inspira la mayor de las confianzas.”

VIEJECITO. (Conmovido.) No estará pensando usted en adquirirla, ¿verdad?

PRETENDIENTE 3. ¡Qué más quisiera yo! Pero no tengo suficiente dinero para comprársela.

VIEJECITO. Eso ya lo sabía. Pero tiene algo que a mucha gente le falta: la voluntad.

PRETENDIENTE 3. (Asombrado.) ¿Cómo lo sabe usted?

VIEJECITO. Sé solamente lo que debo saber. ¿Usted quiere el arca?

PRETENDIENTE 3. Eso ni se pregunta, señor.

VIEJECITO. Pues suya es, joven. De sobra sé que va a hacer buen uso de ella.

PRETENDIENTE 3. (Agradecido.) Muchas gracias, señor. Ya puede estar seguro de que va a ser así y siempre lo llevaré en mi memoria.

VIEJECITO. Lo sé. Y siga siempre siendo como es. Llegará muy lejos.

(Echa a caminar hacia la izquierda y se vuelve antes de desaparecer por ese lado para despedirse con la mano. El PRETENDIENTE 3 le responde con otro gesto y se pone a acariciar el arca.)

(Oscuridad.)



SÉPTIMO CUADRO

En las afueras de una ciudad de un país exótico, los tres PRETENDIENTES se han reunido para hablar de sus respectivos hallazgos raros y curiosos. Sobre el arca está sentado el PRETENDIENTE 3 mientras que los otros dos sostienen sus hallazgos debidamente envueltos.


PRETENDIENTE 1. Tal como quedamos, nos hemos reunido aquí, antes de volver a nuestra patria, para hablar de nuestros hallazgos. (Desenvuelve su paquete y muestra el espejo.) Yo he comprado este espejito.

PRETENDIENTE 2. Parece un espejo vulgar.

PRETENDIENTE 3. Las apariencias engañan. Supongo que debe tener algo especial, si no, no lo hubiera adquirido. ¿Verdad?

PRETENDIENTE 1. Verdad. Este espejito tiene la virtud de mostrar a su dueño reflejado en su cristal lo que él quiera ver. ¿Queréis un ejemplo?

PRETENDIENTE 2. ¡Por supuesto!

PRETENDIENTE 3. ¡Lo estoy deseando!

PRETENDIENTE 1. ¿Os parece bien que le pida a mi espejo que nos muestre a la persona que más queremos en este mundo?

PRETENDIENTE 2. ¿Quieres decir que podemos ver a nuestra amada aquí reflejada?

PRETENDIENTE 1. Eso espero.

PRETENDIENTE 3. ¡Qué emocionante! ¿A qué esperas para pedírselo?

PRETENDIENTE 1. ¡Sea! Quiero, espejito, que nos muestres a nuestra novia.

(Los tres PRETENDIENTES miran en el espejo y al momento quedan profundamente afligidos.)

PRETENDIENTE 3. ¡No puede ser, Dios mío!

PRETENDIENTE 2. ¡Está muerta!

PRETENDIENTE 1. ¡Y metida en su ataúd! ¿Qué podemos hacer?

PRETENDIENTE 2. (Mudando el semblante.) ¡Un momento! (Desenvuelve su paquete y muestra el botecito del bálsamo.) Aquí tengo lo que adquirí como cosa rara. Un botecito de bálsamo.

PRETENDIENTE 1. (Decepcionado.) ¿Y qué puede hacer un bálsamo en estas extremas circunstancias?

PRETENDIENTE 3. Nunca se sabe. Deja que se explique.

PRETENDIENTE 2. Podemos estar de suerte, amigos, porque este bálsamo tiene la virtud de resucitar a los muertos sólo con tocar sus labios con una gota.

PRETENDIENTE 1. Vale, pero aunque así fuera, que lo veo muy difícil, por no decir imposible…

PRETENDIENTE 3. ¿Y lo de tu espejo? Y sin embargo, gracias a él, hemos podido ver a nuestra amada.

PRETENDIENTE 1. Vale, de acuerdo. Supongamos que sea así. Pero ¿cómo vamos a llegar a su casa?

PRETENDIENTE 2. ¡Eso digo yo! Cuando lleguemos ya será demasiado tarde y estará comida por los gusanos.

PRETENDIENTE 3. De eso ni habléis. Porque yo tengo la solución.

PRETENDIENTE 1. (Extrañado.) ¿Tú? ¡Pero si no has traído nada!

PRETENDIENTE 3. (Levantándose del arca y mostrándosela a sus amigos.) ¿Y esto qué es?

PRETENDIENTE 2. Yo solamente veo un arca grande.

PRETENDIENTE 3. Un arca grande, sí, pero que además tiene la virtud de llevarnos a donde queramos a la velocidad de la luz. Yo mismo he viajado de este modo hasta aquí. ¡Venga! (Levanta la tapa del arca y se mete dentro.) ¡Meteos en el arca conmigo!

PRETENDIENTE 1. ¡Es ridículo! ¡En un arca!

PRETENDIENTE 3. Confiad en mí. No perdamos más tiempo. Entrad.

PRETENDIENTE 2. (Metiéndose.) Yo entro.

PRETENDIENTE 3. (Se mete refunfuñando.) De acuerdo. Pero…

(El PRETENDIENTE 3 baja la tapa del arca.)

VOZ del PRETENDIENTE 3. Arca amiga, llévanos rápidamente a casa de nuestra novia.

(Oscuridad.)





OCTAVO CUADRO

En la casa del HOMBRE RICO, en la habitación donde está expuesto el ataúd con el cuerpo muerto de la NOVIA. El arca aparece en primer término.


HOMBRE RICO. (Desconsolado.) ¿Qué será de mí, ahora que tú, querida hija, vas a desaparecer de mi lado para siempre? ¡Y sin haber podido lograr nuestros deseos! El mío, de verte feliz, y el tuyo de casarte con el pretendiente que traiga la cosa más rara que haya encontrado por esos mundos de Dios. Ya nada tiene remedio. La muerte pone punto final a todos nuestros sueños.

(En ese momento se abre el arca y aparecen los tres PRETENDIENTES, que salen de ella y se acercan al ataúd.)

HOMBRE RICO. (Asombrado.) ¡Ustedes aquí! ¿Esto es un milagro? ¿Una aparición?

PRETENDIENTE 2. Ni una cosa ni otra. Las circunstancias de la vida. (Saca el botecito del bálsamo.) Si me permite, con este bálsamo todas sus penas se acabarán.

HOMBRE RICO. (Sin dejar de asombrarse.) Si es para eso, adelante.

PRETENDIENTE 2. (Se acerca al ataúd mientras abre el botecito.) Con unas gotas que le ponga de este bálsamo en los labios de su hija, resucitará.

HOMBRE RICO. (Más asombrado aún.) ¿Pero eso es posible?

PRETENDIENTE 1. (Mostrándole el espejito.) Con este espejo descubrimos que su hija estaba muerta a miles de kilómetros de aquí.

PRETENDIENTE 3. (Señalando el arca.) Y con esta arca hemos viajado los tres. Así que confíe en el bálsamo de nuestro amigo.

HOMBRE RICO. (Al PRETENDIENTE 2.) No hagamos esperar más a mi hija.

PRETENDIENTE 2. (Mientras moja los labios de la NOVIA con unas gotas del bálsamo.) ¡Vuelve a despertar!

NOVIA. (Despierta y mira a su alrededor. Ve a su padre y a los tres PRETENDIENTES.) ¿Lo ve usted, padre, cómo necesitaba a los tres? (Todos ríen alborozados.)

FIN


 

sábado, 4 de diciembre de 2021

ENRIQUE BADOSA Verso (y III)

 



Tikal (Relación verdadera de un viaje americano)


El Parque Nacional Tikal se halla en Guatemala, y en su incomparable marco selvático se encuentra Tikal, antigua ciudadela maya que floreció entre los años 200 y 800 después de Cristo. Entre sus venerables ruinas pueden admirarse aún la pirámide del Mundo Perdido, tan gigantesca como ceremonial, y el templo del Gran Jaguar, maravillas que pudo contemplar Badosa durante su cuarto viaje a América en los años 90. En cinco versos (4 endecasílabos y 1 heptasílabo) el poeta retrató certeramente el bello enclave maya y la influencia del silencio milenario en su silencio asombrado de viajero, como muestra en esta breve pero rica composición:

Voy penetrando ya por el silencio

de la espesura, del jaguar, del Sol,

de la piedra erigida en oración,

de la lluvia enterrada.

El silencio se adentra en mi silencio.

Mientras el poeta pasea por el silencio de espesura de la selva que envuelve las ruinas de Tikal, del jaguar (para los mayas el jaguar simbolizaba el poder; no en balde los personajes importantes se vestían con la piel del felino, y por otra parte el animal significaba tanto la luz como la oscuridad), del Sol (el astro rey era la base del calendario maya). Mientras el poeta va entrando en el milenario silencio de la “piedra erigida en oración, de la lluvia enterrada” (tiempo y plegaria unidos eternamente), ese mismo silencio empieza a formar parte de su propio silencio (admiración, miedo, marea de la existencia humana).



Vinimos al silencio al que se nos llamaba... (Marco Aurelio 14)


Antes de empezar, conviene recordar que Marco Aurelio, 14, es la dirección postal barcelonesa de la casa donde vivía el poeta y adonde regresaba para encontrar la paz y el silencio, que sólo pueden dar las cuatro paredes que nos conocen como si fuéramos algo que les pertenece, tras realizar sus variados y constantes viajes. En la composición poética presente, formada por ocho versos, los siete primeros alejandrinos y el último, “muertos, enterraremos a los muertos”, endecasílabo, de esos endecasílabos difíciles de olvidar por su tremendo sentido. Leamos ya esos ocho versos libres de rima pero atados al rigor del cómputo silábico que exige la métrica clásica:

Vinimos al silencio al que se nos llamaba

a saber nuestro nombre, el ya definitivo,

a sentir nuestras manos cálidas de otras manos,

a ver nuestra mirada en la mirada ajena.

Pero abismamos sombras en nuestro pensamiento,

hundimos nuestros ojos en la luz de cenagales.

Maniatados de frío por tanta soledad,

muertos, enterraremos a los muertos.

En ellos notamos tres partes bien diferenciadas: en la primera, que podría ser afirmativa, el poeta habla del silencio al que todos llegamos para saber cuál es nuestro nombre verdadero, sentir el tacto de otras manos y ver nuestra mirada en la ajena; mientras que la segunda parte (versos 5 y 6), se opone a la anterior, por medio del “pero” adversativo con que comienza el quinto verso: nuestro pensamiento es invadido por las sombras y nuestros ojos no ven nada. Finalmente, los dos últimos versos, forman la conclusión: Estamos en la más helada soledad, es decir, muertos, entre los muertos: “muertos, enterraremos a los muertos”, el endecasílabo certero e inolvidable.



Poema XLIX (Epigramas de la Gaya Ciencia)


Otro de los sentenciosos epigramas de Badosa, resuelto en cuatro versos lapidarios, endecasílabos, para más señas (una de las especialidades métricas del poeta), morales también, propios de obra de misericordia o virtud teologal:

Aunque tú no me mandas tus poemas,

yo te mando los míos otra vez.

¡Oh problema moral! ¡Oh grave enigma!

¿Quién de los dos es más caritativo?

A un desaire del tú poemático (“tú no me mandas tus poemas”), el yo del poeta responde con una exquisita amabilidad, repetida además (“yo te mando los míos otra vez”). Aquí no hay ningún problema moral ni acertijo alguno. Sólo una muestra de caridad o de amor fraternal, que el cuarto verso explica con una pregunta retórica (“¿quién de los dos es más caritativo?”).



Epitafio de un poeta renegado (Parnaso funerario)


Se trata de otro soneto excelente, con un esquema diferente del primero que vimos, respecto de los tercetos: 11A, 11B, 11B, 11A; 11A, 11B, 11B, 11A; 11C, 11C, 11D; 11E, 11E, 11d, y lo mismo que en aquel soneto, las rimas en éste son bastante fáciles (y recuerdan algunas del primero): encia, ado, osa, era, ada. El epitafio así:


En arrebato de autocomplacencia,

después de tanto premio bien ganado

y de cubrir su cráneo devastado

con los laureles de la Gaya Ciencia,


comete la patética insolencia

de declarar, muy alto y descarado,

que ateo de la Musa se ha tornado

y que la inspiración sólo es paciencia.


Que ya no esperará la voz suntuosa

de la supuesta diva caprichosa,

y será magistral siempre que quiera.


La Musa, no remisa, sí vejada,

le arranca la peluca laureada,

e “ipso facto” su cráneo es calavera.

Un epitafio, como todo el mundo sabe, es una inscripción puesta sobre un sepulcro o en la lápida o lámina colocada junto al enterramiento. Pues bien, en el caso que nos ocupa, el difunto es un poeta que, después de haber llevado en su cabeza el laurel de los premios poéticos y renegar de la creencia en la Musa o inspiración de la poesía, llega a afirmar que la inspiración no es otra cosa que paciencia (los dos cuartetos) y que, sin contar con ella, siempre que lo desee seguirá escribiendo excelente poesía (primer terceto). Castigo inmediato de la Musa ofendida: al poeta renegado y ultrajador “le arranca la peluca laureada e ipso facto su cráneo es calavera (segundo terceto)”. Como puede observarse, también Badosa cultiva el humor en su extenso bagaje poético. Y lo hace con un lenguaje igualmente bello y exacto.



Puesto que cada día es más de noche... (Ya cada día es más noche)


Hermosa y sentida composición de once versos endecasílabos libres, empleada para aconsejar una serie de acciones y actividades corrientes, todas positivas, sencillas y cristianas, a sí mismo y a cuantos lectores se encuentren en la misma situación existencial del poeta, la mayoría de edad, cuya característica fundamental es saber a ciencia cierta que queda mucho menos tiempo de vida que cuando se era más joven (con palabras del poema, “cada día en más de noche”). Leámoslos:

Puesto que cada día es más de noche,

vuelve al placer de tus primeros libros,

acaricia las cosas familiares

que sientes extraviadas por cercanas,

recuerda el conversar de tus mayores,

sus gestos que te amparan todavía,

aquel mirar que te enseñaba a ver,

repósate en los nombres con que amaste,

vuelve a tus oraciones cuando niño

y con la sencillez de la confianza

saluda a Dios y espera en su amistad.

Recordando un poco al autor de la Epístola moral a Fabio, esos consejos que da el poeta en forma de imperativo a un tú universal (vuelve, acaricia, recuerda, repósate, saluda... ubicados estratégicamente al principio de sus respectivos versos) tienen que ver respectivamente con el placer de leer los primeros libros, las cosas de familia, las conversaciones, los gestos y las miradas de nuestros mayores, los nombres que amamos y que nos amaron, las oraciones que rezábamos de niños y, finalmente, Dios en cuya amistad debemos siempre esperar.



Hasta aquí los textos de Enrique Badosa que se leyeron durante el acto del Ateneo celebrado en su homenaje. Aunque son bellas también las traducciones que hizo el poeta de Espriu y Horacio, prescindo aquí de su copia y comentario. Ya lo haré si sale la ocasión de hacerlo más adelante, entre los epígrafes que quedan por ver, relacionados con la obra de Badosa.

A continuación, concluiré este primer apartado, citando y comentando, cuando sea necesario, algunas afirmaciones del propio Badosa en su intervención al final del acto realizado en su honor. Una de las primeras, relacionada con su viaje a Grecia, y hablando de la comedia, de la pasmarota y del bululú, dijo que la pasmarota era recitada por el bululú, que era un comediante que representaba obras él solo, mudando la voz según la condición de los personajes que interpretaba. Otra, que la facilidad de contacto con la gente era proverbial. Relacionada con La Fuente de Castalia, repitió la cita “Nunca el griego fue lengua tan hermosa.” A una pregunta de uno de los conductores de la presentación, Badosa habló de una tejedora que conoció en Creta que se llamaba María. Por lo visto, tras recorrer bastantes kilómetros por carreteras difíciles, llegó a una casita, donde dos personas vestidas de negro lo recibieron muy afablemente. Ella era María la tejedora, que más tarde, como si fuera la reencarnación de Ariadna, le indicó el camino que tenía que seguir para volver a la ruta principal de su viaje. Su conclusión fue que fue entonces cuando sintió su amor inicial por Grecia. Más preguntas y más respuestas. Una que llamó mucho mi atención: A través de un álbum de cromos que tuvo de niño vivió tres pasiones, que nunca después olvidó: Egipto, Roma y Grecia. Otra, que Plaza y Janés y Mario Lacruz habían sido dos llaves de oro para entrar en el mundo mágico de la literatura. Éste, además de un amigo incomparable, fue un magnífico y generoso editor literario; también novelista (se dio a conocer con El inocente, una curiosa novela que narra las peripecias de Virgilio Delise, un extravagante y rico aficionado a la música que fue falsamente acusado de la muerte de su padrastro). En vida publicó muy poco de su obra, pero a su muerte, un armario, cuya apertura había sido declarada prohibida, ocultaba un montón de escritos suyos que gracias a Dios se van publicando poco a poco. Y en cuanto a Plaza y Janés, fue la editorial que le abrió los brazos desinteresadamente para encargarle la dirección de dos colecciones de poesía clave en su tiempo: Selecciones de Poesía Española y Selecciones de Poesía Universal. Acerca de ello dijo: “Era un placer poder publicar los libros que me gustaban, por encima de la amistad.” Curiosidad: Sólo en verso, publicó en cierta ocasión 5 libros al año. Preguntado si echaba de menos algo en la vida, respondió que uno de los fracasos más grandes de su vida era no haber podido ser arquitecto. A mí me chocó tremendamente esa afirmación. Sin embargo, hizo otra aseveración con la que yo no estaba en absoluto de acuerdo con él. Dijo en un momento de su intervención después de leernos unos cuantos versos suyos: “Yo leo francamente mal.” Cuando me había dejado sin apenas respiración la lectura que acaba de hacer de unos versos de su Balada de paz de un mal amor:

“Es hora de saber que ya perdemos

 la claridad del día esperanzado.

La ceniza del agua que bebemos,

no calmará la sed que nos ha dado.

También hay que olvidar lo que sabemos

del tiempo del amor, tiempo pasado.

El silencio te lleva y te retiene

y oscurece el camino que yo sigo.

Ya no sé qué esperanza me mantiene,

solitario de ti, pero contigo.”

O estos dos versos de Marco Aurelio, 14: “Sólo salen a recibirme la pared / y mi sombra, la de nadie.” Al preguntarle quién le había iniciado en la poesía, respondió que el tío Pepe, que recitaba muy bien y leía mejor. Me gustó más la respuesta de otra pregunta: “Lo que se hace, hay que hacerlo bien.” Y tanto, lo mismo cuando dijo con cierta timidez que gracias a Dios conocía bien el oficio de poeta. Las preguntas y las respuestas se volvieron de repente algo comprometidas, y desde luego me quedo con las contestaciones de Badosa. Hubo una que arrancó los plausos más fuertes del auditorio: “Toda poesía es social por la función social que tiene la poesía. Pero la poesía no debe olvidar su parte artística.” Hubo otra respuesta que entendí claramente: Uno no quiere escribir un poema; el poema me escribe a mí. Me manda escribir.” A una pregunta sobre la censura en su tiempo, respondió: “Un poemario pasaba fácilmente la censura porque nadie leía poesía, y el que lo leía (el poemario) no entendía nada.” Y casi al final del acto, alguien le preguntó qué pensaba de Venecia. Respondió que Venecia representaba todas las artes; era el navío del tesoro condenado a morir pronto. Venecia es el símbolo del gran logro de la humanidad que está pasando un mal momento; el desenlace es inminente.

Tremendo.



sábado, 27 de noviembre de 2021

A ESCENA (IV) Don Illán el Mago


 

DON ILLÁN EL MAGO

(Adaptación libre del cuento Historia del Deán de Santiago y de don Illán de Toledo, de Don Juan Manuel, incluido en su obra El Conde Lucanor)


PERSONAJES

(Por orden de aparición)


DON ILLÁN, el mago de Toledo

EL DEÁN DE SANTIAGO

LA CRIADA de don Illán

UN MENSAJERO DE SANTIAGO

UN MENSAJERO DE ROMA


La acción transcurre en la Edad Media, en el laboratorio de magia de DON ILLÁN, a muchos metros bajo tierra, que estará iluminado por velas y al que se accederá por una puerta a la derecha del escenario, elevada sobre unos escalones.



PRIMER CUADRO


DON ILLÁN y EL DEÁN DE SANTIAGO, sentados frente a frente en sendas sillas y rodeados por cachivaches de alquimia y estanterías llenas de libros y frascos con contenidos extraños. Sobre la mesa cercana habrá una campanilla.

DON ILLÁN. Bien ya estamos en lugar seguro, mágico como verá, y ya puede decirme el motivo de su visita.

EL DEÁN. Sí. Verá. En el lugar donde resido, Santiago de Compostela, he oído hablar de su magia y quisiera que me enseñara algunas fórmulas de nigromancia para tratar con mayor eficacia mis asuntos en la rectoría de Santiago. Le prometo que, en caso de verse en algún apuro o necesite de mi humilde persona algún favor, le ayudaré en todo.

DON ILLÁN. No tengo ninguna objeción que hacerle a su interés por conocer las artes mágicas, pero sí a que yo se las enseñe.

EL DEÁN. (Extrañado.) No comprendo qué quiere decir.

DON ILLÁN. Sencillamente que siendo usted deán y hombre de importancia, se olvidará pronto de ayudarme cuando llegue el caso. Por eso sospecho que cuando haya aprendido todo lo que quiera saber de mí acerca de las artes mágicas, no cumplirá lo que me ha prometido.

EL DEÁN. Sólo la sospecha me ofende. Si yo le digo que le ayudaré es que le ayudaré. Y no se hable más de esa cuestión.

DON ILLÁN. (Tocando la campanilla de la mesa.) Vale. No hablemos de esa cuestión…de momento. (Se abre la puerta de los escalones y se asoma la CRIADA.)

CRIADA. Diga, don Illán.

DON ILLÁN. Vaya preparando unas perdices para la cena, pero no las empiece a guisar hasta que yo se lo diga.

CRIADA. Como usted mande, don Illán. (Sale y vuelve a cerrarse la puerta.)

DON ILLÁN. Bien, ya podemos empezar la primera lección.

EL DEÁN. (Frotándose las manos.) Perfecto. ¿Cuál es?

DON ILLÁN. En primer lugar debe saber que la magia lo mismo puede hacer bien que mal.

EL DEÁN. (Interesado.) ¿De qué depende eso?

DON ILLÁN. Depende de la intención con que se haga.

(Suenan unos golpes en la puerta.)

DON ILLÁN. Adelante.

(Se abre la puerta y aparece el MENSAJERO DE SANTIAGO.)

MENSAJERO DE SANTIAGO. (Desciende los escalones, se acerca al DEÁN y le entrega una carta.) Es de su tío el señor Arzobispo. Es urgente.


 

EL DEÁN. (Extrañado, coge la carta.) Gracias.

EL DEÁN. (Excusándose ante DON ILLÁN.) Perdone unos instantes. (Abre el sobre y se pone a leer el contenido de la carta. Su rostro se aflige.)

DON ILLÁN. (Preocupado.) ¿Ocurre algo grave?

EL DEÁN. (Que ha acabado de leer la carta.) Sí. Que mi tío el Arzobispo está en el lecho de muerte y me ruega que si quiero verle aún con vida me ponga en camino inmediatamente.

DON ILLÁN. Si lo desea, yo puedo hacer que llegue a Santiago a tiempo para ver morir a su tío.

EL DEÁN. Lo siento mucho por él, pero si voy me pierdo sus lecciones de magia y no querría por nada del mundo que eso ocurriera. Voy a escribir al dorso la respuesta y haré que el mensajero se la lleve de vuelta a mi tío.

DON ILLÁN. Como guste. Aquí en la mesa tiene pluma y tintero.

EL DEÁN. (Se sienta a la mesa.) Gracias. (Escribe la respuesta, mete de nuevo la carta en el sobre y se lo da al MENSAJERO.) Parte raudo con la respuesta.

(El MENSAJERO DE SANTIAGO coge la carta, inclina la cabeza y desaparece cerrando la puerta a sus espaldas.)

DON ILLÁN. ¿Seguimos con la primera lección de magia?

EL DEÁN. Ardo en deseos de aprenderla.

DON ILLÁN. Siguiendo con lo que le decía, es conveniente hacer buen uso de la magia si queremos que se ponga de nuestra parte. Si lo que queremos es curar una enfermedad, lo primero…(Suenan unos golpes en la puerta.) ¡Adelante!

(Se abre la puerta y aparece el MENSAJERO DE SANTIAGO.)

MENSAJERO DE SANTIAGO. (Desciende los escalones, se acerca al DEÁN y le entrega una carta.) Es del Arzobispado.

EL DEÁN. (Extrañado, coge la carta.) Gracias, mensajero. (El MENSAJERO DE SANTIAGO desaparece.)

EL DEÁN. (Excusándose ante DON ILLÁN.) Perdone un instante. (Abre el sobre y se pone a leer en silencio el contenido de la carta. Su rostro se aflige.)

DON ILLÁN. ¿Es grave?

EL DEÁN. El arzobispo ha muerto y yo voy a ser elegido su sucesor.

DON ILLÁN. Una noticia triste y otra noticia alegre. Usted será elegido arzobispo. Enhorabuena. Y ahora que usted va a dejar vacante el puesto de deán me atrevo a pedírselo para mi hijo.

EL DEÁN. (Contrariado.) Le ruego que consienta en que este puesto de deán se lo dé a mi hermano. Sin embargo, si viene conmigo a Santiago y quiere llevar con usted a su hijo, allí le encontraré un cargo importante.

DON ILLÁN. De momento me quedaré aquí en Toledo trabajando en mis artes mágicas. Y mi hijo seguirá estudiando.

EL DEÁN. Es verdad. Las artes mágicas. Precisamente he venido a aprenderlas de usted. ¿Por qué no continuamos con la lección iniciada?

DON ILLÁN. Podemos continuar siempre que usted esté dispuesto a cumplir lo prometido, y ya al primer favor que le he pedido se ha excusado.

EL DEÁN. Comprenda que mi hermano necesitaba ese cargo, pero si hay un segundo cuente usted con él. Y ahora, si no le importa, continuemos con la magia.

DON ILLÁN. (Sonriendo.) Eso, la magia. Verá usted. Para vivir de la magia debe creer en ella y no creo que un arzobispo… (Suenan unos golpes en la puerta.) ¡Adelante!

(Se abre la puerta y aparece el MENSAJERO DE ROMA.)

MENSAJERO DE ROMA. (Desciende los escalones, se acerca al DEÁN y le entrega una carta.) Es de Roma. Un asunto muy importante.

EL DEÁN. Gracias, mensajero. (El MENSAJERO DE ROMA desaparece.)

(Abre la carta. A DON ILLÁN.) Perdone un momento. (Lee en silencio la carta y sonríe satisfecho.)

DON ILLÁN. ¿Algo importante?


 

EL DEÁN. Mucho. Me siento tan feliz. Me acaban de nombrar Obispo de Tolosa y es un puesto que busco afanosamente desde mucho tiempo atrás.

DON ILLÁN. Me alegro por usted. Y a propósito, ahora que deja vacante el puesto de arzobispo de Santiago, ¿sería tan generoso de dar el Arzobispado a mi hijo?

EL DEÁN. (Mohíno.) Permita, señor, que se lo dé a un tío mío, hermano de mi padre. Pero si venís conmigo a Tolosa acompañado de su hijo allí le encontraré un cargo digno de él.

DON ILLÁN. (Sonriendo.) No se preocupe. Lo entiendo. Y de momento me quedaré aquí en Toledo para que mi hijo continúe los estudios que está haciendo.

EL DEÁN. Es usted muy comprensivo. Como sea igual de mago, estoy convencido de que saldré de aquí conociendo a la perfección las artes mágicas. A propósito, ¿dónde estábamos?

DON ILLÁN. Aquí, en mi laboratorio de Toledo, envueltos de esta atmósfera de magia donde todo es posible. (Ríe maliciosamente.)

EL DEÁN. (Molesto.) ¿De qué se ríe?

DON ILLÁN. No, de nada. De que usted sin moverse ya ha pasado de deán a obispo de Tolosa. Y eso, amigo mío, se debe sin duda a este ámbito sobrenatural y mágico. ¿No es para reírse?

EL DEÁN. Ahora que lo dice, sí. (Ríe.)

(En ese momento suenan unos golpes en la puerta.)

DON ILLÁN. ¡Adelante!

(Se abre la puerta y aparece el MENSAJERO DE ROMA.)

MENSAJERO DE ROMA. (Desciende los escalones, se acerca al DEÁN y le entrega una carta.) Es del Santo Padre. Un asunto de capital importancia.

EL DEÁN. Gracias, mensajero. (El MENSAJERO DE ROMA desaparece.) (A DON ILLÁN.) Excúseme un instante. (Abre la carta y la lee en silencio. Gestos de alegría.)

DON ILLÁN. Otro nombramiento, ¿verdad?

EL DEÁN. Así es. Acaban de nombrarme Cardenal y me piden que puedo ceder el Obispado de Tolosa a quien yo desee.

DON ILLÁN. Estupendo. Ya sabe lo de mi hijo. A él le vendría muy bien ese cargo.

EL DEÁN. ¡Cuánto lo siento! Verá. Me gustaría dar ese Obispado a un tío mío, hermano de mi madre, puesto que se muere por él. Pero si viene conmigo acompañado de su hijo, allí podré encontrarle un cargo que le venga muy bien. ¿Qué le parece?

DON ILLÁN. Como le he dicho otras veces, prefiero quedarme aquí en Toledo y asistir a la conclusión de los estudios de mi hijo. (Finge estar afligido.)

EL DEÁN. No debe entristecerse. Tarde o temprano logrará su hijo situarse en la vida, mientras que usted, dueño de los conocimientos de las artes mágicas, puede convertirse en el dueño del mundo y de los destinos de los hombres.

DON ILLÁN. Eso espero, pero de momento me conformo con lo que tengo.

EL DEÁN. Que es mucho. Y hablando de lo que posee, ¿por qué no me cede un poquito de su magia?

DON ILLÁN. Para eso, debe estar convencido de que lo que vaya a hacer con la magia es producto de su humildad y no de su engreimiento. Los magos deben ser los hombres más humildes de la creación y usted…

EL DEÁN. (Extrañado.) ¿Yo qué?

DON ILLÁN. Enseguida lo verá. (En ese momento llaman a la puerta.) ¡Adelante! (Se abre la puerta y aparece el MENSAJERO DE ROMA.)


 

MENSAJERO DE ROMA. (Desciende los escalones, se acerca al DEÁN y le entrega una carta.) Es del Vaticano.

EL DEÁN. (Extrañado.) Gracias, mensajero. (El MENSAJERO DE ROMA desaparece. A DON ILLÁN.) Perdone un instante. (Lee en silencio la carta. Gestos de júbilo.)

DON ILLÁN. Algo que ni se imaginaba, ¿verdad?

EL DEÁN. El Papa ha muerto y el Cónclave me ha nombrado su sucesor. ¡No me lo puedo creer!

DON ILLÁN. Así que Papa, ¿eh?

EL DEÁN. Sí, Papa.

DON ILLÁN. Bueno y ahora que usted es nada más ni nada menos que Papa. El hombre que manda en la tierra. Ahora ya no tiene usted excusas para no cumplir lo que me prometió. Ya le dije al principio que sospechaba de sus promesas.

EL DEÁN. (Irritado.) ¡Cómo se atreve a hablarme así! Soy el Papa y puedo condenarle a prisión de por vida. Usted no es más que un hereje y amigo de encantamientos y brujerías, que no tiene otro oficio en Toledo que ejercer el arte de la nigromancia.

DON ILLÁN. (Sonriendo.) Ya me esperaba una cosa así. Usted se ha convertido por mi magia en toda la jerarquía de la Iglesia aquí en mi laboratorio de Toledo. Y en vista de su desagradecimiento, le hago volver a su cargo de deán, que nunca ha dejado de ser. Ni le voy a dar lecciones de magia ni parte de mi cena. (Coge la campanilla de la mesa y la hace sonar. Al punto se abre la puerta y aparece la CRIADA.)

CRIADA. Diga, señor.

DON ILLÁN. Ponga a guisar las perdices para la cena y acompañe al deán hasta la salida. (Al DEÁN.) Buen viaje de vuelta. Si tiene hambre, a la salida de la calle encontrará una posada. (Salen la CRIADA y EL DEÁN.) (Al público.) A quienes ayuden y no sepan reconocer sus favores, ninguna ayuda tendrán de ellos cuando sean personas muy importantes.

(Oscuro.)

FIN