jueves, 6 de julio de 2017

MEMORIAS DE UN JUBILADO.- DE POESÍA Y VIDA -I


 


 
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Zamora

En Zamora, les buscaba a las cosas su parte más oculta.
El río, los amigos, las dulces aventuras, los barrios, la ciudad, su fiel Semana Santa,
los primeros escarceos amorosos, la muerte de un vecino...,
todo contenía su arista más hermosa:
el murmullo del agua y sus espejos, las destrezas de los amigos,
las tardes en los tesos, las palomas en las aceñas y las cigüeñas en el soto,
los viejos rincones de Zamora, sus monumentos sacros y civiles,
que seguían hablando, en medio de la modernidad y del tiempo que pasaba,
de la Edad Media y otras épocas pasadas,
los “pasos” de las procesiones, las músicas solemnes de tambores y trompetas,
los dulces y las comidas de las festividades, los primeros tirones sexuales,
las primeras novias, los primeros desengaños, las primeras cicatrices bien curadas,
la seriedad de la muerte como un paso obligado al reposo final,
como yo había oído y leído en los poemas primeros.

 


 
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Y hablando de poemas,
Debo decir que mi primer contacto con la poesía
lo tuve de muy niño, con los Salesianos.
Había en el Colegio un profesor a quien le debía de gustar la poesía bastante más que a mí
porque en la primera ocasión que le salía
nos hacía copiar un poema, aprenderlo después con él
y, tras ensayarlo con él infinidad de veces hasta que salía solo,
recitarlo ante los compañeros de clase como si de un concurso se tratara.
Y así era,
porque acabábamos picándonos unos con otros
para hacerlo mejor que nadie,
“para que se sienta bien en su tumba el poeta que ha creado la poesía”,
nos decía el profesor.
Un par de poemas de aquellos los recuerdo con cariño.
 
Uno era el Nazareno, de Gabriel y Galán:
“Cuando pasa el Nazareno
de la túnica morada,
con la frente ensangrentada,
la mirada de Dios bueno
y la soga al cuello echada,
el pecado me tortura,
las entrañas se me anegan
en torrentes de amargura,
y las lágrimas me ciegan,
y me hiere la ternura...”
 
El otro poema era el Dos de mayo, de Bernardo López García:
“Oigo, Patria, tu aflicción
y escucho el triste concierto
que forman tocando a muerto
la campana y el cañón.
Sobre tu invicto pendón
miro flotantes crespones
y oigo alzarse a otras regiones
en estrofas funerarias,
de la iglesia las plegarias
Y del arte las canciones...”

 
 
 
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En el Instituto

Mis posteriores contactos con la poesía tuvieron lugar en el Instituto,
hermoso tiempo pasado con los compañeros de clase
entre lecciones de conocimientos en el aula
y lecciones de sentimientos en las arboledas del río o en los bares de Santa Clara.
En unas y otras aprendí a leer los poemas
como frutos granados a medias con el corazón y el idioma.
En unas y otras descubrí a Manrique, Garcilaso, Bécquer, Rubén Darío, Machado o Lorca,
entre los que figuraban escritos, inmortales, en los libros de texto,
y a los otros, los mortales, los que vivían en mi misma ciudad, Pedrero, Tundidor, Claudio Rodríguez...

Cosas así de los primeros:
“...Ved de cuán poco valor
son las cosas tras que andamos
y corremos,
que en este mundo traidor
que aun antes que las ganamos
las perdemos...”

Cosas así de los segundos:
“Siempre la claridad viene del cielo;
es un don: no se halla entre las cosas
sino muy por encima, y las ocupa
haciendo de ello vida y labor propias...”
 
 
 
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          Escribir poemas

Fue por entonces cuando empecé a escribir poemas en los cuadernos de apuntes,
en los márgenes de los manuales de texto, en todas partes.
En Preu, poco antes de venir a Barcelona,
descubrí a un poeta que resultó ser un bombazo:
Unamuno, el de las paradojas, el del amor de Dios y su agonía:
“...Sufro yo a tu costa,
Dios no existente, pues si Tú existieras
Existiría yo también de veras.”
Y un poco antes, a Lorca,
Cuyo “Romancero” todos recitábamos:
“Que yo me la llevé al río
creyendo que era mozuela
pero tenía marido...”
Pero las primeras obras completas que tuve de un poeta fueron las de Bécquer,
que me había mandado mi hermano mayor desde Barcelona.
Y de memoria me aprendí algunas de sus Leyendas.
Y desde luego todas las Rimas:

“Asomaba a sus ojos una lágrima,
y a mis labios una frase de perdón;
habló el orgullo y enjugó su llanto,
y la frase en mis labios expiró...”
Y llené de un tirón una libreta
con poemas imitando al poeta sevillano glosando versos suyos.
 
 

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         Barcelona

Dejar Zamora para venir a Barcelona fue otro bombazo.
Todo el primer mundo de mi vida que allí había vivido,
con la separación espacio-temporal consiguiente,
se me hizo tan presente y tan poderosa, que aún hoy viene a buscarme:
El ruido hermoso del río, las murallas vistas desde casa
y la casa creciendo en mi silencio, los amigos del barrio,
el olor de cera de la Semana Santa, y sus “pasos”,
el sabor de las aceitadas y el aire del soto en el rostro del alma,
y los poemas ...
“...Y Zamora no está.
Vuelve a ser un pasado
Con olor a aceitadas,
Tacto de cruces,
Palabras junto al vino (...)
Y suenan aún las toses de mi infancia,
El golpe de las varas, el resuello
Del cirio bajo el viento,
Los ruidos que repite el tiempo siempre...”
 
 

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El mercadillo de libros de San Antonio

Como también fue cosa del destino descubrir el mercadillo de libros de San Antonio los domingos por la mañana.
Nuevos poetas aumentaron mis preferencias. Algunos, hispanoamericanos: Buesa, Nervo, Silva...
“Pasarás por mi vida sin saber que pasaste...”,

“Tranquilo voy por el espacio abierto...”,

“El verso es vaso santo; poned en él tan sólo
un pensamiento puro...” Respectivamente.

Y otros escritores de habla extranjera,Verlaine, Baudelaire, Tagore, Poe...
“Naturaleza, nada tuyo ya me conmueve...”,

“La profética tribu de pupilas ardientes...”,

“Cuando me marche, dejad que este sea mi último
adiós: ‘Todo lo que he visto es insuperable...”,

“¡Oh! ¡La copa de oro está rota! ¡El espíritu ha huido para siempre!...” También respectivamente.

Y a todos los encontré en colecciones muy baratas, como Los Poetas, Fama, Laurel, Hora XXV...

 

 

 

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          En un colegio del Opus

Antes de licenciarme en Filología,
entré a enseñar en un colegio del Opus de San Cugat.
Allí pasé media vida curando ortografías, leyendo textos de escritores
y enseñando a leerlos,
bello trabajo que siguió poniéndome en contacto
con la literatura en general y la poesía en particular.
Además, el colegio poseía una surtida biblioteca donde encontraba casi de todo.
Y no dejé de escribir, y fui guardando cosas que me parecían aceptables
“Agua humilde
río sin soberbia:
llevas el destino
de las cosas que nacieron
para morir despacio;
¡con qué tranquilidad vas al fina
llevando en tu alma húmeda la muerte!...”

Y en una revista de Arte de mi amigo el pintor Alberto Casals.
“Ha llegado el cielo de repente
con alas o con velos, nube o nave,
que luchan en la tela por ser siempre
síntoma de fuego de ceniza.”
Fue a este amigo
a quien confié aquella libreta de poemas
con la niebla de Bécquer pululando en ellos.
Y fue también mi amigo el pintor quien me aconsejó publicar mis cosas de Zamora.

Confieso que me daba mucha vergüenza dar a conocer en libro mis escritos,
pero ya había empezado a leerlos en la tertulia Jíos
que celebrábamos en su estudio los sábados por la tarde, en Pueblo Seco,
barrio barcelonés donde viví hasta que me casé.

 

 

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        Vivencias importantes

Dos vivencias más de los primeros años de Barcelona
resultaron también sendas hecatombes para el alma:
la muerte de mi padre, recién llegado a Barcelona,
y algunos años después la de mi madre.
Un torrente de poemas brotó de estas dolorosas circunstancias.
“...Una tristeza como un cuchillo negro
que me fuera abriendo el alma
siento a veces, madre,
cuando miro al campo
o a los ojos de una muchacha
y veo que la vida a dentelladas
se labra camino entre las piedras
y los pájaros,
y tú ya no eres nada
sino intranquila emoción
a la hora de nombrarte...”
Menos mal que al lado de estas tragedias de penumbras
ocurrió una circunstancia luminosa, esperanzadora, decisiva:
conocer a la mujer que hoy está conmigo.
Y más poemas, y los hijos, y tiempos agridulces...
en que el sentimiento de vivir la muerte de los seres queridos
y el sentimiento del amor,
junto con el paso del tiempo y el disfrute de la vida
han sido siempre los dioses que han movido los motores de la verdadera poesía,
desde Homero, Propercio, Anacreonte...
hasta Blas de Otero, Leopoldo Panero, Claudio Rodríguez...
pasando por Manrique, Rubén Darío, Machado...
Mi amor incorregible a la naturaleza,
hizo que con grandes sacrificios compra una casita de montaña en Mas d’en Gall,
en Esparraguera, teniendo siempre a la vista la mole encantada de Montserrat.
Y al fin, en el 77,
tomé la decisión de reunir parte de la poesía que había hecho hasta entonces
para publicarla.
Y lo hice en la editorial Casals, con un título que consideré representativo:
“Cangilones de vida”,
prometiéndome a mí mismo volver a hacer lo mismo al cabo de otros diez años,
y así lo hice, pero en medio, di a conocer otras muestras.

 
 

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         Cangilones de vida

Descubrí por entonces en un diario barcelonés
La existencia de una tertulia de poetas con domicilio en Borrell
y dirigida por José Jurado Morales.
A ella envié mis “Cangilones de vida”
para que conocieran el agua lírica de mis “Cangilones”.
Y al cabo de unos días me invitaban por carta a asistir a la tertulia
para hablar del libro.
La primera vez que se acude a una tertulia
es como acudir a una asamblea de dioses,
cuando tú sólo eres un principiante.
Y así fui un sábado por la tarde, temblando de emoción.
Recuerdo muchos juicios sobre el libro, hablaron sobre él muchos poetas.
Y luego, por escrito, los de otros cuya dirección me proporcionó José Jurado,
como Carlos Murciano o José García Nieto,
animándome todos a seguir por el camino de la intimidad lírica,
de los recuerdos de la infancia y la adolescencia,
de la ciudad natal y los símbolos familiares:
“Sin moverte de tu peña,
sin abandonar tu río,
Zamora de mi niñez,
yo sé que marchas conmigo.
Y sé también que algo mío,
por mucho que me distancie,
enamorado de ti,
sigue andando por tus calles.”
 
“Hay un toro en penumbra
pegado a nuestras almas
que nos mira en silencio
desde nuestros retratos,
que nos acecha siempre
desde nuestras infancias...”
 
“La carne de tus pies,
hechos de tierra,
a ella te aprisionan.
De nada sirve el anhelo
de diluirte en la altura,
de prolongarte en lo etéreo
como el ciprés cautivo.
La muerte te dará la llave.”
 
“Siempre habrá una casa en tu recuerdo.
Siempre estará abierta
una puerta en tu memoria.
Podrás siempre que quieras
entrar por esa puerta a la mágica sala,
a la cálida alcoba de tu infancia.”
 
 

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         Agua vivida

Animado por los compañeros de la tertulia,
publiqué en Rondas “Agua vivida”,
Mientras mandaba al Boscán “Vuelve el río a su montaña”,
un rosario de sonetos
dedicado a rezar a Zamora por mi nostalgia inagotable.
En la librería La Sinia
(Noria, en castellano),
me presentó “Agua vivida”, con gran tino, Jurado,
y me leyó algunos poemas, como un ángel,
mi amiga la poetisa Sofía Sala.
Poemas iniciados en las aguas de los “Cangilones”,
hablan de recuerdos zamoranos,
de un año plenamente bien vivido,
de credos poéticos, deseos, agradecimientos
y un sentido homenaje a León Felipe,
poeta zamorano de la diáspora,
en otro tiempo para mí  luz de emergencia:
 
“Yo no busco bosques
apesadumbrados de tristeza
ni ríos cuajados de crepúsculos
para hacer mis poemas...
Me basta lo diario,
Me basta un hombre cerca,
Una lluvia en el campo,
Un amigo en mi puerta.
Y después las palabras;
No las palabras huecas:
Las palabras calientes
De un alma siempre en vela.”
 
“...Había dentro de ti
un fuerte viento
de incansable peregrino
que acabó por echarte
a caminos sin nadie,
a caminos de llanto y de recuerdos,
a caminos donde el hacha de España
rompía en dos tu sueño,
tu sueño flagelado
de españoles perdidos en un río de sangre.
Para ti, vendaval peregrino,
Solicito de Dios un bordón sosegado
Y una leve esclavina con tejido de España.
Y una tumba de tierra tranquila
bien cuidada con mano española."
 


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Díaz Borges, poeta incondicional de la tertulia,
escribió en un periódico canario
Una crítica dulce de “Agua vivida”
(lo hizo también con libros posteriores).
Amigo sin duda, dijo de mí que era un humanista convencido,
Un neorromántico atroz, un seguidor de Garcilaso...
Y en parte estoy de acuerdo con él:
Cultivador de versos clásicos, cultivo también el verso libre,
Como habían hecho mis maestros
Machado, Fray Luis
“...Para escuchar tu queja de tus labios
yo te busqué en tu sueño,
y allí te vi vagando en un borroso
laberinto de espejos.”
 
“¡Qué descansada vida
la del que huye el mundanal ruido,
y sigue la escondida
senda por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido!”
 

 

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          Vuelve el río a su montaña

“Vuelve el río a su montaña” fue seleccionado en el Boscán,
ventana abierta a la esperanza:
el río soy yo y mi ciudad natal la montaña.
“Inicio hoy un camino sólo mío,
hecho con la materia de la vida (...)
Mas lo hago al revés, como si el río
volviera a su montaña en limpia huida
para hallar su primera amanecida,
su materno brotar, su puro frío...”
Incentivado por el hecho,
me puse a escribir un poemario de corte intimista
con entradas a la poesía del nosotros y los demás,
que yo había empezado a asumir con la lectura de poetas de posguerra,
José Hierro, Victoriano Crémer o Panero,
y otros del 60, Ángel González
o el nunca abandonado mi paisano Claudio Rodríguez.
“...Porque nacimos bajo el signo
del cerebro. Pero ya todo
se vino a tierra una mañana.
Lo devastó un viento glorioso,
y somos ruinas o cimientos,
algo inconcreto, algo borroso:
tronco cortado a ras de tierra,
que nadie sabe que fue tronco...”
 
 

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          Este mundillo nuestro de poetas

Antes de continuar mi recorrido por los libros de entonces,
debo decir que, a petición de Jurado,
mandé mi “Agua vivida” a otros poetas de España e Hispanoamérica,
y de todos recibí elogios que hicieron salirme los colores de poeta incipiente.
Y es que en este mundillo en que movemos nuestras líricas,
si no nos damos jabón unos a otros,
no somos totalmente felices:
nuestra labor de creación es dura,
solitaria y no pocas veces infructuosa,
y eso que no llegamos la mayoría, al menos yo,
al pedestal al que subieron por méritos propios los Poetas,
Poetas con P grande y auténtica.
Y si esto es así de nada sirve enrabietarse con unos y con todos.
Lo que hay que hacer
es seguir la senda que nos hemos ido trazando cada uno,
con aportaciones de los maestros
y con el convencimiento
de que queremos seguir siendo aprendices
para que, si hay suerte,
un día hayamos obtenido al menos nuestra voz personal.