EL HECHIZO
Adaptación libre del cuento Vampiro, de Emilia Pardo
Bazán
PERSONAJES
Por orden de aparición
CURANDERO, varón de mediana edad, con aspecto de extranjero sin
serlo, barba y quevedos, lleva una consulta semiclandestina en una
cabaña de monte
DON NATO, varón de ochenta años, de aspecto caduco y atrabiliario,
poseedor de una gran fortuna
DON CARLOS, cura de pueblo y tío de Inesiña, que vive a su cargo
INESIÑA, joven de veinte años, guapa y de aspecto lozano, sobrina
de don Carlos y devota de Nuestra Señora,
BOTICARIO del pueblo, varón maduro, con bata blanca
PARROQUIANA 1
PARROQUIANA 2
Ambas mujeres, mayores de edad, típicas cuzas de pueblo
MARGA, amiga inseparable de Inesiña, algo mayor que ella, con una
experiencia muy dura a cuestas
JUGADOR 1
JUGADOR 2
JUGADOR 3
Varones de cierta edad, solteros, vividores y
amigos de la burla
PRIMER CUADRO
Cabaña en el
monte
El curandero
y don Nato
La cabaña, pequeña y de un solo espacio, no
es más que la consulta de un curandero desconocido en el pueblo. El
mobiliario se reduce a una mesa con un sillón para el curandero,
situada en la pared de la izquierda cerca de la embocadura, y una
silla para el paciente opuesta al sillón. En la pared del fondo
habrá una estantería llena de tarros con plantas, pócimas,
etcétera y, un poco separada de la estantería una ventana abierta a
través de la cual se verán algunos árboles. Y en la pared de la
derecha, al lado de una cabeza de ciervo colgada del muro, se situará
la puerta de entrada.
El curandero y don Nato, sentados en sus
respectivos asientos, hablan en el momento en que se ilumina el
escenario.
CURANDERO Creo que lo que usted, don Nato,
desea es que la boda con esa chiquilla, Inesiña me ha dicho que se
llama, le resulte redonda. ¿Voy bien encaminado?
DON NATO Se podría decir que sí. Pero
redonda, redonda, lo que se dice redonda, no lo creo posible. Me
conformaría con recuperar, por medio de los brebajes y pócimas que
usted guarda ahí (Señala con su mamola seca y puntiaguda la
estantería de los tarros), la fuerza y el vigor necesario para ser
un buen marido, al menos hasta que expire mi último aliento que,
dada mi edad, no creo que dure mucho.
CURANDERO (Niega con la cabeza) Ya hemos
empezado…, ya ha empezado usted con mal pie. Aún no le he dicho
qué remedio puedo ofrecerle a cambio de la cantidad de dinero que
piensa pagarme por mis servicios y empresas. Cuando se lo diga, siga
usted mis indicaciones durante un tiempo y compruebe las primeras
reacciones de su naturaleza, mudará de pensamiento. Mi remedio,
junto con el convencimiento de que, puesta en contacto su senectud
con la fresca primavera de Inesiña, producirán un misterioso cambio
en su organismo, harán posible el milagro que usted desea.
DON NATO Pues no esperemos más. Proporcióneme
de una vez ese remedio, brebaje, receta, fórmula mágica o lo que
sea para ponerlo en práctica lo antes posible. Ya sólo queda una
semana para que Inesiña y yo contraigamos matrimonio.
CURANDERO De acuerdo, don Nato. Pero antes
déjeme que le diga que hace tiempo traté un caso como el suyo y
el resultado, aunque salió bien…
DON NATO (Le interrumpe, impaciente) Con eso me
basta. Adelante.
CURANDERO Permítame que concluya mi
exposición: aunque salió bien al principio, iba a decir, uno de los
dos cónyuges no…
DON NATO (Ídem) No me interesa oír la segunda
parte de su frase. “Nunca segundas partes fueron buenas”, dijo
Sansón Carrasco al referirse a la Segunda Parte del Quijote. Además
la vida crece en interés si encierra algo de misterio en su
discurrir, y a mí no me gusta, y creo que a nadie, saber lo malo que
le va a suceder.
CURANDERO Como quiera, don Nato. Usted paga.
(Se levanta para coger de la estantería un tarro pequeño de color
verde y, una vez sentado de nuevo, coloca el recipiente en la mesa
delante de don Nato). Cada día, a partir de hoy, no importa la hora
en que lo haga, debe untarse con el dedo corazón de la mano
izquierda las siguientes partes del cuerpo, y por este orden: la
frente, el esternón, el hombro izquierdo, el hombro derecho y el
bajo vientre. Cinco toques, ni uno más y, repito, por ese orden. ¿Me
ha entendido, don Nato?
DON NATO Sí, perfectamente. (Coge el tarro y
hace gesto de levantarse de la silla para irse)
CURANDERO (Pide calma con un gesto de la mano)
Perdone, don Nato; eso sólo es el principio. Hay más cosas que
quiero decirle. Guárdese el tarro si quiere.
Coge una libreta de espiral de la mesa, arranca
una hoja y empieza a escribir en ella.
Don Nato, mientras tanto, fija sus ojos acuosos
en la barba del curandero y luego en la cabeza del ciervo colgado en
la pared de la derecha. Se queda absorto mirando la cornamenta del
animal disecado.
DON NATO (Que, finalmente, repara en el tarro
que tiene delante, alarga la mano, lo coge y se lo guarda en el
bolsillo. Luego ve que el curandero ha terminado de escribir y lo
está mirando con la hoja cogida en la mano para dársela) Perdone,
me he distraído. Cosas de la vejez. (Pausa para señalar la hoja)
¿Ya está?
CURANDERO (Sonríe) Nos pasa a todos, don Nato;
a jóvenes y a viejos. Sí, ya he terminado de apuntarle aquí las
instrucciones que debe seguir nada más volver a casa. No olvide
untarse antes con la pomada del tarro las partes del cuerpo que le he
dicho, y por el orden indicado, no lo olvide. (Pausa) Léase bien
las instrucciones y apréndaselas de memoria sin olvidarse ninguna.
Son pocas pero muy importantes. Cuando esté seguro de haberlas
aprendido todas, queme la nota nada más hacerse de noche en el
cementerio del pueblo al pie del ciprés de la fosa común. Tome.
Léalas en voz alta y deténgase cuando no acabe de entender alguna
instrucción.
DON NATO (Coge la hoja y lee) Primera: “Desnudo
de cuerpo entero, mírese al espejo y dígase: ‘Untadas las partes
de mi cuerpo con la pomada del olivo puedo ser cada día menos viejo
y cumplir con los deberes de un marido’ “Segunda: Concierte una
entrevista con su prometida y obtenga de ella voluntaria o
involuntariamente cabellos, lágrimas, saliva, recortes de uñas y
unas cuantas gotas de sangre, y emplee como bolsita de todo ello un
pañuelo usado de Inesiña, a poder ser con su inicial.” (Pausa
para mirar al curandero) Aquí tengo una duda.
CURANDERO (Lo mira fijamente por encima de los
quevedos) Me imagino que está pensando en las gotas de sangre,
¿verdad? (Don Nato asiente) Comprendo que es lo más comprometido de
conseguir. Pero por otra parte es el ingrediente sin el cual el
milagro que espera usted, don Nato, no se realizará. De todos modos
bastará un ligero pinchazo de alfiler. ¿Quiere leer las dos
instrucciones que faltan?
DON NATO (Ídem) “Tercera: Hecho con el
envoltorio, vuelva a casa y entre en el dormitorio de la noche de
bodas, colóquelo sobre la almohada que ocupará su esposa y
pronuncie, durante tres noches seguidas, la siguiente frase:
‘Inesiña, Inesiña, por esta bolsita serás siempre miña.’ “Y
cuarta y última instrucción: Un día antes de la boda, desnudo ante
el espejo, pásese el envoltorio de Inesiña por la frente el pecho,
los hombros y el bajo vientre tres veces seguidas, sin dejar de
repetir ‘Inesiña, Inesiña, por esta bolsita serás siempre miña.”
(Pausa) ¿Me quedo con el envoltorio escondido en algún sitio de la
casa?
CURANDERO (Tajante) ¡No! Deberá deshacerse de
él junto con la nota, la misma noche que vaya al cementerio,
quemando los dos al pie del ciprés de la fosa común. ¡No lo
olvide! Si no, toda esta empresa se irá al traste.
DON NATO (Convencido) Destruirlo todo para
reconstruirme a mí mismo, también del todo. Sea.
Fundido
SEGUNDO CUADRO
Unos días después. Y antes de la boda de Inesiña y don Nato
Rectoral de don Carlos
Sala de estar. Habrá lo necesario en una estancia así, como en la ilustración.
Don Carlos e Inesiña
DON CARLOS Entonces quedamos en que aceptas casarte con don Nato.
¿Alguna objeción, querida sobrina?
INESIÑA No, tío. Ninguna. Salvo lo que ya le dije el otro día.
DON CARLOS ¿Que os case yo? Ya te dije que sí.
INESIÑA Y que lo haga en el Santuario de Nuestra Señora. Ya sabe
usted que soy muy devota de la Virgen (le enseña a don Carlos su
escapulario).
DON CARLOS No te preocupes. Eso lo arreglo yo en un santiamén.
INESIÑA Y no olvides, querido tío, que mi futuro esposo es ya un
anciano y no podrá subir a pie la cuesta del santuario ni sostenerse
a caballo.
DON CARLOS Tampoco tienes que preocuparte por ese detalle. Dos
mozos fuertes de Gondelle llevarán a don Nato en la silla de la
reina hasta la misma iglesia.
INESIÑA Gracias, tío (le da un par de besos
en sendos carrillos). Ya me quedo más tranquila.
DON CARLOS (Sonríe) Por mi sobrina hago yo
cualquier cosa.
INESIÑA (Sonríe también aunque pálidamente)
Sin embargo, tío, siento un temor que no soy capaz de explicarme.
DON CARLOS ¿Cuál es, hija?
INESIÑA Temo que, después de darle el sí
quiero a don Nato en el altar de Nuestra Señora, una vez en casa
recién casados, no sea todo lo feliz que espero junto a él. Mi
amiga Marga no hace más que recordarme lo que le pasó a ella y está
diariamente rezando a Nuestra Señora
DON CARLOS No tengas miedo, boba. Cásate
tranquila. Lo de tu amiga Marga fue una desgracia, pero también una
prueba que le mandó la Virgen para demostrarle que la gracia se
consigue a veces con grandes sacrificios. Lo demuestra la fe que
sigue teniendo en Nuestra Señora al seguir rezando por ti. Ya verás
cómo cuando estéis a solas en vuestro hogar, felizmente casados, tu
anciano marido te regalará dulces y paternales razonamientos que
disiparán todos tus temores. Y sólo te pedirá un poco de cariño y
de calor, que suelen ser
los incesantes cuidados que necesita la extrema vejez. El tuyo, mi
pequeña niña, será un oficio piadoso; ejercerás algo así como el
papel de enfermera y de hija, y sólo por algún tiempo, quizás muy
corto.
INESIÑA
(Sonríe abiertamente) ¡Asistir a un viejecito! Sí. Eso sí que lo
haré con mucho gusto. Durante el día y durante la noche. Sobre todo
durante la noche, que será cuando me necesite más a su lado, pegada
a su cuerpo como un abrigo amable. Sí, me comprometo a atenderle, a
no abandonarle ni un solo momento. ¡Pobre don Nato, que ya tiene un
pie metido en la sepultura! Yo que nunca conocí a mi padre, ya me
figuro que Dios me ha deparado uno. Me portaré con mi marido como
una hija con su padre.
DON CARLOS Y
como esposa que serás ya de él, te portarás mejor que una hija con
su padre porque las hijas no prestan cuidados tan íntimos, no
ofrecen su calor juvenil, los tibios efluvios de su cuerpo; y en eso
justamente creerá don Nato hallar algún remedio a la decrepitud.
Pero eso ya se verá, cuando llegue ese momento. Ahora, Inesiña,
deja a un lado tus temores.
Fundido
TERCER CUADRO
Pocos días después de la boda.
Botica del pueblo
Boticario y dos parroquianas
BOTICARIO (Ve entrar en la tienda a dos
parroquianas que hablan entre ellas y siguen conversando dentro. Se
abotona la bata) ¿Desean alguna cosa?
PARROQUIANA 1 (Deja de hablar con su
interlocutora para dirigirse al boticario) ¿Ya se ha enterado usted?
BOTICARIO (Con asombro) ¿De qué?
PARROQUIANA 2 ¿De qué va a ser? Es la
comidilla del pueblo.
BOTICARIO Pues si no es más clara, sigo sin
enterarme.
PARROQUIANA 1 De la boda de don Nato con
Inesiña, la sobrinita del cura.
BOTICARIO Buen matrimonio donde los haya. Vaya
por delante mi enhorabuena. (Pausa) ¿Y ustedes? ¿Desean alguna
receta de mi humilde botica?
PARROQUIANA 2 (Con lo suyo) Hay que convenir en
que el pueblo caza muy largo, y en que a Inesiña le ha caído el
premio mayor.
BOTICARIO Habrá que alegrarse de ello, ¿no
les parece, vecinas?
PARROQUIANA 1 Porque ¿quién es Inesiña,
vamos a ver?
BOTICARIO Que yo sepa, una jovencita fresca,
llena de vida, de ojos brillantes, de carrillos como rosas…
PARROQUIANA 2 ¡Qué demonios! Como ella hay un
montón en la provincia.
PARROQUIANA 1 En cambio, capital como el de don
Nato no se encuentra otro igual en toda Galicia.
BOTICARIO Eso es harina de otro costal porque
los que vuelven del otro lado del charco con tantísimos miles de
duros, sabe Dios qué historia ocultan en la maleta… Sin embargo,
¿quién se mete a investigar el origen de una fortuna como la suya?
Por otra parte, esas clases de fortuna son como el buen tiempo: se
disfrutan y no se preguntan sus causas.
PARROQUIANA 2 ¿No le bastarían a ese viejo
chocho siete pies de tierra?
PARROQUIANA 1 El caso es que don Nato ha dotado
espléndidamente a Inesiña.
PARROQUIANA 2 Más aún: la ha hecho su
heredera universal.
BOTICARIO Pues que tenga cuidado don Nato con
los berridos que deben estar soltando ahora sus parientes.
PARROQUIANA 2 Sí, eso es algo que ya se
rumorea por el pueblo; ya han salido a relucir los tribunales y la
locura senil de don Nato, así como su posible encierro en el
manicomio.
PARROQUIANA 1 Pero de locura senil, nada. Ahí
sigue don Nato tan acabadito y hecho una pasa seca, pero conservando
íntegras sus facultades, al lado de Inesiña, en la casona de su
propiedad.
PARROQUIANA 2 Sin embargo, no ha podido evitar
la monstruosa cencerrada que le han preparado delante de la mansión
renovada, decorada y amueblada sin reparar en gastos.
BOTICARIO (Interesado) ¿Puede saberse qué ha
ocurrido?
PARROQUIANA 2 Más de cincuenta bárbaros se
han juntado armados de sartenes, cazos, trípodes, latas, cuernos y
pitos y no sé cuántos trastos más, y se han puesto a alborotar
cuanto han querido sin que ninguna autoridad se lo impidiese.
BOTICARIO (Ídem) ¿Cómo acabó todo? ¿Qué
hicieron los felices contrayentes?
PARROQUIANA 2 Nada. En la casa no se entreabrió
una ventana, no se filtró luz por las rendijas; así que cansados y
desilusionados, los alborotadores se retiraron a dormir ellos
también. Y aún hay más: aunque habían acordado seguir
cencerreando toda la semana, ya la misma noche de tornaboda dejaron
en paz a los recién casados.
BOTICARIO (Asiente con la cabeza) Como debe
ser. Y colorín colorado este cuento se ha acabado. Y ahora, vecinas,
¿me pueden decir qué les sirvo?
PARROQUIANA 2 (A su amiga) Pide tú, que yo
sólo he venido a acompañarte.
PARROQUIANA 1 De acuerdo. (Al boticario) Quería
algo para las quemaduras; mi marido se quemó ayer en el fuego de
tierra mientras apartaba de las brasas el puchero.
BOTICARIO Para eso tengo una pomada de aloe y
caléndula que es mano de santo; ya verá.
El boticario desaparece por la puerta de la
rebotica y las dos parroquianas se ponen a hablar otra vez.
Fundido.
CUARTO CUADRO
Un par de
semanas después de la boda.
Casa de don
Nato e Inesiña
Dormitorio de
Inesiña
Inesiña y
Marga
Dormitorio
amueblado y decorado con todo lujo de detalles, donde destacará la
cama donde yace Inesiña, de cuatro chirimbolos dorados rematando
las cuatro esquinas. Al lado derecho de la cama habrá una silla de
estilo renacentista que ocupará en todo momento Marga, su amiga.
INESIÑA
(Pálida y débil, levemente incorporada sobre amplios y esponjosos
almohadones. Mantendrá cogidas por sus cinturas a dos muñecas que
habrá a ambos lados de joven) No sé cómo, Marga, podré
agradecerte tus atenciones y tu reconfortante compañía en estos
momentos tan difíciles.
MARGA
(Sentada en la silla muy cerca de la cama, sonríe) No podía dejarte
sola, Inesiña, en este duro trance que estás viviendo; tú eres mi
mejor amiga y estaré a tu lado siempre que me llames y me necesites.
Porque no sé si lo sabrás, Inesiña de mi alma; pero es que tú
sigues siendo una chiquilla: no hay más que verte con estas dos
muñecas tan grandes, vestidas de sedas y encajes y que, dicho sea de
paso, mi querida amiga, tienen caras de tontas.
INESIÑA
(Mohín de desagrado) Tampoco es para tanto, Marga. Estas muñecas
que aquí ves abrazadas por mí, mucho me temo que serán las únicas
criaturas que haya en mi casa, criaturas de fina porcelana, y no
criaturas humanas engendradas por este cuerpo mío tan decaído y
frágil.
MARGA Ahora
que has tocado ese delicado tema, y viendo tu estado actual, todavía
me pregunto qué te ha podido pasar en tu matrimonio para llegar a
tal debilitamiento. (En voz baja) ¿No habrá tenido algo que ver en
todo ello el trato que te ha dado tu marido?
INESIÑA
(Niega con la cabeza) Mi marido siempre me ha tratado bien, mejor que
bien, Marga. Y te lo digo de verdad. Y no te puedes imaginar con
cuánta ternura. Y yo, como esposa suya, le correspondía. Al
principio de casarnos solía repetirme: “Inesiña, querida, lo que
yo tengo es frío, mucho frío; es la nieve de tantos años que ya
está cuajada en mi venas.” Me decía muchas cosas bonitas, Marga.
Por ejemplo, me decía unas frases románticas parecidas a la que
leíamos en el colegio y a las que aprendí cuando representé a doña
Inés, ¿recuerdas? Mi marido me decía: “Te he buscado como se
busca el sol; me arrimo a ti como si me arrimase a la llama
bienhechora en mitad del invierno. Acércate, échame los brazos; si
no, tiritaré y me quedaré
helado inmediatamente. Por Dios, abrígame; no te pido más”. Y
cosas así. (Pausa para recuperar la respiración.)
MARGA (Con cariño) No deberías hablar tanto,
Inesiña. Estás muy débil y muy demacrada. Descansa. Yo vengo a
verte para acompañarte y atenderte por si sufres algún ataque de
los que ha dicho el médico y suministrarte los medicamentos que te
ha recetado. Y hablarte. También hablarte para entretenerte. Y hay
una cosa que llevo tiempo querer decirte y si no te la digo, me
moriré. Y es, Inesiña, y te pido que no te enfades conmigo, que
mientras tus fuerzas han ido desapareciendo, tu marido las ha ido
recuperando de tal manera que he llegado a creer que su decrepitud y
agotamiento se han trasladado a tu cuerpo de flor temprana hasta
ajarla del modo que lo ha hecho, como si él, cuando os besabais los
dos y hacíais el amor, absorbiera a través de tu aliento, tu saliva
y tus efluvios, todas tus energías vitales. He visto cómo don Nato
ha rejuvenecido y recuperado el color sonrosado de la lozanía. Ya no
parece un anciano y hasta tiene un aura viva, ardiente y pura, tan
contraria a la tuya. Inesiña, que muestras una postración agónica
que me apena y me asusta mucho…
INESIÑA (Con voz débil) ¿Es que ya me espera
la losa sepulcral?
MARGA (Quita hierro a la situación) Claro que
no. Te curarás de la enfermedad cualquiera que sea la que te está
consumiendo. (Pausa) Pero a veces, sobre todo últimamente, he soñado
que tú eras una víctima, una oveja que don Nato había traído a su
matadero particular y con el egoísmo sin límites propio del
acabamiento de la vida en que se hace cualquier cosa con tal de
prolongarla, se arrimaba a ti, Inesiña de mi alma, para absorber tu
lozana respiración y beber tu saliva perfumada para sostenerse en
pie, y no satisfecho con eso hizo un pequeño corte en tu cuello y
chupó la sangre que brotó de él, ¡horror, Inesiña mía, horror!
(Pausa) ¿No habrá hecho un pacto con el diablo? Te lo digo con
horror, Inesiña, ¿no habrá algún tipo de magia en todo esto? Oí
hace días que el curandero inglés de la cabaña del monte ha
desaparecido de la noche a la mañana y de la cabaña no ha quedado
nada tras un misterioso incendio al parecer provocado…
INESIÑA (Ídem) Has hablado de magia, y ahora
recuerdo que antes de que nos casáramos don Nato me pidió algunas
cosas mías, pelos de la cabeza para llevarlos siempre encima, unas
cuantas gotas de sangre que conseguí pinchándome con un alfiler, un
pañuelo con mi inicial…
MARGA ¡Ya me lo imaginaba!
Fundido
ÚLTIMO CUADRO
Tres semanas después de la boda.
Casino del pueblo
Sala de juegos
Tres jugadores de dominó
En la sala se verán en la pared del fondo dos
o tres mesas vacías y un reloj de estación, cuyo tictac no dejará
de sonar durante todo el cuadro. En la pared de la izquierda estará
la entrada en arco, sólo semicubierta con una cortina verde atada a
los lados con cordones del mismo color. En el centro de la estancia
se encontrará la mesa de billar, también sin usar. Y en la pared de
la derecha cerca de la embocadura se instalará la mesa de mármol
blanco a la que estarán sentados los jugadores de dominó 1 y 2, de
lado y uno enfrente del otro, con la caja de dominó sin abrir. Están
esperando, para iniciar la partida, al jugador 3, el cual, cuando
haga su entrada por la puerta de la izquierda, se sentará de cara a
los espectadores. En las tres paredes habrá colgadas fotografías
grandes y medianas de vistas del pueblo, y en la del fondo, además,
e reloj de estación mencionado arriba.
JUGADOR 1 (Acaricia la caja de madera del
dominó y corre y descorre con parsimonia la tapadera de la caja) Así
que la última historia de amor del pueblo ha terminado de la forma
más trágica posible.
JUGADOR 2 Y estrambótica. Y con ella la última
ocasión de reírnos un poco e inventar nuevos chistes a costa de
nuestros paisanos. Y, la verdad, la cencerrada que montanos la noche
de bodas de sus protagonistas fue sonada. Lástima que no pudiéramos
repetirla en la tornaboda. Yo la echo de menos.
JUGADOR 1 Y yo, claro. Pero no dejo de pensar
el triste desenlace de ese matrimonio. El viejo carcamal acabó
haciendo suya a la bella Inés.
JUGADOR 2 Sí, no dejo de recordar la obra de
teatro que representamos en esta casa el Día de los Difuntos del año
pasado, en la que ella encarnó divinamente a la doña Inés del
Tenorio.
JUGADOR 1 Sí que era hermosa, sí. Y tú
hiciste el papel de Don Juan bastante pasable, y te llevaste sus
caricias, cabroncete.
JUGADOR 2 Y ahora, ya ves. Muerta como el mejor
personaje que creó Zorrilla. Y el viejo cumpliendo el dicho “El
muerto al hoyo y el vivo al bollo.”
JUGADOR 1 Ni que lo digas. Ahí tienes a don
Nato pizpireto y tieso como un lirio, el octogenario a quien tenían
pronosticada a los ocho días la sepultura.
JUGADOR 2 Recuerdo que recién casado ya empezó
a dar señales de mejorar y hasta de rejuvenecerse. Al principio
salía a pie un ratito, apoyado primero en el brazo de Inés, después
en un bastón, a cada paso más derecho, con menos temblequeteo de
piernas…
JUGADOR 1 Y al poco tiempo se presentó en
nuestro casino y jugó su partida de billar en esa misma mesa,
quitándose la levita, hecho un hombre. Habría jurado que le
soplaban la piel, que le inyectaban jugos. Y a ojos vistas sus
mejillas perdían las hondas arrugas anteriores, su cabeza se erguía,
sus ojos se llenaban de brillo y de vida, lejos ya de aquellos ojos
muertos, sumidos en el cráneo con que lo habíamos conocido.
JUGADOR 2 Ahora que lo dices, recuerdo lo que
el médico del pueblo dijo horrorizado al ver el rápido
rejuvenecimiento que había experimentado el carcamal: “Mala rabia
me coma si no tenemos aquí un centenario de esos de quienes hablan
los periódicos.”
JUGADOR 1 Y puede que algún día los
periodistas logren averiguar algo más sobre la verdadera causa de su
muerte a raíz del certificado de defunción firmado por el médico
del pueblo: “Consunción,
fiebre hética.”
JUGADOR 2
Algo así como “La muerte de la joven Inés… etcétera, pone de
manifiesto que la ruina de un organismo ha regalado a otro su
capital.” O cosas parecidas. Pero entonces, ¿a quién le
interesará eso? (Pausa)
(Se oye
insistentemente el tictac del reloj de estación de la pared del
fondo)
JUGADOR 1
(Mira al reloj y hace una mueca) Tu compadre tarda. ¿A qué hora era
el entierro?
JUGADOR 2 A
las cinco de la tarde.
JUGADOR 1
Como las corridas de toros,
JUGADOR 3
(Mira al reloj) Si todo va como se espera y don Carlos el cura no se
alarga en el sermón y en los requiems por su sobrina, estará aquí
en diez minutos o un cuarto de hora máximo.
JUGADOR 1
(Abre de una vez la caja de las fichas de dominó y las deja
extenderse sobre el mármol de la mesa) Podemos hacer tú y yo una
partida mientras él llega. Sin robar fichas, sólo con las siete que
escojamos, y el que pierda de los dos paga la consumición de los
tres. ¿Te parece bien?
JUGADOR 2
¿Qué prisa tienes?
JUGADOR 1 No
mucha, pero he quedado a las siete y media en ir a la ciudad a
recoger a un amigo que viene en tren desde Zamora. Ya te lo
presentaré. Es un poco pardillo, pero majo; se las da de buen
jugador, pero no sabe ni tenerlas. Nos divertiremos a su costa y
podremos desgustar varias rondas sin perder una sola partida.
JUGADOR 2
Bueno, alguna dejaremos que gane para que se confíe. Venga va,
empecemos ahora esta partida. (Se pone a mover las fichas con las
palmas de las manos). Coge tus siete fichas, y que sean buenas;
porque si no... ya sabes qué te pasa.
(Ambos cogen
sus respectivas fichas, las ponen de pie y las colocan en arco tras
sus manos)
JUGADOR 1 ¿No
has cogido la que menos pesa? (El jugador 2 niega con la cabeza) Pues
empiezo yo con el cinco doble (pone la ficha sobre la mesa con un
golpecito triunfal mientras mira fijamente a su contrario con ojos
risueños).
JUGADOR 2
¿Qué pasa fantasma? ¿Cuántos cincos llevas?
JUGADOR 1 Los
suficientes para cerrar antes de que des cuenta. Sólo juegan catorce
fichas. Pon.
JUGADOR 2
¿Que ponga? No he cogido ningún cinco. Paso. A ver cuál pones tú
ahora.
JUGADOR 1
(Suelta una risilla) Ésta misma, que sin duda te hará daño, el
cinco seis.
JUGADOR 2
(Levanta una ficha sin enseñar) Espero que no porque me quito de
encima diez puntos cosa que al final me ayudará a ganar la partida;
siempre, claro, que juegues mal, como supongo. El seis cuatro.
JUGADOR 1
(Risa abierta) Se acabó: el cuatro cinco. Cerrado (Y enseña sus
fichas) ocho puntos. ¿Y tú? ¿Cuántos tienes?
JUGADOR 2
(Enseña sus seis fichas) Quien ríe último ríe más.
JUGADOR 1
(Visiblemente molesto) ¡Todas blancas! Así cualquiera. El dominó
tiene esas cosas. Deberías saberlo.
Entra el
jugador 3
JUGADOR 3 (Se
sienta en la silla que da cara a los espectadores) ¡Que cagaprisas
sois!
JUGADOR 1
Estábamos probando las fichas. A ver si rodaban bien.
JUGADOR 2 Y
ruedan bien... sobre todo para mí, que le he ganado la primera
jugada por sabihondo. (Pausa) Bueno, cuenta cómo ha ido todo,
JUGADOR 3
Buen entierro y buen mausoleo no le ha faltado a Inés. Pero me ha
dicho Marga que don Nato anda ya buscando otra novia.
JUGADOR 2
(Se sorprende) ¿Otra novia?
JUGADOR 1
(Ídem) ¿Otra novia?
JUGADOR 3 Sí,
otra novia, como lo oís. Así que o se marcha del pueblo ese viejo
mamón o nuestra cencerrada siguiente acaba con la quema de su casa.
JUGADOR 1
Con él dentro.
JUGADOR 2 O
mejor aún, antes de quemarle la casa, sacarlo de ella a rastras y
darle una paliza de muerte mientras ve cómo toda su fortuna es
devorada por las llamas.
JUGADOR 3 Y
mientras lo ve, echará de menos aquellos días en que sonriendo
mascaba con la dentadura postiza el extremo de uno de sus pestilentes
puros habanos. ¡Estas cosas no se toleran dos veces! (Pausa) Y
ahora, mientras jugamos nuestra partida de dominó de costumbre,
maduramos el plan. (Se pone a mover las fichas)
Fundido
Fin