viernes, 26 de junio de 2009

DE VISTA, DE OÍDAS, DE LEÍDAS

UN LÉXICO ESPECIAL
































Ya me he referido a la "calidad" del lenguaje periodístico que emplea PÚBLICO en algunas de las secciones de ESCRIBIRADIARIO, como la titulada PATADAS AL DICCIONARIO. Hoy quiero referirme al léxico drástico y contundente con connotaciones bélicas, arriesgadas y extremosas empleado en sus titulares. Y no hay que recurrir para ello a una cantidad considerable de ediciones. Me basta con ceñirme al Público de hoy, viernes 26 de junio, que reúne, por otra parte, una buena colección de asonancias y consonancias (he aquí unas lindas muestras: "El régimen iraní disuelve la movilización de la oposición", ón-ón. "Competencia da un toque a las eléctricas", "Francia desmantela la cabeza del aparato de información de ETA", éa-éa-éa). Vuelvo al léxico.
Para no hacer exhaustivos los ejemplos, citaré algunos.
Ya en la Primera Página encontramos los siguientes:
"El Gobierno aprueba hoy el fondo de rescate" (ya adelanto que "rescate" va a tener un protagonismo abundante en esta exposición).
"Salvavidas de 99.000 millones para bancos y cajas "(lo mismo va a pasar con "salvar" y sus derivados).
"El congreso cercena la justicia universal".
Pasamos la página y seguimos leyendo:
"Banderazo de salida para el rescate de la banca".
"El Gobierno aprueba... a la salvación de entidades en problemas" .
Y en las páginas siguientes:
"¿Cuánto costará el rescate a los contribuyentes?"
"Salgado salva el techo de gasto pese al asedio de la oposición".
En la sección de Opinión, el asunto no decae. Titulares:
"Caen 942 'malos' en los aeropuertos".
"Llanto por la jurisdicción universal".
"Verdades ocultas en el debate nuclear".
Pero es que en el apartado del Mundo, el riesgo sigue:
"Kirchner se la juega en los suburbios" (buen título para una novela negra).
"El cineasta 'Pino' Solanas agita el voto en Buenos Aires".
Y en el de Política no digamos:
"El Congreso da carpetazo a la justicia universal".
"Aprobadas las demandas que sublevaron a los jueces".
El Dinero no se salva tampoco de esta batalla léxica:
"Desahucio exprés del inquolino moroso en 15 días".
"Reyal Urbis topa con problemas para salvar su deuda con la banca".
"La inmobiliaria intenta evitar la caída por segunda vez en un año".
Ni la Actualidad:
"Las clínicas abortistas denuncian 'agresiones'.
Cada semana se denuncia una desaparición de 'alto riesgo'.
Ni Culturas:
"Mar Coll pinta una imagen demoledora de la familia".
Ni Hoy Catalunya:
"Rock infernal con Enrique Bunbury".
Ni siquiera Deportes se libra:
"Del Bosque es utilizado como arma arrojadiza contra Florentino".
En fin, ¿para qué seguir? Con estos ejemplos basta. Está bien que desde los titulares se quiera llamar la atención del lector. Pero el léxico en cuestión está muy sobado y seguir empleándolo es una muestra de la poca elaboración lingüística que, desde que lo conozco, Público adolece.

lunes, 22 de junio de 2009

CONEXIÓN





CONEXIÓN. Número 11. 30 de abril de 2009. Cerdanyola del Vallés

EL POEMA

Bautismo de mar















































Lo tenía en mis brazos. Las espumas
besaban con unción sus piececitos.
En sus ojos brillaba la claridad pura de todos los asombros.
Al otro lado de la cala temblaba la piedra de la Vila.
Gaviotas y bajeles bailaban sobre el mar.
La mañana era azul. Los dos, dos niños
--yo aún más que él—que gustaban la sal
De la brisa en los labios.
El tiempo, detenido, era más una ola que aguardaba
Su mejor bienvenida. El nieto se reía
En brazos del abuelo al pie del agua.
Y de pronto el bautismo del mar los hizo
aprendices a los dos de la aventura.
Una ola cuajada de alta espuma
Los llenó de bravura. Fue un momento.
El nieto confundió sus bellas lágrimas
con la bendita sal de la esmeralda
Que acababa de nombrarle marinero.
Después se fue la ola, la aventura,
pero ya estaba hecho el fiel conjuro,
y la sonrisa blanca volvió a reinar radiante
En la rosa de los labios del pequeño.
El abuelo rompió raudamente una lágrima
sobre el agua del mar que aún caía
sobre su piel curtida, bautizada
también por las espumas de las olas,
al fin y al cabo tiempo sin el tiempo.




EL RELATO


El talismán (Continuación)



CAPÍTULO 2. EL DETECTIVE


































Era el último día de un octubre muy húmedo. El otoño se había revuelto en media España y las pertinentes lluvias empezaban a hacer sus estragos en los hogares de los más desvalidos. El detective Florencio Ortiz acababa de poner el telediario y todas las noticias hablaban de ello. Siguió viendo la televisión un rato mientras daba cuenta del solomillo que le había sobrado de la comida del mediodía y luego apagó la tele, recogió los cacharros de la cocina, se puso cómodo bajo la luz de la lámpara del sofá y cogió el libro de Camilleri, autor favorito, que acababa de comprar aquella misma tarde en una librería del Paseo de Gracia. Del escritor italiano se había bebido literalmente todas sus novelas históricas y una gran parte de las que protagonizaba el comisario Montalbano. Se había enterado por la prensa de que el novelista más popular de Italia se había alzado con el II Premio Internacional de Novela Negra por La muerte de Amalia Sacerdote, y esa misma mañana, en una salida del despacho para realizar una simple gestión burocrática, se dejó caer por la Casa del Libro y adquirió la novela.
Prefirió prescindir de la información de la contracubierta (este tipo de textos no suelen pasar de ser siempre para él un simple reclamo lector y casi nunca aciertan con el verdadero intríngulis del libro) y se puso a leer el primer capítulo en el trayecto del metro que le separaba de su casa. Ahora, a la luz de la lámpara, sabía que una extraña novela esperaba con ansia su atención. Ya conocía a unos cuantos personajes que representarían un papel importante en el relato, como el director de la RAI en Palermo, un tal Michele Caruso; o su subordinado Alfio Smecca, redactor jefe y presentador del telediario regional, con el que mantiene una discusión acalorada sobre cómo dar la noticia del homicidio de la hija de un diputado; Caterina Longano, la secretaria, que sabe muchas cosas de los empleados de la Cadena; Giuditta, la mujer de Alfio y amante de Michele, y algunos otros como el abogado Basurto, el presentador Mancuso, que es el que finalmente da la noticia más conveniente y que, de algún modo, constituye el arranque de la novela: “A consecuencia de las investigaciones por el homicidio de la joven Amalia Sacerdote, ocurrido hace un mes en Palermo, esta tarde se ha dictado un auto de procesamiento contra su exnovio, Manlio Caputo. El fiscal Di Blasi ha dicho que se trata de un acto procedente y que las investigaciones continúan en todos los frentes”. El estilo, fresco y directo de Camilleri era lo que más le atraía a Florencio. Le gustaba llamar al pan pan y al vino vino. Era un buen ejemplo el párrafo que retrataba a Cate: “Caterina Longano, la secretaria, era una cincuentona gorda y sudorosa, soltera con madre a cargo, buenísima en su oficio. Se decía que en su juventud se había tirado a toda la redacción del informativo radiofónico donde entonces trabajaba, recaderos incluidos. Pero era una verdadera mina de chismes, habladurías y maledicencias.”
Leyó hasta bien entrada la madrugada. Cansados los ojos de leer, cerró el libro y lo dejó sobre la mesa de centro, junto a la carta que había recibido por la mañana. La misiva contenía la invitación a asistir a un simposio de detectives que tenía lugar nada más y nada menos que en Zamora, a casi ochocientos kilómetros de allí, en la otra punta de España. No estaba seguro de querer acudir al simposio . ¿Qué se le había perdido en una ciudad de provincias apenas conocida en el resto del Estado? Si al menos algún colega del despacho quisiera ir con él. Pero ya lo había hablado con algunos y todos le habían respondido lo mismo: que el tal simposio no les iba a abrir nuevas puertas a su especialidad. La cosa estaba negra. Pero por otra parte pensaba que, aunque era poco probable, dada la fortuna que había tenido hasta entonces, cabía la remota posibilidad de conseguir en la otra parte del mundo algún ligue de fin de semana. Así que, vistas las cosas, llegó a la conclusión de que no le venía mal cambiar de aires unos días y durante un tiempo dejar de husmear en las vidas ajenas, de seguir a casadas o casados sospechosos de poner los cuernos a sus respectivos cónyuges, a obreros que presentaban bajas de enfermedad repentinas para dedicarse a otros menesteres que les reportaran pingües ingresos libres de cargas fiscales o, en el asunto que durante los últimos tiempos estaba cobrando más pujanza, a jovenzuelos absentistas de sus centros de enseñanza sospechosos de consumir sustancias prohibidas o dedicarse a la prostitución en casas particulares.
Se fue a dormir pensando que al día siguiente rellenaría la solicitud de asistencia al simposio y la enviaría ipso facto, pues el congreso de detectives empezaba aquella misma semana.
No se durmió hasta que las campanas de las monjas tocaron las cinco de la mañana. El recuerdo de su última novia lo mantuvo desvelado. No lo había pasado mal con ella y todo parecía ir viento en popa hasta que a ella le dio por decirle que su trabajo no le gustaba; que eso de meter las narices en la vida de los semejantes era desde su punto de vista inhumano e inmoral. Él no hacía más que decirle que su trabajo era tan humano y tan moral como otro cualquiera, pero ella erre que erre. Al final tuvieron que dejarlo. Luego se enteró de que Marga, así se llamaba la chica, hacía tiempo que flirteaba con un compañero de trabajo y aquello no fue sino un viejo pretexto para dejarle. Lo pasó bastante mal al principio de la separación y notaba que algunas partes de su cuerpo, como el estómago o la cabeza, le faltaban o no funcionaban bien del todo, pues unas veces tenía malas digestiones y otras veces dolores agudos localizados en la nuca. Cuando al fin su estado de ánimo recuperó la calma y el equilibrio, achacó las primeras a comer durante una semana en bares baratos mientras seguía los pasos de un muchacho que se fumaba las clases del Instituto y los segundos a la afición que por entonces le cogió a navegar por Internet durante horas sin moverse de la butaca de su escritorio en busca de datos sobre la novela y el cine negros. Su vida en compañía de Marga pasó a la historia y, al menos, le quedaron agradables recuerdos de ciertos momentos pasados con ella sobre el mismo lecho.
Al día siguiente en el despacho, mientras esperaba a un cliente con el que había quedado para arreglar un asunto de cuernos, rellenó la solicitud del simposio, la metió en un sobre, pegó en éste el sello de rigor y lo dejó en la bandeja de cosas prioritarias para, en la primera ocasión que tuviera de bajar a la calle, echarlo al correo. Por un momento pensó ser uno de los abogados de la novela de Camilleri, cualquiera de ellos, o uno de los policías que investiga la muerte en situaciones extrañas de Amalia Sacerdote. El asunto del cenicero, cuerpo del delito, lo habría resuelto mejor él. Las huellas dactilares puestas en el cenicero del presunto homicida, Manlio Caputo, exnovio de la muchacha, no servirían para aportar las pruebas que aducía el fiscal Di Blasi para acusarle, porque se quedaría con el testimonio de Serena Ippolito, una de las amigas de Amalia, según dicho testimonio el cenicero ya estaba en el piso anterior de la difunta y no en el nuevo, cuestión que implicaría sin ninguna duda a Manlio en el asesinato, y testimonio a su vez de la segunda amiga de Amalia, Stefania Corso. De cualquier modo…
Llegó el cliente, un hombre pequeñito y nervioso que portaba un sombrero enorme que casi le engullía su exigua cabecita, y le expuso el tema con el mayor realismo que pudo, sin paliativos. Sabía a ciencia cierta que su mujer le engañaba con un vecino del mismo rellano que estaba en paro desde hacía un mes. (¿En paro? Sería en paro laboral únicamente.) Y necesitaba pruebas concluyentes. El detective le dijo que conseguirlas resultaría muy difícil porque no se trataba de apostarse en la acera de enfrente hasta ver al individuo sospechoso entrar en la vivienda en cuestión, o seguir a la presunta adúltera hasta el lugar de la cita con el presunto amante. Había que entrar nada más ni nada menos que en una finca privada bajo la apariencia de un vendedor, representante, cobrador de la luz o algo parecido para conseguir una prueba definitiva. Y eso tenía muchos riesgos. Y a continuación le aconsejó que fuera él mismo, armado de una cámara, si era de video mejor, el que hiciera de detective. El hombrecillo le replicó que él no era detective, que amaba al trabajo con locura y no como el vago del vecino, que cobraba a costa de los demás y además se permitía el lujo de ponerle los cuernos. Al final quedaron en que el detective se daría una vuelta por el domicilio que le proporcionó el interesado y que ya le diría algo. Aunque no firmaron ningún contrato.
A la hora de almorzar cogió el paraguas y bajó a la calle. La lluvia seguía cayendo y producía una música monótona pero agradable al golpear la tela impermeable del paraguas. Anduvo hasta la esquina donde sabía que había un buzón y echó en él la carta con la solicitud. Luego entró en el bar de la esquina opuesta y se tomó un café bien cargado y una pasta. Después cogió el metro dispuesto a darse una vuelta por la dirección que le había dado el hombrecillo. Mientras iba en el metro camino de Fabra y Puig siguió leyendo en la novela de Camilleri el astuto y sabroso adulterio que cometían a espaldas del periodista Alfio Smecca su mujer Giuditta y su jefe Michele Caruso, con una salvedad: ahora en la mente de este último se había abierto la sospecha de que la propia Giuditta le estaba engañando con otro, y todo por la conversación telefónica que la mujer había mantenido delante de él, en la cama de la jodienda, con su amiga Agnese. “Si por casualidad te telefonea Alfio, esta noche duermo en tu casa…, así que, hacia las once, descuelga el teléfono y apaga el móvil como de costumbre, que si se le ocurre telefonear no le responda nadie. Gracias. Adiós.” La frase clave es aquí “Descuelga el teléfono y apaga el móvil, como de costumbre”. Caruso llega a la conclusión de que era verdad lo que le había dicho días atrás su secretaria Cate, que Giuditta tenía otro amante, y que no era él.
Florencio se bajó en Fabra y Puig y cruzó la Meridiana bajo un verdadero diluvio y un viento tan impetuoso que le giraba el paraguas cada dos por tres haciendo que la lluvia le diera de pleno. Subió por el paseo del mismo nombre hasta el número indicado. Ya había pensado qué decir a la señora en cuanto le abriera la puerta. Llamó al timbre de otro piso para que le abrieran el portón de la calle y se coló en el portal. Sacudió el paraguas y echó a caminar por la escalera hasta el primer piso. Allí se detuvo ante la puerta 3 y pulsó el timbre. Aguardó unos segundos, al cabo de los cuales oyó unos pasos que se acercaban. Le abrió la puerta una señora mayor, mal cuidada, pequeñita y delgada, con ojeras y pelo blanco recogido en un moño.
--¿Qué desea?
--Vengo por lo de los libros.
--¿Qué libros? Yo ya no leo. No tengo ni vista ni ganas para leer.
--Perdone la molestia. Me dijeron que era el piso segundo, puerta 3. Ustedes habían hecho un pedido a la editorial y…
--Nosotros no hemos hecho pedido alguno. Y éste es el primer piso, señor; no el segundo.
--No sabe cuánto lo siento. Vuelvo a pedirle perdón, señora.
El detective salió a la calle decepcionado. (¡Pobre mujer! Una nueva víctima del marido neurasténico y paranoico que cree ver cuernos en todas partes.) La lluvia había amainado.






CAPÍTULO 3. LA HISTORIADORA

































Amando salió pronto de casa. Llovía, para variar, y corrió hacia la marquesina de la parada del autobús que estaba a unos cien metros de su portal, para no mojarse en exceso. Mientras corría hacia allí, los bajos del negro ropaje holgado que lo cubría se bamboleaban en el aire como una bandera pirata bajo el temporal. La parada estaba llena de gente esperando al bus, la cual, al ver llegar aquella corpulenta anatomía vestida de aquella guisa y con aquellos modos, no pudo menos de sorprenderse. Amando, sin prestar atención a ello, se refugió bajo la marquesina como pudo, mientras consultaba en el poste el recorrido del autobús, sin advertir que el libro que llevaba se estaba mojando lamentablemente. Asintió al ver la calle que buscaba apuntada en el cartel y consultó la hora de su reloj de pulsera. El autobús llegó con retraso. Arrancó atestado de pasajeros y Amando se colocó como pudo cerca de la salida. Miraba por las ventanillas a la calle con una idea fija en cabeza, de modo que viajaba ajeno a cuanto ocurría dentro del autobús, sin reparar en la juerga que habían montado un par de chavales a costa suya. Uno de ellos, imitándolo, hinchaba los carrillos y ponía los ojos en blanco en un gesto claramente siniestro. Mientras que el otro hacía comentarios burlones sobre su ropa. Los chicos bajaron un par de paradas más allá y uno de ellos, el más atrevido, al pasar a su altura comentó:
--Halloween es esta noche.
Pero Amando ni se enteró. Iba a lo que iba. Y en la siguiente parada se apeó del vehículo. Había llegado a la calle donde vivía la historiadora. Recorrió un buen tramo de acera mientras consultaba los números. Había que cruzar la calzada. La casa tenía la fachada llena de andamios porque estaba en restauración. Entró en el portal y miró los buzones. Allí estaba el nombre que buscaba. Cogió el ascensor hasta un piso determinado. La casa rezumaba un pesado silencio. Sin duda llevaba en su cabeza una idea fija. Sin pararse a pensar, llamó al timbre de la puerta de la historiadora. Silencio. Volvió a llamar, ahora insistentemente. Tres veces más repitió la llamada mientras en su cara aparecía el dibujo de la contrariedad. Los timbrazos rompían escandalosamente el silencio de la finca. Hasta que la puerta del piso de al lado se abrió. Una mujer mayor, embutida en una bata negra, apareció en el quicio.
--La señorita Clarisa no está. ¿Quién es usted?
--La busco para una cosa muy importante—fue todo lo que dijo el hombre procurando con una sonrisa no amedrentar más a aquella mujer que tenía aspecto de enferma.
--Ha ido al Ateneo. A mirar unos libros. Es muy…
Amando no le dio tiempo a continuar y, ante el estupor de la buena señora, buscó las escaleras precipitadamente.
La boca del metro no estaba lejos. La había visto desde el autobús antes de apearse. En el vagón se palpó algo que llevaba bajo la ropa a la altura del pecho y movió los labios como musitando una especie de plegaria en latín.
La Plaza de Cataluña era, como desde hacía un tiempo, un conjunto de pequeños guetos de gente extranjera. Y el cielo, espeso y gris, una total ausencia. Las bandadas de estorninos de otras veces brillaban por su ausencia; bajo aquel temporal los pájaros estarían inmóviles y agazapados en las frondas de los árboles que pueblan la plaza junto a las estatuas lavadas por la lluvia. Amando miraba con odio a los transeúntes que chocaban con él sin mirar. Aquello de ir sorteando las riadas de gente que subían y bajaban por el lateral del FNAC y el Café Zurich lo enfurecían. Cruzó el semáforo frente al primer quiosco de las Ramblas y luego el que desaguaba incesantes borbotones de gente en la acera de la izquierda. Era imposible dar un paso entre los paraguas que la atestaban. Apretó con ira la mano que llevaba el libro y lo hizo crujir siniestramente al verse obligado a bajar de la acera y pisar la calzada lateral, a riesgo de ser arrollado por algún coche. Al fin llegó a los arranques de Santa Ana y Canuda. Justo en el vértice de la V que forman ambas calles le salió al encuentro una chica con una carpeta en las manos, dispuesta a sacarle unos euros para una ONG. Amando contestó a la sonrisa y al saludo de la muchacha con un manotazo que casi dio con ella en el suelo. No estaba para perder más tiempo. Casi iba corriendo cuando entró en el portal del Ateneo. Una cadena, con un letrero colgando que decía: “Paso restringido a los señores socios” cortaba el acceso a la monumental escalera. No hizo caso ni del cartel ni de la cadena y subió los escalones alfombrados de rojo hasta la Biblioteca, en donde esperaba con todas sus ansias encontrar aún a la historiadora. En la sala había una docena de personas trabajando cada una en los suyo, libros a un lado y libretas de apuntes a otro. Examinó los rostros uno por uno, pero no reconoció en ninguno el de la joven. ¿Dónde se había metido aquella mujer? El libro que llevaba volvió a crujir entre los dedos amorcillados de su enorme mano. Tras un gruñido, preguntó por Clarisa a la persona encargada de la biblioteca. Le explicó que era su hermano y que había venido expresamente del extranjero para darle una mala noticia.
--¿La señorita Clarisa?—dijo mirándolo con interés--. Sí, ha estado aquí, pero hará una hora aproximadamente que se fue al Jardín Romántico.
--¿Dónde está ese jardín?—preguntó impaciente.
--Aquí mismo, en la primera planta. Bajando esas escaleras. Verá un salón de recreo, un bar y al exterior…
Ni gracias le dio Amando: se lanzó escaleras abajo y empujó la puerta acristalada que daba acceso al salón mencionado. Había algunas mesas ocupadas por hombres que ojeaban el periódico o jugaban al ajedrez. Al fondo vio la puerta que daba a lo que debía ser el tal Jardín Romántico, un patio con plantas al aire libre cuyas mesas, bajo la terca lluvia, aparecían vacías. Giró la mirada hacia otra salita, comunicada con la anterior por otra puerta acristalada, que enseguida identificó con el bar. Allí había más movimiento. Casi todas las mesas estaban ocupadas y había algunos socios que iban de las mesas a la barra en busca de alguna bebida o de la barra a las mesas portándola. Empujó la puerta mientras con avidez recorría los rostros de quienes había allí dentro. Por fin la vio. A una de las mesas más alejadas de la barra y junto a la cristalera que da a la plaza de la Villa de Madrid estaba sentada Clarisa. Una taza de café y una carpeta había ante ella. La joven miraba distraídamente a la plaza. Con pasos lentos Amando se acercó a la mesa.
--¿Puedo sentarme? –dijo examinando a la chica de arriba abajo como un perturbado.
La joven dejó de mirar a los tenderetes blancos de la plaza que se veían desde allí arriba para fijar sus ojos azules en la inmensa masa humana que estaba delante de su mesa observándola como a un bicho raro.
--Depende—dijo sonriendo--. ¿Quién es usted?
Velozmente encontró una respuesta que le pareció muy adecuada.
--Soy un aficionado al arte románico—dijo y acto seguido añadió mostrándole el libro que llevaba en la mano--: Aquí traigo algo que le interesa.
Clarisa entrecerró los párpados en señal de sospecha. Enseguida reaccionó reparando en el libro.
--Se ha mojado—dijo.
--Sí. Es que está lloviendo—y se sacudió torpemente la ropa talar que lo cubría.
--Me refiero a ese libro. El pobre está empapado y hecho una pena. ¿No se ha dado cuenta?
--No, no me he dado cuenta—dijo Amando mientras se sentaba en la silla de enfrente.
--No le he dicho que pueda sentarse. Pero ya que lo ha hecho, dígame qué es eso tan interesante que trae en el…en ese libro. Aunque preferiría que fuera breve. Tengo una reunión dentro de unos minutos.
--Sí, seré breve, muy breve—dijo clavando sus ojos, unos ojos pequeños y fríos, en los de Clarisa, mientras se palpaba nuevamente el bulto que tenía a la altura del pecho, bajo la ropa--. Sé dónde vive y a qué se dedica usted…
Clarisa empezó a inquietarse. Aquel hombre sin duda alguna debía de estar trastornado. Empezó a ordenar velozmente unas cuantas ideas que pudieran ayudarla. Si al menos el barman mirara en ese momento hacia allí, le haría un gesto de auxilio. Pero estaba ocupado en servir a otros socios. ¿Qué podía hacer? ¿Salir corriendo como en las películas? ¿Gritar para que entre todos los allí presentes la libraran de aquel orate? La angustia empezaba a dominarla. Y entonces ocurrió algo mucho más sencillo. Un verdadero milagro cotidiano. Hacia ella venía uno de los socios más antiguos del Ateneo: nada más ni nada menos que su viejo profesor de Universidad, don Esteban del Horno, quien el año pasado le había dirigido su tesis sobre el monasterio de San Pedro de Rodas.
--Mi alumna favorita—dijo visiblemente alborozado--. ¿Cómo va esa nueva investigación?
La chica vio en su profesor el cielo abierto. Cogió la carpeta y fue hacia él para abrazarlo efusivamente. Mientras lo hacía le susurró al oído:
--Invéntese algo, rápido. Ese hombre de ahí me está siguiendo.
El profesor miró a Amando con disimulo. Luego se cogió del brazo de ella y, empujándola suavemente hacia la puerta, le dijo:
--Vamos a mi despacho. He de enseñarte algo relacionado con tu nuevo trabajo—y una vez atravesado el umbral de la puerta, hizo un gesto al conserje para que se acercara; entonces le dijo:-- Entretenga con el cuento que sea al hombre grueso de la ropa negra; será sólo un momento. Ya se lo explicaré después. Es importante. Gracias.
Y Clarisa y él se retiraron hacia el ascensor. Antes de que éste se cerrara tras ellos para emprender el descenso a la calle, tuvieron tiempo de ver que en el bar se organizaba un jaleo monumental a costa de Amando.
--¿En qué lío te has metido esta vez?—le preguntó el profesor en cuanto el ascensor se puso en movimiento.
--En ninguno, don Esteban—mintió porque no quería involucrarle en nada que pudiera significarle el menor peligro.
--¿En ninguno?—la miró atentamente al fondo de los ojos--. Te conozco muy bien, Clarisa. Por conseguir algo que tenga que ver con tus investigaciones eres capaz de cualquier cosa. Recuerda lo que pasó en aquella biblioteca de Gerona con aquellos legajos relacionados con el Monasterio de Sant Pere. Dime la verdad: ¿en qué andas ahora?
La muchacha esperó a que el ascensor llegara al portal. Una vez camino de la calle fue ella la que cogió cariñosamente por el brazo a su viejo profesor.
--No sé cómo empezar, don Esteban—dijo--. Es algo relacionado con la catedral de Zamora.
--¿Y qué tiene que ver con ello ese hombre de ahí arriba?
--No lo sé exactamente. Lo mejor será que nos despidamos aquí. No sea que ese energúmeno vuelva a aparecer. Prometo tenerle al corriente de cuanto ocurra.
La cara del profesor adquirió un gesto de seriedad.
--Aunque luego no será nada—dijo--, como siempre, tenme al día. Hazlo por correo electrónico. Es lo más seguro. Ahora sal por Puertaferrisa. Y no te olvides de decirme algo.
La besó cariñosamente y luego se perdió entre los tenderetes de la plaza, que estaban profusamente concurridos de curiosos.
Clarisa obedeció a su profesor. Dio un rodeo y salió a la Rambla. Pero en vez de subir hacia la Plaza de Cataluña bajó hasta la estación del metro de Liceo. Haría trasbordo en Cataluña y de allí iría a casa. Aunque seguramente el hombre corpulento la estaría esperando allí; por algo le había dicho en el bar del Ateneo que sabía dónde vivía. Así que optó por pasar las horas siguientes hasta la hora de comer visitando algunas galerías de pintura. La primera fue la Sala Parés. Recordaba que en esta famosa galería de la calle Petritxol conoció a su primer novio, un pintor catalán algunos años mayor que ella. Era moreno, tenía una graciosa coleta y hablaba de arte como un catedrático. Curiosamente ésas eran las tres características que recordaba con más claridad del artista. Bueno, y su forma de amarla. Este último detalle quedaba sólo para su intimidad. Cuando hacían el amor en la cama del estudio que el pintor tenía en la Barceloneta, de cara al puerto atestado de pequeñas barcas de pesca, el hombre se frotaba vivamente la pierna derecha porque según decía se le había muerto tras el goce intenso del orgasmo. “Éste es el precio que tengo que pagar”, decía sonriendo y sin dejar de frotarse el muslo; “algo de mí se muere un rato cuando llego al éxtasis.” Carles, éste era el nombre de su primer novio, realizaba una pintura entre figurativa y abstracta. En sus ocres nadaban como alas de ángeles, vestidos vaporosos de mujer, nubes o velas de naves. Contemplando cualquiera de sus cuadros la impresión que Clarisa recibía era de una gran paz, parecida a la que vivía tras hacer el amor con el autor de los cuadros. Sus amoríos, sin embargo, duraron poco, escasamente un mes, aunque fueron muy intensos, a polvo por día. El pintor acabó encaprichándose de una pintora de Sitges y pretendía compartir a Clarisa con ella. Evidentemente, Clarisa se negó en redondo a las pretensiones morunas del artista y lo dejó. Ahora al volver a la Sala Parés y sentarse en el banco central de cara a una gran pintura que representaba una vista impresionante del promontorio de Monjuic, sonreía suavemente al recordar sus ocios y negocios con el artista.
Comió en la Plaza Real, premió con dos euros a un violinista que tocaba al pie de la columna de Colón, adquirió en los puestos de viejo un librito sobre Toledo y Bécquer, autor que siempre le había entusiasmado por sus mil referencias al mundo del Arte tanto en las Rimas como en las Leyendas y otros escritos en prosa, y cruzó la pasarela del puerto hasta Maremágnum. La lluvia parecía haber dado una tregua al día, y la gente caminaba por la calle un tanto descuidada. Mal hecho porque por la zona del Tibidabo se habían ido espesando y ennegreciendo las nubes, que enseguida se extendieron hacia el mar. En las galerías compró algunas cosas y cuando, ya daba por acabado el paseo dispuesta a regresar a las Ramblas, el cielo se rompió por un millón de sitios y un fuerte aguacero se derrumbó sobre la ciudad. Esperó a que amainara antes de atreverse a abandonar la protección de la enorme marquesina de Maremágnum.
Oscureció enseguida el día, y Clarisa se metió en el primer hotel que encontró en la Rambla decidida a pasar la noche allí. A la mañana siguiente ya vería lo que hacía.
Después de registrarse, buscó la salita que los clientes del hotel disponían para conectarse a Internet. Le puso un email a su profesor. Le contaba lo del viaje que iba a realizar a Zamora para investigar de cerca el significado de la fachada del Obispo de la Catedral. Del hombre del Ateneo no sabía nada, aunque sospechaba alguna cosa. En cuanto supiera algo concreto sobre él, le mandaría un correo. Respecto del desarrollo de la investigación, también le tendría al corriente.
Cenó en el restaurante del hotel y subió a la habitación. Lo primero que hizo al entrar fue palpar la dureza del colchón de la cama. No estaba mal. Sobre la cabecera había una reproducción de un cuadro de Picasso, una Jacqueline sentada, de la que, a primera vista, le llamaron los triángulos morados del vestido.
Antes de acostarse, echó un vistazo al librito sobre Toledo y recordó sensaciones que había experimentado tiempo atrás al leer las prosas que Bécquer había escrito en la ciudad imperial, en especial, las páginas que se referían a la arquitectura de San Juan de los Reyes y las leyendas Tres fechas y La ajorca de oro. Luego revisó la carpeta de apuntes y ordenó las notas que tenían que ver con la secta medieval denominada los Canteros. Y fue cuando tuvo la intuición de que aquel energúmeno del Ateneo podía tener alguna relación con dicha sociedad secreta. Se durmió presa de una inquietud dominante. Pero a la mañana siguiente la tormenta había pasado. Hasta el día había amanecido despejado y luminoso. Desayunó en un snack oyendo piar desaforadamente a los pájaros de las Ramblas y viendo a la florista del quiosco preparar sus manojos de flores. Cuando cogía el tren de regreso a casa enseguida pensó que nada es lo que parece y que las cosas más serias vistas a la luz de un nuevo día no lo son tanto.
Al entrar en el portal, abrió instintivamente su buzón. Allí había un papel doblado. Lo sacó mientras el corazón se le ponía a mil por minuto. Esperó con el alma en vilo a encontrarse dentro de su piso. Se sentó en el sofá del comedor y leyó la nota.
“Ya puede comprobar que sé dónde vive. Me han encargado que vigile sus movimientos. Y lo estoy haciendo como ha podido ver. Y seguiré haciéndolo. Y aunque invente tretas como las del Ateneo, nunca podrá deshacerse de mi vigilancia. Me han pedido mis superiores que la convenza para que deje de hacer lo que está haciendo. Sus investigaciones pueden llegar a perjudicarla seriamente. Me he comprometido solemnemente a cumplir mi misión sin reparar en nada, incluido cualquier desenlace trágico. Piénselo detenidamente.”
Dejó el papel sobre el sofá y se arrimó a la ventana de la calle para mirar a través del visillo. Esperaba ver al hombre de la ropa negra y holgada apostado eternamente en la acera opuesta. Pero no estaba allí.
Abrió el portátil y entró en Internet. Buscó en la agenda de direcciones del correo la de su profesor y redactó este mensaje:
“Querido don Esteban: Hoy al volver a casa, me he encontrado un papel en el buzón, escrito sin ninguna duda por el hombre de negro del Ateneo. Me dice en él que sus superiores le han encargado que no me pierda de vista y me convenza para que deje de investigar. En caso de que no le obedezca llevará su misión hasta sus últimas consecuencias.”
Lo leyó y acto seguido lo suprimió. No quería alarmar al profesor en vano. Pensó mandarle otro correo más adelante, desde Zamora, cuando ya las cosas, con un poco de suerte, se hubiesen calmado. Buscó la página de vuelos económicos y reservó uno para Valladolid. En el mismo aeropuerto alquilaría un coche para ir a Zamora.
Se levantó para volver a mirar a través del visillo de la ventana que daba a la calle. Evidentemente había perdido la tranquilidad. Aunque no viera por ningún lado a aquel hombre corpulento, no conseguía dejar de pensar en sus palabras.
Aún así estaba decidida a seguir adelante con su investigación. Cogió el móvil y llamó a su tía Eulalia. Quería tener arreglado el asunto del alojamiento en Zamora.
--Hola, sobrina, ¿qué te cuentas? ¿Qué tal tiempo hace por ahí?
--Hola, tía. ¿El tiempo? De perros. No deja de llover y hace un frío …
--Igual que aquí, hija. Con la diferencia de que ahí, con la humedad lo tendréis peor.
--Ni que lo digas. Tía, ¿cómo tienes la casa?
--¿A qué te refieres?
--No, que si aún sigues queriendo que vaya a pasar unos días contigo.
--Pues claro. Aquí siempre tendrás una habitación para ti. ¿Y cuándo podré vivir esa alegría?
--Dentro de poco. La víspera te daré un toque. Un beso y gracias.
--No tienes que dármelas. Ya sabes que eres mi sobrina predilecta.
--Y tú, mi tía favorita.




LA NOTICIA


Adiós a una leyenda viva




Hoy, viernes 26 de junio, no se habla de otra cosa en la prensa, escrita, hablada o visual: la desaparición repentina de Michael Jackson, el más grande cantante de Pop de las últimas décadas según los entendidos. Desde la muerte de Elvis Presley no se había producido un estremecimiento universal entre los seguidores de la canción tan espectacular. A los cincuenta años, tras una parada cardiorrespiratoria, el cantante que no quiso dejar el mundo de Peter Pan se ha visto obligado a dejar el mundo escalofriante de la verdad, de las guerras, de la intolerancia, de las catástrofes naturales (y humanas, iba a decir). A él se debe el disco más vendido de la historia de la música, Thriller, aparecido en 1982. No es hora de hablar de otros escándalos que lo acompañaron en vida; sólo de su estela musical. Y de ella, como homenaje de la Revista, quiero entresacar los versos de una de sus canciones, Remember the Time:
Do you remember
When we fell in love
We were so young and innocent then
Do you remember
How it all began
It just seemed like heaven so why did it end?
Do you remember
Back in the fall
We'd be together all day long
Do you remember
Us holding hands
In each other's eyes we'd stare
(Tell me)
Do you remember the time
When we fell in love
Do you remember the time
When we first met
Do you remember the time
When we fell in love
Do you remember the time...

Y ahora que el tiempo y todos sus fans lo recuerden a él.

domingo, 21 de junio de 2009

DE VISTA, DE OÍDAS, DE LEÍDAS

Oasis de poesía




Ayer, 20 de junio, Día internacional del español, pasé la tarde en Barcelona para asistir al acto de Poemas para un mundo mejor (en realidad, una maratón poético-musical donde intervinieron gentes diversas pertenecientes en su mayor parte al mundo de la educación). El lugar, el Jardín romántico del Ateneo Barcelonés, se convirtió durante unas horas en un oasis para amantes de la sensibilidad artística y literaria en particular y de la solidaridad humana en general. La asociación que patrocinaba el acto (Poesía en acción) había previamente confeccionado una antología poética de más de cien poemas, cuyos autores abarcaban todas las edades y la intervención consistía en la lectura del poema antologado (después de diez años de celebrarse el evento, en la antología del presente año había un poema mío que había enviado al coordinador del evento días antes). Al final, no me quedé a leer mi poema tal como estaba previsto en el programa porque se me hizo muy tarde. De todos modos allí fui testigo de un escogido ambiente de poesía, salvando la calidad de los poemas leídos, que había de todo, y pasé un rato muy agradable. Sin embargo, me quedé con las ganas de oír unas palabras en conmemoración del Día internacional del español (el acto en sí tenía como lengua vehicular el catalán, y ello explica en parte la circunstancia). Por ello, y sin dejar de agradecer el gesto de incluir en la antología editada mi poema, en castellano (a decir verdad, muchos estaban en este idioma), debo dedicar el resto de este modesto artículo a aportar mi granito de arena a la mencionada conmemoración, me refiero al Día internacional del español. Dado que en el citado poema con que participo en la Antología de Poemas para un mundo mejor figura la palabra "azuda", la propongo como palabra de mi predilección. Azuda (también el diccionario recoge "zuda") en la presa que el hombre construye en el curso de los ríos ( el Duero, sujeto en parte de mi poema, presenta azudas en su paso por mi ciudad natal) para remansarlos y aprovechar mejor su caudal de agua. Y ya puestos a proponer términos que de algún modo me llevan a la infancia, citaré otros tres que tienen probablemente raigambre gallega. El primero de ellos, "morceña", lo empleaba a menudo mi madre, y era sinónimo de pavesa. "Se me ha llenado la cocina de morceñas", decía mientras intentaba con la mano deshacerse de ellas. Las otras dos palabras, "entoñar" y "arroñar", las empleábamos nosotros los chavales en nuestros juegos y aventuras. Entoñar era sinónimo de enterrar o amontonar ("Hay que entoñar bien el bote de carburo en la arena para que salga con más fuerza en el momento de explotar". "Se te entoñan los párpados cuando tienes sueño".) y arroñar, sinónimo de arruinar o derribar ("Cuando se juega al burro se intenta arroñar al que hace de cabeza de la fila". "Al fin la cabaña del soto se arroñó con el tiempo".).

lunes, 15 de junio de 2009

DE VISTA, DE OÍDAS, DE LEÍDAS

Hace unos días en mi blog anunciaba un pequeño diccionario construido a partir de quintaesencias del escritor uruguayo recientemente fallecido Mario Benedetti. Aquí lo muestro como homenaje al autor de La tregua.

QUINTAESENCIAS DE BENEDETTI





































Alegría: La alegría sobreviene después de las ausencias, al fin de las nostalgias. Después de todo la alegría es un préstamo, no nos pertenece. Es una locurita, un premio pasajero, pero la disfrutamos como si fuera propia, como un lucro, como una primavera de la vida.
Amor: La sinceridad del amor suele nutrirse de la alegría. En el amor, las limosnas que dan los que aman de veras son pedacitos de alma, y el corazón limosnero las va coleccionando como un apasionado numismático. El amor en que intervienen tres es un problema y el humo que se eleva de esa hoguera se llama celos.
Aplauso: hay que aprender a vivir sin aplausos, o sólo con el aplauso de la conciencia espontánea y veraz.
Ayer: El ayer transcurre sobre el fuego, sobre el mar, sobre la tierra. Nada puede borrarlo porque es hálito, destino. No hay más remedio que meterlo en la bolsa, y cómo pesa. El ayer es una envoltura de sucesos, de nunca más y todavía.

Bush: El expresidente Bush nunca viaja a Los Ángeles porque es un demonio.

Camposanto: La gente se acerca a las tumbas y a los nichos y les deja flores, que pueden ser perdones o remembranzas, pero tres o cuatro crepúsculos después el camposanto será apenas un jardín de flores marchitas.
Candor: Vivir sin candor es convertirse en blanco para todas las saetas.
Carta: Las cartas vienen en sobre de invierno o de primavera. Dicen cosas que uno imagina, piensa, construye. Cada carta viene colmada de silencios, pero cada silencio es un coro de voces.
Ceniza: La ceniza es el cansancio de la vida y por eso es la insignia de la muerte
Compasión: Cuando se ama con pasión, surge la compasión.
Cordura: La cordura vigila y amenaza con meternos en el corral de la razón.
Costumbre: La costumbre es la culaidad más simple y sencilla del ser humano y sin embargo no es igual para todos. Todos somos un poco esclavos de nuestras costumbres, porque ellas no nos sueltan, nos diseñan un carácter o adjudican un temple.

Delirio: Los delirios nos sacan del mundo cotidiano, nos arrojan en brazos de la desmemoria, y así, sin la menor prevención disfrutamos del olvido.
Desamor: El desamor es un amor caído, un viudo de la pasión y sólo se reincorpora cuando otro amor le miente que lo ama.
Diccionario: Alguien proyectó hace un tiempo editar un diccionario con las palabras corrientes, las que todos usamos, pero resultó un volumen tan reducido que nadie lo quiso publicar.
Dios: Dios es invocado por los indígenas, los campesinos, los indigentes y en general por los desdichados, pero nunca acude a la cita. Después de todo Dios, si es que hay alguno, se dedicó a crear abismos y cenizas, simulacros de azar. Qué monotonía.

Eco: A partir de los ecos suelen hacerse pronósticos, casi siempre falsos. No podemos reclamarles porque son presencias fantasmales, espejos de lo que oyeron y ya no está, parodias de la muerte. El eco es un espejismo y el espejo es un eco. También es un puente entre el olvido y la memoria. El eco es después de todo una respuesta de la pobre alma, que aporta aromas y fatigas, cercanías y distancias.
Escéptico: Los escépticos se burlan de los demás y de sí mismos. Se aburren de creer y no echan de menos las ausencias. Los escépticos no logran escapar del viejo laberinto y reciben mensajes que son indescifrables.
Espanto: El espanto es un compañero incómodo: nunca se muestra a pleno sol sino en la oscuridad más desolada.
Estatua: La estatua es una forma estética de la muerte. La estatua es una vida encadenada.
Estupor: Cuando el estupor invade el alma, es porque andamos cerca del final, de algún nicho a la espera. Y se acabaron todos los asombros.
Exilio: El exilio tiene algo de abandono y de espantos diminutos, de expectativas inalcanzables, de flor de un día. El exilio tiene también algo de patria; segunda patria, claro. Crecimos en un exilio de la esperanza, sin advertir que era un exilio de la nada.

Fotografía: Presencia de los ausentes. Hay poses de familia que son una síntesis de tiempo, pero también hay instantáneas que son apenas el pellizco de un pasado minúsculo.
Futuro: El ´futuro es un piélago de deterioros, un borrador de catástrofes. El pasado nos despidió con los brazos abiertos, pero el futuro nos recibe con garras sin perdón.

Guerra: Cuando la guerra se disfraza de paz, nos deja casi atónitos, inaugura temblores, se afirma en la tristeza
Guarida: El mundo es tan cambiante, tan inesperado, que es bueno construirse una guarida, no sólo para desalentar al azar sino también y sobre todo para borrar las culpas que los buenos vecinos nos endilgan. En la guarida estamos casi a salvo. Nadie puede matarnos. Salvo la muerte, claro.

Historia: Con pasos del pasado se construyó la historia.
Horizonte: El horizonte es una meta inalcanzable. Cada hombre, cada mujer y a veces cada niño, tiene un horizonte propio. El único horizonte que por fin se alcanza es el de la muerte, pero quienes lo atraviesan nunca vuelven para contarnos lo que hay después.
Huella: En las huellas de ida los pies se apoyan sin problema, pero en las de vuelta la cosa se complica. En unas y en otras el denominador común es la esperanza.
Humano: Cada ser humano es una isla, donde sólo convive con su conciencia y en ocasiones con un lago quieto que le informa sobre qué rasgos asume su rostro de náufrago.

Idioma: Uno de los trayectos más estimulantes de esta vida es el tránsito por el idioma. El pensamiento avanza de palabra en palabra. Gracias al idioma, sobrevivimos. Porque somos palabra, quién lo duda. El lenguaje es una bolsa de ideas, una metafísica que no tiene reglas, una propuesta que cada día es distinta.
Inquietud: La palabra inquietud colma la realidad, como si fuera un humo concentrado.

Libertad: La libertad le da un pellizco al alma y uno no tiene más remedio que ser libre.

Lluvia: La lluvia es una reja y a través de esa reja me reconcilio con el mundo, que está lleno de prójimos, de tristes.

Memoria: La memoria es un trozo de infinito. La memoria es un archivo alucinante, colmado de hechos, palabras, rostros, amores, sorpresas, decepciones, aburrimientos, lealtades.
Miedo: No se juega con el miedo porque el miedo puede ser un arma de defensa propia, una forma inocente o culpable de coraje.
Miserable: La condición de miserable es un tumor del alma, casi siempre incurable, porque el alma no admite cirugías. Dicen que Dios creó a los miserables para proporcionar trabajo a los ángeles justicieros. Pero los miserables son capaces de cortarles las alas.
Muerte: Cómo no tener en cuenta que la muerte es la cumbre de la sencillez.
Música: La música acaricia a los niños y adormece a los viejos. La música es un arrabal del cielo y es el único paisaje que disfrutan los ciegos. La música es un premio, un recurso, una victoria.
Monólogo: El monólogo es más caótico cuanto más se sale del instante, especialmente cuando se infiltra en el pasado buscando raíces, motivos, semillas de una angustia. Monologamos desde que nacemos, pero en ciertos deliberados intervalos guardamos el soliloquio en el cofre de la fantasía y lo cerramos con candado.
Mundo: El mundo pasa sin interrupciones, con paisajes que llenan el contorno, alarmas con abismos, glorias inaccesibles, perdones que no pedimos y alborotos en la conciencia cerrada con candado.

Naturaleza: La naturaleza está ahí, sola, esperando ojos que la revelen, corazones que la sientan.
Nostalgia: Con pasos del exilio se formó la nostalgia.
Nunca: Palabra definitiva: cuando cierra el portal no pasa nadie, ni siquiera un misil.

Odio: Tanto el odio como el amor suelen llegar a su meta antes de alcanzar el horizonte.
Olvido: Gracias al trabajo del tenaz olvido, el pasado se va reduciendo y apenas nos deja unas pocas señales para que sepamos quiénes fuimos y también quiénes somos.
Optimista: Los optimistas vencen al tedio y a la fiebre. Aprenden del ayer y no lo borran. Conocen y reconocen que vendrá algo mejor y desde ya preparan la bienvenida. Los optimistas guardan a menudo algo de gloria, que no es siempre la de hoy o la de antes. Hacen un nudo con las certidumbres y llenan su bolsillo de poesía.

Paisaje: En la naturaleza hay paisajes tan hermosos, que uno corre a comprarles un marco.
Palabra: Si la palabra está sola, al aire libre, se levanta en su significado, dice algo, lo sostiene. Pero cuando entra en el diccionario, la muchedumbre de significados la asfixia.
Pasado: Camposanto donde yacen esperanzas y quimeras. El pasado es una colección de silencios. El pasado, colmado de sus rostros, nos castiga y nos premia. Reparte sus consejos, sus reproches. La memoria los junta. Y algo que vale: los que se fueron vuelven en los sueños. Bienvenidos. El pasado es la única temporada que crece cada día.
Patria: La patria es como el arroz: germina en todas partes, así sea con océanos de por medio. La patria es un territorio pero también es un fantasma que se aparece por la noche.
Paz: La paz conoce quiénes somos y nos hace mejores. La paz nunca se disfraza de guerra y sólo a ella el corazón la acepta y recibe con latidos, que son como un abrazo.
Perdón: En los perdones siempre hay una pizca de hipocresía. Hay varias formas de perdón: la clemencia, la piedad, el indulto. En el perdón conviven la culpa y la disculpa, el sueño y el desvelo.
Personaje: Los personajes perduran más que la trama novelesca o el ritmo de los poemas.
Algunos personajes son como espejos y otros son como aliados o acusadores. Hay personajes jubilosos y otros con un pozo de tristezas.
Pie: Los pies son racimos de pasos. Hay pies que son arpones y otros pies que son alas.
Piedad: la piedad suele emitir cierto olor a miseria, pero cuando se nutre de amor, tiene un lindo aroma. La única piedad que sirve es la que nace del corazón, con o sin lágrimas.
Poder: El espanto es el más importante recurso del poder.
Poesía: La más notoria virtud de la poesía es que no es prosa. Hasta en las guerras hay poesía, pero nunca en la artillería de los vencedores sino en la última mirada de los vencidos. Hay poesía en los himnos patrios, pero no en la cursilería de sus letras sino en las voces de quienes los cantan.
Poeta: Cada poeta va creando su arte poética, que en el fondo es la regla de no tener reglas. Cada poeta lleva su arte poética en algún bolsillo de su penuria o de su gloria.
Poética: La poética es el vía crucis de las palabras y quizá por eso es dignificada por los sentimientos y los pájaros, y también por alguna de esas primorosas mujeres que vuelan en el sueño.
Presente: El presente es apenas una línea divisoria, una frontera que de poco sirve. Uno la pisa y la pasa, y el avaro futuro nos recibe con su abrazo implacable.

Realidad: La realidad es un manojo de poemas sobre los cuales nadie reclama derechos de autor. Lo malo de la realidad es su punto final.
Río: El río va remolcando su piedad y recibe el candor de sus afluentes. Las riberas conservan su memoria del río, para ellas no hay olvido. El agua dulce avanza hasta la sal del mar.

Sencillez: La sencillez es una de las virtudes más complicadas de este viejo mundo. En la sencillez, los hombres y mujeres se amparan, se comprenden, se alivian.
Sentimiento: Gracias a los sentimientos, tomamos conciencia de que no somos otros, sino nosotros mismos. Los sentimientos nos otorgan nombre, y con ese nombre somos lo que somos.
Siempre: Permanencia con límites.
Silencio: En el silencio caben todos los ruidos. Hay pocas cosas tan ensordecedoras como el silencio.

Tiempo: Nos vamos para volver, volvemos para irnos de nuevo. El tiempo es un viaje de escalas infinitas donde aprendemos y enseñamos algo.
Toro: En tauromaquia, el toro es desgraciado como cualquier cornudo.
Trago: Un trago sirve para creer que la vida es sueño, o que el mundo se tambalea sin motivo. El trago, cuando es medido, acaba con las penas menores, pero cuando es desmedido acaba con el hígado.
Tristeza: Melancolía más, melancolía menos, la tristeza puede ser un dolor invisible. Por lo general suspende toda esperanza y se instala en el alma con su colección de ausencias repentinas.
Vida: De la nada a la nada pasa una historia efímera, esa imitación del algo que se llama vida, un lapso en el que amamos, respiramos, creemos y descreemos, repartimos semillas en los surcos que esperan y asumimos proyectos a largo o a larguísimo plazo. A las virutas de la vida nos abrazamos y encomendamos, con ellas nutrimos nuestra endeble conciencia y alimentamos sueños y ensoñaciones. En el modo mecánico de entender la vida, hay que adquirir una garlopa sin perdón, una sierra de angustia, un buril de rabieta. En plazas y calles la vida sigue e improvisa, como si la muerte fuera una invención, una mentira.
Voz: Yo prefiero entenderme con mis voces.

jueves, 11 de junio de 2009

CONEXIÓN

CONEXIÓN. Número 10, 15 de junio de 2009, Tossa de mar





EL POEMA



La primera vez






















Te veo con asombro en esta magia
De arena y mar de Tossa. Con tus dedos
Acaricias la arena como piel humana
Mientras en tu mirada insaciable tiembla el brillo
De la espuma del mar en esta orilla.
De momento acaricias mar y arena
Con la inexperiencia de tu poca edad,
Pero es tan fuerte y tan curiosa el ansia
Que pones en tu primer intento, que no puedo
Evitar una lágrima. Vendrá el día,
Acaso más pronto que el que espero,
En que experto de arena y mar te lances
A dejarte besar por esa espuma
Y esas olas que se coronan de ella,
Y seas el señor de la esmeralda
Que susurra su sal ahora en tu oído.
Paciencia como el agua. Mira cómo
Escribe aquí en la orilla su poema
Y estampa su alto beso en los cantiles.
Y lo hace lentamente, sin presura,
Midiendo bien el tiempo con paciencia.
Igual que tú, que ahora sólo miras
Y tocas esta magia con el sueño
De hacerla tuya un día para siempre.





EL RELATO


El talismán

En este número 10 de CONEXIÓN inicio una novela breve por capítulos. Aquí está el primero titulado



EL NUEVO ADEPTO













Amando Berrocal había nacido en Zamora en el seno de una familia modesta. Cursó los primeros estudios con las monjas de su barrio y empezó el Bachillerato en el Instituto de la ciudad. Después estudió en el Seminario. Pero en todos esos sitios su corpulencia, su lentitud de reflejos y sus modales afeminados fueron centro de las burlas de sus compañeros. Escogió la soledad como refugio y la lectura de temas fantásticos como medio de huir de la realidad asfixiante que le tocó vivir. También por entonces empezó la costumbre de vestir ropa negra y holgada como estandarte de su voluntaria separación de la gente común y corriente. Algunos de sus compañeros decían que para no olvidar del todo su paso por el seminario. La cuestión es que, por un motivo o por otro, eligió ese comportamiento extraño, de manera que se acostumbró a crecer en medio del odio y el aislamiento. Eso duró hasta que sus padres decidieron trasladarse a Barcelona para medrar económicamente y darle a su hijo un ambiente más llevadero y tolerante. Pero en Barcelona las cosas no cambiaron. En la Universidad estudió Clásicas, aunque nunca acabó la carrera, y frecuentó la amistad de otros marginados como él. Juntos acudían a conferencias, charlas y tertulias que trataban de ciencias ocultas y religiones antiguas, y compraban y se intercambiaban libros que versaban sobre los mismos temas. Había en el grupo un joven que le tiraba los tejos, un tal Pere Pou, blanco de piel, barbilampiño, ojos penetrantes y habla lenta y sugerente, y con él intimó más que con el resto. Y un día en que ambos acababan de entregarse a su pasatiempo favorito, Pere le hizo una confidencia.
--Ha llegado el momento de corresponder a la confianza que has puesto en mí–dijo—: voy a confiarte un secreto que a nadie he revelado hasta ahora. Soy la reencarnación de Arnaldo, uno de los maestros de los Canteros, organización a la que pertenezco y de la que te iré informando poco a poco. Quiero mostrarte algo --añadió mientras abría el primer cajón del aparador y sacaba de él una cajita roja. Luego la llevó hasta la mesa, levantó la tapa de la cajita y sacó una especie de escapulario. En la bolsita había una piedra circular, que mostró a Amando.
--Éste es el talismán de Arnaldo. Quien lo lleva encima puede tener el mundo de su parte. Muchos Canteros actuales darían la vida por poseerlo.
Amando le echó una ojeada codiciosa. Pou debió de notar algo raro en el brillo de los ojos de su amigo porque, sin dar más explicaciones, volvió a guardar el talismán en la cajita roja y ésta en su sitio del aparador.
--¿Quiénes son esos canteros?—preguntó Amando para disipar las sospechas de su anfitrión.
--Resumiendo, te diré que es una secta religiosa medieval que cuida especialmente de asuntos vedados al gran público, tiene ramas extendidas por todo el mundo y que necesita gente como tú.
--Suponiendo que acepte entrar en ella, ¿ qué recibiré a cambio?
--Poder. Mucho poder. ¿Recuerdas a quienes te zaherían con sus burlas desde niño? Pues de todos esos podrás vengarte con sólo desearlo. De todos esos podrás deshacerte si abrazas las doctrinas de la secta. Cuando quieras, no tienes más que decírmelo y yo mismo te guiaré durante los primeros tiempos de tu adhesión a la sociedad.
Después de aquel día Amando pensó muchas veces en lo que Pou le había dicho. Finalmente, llegó al convencimiento de que, haciéndose Cantero, sería libre y nadie le volvería a tomar como centro de sus burlas. Pero no se haría de la secta por la vía que le había sugerido Pou, sino por un camino completamente personal. Y si tenía que fingir su condición de adepto, lo haría sin ningún escrúpulo. Así que, decidió que en la primera ocasión que tuviera se apoderaría del talismán de Arnaldo, aquella llave mágica que le abriría por fin las puertas del éxito y del poder. Y a la primera ocasión que tuvo, en una ausencia de Pere, sigilosamente abrió el cajón del aparador, y de la cajita roja robó el preciado talismán. Luego metió en la bolsita una moneda para que no se notara el cambio de peso y restituyó la cajita a su lugar.
Antes de irse, le dijo a su anfitrión que estaba pensando muy seriamente lo de ingresar en la Orden y que muy pronto se decidiría.
--Tienes razón al querer pensarlo unos días más. La decisión lo merece. Pero la sociedad dispone de poco tiempo, y existe gente que está ansiosa por entrar en nuestra organización. Además, Amando, no olvides todo lo que, a cambio, puedes conseguir.
Ya en la calle, Amando se palpó con alegría el talismán que llevaba escondido bajo la ropa. Casi iba saltando de emoción camino de la boca del metro. Mientras tanto, dos pares de ojos lo observaban desde lo más alto del edificio, semivelados por las cortinas de la ventana y compartiendo una sonriente complicidad.
--Ese estúpido se ha tragado el engaño —dijo Pou.
--Ha sido muy buena idea—sentenció el Maestro, un individuo seco y alto como una cucaña--. Me refiero la de mostrarle la auténtica piedra antes de cambiarla por una burda imitación de tantas como se venden en los puestos de suvenires de la parisina Rue de Rivoli. Ahora sólo hace falta que nuestro plan siga adelante y que ese gordinflas no se raje. Y así mataremos dos pájaros de un tiro. Al final habremos logrado lo que la sociedad pretende y tú y yo tendremos a nuestro abasto la debilidad del tal Amando. Aunque no debemos regodearnos con la lujuria. Basta lo justo que preconiza nuestra sociedad.
Y, tal como deseaban, Amando no se echó para atrás. La codicia que movía sus acciones y sus pensamientos era demasiado grande. Por ello dos días más tarde le puso a Pou un mensaje en el móvil en el que le decía que estaba decidido a formar parte de la secta. Pou le contestó que era mejor formalizar el trato de viva voz y en su piso.
Así lo hizo Amando, y en cuanto Pere le abrió la puerta y le invitó a que pasara, fingió estar poseído de una gran ansiedad.
--Quiero volver..., convertirme en un… en un Cantero—dijo atropellando las palabras.
--Primero toma aire.
--Ya lo he tomado. ¿Qué tengo que hacer para entrar en la secta?
--Respira profundamente, siéntate en el sofá y, sobre todo, tranquilízate.
Pero Amando no necesitaba que nadie le pidiera que se tranquilizase porque nunca había estado más tranquilo. Por los gestos y la voz de Pere, le parecía evidente que no se había percatado del robo del talismán.
--Ya estoy tranquilo—dijo--. Ahora repito la pregunta: ¿Qué tengo que hacer para entrar a formar parte de los Canteros, para convertirme en un adepto fiel y servicial a la Sociedad?
Pere clavó su mirada penetrante en la de Amando y con aquel tono suyo tan característico le contestó:
--Te dije el otro día que nuestra organización suele velar a ultranza por que las cosas sagradas pertenecientes a los Canteros sigan siendo sagradas e inviolables, y castiga contundentemente a cualquier intruso o profano que osa meter sus narices en los asuntos de la sociedad para airearlos y ponerlos al alcance de la chusma, ¿recuerdas?
Amando asintió.
Pere Pau se tomó un respiro.
--¿Estás dispuesto entonces a pertenecer a los Canteros? Piénsalo nuevamente. Porque una vez tomada esa decisión, no podrás volverte atrás. Y aunque enseguida compruebes que una nueva fuerza habita tu cuerpo y gracias a ella consigues cosas que nunca lograste, si traicionas la causa de nuestra sociedad, esa misma fuerza se volverá contra ti y no parará hasta destruirte. Pero otra cosa te digo: si la sirves ciegamente, te repito, Amando, que tendrás poder, mucho poder, un poder que te reportará grandes beneficios, personales y sociales.
--¿Qué tengo que hacer?
--Cumplir tres requisitos imprescindibles.
--¿Cuál es el primero?
--Aliviar al Maestro más cercano. Exige cierto espíritu de desprendimiento y generosidad, pero una vez satisfecha la primera condición, las otras dos son de puro trámite. ¿Estás dispuesto, Amando?
-- Lo estoy.
Pere Pou se levantó para acudir al aparador. Abrió la portezuela de la derecha y puso en marcha una cadena de música de alta precisión. A los pocos segundos sonaba en la estancia la Heroica de Beethoven. La música hizo estremecer a Amando, que no dejaba de observar los movimientos de su amigo en espera de cumplir lo antes posible la primera condición. Pou cogió una cinta negra de una cesta que había sobre el mueble y se acercó a su expectante amigo.
--El rito exige que se te vende los ojos –dijo mientras ataba la cinta alrededor de la cabeza del sumiso--. Ahora debes bajarte los pantalones y ofrecerte al Maestro.
--¿Es preciso eso?
--Es imprescindible. Y además, en ningún momento debes quitarte la venda para ver su rostro. Si lo hicieras, quedarías ipso facto fuera de la sociedad. Aún estás a tiempo de echarte atrás. Amando negó con la cabeza mientras se despojaba de la ropa y se arrodillaba sobre la alfombra. La música de cuerda inundaba su corazón. Pou se retiró mientras de detrás de la cortina roja que cubría la puerta más alejada del salón surgía el Maestro totalmente desnudo salvo su inseparable alzacuellos.
El acto de sumisión duró lo que duró el fragmento de la pieza musical de Beethoven. Luego esperó unos segundos hasta que Pere apareció. Le desató suavemente la venda negra de los ojos y acto seguido le dijo con un tono de voz lenta y templada:
--Puedes vestirte. El Maestro ha confirmado que la primera condición ha sido cumplida satisfactoriamente.
Amando se vistió nervioso y sin osar mirar a los ojos a su amigo.
--No debes avergonzarte de lo que acabas de hacer—le dijo Pere--. Todos hemos pasado por la misma prueba. Además, para tu conocimiento y satisfacción, debo decirte que a partir de hoy te quiero mucho más. –Y le besó en una mejilla--. Cualquier duda que tengas desde este mismo momento puedes consultármela. Seré como una tumba para tus confidencias.
Amando sonrió tímidamente. La fuerza y la seguridad que traía al principio se le habían esfumado.
--Gracias—susurró--.Ya casi soy uno de los vuestros.
--Casi—enfatizó Pere--. Tú lo has dicho. La pregunta es: ¿quieres continuar con el cumplimiento de las condiciones?
--Sí.
--Ya te dije que, cumplida la primera, las otras dos serían de puro trámite, en especial la segunda. Consiste en que te hagas con un correo electrónico para recibir en él toda la información necesaria para ser un buen Cantero y, sobre todo, el encargo especial que constituye la tercera y última prueba. No te preocupes de la dirección del correo porque yo mismo te ayudaré a crearla. Sígueme.
Pasaron a un gabinete de estudio preparado con todos los adelantos tecnológicos. Se sentaron ante un ordenador portátil ya puesto en funcionamiento y Pere tecleó durante unos minutos. Amando contestó a unas preguntas suyas mientras en la pantalla aparecían unas cuantas casillas en blanco que casi simultáneamente se fueron rellenando. Luego Pou escribió algo en una octavilla y se la entregó.
--Éste es tu correo electrónico. No lo pierdas. Aunque es mejor que te lo aprendas de memoria. Para evitar problemas posteriores.
Finalmente, Pou le enseñó cómo entrar en Internet para acceder al correo electrónico.
Antes de despedirse, y olvidada ya la primera humillación, Amando quiso agradecerle carnalmente a su amigo lo que había hecho por él, pero Pou rehusó el servicio.
--Hoy no—dijo secamente--. Lo mejor es que cuando llegues al piso te des una buena ducha y te relajes.
--¿Nos veremos? –preguntó Amando sin asomo de disimulo.
--Claro que sí. Pero antes debes cumplir la tercera condición. Te vendrá escrita en el correo. Hoy mismo recibirás un mensaje que te indicará la misión que debes cumplir.
Amando se despidió. Y cuando entró en el ascensor para bajar a la calle, su semblante cambió radicalmente. Una sonrisa abierta apareció en su boca. Había logrado engañar a aquellos dos imbéciles, a Pere y al que él llamaba el Maestro. Y desde luego no dedicó ni un segundo a pensar en lo otro.
Cuando llegó a casa, se duchó a gusto. El agua caliente resbalando por todo su cuerpo era una bendición. Luego, desnudo, se miró al espejo y contempló su cuerpo con curiosidad. Aunque grande y grueso, y hasta algo fofo, no le inspiró el sentimiento de asco de otras veces. Se puso el albornoz y se sentó ante el escritorio. Abrió el portátil y se metió en Internet, tal como le había dicho Pere. Luego escribió su identificación y su contraseña y esperó. No había ningún mensaje todavía. Aquella circunstancia le contrarió. Se puso nervioso. Volvió al baño y se dio otra ducha permitiendo que los chorros calientes de la ducha resbalaran zalameros por su corpulenta anatomía. Luego, puesto el albornoz nuevamente, se tendió en la cama relajado.
Al cabo de un tiempo abrió los ojos. Se había quedado dormido. Se levantó y, presa de una inquietud inexplicable, se dirigió al escritorio. Por fin descubrió en la pantalla del ordenador lo que esperaba tan ansiosamente. Había un mensaje en el correo. Lo leyó apresuradamente. La primera vez no acabó de entenderlo del todo. En la segunda lectura, más sosegada y atenta, comprendió exactamente el contenido del mensaje. O por lo menos se lo pareció a él. Era una orden expresa de convertirse en la sombra de una mujer, una historiadora de arte, que había osado inmiscuirse en las labores sagradas de los Canteros. Añadía el mensaje que, “de persistir la mencionada historiadora en investigar sobre el pasado y el presente de nuestra Secta, te convertirás en su “gestor mortis” y en ese caso deberás privarle de su insolente existencia.” Finalizaba el mensaje con datos sobre el nombre y apellidos de la historiadora y su actual domicilio. En un archivo adjunto venía la fotografía de la mujer.
Amando pulsó la pestaña de “Responder”, y mientras escribía no dejaba de sonreír. Dos veces redactó la respuesta. La que dejó como definitiva antes de enviarla fue la siguiente: “Entendido y obedezco en todo a la organización.”
Media hora más tarde salía a la calle envuelto en su ropa negra y holgada de siempre dispuesto a convertirse, tal como se le exigía en el mensaje, en la sombra viviente de la historiadora.



LA NOTICIA


La crecida del río

















El río de las noticias actuales sigue creciendo con la amenaza de destruir su propio cauce. Si es de Fútbol (lo digo para variar), la noticia escalofriante tiene que ver con los fichajes del Real Madrid. Con la llegada a la presidencia del Club del señor del talonario, dos galácticos fichajes acaban de producirse: el de Kaká y el de Cristiano Ronaldo; entre los dos más de ciento cincuenta millones de euros y el del segundo, el fichaje más caro del mundo (aún ha habido un preclaro intelectual del mundo deportivo que ha comparado la compra de Ronaldo con un Picasso; hay opiniones para todo). Si desean, en cambio, el mundo de la Política, van a salir con las narices tapadas. El río de la corrupción alcanza niveles altísimos. En cuanto a cómo se imparte la justicia, he aquí un caso idóneo para ponerlo en cualquiera de los platillos de la dama ciega: a un juez que se equivoca en un caso grave de narcotráfico le imponen la ridícula multa de cien euros y a un padre a cuya hija violaron, torturaron y mataron por decir que las autoridades no habían hecho todo lo que debían hacer, lo condenan a pagar, ¡ojo!, doscientos cincuenta mil euros. Y si entramos en el plano de la Sanidad, la cosa no va mejor: la gripe A ha adquirido el temido grado de pandemia; eso sí, el Gobierno español extrema las precauciones pese a ser el país europeo que más contagiados posee. ¿Seguimos? El campo de la economía está en vías de llegar a baldío este mismo verano: el paro en aumento, las huelgas igual, el Pocero ha cerrado sus pozos de beneficencia, Garoña corre peligro de cierre y en consecuencia alrededor de mil familias puede quedarse sin trabajo. ¿Y el horizonte? Si al menos las fuerzas políticas dejaran de descalificarse entre ellas y se pusieran a trabajar codo con codo para tirar del carro en la misma dirección. Pero, como siempre, este vicio de hacerlo todo o de derechas o de izquierdas, del PP o del PSOE, está empeñado en no querer salir del atolladero. Y el río de las noticias malas sigue creciendo. Menos mal que los ríos de verdad pueden ceder parte de su caudal a zonas que necesitan el agua ante la inminencia del verano.











EL COMENTARIO



Vivir adrede







Hace poco menos de un mes el escritor uruguayo Mario Benedetti, autor, entre otras obras, de La tregua, Andamios, Canciones del que no canta, La sirena viuda, Buzón de tiempo o La borra del café, cerró para siempre su bloc de notas y metió su bolígrafo en el bote de los lápices. Y hace unos días, de vuelta a Barcelona, adquirí su librito Vivir adrede (Santillana, 2009) dispuesto a pasar un buen rato con él. Vivir adrede es un conjunto de escritos donde Benedetti reflexiona sobre mil asuntos cotidianos que tienen que ver con el mero hecho de vivir. Mientras leía el librito, se me venía a la cabeza la forma de definir que tenía otro gran escritor en lengua castellana, Ramón Gómez de la Serna. Pero dejé eso atrás para dedicarme a redactar una especie de breve diccionario con las quintaesencias que Benedetti destila entre las páginas que componen esta curiosa obra, que divide en tres apartados con nombres muy significativos: 1, Vivir; 2, Adrede, y 3, Cachivaches. Como adelanto de este modesto trabajo mío, copio aquí algunas de dichas quintaesencias:



Sentimientos: Gracias a los sentimientos tomamos conciencia de que no somos otros, sino nosotros mismos.



Miedo: El miedo nos abre los ojos y nos cierra los puños y nos mete en el riesgo desaprensivamente.



Escépticos y optimistas: Los escépticos se burlan de los demás y de sí mismos. Se aburren de creer y no echan de menos las ausencias. Los optimistas vencen al tedio y a la fiebre. Aprenden del ayer y no lo borran.



Optimismo: El optimismo guarda algo de gloria, que no es siempre la de hoy ni la de antes. Hace un nudo con la incertidumbre y llenan su bolsillo de poesía.



Vida: En el modo mecánico de entender la vida hay que adquirir una garlopa sin perdón, una sierra de angustia, un buril de rabieta.



Muerte: Cómo no tener en cuenta que la muerte es la cumbre de la sencillez.



Sencillez: La sencillez es una de las virtudes más complicadas de este viejo mundo. En la sencillez los hombres y mujeres se amparan, se comprenden, se alivian.



Ecos y voces: A partir de los ecos suelen hacerse pronósticos casi siempre falsos. Yo prefiero entenderme con mis voces.

Pasado: El pasado es una colección de silencios.

sábado, 6 de junio de 2009

REFLEJOS DE PRAGA

Últimos momentos

I.

























En la paz momentánea de la habitación,
mientras los ojos se pierden en la selva de ramas y mariposas del artesonado
entre vigas antiguas y sueños no acabados,
por la ventana que da a Nuestra señora de Tyn
vuela la tarde entre nubarrones tal vez hacia una lluvia inesperada.
Praga de repente vuelve a ser la morada melancólica de ángeles
que buscan redimir corazones atormentados
que atraviesan ahora los pasadizos de la Ciudad Vieja.
Ya decía yo que no era normal el tiempo que teníamos,
tan abierto, tan azul y caliente, que a las hordas turísticas
arroja hacia todos los rincones en busca de estatuas carbonadas,
relojes astronómicos, mercadillos de recuerdos y oportunidades
de madera y de cristal, de Golems y de brujas que despiertan
a un golpe del chamarilero...
Pero con todo, ese cielo de plomo que ahora veo desde mi habitación,
a través de la ventana que da a Nuestra Señora de Tyn,
ese trozo de cielo de plomo encierra la magia de Praga
en su arcón de música antigua.


II.




























Mañana a estas horas no estaremos aquí,
pienso mientras sentados a una mesa
junto al templo de Nuestra Señora de Tyn
esperamos a que nos sirvan comida italiana
(acaso la última de Praga) entre sorbo y sorbo de cerveza
(acaso también la última cerveza de Praga). Poco a poco
la tarde se va Celetna abajo al pie del Sol Negro mientras arrastra
los últimos rebaños de turistas.
Aprendo bien la calma de esta hora
porque mañana, con toda seguridad, no estaré aquí.
Pero, eso sí, nadie me robará el gozo de haber cruzado,
como un praguense de toda la vida, media ciudad desde el Puente de Carlos
a la Plaza de la Ciudad Vieja por el Clementinum. Como un mago de Praga.
Ni el de haber reconocido por sus cúpulas y agujas,
nada más encarar una calle o una esquina,
los templos de San Nicolás o de Nuestra Señora de Tyn.
No estaré aquí mañana. Es verdad. Pero también es verdad
que siempre algo de mí se quedará aquí en Praga.


III.



























































Praga al fin nos despide con música de lluvia.
Me gustaría que los adoquines acharolados de Celetna
conservaran el eco de nuestros pasos de estos días
y que el agua sin alma no los lavara nunca.
Pero mañana no quedará ni rastro de las suelas de los zapatos.
Adiós por tanto bajo la terca lluvia, galerías de arte,
pasadizos, esquinas historiadas, torres damasquinadas,
chapiteles y agujas y arbotantes y cúpulas y esferas doradas de los templos...
El recuerdo de Kafka y de tantas cosas quedarán mojándose bajo la lluvia
como gatos sin hogar a partir de esta tarde.
Nuevas hordas cubiertas con paraguas y embutidas en chubasqueros
aguardarán impertérritas su hora de la muerte
frente al reloj astronómico del Ayuntamiento.
Nuevas parejas subirán a las calesas tiradas por caballos
intentando vivir el sueño secular de Praga.
Adiós. Ya tengo miedo a la prisa de empezar a recordar
los mil detalles de la Praga de siempre, de este milagro,
de esta primavera tan lejos del olvido.

viernes, 5 de junio de 2009

REFLEJOS DE PRAGA

Camino del Savoy


















Hay un islote junto al Puente de las Legiones
que es un paraíso de sombras y de cantos.
Sobre los bancos de los paseos hay gente
que espera ver dormirse al tiempo en su regazo.
El Moldava sigue siendo un río que acaricia las orillas
y siembra la mirada de cisnes blancos y polen
que nada a la deriva. Cumple bien su destino,
lo mismo que los frecuentados embarcaderos
o los rosales que aplauden a la Nevkova
en uno de los parterres del islote.
Desde el Puente de las Legiones, camino del Savoy
donde Kafka sembró sus laberintos,
echamos una nueva ojeada a ese islote
donde hace un instante gobernábamos la apacibilidad
de su silencio sólo interrumpido por el canto de un mirlo.
¡Qué pacífica flota la mañana sobre la luz del río!






En el Savoy
















En el Savoy se cumple la promesa.
La cerveza hace el resto. La nieve de la espuma
desciende valle abajo a la hondonada
de los versos o la prosa sentida, que es lo mismo.
Hablar aquí de Kafka es cosa fácil.
La metamorfosis es sencilla y natural. Yo soy él que escribe
sobre el velador columnas de silencios
donde arde sin llama la palabra.
Yo soy él que mira y ve pasar por la ventana
tranvías rojos que van por fin camino de la luz.
Atrás se quedan en la sombra angustiosa
escarabajos sucios, aldabas inaccesibles
y castillos con telarañas negras que nunca se verán.
Yo soy él que respira por fin
una mañana del siglo XXI donde todo en el Café se ha transformado.
El techo está más limpio y dan más luz las arañas,
los portátiles navegan por mundos extranjeros
y los espejos devuelven las sonrisas de las cámaras.
Termino la cerveza y termina la metamorfosis.
Yo soy yo otra vez. Y Kafka continúa
enredado en los reproches de sus cartas, encerrado
en su siglo de angustia, en la esperanza
de que otro le saque alguna vez de su silencio.
Yo vuelvo a ocupar esta ropa que tengo,
ropa de mendigo de ilusión.






Sobre un barco especial


















Al pie del Puente de Carlos, sobre un canal del Moldava,
a bordo de un barco restaurante y a la sombra de su pérgola,
soñamos que la vida es una navegación romántica hacia la paz.
La verdad es que vamos envueltos en música y cerveza
y olvidamos que somos ya mayores y jubilados,
que tenemos las piernas agotadas de tanto caminar
por la selva de belleza de Praga.
Aparcamos de momento la verdad de que nos empiezan a faltar las fuerzas,
hemos vivido ya bastante, hemos hecho familia,
llevamos mucho tiempo a cuestas y están muy rotas las tablas del andamio
que nos sube hacia la nada, pero que es todo.
Está nublado y Praga va apagándose
(como estos días que hemos elegido para vivir aquí)
pese a ser poco más de mediodía, y por las aguas del Moldava
navega el polen muerto a la deriva.
Pero nosotros somos luz y ganas de vivir,
soñamos que somos luz y vida siempre en marcha
mientras vemos abrirse lentamente
los arcos romanos del Puente a nuestro paso.

miércoles, 3 de junio de 2009

REFLEJOS DE PRAGA

Los dos osos


























Nadie diría al ver esta portada tan serena,
renacentista y justa en que dos osos dorados
se miran desde sus esquinas correspondientes,
en medio una ventana en la que asoma
el ajedrez de la paz. Nadie diría
que tras esta puerta, en la tranquila
almendra de la casa tiempo atrás
nació el Repertorio Enfurecido, aquel judío
que envenenaba su pluma cuando hablaba
desde el púlpito intocable de un periódico.
Está en Zeletna, nada más dejar la Plaza Vieja,
a unos pasos del mirador gótico del Carolinum.
Miro en mi camino este milagro de piedra
en que dos animales en reposo, enclaustrados
en la piedra afiligranada de un portal,
y viene a mi recuerdo el periodista Kisch
con su pluma acerada. ¿Qué diría
al ver inundada la placeta del Ayuntamiento
de hordas de turistas para ver por enésima vez
tocar la campanilla al esqueleto? Me quedo con la hora
de ver este milagro de los Osos
y el vecino mirador del Carolinum.










Esquinas





























En las esquinas de Praga se esconde siempre algún misterio cotidiano.
Y no me refieron solo a las estatuas negras
o las efigies de músicos o escritore
(la inquietante de Kafka, al lado del balcón
de su casa natal, en la plaza que lleva hoy su nombre).
En las esquinas de Praga está la lujuria, la vanidad,
la muerte que llama a cada hora
a los mortales masoquistas con su dorada y engañosa campanilla...
Y hablando de campanas, está la del palacio gótico que lleva su nombre,
junto al palacio Kinsky, una campana muda, condenada
a ser de piedra siempre, misteriosa como ninguna
porque suena de mil maneras diferentes
en los corazones de los paseantes
mientras se quedan mirándola extrañados
cuando van camino del patio de Tyn...
En las esquinas de Praga hay sueños para todos los gustos.





Concierto



















Mientras la muerte convoca a los rebaños
delante del reloj del Ayuntamiento,
nosotros escogemos los violines de San Nicolás,
que suenan y sueñan al otro lado de la Plaza.
En el Altar mientras las cuerdas gimen y cantan
el Pantocrátor abandona un instante su extático mensaje
en su intento secular de convertir a los fieles
para relajarse un poco de su excelso sacrificio
con Handel y su exquisita agua, que suena alta,
extasiada en las escalas de las esferas.
Las cuerdas se estremecen, traducen el ingenio
y la fantasía de Dvorak, los amores y las noches de Vivaldi,
la alegría, el vino y las rosas de Ravel...
Y los músicos, ángeles humanos posados en el suelo del altar,
han venido hasta aquí para inundarnos el alma de paz y de sueños
(la pequeña oriental que toca la trompeta en alegros y adagios
me hace saltar las lágrimas).
Cuando el concierto de San Nicolás acaba,
Dios regresa a su destino callado
y nosotros volvemos a la vida de la Plaza,
donde los olores a caballo resucitan
y las terrazas hablan de cervezas interminables.