lunes, 25 de marzo de 2019

MEMORIAS DE UN JUBILADO. POETAS DE AZOR (II)


Una vez tratada la figura del poeta, maestro de poetas y dirigente de la tertulia Azor, José Jurado Morales, es hora de hablar de algunos de los poetas de la tertulia residentes en la ciudad condal. Por orden alfabético, son los siguientes: Isabel Abad, Esther Bartolomé, Visi Beato, Cristóbal Benítez, Amparo Cervantes, José Díaz Borges, José Antonio Espejo, Dora Huerta, Milagros Martín, José Membrive, Juan Pastor, Vicente Rincón y Sofía Sala. Mientras que dejaremos para el siguiente apartado a los cuatro poetas de Cerdanyola, Encarna Fontanet, José Carreta, Antonio Matea y yo mismo, Esteban Conde.



Isabel Abad. Nacida en Barcelona en 1947, se licenció en Filología Clásica en la Universidad de la ciudad condal y fue profesora de Humanidades. Acudió a la tertulia de Jurado desde el principio y publicó su primer libro, Motivos de isla, en 1980. Fue incluida en la Segunda Antología del Resurgimiento por el editor Víctor Pozanco (Ámbito Literario, Barcelona, 1980). En la Poética publicada en la Antología, Isabel Abad afirma que sus poemas (los de Motivos de isla, que figuran en ella) son “la historia de mi amor desmedido por la palabra, ser mutable por mí misma, en donde alientan mis miedos más arcanos, en donde se descubren, transparentes, todos mis delirios.” Y en la Nota que encabeza el libro: "En estos versos escritos desde la ausencia vuelvo a vivirme, flujo y reflujo de mí misma, segura en el recuerdo, firme para el olvido." Sigue a Propercio cuando añade que “no hay poesía sin estímulo real, sin aturdimiento de los sentidos, sin conmoción honda del espíritu.” He aquí una muestra:

“Isla de ti
voy repitiendo tardes,
briznas de soledad y de memoria
que cumplen mi camino
en la palabra piedra.
La sombra de tu sombra desvaída
desguaza mis caderas,
este abismo que hundió tu ciega forma,
mortal aturdimiento.
Fuera de ti la sangre me destruye:
ciñendo tu raíz se vuelve llama.
Me estoy atardeciendo.
Una gota de noche me regresa.”
 
Tras Motivos de isla, que mereció una Mención Especial en el II Premio de Poesía Ámbito Literario, editorial en la que se publicó, aparecieron nuevos poemarios, entre los que destacan El alma en la memoria (Barcelona,1983), Dios y otros sueños (Madrid, 1985) o Me nombro Umbría (Torremozas, 1998).

 

Esther Bartolomé Pons. Nacida también en la ciudad condal en 1952, se licenció en Psicología y en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona. Fue profesora de Lengua y Literatura españolas en el instituto Jaime Balmes. Colaboró regularmente en diarios y revistas con trabajos sobre Lope de Vega, Aldana, Bécquer, Unamuno, Gabriel Miró o Ridruejo, entre otros, y publicó dos libros de ensayos: Miguel Delibes y su guerra constante (Ámbito Literario, Barcelona, 1979) y Gabriel Bocángel Sonetos (Devenir, Barcelona, 1984). Dio a conocer muestras de su poesía en Azor en vuelo Antología Breve de Veinte Poetas I y en algunos diarios. He aquí uno de sus sonetos:

“Me sacaron del mar para quererte.
Te quise como sólo quiere un sueño.
Soñé que tú eras mío y tú mi dueño.
Amarte así, y soñarte, fue perderte.

Bajaste de los sueños. Pude verte.
Tomé de ti –ansioso pedigüeño—
el néctar venusiano del ensueño
que inyecta en la mirada conocerte.

Busqué en tus ojos la palabra “amada”;
y en tus brazos –edenes perfumados--,
mi YO perdido en TI (¡Ay, desdichada,

aún crees en paraísos recobrados!).
Eres mío, por fin: eres mi nada
que emerge de tus besos sepultados.”

 


Visi Beato. Nacida en Aranda del Duero (Burgos) en 1949, de muy joven se trasladó con su familia a Barcelona. Autodidacta, empezó a escribir poesía desde muy joven. Y a poco de entrar en contacto con la tertulia Azor publicó su primer poemario, Íntimo jardín, en 1984, y más tarde, Abandonar el olvido (Devenir, Barcelona, 1989), en el que afirma que “todo lo que es bello tiene un instante.” Finalmente, su último libro hasta la fecha, Las líneas esenciales (2001), obtuvo el Premio de Poesía Divendres Culturals, del que me precio ser cofundador y presidente del jurado que lo otorgó en 2000. He aquí una muestra de su poesía, hondamente reflexiva y amorosa:

“Nos separa un camino
de tiempo y de sombras.
Nos unen caricias,
miradas,
momentos.
Tengo miedo
a tu adiós,
a perderte en cenizas.
Si te alejas,
mi nombre se hará rumor
y mi voz callará.”   

 

Cristóbal Benítez Melgar. Natural de Montejaque (Málaga), hizo estudios primarios elementales, obligado a trabajar en el campo cuidando ganado por necesidades económicas de la familia. Muy joven, se trasladó a Barcelona. Fue un hombre muy familiar donde los halla y poeta auténtico pese a ser autodidacto, pues sus lecturas fueron escogidas y acertadas: Cervantes, Miguel Hernández, García Lorca, los Machado…, sin olvidar a su admirado José Jurado Morales. Durante muchos años se encargó de dirigir el Centro Cultural  Antonio Machado en Cornellà del Llobregat, donde residió hasta su muerte. Tiene en su haber varios poemarios, entre los cuales destacan Sendero en el alba, Del camino y la esperanza y Andalucía, tierra oprimida. Una muestra de su poesía honda y comprometida es el soneto que dedicó a Jurado Morales:
 
“Verso a verso al amor, en tu andadura,
tu mano y tu bondad siempre tendidas
a todo el que llegó con sus heridas
junto a tu noble y recia arquitectura.

Y siempre tu fontana clara y pura,
manantial soleado, y repartidas
tus palabras de aliento que, encendidas,
derramas de tu alma y tu ternura.

En tu cuenco de arcilla y en tu mano,
blandamente y a flor de poesía,
tu corazón sencillamente humano.

Y siempre cordial y siempre amigo,
desnudo de soberbia y de falsía,
dando tu celemín de rubio trigo.”
 

 

Amparo Cervantes. Nacida en Cartagena en 1928, cursó estudios en el Colegio de San Miguel. Tras obtener el título profesional de piano y el primer premio en el Real Conservatorio de música y declamación, dio numerosos recitales de música y de poesía y colaboró con poemas y artículos en diarios y revistas de Cartagena y Murcia. Desde 1951 hasta 2018, año en que acaba de decirnos adiós, residió en Barcelona. Autodidacta, fue finalista en el I Certamen Literario de la Casa de Murcia y Albacete, cuyo jurado estuvo compuesto por Antonio Matea, Vicente Rincón y Esteban Conde. Amparo no ha dejado nunca de escribir buena poesía, y ha publicado poemarios como Ecos de sentir y Sonetos de amor y desamor, libro este último donde a través del sentimiento más noble del género humano llega al endecasílabo con plata de poeta, lo ausculta, lo acaricia y, casi de milagro, teje también con amor, primorosamente, la composición poética que es la piedra de toque de los buenos poetas, el soneto. Dije en la aparición de Sonetos de amor y desamor y lo repito ahora que con Amparo Cervantes continúa la línea amorosa y clásica iniciada en nuestra lírica por Garcilaso de la Vega. Como muestra, un botón:

“Si porque me dejaste, infiel amado,
tomé mi pluma y esculpí en los cielos
versos que me llenaban de consuelos
en el instante más desesperado;

si pude en esos versos descansado
dejar mi corazón a mil desvelos,
diré que buenos fueron desconsuelos,
daré por bien llorado tu pecado.

No viene el mal si el bien no le siguiera,
ni ríe el alma si antes no tuviera
que vivir de dolor transververada;

Por eso no se queja mi cuidado,
pues la creación que tú me has inspirado
compensa tu crueldad desventurada.”

 

 
José Díaz Borges. Nacido en Tenerife en 1912, tras realizar el Bachiller de Ciencias, fue maestro de Primera Enseñanza. También se diplomó en Avicultura y fue practicante de Medicina y Cirugía, así como oficial del ejército. Lector aventajado de los grandes poetas españoles (Lorca, Hernández o Juan Ramón Jiménez), escribió poesía siendo todavía un adolescente, pues a los 14 años publicó Horizontes de zafiro. Después dio a conocer otros poemarios, como En la sólida piedra, La luz herida y Cantos a Miguel Hernández. Obtuvo, entre otros, el I Premio Ercilla Ciudad de Castelldefels. Cultivó también el periodismo y publicó en periódicos canarios artículos de crítica literaria, sobre la obra de algunos de los miembros de la tertulia de Jurado. Su poesía es auténtica de temática y formas clásicas. Ejemplo:

“¿Por qué con tanta saña me buscáis
si al final ya sabéis que no me escondo?
Y si también sabéis que yo os respondo,
¿por qué cuando me veis siempre calláis?

¿Por qué cuando me veis no me miráis?
¿O es que acaso me oculto hondo, muy hondo
y con la vista no llegáis al fondo,
e ignorando ese fondo ¿me ignoráis?

Aligerad la vista a tal motivo
y tratadme, por fin, con más respeto
ya que honrado de todos siempre vivo.

A que miréis de frente siempre os reto,
y a que así lo entandáis: tomad recibo
de cuanto queda dicho en el soneto.”

 
 

José Antonio Espejo. Nació en Porzuna (Ciudad Real) en 1953. Tras estudiar Filosofía y Letras en Murcia y en Valencia, se licenció en Filología Moderna. Trasladado a Barcelona,  fue profesor de inglés y colega mío en un colegio privado del Vallés. Gran lector y gran poeta, tuve el honor de introducirlo en la tertulia de Jurado y de ser su amigo hasta que nos dejó tras una grave enfermedad en 1991. Tiene en su haber un poemario luminoso y profundo titulado Los cantos del guerrero vencido, que logró, por unanimidad del jurado, el Premio de Poesía Viernes Culturales. Un ejemplo:

“Hemos compartido muchas noches
de angustia indescifrable
y también muchas madrugadas
de gozo asustadizo:
alegría cruel por sernos nueva,
desacostumbrada. Hemos compartido
llantos y risas, riquezas y pobrezas
infinitas, incluso dioses paralelos.
 
Pero nuestras manos simples
han ido juntas pocas veces
por la calle silenciosa
del hombre normal en actitudes.
En este punto nos hicimos
enemigos irreconciliables.
Y nunca hemos entendido
el porqué ninguno de los dos.
O nunca supimos explicarnos
tal distancia triste. Pero yo
y tú –estoy seguro—queremos
acabar de una vez con esta guerra.”

 

Dora Huerta. Nacida, como le gustaba decir a ella, cerca del nacimiento del río Mundo, cursó estudios de magisterio, arte dramático y publicidad. Destacó durante años profesionalmente en el mundo de la radiodifusión. Autodidacta, escribió poesía desde siempre. Tuve el inmenso honor de compartir con ella, hasta la fecha de su muerte, el jurado del Premio Viernes Culturales desde que nuestra amiga común Encarna Fontanet renunciara a ser miembro del mismo. Ya antes el jurado del Premio decidimos galardonar su poemario Viaje en 1997, que vio la luz el año siguiente en Columna, y que es, como dice ella misma, una “recopilación de momentos vivos que, sin intención alguna de que fueran publicados, la autora plasmó en un lenguaje propio.”

“Estoy palpando
este momento vivo
en que no pasa nada
y está pasando todo
--cuestión de percepción—
A través de mi sangre.
Es un momento mágico:
en el fulgor
de una galaxia rota
lo detengo
y fugazmente sé
que soy un intervalo
del universo lúcido.”


 
Milagros Martín Carreras. Nació en Salillas (Huesca) en 1931. Pasó su niñez en diversos pueblos de la provincia y más tarde vivió en Toro, Madrid y otras poblaciones españolas, siguiendo los destinos que cumplía su padre como guardia civil. A los dieciocho años se trasladó a Barcelona, donde aún reside. Autodidacta, ha aprovechado bien la lectura de los poetas maestros y ha publicado varios poemarios, como Trenzados de viento, Hablo con mi amigo el mar, ambos en Ediciones Rondas,  Silencios de cristal, en Ibars Impressors y Descubriendo mi tiempo, en Carena. Su poesía es sencilla, llena de ternura y amor por las cosas más elementales, con una amplia temática, como puede suponerse. Sirva de muestra esta sentida composición dedicada al hombre de su vida, José Ramón, recientemente fallecido:

“Tus ojos adivinan todas mis inquietudes.
Conocen los rincones donde guardo las horas.
La misma transparencia que envuelve tu mirada
va envolviendo mis días,
cubriendo mi esperanza.
Va llenando mi cauce con toda la frescura,
con toda la armonía de tu querer estable.
Nunca podré pagarte tu claridad latente,
esa bondad que usas para todos los días.
Tus ojos son mi espejo,
respuesta a mi llamada.
¡Nunca podré pagarte la bondad de tus días!
GRACIAS.”

Milagros Martín Carreras nos ha dejado en marzo de 2019 poco antes de revisar estos apuntes.

 


José Membrive. Nació en Andújar (Jaén). Estudió bachillerato en  Baeza y Jaén y se licenció en Filología Hispánica en la universidad de Granada. En 1979 se trasladó a Barcelona y se dedicó a la docencia. Cuando la tertulia de Jurado desapareció fundó y dirigió su propia tertulia llamada Diálogos Literarios en el Real Círculo Artístico de la ciudad condal, a la que tuve el honor de asistir durante varios años. También creó la editorial Carena, en la que el propio Membrive ha publicado varios títulos, el principal de todos El pozo (2010), un profundo y lírico libro donde habla del sufrimiento humano. Bastantes años antes se había dado a conocer como poeta en Reductos de silencio (Devenir, 1991). También se deben a él poemarios como Del amor y la noche (Rondas, 1985) o Besos.com (Carena, 2002).

“Seguir viéndote en mí
aunque ya seas lejana:
es lo que pido a mi locura.

Que olvide con quién vas y quién te ama,
que no pregunte más
por qué reías ni por quién callabas,
que no implore más citas
ni más promesas falsas.

A cambio a ti te pido
que sigas fecundando la distancia,
que llenes el abismo
inevitable y fiel que nos separa.

No me des, pues no quieres,
tu amor agraz como las uvas altas,
mas no espantes las palomas de mis sueños
si cada noche vuelan a tu casa.”

 


Juan Pastor. Nació en Mula (Murcia) en 1949. Maestro de Primera Enseñanza, se trasladó a Barcelona en 1975. Amante de la poesía desde siempre, dio a conocer su primer libro Hasta que el tiempo los agote (Murcia, 1975). Un poco más tarde se incorporó a la tertulia de Pepe Jurado y empezó a publicar en la editorial que dirigía el poeta de Linares. Cuatro poemas y un silencio fue el primero (Rondas, 1977) y al año siguiente, Sin labios para reír. Algún tiempo después pasó a vivir a Humanes (Madrid) donde creó la editorial Devenir, donde han publicado parte de su obra algunos compañeros comunes. Su poesía, conceptual y a veces surrealista y hermética, se encierra en verso libre y breve. Dos muestras:

“Tengo la voz caída
y la sonrisa corta.
Pasea la luna por mis sienes,
y una fiebre de espanto
recoge mis alientos
para desembocar en la nada.”


“Me asusta este querer andar
entre piedras de humo
y cabezas de misterio.

Me asusta… y me duermo
envuelto en alturas y esperanza.”

 
 

 
Vicente Rincón. Hijo del pintor bodegonista aragonés Vicente Rincón Garrido, nació en Barcelona en 1930, y sus primeros recuerdos están vinculados al mundo del arte. Cursó estudios primarios en Mallorca, donde la familia fue sorprendida por la guerra civil mientras veraneaba y su padre pintaba paisajes de la isla. Posteriormente estudió el bachillerato en Barcelona e Ibiza. Pero una grave dolencia del padre le obligó a dejar los estudios para ejercer varios oficios, y fue en los estudios fotográficos de Pedro Català, que además poseía una espléndida biblioteca, donde el poeta sintió la llamada de su vocación creadora. Con su poemario Humana dimensión (Rondas, 1978) logró una Mención Honorífica en El Premio de Poesía Ciudad de Martorell, en el que conseguiría al año siguiente con Nuevos poemas. Nuevos silencios, el ansiado Premio. Otros libros de Vicente Rincón son: Vírgenes y minotauros. Homenaje a Picasso (Sevilla, 1979), Presencia de Argos (Sevilla, 1982) o Memoria de la piedra (Zaragoza, 1983). La poesía de Vicente es sincera, dura, humana y profunda. Una muestra:

“No puedo imaginar lo que ha sido
del pueblo donde nací,
con su viento solano,
los amigos que nunca mueren,
la iglesia asomada a los siglos,
la plaza que estimula el sosiego,
la fuente que llora porque quiere,
la sombra del árbol donde no pasa nada,
mi casa bendecida por las nubes
--corral abierto a los pájaros--,
mis viejos que me nublan la palabra.
No quiero volver a mi pueblo
ni imaginar lo que ha sido de él,
pues si al pasado retorno
para ver cómo ha cambiado todo,
apedreado por los años,
demolido por un futuro
que es ya patético presente,
me sentiré muerto entre mis muertos,
desposado con el llanto
y un dolor que me llega a la raíz.”

 

 
Sofía Sala. Aragonesa de pro y autodidacta intuitiva, en Barcelona se hizo poeta de los pies a la cabeza. Su primer libro fue Mi huella contra el viento (Rondas, 1975), al que siguieron Me canta el corazón (Rondas, 1977) y Retama en flor (Rondas, 1978). Sutilidad, delicadeza y gracia se juntan en su verso breve “donde la poesía está quintaesenciada”, al decir del maestro de poetas Pepe Jurado Morales, en cuya tertulia siempre fue como una musa de carne y hueso para muchos de nosotros. Y generosa hasta no poder más con un servidor de ustedes, como el poeta de Linares. Ella y Jurado me presentaron como verdaderos dioses mi Agua vivida, el libro que publiqué en Rondas en 1979. Exquisita rapsoda, enriquecía los poemas de los demás con su voz cristalina y perfectamente modulada. Tuve en varias ocasiones el privilegio de recitar junto a ella en el Centro Aragonés, el Real Círculo Artístico y otras instituciones culturales de Barcelona. Así escribía Sofía Sala:

“Imagino al río Ebro
alzado, vertical, caudaloso,
como un torrente de riqueza.
En su cauce largo,
vertiginoso y profundo
duermen
la luna, el viento,
la piedra y mi silencio.
Te descubro cada día,
y con tu hechizo
me siento piedra,
flor,
luna y viento,
--en ti—
río padre, río Ebro.”

domingo, 24 de marzo de 2019

MEMORIAS DE UN JUBILADO. POETAS DE AZOR (I)




Corría el año 1978. Yo contaba treinta y cuatro años de edad, vivía en Barcelona, estaba casado y tenía dos hijos, era profesor de Lengua y Literatura española y acababa de publicar mi primer libro, Cangilones de vida. Como puede imaginarse, deseaba ardientemente que todo el mundo conociera mi poemario recién salido de la imprenta. Y como al poco tiempo de salir el libro, me enteré de que en Barcelona existía una tertulia de poetas llamada Azor dirigida por el poeta de Linares, José Jurado Morales, lo mandé allí con una carta solicitando a los poetas componentes de la tertulia y a su director se dignasen, si les venía bien, opinar sobre el libro. Enorme fue mi sorpresa cuando, a escasos días de mandar el libro y la carta, recibí otra misiva invitándome a asistir a la tertulia porque, según decía la carta, querían conocerme y saber de primera mano por qué había escrito Cangilones de vida. Evidentemente, como novel autor que era, acepté gustoso la invitación y el sábado siguiente me presenté allí nervioso, como una hoja de otoño a punto de caerse de su árbol, ante la idea de ser el centro de atención de poetas tan distinguidos.

Ese fue el principio de mi relación y pertenencia a la tertulia Azor, dirigida, como queda dicho, por José Jurado Morales, tertulia que duró para mí desde ese mismo sábado de 1978 hasta el fallecimiento del poeta de Linares en 1991.

Antes de hablar de los poetas que a lo largo de ese tiempo formaron parte de la tertulia Azor, que entre otros y por orden alfabético, fueron Isabel Abad, Esther Bartolomé, Visi Beato, Cristóbal Benítez, José Carreta, Amparo Cervantes, José Díaz Borges, José Antonio Espejo, Encarna Fontanet, Dora Huerta, Milagros Martín, Antonio Matea, José Membrive, Juan Pastor, Vicente Rincón y Sofía Sala. Antes de referirme, decía, a los poetas de la tertulia Azor, es necesario hablar de la figura del que fue su director.

José Jurado Morales nació en Linares en 1900, y como su padre y su abuelo fueron mineros, siempre tuvo un hueco en sus versos para cantar el duro mundo de las minas. Muy joven su familia se trasladó a Lérida cuando José contaba diez años de edad. Allí estudió comercio con los maristas y empezó a familiarizarse con la literatura. Los primeros clásicos que leyó fueron, entre otros, Bécquer, Espronceda y Gabriel y Galán. Fundó dos revistas donde trató temas muy dispares: en la primera, El Oportuno, publicaba gacetillas sobre estudiantes y modistillas, y en la segunda, Bohemia, trató de literatura en general y de poesía en particular, ahora con más altos vuelos en compañía de Homero, Virgilio, Horacio y Dante… A los 18 años se estableció en Barcelona, donde permaneció el resto de su vida, salvo en dos o tres ocasiones por circunstancias personales, sociales y políticas. La primera, a los 21 años, para realizar el Servicio Militar en Las Palmas. Etapa importantísima para enriquecer su mundo poético. Allí entró en contacto con poetas isleños de la talla de Félix Delgado, Fernando González, Pedro Perdomo, Alonso Quesada o Saulo Torón. De la relación con dichos poetas surgió la idea de publicar en 1923 su primer poemario Las canciones humildes, del que ya hablaremos en estas páginas, lo mismo que del resto de su producción poética. A partir de ese momento, como puede deducirse, su vida estuvo ligada siempre a la poesía. También en las islas ejerció de periodista en el diario Las Provincias.

 
Cumplidas sus obligaciones militares, regresó a Barcelona, y en 1924 contrajo matrimonio con Paquita, la que sería la mujer que le acompañaría toda su vida. Metido de lleno en el mundo literario creó en 1932, junto con los autores amigos Luys Santamarina, Max Aub y Félix Ros, la revista literaria Azor, que sufrirá duros reveses y esporádicas desapariciones, como ocurrió al declararse la guerra civil en 1936 y tener que abandonar el poeta Barcelona cuando en 1938 los aviones rebeldes bombardearon la ciudad condal. Acabada la contienda regresó a Barcelona y continuó cultivando su propia poesía y difundiendo la de otros poetas. Asimismo resucitó la revista Azor a principios de los sesenta, y finalmente en la década siguiente le dio un impulso tan enorme que en ella han llegado a colaborar los escritores y poetas más prestigiosos del mundo, sobre todo de Hispanoamérica. Para entonces la revista ya se llamaba Cuaderno Literario Azor. Además de convertirse en el más importante promotor del Cuaderno, fue director literario de la editorial barcelonesa Rondas, creada especialmente para dar a conocer jóvenes valores de la poesía española contemporánea. Y, especialmente, fundador de la tertulia Azor que en su casa de la calle del Conde Borrell de Barcelona dirigió con su proverbial y amable generosidad, hasta que a finales de los ochenta, mayor, cansado y enfermo, sus hijos se lo llevaron a Puente la Reina (Navarra), donde murió en merecida  paz en enero 1991.
En marzo de ese año se publicó un Cuaderno Literario Azor póstumo con su necrológica en la que se decía de él, entre otras cosas: “Años atrás anunció una interrupción circunstancial en la publicación de su querida Revista, escribiendo en ella ‘AZOR rinde vuelo, esperamos que la suspensión no sea larga’. Hoy debemos comunicar su “último vuelo”, el definitivo, por mor de la ley de vida que impone la muerte corporal. Cuantos tuvimos la dicha de conocerle, supimos admirar sus dotes personales: era inteligente, probo, alejado de extremismos, y ello tanto en el aspecto físico como en el moral.”



Aunque José Jurado Morales cultivó también la novela, género en el que destacó con títulos como La hora de anclar, Un hombre de la CNT y La vida juega su carta (finalista del Premio Ciudad de Barcelona), el género para el que había nacido fue la poesía.
Hagamos un breve repaso de su amplia trayectoria  poética. Según adelantamos más arriba, Pepe Jurado se dio a conocer como poeta con Las canciones humildes, cuando tenía 23 años y estaba cumpliendo el Servicio Militar en Las Palmas de Gran Canaria. Al comienzo del libro, compuesto de 87 poemas agrupados en seis partes, Jurado dejó escrito: “No creas, lector, que en estos versos míos encontrarás la grandeza de un ingenio. Yo no soy ingenioso. No tengo fama de sabio, ni me he parado a pensar si llegaré a serlo. Soy un hombre íntegro, con un corazón sereno, hecho de una bondad desconocida; nada más soy eso.” Y tenía razón, como quedó demostrado en el conjunto de su producción poética. “Versos que tienen aroma / de algún solar campesino, / de un hogar hecho de barro / junto a un arroyo dormido.” 
El segundo poemario, Hora morena, vio la luz en Barcelona en 1935 en la colección Biblioteca Azor, en cuyo prólogo escribió su amigo Luys Santamarina: “Este andaluz del Santo Reino trata con incansable cariño un puñado de temas eternos: el agua, las mocitas morenas, la majeza, la rebeldía de los oprimidos, las soledades del primer cariño”. Trece años más tarde publicó Manantial soleado, donde la naturaleza continúa teniendo poderosa presencia y el poeta inicia su perfección poética (aparecen sus primeros y bien trazados sonetos. Mi añorado profesor Castro Calvo definió así el libro: “Poesía extraordinariamente fina, que ha captado los motivos, a veces pequeños pero insinuantes, que en el mundo serán siempre manantial de belleza.” La pisada en el viento (1951), aunque contiene acentos machadianos, es, como dice Pepe Jurado, un afianzamiento de su poesía, un claro asentamiento de su propia personalidad. Es destacable el tema del amor, que será ya constante en la poesía de Jurado, así como un romance soberbio dedicado a la muerte de Manolete en la plaza de Linares. Mi ser y mi sendero (1953) es el siguiente poemario, del que dijo el crítico literario Rafael Manzano: “Frente a esa poesía de cerradura de caja de caudales, de imposible combinación alfabética, se levanta este libro, abierto de par en par, como un patinillo andaluz, blanco y azul…” 
Cuatro años más tarde sale a la luz Nostalgia iluminada, cuyo tema central es el que se menciona en el título. En marzo de 1958 Dámaso Santos escribió: “Jurado Morales va ganando nuestra emocionada atención. Sin buscar imágenes, lisa y sencillamente –‘Hoy vamos a enterrar todas las rosas’, ‘Feliz el hombre a quien el tiempo deja un celemín de grano bien molido’—el poeta expresa poéticamente sus dolores, menudas esperanzas y fugaces complacencias”. Cuenco de arcilla (1960) es un poemario donde predomina el tema del paisaje. De él se escribió, entre otras cosas, en El Correo Catalán: “La lírica de José Jurado Morales es serena, reposada y grave. Canta la hondura del vivir, del sentir y del caminar. El paisaje se hace lúcido y emotivo. Las sensaciones, las intelecciones, las vivencias alcanzan ritmos sonoros de una gran elevación.” Un año más tarde el poeta publicó Pena y llanto de la casada infiel, definido por el propio Jurado como un Romance para recitar. Extenso romance de más de 200 versos dedicado a homenajear a Federico García Lorca, autor de aquel otro romance tan famoso de La casada infiel, que comenzaba “Y que yo me la llevé al río / creyendo que era mozuela, / pero tenía marido.”

 
Ese mismo año de 1961 apareció uno de los poemarios más importantes del poeta de Linares, Sombras anilladas, que obtuvo por unanimidad del jurado el Premio de Poesía “Ciudad de Barcelona”. Entre los 46 poemas que lo componen hay sonetos de andadura impecable, meditaciones ante el paisaje, coplillas de viaje y hasta poemas para un exiliado. A propósito de la poesía que Jurado muestra en Sombras anilladas, Ángel Marsá dejó escrito, entre otras cosas, que “es intimista, confidencial, evocadora. Mantiene una estricta fidelidad al orden estrófico, a la rima, a las estructuras formales, a las consonancias ceñidas y a los ritmos asonantados. Es más sensible que intelectiva, y canta la soledad y se erige en testimonio de ella, como uno de los signos más representativos de nuestra época.” He aquí una muestra:

“Las sombras, anilladas,
lo queramos o no, van con nosotros;
están en nuestra carne, en nuestros huesos
y del pozo del alma en lo más hondo.
Sombras vagas, las unas son fugaces,
y son las otras densas como el plomo.
Las sombras anilladas, en cadena,
unas tras otras van: van a su modo
velando auroras o arropando ocasos;
son humo muerto, pesadumbre, agobio…
Mas sin ellas, decidme, qué sería
de los ahormados hombres silenciosos
que por hábito antiguo andamos siempre
por los caminos, solos?”

Y continuaron saliendo de la pluma del poeta nuevos poemarios. En 1964 le tocó el turno a Llanto y cántico, del que en marzo de ese año la revista Garbo escribió del libro que, como indica el título, “tiene algo de elegía y algo de gozo de resurrección. Hay una constante poética bien definida: el sentimiento del instante fugitivo, del tiempo que pasa, del hoy que se hace ayer a cada vaivén del péndulo, motivo sinfónico que vemos aflorar con insistencia en los compositores más preocupados por lo eterno, lo inefable y lo inaprensible, trinidad augusta de trascendencias neblinosas.” Dos años después La voz herida, cuya aparición celebró poeta leonés Victoriano Crémer diciendo que era como “un fluir cálido, entrañable y gozoso de recuerdos, de paisajes, de sentimientos, de nostalgias, de esperanzas, de cantares…Todo ello brota despacio, se presenta humilde y sorprendente, se deja acariciar, se deja sentir, obliga al acompañamiento.” De ese mismo año de 1966 data Breviario de amor, un poema donde se conjugan el amor, la amada y el amado, publicado en los Cuadernos Literarios Azor y que once años más tarde formaría parte del libro Poemas del Amor Radiante, del que hablaremos en su momento.

En medio de ese tiempo aparecieron otras publicaciones y poemarios, como Sabores del sosiego (1969), donde el poeta vuelve a tratar los temas del amor y el paisaje y ahora también el de la propia poesía, y en el que el soneto es la composición poética más empleada. La revista Álamo de Salamanca lo considera uno de los mejores libros de Jurado “por su medida precisión, por su decantada belleza, por la gracia y el ángel atrayente de su perfección formal, por la autenticidad de las evocaciones.”

“¿Quién me dará la mano
llevándome otra vez hacia la aurora?
¿Qué estrella va guiando
mis pasos?
                   ¿Y quién toma
de mi ser nuevamente la dulzura
rebosada, que aflora
en poética imagen
con la palabra, al borde de mi boca?”

O Dolorido sentir (1971), inspirado en las palabras de su admirado Garcilaso de la Vega: “No me podrán quitar el dolorido / sentir, si ya del todo / primero no me quitan el sentido.” El crítico literario y poeta Luis López Anglada dijo en La Estafeta Literaria del “dolorido sentir” de Jurado que no era “un atormentado modo de discurrir por la vida, sino como una dulce melancolía que permite al poeta sonreír con cierto dejo de tristeza, sin acritud, mansamente y como en sueños.” O los Sonetos de mala uva, de ese mismo año, donde se satiriza con fina ironía a ciertos personajes de moda en la sociedad: el nuevo rico, el criticastro, el pedante, el tecnócrata, etcétera (en 1979 aparecerán Nuevos sonetos de mala uva). O Aliento remansado (1974), publicado por la Editorial Rondas de Barcelona (de la que Jurado será ya siempre su director literario y en la que muchos de los asistentes a su tertulia publicaríamos parte de nuestra obra), donde destaca el amor a la tierra andaluza, especialmente a Linares, su ciudad natal, a la que dedicará al año siguiente todo un libro de bellos y entrañables versos titulado precisamente  Poema de Linares, donde canta la historia de la población, los tipos populares, el paisaje, las minas, los mineros, las coplas, los toros, los toreros, las grandes figuras, las costumbres, la gracia de sus mujeres…

 
Antes de terminar este recorrido por los principales títulos de Jurado Morales, resaltaremos en primer lugar el anunciado Poemas del Amor radiante (1977), poemas “hondos y sentidos ( que) en este mundo desangelado de hoy son un remanso de verdad y de belleza”, como dice el escritor F. D. de Molina. Por su parte, el poeta Nicolás del Hierro en La voz de Albacete afirma del libro: “Enteramente formalista y clásico, su palabra y su concepto poéticos, nos sabe a actualidad cada poema. La habilidad, el oficio y el dominio del poeta, son como si Lope renaciera y, enamorado y joven, desplegara su fecunda inspiración a favor de un tema eterno.”
Al año siguiente salió Acordes a la puesta del sol, libro de madurez, en el que Jurado se muestra con el saber y el sentir serenos, y joven de entusiasmo con el gozo de cantar estremecido en todas las formas poéticas, desde los poemillas a lo Machado o los romances a lo Juan Ramón Jiménez hasta los sonetos que dedica  al amor casero y conyugal, por ejemplo, o a las cosas del poeta (el espejo, el cenicero, el cortaplumas, el bastón, las gafas, la pipa…), las cuales, según Vicenso Josia (Diario Jaén, 1979), “bajo el mágico influjo de la palabra poética, también parecen cobrar vida, compartir con el poeta la nostalgia de las cosas pasadas, llorar juntas con él la tristeza de la despedida que el tiempo con su pulsar implacable hace cada vez más cercana.”

“Rojo color de sangre
tiene una rosa.
Cúspide, sobre el tallo
se mece airosa.”
 
Tenía el poeta 78 años. Pero ni el tiempo ni la edad podían frenar aquel manantial infinito de versos que manaba de su corazón joven y enamorado de la Poesía. No en balde poco después el Frente de Afirmación Hispanista de México le otorgaba el Premio José Vasconcelos por toda su extensa obra poética y su meritoria labor de acercamiento entre los escritores de aquí e Hispanoamérica, como había hecho Jurado a través de los Cuadernos Literarios Azor, donde publicaban al unísono sus versos poetas españoles y de allende el Atlántico.
Y aún, hasta poco antes de morir, nos dio a conocer nuevos poemarios tan encendidos de sinceridad, emoción y belleza como los anteriores. Fueron los casos de Cuenco de soledades (Rondas, 1981), Remansada armonía (Rondas, 1982), Poética andadura (Rondas, 1983), Desde el alba carnal a la agonía (Rondas, 1985), Fuego, ceniza, viento (Rondas, 1987) y Oreo otoñal (Rondas, 1988). De los cuales quizá sea Remansada armonía, título- fórmula que reúne la principal característica de la poesía de Pepe Jurado Morales: belleza sentida y rimada con serenidad. Como afirma en el prólogo muy acertadamente la poetisa y amiga Sofía Sala, de quien guardo un recuerdo muy entrañable, la obra de Jurado Morales “tiene la gracia y la música del hombre de Andalucía, que cae bien a todos los oídos. Es más amigo de la inteligencia que de los ideales aleatorios, experto en pasiones contenidas y a la vez desbordantes. Hombre sencillo, afable, con una delicadeza que atrae y con una constante expresividad de buen tono.”
He tenido presente para redactar la vida y la obra de Jurado el libro de Severino Cardeñoso Álvarez, al que tuve la suerte de conocer cuando se presentó con él en la tertulia, titulado José Jurado Morales. Poeta de Linares. Poeta del Amor. Ensayo Antológico, que vio la luz en Ediciones Rondas, Barcelona, 1980.

 

 
Aprovecho la ocasión para unir, ahora más que nunca, las voces de dos viejos amigos y maestros míos: uno en la poesía, el propio José Jurado Morales, y el otro en la Universidad, José María Castro Calvo. Y lo hago de la manera que mejor se me ocurre: Hablando uno, el profesor, como crítico literario, del otro, el poeta, en un memorable artículo que publicaría algún tiempo después en uno de sus libros selectos, El Agualí (Ed. Ínsula, Madrid, 1973). En dicho artículo Castro Calvo, tras afirmar que Jurado escribe prosa y verso, pero que es ante todo poeta. “No hay página suya, añade el profesor universitario, sin honda emoción; nada se ha visto, sin la mirada acariciadora con que contempla las cosas. Poesía es, en un sentido muy amplio, generosidad del corazón. Nadie ha podido desmentir hasta hoy el concepto clásico de poesía y bondad. Nadie, desde luego. Si alguien intentase borrarlos, desuniéndolos, la poesía solamente en un campo limitado y áspero tendría que lucir.(…)  Que su poesía sea sentimiento dice bien a las claras que su obra es enteramente sensitiva, que la inteligencia quedará reducida a poco; el andamiaje lógico imprescindible a todo poema. Con lo cual nos hallamos en pleno cauce del modernismo. Desde las frías auras de Salvador Rueda, a las notas de suave pincelada nostálgica de Juan Ramón, hay casi la misma distancia que de Antonio Machado, a las formas nuevas de García Lorca; punto de arranque de las innovaciones poéticas de nuestros días. Nada más que eso. Al considerar ahora el libro Cuenco de arcilla, de Jurado, nos parecen mucho más definitorias las Galerías y pequeños poemas que leímos con aquella mezcla de melancolía y goces años ha, y nos parecen ahora llenos de una nostalgia irreparable.

“Jurado ha ido más lejos; no está en los límites del ensueño; peregrino de este mundo, de éste, tan convulso, ha reflejado igualmente inquietudes, dolores, añoranzas de aquel pasado, en la cuerda tensa de la nostalgia.

“Jurado vive así en el ámbito de sus poemas. Nada quiere, nada desea, sino respirar el aura cálida de sus propias creaciones poéticas. Una gran vocación, canos los cabellos, alegre el corazón, sin hiel, ni amargura para nadie.”

En esto, en la vocación y en el corazón bondadoso, sin hiel ni amargura para nadie, están unidos el poeta José Jurado Morales y el profesor universitario José María Castro Calvo, amigos y maestros míos ambos.

viernes, 8 de marzo de 2019

MEMORIAS DE UN JUBILADO. Semana Santa (II)

 

¡Quién pudiera ahora repetir esos ritos de la infancia!
Ver la procesión de la Vera Cruz desde el ábside de la Magdalena cuando el sol da un poco todavía en la alta cornisa del Tránsito y los velos sagrados de la Cruz que abre el desfile flotan al viento en la esquina de Ramos Carrión. Asistir al momento en que las túnicas moradas se tornan nocturnas, y en el olivo de la oración se enredan las sombras mientras el ángel de Salcillo o de un escultor de su escuela empieza a parecer un ser del más allá como un bello recuerdo a punto de esfumarse en el aire del olvido, y la figura borrosa del criado de Malco se echa mano a la oreja tras recibir el tajo de San Pedro.

 

Ritos y recuerdos de un tiempo que sólo puede volver al conjuro de la impenitente nostalgia. Como aquella tarde eterna en que camino de casa tras la procesión de la Vera Cruz nos pasamos por San Cipriano para hacer una visita al Yacente, el otro Cristo nuestro que esperaba entre las pacientes sombras del templo la hora justa de salir en andas a la calle. Cena rápida y vuelta a la ciudad para verlo en activo. Un año lo vimos en la plaza de Santa Lucía acompañado de penitentes que arrastraban cruces pesadas, y al año siguiente en la plaza de Viriato, donde los cofrades, solemnemente formados en torno a Él, le cantan el doliente Miserere. Pero el momento del Yacente que con más emoción recordamos los dos es el que vivimos un año lluvioso, una noche oscura y fría en que apenas había gente por la calle, y menos en la cuesta de Balborraz, donde lo vimos. En andas lo traían los cofrades de la Hermandad, y pasó a un palmo de nosotros. Parecía un muerto común al que llevaban a enterrar, con su seguimiento fúnebre y sus rezos tristes. La cabeza, inclinada sobre un almohadón, mostraba sus rizos como ríos congelados y sus ojos con la luz espantada detrás de los entreabiertos parpados. Lo de menos era la sangre barroca recorriendo de arriba abajo su piel amarillenta. Era el aspecto de cadáver normal que en medio de un silencio desolador era conducido al cementerio lo que nos conmovía. Mi padre me decía de niño que había conocido al Yacente en un altar lateral de la Concepción, tapado púdicamente por una colcha bordada por las monjas y que había sido más tarde, en 1941, cuando, tras ser creada la Hermandad de Jesús Yacente, empezó a salir en procesión las noches de Jueves Santo, acompañado por hermanos vestidos con túnicas de estameña blanca, fajín de color morado, caperuz de estameña blanca también y portando un alto hachón de cera roja.

 

El tiempo no pasa en balde y a la vez es una goma de borrar inexorable. Pero la memoria atenta se encarga de evocar momentos del pasado y lo hace con tanta viveza que se asoman a nuestra mente como fotogramas de películas cuyos protagonistas son gente nuestra que actúan en los mismos escenarios que compartimos tiempo atrás. Se lo digo a mi mujer y me mira sonriente. Estamos a casi mil kilómetros del corazón de la Semana Santa, y sin embargo suena la Marcha Fúnebre de Thalberg en nuestros oídos. Poco antes desayunábamos chocolate con churros y aguardiente en un bar de la trasera de San Juan, el templo del que sale la procesión del Viernes Santo. La madrugada es fría. Los labios manchados de chocolate hablan de otros Viernes Santos en que nuestros mayores estaban vivos y nosotros éramos niños, de ojos asombrados y oídos abiertos para verlo y oírlo todo hasta el mínimo detalle, hasta el menor susurro. Los ojos de los cofrades perfilados por los orificios correspondientes de los flojos caperuces, los roces de los pies desnudos de los penitentes sobre el frío asfalto de Santa Clara. 

 
Mi mujer me recuerda la costumbre de ir a las Tres Cruces a tomar las sopas de ajo con los costaleros de los “pasos” hasta que el Merlú, los dos cofrades que tocaban el clarín y el tambor para avisar de que la procesión se reanudaba. Entonces las faldas de los “pasos” bajaban otra vez y los costaleros, renovadas las fuerzas, ponían de nuevo en movimiento las figuras de la Soledad, de la Redención, del Cinco de copas o de La caída, ante la mirada atónita de la gente apostada en las aceras, y volvía a sonar la Marcha de Thalberg, que todos llevamos en las entrañas desde que comemos aceitadas por Semana Santa. ¡Las aceitadas! Otro de los ritos de la infancia que recuerdo con más cariño. El baúl de la sala materna bajo el cual las guardaba mi madre, la casa entera oliendo a aceitadas, mis viajes furtivos al lugar del dulce delito... Yo me acercaba sigilosamente, esquivando las baldosas movedizas y ruidosas que delataban mi presencia, al rincón del baúl, me agachaba junto a él y alargaba la mano hasta tocar con los dedos las pequeñas panzas de los dulces y la cruz abierta de su cima. Lo siguiente se lo puede imaginar el lector. La harina dulce y tostada desgranándose en mi boca era uno de los placeres más exquisitos que como niño yo experimentaba durante la Semana Santa, y uno de mis mayores desencantos, descubrir que las aceitadas iban desapareciendo a medida que pasaban los días.