viernes, 23 de abril de 2021

PARA EL DÍA DEL LIBRO 2021

 


Releyendo hace unos días el libro Palabras menores, de Pedro Laín Entralgo, di de nuevo con el capítulo titulado Notas para una teoría de la lectura, escrito en Madrid en 1952 para celebrar la Fiesta del Libro de entonces, y mientras lo revisaba, pensé que próximamente se iba a celebrar en todo el país, y en cada comunidad autónoma a su manera, el Día del Libro. Y ya llegada la inaplazable fecha, se me ocurre recordar las palabras de Laín, que de "menores" no tienen nada, para animar a la gente, a todo tipo de lectores, sin excepción, a leer al menos un libro en tal evento. 

Hay muchas maneras de definir la lectura o el encomiable acto de leer, pero nos bastaría con las dos definiciones siguientes: leer es entender lo que el autor de una expresión escrita quiso decir con ella; la lectura es un coloquio silencioso del lector con el autor de lo leído. Oigamos al Laín: “El autor da figura escrita a una parte de lo que su espíritu contiene, idea, sentimiento, recuerdo o invención, y el lector llega a serlo plenamente cuando, puesto en contacto sensorial con lo escrito, descubre y entiende lo que con ello quiso el autor expresar”. 


Uno de nuestros mejores poetas de todos los tiempos, Francisco de Quevedo, que además era un lector empedernido, inmortalizó en sus versos el carácter de la lectura como una conversación silenciosa:

“Retirado en la paz de esto desiertos,

con pocos, pero doctos libros juntos,

vivo en conversación con los difuntos

y escucho con los ojos a los muertos.

Si no siempre entendidos, siempre abiertos,

o enmiendan, o secundan mis asuntos,

Y en músicos callados contrapuntos

al sueño de la vida hablan despiertos.”

Sabias palabras. Lo mismo que las de Laín cuando dicen que “el coloquio lectivo es ante todo recreación, así de la materia leída como del alma lectora.” De modo que la lectura recrea y nos recrea. Entendiendo por recreación esa enmienda a que se refería Quevedo en sus versos, enmienda que de nosotros hace la lectura “cuando aquello que se lee interviene, rectificándonos en lo que conservamos de nuestra vida anterior”.


     Y ahora una pregunta que considero importante: ¿cuántos tipos existen de lectura atendiendo a la materia leída, a la intención del que lee y al resultado psicológico del acto de leer?  Estoy de acuerdo con la respuesta que da Laín, que con otras palabras es: lectura para divertirse, lectura para convivir con los demás y lectura para perfeccionarse a sí mismo. Divertirse es “estrenar un modo de vivir sugestivo  y fugaz” y esa diversión puede adoptar cuatro maneras: “la transmutación imaginaria, el enriquecimiento del espíritu, la afirmación de sí mismo y la depuración de la propia existencia o catarsis”. Las lecturas diversivas más frecuentes son la novela, el cuento y el relato de viajes, entre otras, y de la novela propone la policíaca como el mejor ejemplo: “nos divierte, dice Laín, de nuestra vida habitual (…) y nos hace olvidar lo que cotidianamente somos.” 

Exiten también otras lecturas diversivas que afirman nuestro propio ser o lo halagan como tal, es decir, como “miembro de una profesión, como ciudadano de un país, como individuo perteneciente a tal raza o sexo”, sin olvidar las que nos mueven a risa, que para Bergson es una especie de victoria de lo material y mecánico sobre lo espiritual y vivo. Nuestro autor va más lejos: “la risa expresa (…) una complacida autoafirmación del reidor, referida unas veces a lo noble y otras a lo mezquino de su personal entidad.” Y concluye: “las lecturas que nos excitan a reír –y en general todos los géneros literarios hilarantes-- pueden ser ejemplares y crueles, ennoblecedoras o zafias, según la fibra anímica que en nosotros ría.”


Respecto a las lecturas para convivir con los demás, lo más indicado son las cartas, las biografías y autobiografías. Sobre estas últimas, es interesante la interrogación que se hace Laín: “¿No es para asombrarse (…) eso de que un hombre tome la pluma y cuente a los demás la trama visible y hasta la invisible intimidad de su propia vida?” Yo creo que el que escribe su autobiografía, ya sea en forma de confesión, diario o memoria, lo hace casi siempre con intención literaria, y como dice más adelante nuestro autor, “con necesidad de autovisión y autointerpretación que late en el fondo de la existencia humana.” 

La afirmación más importante del tema que nos ocupa es que el lector busca preferentemente divertirse con la lectura que elija, ya sea una novela, un libro de viajes o una biografía. Y si mientras lee, encuentra además otros beneficios, incluida su propia perfección, miel sobre hojuelas. Es lo que Laín llama lectura perfectiva, cuyos ingredientes fundamentales son “el saber, la belleza y el amor”. Quevedo y Cervantes, Shakespeare y Dickens, Goethe y Rilke, Poe y Dickinson, Lamartine y Balzac, Dante y Ovidio, Homero y Seferis, Vargas Llosa y García Márquez y un etcétera nutrido de escritores de todos los países del mundo, pueden ilustrar dichos temas perfectamente con sus obras.


Para este Día del Libro, en medio de la pandemia que nos envuelve, la mejor celebración de la fiesta es leer o releer un libro que nos divierta y nos ayude a ser mejores con nosotros mismos y con los demás. Podemos empezar con Palabras menores, de Laín Entralgo, que además del capítulo que acabo de reseñar brevemente aquí, contiene otros tan interesantes como él; por ejemplo Poesía, ciencia y realidad, El espíritu de la poesía española contemporánea o Sobre el ser de Epaña. Y continuar con alguno de los siguientes:

Las cien mejores películas sobre obras literarias españolas, de David Felipe Arranz

Obras escogidas de Henry James Volumen II (La heredera, La vuelta de tuerca, Los papeles de Aspern)

Poesía completa (1953-1991) Claudio Rodríguez

Vivir para contarla, de Gabriel García Márquez

Más por menos Antología de microrrelatos hipánicos actuales, edición de A. Encinar y C. Valcárcel

Guía literaria de Londres, edición y prólogo de J. E. Roca

Lorca-Dalí El amor que no pudo ser, de Ian Gibon

La lucha contra el demonio  (Retratos de Hölderlin, Kleist y Nietzsche), de Stefan Zweig

Historias y anécdotas del arte, de Nora y Stefan Koldehoff

Epistolario español, de R. M. Rilke

Y el etcétera que elijáis vosotros.

Feliz Día del Libro

Feliç Diada de Sant Jordi



sábado, 17 de abril de 2021

RELÁNGRAFOS DE LITERATURA, ARTE y MÚSICA (I)

 

LITERATURA

 


Para que un poema posea marchamo de calidad no es relevante conocer el nombre de su autor; basta con que contenga una idea para hacer pensar, una emoción para hacer sentir y una musicalidad que produzca gusto al leerlo o escucharlo.

 

La muerte de Venecia, de Barrés, resucita en mí recuerdos palpitantes que la ruina romántica de la ciudad del agua hace actuales.

 


La aceptación de un libro se renueva ante una nueva promoción de lectores. Y al contrario, un libro que fue aceptado en una época puede ser rechazado con la misma facilidad en la siguiente.

 

A Cunqueiro le brota limpia la rama de poeta cuando habla de las damas del pasado, tales como Archipias, Flora o Blanca de Castilla.

 

La obra de Maeterlinck es una constante reivindicación de la fauna más humilde y menospreciada por el hombre: abejas, hormigas…

 

Tagore: un poeta que siempre amó la belleza, pese a no lograr encontrarla nunca a su alrededor.

 

Aunque a muchos no agrade saberlo, la poesía nació antes para cantar y celebrar acciones bélicas
que para hablar de sentimientos íntimos; de ahí que la épica se adelantara a la lírica.

 

Lope de Vega tuvo suerte de vivir cuando vivió: paseó su cuerpo por un jardín de pasiones carnales y salvó su alma con la Poesía.

 

Un poema debe ser algo bello, emotivo, aleccionador.

 

Apolinaire es, líricamente hablando, el poeta infantil por excelencia.

 


El Cristo de Unamuno, a través del Cristo de Velázquez, es un Cristo de amor elemental, sencillo, pegado a lo cotidiano, universal y telúrico.

 

Para un poeta que ama la belleza del Arte y la Literatura, lo peor que lleva es el combate diario entre el yo que quiere afirmarse y el entorno social que le es contrario.

 

 Lo que el verso no ha cantado todavía está siempre cantando aquí en la vida, entre nosotros.

 

Cuando Barrés habla de Venecia, al conjuro de sus palabras aparecen ante mí, vivos y palpables, los canales con góndolas y los puentes con personas coetánea de Vivaldi.

 

Lo malo de obsesionarse con el tema de Dios a la manera como lo hicieron por ejemplo Tolstoi y Unamuno, es olvidar, como ellos, que sólo podemos acercarnos a Él siguiendo el camino de la fe más elemental y humilde.

 


Puede que en Florencia prevalezcan los mármoles arquitectónicos y las pinturas renacentistas, pero las voces de Dante y compañía a veces son anuladas por el griterío de las hordas turísticas.

 

 Leer Intemperie (2013), de Jesús Carrasco, es abrir la página más dura y salvaje de Castilla, donde el poder omnímodo de su clima inclemente y seco suma sus fuerzas inhumanas a las del hombre poderoso para el que el resto de la humanidad es menos que una escalera para subir más alto.

 

Desearía que mis poemas fueran mensajes humanos: llamadas a la emotividad y a la sensibilidad del lector.

 


 El poeta más loco, más borrachín y peor vestido de todo París escribía como el ángel más cuerdo y más elegante del cielo. Fue Verlaine.

 

Apolinaire limpió las polillas de la ropa vieja de la Literatura.

 

 Intemperie es la novela de la supervivencia.

 

Los versos se deshojan como los pétalos de las rosas; pero aun sin los pétalos, además de alentar la emoción y la belleza, los versos siempre llevarán el perfume de la poesía.

 


Se puede hablar del folletín en general, como un género menor y de mal gusto, pero nunca del folletín made in Wilkie Collins, como los casos de La dama de blanco o La piedra lunar.

 

Cuando muere un poeta, la belleza y los sentimientos que viven y laten en la Naturaleza se lamentan porque una voz que lo cantaba acaba de enmudecer.

 

Muchos autores de bets-sellers no escriben Literatura (tampoco les importa demasiado), sino libros para entretener.

 

Parodiando a Rocamora, pienso que la poesía, cuando es sincera y sale del alma, tiembla siempre entre el amor y la verdad.

 

En sus Historias en Venecia Enrique Badosa nos enseña a poner nuevos nombres a las cosas.

 


El Valle-Inclán de las barbas de chivo acertó a sacar sus doncellas, sus conspiradores y sus frailes del Carnaval que durante mucho tiempo fue nuestra vida nacional.

 

Con Miguel Torga, seudónimo de Adolfo Correia da Rocha, novelista, articulista y poeta portugués y autor, entre otros, de Diarios y su largo libro de memorias La creación del mundo, levanto mi copa por los poetas auténticos y bebo en su honor el dulce vino de la paz y de la amistad.

 

Uno de los aciertos de la novela Intemperie, de Jesús Carrasco, estriba en compensar la aridez de la tierra que le sirve de marco con la personificación de los elementos del paisaje, costillas, dientes, esqueleto…



  La amistad para Dante se sublima con la muerte. Tal vez por eso a sus amigos vitales lo coloca en su Paraíso, mientras condena al Infierno a aquellos por quienes no mostró en vida ninguna clase de empatía.

 

La poesía es siempre un sueño escrito.

 

Nacido con alma normal, le pedí un alma nueva a la Poesía, y cuando me llegó, ya algo mayor y resabiado contra la vida, descubrí que la vida es el regalo más hermoso.

 

Parodiando a P. D. James, la poesía no les gusta a dos clases de personas, especialmente: a los engreídos y a los malos poetas.

 

 Escribir poesía es intentar hacer milagros cotidianos con las palabras.

 


Respetuosamente discrepo de Simenon cuando dice que él no suele viajar porque todos los sitios son iguales y en todos ocurre lo mismo. Pienso todo lo contrario y por eso viajo constantemente porque no hay dos sitios iguales y porque aprendo siempre en cada uno de ellos algo diferente. Afirmo más: Viajar es enriquecerse viendo nuevos monumentos e informándose de la historia de cada uno de ellos, así como conociendo y viviendo las costumbres y las maneras de vivir de los habitantes del lugar visitado.

 

Que no piense nadie que el escritor de hoy en día, medio náufrago en un mar de informática, medios de comunicación, industria cultural, nuevas tecnologías y toda esta parafernalia que los acompaña, se vaya a entregar a una celebración de la cultura de masas por sí misma y a una peligrosa y tibia actitud ante la vida que lo rodea. Sería su muerte como escritor.

 

En la avenida de los Aliados, Almeida Garret se quita un guante para recibir a la Poesía que desciende del cielo.

 

Me gusta la aparente sencillez de algunos poemas porque, tras su primera lectura, se advierte en ellos el misterio del pozo sin fondo que asusta y nos convierte a sus lectores en afortunados descubridores de mil secretos apasionantes.

 

El “suspense” es la principal característica del género policíaco que agrada más al lector y espectador en el momento de ponerse a leer y ver por primera vez la novela y el film de dicho género. Pero una vez leída la novela y visto el film, es lo que más odian.

 

Una vez me atreví a continuar la rima de Bécquer: “¿Qué es poesía?, dices mientras clavas / en mi pupila tu pupila azul. / ¡Qué es poesía! ¿Y tú me lo preguntas? / Poesía eres tú.” Tú que con el cielo de tus ojos extiendes sobre mí un palio de ternura y esperanza.


 

sábado, 10 de abril de 2021

DÉCIMAS PARA ESTA COVIDA

 


 

 

EL HOY HERIDO


No hablemos de casos dados

porque del todo se han ido.

 Hablemos del hoy herido

que nos tiene confinados,

doloridos y olvidados.

Y también, aun siendo oscuro,

hablemos de ese futuro

que en el umbral nos espera,

y ojalá la primavera

nos traiga un mundo más puro.



 

PACIENCIA


Ya llegó la primavera,

y con ella la esperanza

de dejar la malandanza

de este dolor sin frontera.

Paciencia: el trigo y la era

volverán, y el corazón

latirá con la pasión

de una rosa abierta al viento.

Y de nuevo el sentimiento

hablará de redención.

 

 

POR LOS SANITARIOS


Brindo por los sanitarios

que arriesgan sus propias vidas

por salvar las más sumidas

en sus miedos solitarios.

Renuevan los diccionarios

de la generosidad

y ayudan a hacer verdad

la del buen samaritano:

Tender al otro la mano

sin buscar notoriedad.

 


 

HOY NO QUIERO ENVEJECER


Siempre creí que la vida

era lucha y esperanza;

y la vejez, enseñanza,

experiencia en la partida.

Y, aunque espero la vencida

de este largo atardecer,

a la vista del quehacer

del plantel que nos gobierna,

exclamo en mi rabia interna:

¡Hoy no quiero envejecer!

 

 


EL AMANECER


La vida sigue naciendo

en medio de este terror

que nos apoca el valor

que le estamos oponiendo.

Da gozo seguir oyendo

el llanto de un nuevo ser

que celebra su nacer

con un “¡Viva!” de reproche.

Cuanto más negra es la noche,

más brilla el amanecer.

 

 

EL ALMA DE SERVICIO


Jamás la Semana Santa

tuvo tamaña pasión

como la que el corazón

humano, a solas, aguanta.

Su propio dolor suplanta

con amor y sacrificio

para aliviar el suplicio

que padecen los demás.

El duelo se deja atrás:

el alma está de servicio.

 

 


HUMILDES PEONES


Cuando pase esta experiencia

de dolor que padecemos,

Finalmente aprenderemos

a tratarnos con prudencia,

a emplear más la paciencia

en todas nuestras acciones

y a abrirnos los corazones

para mejorar la vida.

En esta breve partida

somos humildes peones.


 

 SEGUIR ESPERANDO


Hay que seguir esperando

con resolución y afán

a que pase el Leviatán

que nos está devorando

tan deprisa y tan callando.

Andamiemos la paciencia

con madera de alta ciencia

y muestras de buen humor.

La esperanza es el motor

que mueve nuestra existencia.

 


 

sábado, 3 de abril de 2021

MEMORIAS DE UN JUBILADO Más curiosidades de la Semana Santa de Zamora


      Antes de que el periodo de la Semana Santa acabe, quiero dedicar un cariñoso recuerdo a gentes zamoranas ilustres que tuvieron que ver con nuestra Semana Mayor y a otros detalles de la vida e historia zamoranas relacionados con ella. Entre la gente ilutre, destaco en primer lugar, por proximidad personal, al escultor Ramón Abrantes.

  De formación autodidacta, pronto montó su taller cerca de la iglesia de San Cipriano, al otro lado del Puente de Piedra, y se atrevió a esculpir con materiales muy diversos: madera, bronce, granito, pizarra... Más tarde, consagrado como artista de reconocimiento nacional, trasladó su taller al lugar en el que trabajó hasta su fallecimiento en 2006, en  la calle Sacramento, detrás de la iglesia de San Juan Bautista, templo en el que solía guardarse la única obra de Abrantes que desfila en Semana Santa. Me refiero a la Virgen de la Amargura, que todos los Lunes Santos procesiona en la Hermandad de Jesús en su Tercera Caída, acompañando al Jesús Caído de Quintín de la Torre, que el propio Abrantes restauró a principios de los sesenta, y la Despedida de Jesús y María de  Pérez Comendador. En su taller se expone la mayor parte de su obra escultórica, aunque existe mucha en colecciones particulares. En uno de mis retornos a Zamora me mostró, con un orgullo que me emocionó muchísimo, el primer caballete que tuvo, mientras me decía: “Este caballete me lo hizo tu padre.” Buena parte de sus esculturas presenta la figura de la «mujer-madre» en varias situaciones como eje central de la obra, incluidas las de iconografía católica.


En mi Zamora entre la ausencia y el reencuentro, 1995, escribí a propósito:

“Voy de asombro en asombro porque Abrantes

me enseña el caballete que le hiciera

mi padre en otro tiempo, en la primera

hornada que esculpieron los amantes

diamantes de sus dedos. Los diamantes

postreros me los muestra en primavera

--¡oh tacto cuidadoso y luz certera

de tallas femeninas y brillantes!--.

Voy de asombro en asombro por el Arte

que Abrantes muestra vivo por su casa

en bronce, en barro, en piedra… Y es tan fuerte

a huella que en el alma me reparte,

que, aunque sé que su cuerpo muere y pasa,

lo que posee de dios no tiene muerte.

 


Otro Ramón grande fue Ramón Álvarez, también escultor y sin duda el más importante de los imagineros zamoranos. Nació en Coreses, pueblo situado a la orilla del Duero, a pocos kilómetros al norte de la capital, en septiembre de 1825. De familia humilde, no tuvo más formación que la que se podía procurar un artesano, y hasta los treinta años ofició de hojalatero. A edad madura cursó el bachillerato, y tras enseñar dibujo en la Escuela de la Sociedad Económica de Amigos del País, obtuvo por oposición una cátedra de Dibujo lineal, adorno y figura en el Instituto de Segunda Enseñanza de Zamora en 1866. Y cuando la imaginería procesional decae en la capital aparece con fuerza Ramón Álvarez para dar forma y popularidad a su Semana Santa de tal manera que cabe afirmar que las figuras más representativas de los pasos que desfilaban por las calles y plazas de la ciudad salieron de sus manos o de las de los alumnos que se formaron en su taller. Los elementos que más se emplearon en la confección de las imágenes fueron muy sencillos, como la escayola y la tela encolada que, unidos a la madera y debidamente pintados transferían vida y verosimilitud a las figuras. Lo económico de los materiales usados y la genialidad del escultor se unieron para que sus pasos, cuya carga dramática movía a la devoción de los fieles y espectadores, fuesen requeridos por la mayoría de las cofradías semanasanteras. Por ello conviene afirmar que Ramón Álvarez, más que un escultor, fue un excelente imaginero y que su obra es sobre todo expresión plástica local y afirmación de lo vernáculo, así que para comprenderla en su exacto significado y valorarla justamente hay que situarla en el marco espacio-temporal de la Zamora de la segunda mitad del siglo XIX. Y que su genialidad estriba, más que en la sencillez de su concepción artística, en ser forjadora de una piedad y devoción que incluso en la actualidad es capaz de suscitar multitud de emociones.

Entre sus obras destacan La Soledad, El Descendimiento, La Virgen de las Angustias, La Lanzada, La Crucifixión, La Verónica o La Caída, que era el paso preferido de mi padre y del que tanto me habló siempre. Recuerdo con muchísimo cariño lo que me decía del paso en su conjunto y de las figuras que lo componían,  del niño de la cesta de los clavos, del sayón que tira de la soga que pende del cuello de Jesús, del otro esbirro que apoya un pie en su espalda y le amenaza con el puño en alto, del Cirineo que le ayuda a llevar la cruz, de la Virgen María que asiste desconsolada a la desgracia de su Hijo, de la Magdalena que intenta consolarla y del propio Jesús, que mira a ambas mujeres, agradecido y comprensivo del dolor que sufren por él. 


 

 También el río Duero, compañero inseparable de Zamora, está vinculado de algún modo a nuestra Semana Santa, como a continuación expongo. Recuerdo con un nudo en la garganta los varales de los empleados del Ayuntamiento que a bordo de barcas lentas palpaban las entrañas del Duero entre las azudas de Cabañales y San Frontis y las aceñas de Olivares y la carretera de Vigo, en busca de algún cuerpo humano que había tenido la desgracia de morir ahogado. Desgraciadamente, los ahogados en el río Duero forman parte de nuestra más triste tradición y hasta pasaron a la historia de nuestra imaginería semanasantera, pues la talla del cuerpo de Cristo muerto de la Urna que desfila los Viernes Santos en la Cofradía del Santo Entierro, en la que tuve la suerte de procesionar un año por generosidad de un amigo zamorano, al que desde aquí le reitero, además de mi amistad incondicional, mi eterno agradecimiento; la talla del cuerpo de Cristo muerto de la Urna está inspirada precisamente en un hombre que apareció ahogado en el río. Parece ser que el escultor al que se le encomendó tallar el cadáver de Jesús, que no era otro que Aurelio de la Iglesia, artista de vida al parecer poco ordenada, pospuso el trabajo durante bastante tiempo y, al verse acuciado por la fecha de entrega, no se le ocurrió otra solución que copiar el cuerpo de un ahogado, con el pecho realzado y otras discrepancias que no iban bien con el tema sagrado. De modo que al ser mostrado a las autoridades eclesiásticas para su bendición, éstas obligaron a realizar algunos cambios que consideraron necesarios. De esos cambios se encargó otro escultor, Florentino Trapero, que retalló, además de hacer algunos retoques más, el prominente pecho del cadáver, porque recordaba demasiado al hombre que había perecido en el río. Aún se hizo más al llegar el siglo XXI, pues la imagen de Cristo muerto inspirada en el ahogado fue sustituida por el Yacente que ocupa la urna en la actualidad, que es obra del imaginero Luis Álvarez Duarte. La imagen, que fue bendecida en la iglesia de San Andrés, se muestra al culto en la capilla de Santa Inés, justo bajo la torre románica de nuestra Catedral. En cuanto a la talla peculiar de Aurelio de la Iglesia, se expone en el Museo de Semana Santa, dentro de la urna que desfila el Viernes Santo en la mencionada Cofradía del Santo Entierro, si bien el día de la procesión se extrae la imagen de la Urna y ocupa su lugar la moderna de Álvarez Duarte.

 


Para terminar de momento esta sencilla evocación de la Semana Santa zamorana, debo decir que nada ha cambiado en mi alma respecto a la Zamora que siempre quise y querré y creo que tampoco ha cambiado el alma de la ciudad, pese al correr de los tiempos que le dieron otros nombres (Ocellum Durii, Semure, Azemur, Çamora…). La ciudad que vio caer el puente de San Atilano que los romanos tendieron entre San Frontis y Olivares y del que sólo quedan gloriosos molares gigantescos que muerden la eterna corriente del Duero. La ciudad que ha mudado de sitio, pero no de su Plaza, la estatua del Pastor que fue el Terror de los Romanos. La ciudad que fue testigo de guerras que sembraron el dolor en sus moradores. La ciudad que ha sufrido parciales desapariciones de iglesias y palacios que fueron antaño ejemplares rincones de actividad religiosa y civil, y hogaño, entre la historia y la leyenda, guardan recogido silencio en alguna de sus plazas y calles. Sí, puede que la piel y el esqueleto de Zamora hayan variado en el correr de los tiempos. Pero permanece su espíritu, su alma tranquila, soñadora, esforzada, mística, independiente. Y a ello hemos contribuido todos los zamoranos: desde el pastor que lucha y muere ante el invasor que intenta adueñarse de la tierra que es su vida, hasta el escultor imaginero que con gubia milagrosa extrae de la madera y la escayola rostros y gestos de Vírgenes y Cristos para que llenen de fervor las rúas zamoranas durante las Semanas Santas, pasando por el cantero o el albañil que restaura la cara de los monumentos o levanta nuevos edificios para dar cobijo a las nuevas generaciones. Y los zamoranos que siguen viviendo en Zamora y cuidan de ella como si fuera un miembro más de sus propias familias. Y también nosotros, zamoranos de la diáspora, que mantenemos viva la memoria de la tierra que nos vio nacer. Todos, gente dedicada a educar a los hijos en el amor a Zamora y a cualquiera de sus manifestaciones civiles o religiosas, como en este caso de su Semana Santa.

                                                                 Desde Barcelona, Semana Santa de 2021