Los trigos, es tradicional, son los que mejor conocen a las amapolas. Crecen y mueren entre ellas. De ahí que no sepan vivir sin esta dama que aunque viene con la primavera y viste de rojo, siempre tiene el corazón de luto. Pensando en ello, dejé escrito hace mucho tiempo este haikú:
¡Las amapolas!
¿Por qué lloran los trigos
lágrimas rojas?
Pero la amapola que da título a esta entrada no tiene nada que ver con los oleajes amarillos de nuestras mieses. Es la amapola que en los primeros días de abril aparece de milagro en las orillas de los caminos para dar su tembloroso color rojo a los yerbajos que las lluvias parieron en las cunetas. Es la amapola que, como la de la fotografía, alumbra la soledad del prado, junto con otras flores amarillas. Una gota de sangre sobre un vestido de oro y esmeralda.
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