jueves, 30 de septiembre de 2010

PROSAS DE ANTAÑO

Cabeza de Tortilla

Ahora que se va septiembre y con él tantas cosas que son ya pasado, quiero recuperar prosas que tienen que ver con aquel tiempo dorado de la Arcadia perdida. Empiezo con una historia, parte de la cual me contó mi hermano mayor cuando yo estaba convaleciente de una enfermedad que me rompió un verano por la mitad.



1. Era una vez Cabeza de Tortilla

Era verano, y Berni y sus amigos se encontraban en el soto, en el lugar donde se refugiaban para escapar del calor sofocante de la época. Ocupaban un recodo de arena junto al río, ajeno a la vista de inoportunos y curiosos y estaba rodeado de altas matas de juncos. Era en suma fresco y agradable. Berni, ante la expectación de sus amigos, cogió con la mano un puñado de arena y lo dejó escurrir sobre la palma de la otra. Ese gesto tan esperado era el anuncio de una nueva historia.
--Era una vez Cabeza de Tortilla—empezó a decir.
--¿Quién es ese Cabeza de Tortilla? –preguntó Chago, que siempre era el que más preguntaba, conociera o no las respuestas, pues era un preguntón compulsivo.
--El protagonista del cuento, ¿quién va a ser? Todos los cuentos tienen un protagonista, ¿no? –Y añadió:--Cabeza de Tortilla era un ser especial que tenía el cuerpo formado de gelatina y la cabeza de tortilla.
--¿Qué es la gelatina? –preguntó Chago.
--Pues la gelatina es... Por cierto, ¿sabéis cuál es el cuento de la gelatina?
Nadie pestañeó.
--Esto era una escuela con alumnos y maestro, pizarra, tinta y cuadernos, ya sabéis. Y un día el maestro le preguntó a uno de sus alumnos: A ver tú, ¿sabes qué es la “Y” griega? Y el alumno le contestó: No, pero sé lo que es la “G” latina. ¿Lo cogéis? “G” latina, en una palabra “Gelatina”. Y volviendo a tu pregunta, la gelatina es...
--Ya sabemos todos lo que es la gelatina—dijo Merlo impaciente--, menos éste, que no sabe lo que es hacer una O con un canuto.
--¿Y qué es un canuto?—volvió a preguntar Chago.
--Anda, cállate de una vez y deja que Berni nos cuente el cuento de Cabeza de Tortilla, coño
--¡Eso!—dijeron todos los demás--. Cállate de una vez y, si no, te vas. Sigue, Berni.
--Pues un día llegó Cabeza de Tortilla a un pueblo de pobres y vagabundos para darles de comer. --¿Con qué? –preguntó Chago..
--¿Con qué iba a ser? –preguntó Merlo-- . Con su cabeza de tortilla, ¿verdad, Berni?
--Eso es, muy bien—respondió éste--. Con su suculenta cabeza de tortilla.
--Pero, Berni—volvió a interrumpir el preguntón compulsivo--, si Cabeza de Tortilla daba de comer su cabeza de tortilla, ¿con qué iba a pensar después?
--Cabeza de Tortilla no venía a este pueblo para pensar, sino para alimentar a los pobres que no tenían nada que llevarse a la boca, ¿vale? Y ahora, si me dejas, acabaré el cuento.
--De eso no te preocupes –dijo Merlo--, que de éste me encargo yo.
Y le tapó la boca con la mano.
--Pues cuando Cabeza de Tortilla –continuó contando Berni-- después de llegar al pueblo, se disponía a bajar la cuesta del río para encaminarse hacia la choza de los indigentes para satisfacer su hambre, una bandada de gorriones, que siempre tienen hambre y nunca se cansan de comer, volando desde la arboleda vecina con dirección a Cabeza de Tortilla, se abalanzaron contra él sin darle tiempo a escapar, y en menos que canta un gallo dieron buena cuenta de su cabeza de tortilla.
El de la boca tapada se rebulló con ganas de decir algo, pero su situación no se lo permitía. Berni, suponiendo su pregunta, dijo:
--Y que no piense nadie que Cabeza de Tortilla se murió porque no fue así.
Todos negaron con la cabeza seguros de que Berni tenía una explicación para aquella extraña circunstancia. En efecto, añadió:
--Habéis de saber que en cuanto el cuerpo de gelatina de Cabeza de Tortilla se quedó sin su cabeza de tortilla, se vino abajo y formó un charco en el suelo. Ya sé que os estáis preguntando más de uno: “Qué hicieron entonces los gorriones?”.
Todos asintieron con la cabeza.
--Los gorriones se quedaron estupefactos ante el charco de gelatina y en vez de salir volando se arrojaron sobre él dispuestos a bebérselo del todo. Y eso fue precisamente la perdición de los gorriones.
Chago, con la boca tapada, se iba poniendo rojo.
--Déjale que respire; si no, se va a ahogar—le pidió Berni a Merlo.
--Si promete no abrir el pico, lo dejo—dijo éste.
El otro asintió con la cabeza. Berni añadió:
--Pues, como os decía, los gorriones no se fueron. Insaciables y no contentos con haberse comido la cabeza de tortilla de Cabeza de Tortilla, se echaron sobre su cuerpo de gelatina, que había formado un charco en el suelo, y en un santiamén, se lo bebieron.
Se tomó un respiro para cambiar el tono de voz y dijo:
--No habían hecho más que acabar con la última gota de gelatina, cuando sus emplumados cuerpos empezaron a desplumarse a la vez que se hinchaban y se hinchaban como globos, que a los pocos segundos empezaron a elevarse por el aire.
Todos empezaron a reír.
--Pero eso no fue todo. Pues, una vez en el cielo, el viento los arrastró hasta la orilla del río, justo donde se hallaba la choza de los pobres. Allí se quedaron un momento gravitando sobre el tejado de ramas para enseguida descender majestuosamente mientras se iban convirtiendo todos los globos en otros tantos Cabezas de Tortilla. Los necesitados abrieron la puerta de la choza y salieron a recibirlas y a comerlas mientras unas cuantas caían a tierra, las suficientes para saciar e hambre que tenían. Las demás se distribuyeron por otros pueblos para alimentar a las familias necesitadas. Y eso, amigos, en contra de todo lo previsto, convirtió a los gorriones, sin pretenderlo, en seres benignos y tan beneficiosos como los Cabezas de Tortilla. Esa es la enseñanza del cuento. No hay mal que por bien no venga.

sábado, 25 de septiembre de 2010

MEMORIAS DE UN JUBILADO

El día de la Merced


Ayer fue el día de la Merced, para mí de tanto significado sentimental. No sólo por estar relacionada esta festividad con mi querida Barcelona, que tanto me ha enseñado y donde he aprendido a ser mayor, con todo lo que esta palabra implica. El día de la Merced significa para mí el principio de mi vida como adulto. Un día de la Merced, hace ya cuaretnta y cinco años, conocí a la que sería mi compañera para toda la vida. Desde entonces no ha habido un solo día que no haya dado gracias por conocerla. En la vida diaria es todo para mí y un aliento insustituible para seguir adelante. Y no digo nada de su presencia en mis escritos y en la pintura, que es mi afición favorita. Le prometí que un día recordaría en algún sitio cómo la conocí, y nada mejor que este blog para hacerlo. Debo empezar que por entonces, aquellos años sesenta de la migración, yo estaba ya estudiando en la Universidad de Barcelona y tenía mi grupo de amigos y amigas que en tertulias, excursiones y paseos de exploración por la Barcelona de Picasso, Gaudí y el Barrio Gótico ampliábamos nuestros conocimientos de la ciudad y nuestra idea de la amistad. Entre estos amigos debo siempre destacar al pintor Albert Casals que fue mi primer cicerone de iniciación por el mundo del arte y mi compañero de salidas y aventuras por los alrededores de Barcelona, provistos de caballetes, lienzos y pinturas, en busca de un rincón típico o un paisaje digno de ser plasmado en nuestras telas. Nuestras conversaciones sobre poesía y pintura en su estudio de la calle del Remei, tan cercana a la mía del Olivo, en pleno Poble Sec, teniendo como fondo la música de los Beatles, fueron memorables tanto para él como para mí. Pues bien, en este estudio se le ocurrió a mi amigo celebrar un guateque con baile y cubatas aquel día de la Merced del año 65. Y tirando del hilo se llega al ovillo. A ese guateque asistieron su novia y una compañera de trabajo, la que sería la mía a partir de entonces. La fiesta mientras tanto desfilaba por las calles principales de Barcelona, con sus tambores, sus gigantes y sus carrozas llenas de jolgorio y colorido.

viernes, 24 de septiembre de 2010

LA POESÍA DE ESPRIU EN CASTELLANO

Concluimos la selección de poemas de Final del laberinto:








X


Desnuda luz de alba
me hacía la merced
de una ropa de plata.

Con sólo luz desnuda
se ha vestido el mendigo
y recorre los mares
de la niebla del alba.

¡Cómo el claro helor
se convertía en lanza!
Soy, por la herida,
de la voz que me busca.

Poco a poco el hielo
apacigua la caza.
Apaga con mi sangre
la sed y la mirada.




XI.
En la niebla del alba,
¿qué ves, cazador,
qué ves ahora:
hombre, ciervo, árbol?

Guarda tu dardo veloz,
deja la aguda lanza.
Penetrarás mejor en el secreto
de esta profunda vida clara,
tan solitaria,
si la hieres con hacha muy afilada.

Pero mírame antes,
más allá de la tranquila hora.
Adivina qué soy
a la orilla del agua.




XIII.
Aves del alba leve
bajan la mañana
de rama en rama.
Y en tierra, ya se va
la luz de la tarde poco a poco.



XVIII.
Mi miedo galopa a grupas de la noche.
Temblor de amanecida
me persigue en el sueño.

Tiempo de canción
quiere alta casa.
La construirá con sangre,
con muerte la corona.

Cansada despedida,
triste, solitario,
prolongado grito de adiós
más allá del agua.

El pobre amor de mi alma
dice el nombre de la nada
con odio de palabra.



XXII.
--Acuérdate de nosotros,
para siempre alejados de la luz de la barca,
privados del camino del mar y de las olas,
con la tierra esperábamos la extraña lluvia,
la sed pedía una limosna clara.
La lluvía venía y nos era contraria,
nos encerraba más allá de altas rejas de agua,
apaga el clamor de ya penadas sombras.
Pero nosotros llorábamos con tus ojos
y nos hacíamos raíz, la raíz más amarga
de este viejo dolor de lágrimas ocultas.
Dentro de ti lloramos, dentro de las palabras,
en cada una de tus palabras,
para que nos recuerdes todavía hoy.

--Mi extraño tiempo borraba el luto.
Muy lentamente cayó la losa:
ni con vuestro llanto podréis levantarla.

--¿Moríamos en ti o tú has muerto con nosotros?
¿Estás aquí también, ya canción acabada?
Si sentimos por ti cómo el toque se eleva,
¡qué oscuro han sonado las oscuras campanas!


XXIV.

Las campanas abrían

de madrugada

caminos en el mar.

Pero la fuerza

de la corriente del fondo

torcía la proa de la barca.

El viento se duerme

en sábanas de agua,

velas caídas alejan la playa.

Ya se apaga el toque
a través de la tarde,
se me cierran las puertas de la luz.




XXIX.
Ya salvado en la nieve
alta de la montaña,
en la más lejana cumbre
he dicho palabras blancas.

Con labios llenos de sangre
digo heladas palabras,
la clara soledad
de mi alma.

Me dicen largos adioses
ramas elevadas.
Sobre el último abeto,
primer dominio de alas.

Me siento despejado
de recuerdos y esperanzas.
Sólo canciones de nieve
me sirven de compaña.




XXX.
El aire fulgurante
enraizó en el llanto.
Alas de sangre
conducen a la luz.
De la luz a las tinieblas,
de la noche a la nieve,
sufrimiento, camino,
destino, palabras
por el agua, por el fuego,
por el viento y la tierra.

Salvo mi maligno
número en la unidad.
Más allá de contrarios
veo identidad.
Solo, sin mensaje,
liberado del peso
del tiempo, de esperanzas,
de muertos,
de recuerdos,
digo en el silencio
el nombre de la nada.

lunes, 20 de septiembre de 2010

GALERÍA PROPIA








He aquí cinco pinturas más de mi galería personal.


Ésta, inspirada en un famoso cuadro de Dalí y perteneciente al grupo de las Mujeres de espalda. Realizada al óleo en 1996.



Mujer peinándose, también del grupo anterior, pero realizada este mismo año de 2010 al óleo y toques de acrílico con rodillo.



En cambio, la presente está inspirada en un cuadro al pastel de Buigas, con la salvedad de que en en mi cuadro, la mujer está al revés, es decir, en la obra del pintor catalán la figura femenina mira a la izquierda. Data de 2004 y tiene añadidas a la técnica del óleo pinceladas de esmalte blanco.

Finalmente, se incluyen a continuación dos cuadros realizados en las dos semanas anteriores en la técnica del acrílico. El primero es, como puede verse, una versión de La italiana, de Modigliani.Y el segundo representa una de las múltiples estatuas femeninas que adornan los espléndidos jardines de El Pedregal, romántico lugar de Bellaterra. Ambos presentan, como puede apreciarse fácilmente, la particularidad de que han sido ejecutados sobre sendos puzzles




domingo, 19 de septiembre de 2010

DE VISTA, DE OÍDAS, DE LEÍDAS


Un recuerdo a José Antonio Labordeta


José Antonio Labordeta ha callado su voz y guardado su mochila a los 75 años después de sufrir los crueles bombardeos de un cáncer. Pero su figura polifacética (profesor, político, poeta, cantautor, peregrino de paisajes y costumbres por nuestra contradictoria piel de toro...) siempre quedará en nuestra memoria. Había nacido en Zaragoza y allí se licenció en Filosofía y letras. Luego fue profesor de Geografía e Historia y Arte en varios centros de enseñanza y cultivó la creación literaria, tanto la novela (Cada cual que aprenda su juego), como los libros de memorias (Con la voz a cuestas) o poemarios (Diario de náufrago). Sin embargo consiguió mayor fama como cantautor, destacando en álbumes como Cantar y callar, con el que se dio a conocer en 1974, Tiempo de espera o 30 canciones en la mochila. En sus canciones habla siempre de su querida tierra aragonesa y su Canto a la libertad es como el himno particular que dedicó a Aragón.

He aquí la letra (que sirva para recordar siempre a este hombre comprometido con la vida y con su tierra):


Habrá un día en que todos
al levantar la vista
veremos una tierra
que ponga libertad.

Hermano, aquí mi mano,
será tuya mi frente,
y tu gesto de siempre
caerá sin levantar
huracanes de miedo
ante la libertad.

Haremos el camino
en un mismo trazado,
uniendo nuestros hombros
para así levantar
a aquellos que cayeron
gritando libertad.

Habrá un día en que todos...

Sonarán las campanas
desde los campanarios
y los campos desiertos
volverán a granar
unas espigas altas
dispuestas para el pan.

Para un pan que en los siglos
nunca fue repartido
entre todos aquellos
que hicieron lo posible
por empujar la historia
hacia la libertad.
Habrá un día en que todos...

También será posible
que esa hermosa mañana
ni tú, ni yo, ni el otro
la lleguemos a ver;
pero habrá que empujarla
para que pueda ser.
Que sea como un viento
que arranque los matojos
surgiendo la verdad,
y limpie los caminos
de siglos de destrozos
contra la libertad.

Habrá un día en que todos
al levantar la vista
veremos una tierra
que ponga libertad.


sábado, 18 de septiembre de 2010

EL RELATO DEL MES

El sindedos


Muy pocos conocen el porqué de este apodo mío. Unos creen que me los serré en la carpintería, otros que la pólvora de los fuegos artificiales me los hizo saltar por los aires y no falta quien achaca su desaparición a un cerdo que me los comió en la cuna. La verdad es que los perdí en la guerra. Al día siguiente del asalto al Parlamento, se me ocurrió contar, alegre por el vino, lo que me había ocurrido muchos años atrás en la carretera vieja que conduce al cementerio. Los ojos de los asistentes brillaban por la incredulidad y uno no pudo contenerse; así que me dijo socarrón mientras golpeaba mi espalda: "Lo que pasa es que a ti te ha envalentonao lo de Tejero, macho."
Y aunque no me crea nadie, sigo contando lo que me ocurrió aquel día de julio de 1936 porque siento al hacerlo que me quito un gran peso de encima. En mi pueblo pasó lo mismo que en otras pueblos de España. Los que habíamos ido juntos a la escuela, los que juntos nos habíamos enamorado y los que juntos habíamos corrido aventuras sin fin en las eras del Roñoso o en el palomar de Justo, los que juntos nos habíamos convertido en hombres con nuestras propias familias y profesiones, de la noche a la mañana nos vimos alineados en bandos enemigos. Por tradición familiar yo me quedé en el grupo de los indefensos. Corrió la voz por el pueblo de que los otros, armados hasta los dientes, recorrían las calles y entraban en nuestras casas para darnos el paseo. La camioneta, el recorrido hasta la tapia del cementerio, la descarga de los fusiles y el luto atroz entre las familias. A unos les dio tiempo a huir hacia la sierra. Pero otros ni tiempo tuvimos para pensarlo. Estábamos casados y teníamos hijos. Y aquel día de julio dos vecinos que habían jugado conmigo de pequeños irrumpieron en casa y me sacaron a rastras a la calle en medio de los gritos de mi mujer y los llantos de mi hijita. Fuera aguardaba una camioneta con el motor en marcha. Subidos en la caja iban otros cinco hombres. No pude evitar mearme en los pantalones. Recuerdo muy bien sus caras, pálidas y contraídas por el pánico. Allí estaban Antonio el Serranillo, Pedro el Sordo, don Lucas el maestro y dos empleados de la granja de cerdos de las afueras. Como me quedé inmóvil y sin habla sobre los guijarros del suelo junto a la caja de la camioneta, uno de aquellos asesinos me golpeó con la culata del mosquetón en la espalda con tanta saña que me obligó a caer de rodillas sobre las piedras. El otro me ató con una cuerda las manos por delante y me ayudó a ponerme de pie. El primero le recriminó su actitud y le dijo: "No trates tan bien a quien vas matar." Y bajando la compuerta de la caja de la camioneta me obligó a reunirme con los demás condenados. Después volvió a subir la madera y la atrancó sin dejar de mirarme. Acto seguido los dos desalmados subieron a la cabina, y la camioneta reanudó la marcha. Los gritos y los llantos seguían saliendo de las casas vecinas al paso del vehículo y los dejamos de oír cuando las últimas casas del pueblo se perdieron en la distancia. Los primeros metros de la carretera vieja del cementerio empezaron a engullir las ruedas de la camioneta. Entonces cambié unas palabras con don Lucas el maestro, que, bajando la voz y con lágrimas en los ojos, me dijo. "Ya ves, hijo, ahora nos toca a nosotros". Intenté animarle y luego añadí con una decisión y una firmeza que no parecían mías que a mí no me iban a matar así como así. No parecía prestarme atención. Así que me refugié en mis pensamientos. Yo conocía palmo a palmo aquella carretera. Sabía que junto al barranco de las moras había una curva tan cerrada que la camioneta debía reducir mucho la marcha si no quería salirse de la carretera. Intenté volver a hablar con mis compañeros para revelarles lo de la curva, pero ninguno era capaz de estar por otra cosa que por la muerte inminente que les esperaba. Por el ventanuco de la cabina veía a los dos asesinos ir más pendientes de los baches de la descarnada carretera que de la suerte segura que íbamos a correr los de atrás. Unos cien metros nos separaban de esa curva. Una vez más les dije infructuosamente a aquellos hombres muertos de miedo que era preferible morir huyendo que caer como ovejas bajo los disparos de los mosquetones contra la tapia del cementerio. Bajaron los ojos para que no viera en ellos el terror que sentían o para que no me contagiaran con él. Gracias les doy ahora y desde aquí les mando un cariñoso recuerdo. Justo en ese momento empezó la camioneta a reducir la marcha. me despedí de don Lucas el maestro, que fue el único que alzó la mirada, una mirada arrasada en lágrimas, para corresponder a mi despedida. Recuerdo que me dijo entre sollozos que tuviera suerte y luego me pidió que rezara por ellos. Después todo transcurrió en pocos segundos. El barranco, las zarzas, el salto desde la caja de la camioneta... Lo primero que sentí fue un arañazo en la nariz y enseguida un dolor en las piernas al chocar contra el talud; después dejé que mi cuerpo rodara por la inercia durante unos metros, arrastrando en su caída trozos de zarzas y piedras, hasta que se detuvo en una especie de repisa que hacía el terreno. ¿Y el dolor? Ante el instinto perentorio de escapar de la muerte había desaparecido. Las púas de las zarzas, los salientes del áspero relieve, las piedras... Los pinchazos, los hematomas, las múltiples heridas, la sangre caliente chorreándome por todas partes... no eran nada frente al acabóse de la muerte. Con las manos atadas me limpié como pude la tierra y la sangre mezcladas que nublaban mis ojos para ver dónde estaba. Había allí un pequeño agujero, una hura de conejo tal vez, o de otra alimaña, y empecé, con la saña y la fuerza que da el instinto de supervivencia, a agrandar con los dedos aquella especie de madriguera. No sé cuánto tiempo estuve empleado a fondo en aquella operación, pero al fin logré ensanchar el agujero lo suficiente para acurrucarme en él. Temblaba de pies a cabeza, cuando escuché la descarga de los fusiles, apagada pero definida. me acordé de repente de don Lucas el maestro y de los pobres hombres que acababan de morir en las tapias del cementerio. No me había acordado, empeñado como estaba en mi salvación terrena, de rezar por ellos y su salvación eterna. Casi al instante caí en la cuenta de que yo todavía seguía en peligro. Ahora, al notar que les faltaba uno, volverían por mí. Temblé de nuevo como un junco a la orilla del río y volví a mojarme los pantalones. Empecé a rezar un padrenuestro, pero no era capaz de pasar de las primeras palabras. Entonces oí el ruido del motor de la camioneta acercarse. Enseguida escuché gritar mi nombre en lo alto del talud, al borde de la carretera. Blasfemias. Disparos. Silbidos de balas. Golpes de los proyectiles en las zarzas, en la tierra. Algunos chocaron a unos centímetros de donde yo estaba y arrancaron polvo rojo del suelo. Me acurruqué aún más y recé de un tirón la oración que mi madre me había enseñado de niño, aquella que comienza "Ángel de la guarda, dulce compañía, no me desampares, ni de noche ni de día..." Más disparos. Más blasfemias. Más gritos con mi nombre y la afrentosa mención de mi santa madre. Después el silencio. Después el ruido de la camioneta alejándose. Después, finalmente, otro silencio que jamás había oído. Fue entonces cuando respiré profundamente y descubrí lo de mis dedos. Eran de repente más cortos, y la sangre y la tierra se amontonaban en sus extremos, en los que habían sido sus falanges superiores en el brevísimo paréntesis entre la muerte y la vida. Lo que viví a partir de entonces y hasta mi regreso a casa, sólo lo saben dos personas: el pastor que me llevaba algunos trozos de pan y de queso a los zarzales y mi mujer. Porque mi hijita creyó que había muerto en las tapias del cementerio.
De nuevo he vuelto a sentir un gran alivio al contarlo. Pero siempre que vuelvo al pueblo y veo el paisaje del monte donde ocurrió todo, me siguen escociendo los muñones de los dedos.

jueves, 16 de septiembre de 2010

SALVADOR ESPRIU EN CASTELLANO

En 1955 publicó Espriu Final del laberinto, para mí uno de sus mejores libros de la primera época, con tonos parecidos a los expuestos en Les hores, poemario del que ya hice una selección en el blog, pero con preocupaciones angustiosas sobre el otro lado de la muerte y la muerte misma.


II.
He recorrido estancias de la casa
del hacha del relámpago.
Como no tenía ventanas
no podía saber.
Como no hay ninguna puerta
no podía escapar.
Más allá de los corredores sin luz
viene contra mí un terrible llanto,
un llanto elemental por altos prados,
por libres vientos y bosques y la noche
ancha y abierta bajo las estrellas.
En peligro de muerte, me siento muy hermano
del dolor que se acerca
tan enemigo y ciego.
Entonces, cuando la sangre
es esparcida con ira por la roja tiniebla,
me siento justificado, hombre entero.
Y dicen mis labios,
nacidos del coraje, de la pía sonrisa,
finalmente me abren
el único paso de salida,
unas pocas, claras, frágiles
palabras de canción.
IV.
Rebaño de estrellas,
rebaño del viento.
Y yo.
Y solamente un pastor.
Pero se van
con mucho sueño
al establo los bueyes
del alto manantial.
Conmigo se queda el viento.
Los dos venimos
siguiendo el paso
lento del sol
y su camino:
también queremos dormir.
VI.
Poco a poco bebes muerte:
la sed vuelve maligno al río.
No te mires en la corriente,
no te alejes del viento.
No te enamores de tu imagen
del fondo del agua.
Toda la tarde es riesgo,
viene el miedo al ocaso.
Al verte en el espejo,
pequeño amigo, tan frágil,
en la mirada del hielo
te has quedado para siempre.
no puedes huir ahora
y escuchas cómo se acercan,
saliendo del miedo del bosque,
lentos pasos de cazador.
VII.
La tarde llegará a ser,
ciervo, muerte escondida.
Oro, luz prisionera
en los palacios de la araña;
fulgor de sol poniente
teje poco a poco.
El cuerno del cazador
me busca por la larga
herida de la sed
en el espejo del agua.
¡Cólo los ojos de la noche
me cobijan, me conocen!
Muy lentamente el hielo
aleja las palabras.
VIII.
La vieja noche se pone
otra vez el abrigo.
Se lo abrocha
con una larga canción de grillos.
Enciende la farola
el hombre pequeño de la luna.
Arroja en pos de mí
calladas jaurías.
Todo el riesgo te escucha,
corazón palpitante.
Al acecho está el silencio
con sus largos colmillos.
Alto frío de estrellas
en el último hielo
de unos ojos cegados
se acaba de mirar.

domingo, 12 de septiembre de 2010

DE VISTA, DE OÍDAS, DE LEÍDAS

Luto en la gran pantalla




Hoy ha dicho adiós a su silla de director el cineasta francés Claude Chabrol, que había nacido en París ochenta años atrás. Chabrol es conocido universalmente como el Hitchcock francés (precisamente en la revista Cahiers du cinéma había publicado un ensayo sobre el director de Los pájaros titulado Hitchcock ante el mal y más tarde realizó en celuloide junto con Éric Rohomer una monografía sobre el director del suspenso cinematográfico). Se dio a conocer como director en 1958 con la película El bello Sergio y luego, recorriendo un camino de éxitos, dio a conocer títulos tan significativos como Landrú (1962), Las ciervas (1968), Pollo al vinagre (1984), Madame Bovary (1991), No va más (1997) o Borrachera de poder (2006), entre un número caudaloso de buenas cintas. Su filmografía se basa en esta frase suya: "Defiendo las tramas simples con personajes complicados." Para Chabrol la construcción de sus películas (el ritmo, la conexión entre las escenas, etcétera) es más importante que la propia intriga. Los personajes y la intriga sólo existen para crear el interés en el espectador.

sábado, 11 de septiembre de 2010

POEMAS DE LA MAR MENUDA

LA BAÑERA DE LES DONES



Entre las velas de piedra,
Pirámides de roca que desafían el mar,
Lisa y pacífica,
Como la mano sin arrugas de una niña,
Se tiende la Bañera de las Donas.
Es un poco de mar domesticado
Donde en verano se bañan los pequeños
Con la tranquilidad que ofrece una piscina.
Ahora su transparencia, su paz augusta
Invita a entrar en ella
Y dar unas brazadas hacia el cielo.
Pero el temblor oscuro de la tarde
Bajo las primeras gotas de la lluvia
Disuaden al nostálgico indeciso.



OTRAS VECES




Otras veces, tendidos en la arena,
Oíamos a la espuma sisear a nuestros pies.
Era entonces verano, y las caricias
Del sol enardecían nuestros cuerpos.
Ahora es diferente, ahora las olas, solas
Bajo el frescor repentino de septiembre,
Se empujan las unas a las otras hacia la arena
En busca de alguna cálida caricia
Mientras la espuma exige más silencio.
Nosotros, mientras dejamos la cala
En nuestro paseo diario
Envueltos por un silencio gris,
Descubrimos una cinta de tímida luz en el horizonte:
Un poco de esperanza en medio de tanta soledad.




NUESTRO NIETO



Aquí trajimos a nuestro nieto un día de primavera
A que sus deditos jugaran con la arena
Y sus ojos se llenaran de la luz azul del cielo
Y de la esmeralda del mar.
Aquí, en la Mar Menuda,
Escuchó por primera vez el grito de las gaviotas
Y descubrió en la arena su indescifrable escritura,
Cerca de donde la espuma no cesa de pedir silencio
Antes de desaparecer en la orilla.
Desde entonces la Mar Menuda es otra,
Y nuestro nieto otro, y nosotros más amigos
De este trozo de belleza antiguo, impoluto,
Donde el mar y la tierra se abrazan
Se separan a cada instante.

jueves, 9 de septiembre de 2010

GALERÍA PROPIA


Continúo con mi galería propia, y hoy traigo al blog unas muestras pertenecientes a diversas épocas con una nota común, la figura femenina.

Este cuadro está inspirado en las vidrieras modernistas del Museo Can Artadó de cercanyola del Vallés y representa a una dama subida a un columpio. Está realizado al óleo y data de este mismo año de 2010.






El segundo cuadro es casi una copia servil de otro muy parecido de Zuloaga, y el hecho de que eligiera éste concretamente se debe a que mi mujer me recomendó un día del año 2006 que intentara pintar de una manera más suelta, con apenas detalle de línea y más por medio de manchas. Y éste es el resultado, que, aunque no he vuelto mucho a esa forma de pintar, no me desagrada.




Como puede comprobarse, el presente cuadro es una versión de una obra conocidísima de Picasso, de la época azul, que yo he admirado desde siempre y que para adornar una de las paredes de la buhardilla realicé en 2007. La particularidad que tiene este cuadro mío es el abanico que sostiene la mujer con su mano derecha, abanico que no existe en el cuadro del pintor universal.



El origen de este cuadro hay que buscarlo en la admiración que siento por Buigas, pintor de Cerdanyola del Vallés que pinta soberbios cuadros con motivos femeninos al pastel, una de las más difíciles técnicas pictóricas de todos los tiempos. También la insistencia de mi mujer hizo que copiara al óleo varios cuadros de Buigas para adornar algunos rincones estratégicos de mi casa de Cerdanyola, como mostraré en otra ocasión. Por esta valga la figura que represento aquí, pintada en 2008.


El último cuadro de hoy representa una mujer joven de espaldas (se da la circunstancia de que es en esta posición como más me gusta ver y representar la fiura femenina) que descubrí copiada en un cartel un día caminando por una calle singular de Tossa. Me gustó y le hice una fotografía, a partir de la cual realicé el cuadro que veis durante el verano de 2009.
Que aproveche.

domingo, 5 de septiembre de 2010

POEMAS DE LA MAR MENUDA

LITURGIA EN LA PLAYA


El mar sigue rezando sus misterios
Mientras el cura habla de Dios sobre la arena.
Los feligreses acarician
El presente soñador,
La brisa matutina que los confirma vivos
Y el perfume sereno de las barcas
Que acostadas de lado les sirven de asiento.

Cada uno a lo suyo:
El sacerdote a la liturgia del cielo
Y el feligrés sintiéndose de pies sobre la tierra.

Y cuando acabe la voz de los altares,
El mar seguirá hablando,
Recitando las coplas de Manrique,
Los feligreses se irán a tomar el vermú
De los días vestidos de esperanza
Y las barcas, tendidas en la arena,
Soñarán otra vez en periplos,
En velas y pescas abundantes.



EL CORMORÁN



El cormorán ha vuelto.
Ha volado a ras del agua hasta la isla
Y desde allí se ha puesto a mirar a la cala.
Luego se ha zambullido un par de veces
Y después ha desaparecido.
Esta vez creo que hasta el año próximo.
El cormorán, su cuello largo y su plumaje negro,
Ha sido siempre un sello de identidad
Para la Mar Menuda.
Sin él, ya no sería igual el mar ni las rocas de la isla.
Le digo adiós, hasta el año que viene,
Bajo una lluvia bella que dispone
Esta visión como una foto de recuerdo.
El mar, la mar, la roca del cormorán,
Y la Mar Menuda quieta
En esta efímera estampa de septiembre.


EL VIEJO PESCADOR




A veces baja el viejo pescador
Hasta este refugio donde estoy ahora,
Se sienta en esta misma barca
Y se pone a oír al mar,
Su viejo compañero.

A veces baja solo
Con sus pequeños pasos y su asma.
Otras veces lo acompaña su nieta,
Una niña que guarda en su mirada
La dulce luz del mar.

Y mientras la niña juega,
El viejo pescador medita triste
En los días en que el mar era suyo
Bajo la quilla de su barca “Antonia”
Y acariciaba trozos de eternidad.

Ahora el viejo pescador es viejo,
Demasiado viejo para hacerse a la mar,
Y sólo piensa cuando baja solo
A este mismo refugio donde estoy
Que tuvo un día a Dios por compañero.

sábado, 4 de septiembre de 2010

POEMAS DE LA MAR MENUDA

LAS BOYAS




Las boyas ya no prestan su servicio
En el vacío de la Mar Menuda:
Flotan como objetos inútiles
Marcando
Imposibles caminos, límites inexistentes
Que ya nadie respeta.
Ya ningún yate de fiesta fondea en la bahía
Más allá de la línea de boyas,
Ni abandonan la orilla los patines
Por la calle de boyas que en verano
Partían y venían luciendo sus colores
Y asustando a los bañistas.
Ahora los rojos y amarillos de las boyas
Cabecean su melancolía
Sobre el plomo oscuro de las aguas.



PANDORA




Pandora estuvo aquí
Respirando la luz que ahora me baña,
En esta mano abierta al mar callado
Junto a la Isla donde sueñan altas
Y mágicas historias las gaviotas.

Aquí estuvo la diosa que en el mundo,
La carne y el demonio se llamó Ava
Y que arriba en la Vila tiene un nido
Donde vive hecha bronce,
Sujeta al gran pecado del silencio.

Ava Gardner, Pandora,
Nostálgico silencio de metal
Que mira eterno
A este rincón bendito, Mar Menuda,
Que la llama con gritos de gaviota.


EL CHIRINGUITO


Puede que yo sea uno de los últimos clientes
Del chiringuito.
El camarero mira al cielo de nubarrones
Con ojos atemorizados
Y al camino de la playa con la esperanza
De que se acerquen algún cliente más.
La espuma de la cerveza me sabe a despedida
Mientras veo a la espuma de las olas
Retirarse mar adentro.
Ningún cliente más llega hasta aquí.
Bebo a desgana la cerveza
Y luego, las piernas frías, pago y dejo
El chiringuito oscuro
Camino de la noche prematura
Mientras oigo decir a mis espaldas
Al camarero: “Adiós, verano, adiós.”
Se encienden las farolas del paseo
Mientras una gaviota en algún sitio
Lanza al aire un grito de nostalgia.

viernes, 3 de septiembre de 2010

POEMAS DE LA MAR MENUDA



FANTASÍA






Tossa entra en el mar como un reptil hermoso.
La cabeza, torres y murallas
De silente luz (la Vila Vella).
El cuello, la cresta del Codolar
Y el brillo sedoso de la playa
Donde la ría muere
Sin una queja al pie del Torreón.
Y el cuerpo, blancos hoteles inundados
De sones de campanas
Coronados de pinos y la Torre
De los Moros oteando
Los mares del pasado y del presente.



LA JOVEN BAÑISTA




Con los pechos turgentes al aire,
La joven bañista juega con las olas.
No hay nadie más bañándose.
Ella es la sirena de la cala
Bajo las nubes negras
Y la amenaza inminente de la lluvia.
Su carne sonrosada
Se desmarca del acero del mar.
Si el sol saliera ahora
Estallaría la luz sobre la piel
De la joven sirena.
Es septiembre y todo sabe ya a despedida.
Y sin embargo,
La visión de esta joven
Emergiendo del agua con sus pechos al aire,
Turgentes, poderosos,
Es la estampa vital de la irrenunciable esperanza.



LA ESCRITURA DE LAS GAVIOTAS


¿Qué escriben las gaviotas
En la página humilde de la playa?
¿Qué lenguaje críptico de qué exótico
País trazan constantes en la arena
Para que yo lo descifre en mi paseo
Recién amanecido el siglo veintiuno
Aureolado de augurios y presagios?

Son signos angulosos,
Ondulantes y mágicos
Como los de aquellos himnos santos
Que cantaban la gloria de altos dioses
Y amores de mil héroes.

Las gaviotas comprenden
Las risas de las brisas
Y los alaridos de las tormentas.
Sus plumas y sus vuelos
Están impregnados de cantos de sirenas
Y llantos de naufragios.

Y escriben sus poemas en la playa
Sin que nadie los entiendan.

jueves, 2 de septiembre de 2010

POEMAS DE LA MAR MENUDA

En septiembre




Ya está aquí un nuevo septiembre y en Tossa de Mar se percibe su presencia de un modo más rotundo, más desolador. El verano se bate en retirada y los turistas y los establecimientos ligados a ellos se van yendo y cerrando paulatinamente. El mar y los rincones más emblemáticos arrimados a él muestran poco a poco su soledad y silencio. A mí eso me gusta y me relaja. Fruto de esta nueva sensación son los poemas que siguen y que yo titulo de la Mar Menuda porque ha sido en este lugar incomparable de Tossa donde los he rumiado.





LA MAR MENUDA




Una lengua de arena
Le habla siempre al mar de altas gaviotas
Que vienen a escribir sobre sus páginas
Leyendas de mil vientos.
De barcas jubiladas que algún día
Faenaron por ahí
Entre el gris horizonte
Y esas nubes negras que amenazan
Nuevamente las lluvias.

Dos velas de piedra
Resguardan una balsa cristalina
Que llaman la Bañera de las Donas
La gente del lugar. Aquí los niños
Encuentran en verano la quietud
Que no les da el bravío mar abierto.
Ahora brillos de acero
Le dan los nubarrones que amenazan.

Este trozo de frágiles bellezas
Se llama Mar Menuda
Y en septiembre se encoge en un silencio
De plomo que amordaza las palabras.
Sólo sigue quieto, desafiante,
Hablando a los vientos de este sitio
El pino encaramado de una de las velas de piedra.




ESTE ES EL MAR





Este es el mar que siempre me ha matado
Y me ha resucitado tantas veces,
Distinto en su igualdad
Y el mismo en su diferencia,
Sumiso a las espuelas de los barcos
Y rebelde contra las rocas.

Algunas de estas olas
Empujaron un día la embarcación de Ulises
Cuando a la vuelta de la guerra de Troya
Añoraba los aromas de su casa de Ítaca.
Algunas de estas olas
Arrimaron a la playa a Venus,
La diosa del amor que había nacido,
Ante el asombro de céfiros y dioses,
De la espuma.

A este mar que acoge
Tanto a la libertad como al amor
Le emplazo a que un día,
Cuando me llegue la hora de zarpar,
Recoja mi silencio
Y siembre mis palabras en las olas.



LA TRINIDAD





La Trinidad es una barca que un día navegó
Y fue sobre esa piel del mar la espuela
Que lo mantuvo a raya y le robó
Lo mejor de sus frutos.
Un día tuvo a bordo un pescador,
Una historia de redes remendadas
Y una historia de amor que nadie olvida.

La Trinidad ahora duerme aquí,
De lado, en un recodo de la cala,
Soñado en su otra vida de palangre,
De escamas y desvelos.
Soñando en redes vivas
Y en aquel pescador
Que le robó al mar a lomos de ella
Sus frutos plateados, y a la tierra
La luz de un corazón enamorado.