sábado, 31 de marzo de 2007

Carta abierta a Borges

Escribo versos o líneas que son sangre
del sentimiento (queda fino)
sobre el hecho de vivir tan sólo.
Y no hablo de vivir de un modo u otro,
con arreglo a la estética o la ética.
Sólo digo vivir, y ya es bastante.

Le puedo decir: Veo en el velo
del cielo el vuelo gris de las gaviotas
y en el asfalto el rodar mudo de un coche.
De vez en cuando pasa un hombre solo,
una mujer sola (y van mirando
sus huellas en la arena), varios chicos
persiguen con la vista una cometa
que se les ha escapado de las manos
(la playa es una escena que no para).

En los versos que trazo, como surcos,
no ondean las banderas, sólo el hecho
posible de que un día la semilla
consiga echar al aire su promesa.
No quiero hablar de tumbas,
ni de bellos sepulcros donde un día
descansaremos del miedo y la esperanza.
Me importa este lugar de aquí y de ahora,
un día o una tarde
de la recién inaugurada primavera,
en un pueblo de mar, vivo y con vino
esperando endulzar cientos de labios.

Por eso hablo de manos que sostienen
un vaso, un libro, un pájaro...;
de senos, de miradas, de perfumes
que limpiamente alzan el poema
del día desde el alba hasta la noche,
entre arenas mojadas, labios rojos
de tanto besar, ojos que persiguen
cometas que se escapan, faldas vivas
al alcance instantáneo del amor.

Buenos Aires, lo sé, es un fulgor,
un fervor en el alma. Pero todas,
cualesquiera ciudades pueden ser
aljibes de pasión, pozos de sueño
para quien nace, vive, ama y muere en ellas.
Zamora para mí tiene ese aire
que necesita el árbol de mi vida
para mover sus ramas. Puertollano,
la luz que el hombre que me lleva
necesita en su sombra de casado.
Y Barcelona...
Dejemos ahora nombres: todas tienen
espejos en sus calles donde vemos
reflejadas, desnudas, nuestras almas.
Ya lo dijo usted bien, que toda calle
es como un candelabro donde ardemos
como velas aisladas.
En ese aislamiento está el milagro.
Buscamos tardes, calles vanamente
y están ante nosotros
las tardes y las calles que nos salvan.
Con nosotros caminan:
las estatuas, los árboles, las voces,
las glorias de las luces son latidos,
palabras que decimos y cantamos.

No hay que ir hacia el puerto
en latitudes lejanas,
luchar contra las olas mar abajo,
temiendo que la quilla no resista
tanto envite de mar y tanto miedo.
Sentados en el bar, frente a la playa,
o amando entre las sábanas, nos vienen
al encuentro los puertos, las arenas,
la espuma y la alta dicha.
Yo le digo con el alma en la mano
que lo único que el hombre necesita
es no olvidar los ases de su infancia,
la sabia mitología casera.
Un patio y unos tiestos,
una noche con luna como una ancha
sonrisa, un gato amigo,
la aventura en el soto y la llamada
de la madre a cenar puede traernos
la eternidad un rato a nuestras vidas.
Sin grandes cosas ni inscripciones
sepulcrales, la existencia
puede ser venturosa, aunque en paréntesis
brevísimos, muy breves.

Buscar rosas lejas, imposibles,
no lo aconsejo a nadie.
Hay pétalos de seda en los jardines
de todas las mañanas. Primavera
es dama milagrosa y multiplica
las rosas en las tapias. Estar vivo
es darse cuenta de eso, de que todo
es sencillo si el corazón lo quiere
y se da a los demás como una abrazo
o un barrio que se abre a la añoranza..

La luz jamás desciende, siempre sube,
mana clara y amiga de las cosas,
de los muebles, los libros, el espejo,
y lo besa y lo salva todo, menos
la envidia del reloj y su intolerancia
frente a los labios del alma y su alto sexo.
Y hasta aquella habitación de la niñez,
vacía y ahora llena de temores,
se ilumina de pronto con la luz
de esta tarde azul de primavera
en que avanzamos a tientas hechos hombres
pero sin olvidar jamás nuestras raíces.

De nada sirve hablar de la ceniza
y de la patria ahora (ya se encargan
de prenderle fuego algunos desde el alto
atril de las tribunas), ni del odio
que en píldoras un prójimo a otro prójimo
regala sin dorar. Sigamos, fieles,
la voz del río firme que en nosotros
recorre la meseta sin paréntesis
reflejando arboledas y regando
sedientas sementeras. Primavera
es justa pedagoga sin castigos
ni premios. Muestra, exacta,
la entrega de la luz y de las cosas,
de la humilde semilla que algún día
podría ser el pan en nuestra mesa.

Acierta cuando dice Buenos Aires
de ayer es su futuro y su presente.
Esa es la bandera, la lección
que mueve el corazón de los mortales.
Cada uno se mueve con su luz,
con la luz que le alumbra desde niño.
La infamia de la muerte, la inscripción,
los mármoles y el filo del ciprés
serán tal vez historia un día, luego,
pero sin duda en labios de otros. Hoy,
un día de primavera, cuenta
solamente esta voz que mana libre
de no sé cuál persona de las mías
para gritar la vida en una carta
que me atrevo a mandarle
con todos mis respetos. Suyo, un hombre
del siglo veintiuno, siempre niño.