Recuerdo que mi madre solía poner las fuentes de las pastas bajo el baúl de la sala en espera de las ocasiones para degustarlos. Una de esas ocasiones era la del Martes Santo por la noche, momento en que la procesión del Jesús Nazareno y la Virgen de la Esperanza cruzaba el Puente. Entonces se reflejaba en el río un mundo de luces misteriosas que portaban por un lado los cofrades y por otro los faroles de los pasos de la Virgen y el Nazareno.
La procesión se detenía en el cruce frente a la plazuela unos minutos para despedirse los hermanos de ambas cofradías con sus respectivos pasos: Jesús seguía su camino hacia la iglesia de San Frontis y la Esperanza hacia la iglesia del barrio. Y cuando el silencio ocupaba el sitio que habían tenido las cornetas y los tambores de la Cruz Roja, y los templos con sus sendas imágenes habían cerrado sus puertas, aparecía en casa Demetrio, el amigo de mi padre, vestido con su hábito de cofrade de Jesús Nazareno y la caperuza doblada en un brazo. Era el momento de tomar una aceitada acompañada con un vasito de anís. La reunión duraba hasta que Demetrio decía que era tarde y tenía que irse a casa, en Pinilla, donde le esperaba su familia para tomar otra copa y otro dulce, como era costumbre. " (Perros y gatos, páginas 107 y siguientes)
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