martes, 30 de julio de 2019

MEMORIAS DE UN JUBILADO. EL NIÑO QUE ESCRIBÍA CUENTOS DE MIEDO 1

                                                                                                       Para mis nietos Xavi y Martí


Capítulo I. Xavi decide ir a explorar la casa embrujada

Xavi es un niño de diez años que vive en Cerdanyola del Vallés. Tiene mucha imaginación y le gusta leer historias de miedo y escuchar las que le cuenta su abuelo.
Un día que acababa de terminar de leer una de estas historias, le entraron ganas de escribir la primera historia de miedo de su vida, semejante a la de su lectura. La acción pasaba en una casa embrujada donde ocurrían fenómenos extraños que asustaban mucho a la gente que se acercaba a ella. De día brotaban de sus paredes cantos de pájaros desconocidos, y de noche alguien gritaba en su interior pidiendo socorro.
La casa, que se abría diciendo la palabra mágica “Diáspora” y se cerraba pronunciando “Trapabajo”, temblaba cuando el viento soplaba fuerte y se encogía cuando llovía más de la cuenta. Los calores del verano hacían que la casa volviera a su tamaño habitual y a recuperar su equilibrio. La vivienda se componía de un salón lleno de armaduras oxidadas y tapices antiguos, y una habitación que contaba con un viejo armario de madera oscura. Nada más.
En cuanto a los personajes de la historia, eran principalmente dos: uno, el dueño de la casa, un ser misterioso que dormía en un armario, de pie, como las capas que había colgadas en el mueble. Y el segundo personaje era el propio Xavi, que empezó a actuar cuando decidió ir a la casa embrujada para averiguar el origen de los cantos de pájaros desconocidos y los gritos de socorro.
Xavi, que, además de imaginativo, es muy valiente, preparó una mochila con todo lo que necesitaba para sus exploraciones y se dirigió al lugar donde se encontraba la casa. El edificio estaba al lado de un bosque, cerca de un río, y un silencio extraño se extendía sobre ella. Era por la tarde y aún quedaba bastante luz de día cuando Xavi llegó a los árboles que acompañaban a la casa.
Nadie habría dicho que aquella construcción estaba embrujada. Pero cuando Xavi llegó junto a la puerta, empezaron a oírse los cantos de los pájaros. Lejos de asustarse, el niño valiente pronunció la palabra mágica, “Diáspora”, y la puerta se abrió, a la vez que cesaban los cantos de los pájaros.




Capítulo II. Las primeras sorpresas

Xavi, en cuanto hubo terminado de escribir el Capítulo I, lo repasó muy bien para que no hubiera ninguna falta de ortografía y estuviera contado como a él le gustaba. Y como todo estaba bien escrito, se puso a planear lo que sucedería nada más pisar el umbral de la casa embrujada. Evitó pronunciar la palabra “Trapabajo”, para que la puerta permaneciera abierta, y dio dos pasos hacia delante. Y como el vestíbulo estaba oscuro y no veía nada, el niño valiente sacó de su mochila la linterna y empezó a enfocar las cosas que allí había mientras seguía caminando. Al enfocar el cono de luz sobre una armadura, le pareció que alguien estaba escondido dentro de ella. Su primera reacción fue dar media vuelta y salir corriendo de la casa. Pero cuando se está escribiendo una historia inventada, el que escribe es más valiente que en la realidad.
Así que Xavi siguió alumbrando los tapices que colgaban de las paredes, todas llenas de máscaras guerreras, algunas de las cuales mostraban rara ferocidad. Por lo que el niño prefirió seguir enfocando armaduras viejas y oxidadas que, como incansables y fieles centinelas, parecían estar vigilando que ningún intruso molestara la paz de la casa.
De pronto, cuando ya parecía que el niño se estaba acostumbrando al ambiente y al silencio de la casa, afuera empezó a llover y a soplar el viento en los árboles del costado del edificio. Y antes de que Xavi se diera cuenta de que el temporal aumentaba, las paredes del salón empezaron a temblar y los tapices que colgaban de ellas. Las máscaras, con el movimiento, adquirían gestos y muecas terroríficas que a otro niño habrían espantado y obligado a dejar para otro momento mejor explorar el resto de la casa.

Pero Xavi, el niño valiente, estaba decidido a descubrir los misterios que encerraba la vieja casa y siguió su camino hasta una habitación donde sólo había un armario de madera oscura. Nada más. Picado por la curiosidad, se dirigió hacia el mueble para abrirlo y examinar su contenido. Y mientras que con una mano aguantaba la linterna, con la otra empuñó el pomo de la puerta del armario y lentamente empezó a tirar de él. Entonces una voz suave y delicada sonó dentro:
--Es mejor que no abras, niño atrevido.
Lejos de acobardarse, Xavi respondió con un tono parecido al anterior, como burlándose de la voz:
--Si he llegado hasta aquí es para adivinar qué misterios encierra esta casa. ¿Eres tú, voz de niña, de muñeca o de lo que sea, uno de esos misterios?



Capítulo III. El ser misterioso del armario

Xavi levantó el lápiz de la hoja donde estaba escribiendo para ver entrar a su hermano pequeño Martí, que enseguida le preguntó qué estaba haciendo.
--Estoy escribiendo una historia de miedo.
--No me gustan las historias de miedo.
--Ésta te gustará porque pienso sacarte en ella.
Martí, sorprendido:
--¿Y qué haré?
--Me ayudarás a descubrir el misterio que hay en el armario.
--¿Qué armario?
--Uno que hay en la casa embrujada que estoy explorando—contestó Xavi--. ¿Y sabes qué pasó al irlo a abrir? Que de repente sonó una voz ronca de vieja.
Martí dio un respingo.
--¿Una voz ronca de vieja? ¡Qué miedo! Y tú qué hiciste? Saldrías corriendo, ¿no?
--Todo lo contrario. Me quedé allí para averiguar de quién era aquella voz.
--Ya me lo contarás. Ahora me voy a jugar con los coches.
--¿No quieres que te avise cuando salgas en la historia?
--Bueno.
Y Martí salió como había entrado. Xavi volvió la mirada a la hoja donde escribía y puso al lado del Capítulo III: “El ser misterioso del armario”. Y en la línea siguiente empezó a escribir.


“Cuando el ser misterioso del armario oyó lo que había respondido Xavi a sus palabras, empujó de golpe la puerta, tirando al niño al suelo. La linterna rodó por el polvo de las baldosas haciendo bailar el cono de luz por la oscuridad de la habitación.
El niño vio desde el suelo, iluminados por la linterna, los extremos de unos tentáculos de pulpo gigante terminados en unos pies desnudos, grandes y deformes, mientras una voz, ahora ronca y muy desagradable, le decía:
--Deberías hacer más caso a los buenos consejos. Ahora vas a pagar los resultados de tu imprudencia.
Xavi, sin hacer mucho caso de sus palabras, se levantó rápidamente y recogió del suelo la linterna. Enfocó con ella el resto del ser del armario y lo que vio no le hizo ninguna gracia. Era una especie de pulpo gigante que tenía por cabeza una calavera monda y lironda; por las cuencas de los ojos salía una luz verdosa y por los agujeros de la nariz un líquido grueso, a modo de moco, iba bajando hasta la mandíbula superior y se colaba entre los pocos dientes que permanecían enganchados a ella; mientras que la lengua parecía un oscuro badajo dentro de su campana. El resto del cuerpo eran los tentáculos de pulpo que hacían de manos y pies, unas y otros provistos de dedos como morcillas y uñas negras y largas como mejillones.
Al verlo, Xavi dio dos pasos hacia atrás.
--¿Ahora te vas a asustar?—dijo el monstruo avanzando hacia él--. ¿Ahora que te iba a contar quién soy y qué hago en esta casa?
Xavi se rehízo.
--¿Va a durar mucho tu relato?
--Lo que haga falta. No haber venido a molestarme y a arrancarme de mi sueño de temporada.
--¿Es que duermes por tiempos?
--¡No te burles!—chilló el monstruo con voz atronadora mientras daba una patada contra el suelo con uno de sus deformes pies y hacía temblar la habitación como una hoja sacudida por el huracán.
Xavi salió rodando hacia el comedor hasta chocar con una de las armaduras oxidadas que, con el golpe, cayó deshecha a su lado; el casco golpeó su propia cabeza. Volvió a perder la linterna, que se quedó alumbrando los pies deformes del monstruo caminando hacia donde estaba él.
--Lo siento, niño valiente. No volveré a espantarte. Y en compensación por el susto que te has llevado, te regalo el casco de armadura que tienes junto a la cabeza. Hay una sorpresa dentro. ¿Quieres ver lo que es?
Xavi, sin decir nada, se levantó para recoger la linterna. Luego volvió a donde estaba el casco de la armadura y, tras cogerlo con la otra mano y oír algo rodar dentro, enfocó con la linterna la extraordinaria cabeza del durmiente del armario. La luz verdosa de las cuencas de los ojos de su calavera brilló extrañamente antes de recorrer de arriba abajo el cuerpo del niño; enseguida la luz de los ojos aflojó su intensidad y el oscuro badajo de la lengua se movió para decir con voz tranquilizadora:
--Entonces ¿qué dices?
--¿Podemos sentarnos en algún sitio?—preguntó a su vez Xavi.
--Además de valiente, eres un niño algo burlón, ¿eh? Pero me caes bien. El único sitio donde podemos estar algo más cómodos es dentro de mi armario. Alucinarás cuando lo veas.”


Capítulo IV. Más sorpresas

En la realidad, Xavi no era tan valiente como cuando escribía, aunque a veces volvía con Martí solo desde el colegio hasta la plaza cercana de su casa, donde les esperaba su padre. Pensaba eso mientras dejaba descansar un rato a su cuento de miedo para dedicar otro tiempo a los deberes de la escuela. Tenía que hacer un ejercicio sobre hiatos y diptongos. Al final distinguió perfectamente unos y otros en la frase: “El agua del río está fría en invierno”. Y escribió en la ficha: “Hay hiatos en río y en fría, y diptongos en invierno y en agua.” En ese momento entró Martí con un coche en la mano y haciendo el ruido del motor con la boca.
--BUUUUURRRRRRRRRR. ¿He salido en la historia?—añadió.
--Aún no. Falta poco. Ya te dije que te avisaría.
--¿Dónde te has quedado?
--Cuando acabe los deberes del colegio, seguiré el cuento. Iré con el monstruo a su armario y allí me contará quién es y qué está haciendo en la casa embrujada. Ah, Martí, se me olvidaba decirte que me ha regalado un casco de armadura con una sorpresa dentro.
--¿Qué sorpresa?
--Aún no he mirado dentro del casco. Ya te lo diré cuando lo haga.
--Vale, adiós. BUUUURRRRRR.
Martí desapareció de nuevo y Xavi siguió haciendo los deberes. Y como era ya tarde cuando los acabó y su padre llamó a los dos niños para cenar, tuvo que dejar la historia para la tarde del día siguiente.

“El niño valiente, sin deshacerse de la linterna y del casco de armadura, siguió al monstruo hasta su armario. Éste, muy educado, le invitó a entrar. Xavi enfocó con la linterna una hilera de capas colgando allí dentro, antes de que el habitante del mueble las corriera a un lado para mostrarle el camino que debía tomar con uno de los tentáculos rematado en una mano de seis morcillas con mejillones en sus extremos.
Nada más ver lo que tenía delante, Xavi soltó un oh de admiración al comprobar que se encontraba en un camino alfombrado de pétalos de rosas y acompañado por árboles que tenían flores rosadas. Era un día radiante de primavera, y el aire, suave, olía muy bien. Los pájaros cantaban alegres y un calor agradable acariciaba la cara del niño.
--Ya puedes apagar la linterna, niño valiente—oyó que alguien decía a sus espaldas. Xavi se giró y vio a un hombre de mediana edad, de rostro simpático y bien vestido.
El niño, muy sorprendido:
--¿Usted es el monstruo del armario?
--Pues aunque te parezca increíble, sí. Vamos a sentarnos en uno de los bancos que hay en el jardín del fondo. Allí te contaré lo que quieres saber de mí. Mientras llegamos puedes preguntarme lo que quieras.
Los dos se pusieron a caminar. Xavi no se lo pensó dos veces antes de preguntarle:
--¿Cómo un hombre normal como usted puede transformarse en un monstruo tan monstruoso y desagradable? ¿Y cómo un monstruo tan monstruoso y desagradable puede convertirse en un hombre normal?
--Muy fácil. Tú ya debes de saber qué es una maldición, ¿verdad? Pues cuando yo tenía más o menos tu edad sufrí la maldición de un brujo que vivía aquí. Yo era un niño muy travieso y desobediente que no hacía caso a lo que me decían mis padres.
--¿Como qué?
--Pues por ejemplo que no viniera a esta casa sin su permiso. Claro que nunca se lo pedí porque ya sabía que no me lo iban a dar. Y una tarde, al salir del colegio, me vine solo a explorarla. Y como estaba cerrada, no se me ocurrió otra cosa que romper un cristal de la puerta y abrir el picaporte de dentro metiendo la mano por el agujero.


A todo esto el hombre y el niño habían llegado al jardín indicado. El hombre se sentó en un banco que había junto a una fuente de sirenas que echaban agua sin cesar e invitó al niño a sentarse a su lado. Xavi obedeció dejando a sus pies, sobre el césped, la mochila y el casco de la armadura.
--¿Qué pasó?—preguntó enseguida.
--De momento, nada. Pero cuando a mi encuentro salieron tres niñas muy guapas y empezaron a hablarme, su padre el brujo apareció hecho una furia detrás de ellas. Les pidió que se fueran dentro inmediatamente y luego clavó en mí su mirada de fuego.
--¡Tú no sabes lo que has hecho!—voceó--. Y me maldijo por haber visto a sus hijas. Y añadió que yo nunca vería la luz verdadera. Me condenó a vivir en este mundo irreal y a tener que alimentar esta fuente trayendo diariamente agua de un pozo que está lejos. Sólo así sus hijas, convertidas en sirenas, podrían crecer hasta hacerse mayores, pero siempre sin dejar de ser de piedra.
--¿Y por qué en sirenas? ¿Y por qué de piedra?
--Te explico. El padre de las tres chicas, además de brujo era amante de la escultura y siempre que podía compraba estatuas para adornar su jardín. Y un día que se había encaprichado de una estatua de delfín que poseía un mago rival suyo, como su dueño no quería venderla, se la robó, con tan mala suerte que mientras la traía a casa, se le cayó al suelo y se rompió en cien pedazos. Al momento presintió que algo muy malo le estaba pasando a su familia. Y así era porque al entrar en el jardín se encontró con que sus tres hijitas estaban sobre el césped convertidas en sirenas de piedra. Y a sus pies un papel, firmado por su rival el mago que decía: “Si quieres ver crecer a tus hijas, ponlas sobre una fuente y haz que echen agua todos los días. Crecerán, pero siempre como sirenas de piedra. Así no te olvidarás del delfín que me robaste.”
Xavi le escuchaba con muchísima atención.
--¿Y el brujo cuándo murió?—dijo.
--Cuando vio que sus hijas habían crecido hasta hacerse mayores.
--¿Y a usted cuándo lo convirtió en un monstruo?
--Poco antes de morir me condenó a vivir siempre en este mundo del armario y a salir de él sólo para vigilar que no entrara nadie en esta casa. Y para asustar a los intrusos con la forma de pulpo gigante y horrible que tú ya sabes, niño valiente. Dejó dicho a las paredes que temblaran cuando soplaba fuerte el viento y se encogieran cuando caía una lluvia prolongada. Y a los pájaros cantar de día y a mí gritar pidiendo socorro de noche.

domingo, 7 de julio de 2019

MEMORIAS DE UN JUBILADO. EL SOLITARIO JÚBILO DE LA ESCRITURA (y 2)



Los verbos son la acción y la energía de la frase.

Todos los argumentos son buenos para escribir, pero no debemos acercarnos a ellos sólo con la mente y las ideas, sino con todo el cuerpo, con el corazón, con los brazos, con el estómago. Si lo hacemos así, descubriremos nuestra inteligencia, nuestras palabras, nuestra auténtica voz.

No nos cansemos de repetir que escribir es algo que requiere de una vida entera y mucho ejercicio.

Ser escritor y escribir significa sentirse libre para cumplir la propia función.

La libertad de ser escritor consiste en entender quiénes somos, qué tenemos que hacer en esta vida y hacerlo.

El nombre es lo que arrastramos durante toda la vida, y a él contestamos cuando nos nombran al pasar lista en clase, nos licenciamos o lo oímos en un susurro en la noche.

El escribir es nuestro amigo. Nunca nos abandonará, aunque nosotros reneguemos de él muchas veces.

Uno de los valores permanentes del arte es volvernos a despertar a la vida que estamos viviendo.

Ser escritores significa ser portadores de los detalles que conforman nuestra historia.

Presentar un libro no es criticarlo. Es decir lo que te ha hecho pensar y sentir, pero sin intentar convencer de ello a los que asisten a la presentación.

Registrar los detalles de nuestra vida significa tomar postura en contra de las bombas, en contra de las matanzas indiscriminadas, en contra de la velocidad excesiva, en contra de la eficiencia exagerada.

Nos conforta saber que cuanto escribimos posee vitalidad y lucidez. Pero sólo nos llenará de verdad cuando el escrito llega a resplandecer con luz propia.

Mientras escribimos debemos decir sí a la vida y a cada uno de sus aspectos. Nuestra tarea consiste en decir un sí sacrosanto a las cosas verdaderas de nuestra vida, tal como existen, a la auténtica verdad de lo que somos nosotros, tal como somos.

Si utilizamos los detalles, adquirimos una mayor capacidad para expresar nuestros dolores y nuestras alegrías.

Los detalles son los  componentes fundamentales del arte de escribir.

Al escribir con detalle, nos giramos para enfrentarnos con el mundo.

El proceso de la escritura es una fuente continua de vida y vitalidad.

El escritor vive dos veces. Tenemos suerte. Por eso tenemos mucho aprecio a nuestro tiempo y no tenemos prisa en venderlo.

Si queremos ser grandes escritores debemos transmitir más que nuestras palabras nuestra misma respiración en el momento en que estamos inspirados, es decir, la respiración del aliento de nuestra inspiración.

Si mientras nos proponemos escribir una poesía logramos captar las cosas como son, la misma poesía estará allí donde estemos al completo.

Cuando estemos ocupados en escribir, la llama de vida que intentamos ansiosamente expresar con nuestras palabras, debería tener su origen en la paz interior.

Si queremos aprender a escribir bien debemos hacer, cuatro actividades: leer bastante, escuchar intensamente y escribir mucho; y no pensar demasiado Será suficiente con entrar en el calor de las palabras, de los sonidos y de las sensaciones, seguir moviendo la pluma sobre el papel o golpeando las teclas del ordenador.

La revisión de nuestros propios escritos debería ser como un reconsiderar lo expresado. No una nueva escritura.

Escribir nos proporciona la posibilidad de tocar con la mano nuestra propia existencia y ello nos suaviza y nos permite sentirnos otra vez en contacto con nosotros mismos.

Si queremos aprender qué es poesía, leámosla y escuchémosla, y permitamos que aquellos modelos y formas se impriman en nosotros. Y desde luego no nos alejemos de la poesía para analizarla racionalmente, lógicamente. Entremos dentro de ella con todo nuestro cuerpo.

Debemos sentir ternura y determinación con respecto a lo que escribimos y cultivar el sentido del humor con la profunda convicción de que estamos haciendo lo que es justo.

La tarea de la literatura es mantener despiertos, presentes y vivos a los lectores. Pero por favor no crucemos la línea sutil que hay entre la precisión y la autocomplacencia.

Muchas veces el verdadero arte llega a rozar el sentimentalismo, pero nunca debe caer en ello.

Para ser auténticos escritores, siempre debemos tener en cuenta que la vida no tolera condiciones y que vivir y escribir son dos cosas diferentes.

En el arte de escribir existe un viejo refrán: “No digas; muestra.” No hay que explicar al lector lo que tiene que sentir; hay que mostrarle la situación y ésta despertará en él ese mismo sentimiento. Los escritores no hacemos psicología. No nos concierne hablar sobre sentimientos; nosotros sentimos emociones y mediante nuestras palabras las hacemos despertar en los lectores.

Cuando escribimos tenemos que quedarnos en estrecho contacto con nuestros sentidos y con la realidad sobre la que escribimos.

El escritor lo es todo: arquitecto, chef, agricultor, y al mismo tiempo el escritor no es nada de todo eso.

Si en nuestros escritos aparecen pasajes indecisos o poco definidos, sería suficiente recrear la imagen de la que se originaron y añadir los detalles que puedan acercar a nuestra imagen mental lo que habíamos escrito.

Mientras escribimos no debemos permitir al yo la menor oportunidad de manipular las cosas a su gusto y volverse escrupuloso.

Releer nuestros escritos puede ayudarnos a entender cómo funciona nuestra mente.

El verdadero valor del arte es convertir en extraordinario lo que es corriente.

En el habla familiar podemos encontrar expresiones insustituibles.

Nuestras raíces influyen en nuestra escritura y en la estructura misma de nuestro lenguaje.

Lo que hace grande a un poeta es, además de lo que dice, la capacidad de entrar en sintonía con ciertos ritmos del lenguaje.

Como el arte es comunicación, escribamos de manera que nos puedan entender los demás.

La soledad es un sufrimiento que lleva consigo la urgente necesidad de volver a estar en contacto con el mundo.

Seguir escribiendo es lo que nos abre el corazón de par en par hacia una nueva ternura y una nueva comprensión de nosotros mismos.

Escribir puede enseñarnos a respetar la verdad que desde la página se esparce por toda nuestra existencia.

Hagamos que el escribir nos enseñe a vivir y que la vida nos enseñe a escribir.

En todos los haikus tiene lugar un salto, un momento en el cual el poeta da un gran salto mental, y los lectores tienen que alcanzarlo también en su mente, como una sensación de espacio.

En un poema breve la utilización de las palabras está gobernada por la máxima economía, de modo que el título debería añadirle una dimensión suplementaria.

Escribimos porque amamos el mundo.

En nuestra sociedad ser artista significa vivir en soledad.

Escribir nos ofrece la gran ocasión de alcanzar a nado la libertad.

A menudo, mientras escribimos nuestras mejores obras, se nos está rompiendo el corazón.

Cuando estamos realmente dentro de lo que estamos escribiendo, no importa dónde nos encontremos, porque de todas formas es perfecto. Saber que podemos escribir en todas partes nos da la sensación de una gran autonomía y seguridad.

El trabajo del escritor consiste en dar vida incluso a lo más banal, en volver a despertar al lector a la excepcionalidad de todo lo existente.

Tendríamos que enfrentarnos a lo que tenemos que decir y escribir, no con agresividad o con vergüenza, sino rodeándolo festivamente y a paso de baile.

¿Quién ha dicho que el escritor necesite un estudio? Un estudio con aparente desorden indica fertilidad mental y creatividad. Un estudio perfectamente ordenado hace pensar que quien lo ocupa le tiene miedo a su propia interioridad y que en aquel espacio material se refleja una necesidad interior de control. Cuando la creatividad es precisamente lo contrario: una pérdida de control. Es mejor aprender a conocernos lo suficientemente a fondo para que no tengamos necesidad de perdernos en la decoración.

jueves, 4 de julio de 2019

MEMORIAS DE UN JUBILADO. EL SOLITARIO JÚBILO DE LA ESCRITURA (1)


 
 


Hace poco acabé de releer el preciado y precioso libro de Natalie Goldberg sobre el gozo de escribir, que, pese a la horrorosa edición en español (fallos de sintaxis, léxico y especialmente de ortografía, de lo que el original no tiene ninguna culpa), ofrece innumerables aciertos sobre el acto de la creación literaria, de los cuales me he permitido entresacar los que más han llamado mi atención y con los que estoy absolutamente de acuerdo.
Los he reconstruido a mi manera.

 
Escribir puede ser todo lo que nos queda y puede ser que no sea suficiente.

Escribimos porque sufrimos y escribir es un modo de transformar el sufrimiento en un tesoro.

Nosotros somos el producto de la era moderna; ella es a la vez nuestra riqueza y nuestro problema.

Todos poseemos una voz auténtica capaz de expresar los diversos aspectos de nuestra existencia de modo honrado, digno y preciso.

Si nos acostumbramos a apreciar la calidad de nuestros escritos, reduciremos progresivamente el desfase entre nuestra verdadera naturaleza y nuestra capacidad de ser conscientes de ella.

La relación entre nuestra riqueza interior, el concepto que tenemos de nosotros mismos y lo que producimos nos dará la tranquilidad y la confianza que tan difícil les resulta encontrar a muchos artistas.

Nosotros escribimos en el instante presente, y en lo que escribimos reflejamos el ambiente, las emociones y lo pensamientos del momento.

 
Lo que escribimos es siempre verdad.

Desnudarse escribiendo es renunciar a cualquier control.

Cada verso de un poema tiene que estar vivo.

Escribimos porque dar forma a una palabra con los labios y la lengua, o pensar algo y a continuación atrevernos a escribirlo para no volver a pensarlo otra vez es la experiencia más intensa que conocemos. Porque estamos intentando convertirnos en algo vivo, descubrir lo que se esconde en los rincones de nuestra interioridad, sacarlo a la luz y proporcionarle forma y color.

Hacer algo con la totalidad de nuestro ser es algo así como emprender un viaje solitario.

Todo cuanto veamos debe estimular en nosotros la curiosidad y empujarnos a observar de cerca lo que se encuentra dentro de ello.

Debemos apreciar lo que escribimos en su justo valor, y no debe importarnos tanto que los demás lo aprecien.

 Aunque pensemos que el éxito es sinónimo de felicidad, también puede significar soledad, aislamiento, desilusión. Por eso tiene sentido que el éxito sea todas estas cosas.

Escribimos porque en secreto querríamos vivir eternamente. Nos hace daño la provisionalidad, el paso del tiempo. Dentro de cada una de nuestras alegrías asoma el continuo tormento de que todo pasará.

Dedicarse a la práctica de la escritura significa en última instancia dedicarse a la propia existencia en su integridad.

 
Cuando escribimos conviene que seamos extremadamente precisos y detallados y procuremos extirpar el vicio de las divagaciones abstractas y generalizadas.

A veces, en la práctica de la escritura debemos abandonar el control y escribir dejándonos llevar por el oleaje de las emociones.

Siempre tenemos que buscar la profundidad de las cosas para poder escribir con libertad lo que tenemos que escribir.

Pese a todo, escribamos con claridad y con honestidad.

Cada vez que nos ponemos a escribir iniciamos un nuevo viaje sin guías ni mapas.

La poesía es portadora de vida; ella  misma es como un vehículo de vitalidad.

En el proceso de nuestra escritura debemos pretender mostrar y transmitir el equilibrio interior.

Para nuestra seguridad artística, no debemos tener miedo de nuestras voces interiores ni de las críticas exteriores. No podemos perseguir afanosamente la belleza con el miedo pisándonos los talones.

Escribir debe ser para nosotros una actividad sencilla, fundamental y austera.

Cuando nos ponemos a escribir, escribamos. Dejemos de enredarnos en los sentimientos de culpa, las acusaciones y las amenazas.

Tengamos en cuenta que una poesía es un breve momento de iluminación.

Escribir posee una energía increíble. Nuestra fuerza reside siempre en la acción de escribir.

 
La belleza, que es un fin en sí misma, no necesita ninguna razón para existir.

La verdadera vida está en escribir, no en leer infinitas veces las mismas poesías durante años y años.

Debemos aceptar que cuando escribimos un libro, estamos completamente solos, y aunque también aceptemos el amor y la ayuda que nos dan, no podemos albergar demasiadas expectativas respecto a ello.

Cuando escribimos hay momentos en los que conseguimos disipar nuestras nieblas mentales y alcanzar cierta claridad.

Un verso puede ser todo el poema si en él se conserva toda la energía de esa composición.

Desde el principio hemos de estar convencidos de que escribir es hermoso y placentero.

Nosotros y nuestras palabras no somos la misma cosa. Las palabras que escribimos representan un momento importante que nos atravesó. En ese momento estábamos despiertos y al escribir sobre él conseguimos capturarlo.

Escribir es todo, sin condiciones. No existe separación entre la escritura, la mente y la vida.

La práctica de la escritura ablanda el corazón y la mente, y ayuda a mantenernos flexibles.

Cuando escribamos, dejémonos llevar completamente y, para expresar lo que tenemos dentro, recurramos a un comienzo sencillo, con palabras de siempre. No olvidemos que estamos poniendo al desnudo nuestra existencia, no la manera que el ego quiere vernos representados, sino como somos en nuestra esencia humana. Por eso debemos considerar el acto de escribir como un acto religioso.

Si al escribir aceptamos la verdad de lo que somos, conseguiremos alcanzar un punto de ayuda que nos permitirá crecer como escritores.