viernes, 23 de octubre de 2020

EL AÑO DE GALDÓS (IV) CARTAS ABIERTAS A DON BENITO. Gabriel Araceli

 

Apreciado don Benito. Un octubre como este de hace quince años, durante un viaje a Madrid para recibir el premio de cuentos El Chiscón por un relato que titulé El jardín secreto de Don Quijote, tuve la fortuna de ver una estatua suya en el Parque del Retiro, obra de Victorio Macho, y era tal la paz que me transmitía su contemplación, que escribí un poema, nada del otro mundo, dedicado a lo que un pedazo de piedra que representa a un escritor que uno siempre ha admirado, podía despertar en el alma de quien lo vuelve a ver vivir en una estatua. Son tantas las ganas que tengo de que usted conozca de primera mano la admiración que siento por su obra, que no me resisto a incluir aquí unos cuantos versos de ese poema antes de revelarle el verdadero motivo de esta carta:

En piedra blanca, como el alma de un niño,

sentado en la paz del Retiro madrileño,

Galdós descansa del trabajo glorioso

de describir con verdad y respeto

la vida de la capital de España

con sus costumbres, virtudes y defectos…

Satisfecho mi deseo y, tras pedirle perdón por mi atrevimiento, paso a comunicarle el verdadero motivo de esta carta. Y no es otro que agradecerle los momentos inolvidables que siempre me producen las aventuras, andanzas, peligros y amores de Gabriel Araceli, que quizá sea el personaje de ficción más entrañable y carismático de sus épico-líricos Episodios Nacionales. Por algo lo convertiría usted en el protagonista narrador de las novelas que componen la Primera Serie, punto de partida de una hermosa colección de relatos (46 nada menos), en cuya creación ocupó usted prácticamente todo el siglo XIX, concretamente desde 1807 a 1898, alternando su escritura con otras obras suyas de igual importancia que le convirtieron en uno de los mejores novelistas españoles seguidores de Cervantes.

Así pues Gabriel Araceli es el punto central de esta carta, y antes de desarrollarlo quiero contarle una anécdota relacionada con él que me ocurrió hace muchos años siendo profesor de literatura en un colegio privado porque a Gabriel le debo haber ganado un concurso de cultura general de modesto alcance entre colegas durante la sobremesa de una cena de Navidad en la que nos acompañaban nuestras respectivas esposas. Tras la serie de preguntas que nos había formulado en voz alta un profesor independiente, y comprobar las respuestas de los cuatro equipos que competíamos, el resultado fue que dos estábamos empatados a puntos: el 2 y el 3. Y como sólo había como premio un objeto de decoración para el que resultara ganador, se decidió que el profesor independiente formulara a los finalistas una última pregunta. Repartió una octavilla en blanco para que los equipos escribiéramos la respuesta y formuló la pregunta, que no era otra que la siguiente: “¿Cuál es el nombre y el apellido del protagonista de Cádiz, Episodio Nacional de Benito Pérez Galdós?” Mis compañeros de equipo, que ocupábamos la mesa 2,  me miraron inquisitivamente; asentí para su alegría y la mía y escribí la respuesta en la octavilla. Agotado el tiempo otorgado, el interrogador pasó por las dos mesas contendientes a recoger la respuesta. Mientras él volvía a la tarima para dar a conocer el resultado, el corazón me latía a mil por hora. Se hizo un silencio en toda la sala. El profesor leyó en silencio las respuestas de las octavillas y acto seguido dijo: “La respuesta correcta de la pregunta formulada es… Gabriel Araceli. Y el ganador es el equipo de la mesa 2.” 


Y ahora lo que quiero es, como he dicho más arriba, mostrarle mi más sincero agradecimiento por haberme brindado la ocasión de conocer a Gabriel Araceli, mi personaje favorito de sus Episodios, y que conste que hay otros personajes que también me gustan; sólo entre los que pertenecen a la Primera Serie, destacaría, por supuesto en primer lugar, a Inés, la amada del propio Gabriel, a Marcial, a Juan de Dios, al licenciado Lobo, a la condesa Amaranta o a Andrés Marijuán, que es quien pone en antecedentes a Gabriel en Cádiz del heroico sitio de Gerona, en el que había participado y cuyo contenido constituye el Episodio Nacional titulado precisamente así, Gerona.

La vida de Gabriel de niño me recuerda la del Lazarillo, salvando las distancias, claro. ¡Qué acertadamente usted la pinta! Hijo de una pobre mujer viuda que intentaba ganarse el pan lavando la ropa de los marineros, Gabrielillo nunca supo quién fue su padre y pasó su infancia rodeado de los granujillas de los muelles de Cádiz y haciendo de cicerone a los extranjeros. A la muerte de su madre, huyó del pariente que se encargaba de su tutela porque le maltrataba, iniciando una peregrinación por distintas poblaciones, San Fernando, Puerto Real, Medina Sidonia… Y hubiera seguido indefinidamente a no ser porque en esta última ciudad lo tomó como paje don Alonso Gutiérrez de Cisniega, capitán de la Marina retirado, que lo llevó consigo a su casa de Vejer de la Frontera. Y aquí cambió radicalmente la suerte y la vida de Gabriel Araceli. En casa del marino jubilado conoció a Marcial, que había participado en diversos combates navales, y, acompañando a los dos hombres, viajaron en secreto a Cádiz, a la casa de doña Flora, hermana de don Alonso, donde llegó a conocer a Churruca, el héroe de la batalla de Trafalgar.

No sé si se lo dije en la primera carta, don Benito, pero por si acaso no lo hice, permítame que le diga que en mi libro de BUP La Lengua Diaria, que sirvió de manual de texto en el colegio privado donde fui profesor, me agradó mucho incluir como lectura de punto de partida para la enseñanza y aprendizaje de la lectura mecánica y comprensiva, vocabulario, ortografía y expresión oral y escrita, precisamente un fragmento de Trafalgar, título que otorgó usted a su primer Episodio Nacional. Se trata de la Lectura VII, que comienza así: “Por todos lados descubríamos navíos dispersos, la mayor parte ingleses, no sin grandes averías y procurando todos alcanzar la costa para refugiarse. También los mismos españoles y franceses, unos desarbolados, otros remolcados por algún barco enemigo. Marcial reconoció en unote éstos al “San Ildefonso”. Vimos flotando en el agua multitud de restos y despojos, como masteleros, cofas, lanchas rotas, escotillas, trozos de balconaje, portas y, por último, avistamos dos infelices marineros que, mal embarcados en un gran palo, eran llevados por las olas, y habrían perecido si los ingleses no corrieran al instante a darles auxilio. Traídos a bordo del “Trinidad”, volvieron a la vida, que, recobrada después de sentirse en brazos de la muerte, equivale a nacer de nuevo…”


Sabiendo que al instante habrá reconocido el fragmento copiado, me gustaría agradecerle también la técnica que ha empleado usted en éste y otros Episodios Nacionales, así como en el resto de su producción narrativa, especialmente en las que llamó Novelas Contemporáneas, y es utilizar uno de sus personajes ficticios para introducir en la novela, realidad inventada, la realidad histórica y hacer que ambos mundos coexistan en la trama narrativa con la máxima naturalidad. Le recordaré unos cuantos ejemplos extraídos de sus Episodios Nacionales de la Primera Serie. En el primero, Trafalgar, nada más hospedarse, junto con su amo don Alonso y Marcial, en la casa que tiene en Cádiz doña Flora de Cisniega, hermana de don Alonso, tiene la oportunidad de conocer a Churruca, militar que, habiendo nacido en Guipúzcoa en 1765, encontró heroicamente la muerte en la batalla de Trafalgar en octubre de 1805 tras recibir un cañonazo que le voló una pierna, y que póstumamente fue nombrado almirante.

 En La corte de Carlos IV, vemos a Gabriel ya con 16 años de edad, sirviendo en su casa de Madrid a la actriz Pepita González, circunstancia que le permite describir la vida de los cómicos y de los teatros de principios del siglo XIX, incluido el estreno de la famosa comedia de Leandro Fernández de Moratín El sí de las niñas. En esas tertulias que se celebran en casa de doña Pepita se habla también de política y de las intrigas de la Corte que favorecen al Príncipe de Asturias, conspiración encaminada a destronar a Carlos IV. 

En El 19 de marzo y el 2 de mayo, Gabriel, muerta doña Juana, supuesta madre de su amada Inés y llevada ésta a Aranjuez por don Celestino de Malvar, que ha sido nombrado cura ecónomo del Real Sitio, a visitarla algunos domingos, y uno de éstos se ve envuelto por el motín contra Godoy, primer ministro del Rey, del 19 de marzo de 1808, perpetrado por los partidarios fernandinos, motín que usted, don Benito, le hace describir magistralmente. 


En Cádiz, Gabriel, que sirve en la guarnición de la Isla, acude, cuando está libre de servicio, a casa de doña Flora, en la que llega a conocer a los poetas Quintana y Arriaza; el primero (Madrid, 1722- 1857), fue amigo de Jovellanos y autor, entre otras, de la famosa oda Al combate de Trafalgar y del drama Pelayo; Arriaza (Madrid, 1770- 1837) fue en su juventud oficial de marina y autor de poemas neoclásicos y prerrománticos, como La tempestad y la guerra, inspirada también por la batalla naval de Trafalgar, o Recuerdos del Dos de Mayo. 

El último caso pertenece a La batalla de los Arapiles, donde, como usted muy bien dice, Gabriel ya sólo soñaba en librar a su amada Inés de las adversidades que la hacían sufrir sobremanera y casarse con ella. Pues bien, en este Episodio Nacional, Gabriel, ya hecho un hombre, se ofrece de voluntario al duque de Wellington para entrar en Salamanca y hacer un rápido croquis de los planos de las fortificaciones de los franceses; primero disfrazado de aldeano consigue burlar a la guardia francesa y luego, una vez dibujados los planos de defensa, sale disfrazado de juglar como sus acompañantes. Wellington (Dublín, 1769-Walmer, 1852) fue un militar, político y estadista británico que participó en las guerras napoleónicas en coalición con España. 


Ahora que acabo de destacar estos casos en que Gabriel Araceli, personaje inventado por usted, introduce en la trama narrativa ficticia ilustres personajes de la realidad histórica, no puedo evitar recordar con qué realismo y emoción hace un retrato completo de Churruca, del cual copio el fragmento siguiente: “Tenía el cuerpo pequeño, delgado y como enfermizo. Más que guerrero, aparentaba ser hombre de estudio, y su frente, que, sin duda, encerraba altos y delicados pensamientos, no parecía la más propia para arrostrar los horrores de una batalla. Su endeble constitución, que, sin duda, contenía un espíritu privilegiado, parecía destinada a sucumbir conmovida al primer choque. Y, sin embargo, según después supe, aquel hombre tenía tanto corazón como inteligencia. Era Churruca.” 

Enhorabuena mil veces, don Benito, por esa fuerza arrebatadora que mezcló tan sabiamente en su escritura con la belleza más exquisita y la emoción más entrañable.

jueves, 8 de octubre de 2020

EL AÑO DE GALDÓS (III) CARTAS ABIERTAS A DON BENITO. La mujer

 

 


Apreciado don Benito. Soy un sencillo profesor de Literatura jubilado de forma diferente a la suya, pues usted disfruta de la merecida jubilación. Un profesor del montón después de escoger que quisiera, si me permite que le quite un poquito de esa paz que está gozando, darle las gracias por retratar tan fielmente la vida española de finales del siglo XIX, que, pese a todos los detractores que tuvo que sufrir en su tiempo, continúa estando vigente en pleno siglo XXI. 


Los temas que usted tan justa y honestamente trata en sus novelas, desde el amor, los celos o el adulterio hasta la caridad, la amistad, el dolor, la enfermedad o la muerte, relacionados todos con la condición humana, sin olvidar la cultura, la sociedad y la política a la que pertenecen los hombres y las mujeres que llenan de vida sus páginas, trajinando sin parar y mostrando directamente sus defectos y virtudes; los temas, digo, de sus novelas son los de siempre, los que ya trató Cervantes, su maestro español favorito, en las aventuras y desventuras de Don Quijote y Sancho Panza, que representan respectivamente la idealización de la realidad y la propia realidad, franca y cruda, y los que tratarían después sus propios discípulos, don Benito; discípulos entre los que se cuentan, en la generación que siguió a la suya, Azorín, Baroja o Unamuno; posteriormente, Cela, Delibes, Gironella, Zunzunegui…, y ya en nuestros días, Rafael Chirbes, Almudena Grandes, Fernando Aramburu o Javier Cercas, por no hacer la enumeración de nombres demasiado larga. Gracias por todo ello, don Benito.


Y gracias, en especial, por haber contado con la mujer como protagonista o personaje principal de muchas de sus narraciones. Y en este último detalle quiero centrar el motivo de mi carta. Muchas son las novelas que ya tituló usted con nombre propio de mujer: Gloria, Halma, Marianela, Fortunata y Jacinta, Doña Perfecta, Tristana…, y también son abundantes las novelas que tienen como protagonistas a mujeres de toda condición social y humana: María Egipciaca ( en La familia de León Roch), Isidora Rufete ( en La desheredada), Amparito Emperador o Tormento, como la llama el sacerdote D. Pedro Polo ( en Tormento), Doña Rosita Pipaón ( en La de Bringas), que ya había hecho usted aparecer en la novela anteriormente citada junto a su esposo D. Francisco Bringas, Camila (en Lo prohibido) y Benigna, Benina o simplemente Nina ( en Misericordia).


Y antes de terminar esta primera carta, quisiera destacar la figura de la última mujer mencionada, Benina, como otros personajes de la novela gustan llamarla, porque en ella ha cifrado usted una de las virtudes más generosas que un ser humano puede mostrar aun en sus momentos más desgraciados. Pues, encariñada con su antigua señora doña Francisca Juárez, viuda que se encuentra en un estado lamentable de pobreza (perdóneme por citar los datos que tan bien conoce porque son suyos), gasta sus propios ahorrillos para mantenerla y, cuando éstos se acaban, se dedica a mendigar por las calles para seguir ayudando a doña Francisca, a quien miente diciendo que hace de asistenta en casa de un sacerdote llamado D. Romualdo, todo inventado por Benina para que su antigua señora no sepa que está ejerciendo la mendicidad. A Benigna le dio usted un corazón que no le cabía en el pecho, capaz no sólo de llegar a contraer pequeñas deudas por doña Francisca, sino también de manifestar su bonachona caridad a otras personas de la novela, como Obdulia, la propia hija de doña Francisca, casada con un sinvergüenza que la tiene muerta de hambre, o Frasquito Pontes, un caballero arruinado (“Persona más inofensiva no creo haya existido nunca; más inútil, tampoco”, son dos de la abundancia de  calificativos que usted le dedica).


Además, por medio de la señá Benina, usted no sólo pinta excelentemente la mendicidad en Madrid en el siglo XIX, sino también denuncia sin  paliativos las costumbres de la picaresca de entonces (en este detalle, don Benito,  demuestra usted soberbiamente la provechosa lectura de nuestros clásicos de los siglos XVI y XVII, del Lazarillo, de Guzmán de Alfarache, de Quevedo o del propio Cervantes, su verdadero mentor), que explota la caridad especialmente en las puertas de los templos de la capital de España. Quizá el tipo más elocuente de esa mendicidad sea el ciego Almudena, personaje que, cuando leí la novela para explicársela a mis alumnos, me hizo pensar inmediatamente en el ciego del Lazarillo, sin que llegue a poseer su malicia, desde luego.

Y acabo constatando asimismo que, al lado de esa caridad, que es amor sagrado en  Benigna (¡qué bien, por cierto, ha elegido usted el nombre de su protagonista, cuyos sinónimos son bien elocuentes: benévola, bondadosa, indulgente, complaciente, propicia, magnánimo, misericordiosa!); al lado de eso, usted ha contrapuesto al final de la novela, sabiamente, la ingratitud (desagradecimiento, egoísmo) de doña Francisca que, al recibir una herencia que la hace rica, lejos de acoger de nuevo en su casa a la persona que le dio todo lo que tenía por ayudarla cuando era pobre de solemnidad, tranquiliza su conciencia con la mezquindad de asignarle una pensión de dos reales diarios y prometerle gestionar su ingreso en la Casa de Misericordia. Misericordia, título irónico de la novela.


 

Gracias nuevamente, don Benito. Y siga gozando de la jubilación eterna.