viernes, 25 de julio de 2008

ZAMORA EN POESÍA

1.
Cada ciudad tiene su cantor y a veces más de uno, como ocurre con Granada, magníficamente cantada entre otros por Lorca, Zorrilla o el Romancero. Y a veces un solo cantor ensalza en sus versos a toda una comunidad autónoma; tal es el caso de Manuel Machado, que canta como sólo sabe él a todas las provincias de Andalucía:
“Cádiz, salada claridad; Granada,
agua oculta que llora;
romana y mora, Córdoba callada;
Málaga cantaora.
Almería dorada.
Plateado Jaén; Huelva a la orilla
de las tres carabelas.
Y Sevilla”.
(Sevilla se canta sola, parece decirnos el poeta.)
A Toledo, la cantan, entre otros, García Nieto y Garcilaso de la Vega; a Córdoba, Góngora; a Cuenca, Federico Muelas; a Barcelona, Gil de Biedma o José A. Goytisolo; a Madrid, Leopoldo de Luis o Concha Zardoya; a Soria, Gerardo Diego o Antonio Machado. Etcétera.

Y Zamora, mi ciudad, no podía ser menos.
Ya el Romancero, en el ciclo dedicado a la figura del Cid, canta lírica y épicamente el Cerco que la ciudad del Duero sufrió a manos del rey castellano Sancho II. Las primeras menciones de Zamora se deben al momento en que el rey Fernando I, en su lecho de muerte, divide sus reinos entre sus hijos olvidándose de doña Urraca, una de sus infantas; la cual, obviamente ofendida, se lo recrimina; a lo que el Rey, recapacitando sobre su proceder, responde a su hija:
“Allá en Castilla la Vieja
un rincón se me olvidaba,
Zamora había por nombre,
Zamora la bien cercada;
de un lado la cerca el Duero,
del otro Peña Tajada,
del otro la Morería,
una cosa muy preciada.
¡Quien os la tomare, hija,
la mi maldición le caiga!
Todos dicen amén, amén,
sino don Sancho, que calla.”
Tenía razones para callar porque, pasado poco tiempo de la muerte de su padre, se dirige a Zamora con intención de sitiarla. Le acompaña el Cid, al que le expone el siguiente ruego:
“Yo vos ruego, don Rodrigo,
como amigo de valía,
que vayades a Zamora
con la mi mensajería,
y a doña Urraca mi hermana
decid que me dé esa villa (...)
y si no lo quiere hacer
por fuerza la tomaría.”
Rechazado obviamente el mensaje por la reina, don Sancho pone sitio a Zamora, como era su primera intención. Los versos del Romancero describen el cerco de este modo:
“De un cabo la cerca el Rey,
del otro el Cid la cercaba.
Del cabo que el Rey la cerca
Zamora no se da nada.
Del cabo que el Cid la aqueja
Zamora ya se tomaba.
Doña Urraca en tanto aprieto
asomóse a una ventana,
y allí de una torre mocha
estas palabras hablaba:
_Afuera, afuera, Rodrigo,
el soberbio castellano,
deberías acordarte
de aquel buen tiempo pasado
cuando fuiste caballero
en el altar de Santiago. (...)
Mi padre te dio las armas,
mi madre te dio el caballo,
yo te calcé las espuelas
porque fueras más honrado...”
Las quejas de la reina llegan certeramente a las profundidades del corazón del Cid, quien, dirigiéndose a sus soldados, da por terminado el cerco diciendo:
“_Afuera, afuera, los míos,
los de a pie y los de a caballo,
pues de aquella torre mocha
una vira me han tirado.
No traía el asta el hierro,
el corazón me ha pasado,
ya ningún remedio siento
sino vivir más penado.”
En esto estaba el Cid, cuando se produce la salida de la ciudad del traidor Bellido Dolfos con intenciones que todo el mundo sospecha y acerca de las cuales el alcalde Arias Gonzalo pone en conocimiento del rey sitiador con estas palabras:
“Rey don Sancho, rey don Sancho,
no digas que no te aviso,
que del cerco de Zamora
un traidor había salido:
Bellido Dolfos se llama,
hijo de Dolfos Bellido,
a quien él mismo matara
y después echó en el río.
Si te engaña, rey don Sancho,
no digas que no lo digo.”
Lo que viene a continuación es de dominio público. El rey no hace caso a Arias Gonzalo y sí al traidor porque lo único que desea es apoderarse a toda costa de Zamora. Bellido Dolfos, que no es zamorano, sino oriundo de la vecina Galicia (todo sea dicho), lo engaña enseñándole un postigo oculto por el que entrar en la ciudad y así sorprender a los zamoranos; pero en cuanto el Rey le da la espalda para hacer lo que nadie puede hacer por él, lo mata. Acto seguido, el traidor se refugia de nuevo en la ciudad. Entonces es cuando tiene lugar el desaforado desafío que el conde castellano don Rodrigo Ordóñez de Lara dirige a los zamoranos:
“ _Fementidos y traidores
sois todos los zamoranos
porque dentro de esa villa
acogisteis al malvado
de Bellido, ese traidor,
el que mató al rey don Sancho,
que los que acogen traidores
traidores sean llamados;
y por tales yo vos reto,
y a vuestros antepasados
y a los panes y a las aguas
de que sois alimentados...”
Desafío que deja a los zamoranos afligidos, como rezan los siguientes versos:
“Tristes van los zamoranos
metidos en gran quebranto;
retados son de traidores,
de alevosos son tratados.
Más quieren ser todos muertos
que no traidores nombrados. “
Desafío al que contesta el viejo Arias Gonzalo como es debido, mandando al Campo de la Verdad a sus propios hijos para lavar la ofensa de que han sido objeto todos los zamoranos.
“El hijo de Arias Gonzalo,
el mancebo Pedro Arias,
para responder al reto
velando estaba las armas.
Era su padre el padrino,
la madrina doña Urraca,
y el Obispo de Zamora
es el que la misa canta.”
Antes de salir a la lucha, el valiente hijo recibe los consejos de su padre:
“ No des lugar que tu brazo
rompa las medrosas armas;
mas en tanto que durare
en tu contrario la saña,
no dudes el golpe fiero,
ni perdones la estocada.
A Zamora te encomiendo
contra don Diego de Lara,
que nada siente de honra
quien no defiende su casa...”
También el propio Arias Gonzalo está dispuesto a salir al Campo para defender la ciudad, porque, como muy bien dice el noble anciano:
“Mas el reto de don Diego
a ninguno había excusado,
ni viejo, chico ni mozo,
ni por nacer ni finado. (...)
Mirad que dice el refrán
en Castilla muy usado:
Por su ley y por su rey
y su tierra, está obligado
a morir cualquiera bueno,
y mejor si es hijodalgo.
Mirad, hijos, que lo sois
de sangre deste mi lado,
y que el honor o la afrenta
eso queda en vuestra mano.”
Y los hijos de Arias Gonzalo van cayendo uno tras otro bajo las armas del conde Ordóñez, si bien el desafío finalmente acaba resolviéndose a favor de los zamoranos. Los versos nos explican de este modo las circunstancias del hecho:
“Sembrado está el duro suelo
de la sangre zamorana
de los tres hijos queridos
del viejo Gonzalo Arias. (...)
Queda muerto Arias Rodrigo
en medio de la estacada,
y su caballo a don Diego
sacó fuera de la raya,
y aun el altivo Ordóñez
volver quiere a la batalla,
para lidiar con los dos
que por vencer le quedaban. (...)
Unos dicen: _Ya es vencido.
Otros: _Vuelva a la batalla.
Unos le tiran de dentro,
otros le estorban la entrada.
Aquí se acercan los jueces
y le mandan que se vaya,
ellos juzgarán el caso
conforme al fuero de España,
y que guardarán justicia
sin quitar a nadie nada.
Obedeciendo don Diego,
al real a pie tornaba.”
La justicia se pronuncia a favor de Zamora, que queda libre del cerco. En palabras de Arias Gonzalo:
“Nuestra lid es acabada,
fin tiene ya nuestro cerco,
por libre dan a Zamora,
de traición somos exentos.
Aunque me cuesta tren hijos
yo me huelgo de perderlos,
que incitados de su honra,
y a la nuestra defendiendo,
han muerto todos en campo
por los nuestros, como buenos.”

2.
Otros poetas cantaron posteriormente a Zamora. Ahí están, para quien quiera comprobarlo, los ejemplos del zamorano Juan Nicasio Gallego (1777-1853), que tras alzarse contra la invasión francesa y sufrir destierro y prisión por ello, a su regreso a la ciudad del Duero escribió un soneto lleno de melancolía titulado precisamente A MI VUELTA A ZAMORA, donde pide al suelo patrio, testigo de su ventura en otro tiempo, que lo sea ahora de su dolor. O el de don Miguel de Unamuno, que cantó el paisaje y las gentes, los monumentos y la historia de Zamora: las encinas, la granja de Moreruela y las ruinas de su monasterio cisterciense, o la Zamora capital en versos que no me resisto a citar y donde se mezclan líricamente la historia, la literatura y el arte , siempre con el Duero al fondo:
“Zamora de Doña Urraca,
Zamora del Cid mancebo,
Zamora del rey Don Sancho,
¡ay Bellido traicionero!
Zamora de torres de ojos,
Zamora del recio ensueño,
mi románica Zamora,
poso en Castilla del cielo
de las leyendas heroicas
del lejano romancero,
Zamora dormida en brazos
corrientes del padre Duero.”

Otros poetas también fijaron sus ojos y su alma en Zamora, como Enrique de Mesa, en RIBERAS DEL DUERO, Mauricio Bacarisse, en LA LUNA DE ZAMORA, o Blas de Otero (1916- 1979), que lo mismo que su paisano y maestro Unamuno visitó Zamora y su provincia en varias ocasiones. Fruto de los recuerdos que esas visitas tuvieron son algunos poemas que aparecen en sus libros. En el titulado ACEÑAS leemos:
“El Duero. Las aceñas de Zamora.
El cielo luminosamente rojo.
Compañeros. Escribo de memoria
lo que tuve delante de los ojos.”
En el poema EN EL CORAZÓN Y EN LOS OJOS, enumera entrañables topónimos que tienen que ver con la historia y la vida de lugares pertenecientes a Zamora y otras poblaciones:
“Todos los nombres que llevé en las manos,
en la boca, en los ojos, hoy se juntan
en el papel, parece que estoy viendo
su voz, tocando
su música... (...)
Plaza de Santa María
la Nueva.
Una
paloma en la espadaña.
Inhiesta.
Pura
palabra, hiriendo el cielo.
Villaralbo.
El aire
se desnuda...”
En el libro QUE TRATA DE ESPAÑA, aparecen poemas que llevan motivos emblemáticos de nuestra ciudad, como los puentes, el río, las arboledas o las aceñas. En las canciones CINCO y ONCE, nos habla Blas de Otero de los puentes, del río, de su propia alma, del crepúsculo y del alba, mezclados en un profundo y auténtico lirismo y empleando fórmulas verbales de romance viejo. En la primera leemos:
“Por los puentes de Zamora,
sola y lenta, iba mi alma.
No por el puente de hierro,
el de piedra es el que amaba.
A ratos miraba al cielo,
a ratos miraba al agua.
Por los puentes de Zamora,
lenta y sola, iba mi alma.”
Mientras que la CANCIÓN ONCE reza:
“Crepúsculo y aurora.
Puentes de Zamora.
El alba
se enreda entre los troncos
de los álamos verdes,
orillados de oro.
Puentes de Zamora.
De oro del poniente
tienes la frente roja;
la brisa cabecea,
cecea entre las hojas.
Crepúsculo y aurora.
Puentes de Zamora.”
El puente que se canta en el poema titulado DELANTE DE LOS OJOS es el de piedra, mi favorito, el que yo contemplaba desde casa y atravesaba para ir al colegio de la ciudad. Blas de Otero hace de él una pintura exacta:
“Puente de piedra, en Zamora,
sobre las aguas del Duero.
Puente para labriegos, carros,
mulas con campanillas, niños
brunos.
Vieja piedra cansada
de ver bajo tus arcos
pasar el tiempo.
Junto a la orilla, baten
las aceñas, España
de rotos sueños.
Cuando el poniente pone
sutil el aire y rojo
el cielo,
el puente se dibuja
tersamente, y se oye
gemir el Duero.”
Coetáneo de Blas de Otero, es el poeta Ramón de Garciasol, seudónimo de Miguel Alonso Calvo, quien en LLUEVE EN ZAMORA Y PRIMAVERA evoca su paseo por las calles rezumantes de historia de la ciudad, con sus murallas y su río, y acompañado en todo momento por Claudio Rodríguez:
“Queda el escenario
antiguo, amurallado
corazón agrario.
Y Duero seminal al flanco,
hacia mares y barcos
por donde vuelan ansias del claustro,
refrenadas lujurias de castos
varones bien barbados. (...)
Y este cielo nublado
hasta las losas (…), el galgo
dormido, sepulcral en el zaguán cegato,
el amo
ya muerto y enterrado,
sin oídos sus gritos y mandatos
que no pararon
el dalle de la muerte por los prados,
el blasón orinado,
borrosa vanidad, el vaso
de polvo hasta los labios.
Dime, Claudio
Rodríguez, zamorano,
poeta, amigo mío, ¿cuándo
hemos vivido esto? ¿Lo soñamos?”

3.
Claudio Rodríguez (1934-1999) es el poeta de Zamora. Y Zamora la ciudad de su alma. Desde su primer libro, DON DE LA EBRIEDAD (1953), manifiesta sin lugar a dudas su amor por el paisaje, la luz, el aire, el sentimiento de las gentes, los lugares y las cosas de Zamora sin citar nombres, aunque descubrimos veladas alusiones a las murallas, a las encinas de los alrededores, las labores del campo, el río y las lavanderas, el templo visigótico de San Pedro de la Nave, que fue trasladado piedra a piedra al lugar que ocupa hoy en El Campillo, muy cerca de la capital, al puente...
Pero es en su segundo libro, CONJUROS (1958), donde asoma el más auténtico zamorío del poeta. En A LAS PUERTAS DE LA CIUDAD confiesa:
“Y os dejé, y me fui a mi barrio
de juventud creyendo
que allí estaría mi verbena en vano.
¡Si creí que podíais seguir siempre
con la seca impiedad, con el engaño
de la ciudad a cuestas! ¡Si creía
que ella, la bien cercada, mal cercado
os tuvo siempre el corazón, y era
todo sencillo, todo tan a mano
como el alzar la olla, oler el guiso
y ver que está en su punto! (...)
Como el Duero en abril entra en la casa
del hombre y allí suena, allí va dando
su eterna empresa y su labor, y, entonces,
¿qué se podría hacer: ponerse a salvo
con el río a la puerta...”
AL RUIDO DEL DUERO es uno de sus poemas más emblemáticos; en él se alude al Cerco de Zamora (la torre de la enseña blanca, el portillo de la traición, el campo de la verdad) y al recuerdo que tiene de la ciudad natal recorrido insistentemente por el mágico ruido del río Duero. Me siento obligado a citar unos cuantos versos:
“...Oh, río,
fundador de ciudades,
sonando en todo menos en tu lecho,
haz que tu ruido sea nuestro canto,
nuestro taller en vida. Y si algún día
la soledad, el ver al hombre en venta,
el vino, el mal amor o el desaliento
asaltan lo que bien has hecho tuyo,
ponte como hoy en pie de guerra,
guarda todas mis puertas y ventanas como
tú has hecho desde siempre ,
tú, a quien estoy oyendo igual que entonces,
tú, río de mi tierra, tú, río Duradero.”
LA CONTRATA DE MOZOS evoca una costumbre que existía antaño en Zamora y que solía llevarse a cabo durante las fiestas y ferias de San Pedro en la Plaza Mayor. Allí los mozos se contrataban para trabajar en el campo por una temporada. Dice el poema:
“¿Qué estáis haciendo aquí? ¿qué hacemos todos
en medio de la plaza y a estas horas?
Con tanto sol, ¿quién va a salir de casa
sólo por ver qué tal está la compra,
por ver si tiene buena cara el fruto
de nuestra vida,
si no son las sobras
de nuestros años lo que le vendemos?
¡A cerrar ya! ¡Vámonos pronto a otra
feria donde haya buen mercado, donde
regatee la gente, y sise, y coja
con sus manos nuestra uva, y nos la tiente
a ver si es que está pasa! ¿A qué otra cosa
hemos venido aquí sino a vendernos?”
En UN RAMO POR EL RÍO refleja también la vieja costumbre zamorana de arrojar al río un ramo de flores para conjurar a la muerte. Aquí los protagonistas son los niños y el poema encierra un hecho profundamente emotivo para mí. Recuerdo que, durante el entierro del poeta que iba a tener lugar en el cementerio de San Atilano, a su paso por el puente de piedra se detuvo el cortejo fúnebre unos minutos para que los amigos más íntimos echaran una corona de flores al Duero en honor del poeta. Era el 23 de julio de 1999. Volviendo al poema, leemos en él:
“¡Que nadie hable de muerte en este pueblo!
¡Fuera del barrio del ciprés hoy día
en que los niños van a echar el ramo,
a echar la muerte al río!
¡Salid de casa: vámonos a verla!
Ved que allá va, miradla, ved que es cosa
de niños! Tanto miedo
para esto. Tirad, tiradle piedras
que allá va, que allá va. Sí, lo que importa
es que esté lejos.”
En los siguientes libros de Claudio Rodríguez también aparecen poemas relacionados con Zamora. Como CIUDAD DE MESETA (de ALIANZA Y CONDENA, 1965), en el cual se aproxima a la ciudad del alma, aunque no entra en ella como antes a curarse con su aire sano, sino a comprobar que ya no hay banderas ni murallas, ni torres. Sin embargo, todo allí es materia de cosecha. Así concluye:
“Y si dentro
de poco llega la hora de la ida,
adiós al fuerte anillo
de aire y oro de alianza, adiós al cerro
que no es baluarte sino compañía,
adiós a tantos hombres
hasta hoy sin rescate. Porque todo
se rinde en derredor y no hay fronteras,
ni distancia, ni historia.
Sólo el voraz espacio y el relente de octubre
sobre estos campos
de nuestra tierra.”
En ODA A LA NIÑEZ hay un retorno claro a la propia infancia, envuelta en marzo y con el viento húmedo y frío de la meseta. Si bien se trata de un regreso sólo en el recuerdo. Y lo que ve le aflige:
“¿Qué hacen ahí las palmas
de esos balcones sin el blanco lazo
de nuestra orfandad? ¿Qué este mercado
por donde paso ahora,
los cuarteles, las fábricas, las nubes,
la vida, el aire, todo,
sin la borrasca de nuestra niñez
que alza ola para siempre?”
Y sobre todo, el poema EUGENIO DE LUELMO, donde leemos:
“Cuando amanece alguien con gracia de tan sencillas
como a su lado son las cosas, casi
parecen nuevas, casi
sentimos el castigo, el miedo oscuro
de poseer. Para esa
propagación inmensa del que ama
floja es la sangre nuestra. La eficacia de este hombre,
sin ensayo, el negocio
del mar que eran sus gestos ola a ola,
flor y fruto a la vez, y muerte y nacimiento
al mismo tiempo, y ese gran peligro
de su ternura, de su modo de ir
por las calles nos daban
la única justicia: la alegría.
Como quien fuma al pie
de un polvorín sin darse cuenta íbamos con él
y como era tan fácil
de invitar no veíamos
que besaba al beber y que al hacerle trampas
en el tute, más en el mus, jugaba
de verdad, con sus cartas
sin marca. Él, cuyo oficio sin horario
era la compañía, ¿cómo iba
a saber que su Duero
es mal vecino?”
En HERIDA EN CUATRO TIEMPOS, perteneciente a EL VUELO DE LA CELEBRACIÓN (1976), vuelve a expresar la visión de la infancia:
“Las calles, los almendros,
algunos de hoja malva,
otros de floración tardía, frente
a la soledad del puente
donde se hila la luz: entre los ojos
tempranos para odiar. Y pasa el agua
nunca tardía para amar del Duero,
emocionada y lenta,
quemando infancia.”
O en LO QUE NO SE MARCHITA, que trata uno de los motivos recurrentes en la poesía de Claudio Rodríguez: el de los corros infantiles,
“que no son muro sino puerta abierta
donde si una vez se entra verdaderamente
nunca se sale, porque nunca se sale del milagro.”
Milagro, un milagro es la niñez y sus juegos y sus cánticos y sus fórmulas, la mayoría de veces mágicas e intemporales. Oyendo y viendo jugar y cantar al corro a los niños, el poeta se hace eterno y su poesía válida para siempre. Así acaba el poema:

“Y sigue el corro,
y vivo en él, en pleno mar adentro,
con estos niños,
nunca cautivo sino con semillas
feraces en el alma, mientras la lluvia cae.
Sólo pido que pueda,
cuando pasen los años,
volver a entrar con el latido de ahora
en este cuerpo duradero y puro,
entrar en este corro,
en esta casa abierta para siempre.”
El último libro publicado en vida del autor es CASI UNA LEYENDA (1991). Según sus propias palabras, el poeta es casi una leyenda y su salvación última depende exclusivamente de la poesía y del compromiso moral que ha pactado con ella. En esta coyuntura (poemas clave del libro son REVELACIÓN DE LA SOMBRA, LA MAÑANA DEL BÚHO, NOCTURNO DE LA CASA IDA o EL ROBO), el poeta apenas hace referencias explícitas a nuestra ciudad, aunque sí aparece veladamente su calle natal en CALLE SIN NOMBRE, con sus golondrinas, las ventanas, los vecinos, la forja del hierro en los balcones... Su juventud perdida parece asomarse en la pared de cal de la casa materna. Pero todo es ilusión que provoca el amor a las cosas de entonces. De ahí que acabe preguntándose: “¿Dónde, dónde mis pasos?” Y diciéndose a sí mismo:
“Tú no andes más. Di adiós.
Tú deja que esta calle
siga hablando por ti, aunque nunca vuelvas.”
También alude veladamente a asuntos zamoranos el poema EL ROBO, citado arriba, donde, sirviéndose de un suceso ocurrido en Zamora, habla del proceso creador como si se tratara de un robo que efectúa el poeta, si bien el que sale robado siempre es él mismo, y en vez de lograr libertad con el poema, sólo logra “honda esclavitud”. Y así, aparecen en los versos la casa vecina del río donde no había nadie cuando él lo necesitaba, el sufrimiento de la infancia, el cáliz de oro con incrustaciones de zafiros y esmeraldas que un día fue robado en la catedral, el Duero fluyendo ilusionadamente a los pies y los chopos del soto del otro lado.
Finalmente, en BALADA DE UN TREINTA DE ENERO el poeta celebra su cumpleaños evocando aquel día de su nacimiento entre miedo, dolor y alegría:
“Alguien llama a la puerta. Doloroso
es creer. Pero se abren
de par en par las palmas de las manos;
los nudillos gastados
piden, cantan
en el quicio que es mío este treinta de enero,
y el dintel sin malicia
con la fragilidad del sueño arrepentido
entre las ramas bajas del cerezo.
Ya todo se va alzando. Y estoy viendo
una crucifixión de espaldas. Huelo ahora
a esta resina, a este serrín sin polvo.
Es hora la hora. Y qué más da.
Sea quien sea sal y abre la puerta.
¿Al mensajero de tu nacimiento?”


4.
Con la osadía que me permiten las circunstancias, paso a hablar de mí mismo y de mi poesía sobre Zamora. Nacido en el Ojito del Duero hace ya más de sesenta años, vivo desde los veinte en esta tierra de adopción que es Cataluña, donde soy tan feliz como en la mía. Es lógico, pues, que, junto a la temática variada de mi obra escrita aquí, de las que ya he ofrecido muestras en Cátedra Nova, unas veces la nostalgia y otras veces el amor a la tierra natal abran en todos mis poemarios surcos intermitentes donde sembrar sus propias semillas.
Mi primer libro, CANGILONES DE VIDA (1978), recopilación de escritos que se extienden desde los años sesenta hasta la fecha de su publicación, contiene abundantes referencias a Zamora y mis vivencias zamoranas: la vida en el barrio, la Semana Santa, las romerías y las fiestas sacramentales, la gente de la tierra con sus inquietudes, los paisajes de los alrededores, etc.; pero también hay alusiones a los principales monumentos de la ciudad y a su historia medieval, contada gran parte de ella por el primer maestro que tuve, aquel inefable don Andrés de las bolsitas de bicarbonato con que intentaba aliviar sus dolencias de estómago.
Más personales son los versos que escribí en las paredes de mi casa de Barcelona y que antes había hecho aparecer en un relato de misterio cuya acción transcurre en parte en mi ciudad natal, en calles y plazas de las que guardo un imborrable recuerdo. Relato que titulé CANGILONES:
“Sin moverte de tu peña,
sin abandonar tu río,
Zamora de mi niñez,
Yo sé que marchas conmigo.
Y sé también que algo mío,
Por mucho que me distancie,
Enamorado de ti,
Sigue andando por tus calles.”
Es en mi segundo libro, AGUA VIVIDA (1979), donde se multiplica la presencia de mi ciudad. En especial la primera parte, VUELVE EL RÍO A SU MONTAÑA, que es una mirada nostálgica a Zamora. Algunos títulos significativos son: CARTA A MI CIUDAD, donde pueden leerse versos como los siguientes:
“Yo soy un corazón que late y que respira
en tu impoluto viento,
por entre las piedras que quise;
soy unas manos incansables que acarician
una multitud de sombras y de luces
del río y de las huertas;
soy una mirada que no reposa nunca,
que retrata la calma del molino
o de esa golondrina al cable atada.”
O los ONCE SONETOS, en los que se percibe con claridad la fidelidad que conservo hacia las gentes, lugares y cosas que significaron mucho para mí durante la infancia y la adolescencia.
“Inicio hoy un camino sólo mío,
hecho con la materia de la vida,
materia de esperanza, canto, herida,
cicatriz, salvación, festejo, hastío.
Mas lo hago al revés, como si el río
volviera a su montaña en limpia huida
para hallar su primera amanecida,
su materno brotar, su puro frío.
Vuelvo hacia atrás, a mi leal Zamora
y al barrio de mi sangre con su Duero,
con su puente romano y sus aceñas.
Vuelvo al lugar donde mi mente mora:
siempre supe que el signo verdadero
del hombre es su memoria, no sus señas.”
Esto es lo que dice el I, mientras que el X canta a los tesos de San Frontis, situados al oeste de la ciudad, río abajo, y colindantes con el barrio del mismo nombre. Desde sus privilegiadas cimas podía disfrutarse, y aún se sigue disfrutando, de una vista inmejorable de la ciudad y el río con sus sotos y arboledas.
“Desde su calva al Duero se veía
besar la peña en torno a la muralla
camino de su muerte repetida.
Sobre su piel de almendras se aprendía
a amar la tierra que obediente calla
para dar al hombre su fecunda vida.”
Finalmente, en el XI soneto me dirijo a los amigos de la infancia, recordando las aventuras y buenos momentos vividos juntos. Me parece significativo el terceto con que se cierra el poema:
“No importa la distancia ni el candado:
con nostalgia se vuelve al fiel camino
que conserva las huellas del pasado.”
EL CAMINO DIARIO, premio Boscán de 1979, no vio la luz hasta dos años más tarde. Es el libro de las raíces, con constantes referencias a aquel mundo perdido en el tiempo pero vivo en el recuerdo. El POEMA III, sin ir más lejos, habla de la vida que a veces el tiempo y el destino le hacen vivir al hombre lejos del mundo de su infancia:
“Si me preguntáis por qué,
siendo tarde, vuelvo al alba;
siendo río, olvido el mar
y regreso a la montaña,
os diré que en ocasiones
la vida al hombre trasplanta
y lo condena a vivir
alejado de su savia,
de la tierra madre donde
su raíz está clavada...”
Aunque, en verdad, esa coyuntura le ayuda a tener aquel mundo más presente. Como se justifica en el final del poema:
“porque convierte en aljibe
mi identidad asombrada,
en bodega donde habita
el vino de mis mañanas,
en redoma que conserva
la esencia de aquella magia
donde una ciudad pequeña
y el río que la acompaña
hablan a gritos de escenas
que alimentan mis entrañas.”
Mientras que el POEMA IV, una carta dirigida a mis padres muertos, habla de la casa paterna que huele a enredadera y a aceitadas. Pero también, y sobre todo, es una fórmula mágica para mantener amarrados a la conciencia todas aquellas cosas que un día formaron parte del mundo de la familia y del hogar. En la enumeración de esas cosas aparecen los molinos,
“el puente atadura entre ciudad y barrio,
el potro y la plazuela,
las azudas y el río y los cangrejos,
las ruinas del puente más antiguo,
el soto, las josas y los tesos,
ruidos y lugares que me crecen
en estos pozos míos que labrasteis
poco a poco con luz y fe de infancia.”
Y si por su parte el POEMA V hace un retrato emotivo de la ciudad del alma, cuyo corazón está inmunizado contra el veloz progreso, sus callejas llenas de arte, de silencio, de amor y su nombre antiguo sonando a paz, a vuelo de cigüeña, a voz insobornable de campana, el POEMA VII evoca un envío zamorano recibido aquí en Barcelona, envío de unas cosas materiales de la tierra que sirve de pretexto para recibir con él de golpe a la misma ciudad y llenársele el alma de nostalgia al poeta.
El POEMA VIII sale de la capital y se va a cantar a la gente de Sanabria, comarca verde y serena lindante con Galicia y Portugal, gente de paz, de fe en la vida, hombres que frecuentan
“silencios de castaño y de pizarra,
de almiares y caminos
por donde va la existencia
oliendo a vegetal
trabajado por paciente labriego.
Estos hombres que pasan por aquí,
no se sabe si viviendo o soñando,
llevan siempre en la boca una sonrisa
con el mismo sosiego
que al hombro una guadaña.”
El poema nació de un retorno a la tierra pasados unos años de la primera ausencia y del viaje que hice con los míos a Galende y a los alrededores del Lago de Sanabria. Lo mismo sucedió con el POEMA IX, que fue fruto de un regreso al escenario de la infancia algún tiempo más tarde. Este poema habla de lo que queda en la vida de un niño que se ha hecho hombre en otra tierra, lejos de las gentes, las cosas y los lugares de la suya, y se da cuenta de ello al verse en la plazuela de sus primeros juegos.
“Del potro donde herraban a los bueyes
ya sólo queda un palo. Y del herrero,
unos ojos donde se ve el espanto
y un cuerpo casi tierra.
Alguien rompe el recuerdo
o la emoción o el tiempo
que vivimos un día allá en la infancia.
Miro ahora este trozo
de campo tan exiguo
que fue aquella plazuela de mis juegos.
Está mi casa sola, medio hundida,
y los vencejos, lanzándose en saetas
sobre el muro, me gritan soledad.
Hay algo que se rompe en mis entrañas.
Tengo pena del hombre que me lleva
y envidia del niño que llevé en mi carne.”
LA DURA VIDA AMADA, mi cuarto poemario, vio la luz en la Colección “Ángaro” de Sevilla en 1983. La poesía que contiene este libro es de afirmación en la vida presente, un canto al nuevo y maravilloso hecho de vivir como adulto en una tierra que me ha acogido con ternura y comprensión como adulto, profesor, esposo y padre. Pero debo decir enseguida que en esa afirmación del presente hay cimientos del pasado, como no podía ser de otra manera, y de ahí que frecuentemente recurra a mi ciudad natal y a las primeras experiencias vividas en ella. LA CASA DE ZAMORA es un buen ejemplo.
“La casa de Zamora no tiene primavera.
El invierno más triste se esconde tras sus puertas
y en el desván no hay sueños ni aceitadas de fiestas
bajo el dulce baúl de la sala materna.
Aunque caiga la lluvia sobre sus mansas tejas
y huela el aire a flores, a vida que comienza...,
a aquellos tres balcones no irá la primavera,
no volverán las manos que amaban las macetas.
¡Ni un rastro de la vida que aquí inició su senda:
las voces de los míos, los llantos y las fiestas,
latidos y pisadas que emigraron sin vuelta.
Y la ventana amiga fue olvidando la iglesia,
tejados y bardales, golondrinas y huertas.
A los balcones fríos los oxidó la pena,
y murió en sus cristales el sol de la plazuela.
Durante meses tristes en las salas desiertas
sonaron todavía pisadas de querencia.
Y después el silencio llovió con agua muerta
y sembró en las paredes el invierno y la ausencia.
Desde entonces la casa no tiene primavera.”

¿ADÓNDE VA LA VIDA QUE VIVIMOS? es un poema tejido por unas cuantas preguntas, “ubi sunt?” moderno que viene a afirmar claramente que ya no volverá nada de lo que vivimos en nuestra infancia.
“¿Qué habrá sido de aquella golondrina
cuyo viejo cadáver un verano
asomado quedó a la claraboya
como un fantasma fiel a mi pasado?
¿Qué habrá sido de aquel verano niño
dormido en la arboleda entre los pájaros?
¿Qué habrá sido de aquel cristal atento
al día y a la noche, de aquel marco
que llenaba mis ojos de altos vuelos,
de nubes y campanas de mi barrio?
¿Adónde van las plumas que volaban
en las nubes benditas de los barrios?
¿Adónde van las tardes que vivimos,
la infancia y la aventura que soñamos?”
EVOCANDO SOY LIBRE es un recuerdo de aquel mundo primigenio, recuerdo que, mientras lo siga teniendo presente, me animará a creer en la dura vida amada.
“Evocando el verano en Cabañales,
asomado al pretil para aspirar
el viento de Pinilla, renace la esperanza entre mis huesos
como el suelo a mis pies,
y sigo recreando con mis sueños
la dura vida amada.”
REGRESO DOLOROSO se hace eco de un retorno a Zamora durante una Semana Santa. De vuelta a Barcelona, todavía muy reciente lo vivido allí, afirmo que la nostalgia del pasado puede ser tan fuerte como el presente.
“Y Zamora no está.
Vuelve a ser un pasado
con olor a aceitadas,
tacto de cruces,
palabras junto al vino.
Y está otra vez conmigo este avanzar
entre el miedo a la muerte y el pasado,
este viejo oficio de vivir,
de arrojar al camino ahora y siempre
la ardiente valentía de ser hombre.
Acabo de volver
y aún no he llegado
del todo a mi presente.
Enganchados quedaron en lo viejo,
en lo amado de aquellas calles mía,
residuos de mi ser hechos nostalgia.
Irán llegando aquí
con aromas de jara y trigo verde,
con sabores de vino,
con voces de las calles de mi infancia.
Irán llegando aquí muy lentamente
a cuajarme el corazón con más recuerdos.”
EN EL CRISTAL DEL TIEMPO apareció en 1988 en Barcelona, en la Colección “El juglar y la luna”. Es un libro que muestra inquietudes vitales que nada tienen que ver con el intimismo y la nostalgia de la tierra natal anteriores y sí con el compromiso diario y moral que el hombre debe mostrar ante la sociedad a la que pertenece. Pero muchas veces uno no puede elegir el cauce de sus sentimientos; por eso no he podido evitar de vez en cuando echar una mirada al recuerdo y al mundo de la infancia y plasmarla en el libro. Prueba de ello es la parte que se titula POEMAS A MÍ MISMO, colección dedicada a evocar el mundo perdido de la infancia. Un ejemplo:
“Están las huertas de mi barrio vivas
aún en mi memoria.
Siguen sacando en viejos cangilones
el agua de si nido aquellas norias.
Aún escucho el gemido de los hierros
y la risa del agua gota a gota.
Y veo en el cristal del tiempo
una mancha de mora,
una tarde de gozo y de aventura
por tapias y cercados de las josas.
Y mi mano de adulto, con nostalgia,
palpa el aire triste de esta hora,
el deseo perdido
en el cofre vacío de Pandora.”
Otro ejemplo lo constituye la elegía dedicada al herrero de la plazuela, testigo de muchas aventuras infantiles.
“Y hoy tan lejos de aquella vida hermosa
que fue mi infancia cerca del potro y del herrero,
del yunque y de la fragua y del sonido
y del dolor del hierro doblegado
hasta hacerse herradura,
me entero de su muerte,
de la muerte total de aquel herrero.
Y sé que otro asidero que mantenía mi infancia
a flor de vida, no como recuerdo,
acaba de romperse y de caerse
al pozo donde el tiempo colecciona despojos.
Adiós, herrero amigo. Adiós, sonido
Vigente de mi infancia.
Lo que siento es que sólo en unos versos
se quede la emoción de una nostalgia,
un palo de aquel potro
y una soledad de hierba dura
amordazando la luz y la distancia.”
Sin embargo, mi libro de Zamora por antonomasia es un librito que publicó en separata de su Anuario de 1995 el Instituto de Estudios Zamoranos “Florián de Ocampo”, del que yo era miembro por aquel entonces, y que se titula ZAMORA ENTRE LA AUSENCIA Y EL REENCUENTRO. En el libro, dividido en tres partes: GENTES, COSAS y LUGARES, recojo la mayoría de poemas sobre Zamora de los libros anteriores, revisados y corregidos con la prudencia que otorgan la edad y el tiempo, y otros nuevos, escritos en sucesivos regresos a la ciudad del Duero.
En el apartado GENTES aparece un soneto dedicado a RAMÓN ABRANTES, conocido escultor zamorano, vecino y amigo en el barrio que me vio nacer y compañero de vinos y aventuras del joven poeta Claudio Rodríguez.
“Voy de asombro en asombro. Ahora Abrantes
me enseña el caballete que le hiciera
mi padre en otro tiempo, en la primera
hornada que esculpió con sus amantes
diamantes de diez dedos. Poco antes
me había mostrado limpia primavera
de tacto silencioso y luz certera
en tallas femeninas y ondulantes.
Voy de asombro en asombro por el arte
que Abrantes muestra vivo por su casa
en bronce, en barro, en piedra... Y es tan fuerte
la huella que en el alma me reparte,
que, aunque sé que la arcilla es voz que pasa,
del artista la luz no tendrá muerte.”
A la parte titulada COSAS corresponde el soneto DULZAINA Y TAMBORIL, instrumentos cuyos mágicos sones eran inseparables de las fiestas y ferias de mi infancia:
“Solloza la dulzaina, fiel gemido,
nasal canto de pueblo que festeja
con viento antiguo lo que el alma deja
en el surco sembrado del sentido.
Truena el redoble, mágico estampido,
sobre la piel del tamboril añeja,
y ese son repetido, fiel, despeja
el mal demonio del audaz olvido.
De la niñez en el retablo viejo
esa música cálida de aldea
alza versos de amor en nuestra entraña.
Dulzaina y tamboril, magia y espejo
donde el tiempo se mira y se recrea
de espaldas a la muerte y su guadaña.”
La separata contiene además un peculiar ROMANCERO SECUENCIAL, entrañable recorrido efectuado por monumentos emblemáticos de la capital y provincia, por los surcos de los campos, y el río Duero, arteria viva que riega sus sueños:
“El Duero, espejo riente,
refleja la Catedral
entre las sombras del soto:
árbol, piedra y soledad
del agua que muere viendo
la diáfana eternidad.”

“Sobre la lengua del río
la piedra del Puente va
desde mi barrio a las cuestas
que suben a la ciudad.
Tajamares de silencio,
ojos con luz de verdad,
saben llevar en su alma
lo que Zamora les da:
historia y camino vivo,
poesía y soledad.”

“Dentro de La Magdalena,
ajena al vivo pasar,
sueña su muerte una dama
hasta el alba del final
con sueños de amor y piedra,
miel de la serenidad.”

“Plaza de Santa María,
plaza de templo ejemplar
con su torre y su cigüeña,
su milagro y su Verdad.
Templo de Santa María
la Nueva, silencio y paz
donde el Yacente reposa
su muerte y su soledad.”

“Las ruinas de Moreruela
escenifican la paz
de la muerte de la piedra,
doble muerte y doble paz,
que en un jirón de la torre,
de una arcada o de un pilar
canta la huella del monje
que nos vino a pastorear,
aquel Atilano, obispo,
patrono de la ciudad.”

“Surcos, hazas de mi tierra,
cunas para el cereal,
donde mi paisano sueña
en la harina y en el pan
bajo soles de justicia
y látigos de tempestad.
En las líneas del arado
se mide su humanidad.”
Finalmente, a la parte titulada LUGARES, pertenece un gran número de poemas, de los que destacaré, y ya voy terminando, los siguientes:
El dedicado a la PLAZA DE SANTA LUCÍA, testigo de muchas emociones y ajetreos de la ciudad y de mi propia vida:
“Zamora tiene una plaza
con palacio y con iglesia
en cuya espadaña anidan
desde siempre las cigüeñas.
Por ese cuadrado dulce
vino y fue mi adolescencia:
de ida hacia el instituto;
hacia mi casa de vuelta.
El Cordón de San Francisco,
relieve de oro en la piedra,
quedó para siempre atado
en mi mirada de fiesta.
Y sobre la alta espadaña,
fiel con pluma blanquinegra,
la cigüeña señalaba
la luz de la primavera.
¡Ay, si en la plaza del alma
tuviera yo una cigüeña
que me trajera el milagro
del sol de mi edad primera!”
Otro poema canta a LOS TRES ÁRBOLES, nombre que recibe la arboleda fresca y rumorosa que crece al lado del río al este de la ciudad. No hay zamorano que no lleve en su memoria algún recuerdo entrañable relacionado con los Tres Árboles. He aquí un fragmento:
“Mi corazón grabado a punta de navaja
quedó, con la inicial de su albo nombre,
en la vieja madera de algún olmo
allí, junto a la orilla, en los Tres Árboles.
Allí quedó, en las Pallas, el silencio
de mi cuerpo desnudo bajo el agua.
Allí, el poema limpio, el verso en alto
de nuestra adolescencia, sobre el remo
de la barca que abría en el alma pura
del Duero entre las islas y dejaba
un aroma de olvido entre la espuma
al morirse despacio los estíos.
Moríamos un poco allí, en la fronda,
en la fragante alfombra que el verano
tejía en los Tres Árboles. Moríamos
como el sol a la tarde en los ramajes
más altos de los árboles, aquellos
que besaban el puente de la Vía.
Hoy los restos de aquellas tardes muertas
se levantan chirriando en las argollas
donde ataban las cuerdas de los barcos,
en las cañas hundidas de las Pallas,
en las viejas cortezas de los álamos
donde yacen deformes corazones
dibujados a punta de navaja...”
Finalmente, existen algunos poemas que esperan la tinta de la imprenta perdidos en cuadernos sin suerte que tratan temas de mi ciudad natal. Uno de ellos se titula ALREDEDORES DE LA CATEDRAL, que al fin vio la luz en la Antología que dimos a conocer algunos asistentes a la tertulia barcelonesa de Jurado Morales, maestro de poetas ya fallecido y al que desde aquí envío un cariñoso recuerdo. El poema dice:
“Ésta es la caliente geografía de Zamora,
la que abraza la piedra de sus muros
y afirma el encofrado de mi sangre.
Puedo sentir, como un libre vencejo,
la magia de las nubes y el murmullo
del río en mis latidos.
Puedo levantarme en limpio vuelo
sobre los rincones que me embrujaron de niño.
Las rosas del Castillo, el oro viejo
del Cimborrio que rompe,
en un impulso vivo de piedra enamorada,
el cielo azul de paz que tiñe al Duero,
la calle retorcida del Troncoso
con ecos de amoríos y puñales
al cinto, las iglesias
donde duermen sus sueños de alta muerte
las damas de otros tiempos. Rúas viejas
por donde van las niñas ya soñando
con estrenar su corazón de amores...
Ésta es la caliente geografía de Zamora,
Zamora eterna y viva.”
Y termino con otro de esos poemas, EL CAMPILLO, nombre del lugar adonde trasladaron piedra a piedra el monasterio de San Pedro de la Nave para salvarlo de las aguas.
“San Pedro de la Nave,
navega sobre el tiempo;
el hombre que te ha visto
te soñará despierto.
Y en la orilla del mar,
en su lejano puerto,
me estarás esperando
con los brazos abiertos.”
En el poemario que actualmente estoy concluyendo, EL CUADERNO DE SÍSIFO, vuelvo a afrontar, con otros puntos de vista, algunos de los temas zamoranos aquí tratados, pero prefiero dejar su comentario para otro momento.
Cerdanyola, mayo de 2008




BIBLIOGRAFÍA

UNAMUNO, Miguel de: ANTOLOGÍA POÉTICA, Colección “Austral”, Ed. Espasa Calpe, Madrid, 1959.
ROMANCERO DEL CID, Biblioteca Universal, Rivadeneira, Madrid, 1872.
RODRÍGUEZ, Claudio: POESÍA COMPLETA (1953-1991), Tusquets Editores, Barcelona, 2001
GARCÍA LORENZO, Luciano: ZAMORA EN LA LITERATURA, Caja de Ahorros Provincial de Zamora, Zamora, 1976.
CONDE CHOYA, Esteban: CANGILONES DE VIDA, Editorial Casals, Barcelona, 1978. AGUA VIVIDA, Ed. Rondas, Barcelona, 1979. EL CAMINO DIARIO, Instituto Catalán de Cooperación Iberoamericana, Barcelona, 1981. LA DURA VIDA AMADA, Colección “Ángaro”, Sevilla, 1983 EN EL CRISTAL DEL TIEMPO, Colección “El juglar y la luna”, Barcelona, 1988. ZAMORA, ENTRE LA AUSENCIA Y EL REENCUENTRO, Instituto de Estudios Zamoranos “Florián de Ocampo”, Zamora, 1995.

No hay comentarios:

Publicar un comentario