lunes, 31 de agosto de 2009

POEMAS RESCATADOS

Inicio hoy, víspera de septiembre, cuando los caminos se llenan de pinaza y de un aire de adioses que entristece, una nueva sección poética destinada a rescatar ciertos poemas míos desperdigados en antologías y libros colectivos, así como otros que pertenecen a libros de ediciones agotadas. Y lo hago realizando las correcciones y ampliaciones que considere oportunas, de modo que estas últimas versiones son las que doy por definitivas.

En esta ocasión primera les toca la oportunidad de ver de nuevo la luz a dos poemas que aparecen en El laberinto de Ariadna, cuya primera edición data de diciembre de 2008.










COMO SI HABLARA KAVAFIS

Pocas cosas tan bellas y tan frágiles
como la miel de dos cuerpos desnudos
frente a frente.

Bellas porque es la vida misma quien
florece y se eterniza en esas pieles
que se abrazan y escriben su poema
de luz que se recrea sin renuncias.

Frágiles porque están presas del paso
de la arena del tiempo, enferman, mueren
y dejan tras de sí luto y tristeza.

La belleza y la fragilidad de
dos cuerpos desnudos frente a frente
tras la huida del sol se hacen memoria,
festín de los recuerdos. Sólo entonces
florece de su adiós la luz del verso.


SIN DEJAR DE SOÑAR

Los racimos dorados penden de la memoria
y las horas cansadas son ya tiempo perdido
en la agenda sensible de nuestra soledad.

La noche nos espera como otras veces pródiga
para servir de cofre a esta mágica perla
humana y siempre viva, o sea, la amistad.

Entre vosotros vuelvo a soñar que la vida
no es sólo este huracán que mezcla espina y rosa,
saludo y despedida, amor y desamor.

Entre vosotros vuelve a ser todo esperanza,
otoño que no muere bajo este oscuro viento
silente del olvido, del miedo, del dolor.

Dejemos que los lutos, las penas y los miedos
descansen unas horas mientras dura esta gracia
de estar juntos bebiendo y hablando sin pesar.

Que mañana este río al que llamamos vida
volverá a transportarnos como hojas de otoño
de un sueño hasta otro sueño sin dejar de soñar.




viernes, 28 de agosto de 2009

MI CONCURSO DE PINTURA RÁPIDA DE TOSSA DE MAR

La 53ª edición, 2009














El próximo domingo 30 de agosto volveré a repetir una experiencia emocionante, la de participar con mi pequeño granito de arena en el Certamen de Pintura Rápida de Tossa de Mar, el decano de España. Es emocionante acercarse a La Nau para rellenar la inscripción y sellar el cuadro que por la tarde debe ser entregado en el mismo edificio (sobre las ocho de la tarde tiene lugar el fallo del concurso y posteriormente se inaugurará la exposición de las pinturas presentadas hasta el 30 de septiembre) y ver de paso a los concursantes que, armados de sus cachivaches de pintura y procedentes de todo el territorio nacional, traen los ojos llenos de ilusión y la cabeza de ideas con encuadres, rincones de Tossa y mil planes que llevarán a término cuando salgan de La Nau, ya inscritos y con el cuadro sellado, y se apuesten en cualquier encrucijada del pueblo para representar el mar, una calle, el chiringuito de la playa, las murallas de la Vila Vella o cualquiera de las atractivas calles de este pueblo encantador de la Costa Brava. Lo bueno de este día es que con antelación cada uno de los participantes (al menos yo lo hago) lleva toda la semana previa dándole vueltas a la imaginación sobre qué motivo va a escoger para plasmarlo en su cuadro. En lo que a mí respecta, puedo decir que el año pasado me ocurrió algo parecido, pero a última hora y ante el blanco del lienzo, cambié de idea y la emoción y el trabajo fueron mayores. Pensaba hacer un bodegón de peces y ostras con algún rincón de la Vila Vella al fondo, pero a última hora, mientras revisaba a Feininger, se me ocurrió hacer algo en homenaje al pintor alemán y acabé presentando al concurso el cuadro siguiente:




Y aquí estoy, el día anterior al Certamen, pensando todavía en la obra que mañana presentaré en él. Tal vez pinte el bodegón de peces y ostras que pensé realizar el año pasado. Tengo hechos algunos bocetos sobre ello y uno de ellos se acerca a lo que me gustaría entregar mañana. Sobre una mesa en primer término aparecerá una botella de vino y un plato con cuatro o cinco peces, cuyo color aún no he decidido, aunque podrían ser salmonetes y en ese caso tendría que vigilar los tonos de los rojos para que el cuadro no cantara demasiado; y en el ángulo derecho de la mesa, que formará un imaginario marco con el motivo de la Vila Vella (tal vez la calle del restaurante, tal vez el patio de armas, porque ambos motivos me satisfacen por igual), dos o tres ostras abiertas, cuyo gris verdoso dará un toque lírico al cuadro. Ya veremos mañana, cuando me enfrente al blanco del cuadro y trace con ceras las líneas del dibujo base.


Finalmente, llega el día esperado. A estas hora de la mañana Tossa está desierta. Cruzo la avenida con el cuadro en blanco a cuestas camino de La Nau. Encuentro con viejos conocidos que también participan en el Certamen, unos con óleo y otros con acuarela. Nos deseamos suerte y con el soporte sellado y la inscripción hecha, cada uno a su rincón, a empezar la carrera contra los nervios y la lucha contra la forma, la línea y los colores. Antes desayuno en la terraza mirando fijamente el blanco del cuadro como intentando ver en él la futura composición. Luego las horas de trabajo, mientras mi mujer baja a la playa, corrigiendo, añadiendo más color, quitándolo, reduciendo con el blanco de esmalte (técnica que empleo desde hace un tiempo para dar brillo a los colores) algún tono subido o tapando alguno que destaca demasiado... Luego, a mediodía, dejo en reposo el cuadro y bajo al pueblo, a las inmediaciones de la playa, para echar una ojeada a los pintores apostados allí y mirar cómo van en sus respectivas obras. Me doy un baño y subimos a casa para comer. Antes veo de nuevo el cuadro y durante la comida pienso en los últimos toques. Hay cosas que arreglar o mejorar: las cortinas, el pez rojo, los brillos de la botella, el tono apagado del patio de armas de la Vila, el rojo de la mesa, los brillos de las ostras... qué sé yo. De nuevo los nervios.

Pero, por fin, tras alguna hora más de retoques y enmiendas, doy por acabada la pintura (en realidad, nunca, en mi caso por lo menos, ninguna pintura está acabada) y la entrego en el edificio de La Nau dentro del plazo que señalan las bases (ya adelanto que no concurso para ganar ningún premio de pintura, sino para superarme a mí mismo, que también es ganar). Ahora, mientras escribo estas líneas y veo la foto del cuadro, que incluyo a continuación, vuelvo a pensar en todo lo que cambiaría en él. Como en la misma vida (si pudiera). Pero así soy yo, un perfeccionista incorregible (vaya paradoja).







miércoles, 19 de agosto de 2009

DE VISTA, DE OÍDAS, DE LEÍDAS

Libro amigo Bruguera







Hace unos días hablaba desde este blog de las lecturas propias del verano y de viejas colecciones de revistas y libros que desgraciadamente han dejado de editarse. En aquella ocasión hablé de la colección de revistas para médicos y farmacéuticos en forma de librito titulada La Hora XXV. En la presente lo hago de la colección que la editorial Bruguera llamó durante los años sesenta y setenta Libro amigo. En las décadas citadas y en las siguientes, aunque ya no se editaban, fui adquiriendo ejemplares de la citada colección en cuantas librerías de viejo encontraba a mi paso en Barcelona, sin olvidar mi principal fuente de hallazgos librescos el Mercadillo de San Antonio, del que soy aún, cuando las circunstancias me lo permiten, un ferviente visitante. Más de trescientos volúmenes he logrado reunir hasta la fecha y no he perdido la esperanza de seguir encontrando algún que otro ejemplar. A veces, mi amor por esta colección me ha llevado a adquirir algunos ejemplares que ya tenía, como el que encabeza este artículo, pero no me importa porque así lo puedo seguir leyendo tanto en mi habitual residencia como en esta de Tossa. Por la esquina del ejemplar (Antologías), podemos deducir que la colección Libro amigo posee varios apartados, desde tratados sobre los más diversos temas, hasta diccionarios, ensayos lingüísticos y literarios, libritos de divulgación, estudios de idiomas o todo tipo de antologías, ya sean de poesía o de cuentos, cuando no portadoras del encabezamiento común Las mejores historias de..., como las del encabezamiento. Las mejores historias de ultratumba es un libro ideal para leer durante los largos días del verano a la orilla del mar o a la sombra de un pino, cuando no en las pesadas horas de calor nocturnas. Yo he vuelto a hacerlo estos días de bochorno estival y de algún modo me han hecho casi (¡casi!) olvidar el tórrido calor de las últimas noches. Si aún hay quien no ha podido disfrutar de las impresionantes historias que contiene el libro, puede hacerlo por medio de Internet. Por mi parte, aquí adelanto unas cuantas anotaciones para ir abriendo boca. Las historias que componen el libro han sido seleccionadas por Van Hageland, quien en la introducción ya nos adelanta que el miedo es un fenómeno literario pues lo encontramos en la novela policiaca y sobre todo en los relatos fantásticos. Y eso se debe a que el miedo es el sentimiento humano más fuerte, salvaje y primitivo (son sus palabras), un "sentimiento difícilmente explicable de nuestra vida interior ante los misterios de nuestra propia personalidad", y continúa: "Desde el momento en que nuestra imaginación se adelanta a la inteligencia y a la razón, surge el miedo" y si ese miedo lo exteriorizamos en el relato pierde su aspecto terrible y nos libramos de su influencia. Eso debieron de pensar muchos de los grandes escritores de la literatura universal, desde Shakespeare a Dickens, pasando por Poe y tantos otros cuyas historias de ultratumba aparecen entre las 24 que Van Hageland ha recogido en el libro. Y ahí está el fantasma del padre de Hamlet a quien se le aparece para comunicarle que su muerte ha sido causada por su propio hermano con la ayuda de su propia esposa y para exigirle cumplida venganza. Y el hombre encantado de Dickens, y la estremecedora historia de la hermosísima Ligeia, creación de Poe, cuyo espectro ocupa y vivifica el cadáver de la segunda esposa del protagonista, lady Rowena. Y la mano desollada de Maupassant, y la casa en alquiler de Le Fanu, y los caballos nocturnos de Claude Seignol, y un largo etcétera de casos terroríficos y fantásticos que el aficionado a este tipo de relatos encontrará en este ejemplar del Libro amigo de Bruguera.

miércoles, 12 de agosto de 2009

DE VISTA, DE OÍDAS, DE LEÍDAS

Las Aventuras del FBI












El verano es la mejor época para desempolvar las antiguas lecturas y con ellas regresar al pasado, pero sin nostalgia, sólo con el deseo de comprobar que dentro de nosotros sigue latiendo parte del niño que un día fuimos cada uno de nosotros. Uno de los modos que yo tengo de volver a aquella Arcadia perdida es releer las viejas historietas de aventuras que muchos conservamos. Me refiero a los cuadernillos de viñetas que en los años cincuenta y sesenta devorábamos sin parar, hasta hacer nuestras las inquietudes y peleas de los héroes que desfilaban por sus breves páginas, casos de El Cachorro, Roberto Alcázar y Pedrín, El Capitán Trueno, El Guerrero del Antifaz o, para no hacer excesivamente larga la lista, el trío compuesto por Jack, Bill y Sam, los inefables protagonistas de las Aventuras del FBI. Conocida mi afición por este tipo de publicaciones, hace unos años me regaló uno de mis hijos un libro que las estudiaba titulado La España del tebeo (Espasa Calpe, 2001). Del libro, dividido en tres partes, la que me interesa es la que estudia el tebeo de aventuras, representado por cuatro colecciones solamente (Roberto Alcázar y Pedrín, El guerrero del antifaz, Hazañas bélicas y El capitán Trueno) cuando existían docenas de ellas. Por ello, cada vez que releo el libro de Espasa, en especial echo de menos en ese apartado la colección titulada Las aventuras del FBI, que eran mis favoritas. De ahí que en este blog me decida a aportar mi pequeño granito de arena y así completar un poquito ese apartado.
Las Aventuras del FBI como novela ya existía en la editorial Rollán, que, en vista del éxito que estaban tomando entre los lectores adultos, decidió en 1951 encargar al dibujante Luis Bermejo (a él se deben otros cómics como Pantera negra, Apache y algunos números de El Capitán Trueno) el trabajo de transformar esas aventuras en cuadernillos de historietas para niños. Eran apaisados en blanco y negro y la cubierta en color que costaban 1'50 pesetas cada uno. El guión corría a cargo de Alf Manz y los dibujos, como queda dicho, de Luis Bermejo. En ellos se relatan gráficamente las acciones que el agente especial del FBI (Federal Boureau Investigation) norteamericano Jack Hope, ayudado del simpático gordito Sam y el joven Bill Boy, lleva a cabo en cualquier escenario del planeta para combatir el hampa y el mundo del crimen. Algunos títulos son los siguientes: La pantera de Michigan, La emisora fantasma, La espía satánica, Titanes en el Far-West, La carrera de la muerte, La cabaña solitaria, Misterio en la India o Nuevos robinsones. A partir de 1955, por desavenencias con la editorial, el puesto de Luis Bermejo lo ocupó Antonio Pérez García "Carrillo", que intentó seguir los modos de Bermejo pero enseguida buscó su propio estilo. Finalmente, Manuel López Blanco pasó a ser el dibujante de las aventuras.

lunes, 10 de agosto de 2009

DE VISTA, DE OÍDAS, DE LEÍDAS

La Hora XXV































Hablando de colecciones de libros que me he subido a Tossa, entre otras cosas porque ya no me caben en mi residencia habitual, debo mencionar una que fui reuniendo domingo tras domingo de visita al mercadillo de San Antonio en los primeros años de mi llegada a Barcelona. Me refiero a un centenar de revistas de pequeño formato y en forma de libro destinadas a los médicos y profesionales de la medicina en general, incluidos los farmacéuticos, que llevaba el nombre de La Hora XXV al servicio del médico. Se encargaba de su publicación la editorial Lye, cuya redacción y administración tenía su sede en Nuestra Señora del Coll, 14-16 (Barcelona-6) y cuyo director era Vicente Esquiroz. La Revista poseía una tirada de 42000 ejemplares y su distribución era gratuita a todos los médicos y farmacéuticos españoles por gentileza de las firmas que se anunciaban en su interior. Pasé ratos muy divertidos leyendo los relatos que contenía cada número y ojeando otras secciones suyas igualmente entretenidas, todas plagadas de anuncios de medicamentos que abarcaban páginas enteras intercaladas aquí y allá, así como varias dedicadas a humor gráfico con asuntos médicos. Más de una vez he recurrido a esos chistes para engrosar mi modesto acervo social (el de contar chistes con cierta gracia lo considero beneficioso para estrechar amistades). Por otra parte, también me inspiré para mis pinturas en los dibujos que encabezan sus narraciones (un caso concreto que aún puede dar fe de ello es el cuadro al óleo en blanco y negro de la vieja que cose que cuelga de una de las paredes del comedor de mi primer piso de Barcelona, de cuando aún vivían mis padres). También disfruté de lo lindo leyendo los versos que en muchos números de la revista aparecen en la sección titulada Rincón de Poesía. Por lo general cada revista lleva en la cubierta (salvo alguna que, como la que encabeza este artículo, representaban objetos y artefactos propios de la medicina o la farmacia) la efigie del escritor, nacional o extranjero, cuya narración o narraciones incluía la revista en cuestión. Respecto a la estructura de cada número, venía a ser la siguiente: En primer lugar aparecía el Editorial, en el cual la redacción hacía referencia a algún asunto relacionado con la profesión, ya fuera para hablar de mejoras o deficiencias de material médico o sanitario, ya para anunciar actividades o programaciones propias del gremio médico. Le seguía el Sumario junto con los créditos de la revista, dirección, impresión, registro o depósito legal. Luego había una página dedicada a Nuestra portada, donde se hacía una semblanza del escritor elegido y que mayor presencia tenía en la revista. A continuación empezaba el apartado dedicado a las narraciones, que era el cuerpo principal del librito. Gracias a ellos, en los años sesenta amplié de forma considerable mis conocimientos de la narrativa breve tanto nacional como extranjera. Para que el lector se haga cargo del contenido de La Hora XXV, citaré un solo caso, el del número133, dedicado a Hans Christian Andersen. Además de la novela corta La hija de los pantanos, del escritor danés, relato que está escrito para contar en familia y cuya lectura recomiendo encarecidamente, se hallan los relatos y autores siguientes: La paz de Mowsle Barton, de "Saki" (Héctor Munro), Retorno a Casa, de Indro Montanelli, Jacqueline, de Luys Santa Marina, o Un ladrón afortunado, de Guy de Maupassant. Representación más universal no se puede pedir. Continuando con la estructura de la Revista, tras el cuerpo destinado a la narración literaria, variada como hemos visto, la revista contenía unas cuantas secciones fijas, como Premio de Oro, que ofrecía en una página la relación de premios ofrecidos y en las siguientes las bases que regían el Premio así como el boleto para participar. Ventana de las Artes era otra sección que firmaba Carlos Cid, quien en cada número presentaba un tema unitario (El llanto de Eos se titula el del número que hemos escogido como ejemplo). Cámara miscelánea fotográfica era otra sección, en la que se daban consejos prácticos para obtener buenas fotos ("Haga fotos nocturnas al exterior"). En Stop-Peligro, sección patrocinada por Pirelli, se comentaba un caso de accidente de tráfico del que hubiera sido testigo un doctor indicando, según su parecer, las posibles causas del mismo y acompañando la documentación gráfica pertinente; la Revista otorgaba un premio al comentario mejor valorado por sus representantes (el objetivo era bien claro: lograr que el médico aportara su experiencia en uno de los más delicados aspectos del accidente de tráfico, como es el de la inmediata asistencia a los accidentados). Se cerraba la revista con una de las secciones que más me gustaban, el Rincón de Poesía, que estaba encargado a Juan Chacón y que cada número estaba dedicado a un poeta nacional casi siempre. Una revista completa que, con el paso del tiempo, además de ofrecer un sinfín de relatos variados y entretenidos de la literatura universal de todos los tiempos, es filón inestimable para conocer qué medicamentos se empleaban hace cuarenta y cincuenta años en nuestro país y el lenguaje que se utilizaba para hacerlos más cercanos (sólo copio algunos ejemplos para que se pueda juzgar lo que digo: "Ayudando la función hepática. Salcedol, sales efervescentes..." "Sevilmina, 24 cápsulas. Seguridad en la terapéutica antibiótica". "Agradabilísimo sabor, perfecto contraste, fácil evacuación. Bario-cidan." "Afrontando riegos en infecciones gramnegativas? Considere... Kantrex.", etcétera). Lástima que hoy en día no pueda aprovecharse uno de revistas así.

domingo, 9 de agosto de 2009

DE VISTA, DE OÍDAS, DE LEÍDAS

El vicio de escribir en los libros



































No sé de dónde ni de quién aprendí a subrayar (eso todavía no está tan mal si con el tiempo te ayuda a recordar opiniones de autores a quienes se admira) y a escribir breves comentarios sobre párrafos o páginas leídas en cualquier espacio que me dejara el libro que en ese momento estuviera leyendo, cuando no retazos de narraciones o poemas enteros, que luego, cuando querías tenerlos a la vista era imposible saber dónde los había escrito (Eso sí, y ahí estaba mi sorpresa, cuando no los buscaba, volvía a encontrarme con ellos al abrir de nuevo un libro que hacía mucho tiempo que no lo frecuentaba). Hasta se da el caso de que en Tossa dispongo de una colección de libros, Grandes Autores Biblioteca de Literatura Universal, de uso frecuente que suelo llevar a la playa para releer y también para esbozar posibles dibujos o pergeñar poemas en las páginas blancas que tienen cuando las circunstancias me obligaban. Un ejemplo es el ejemplar de Juan Marsé, Los misterior de colores, donde guardo dibujos de barcos que cruzan la bahía, la estatua de Minerva con las rocas donde se sustenta y las que llevan hasta la Mar Menuda, un pescador con el fondo de la Vila Vella o la Isla que domina la playa grande (curiosamente, no he escrito nada en sus páginas blancas, sólo he dibujado; hay para todo: en otros ocurre lo contrario). Y a lo que iba. A hablar de ese vicio mío de escribir en cualquier espacio blanco de los libros. Hay uno, también en mi minibiblioteca de Tossa de mar, el Lazarillo, de Vicens Vives, un manual que usé mucho en mis clases de Castellano por su magnífica edición y comentarios, que contiene un poemilla que nunca he incluido en ningún poemario mío, ni siquiera en colaboraciones de revistas, y que, paradójicamente, he buscado afanosamente en alguna ocasión de mi vida para darle la oportunidad que he dado a otros poemas, incluso inferiores. Y ahora, hace unos día, ojéandolo de nuevo, doy con él. Es un poemilla inconcluso, pero que dice de mí mucho más que otros y con una sencillez entrañable que ya quisiera para otros. No tiene título y dice así:
"Tú vienes de aquel barrio,
de aquella buena tierra
donde el puente y el río,
con la muralla vieja,
te dan la pauta limpia
de una vida serena.
Allí te enseñó el aire
a respirar con fuerza
y a decir las palabras
bien altas y sinceras.
Aprendiste del río
a seguir una meta
y a regar en silencio
la luz de tu existencia.
Tú vienes de aquel barrio
del río y las aceñas.
Por eso sabe a libre
la voz de tus poemas."

Ya tiene vía libre, ya vive por sí solo. Que alguien más lo disfrute.

miércoles, 5 de agosto de 2009

DE VISTA, DE OÍDAS, DE LEÍDAS

El embrujo de Marsé





































La forma de narrar de Juan Marsé (Barcelona, 1933) siempre ha ejercido sobre mí un especial embrujo. desde Encerrados con un solo juguete (Seix Barral, 1960), donde un grupo de muchachos constatan su desengaño ante una guerra que no es la suya sino la de sus padres (conviene precisar desde el principio que el tema de la guerra civil es recurrente en la narrativa deMarsé), hasta Canciones de amor de Lolita's Club (Lumen, 2005), en la que, tomando como punto de partida este club de alterne totalmente ficticio, se trata de las relaciones de sus protagonistas Valentín y Milena envueltos en una irrepirable atmósfera de inmigración, sexo, terrorismo..., pasando por novelas de capital importancia dentro de la evolución narrativa del creador de Pijoaparte, como Últimas tardes con Teresa (Seix Barral, 1966 y Premio Biblioteca Breve), Si te dicen que caí (Novaro, 1973 y Premio México de Novela) o El embrujo de Shanghai (Plaza Janés, 1993), novela que he escogido para ocupar este espacio y que hace pocos días acabo de releer. En gran parte autobiográfica, como muchas otras, El embrujo de Shanghai cuenta dos historias en dos niveles narrativos diferentes : la del Kim y su aventura en Shanghai para cumplir un encargo peligroso, con muerte incluida, y que no es más que un pastiche de novela negra, y la historia de Susana y Daniel, dos adolescentes que viven un amor limpio y platónico en la Barcelona de los barrios preferidos por Marsé (El Carmelo, Guinardó, la calle Camelias o la zona del campo del Europa, por citar algunos escenarios narrativos). Ambas historias están conectadas por Nandu Forcat, amigo del Kim, y que es el que cuenta a los niños la historia de este último. La historia del Kim, padre de Susana, no es más que un invento de Forcat para hacer soñar a Susana que su padre un día volverá con ella y, de paso, vivir una temporada con Anita, la madre de la chica. La historia viva y verdadera es la de los chicos, de Susana, enferma de tuberculosis, y Daniel, hijo de una viuda y aspirante a joyero, que pasa la mayor parte de su vida acompañando al capitán Blay, personaje inolvidable, que ha quedado tarado tras la guerra civil (de nuevo la guerra) y toda su obsesión se cifra en acabar con la fábrica Dolç que emite un humo mortífero que acabará con toda Barcelona y en especial con la quebradiza salud de Susana. Dos historias que poseen sendos narradores: Forcat cuenta la de su amigo Kim, ineventándosela toda ella (incluso falsifica la letra del Kim en una postal de Shanghai que, supuestamente, le envía éste a Susana), una historia homenaje al género negro, al que Marsé es tan aficionado (el cine negro le apasiona). Y Dani cuenta la segunda historia, la verdadera, la que llega al corazón del lector, que paradójicamente acaba mal, cuando todo parece indicar lo contrario, que Susana y Dani lleguen un día a formalizar sus relaciones. En la última página del libro leemos la decepción que sufre Dani cuando, al ir a sacar una entrada para el cine, descubre que Susana, que ha sustituido a su madre en la taquilla, ésta ni le mira cuando le entrega la entrada que ha pedido. "...cogió el taco de entradas y preguntó: "¿Cuántas?", sin alzar los ojos, y yo dije: "Una", pagué y acto seguido me sorprendí ya casi dentro del cine y prometiéndome saludarla al salir, manoteando atolondradamente la inacabable y mohosa cortina de un extremo a otro hasta conseguir abrirme paso y refugiarme en la oscuridad de la platea, encogido en una butaca de la última fila y sintiendo más pena de mí mismo que de ella."
Un embrujo. La forma de poner las palabras, de elegir los escenarios, de describir a los personajes... Si se quiere leer una buena novela que haga pensar en lo pequeño que es el ser humano si no tiene un poco de suerte en la vida, El embrujo de Shanghai, de Juan Marsé, es un buen ejemplo.

sábado, 1 de agosto de 2009

DE VISTA, DE OÍDAS, DE LEÍDAS

Aquellos tiempos de Instituto








































Yo estudié el bachillerato (mejor dicho, los dos bachilleratos: el elemental y superior) y el Preuniversitario en el Instituto Claudio Moyano de mi tierra natal, en las mismas aulas y con los mismos profesores que mi hermano mayor o los conocidos poetas del lugar Hilario Tundidor o Claudio Rodríguez. En el Instituto viví mis mejores años de adolescencia y primera juventud (allí tuve mi primera novia y mis primeros amigos) y guardo de su estancia entrañables anécdotas. Ya adelanté en otra página de este blog que, durante el Preuniversitario y con objeto de reunir dinero para realizar nuestro viaje de fin de curso y despedida del Instituto, representamos un grupo de alumnos de Letras, y bajo la dirección de nuestro profesor de Francés, la pieza cómica Parada y fonda, de Vital Aza, en la que yo hacía de comisionista catalán. Pues bien, de ese inefable profesor de Francés, que se llamaba don Pedro (temo que su apellido se me haya borrado de la memoria para siempre, no su forma peculiar de enseñar), quiero traer aquí lo que ocurrió en una de sus clases. El caso es que frente a todo lo que tenía de buen profesor don Pedro, le faltaba una pizca de aliño personal, incluido el atuendo y su forma de llevarlo, y así era frecuente que el buen hombre llevara desabrochada la bragueta de su pantalón. Sigamos. Ese día, por las circunstancias que fueran, había más jaleo en clase que de costumbre y, concretamente había una alumna que no dejaba de hablar con su compañera de clase. En vista de ello, el profesor la amenazó varias veces con expulsarla del aula si persistía en su actitud distorsionadora. Pero ella no cejaba en su empeño pues algo muy importante debía de ser lo que
tenía que comunicarle a su vecina de al lado. Así que don Pedro, una vez más repitió su amenaza diciendo la frase mágica que todos esperábamos. "Señorita, que la saco." Y nuestra intervención a coro no se hizo esperar pensando en la bragueta desabrochada de nuestro profesor: "¡Sáquela, don Pedro, sáquela!"
Tuvimos un profesor de Latín que no acabó nunca conectando con los alumnos. Sus clases eran demasiado rígidas y su exigencia no tenía límites. Cuando hablaba no consentía en la clase ni el zumbido de una mosca. Ni cuando escribía el texto de César, por ejemplo, en la pizarra para que lo tradujéramos en un tiempo récord, parecía que tenía ojos en la nuca pues nadie se atrevía a mover un dedo. Pero el tiempo pasa y transforma la didáctica y el alumnado y también el temor y, desgraciadamente, el respeto a los profesores, y aunque el respeto al profesor de Latín, que yo sepa, nunca se perdió, el temor a las malas notas y a los correctivos disciplinarios sí, así que un día en que la clase andaba un poco revuelta porque, entre otras cosas, se acercaban las vacaciones de verano y, prácticamente, las calificaciones estaban puestas (faltaban algunos flecos, como trabajos de curso, traducciones extra y otros asuntos parecidos), un día, digo, de esos tontos que no faltan en la vida de los alumnos y los profesores (en la parte que a mí me toca los conozco muy bien), en el banco inferior del aula algunos compañeros estaban más por la lengua viva que por la muerta de la asignatura y no paraban de charlar. hasta que el profesor, con el ceño fruncido, a punto de perder los papeles (esto último por nada del mundo debe pasar; antes bien, conviene tragarse la bilis, armarse de paciencia y, con los ánimos más templados, tomar las medidas oportunas más tarde), gritó en dirección a los charlatanes: "¡Todo ese banco fuera!" Y dicho y hecho, pero literalmente. Es decir, se levantaron todos los alumnos que lo ocupaban y dos de ellos cogieron el banco por lols extremos y lo sacaron al pasillo. Tal cual. Las carcajadas no se hicieron esperar y, pasadas éstas, todas las miradas se pusieron a observar la reacción del profesor, que, para sorpresa nuestra, se limitó a sonreír para acabar diciendo: "Lástima que la inteligencia la usen sólo para eso".