martes, 21 de febrero de 2023

RELATOS DE AYER (II) EL HOMBRE QUE NO RECORDABA QUIÉN ERA


      


El hombre se levantó sin recordar quién era. Francamente preocupado, fue a ver al primer psiquiatra que encontró en las páginas amarillas. El doctor tenía su despacho en una
especie de caserón ocupado. Las puertas de los diversos pisos estaban arrancadas de sus
jambas y las pocas que quedaban aún en pie mostraban sus cerraduras reventadas; a cambio,
utilizaban cadenas y candados para mantenerlas lejos de indeseables tentaciones. Sin
embargo, la puerta del despacho del psiquiatra era la única que permanecía siempre abierta de
par en par. El despacho, apenas iluminado por un ventanuco que daba a un estrecho patio de
luces, sólo disponía de una mesa, un sillón de anea donde se sentaba el psiquiatra y una silla
común destinada a los pacientes. El hombre entró en él, y el facultativo, al verlo, se levantó, le
estrechó la mano y luego con un gesto le invitó a sentarse en la silla; y, sin darle tiempo a
respirar, le preguntó cuál era su problema. El paciente le respondió sin titubear:
     --No recuerdo quién soy.
     --Eso es muy frecuente hoy en día—le dijo el psiquiatra--, pero casi siempre tiene
solución. Basta con desear curarse. Eso es lo importante. ¿Usted desea curarse? ¿Quiere
recordar quién es? Porque muchas veces es mejor no saberlo, créame. Se lo digo como
profesional.
      El paciente se sorprendió.
     --No se asuste con mis palabras –añadió enseguida el facultativo, calmándole con un
gesto--. Lo que quiero decir es que muchas personas se han curado sólo tras haber
olvidado precisamente su personalidad. Déjeme que le vuelva a formular la pregunta:
¿usted quiere realmente saber quién es?
    --Sí, señor—le respondió el hombre completamente convencido--. De lo contrario, no
habría venido a su consulta, ¿no le parece?
     --Por supuesto. Bien, primer escollo resuelto. Usted está verdaderamente decidido a
recobrar su personalidad. Ha quedado claro. Así pues, le voy a recetar un medicamento
que acaba con la amnesia en pocas semanas, como mucho mes y medio.
    --¿Mes y medio ha dicho? –preguntó alarmado el enfermo, mientras notaba cómo el
sudor recorría su piel y el corazón galopaba en el exiguo recinto de su pecho como un
caballo sin freno--. Necesito urgentemente saber quién soy, doctor. Hace menos de un año
sufrí un infarto y temo que, si me da otro, puede ser el definitivo y no logre salir de él.
     El psiquiatra lo miró con gesto compungido y luego echó mano de un taco de
octavillas pegadas por un extremo que tenía sobre la mesa, separó una y escribió en ella
unas palabras. Acto seguido le entregó la nota escrita mientras le decía:
     --No se preocupe, para casos extremos siempre guardo un as en la manga. Vaya a la
dirección que le he apuntado ahí y pregunte por el señor Swep. En Internet encontrará
referencias sobre la dirección: cerca de aquí, en la misma calle, existe un cibercafé donde
podrá hacerlo. –Hizo una pausa para echarse hacia atrás en el sillón y a modo de
conclusión dijo:-- Y hasta aquí llega todo lo que puedo hacer por usted.
     Después se levantó, estrechó la mano del hombre y le deseó suerte.
     Éste le dio las gracias y salió del despacho, en tanto que un nuevo paciente ya se
cruzaba en el umbral con él.
     

     


     En la calle, encontró sin dificultad el cibercafé indicado, un espacio incómodo donde
flotaba un humo amarillento y hediondo. Hizo de tripas corazón y se sentó ante un
ordenador mugriento. En Google Maps localizó la dirección a las afueras de la urbe, al otro
lado de un puente y un río de los que no recordaba haber oído hablar nunca. También
aprovechó Internet para enterarse de que Swep era un término inglés que significaba
“barrido” o “barrida”. Sin saber muy bien en qué berenjenal se estaba metiendo, pagó el
euro que le había costado el uso del ordenador y cogió un taxi para llegar con más
seguridad a la dirección de la nota.
      Cuando el taxista la leyó, lo miró como si fuera un bicho raro.
     --¿Está seguro de querer ir a este lugar? Para la mayoría de los ciudadanos ese sitio
es sinónimo de misterio, encanto, surrealismo, poesía, hechizo, hipnotismo...
      El taxista, al ver que el hombre asentía con la cabeza, se encogió de hombros y
condujo el coche durante un buen rato hasta un paraje que parecía sacado de una pintura de Chirico. 

 


      Al final de un puente se levantaba un edificio oscuro que parecía abandonado y
cortado en diagonal por una espesa niebla, de modo que sólo dejaba ver un pequeño
triángulo de la fachada, que correspondía con la entrada del caserón, una puerta con arco
apuntado, y media ventana también gótica.
      El hombre se despidió del taxista y, sin esperar a ver cómo el coche desaparecía
como una exhalación, se acercó a la puerta, levantó la aldaba del llamador, que
representaba un búho de bronce con los ojos cerrados, y golpeó tres veces. Casi
inmediatamente la puerta se abrió unas pulgadas, las suficientes para dejar ver en el hueco
el perfil aguileño de una persona.
    --¿Quién es usted?—preguntó amenazando con clavar su nariz de ave rapaz en el
rostro del recién llegado.
     --Ya me gustaría saberlo—dijo éste evitando el picotazo--. A eso vengo, a que alguien
me lo diga. ¿Vive aquí un hombre que se llama Swep? Me han dicho que él puede
ayudarme.
     --Ah, si es así, pase.
     Y, agarrándole de la ropa, lo metió dentro de la mansión sin darle opción alguna para
negarse.
      Había una lámpara de pie sobre la única mesa que ocupaba el centro del salón, que
alumbraba la décima parte de la estancia. El del perfil de ave rapaz le indicó al hombre que
esperara allí al señor Swep y desapareció en las sombras, dejando tras sí un rumor de
pasos apagados.
     Al quedarse solo, nuestro hombre intentó escudriñar los rincones de sombra para
poder descubrir algún mueble más, algún tapiz, algún escudo heráldico, alguna panoplia de
armas, tal vez algún retrato de personaje ilustre, digno ascendiente de aquel silencioso y
solitario caserón.
     

    
      --En esta casa no descubrirá nada superfluo—sonó una voz que salía de las sombras
situadas a la izquierda--; aquí sólo hay lo necesario.
Y apareció en el espacio alumbrado por la lámpara un hombre vestido con papeles de
periódico y la cara velada por una máscara de dios barbudo. En una mano traía un frasco
de cristal y en la otra un libro.
     --Sé a qué ha venido.
      --Entonces sabrá también ayudarme.
       --Eso ya lo veo más difícil.
       --¿Por qué?
        --Porque usted, que ha venido aquí para saber quién es, acabará yéndose como ha
venido. Sin saber quién es.
        --¿Por qué?—volvió a preguntar el hombre verdaderamente angustiado.
        --Porque usted no es nadie.
        El hombre dio un salto atrás.
        --No se asuste. He dicho que usted no es nadie y eso no es cierto del todo. Usted es
un ente de ficción, pura creación de un escritor de cuentos.
      --¿Quiere decir que sólo soy un personaje, lo mismo que el Emperador de Andersen o
Peter Pan de Barrie, por ejemplo?
     --Me temo que algo así. --Le mostró el libro que traía en una mano--. Usted es el
protagonista de este libro.
      El hombre intentó leer el título, pero las letras bailaban en sus ojos, producto sin duda
de la escasa iluminación del lugar.
      Swep aclaró:
     --Su título es “Yo no sé quién soy”.
     El hombre no daba crédito a sus oídos.
     --Pero usted va a ayudarme...
     --No sé si podré. Lo único que puedo hacer por usted...
     El hombre se agarró a las siete últimas palabras como a un clavo ardiendo.
    --Lo que sea. Haga lo que sea, por favor.
      Swep debió de ver en su interlocutor a un ser verdaderamente desesperado porque
enseguida añadió:
      --Pero ha de seguir al pie de la letra todas y cada una de mis indicaciones.
      --Lo que sea—respondió el paciente.
      --De acuerdo—dijo Swep entregándole el frasco que portaba en la otra mano--. Lo
primero que ha de hacer es beber el contenido de este recipiente.
      El hombre cogió el frasco e hizo además de llevárselo a la boca, pero Swep le detuvo
para decirle:
      --Antes debe repetir conmigo la frase “Albuixech es la cuna del Capitán Trueno”.
      El paciente repitió:
      --“Albuixech es la cuna del Capitán Trueno”.
       Entonces Swep dijo:
      --Ya puede beberlo, pero hágalo de un tirón. Es fundamental.
       El hombre mantenía un vaso de agua en su mano temblorosa para llevárselo a los
labios cuando vio que el reloj de la mesilla de noche marcaba las cuatro de la madrugada.
      --¡La misma pesadilla!—murmuró con fastidio--. Mañana sin falta iré al psiquiatra.


 


sábado, 11 de febrero de 2023

MIQUEL MARTÍ I POL EN CASTELLANO. Seis poemas de la Suite de Parlavà (y II)

  



4
La piedra es la discreta quietud

en que maduran gestos y miradas,

cansados del jaleo y el desahogo.

La inmensidad ha de tener marco de piedra

que mida quizás una mano de niño

cálidamente ingenua. Paz

entre paredes solemnes que me recuerdan

cantos y charlas, ganancias de solitario

que no rechaza ningún opaco espejo

para amar dignamente la existencia.





5
Alguna cosa leve, imperceptible,

que sin embargo mueve voluntad y empeño

en persistir, cuando la sombra de las aves

de presa es más hazaña. Vuelvo atrás

para admirar el ocaso en la ventana

de los años vividos. --Tarrasa, el viento

agita las ramas y el sol dibuja eses--.

Sólo quiero este silencio denso

y alguna cosa leve, imperceptible,

en que, miedoso, me reconozca al menos.





6

Pero la vida es más que este vaivén.

De verso en verso, la niebla de los sueños

es el agua de la noria que levanta

su luz muy por encima del gesto

y la voz que lo remacha. Entonces

es preciso jugar a todo o nada para ser

leal a la dureza que proclama

la voluntad de persistir, sabiendo

que el resultado será impreciso y frágil

como una cabriola, como un deseo.