lunes, 26 de mayo de 2008

Cuando todo era hiel

Recuerdo que la noche era un folio de nieve,
y tú eras las palabras que volaban sobre él,
cual gaviotas sin isla o arena sin cristales.
Recuerdo que la noche se hizo día,
y tú seguías sembrando tus versos en mis surcos.

Después pasó el verano, y las estrellas
del trigo florecieron. No volvimos
a vernos más los ojos. Pero siempre
recuerdo la distancia que tu sombra
detrás iba dejando. Ahora recuerdo
que fue todo un invento de mis ansias
por tener a mi alcance una sonrisa,
cuando todo era hiel y lontananza
y un otoño sin hojas ni deseos.

Recuerdo al fin que nada
era dulce en mi vida: sólo arena
perdida entre las olas de la vida.
Recuerdo...
Sólo siembro recuerdos, sólo brisas
sin odios, sin olvidos...
Y así recojo el eco de tu voz,
el eco de algo bueno que jamás
podrá existir si no es en mi deseo.

La educación lectora del franquismo

La educación

Las listas de todo y sobre todo eran algo consustancial con la época a que nos referimos: lista de los libros que debían leerse, lista de las emisiones de radio aptas para escucharse en familia, lista de las películas lícitas para ser vistas por todos... Es oportuno citar a estas alturas las palabras de Pío XI en “Vigilanti cura” que el doctor Salicrú, presbítero catalán propugnador de normas morales de la época, cita en apoyo de su “Depuración ideológica, moral y estética del cine”: “Se hace necesario que el pueblo conozca claramente qué películas son lícitas para todos, cuáles son lícitas con reservas y cuáles son dañosas y positivamente malas. Esto exige la publicación regular de listas de las películas clasificadas, que deberán llegar fácilemnte al conocimiento de todos. Sería muy de desear que se puediese establecer una lista única para todo el mundo, porque para todos rige una misma ley moral.” El libro de referencia del doctor Carlos Salicrú se titula La educación, y es un documento de primer orden para comprender la moralidad del franquismo, habida cuenta de que, como dice el subtítulo de la obra, se trata de un “estudio normativo acerca de las obligaciones que impone la vida social”. El libro del doctor Salicrú observa parecida metodología que Hace falta un muchacho: apoyo continuado de las aseveraciones del autor en dichos y poemas de autoridades reconocidas nacional y mundialmente, dentro de una ortodoxia tradicional y conservadora. Dios es la idea central de la educación, es una de las primeras afirmaciones de La educación , avalada por estos versos:
“...El Ser que da luz al día
y al hombre fuerza y salud,
al logro de la virtud
los pasos del hombre guía.”
Y Salomón refuerza la educación moral exigible en todo tiempo: “Ejemplo de superiores, guía de inferiores”. “La educación del hijo será la honra del padre, y de su enseñanza le resultará la gloria de verle amado por todos los de la casa.” Etcétera. Tenemos deberes para con el alma. Los místicos nos hablan del “vuelo del espíritu”, de las almas que “vuelan como las aves que en el aire se purifican y alimpian”. La virtud es para Gracián “cadena de todas las las perfecciones, centro de las felicidades. Ella hace un sujeto prudente, atento, sagaz, cuerdo, sabio, valeroso, reportado, entero, feliz, plausible, verdadero y universal héroe. Tres eses hacen dichoso: santo, sano y sabio.” Acerca del valor de la sinceridad cita estas palabras de José Mª Salaverría: “Ser sincero, pero no cándido; este es el plan que conviene. Hay que ser hábil para descubrir la mentira en los otros, como sorprendemos un peligro natural, un abismo, un montón de cieno, un reptil asqueroso. Pero dejemos la mentira y el deshonor a las almas ruines y cobardes”. Para apoyar la necesidad de la abnegación cita el famoso soneto místico que empieza por
“No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido...”;
la humildad a Santa Teresa (“La humildad es la verdad”); la modestia a la Mitología, en las palabras que Júpiter dice a la modestia una vez que esta se queja porque es desplazada de todos los lugares del Olimpo: “Tú vivirás con todas las virtudes; a todas acompañarás”; el trabajo a Gabriel y Galán y al contrario, para demostrar que podemos ser esclavos de nuestras pasiones, el doctor Salicrú se apoya en Calderón de la Barca, en aquellas palabras que Diógenes dice al emperador Alejandro en “Darlo todo y no dar nada” Uno de los capítulos más interesantes de La educación, desde el punto de vista del tema que estamos tratando, es “La familia laboratorio de la educación”, y de los miembros que forman la familia el más importante es el niño porque es el ciudadano de mañana, por lo tanto, debe ser atendido perfectamente; para apoyar este aserto, el autor recurre al poeta bengalí Rabindranath Tagore: “Parece que la mayor parte de las gentes han olvidado que los niños son seres vivientes, más vivientes que los adultos”. El hogar es una especie de “inexpugnable baluarte para las tradiciones, el alma de la raza, la autoridad, la resistencia contra las crisis sociales, la pureza de las ideologías, todo lo que sea vital y fundamental para la existencia de la Patria”. Apoyo, Homero, que en la Iliada y la Odisea condensa en el hogar la unidad, cohesión y grandeza de Grecia. La familia es el depósito de la tradición, “entraña fecunda donde, en gestación callada, pero incesante, se va forjando, día tras día, generación tras generación, el alma de la misma Patria”. La Patria será lo que sean las familias de España y nuestra individualidad se forma desde nuestra más tierna infancia. Apoyo, Horacio: “El ánfora conserva durante mucho tiempo el perfume en que la impregnaron cuando estaba nueva”. El eje en torno al que ha de girar todo el sistema de la moral familiar es el amor entre los miembros del hogar, porque si la pasión se extingue, el amor es fuente perenne. Apoyo, la copla popular:
“¿Dónde se va a comparar
un charco con una fuente?
Sale el sol, se seca el charco,
y la fuente permanece”.
Y puestos a alabar el modelo de hogar cristiano, el autor recurre a Gabriel y Galán para copiarnos aquellos versos tan conocidos y que nosotros aprendíamos y recitábamos de niños:
“Yo aprendí en el hogar en qué se funda
la dicha más perfecta..." Y así avanza el libro, como un río seguro en cuyo espejo se reflejan las palabras de los grandes pensadores y poetas confirmando las márgenes, encauzándolo sabia y moralmente hacia el mar de la felicidad y la perfecta educación. Núñez de Arce ataca a la ciencia mentirosa que se levanta contra la fe :
Cicerón, Horacio, Séneca defienden la verdadera sabiduría, Dante el arte verdadero, Fray Luis de León la armonía universal como fuente de goces inefables, Severo Catalina la auténtica galantería, Quevedo, Maragall, Bécquer, Víctor Hugo el verdadero amor. Al final, el doctor Salicrú resume: “Fomentemos la urbanidad, la cortesía, la sociabilidad, el comedimiento, la etiqueta social, el buen modo cívico, la educación ciudadana, la convivencia; empero, informado todo ello por la moral de Cristo. La educación cristiana es un deber.”

lunes, 19 de mayo de 2008

UN "ENTRENO" MAL ARMADO

Existe una curiosa contradicción en el diario PÚBLICO. Por un lado es un periódico empeñado en regalar cultura (los viernes, una película de DVD, los sábados, cuentos y entretenimientos infantiles, y los domingos, libros de maestros de la pintura universal), y eso es de agradecer. No faltaría más. Pero por otro lado, es una mina de desidia respecto de la lengua; de ahí que el medianamente atento a las cuestiones del lenguaje (léxico, morfo-sintaxis, ortografía...) puede encontrarse aquí y allá, salpicando la labor informativa del diario, y en especial la tarea formativa de los lectores, abundancia de patadas al diccionario. Ya he comentado en esta sección algunas de ellas. Hoy me limitaré a citar dos que ayer domingo figuraban en sendos titulares de DEPORTES. Uno de ellos decía: "NO CONVOCADO: Salió serio del entreno". El otro, por el estilo y también más frecuente, rezaba: "CALIDAD: La técnica es el mejor arma de la selección". El "entreno" del primer titular no puede ser nunca la forma verbal correspondiente a la primera persona del singular del presente de indicativo del verbo entrenar, sino el sustantivo "entrenamiento", que el diccionario de la RAE define así: "Acción y efecto de entrenar o entrenarse." En cuanto al segundo titular, notamos enseguida un fallo de concordancia que desgraciadamente se está extendiendo en todos los medios de comunicación, y es el ocurrido con los sustantivos femeninos singulares que empiezan por A tónica, como agua, arma, alma, asa, etcétera, que por razones históricas y etimológicas se construyen con el artículo el (el agua, el arma, el asa, etcétera), siempre que no aparezca intercalado entre el artículo y el sustantivo, como es el caso que nos ocupa, un adjetivo calificativo (aquí, "mejor"), que entonces hay que escribir o decir el artículo femenino que concuerda con el sustantivo. Así pues, el titular debería haber escrito "La técnica es la mejor arma de la selección."

RETAHÍLA DE UNA MAÑANA EN BARCELONA

Mañana otoñal. El hombre espera
sobre el andén al tren que vendrá pronto,
mientras lloran las letras en las hojas
del periódico gratis.
No discriminem les persones amb SIDA.
Nuevas pistas señalan al vecino de los McCann.
Kidman teme seguir los pasos tristes
de la Princesa de Gales…
¿Qué le espera al hombre el día en Barcelona?
¿Saldrá tal vez el sol? ¿Habrá alguna incidencia en la salida
cultural con los chicos?
El manco de Lepanto y dos novelas
pasadas al teatro, y luego el vicio
de recorrer los pasos del Manchego
por las calles vetustas de Barcino.
Pensamientos de miedo y esperanza.
El miedo al aire, entre las hojas secas
que se mueren con quejas amarillas
y el aire quieto de ausencias transparentes.

El tren llega, se sube. Dentro, el mundo
del libro y del trabajo
(en sus manos la ausencia y en sus ojos
el brillo del olvido)
se saludan y enzarzan
sus ardientes condenas.
Barcelona, expectante,
les aguarda en el vientre de los túneles.
Llega Clot, el teatro,
Cervantes y un cristal de licenciado
Y una boda engañosa. Dos actores
se multiplican en soldados,
licenciados, doncellas,
damas tunas que ocultan sentimientos.
Abren cestas de mimbre,
izan velas, dialogan, cantan
simulando voces dulces de mujer…
todo el truco
de la tramoya que no da más de sí:
un telón y las sombras,
y la Portada
de las doce Novelas Ejemplares.
Los premios del aplauso, y se fini.
La humedad de la calle, el barrio suelto,
ruidoso entre semáforos, las tiendas
y la gente, de espaldas a la muerte,
caminando con luz en la mirada
hacia los duros mercados de la vida.

De nuevo los andenes, los billetes
del tren de cercanías
que alejan los olvidos y los miedos
y acercan en suspiros virtuales
la esperanza de los últimos andenes.
Y abandonar el vientre subterráneo.
Suben profes y alumnos como topos
a la luz de la Plaza.

Devienen aves libres
de vuelos callejeros,
ríos habladores en busca del Quijote por el Gótico,
el Call, la Sinagoga, los balcones
que gritaban al paso de los héroes.
El mar estaba cerca. El fin al borde
de una herida en la arena, velas rotas
por arcabuces ciegos. Y en la playa
de la imaginación
Sansón Carrasco vence al caballero,
pone punto final a la locura.

Cerca está la casa de Cervantes.
Desde ella otea aún el mar caliente
de aventuras, galeras y grilletes.
y ve caer vencido a su otro yo
a punta cruel de lanza de destierro.
Madrid le espera ya, sin tumba fija,
a la deriva entre docenas de esternones,
calaveras y tibias… Eso piensa
el profesor mirando la fachada
que frente al mar recuerda el paso vivo
del Manco de Lepanto en Barcelona.

Mientras, arriba, el cielo, encapotado,
aguanta la tristeza del momento.
Se cruza Layetana, gotas frías
ungen al grupo cultural. El muro gris
de Santa María del Mar se lava y salva
su silencio con lluvia de otro otoño.

Mientras, sigue la llama
del vecino Fossar de las Moreras
diciendo: Cataluña no quiere ya más eñes,
no quiere más palabras de Castilla en la lista
de los muertos por la Comunidad.

Pero la lluvia cae con eñes de cien sueños
sobre las duras baldosas de la plaza.
Los alumnos descansan mientras comen
en los bares cercanos.
El hombre y sus colegas
visitan las Caputxes.
Sentados a la mesa, en la ventana
ven el arco apuntado de la iglesia.
Lasaña y vino. Y lluvia
tenaz sobre la plaza.
Cada adoquín es ya charol humilde
y en el alma se moja la semilla
de la nostalgia inútil.

Se reanuda el paseo ya de vuelta
hacia los vientres trepidantes de los túneles
con la fatiga hiriendo
los escudos más fuertes.
Picasso les saluda al pasar por su patio
y les muestra la ropa hecha jirones
de un arte de entreguerras, de una guerra
pintada en las meninas y en cerámicas,
en trastiendas de polvo y oro viejo
de la calle Montcada.

El camino les lleva hacia Arcos Rojos
con murciélagos regios en los bordes
y leyendas de finales de siglo,
cuando Onofre Bouvila, imitaba al Quijote
en manos de Mendoza, otro Cervantes
sin deriva y sin ganas de soñar
en anónimas tumbas.


De toda la salida cultural
le queda al hombre el ruido de la plaza
de San Felipe Neri, los zumbidos
de unos niños jugando a la pelota
y los gritos callados de los tiros
grabados para siempre en las paredes.
Cervantes, el teatro, Barcelona…
Y el fusilamiento impasible del olvido.

viernes, 16 de mayo de 2008

HILO DIRECTO CON DIOS

LA CONDICIÓN DE MANOLO HIERRO

Manolo Hierro era un granadino que tenía una habilidad especial para tratar con los chicos y sonsacarles, como si fuera un detective escolar consumado, los trapicheos que se traían entre manos. Además mostraba con todos una simpatía poco habitual, simpatía que, unida a una inteligencia extraordinaria, le convertía en una persona muy grata con la que daba gusto estar. Se había licenciado en Historia Contemporánea por la Universidad de Barcelona, ciudad a la que vino a vivir siendo todavía muy joven. Conoció en la Facultad a Carmen, que sería su futura mujer. A la hora de comer solíamos ocupar la misma mesa y Manolo convertía aquel rato de asueto en una charla amena y divertida. A veces nos aventurábamos en conversaciones algo elevadas sobre las relaciones que existen entre el Arte y la Literatura, y entonces intervenía Antonio para bajar el nivel de la conversación a la altura normal y corriente de las cosas de la vida con alguno de sus chistes, aunque, eso sí, mirando de soslayo a derecha e izquierda por si alguno de la Obra andaba en las inmediaciones. Lo malo era (y ocurría en muchísimas ocasiones pues el asiento de las mesas no estaba reservado ni la naturaleza de los comensales tampoco, como es lógico) que a la mesa acababan siempre llegando algunos de ellos y de ese modo la charla se veía obligada a navegar entre los inoportunos escollos y con las consabidas frases crípticas con que algunos de los más cercanos solíamos intercambiarnos ciertas informaciones.
Hubo otra actividad que nos unió más a Manolo Hierro y a mí. Intentaré explicarla brevemente. Resulta que Hierro mostraba por la fotografía una afición entre científicamente seria y artísticamente lúdica. Conocida esta afición suya, le propuse un día realizar juntos una actividad híbrida, algo así como un reportaje literario. Él se cuidaría de la ilustración y yo del texto. El trabajo tenía como tema central la presencia de Bécquer en Cataluña. Y de común acuerdo nos pusimos manos a la obra un fin de semana de diciembre, poco antes de las vacaciones de Navidad. Y durante el descanso vacacional le dimos un buen empujón al trabajo. Conservo con cariño todavía algunas hojas de la común tarea. Pero al volver en enero a las tareas laborales tuvimos que aplazarla (de hecho nunca más la proseguimos, y eso es algo que lamento de verdad) porque los gerifaltes del Colegio, conocedores de nuestras habilidades extraprofesionales, nos propusieron un pequeño trabajito para conmemorar los veinticinco años del Colegio, que por entonces se iban a cumplir. Se trataba de un librito de unas veinte hojas titulado Rincones perennes que se regalaría a los padres y alumnos de Sendero para honrar tan fausta efemérides. Manolo Hierro fotografiaría lugares, rincones, objetos, árboles, escenas y sitios típicos del Colegio, y yo escribiría pequeños textos líricos, en verso o en prosa, relacionados con las fotografías. Encantados con la idea, iniciamos la labor con tanto entusiasmo que nos olvidamos completamente del autor de las Rimas y de su paso por Cataluña. Ya veíamos el librito terminado. La presentación del material contendría páginas contiguas: la fotografía en la izquierda, y el texto poético en la derecha, y abarcando la cabecera de ambas páginas el título del rincón elegido. En los ratos libres que nos permitía el horario escolar trabajábamos unas veces juntos para elegir el rincón y otras por separado para que él pudiera fotografiar el motivo y prepararlo adecuadamente en su casa y yo para para encontrar las palabras adecuadas para no desmerecer el arte de su trabajo. Y así estuvimos hasta la Semana Santa, que ese año caía en los últimos días de marzo El resultado fueron las páginas referidas a los siguientes temas: Pájaros, La ermita de los pinos, Los caballos (que era un grupo escultórico que había en el vestíbulo de la Recepción), El Platillo Volante, La riera y La masía. Una observación: como el llamado Platillo Volante y la masía aneja al Colegio sólo eran recuerdos, Manolo Hierro, que estaba en todo, resolvió el problema revisando archivos del Colegio que mostraban imágenes de uno y otra. Y al volver de vacaciones, seguimos trabajando en lo que nos pareció una obra que, además de ser divertida, nos estaba reportando paz al espíritu y cosquilleos al corazón. Ilusionados y contentos con el trabajo realizado hasta ese momento, se lo mostramos a la Junta de Gobierno para ver si seguíamos adelante con proyecto o no.
Esperamos en vano una contestación en los días siguientes. Y al cabo de dos semanas, a punto de celebrarse el Aniversario de los 25 años del Colegio, Francesc de Deus, a la sazón director, nos llamó a su despacho. Al ver su rostro circunspecto, el asunto me olió a chamusquina. En efecto, aquel trabajo que habíamos realizado con tanta atención y cariño, quedó en aguas de borrajas. La explicación que se nos proporcionó al respecto no dejaba lugar a dudas y que ponía de manifiesto una vez más la cicatería de quienes regentaban aquella empresa de locos. El director nos dijo:
“La Junta de Gobierno en pleno y yo en particular lamentamos deciros que vuestro brillante trabajo no va a poder ver la luz, por lo menos como habíamos pensado para celebrar el veinticinco aniversario de nuestro colegio. Hemos pensado que resultaría un gasto imposible de asumir en estos momentos. Preferimos editar unas postales de Cabañas con algún cuadro suyo que recoja una estampa del Colegio y celebrar un acto académico presidido por la mujer del presidente de la Generalidad de Cataluña. De todos modos, os trasmito el agradecimiento de la Junta por la atención que habéis tenido con el Colegio.”
Aquella falsa perorata cayó sobre nuestros ánimos como un jarro de agua fría. Yo no supe qué decir. Pero Manolo Hierro no esperó a otra ocasión para decirle lo que pensaba.
"Lo que más me molesta, le dijo sin perder los nervios, no es el tiempo que he perdido buscando en los archivos ni fotografiando rincones en la riera o en otra parte del Colegio, ni siquiera lo que le he robado al sueño para idear cómo quedaría mejor la fotografía del motivo elegido, sino la libertad y desfachatez con que tratáis cualquier trabajo que hacemos cualquiera de nosotros. Si algún día fuerais capaces de entender lo mal que os portáis con la gente que trabaja para vosotros, me daría por satisfecho. Pero creo que el corazón lo tenéis en las estampas, no en el pecho."
La última frase me pareció cojonuda y acertada pero también comprometida. Me quedé tranquilo pensando que tampoco de Deus la habría comprendido. Por mi parte, ya he dicho que me quedé sin palabras, aunque sabía que algo muy grande me hervía por dentro. Al día siguiente, más sereno, le dije al director:
“El único consuelo que me queda, y espero que a Manolo también, es que ojalá encontremos una editorial que nos publique el trabajo y nos compense del tiempo perdido. “
La réplica del director no se hizo esperar:
“En ese caso, y quiera Dios que lo logréis, tendríais que incluir en el apartado de “Agradecimientos” algo así como que "Los autores muestran su reconocimiento al Colegio por haberles brindado generosamente sus instalaciones y sus archivos fotográficos.”
Se lo comenté a Manolo y poco faltó para que, aun pacífico y sereno como era, se presentara en Dirección y montara la de Dios es Cristo.
De cualquier modo, a partir de aquel día, Hierro ya no volvió a ser el mismo. Su cara redonda y sonrosada de niño, enmarcada en aquellos cabellos rubios que le disimulaban la edad, rejuveneciéndosela en muchos años, mudaba de pronto y se ponía seria cuando veía a menos de dos pasos algún gerifalte de la Obra. Y si era de Deus, no podía evitar temblar de ira. Y no precisamente de santa ira, como decían ellos para suavizar la desfachatez de su constante hipocresía.
Luego pasó algo en la familia de Manolo Hierro que sus compañeros, aun los más próximos a él, no acertamos a comprender del todo. El caso fue que poco a poco le llevó a frecuentar la bebida, y era rara la mañana en que al empezar las clases no llevara el olor escandaloso del alcohol pegado a su aliento. Corrían rumores según los cuales la familia de su mujer no le había querido nunca y puede que hasta las cosas entre los cónyuges no fuera demasiado bien. Yo no me meto en eso. La cuestión es que las costumbres de Manolo Hierro, que siempre había sido una persona bien aseada y puntual, cortés y amable, empezaron a relajarse. Tanto que uno de sus mejores amigos, Pablo Barco, al notar que la dejadez de Manolo corría el peligro de convertirse en irreversible, se vio en la obligación de advertirle:
“Ten cuidado porque, de seguir así, podrías verte en un serio aprieto.”
“Mira quién lo dice”, contestó Manolo, que por entonces ya no soportaba el menor comentario sobre cualquier asunto relacionado con el cuidado de su persona. “Mira quién se atreve a aconsejarme, uno que nunca ha sabido siquiera combinar una chaqueta lisa con un pantalón de cuadros.”
Pablo Barco no le tuvo en cuenta esas palabras. Se limitó a mirarle a los ojos con comprensión y luego dijo entre risas:
“Pero en mi caso no importa. Siempre me ha gustado ir cómodo y sin etiqueta. Lo que me preocupa es que una persona limpia, aseada y vistosa en sus trajes y en su aseo personal como tú, de la noche a la mañana haya cambiado tanto.”
Y ahí acabó todo de momento.
Por aquellos días corría el rumor de que un alumno atravesado y con problemas serios de disciplina pretendía volar el Pabellón del Delfín para vengarse de un profesor de la Obra (se decía que del propio Molinos) por haberle expulsado de la Casa del Bosque el primer día del Retiro de Cuaresma. Y como Manolo Hierro tenía fundadamente ganada la fama de detective porque ya en otras ocasiones había resuelto algún que otro enigma, como la misteriosa desaparición de tres cuadros de Montagut, que había legado el profesor al Colegio antes de irse de allí, y dos ordenadores del Aula de Informática, de Deus le llamó a su despacho para pedirle que averiguara cuanto pudiera sobre el asunto.
Sin muchas ganas, se puso manos a la obra más por satisfacer su curiosidad de experto docente y aun mejor psicólogo que por hacerle un favor al Director, que en aquel momento era la cosa que deseaba menos. Lo primero que hizo fue convocar un partido de fútbol entre dos clases, la suya y la del presunto infractor. Y mientras se había hecho con la participación de Aurelio para que arbitrara, él se alineó en el equipo de su clase, cuyos componentes no podían disimular su contento: ver a su rubio y jovial profesor vestido de futbolista era algo a lo que no estaban dispuestos a renunciar. Así pues, empezó el partido, pero a las primeras de cambio Manolo Hierro recibió una patada en la espinilla por parte de un rival que lo dejó fuera de combate. La cosa parecía que se iba a arreglar teniendo al profesor en el banquillo, pero no fue así y enseguida los goles empezaron a entrar en la portería de su clase. En el descanso habló con los alumnos de su equipo y medio en broma medio en serio les amenazó con hacer "chupar" banquillo a alguno y poner a otro en su lugar si la cosa no se enderezaba, porque no estaba dispuesto a ser el hazmerreír del Colegio. Entonces un alumno pelirrojo, al que todos apodaban sin mucha originalidad "Zanahoria", le dijo muy serio:
“Perder un partido no es lo mismo que portarse mal en un Retiro. A todos les puede pasar. Me refiero a hacer una pequeña gamberrada en la Casa del Bosque. Pero perder un partido cuando se puede ganar es perder parte del amor propio y acentuar la falta del respeto en el contrario. Así que ánimo y a portarse con dignidad y coraje. Si aún así nos ganan, nadie podrá reprocharnos nunca nada.”
La cosa empezó a animarse porque no había hecho más que terminar el primer alumno de hablar cuando un segundo intervino:
“El señor Molinos echó del Retiro a los que echó porque se pasaron de la raya.”
Entonces "Zanahoria" volvió a tomar la palabra y dijo:
“Es que lo que hizo Toni es muy fuerte. Liarse un canuto en los lavabos y repartir caladas entre los demás...”
“En el Colegio no se acusa”, sentenció un tercero que se sabía muy bien las consignas cuando le interesaba.
Hierro pareció no dar importancia a la cosa y, animándolos de nuevo para afrontar la segunda parte del partido, les dijo:
“Si jugamos bien y damos todo lo que podemos, habremos cumplido, ¿de acuerdo? Y nadie será expulsado. Ánimo, chicos, que ellos sólo son once como nosotros.”
Al día siguiente, cuando acabó la clase de Aeromodelismo, salió al encuentro de los alumnos que acaban de asistir a esa sesión y, haciéndose el encontradizo, se dirigió al grupo donde venía Antonio Duero, Toni para los compañeros, y les soltó entre risas:
“¿Cómo va la gasolina, chicos? Me refiero a la de los aviones, claro. Tú, Toni, debes ser de los alumnos que mejor cumples con ese cometido, ¿no?”
El aludido dio un respingo. El profesor, sin darle tiempo a reaccionar, añadió:
“Si tienes algo que decirme, te espero en el despacho a la hora del recreo”.
No esperaba lograr mucho en aquel caso pues reconocía que se había precipitado en la forma de dirigirse a los chicos o en la selección de sus palabras. Su estropeada relación con Francesc de Deus le había hecho descuidar las fórmulas de sabueso que le había proporcionado pistas seguras en otras ocasiones. Sin embargo, y contra pronóstico, a la hora del recreo, sonaron unos golpes en la puerta de su despacho. Con un "¡Adelante!" invitó a entrar al que había llamado. Y no se llevó ninguna sorpresa cuando vio que el alumno que entraba en su despacho era Antonio Duero. El gesto de abatimiento del muchacho no dejaba lugar a dudas.
“Te veo cabizmundo y meditabajo”, bromeó el profesor mientras le golpeaba cariñosamente la espalda y le invitaba a sentarse en la silla que había delante de su mesa. “¿Vienes a contarme algo? Adelante. Soy una oreja inmensa que espera oír tus sabias palabras”.
El chico, que en el fondo tenía buen corazón pero que la situación de su casa, discusiones constantes de sus padres delante de él y otros detalles que tenían que ver con la poca atención que sus progenitores le dedicaban, habían desequilibrado su vida emocional, fijó sus ojos en los de Manolo Hierro como buscando amparo y empezó a hablar:
“Si lo de la gasolina que usted dice va por otro lado y no por los aviones, le tengo que decir una cosa. Guardo almacenados en mi taquilla más de diez litros de gasolina.”
Así se lo soltó.
“¿Y cómo lo has hecho?”, preguntó el profesor aparentando tranquilidad pese al bombazo que acababa de oír.
“Los he ido cogiendo del depósito del coche de mi padre con un trozo de manguera que hay en el garaje. Ni se ha dado cuenta. Es muy despistado.”
Luego le contó lo demás: qué pensaba hacer con ello y por qué.
Manolo Hierro hizo de mediador entre el chico y los jerifaltes de Sendero y logró que sólo fuera expulsado del Colegio quince días. Pero el chico no tenía remedio. Uno de la Obra habría dicho al respecto: "Es una manzana con el gusano dentro." Durante la Fiesta Deportiva de ese mismo año quemó los aviones de panel ligero que había en el Aula de Aeromodelismo. Su padre se lo llevó del Colegio al año siguiente y quienes conocían bien al muchacho dijeron algún tiempo después que había sido internado en un Reformatorio de Tarrasa por robar en una Administración de Lotería un talonario de décimos.

miércoles, 14 de mayo de 2008

ENTRE LUCES Y PLUMAS

I.


INSTANTÁNEAS DE PRIMAVERA

Entre las sombras,
las manos de la aralia
piden limosna.

¡Oh, flor de moro:
humildad de esmeralda,
botón de oro!

Verde bambú
pinta paisajes chinos
en el azul.

Al sol medita
con sus ojos de chino
la lagartija.

La viña virgen
pone falda a las tapias
de los jardines.


¡Las mariposas!
Dos pétalos que vuelan
Sobre las rosas!




II.

INSTANTÁNEAS DE VERANO


En las hogueras
quemamos por San Juan
nuestras tristezas.

Luz de naranja
es la luz del verano
sobre la playa.

Por San Lorenzo
la noche llora lágrimas
de luz y fuego.

¡Las amapolas!
¡Cómo lloran los trigos
lágrimas rojas!

Feliz vencejo:
saeta en la ballesta
de su alto vuelo.











III.


EL CISNE BLANCO

Sobre la línea del agua
el cisne blanco es un dos,
un dos de tiza que nada
y se arrodilla ante vos.
Es un lirio que navega…
Cisne blanco, lirio o dos
que decorados de plumas
brillan a la luz del sol.



LAS GAVIOTAS

Las gaviotas son pañuelos
hechos de espuma y de sal
que vuelan sobre las olas
y alegran un poco al mar.

Las gaviotas son pañuelos
que nacieron al zarpar
los pescadores del puerto
con dirección a altamar.

Son pañuelos que acompañan
a los hombres que se van .
Las gaviotas son adioses
que se van con los del mar.



EL COLIBRÍ

Tu nombre en lengua caribe
“arco iris” significa,
y nunca mejor palabra
definiría tu vida,
acróbata de las aves,
abeja de pluma fina.
Porque el sol, enamorado,
en tus alas multiplica,
como en pompas de jabón,
el color de tus plumillas.
Artesano de las flores,
sigue venciendo a la brisa,
sigue endulzando con néctar
el milagro de tu vida.



LA URRACA

En el silencio del bosque
suena una negra palabra:
“urraca”, risa de bruja,
estruendosa carcajada.
Su batuta blanquinegra
impone sobre las ramas,
en vez de una dulce música
de primavera y de magia,
un silencio oscuro y quieto
que toda alegría acalla.


EL CANARIO

--¿Para qué cantas, canario,
con tanto afán en tu cárcel?
¿Así pagas la crueldad
del que te ha robado el aire,
la luz de tus plumas de oro,
el fiel amor de tu amante?
¿Te conformas con alpiste
y un poco de agua en tu alambre?
--No canto con alegría,
sino para no olvidarme.
Porque el canto hace al canario,
y sin canto no soy nadie.



DOS GALLOS

Gallo de gallinero,
fuego en las plumas,
fuego en el cuerpo.
El espolón es vida.
La cresta lucha.
El pico herida.

Gallo de la veleta,
viento en las plumas,
viento en la cresta.
Pero muerta figura,
que en los tejados
su vida sueña.

HILO DIRECTO CON DIOS


martes, 13 de mayo de 2008

EL ÚLTIMO CLAUDIO RODRÍGUEZ II

Los poemas de AVENTURA

En este apartado me propongo, con el riesgo que ello conlleva, comentar los once poemas del volumen, respetando el orden que se observa en la edición facsimilar de García Jambrina.
El primero, “Un deslumbramiento”, está compuesto de endecasílabos, heptasílabos y pentasílabos blancos. El tema es el de la revelación poética en el momento del proceso creador ( recurrente en los libros de Claudio Rodríguez y, sobre todo, en el último editado en vida del poeta, Casi una leyenda). Ya en los versos de “La mañana del búho” encontramos coincidencias con los que inician el que nos ocupa: “¡Si lo que veo es lo invisible, es pura / iluminación, / es el origen del presentimiento!” Y así, en “Un deslumbramiento” leemos: “¡Si ahora me llega lo que no esperaba / muy dentro de la luz cuando hay secreto / de la maduración, la elevación, /un temblor sin sentido.” Ese temblor sin sentido (que es “certidumbre del alma”) es la revelación, es la entrega de la esencia de la poesía, ceguera o misterio nuevo. Al poeta le sucede como al búho, que queda deslumbrado y no ve aunque la luz sea completa y la mañana haya llegado ya porque ese no es su mundo habitual. En ese momento de revelación, de deslumbramiento, el poeta se hace la pregunta: “¿Es que algo va a venir?” ¿El escurridizo río de la poesía ha tomado cauce en las palabras del poeta? Claudio Rodríguez nos tiene muy acostumbrados a este tipo de preguntas. Recordemos al respecto la pregunta del poema VIII del Libro Tercero de Don de la ebriedad: ”¿Es que voy a vivir” ¿Tan pronto acaba/ la ebriedad?” Es, pues, el poema que nos ocupa un canto a la revelación que a veces visita al poeta en el momento duro, de acecho, de robo, de búsqueda, de aventura, de laborar la forma, de conjuntar la emoción, el ritmo y el lenguaje de poema necesarios y casi siempre insuficientes para encerrar el aliento poético que vive en la realidad exterior e interior del poeta. Aquí es el ojo observador el punto de partida, “la vendimia y la cúpula / de la mirada” . ¿Y dónde y cuándo sucedió el trance? El poema es explícito en este caso. En Medinaceli, mientras la lluvia de mayo lava la mañana. Ese es el sitio y ese es el momento. “Ahora ya todo o nunca”, afirma el poeta, como en otros poemas para confirmarnos la elevación y provisionalidad del hallazgo poético, que sólo se da en el poeta justo en el instante en que tiene lugar el don de la ebriedad.
“Coro en marzo” se titula el segundo poema de Aventura. Sabemos que marzo es un mes preferido por Claudio Rodríguez, como enero o noviembre; y “coro”, una palabra que lo transporta a la infancia, a la música y canciones de sus juegos y a los corros infantiles donde la vida no cambia y la edad se hace eterna, como la poesía cuando el poeta logra dar con su río profundo y misterioso para encerrarlo en el lenguaje del ritmo y la emoción. Compuesto el poema por versos heptasílabos y endecasílabos y algunos pentasílabos, como el anterior, el poeta nos confiesa en él que, al llegar este mes de resurrección y de madera nueva “que alumbra y hiere en el primer verdor / y da como aleteo / de olor a infancia”, oye la voz de los primeros años de su vida y pregunta qué se ha hecho de ellos. Entonces canta lo que ha perdido, que en realidad queda salvado con el poema, y “la brisa de la meditación” se renueva dentro del canto. Todo el cuerpo suena como “si fuera verdadero y nuevo”. El coro de marzo lo convierte en semilla, en resina que da “aventura y fruto”. El poema suena más íntimo, “muy de río”, es ya una “promesa cierta”. La creación, que es siempre una cacería, una búsqueda dolorosa, se convierte aquí en una “alegría que aclara” lo escondido. Y lo pasajero, lo que cambia, lo que va a la destrucción, en el poema se convierte en lo que realmente se ama, tal vez una “germinación futura”, palabras con que concluye el poema.
La tercera composición de Aventura se titula “Sensación de simiente”. “Simiente” o “semilla” son palabras clave en la poesía de este poeta zamorano, y el hecho de darse como semilla o simiente es un motivo que ya encontramos en su primer libro. Nada más meternos en este otro río de endecasílabos, heptasílabos y apenas un par de pentasílabos, volvemos a encontrarnos con el momento de revelación que el poeta experimenta en el acto de crear. “La revelación que es nacimiento”, leemos en el tercer verso. Sin embargo, nada resulta fácil en esta sagrada tarea; al contrario, hay que esperar al dolor, hay que herir para encontrar la fuente de la poesía. Luego, tras la búsqueda laboriosa, cuando el propio cuerpo haya perdido la sensación de estar presente, se abrirá “el misterio fecundo”. Que aunque no se oiga, está ahí, “en el origen, / en el destino...” Ha valido la pena el acecho, el oficio, la espera del poeta para que la poesía se convierta en entrega, “llaga abierta en el aire”, (...) “semilla que redime”. Así, en la noche solitaria y laboriosa, en la penumbra de la creación poética, vendrá al fin a entregarse la claridad inocente de la poesía. “Hay un presentimiento entre agua y sol”, asegura el poeta, “porque algo no ha venido todavía”, pero que llegará. Por eso, y así termina el poema, nos asegura el poeta que “aunque ya sea tarde”, nunca es tarde para la poesía pero sí para la vida, “hay que salir, hay que salir al mar”, enfrentarse al peligro, al riesgo, a la aventura de los hallazgos poéticos. O a la aventura de la vida sujeta al inevitable desenlace de la muerte.
Este “hay que salir al mar”, a la aventura que resulta ser la creación poética, o a la aventura de la existencia amenazada siempre por la luz inevitable de la muerte, lo veremos repetido, curiosamente, al final también del cuarto poema titulado, “Meditación a la deriva”, el más extenso de la colección, todo él escrito con endecasílabos del mejor Claudio Rodríguez. El viento del Oeste, símbolo de la vejez, de la proximidad de la muerte ( de ese lado siempre viene lo peor), con su presencia templada, sin maduración, misterio, recuerdo o perfidia, trae al poeta “nueva salud”, y es que la salud a la que se refiere es el fervor propio de la labor creativa, “el oficio y el placer”, la revelación a que en estos últimos poemas nos viene acostumbrando, esa misteriosa visión que no es certidumbre, sino “palpitación que suena lejos de los sentidos”, en resumen, la mágica alegría que no tiene que ser entendida necesariamente por el.poeta. Este es el núcleo de la meditación que parece ir a la deriva por el mar del poema. Pero sabemos que no es así, que siempre la aventura de crear no es una aventura dejada al azar, sino, como siempre nos ha dicho Claudio Rodríguez, una aventura controlada. Control es lo que hay siempre, atención dolorosa e infatigable en el acto de crear para que el poema no se separe completamente del poeta. Y aun así muchas veces la poesía resulta inefable. Sigamos con el poema. Ahora le toca al creador saber qué quiere, cómo puede hablar, qué lenguaje de emoción debe emplear. Esta es “la ilusión de la contemplación”, del asombro, de la imaginación, de “la intuición / muy por encima del conocimiento”. La verdad no importa, ni la realidad, y tampoco hay que saber si la vida es vida. Aquí no podemos evitar recordar ciertos ecos del poema “Secreta”, de Casi una leyenda, donde dice: “Y ya no puedo ni vivir tu vida, / y ya no puedo ni vivir mi vida”. Sólo hay revelación. El echar de menos la infancia y su Zamora natal con “aquel frío transparente” y los juegos y las canciones y las fórmulas mágicas que recitaba de niño: “Abre la cama / y dame la medalla”, que volverá a citar al final del poema junto con la evocación de la niñez, “aquel bien, aquel fervor en alba”. Ya en “Cosecha eterna”, de Conjuros, habíamos leído: “Mucho cuidado: / quien pisa raya pisará medalla” (eco, a su vez, de aquel canto infantil que decía: “El que pisa raya, / pisa medalla. / El que pisa cruz, / pisa la cabeza / del Niño Jesús”). La poesía está tras la puerta mientras suena la melodía de los pensamientos. La poesía “es maldición en sombra y gracia, / temblando de aventura”, de emoción. La mala cara, la cara apagada, la cara de ayer ya no sirven para acechar el fruto de la poesía. Y la meditación va a la deriva, como el destino. Todo es revelación en el momento en que el viento del Oeste está totalmente templado. Hasta aquí la primera parte del poema. Pausa necesaria para que el cristal se rompa y la harina de la oración desaparezca. Y de repente, el milagro, el secreto, lo sagrado. “Ahora la vida es vida”. La vida del poema es vida. Y añade: “Y llega la aventura, la obra, como en danza / desnuda”. En esta fase de la creación el poeta se encuentra ya en condiciones de tocar y oír el invisible y callado mundo de la poesía. “Ya no hay contemplación sino aventura, / quietud y riesgo”. Es la hora de entregarse y cantar. “El pensamiento se hace canto / porque es amor”. La labor de creación es, pues, un acto de entrega y amor; de soledad, de recogimiento, de dolor incluso, pero siempre de entrega y amor. “Ahora hay castigo y delicadeza”, dice el poeta. Pero es “una emoción que salva”. De nuevo pensamos en “Secreta”: “Ahora se salva lo que se ha perdido / con sacrificio del amor”. La poesía hace mejor al creador y lo salva de su hombredad sencilla y pasajera, habida cuenta de que, como dice el poeta, “la oración hace al hombre”. Y llegamos a los dos últimos versos: “Antes de que huya el viento del Oeste / hay que salir, hay que salir al mar”, que ya leímos en la conclusión de “Sensación de simiente”. Mientras haya tiempo de crear, hay que salir al mar (Hierro, otro poeta de la línea afín a Claudio Rodríguez, decía: “hay que salir al aire”), hay que arriesgarse en la aventura del poema, que nunca muere una vez acabado, aunque el creador se haya ido. Puede que este poema, donde hemos visto que Claudio Rodríguez emplea sabiamente tres veces la palabra aventura, sea el mejor de la colección porque en él configura mejor que en ningún otro la idea de que la labor de creación poética es una aventura arriesgada donde la verdadera llave se halla siempre en la contemplación, la revelación, el asombro. Esto unido a la afirmación de que, si la meditación y los pensamientos que acompañan al poeta no son canto, no serán nada en el futuro poema.
A continuación nos encontramos con dos composiciones que cantan sendos motivos y variaciones del mar Cantábrico: “Marea en Zarautz” y “Galerna en Guetaria”. En el primero, poema donde los endecasílabos, heptasílabos y pentasílabos habituales se combinan con alejandrinos, nos encontramos ante una pleamar misteriosa que es “espacio del alma” o “el no querido amor”, pretexto para reprochar el poeta al mar la llamada que le hace cuando con él ha perdido ya su juventud. Y lo hace en octubre, entrado ya el otoño (aquí octubre y otoño son parejos de la situación vital del poeta), aunque el contraste es bien claro, pues la llamada del mar tiene lugar “desde este monte de ladera fértil” Y así, muestras de la fauna y flora líricas de Claudio Rodríguez salen a relucir en los versos siguientes: “El abeto y el roble, el zorzal y la liebre, / el castaño, el laurel, / el tordo pardo, el búho, los hayedos en bruma...” Pero todo es una evocación de lo perdido junto con la propia juventud. Por lo tanto, la llamada del mar es inútil. “¿A qué me llamas si ya no hay destino?” Eso sucede mientras la marea está alta. Luego el reflujo se lleva la visión. El mar es testigo de la vida y la creación lírica del poeta, pero un testigo olvidadizo que se va sin irse nunca del todo. Como el acto de escribir. El mar es como la creación del poema, como la poesía misma, que nunca abandona del todo al poeta, que va de vuelo con él, “sin rendición, con bienaventuranza” (explícito, el lexema de “aventura”). El mar, como la creación poética, avanza y retrocede “entre suplicio y fiesta”. Y cuando acaba el poema, y la lucha con el lenguaje cesa al fin, el mar queda “preso y libre en el canto”. El poema es una suma misteriosa e inefable de los dos elementos en discordia y en beso permanente: Uno, que es el trabajo agotador de busca y caza de la palabra justa, trabajo solitario y doloroso. Dos, que es el poema acabado (¿), el canto. O como se dice al final del poema presente: “La cruz. La lira”.
En otros momentos Claudio Rodríguez ha cantado el mar y algunos lectores han querido ver una estrecha relación entre, por ejemplo, “Espuma”, poema que pertenece a su libro Alianza y condena y estos dos de Aventura que estoy comentando. Personalmente los encuentro muy diferentes, porque si tanto “Marea en Zarautz” como “Galerna en Guetaria”, son cantos de vejez, del último Claudio Rodríguez, “Espuma” es un canto de juventud donde se compara la pujanza del mar (“ ..Y es en ella / donde rompe la muerte, en su madeja / donde el mar cobra ser...) con la del hombre ( “... como en la cima / de su pasión el hombre es hombre, fuera / de otros negocios: en su leche viva”). Es más, el poeta se entrega con suma delectación a la contemplación del mar de ese momento. Por eso concluye “Espuma” diciendo: “...allí me ahogo / muy silenciosamente, con entera / aceptación, ileso, renovado / en las espumas imperecederas.”
“Galerna en Guetaria” va más allá todavía de las connotaciones melancólicas de “Marea en Zarautz”. Una clara tristeza inunda el lenguaje empleado en esta silva libre. Constatamos una velada despedida del poeta en los primeros versos: “Cuando buscaba la serenidad / a estas alturas de la vida, desde / las viejas aventuras del espíritu,/ sus mareas en lo hondo, de repente / llega este viento duro del Noroeste ...” Llega la tormenta. Es el momento del desconcierto, del deslumbramiento, de la revelación, con el significado de descubrimiento o manifestación de una verdad escondida. Ya hemos visto en otras ocasiones que éste es el momento más importante en la creación del poema. El poeta cae en la cuenta de que todo lo vivido hasta entonces está ocurriendo “como si fuera la primera vez”; su infancia aparece recién amanecida, “la ropa tendida por las calles / ofrecida y lavada para siempre” (recurrente símbolo de la niñez en toda la poesía anterior de Claudio Rodríguez, desde aquel primer Don de la ebriedad y que en Conjuros hasta aparece un poema titulado “A mi ropa tendida”). Y en cada detalle contempla rastros familiares, “emoción de casa”. Cuanto tiene delante de sí, arena, gaviotas, torre de defensa, calabozos... le llevan al “agua de la fuente”, al origen que provoca “...canto / y niñez” El milagro ha llegado. El poeta, inmerso en el misterio del poema, bebe y canta con los hombres del mar. Acaso el destino es volver a lo originario, a la infancia, donde es posible todo, ahora que el viento duro del Noroeste de la vejez ha convertido la vida del poeta “en flor de historia viva”. Y que esperen “las branquias del diablo” y que no sea más que una mirada “ su mirada en la torre”.
Y llegamos al poema que más aliento romántico ( en el sentido de expresión arrebatada) posee de la colección, “El canto de Los”. Significativamente lleva una brevísima cita de William Blake (1757-1827), poeta entre visionario y místico al que leyó y tradujo con admiración Claudio Rodríguez y que es autor de un poema con el mismo título) : “But Los dispersd the clouds...” Y entonces Los dispersó las nubes... (estas nubes son las que ocultan la claridad de la poesía). Es sabido que William Blake y Claudio Rodríguez comparten la idea de que el poeta tiene un don especial y que necesita ese don o inspiración para crear el poema. Pues bien, la composición que nos ocupa (una combinación de versos pentasílabos, heptasílabos, endecasílabos y alejandrinos) empieza haciendo una referencia a la edad y a la situación vital del poeta: “Están llegando / la última vendimia y el comienzo / de la forja”... (...) / “Y ahora ando con pies cojos cuando antes / eran ágiles...”. Pero, tras dejar claro que la vejez empieza a agobiarle, el poeta afirma que sigue encontrando el cauce del canto porque sigue teniendo el don del bardo, que es recibir la revelación en medio de la meditación y el trabajo, el oficio doloroso y exhaustivo de la creación poética: “el buril, el crisol, / el recocido, fundición, vaciado / del metal, y en el fuego / una revelación dentro del hierro / que se depura y se abre.” La realidad adquiere en la contemplación artística del poeta “temblor de armonía” y le ayuda a escuchar “las campanas con un son de infancia”. Y es que el oficio de poeta es un “hondo oficio sagrado”. La intuición poética le hace oler la flor de viña mucho antes del reposo invernal. Asiste milagrosamente al aliento del alma de las cosas, de la fauna y la flora que está ahí siempre, en el mundo íntimo del poeta, “el vuelo a ala abierta / de la alondra y el mirlo / en la viña recién amanecida”. La expresión poética, encendida por la contemplación activa, se serena un momento para dar paso de nuevo a la voz que nos parece de Los: “Llego de Luza”. Pero Claudio Rodríguez es Los, el dios que infunde el don de la inspiración en los poetas. Luza es una ciudad maldita “donde no juegan niños, / las casas secas, las ventanas solas / y las calles sin fe y sin aventura.” No hay emoción ni sorpresa ni destino. Y el poeta (o Los), cuando llega el otoño y la luz se asombra en lo oscuro, “en vivo / fruto”, se pone a cantar al amor de la lumbre. Porque el poema es un canto de esperanza en medio de la desolación que rodea al poeta, aunque él sabe de antemano que el canto será inútil. Aún así, se entrega al canto porque el destino del poeta es cantar. “¡Qué blancura infinita!”, exclama. Y aunque echa de menos la primavera, su primavera, las palabras le salen solas, “como respiración” (¡qué cerca está su primer libro, Don de la ebriedad y, sobre todo, qué presente el poema “Manuscrito de una respiración”, de Casi una leyenda!. El canto fluye libre y luminoso, “Mi canto es como agua / ciega de llama donde nunca hay muerte / porque él es muerte.” (Esa “agua ciega de llama” la habíamos leído ya en “Nocturno de la casa ida”: “...qué agua / ciega de llama / con transparencia y transfiguración...”.) Insisto en la idea de que muchos poemas de Aventura son coetáneos de Casi una leyenda.) El poema se cierra con versos imponentes, de despedida y de invitación a pasar al otro lado de la muerte o al otro lado de la realidad, donde espera la poesía siempre. Ya queda dicho: el canto otorga eternidad al que canta, al poeta, y también al que lee ese canto. Dice al respecto: “Pero yo os convido / al vino de tiniebla, a abrir la puerta / de bronce, de hojas grandes, por la que se entra al día / donde ya no hay ayer.”
El poema siguiente, que lleva por título “A veces”, canta “el manantial del arrepentimiento”, coetáneo sin duda de “Revelación de la sombra”, poema que pertenece como ya hemos dicho a Casi una leyenda, y con el que guarda afinidades tan evidentes como las que cito: “cercada ahora por la luz de puesta”, “con ansiedad de entrega”, “si yo pudiera darte la creencia”, “junto al recuerdo ya en decrepitud”, “¿y dónde la caricia de tu arrepentimiento?”, “y la vida que enseña (...) / su verdad misteriosa”...). En “A veces” el arrepentimiento nace también “con desventura y gracia, a la intemperie”, en medio de la inocencia, o “una sorpresa viva” que convierte un momento en la vida entera. Es un momento, sin embargo, sin dueño (“este momento que no será mío / ni de nadie”), pero milagroso para el acto de creación: “la melodía y la alegría suave / del tacto de castaña en el invierno...”. La distancia y la cercanía entonces se confunden en el pensamiento, en la meditación del canto. Pero el pensamiento no es lo que se ama. Ojalá fuera, desea el poeta. Porque ¿de qué sirve recordar la infancia o la juventud en que la luz “no era de puesta nunca / y la vida era vida y no sabía / porque no había nada que saber / sino el temblor del alma sin sentido”? Estamos de nuevo ante la revelación poética tan recurrente en la obra de Claudio Rodríguez y que habíamos leído de forma especial en “Meditación a la deriva”, sin duda uno de los mejores poemas de Aventura. El temblor del alma sin sentido, al modo místico, “temblor de manantial algunas veces”, contemplación activa propia del acto creador, “de soledad y entrega”, entrega recíproca de la visión poética y del poeta, momento milagroso de delirio y de perdón, justo cuando “el cuerpo se alza y lava y cura”. Los endecasílabos que conforman el poema saben al mejor Claudio Rodríguez, aunque ahora sea el último Claudio Rodríguez el que leemos, “cuando ahora oscurece y se va el día” (así reza, precisamente, el ultimo verso del poema).
“Y ya no hay viento ni siquiera aire” es el título del que le sigue, poema breve (alrededor de veinte versos) relacionado sin duda con la idea que sugieren los últimos versos de “Revelación de la sombra”. No nos cansaremos de repetir la importancia que, junto con otros, posee este poema para comprender la poesía del último Claudio Rodríguez. En esos versos canta la deuda que siempre tuvo respecto de la poesía. “¿Pero qué te he hecho / si a ti te debo todo lo que tengo? / Vete con tu inocencia estremecida / volando a ciegas, cierta, / más joven que la luz. Aire en mi aire.” Y ahora, en “Y ya no hay viento ni siquiera aire”, el poeta vive el día que ya no le pertenece, entre esperanza y peligro (aspectos que encierra la acepción más generalizada de “aventura”), la revelación poética, según la cual se está inmerso en “la alegría que no tiene tiempo”, mientras el cuerpo está sin destino, “sin adiós como ola en cúpula / en los pliegues de sábanas sin muerte.” Es el momento milagroso de los hallazgos, el de ver por fin “los tallos del enebro” y de escuchar “una música / noche adentro muy mía que se abre / y nunca llega.” ¿Se va a entregar por fin la inefable y misteriosa poesía en manos del lenguaje emocionado y rítmico, siempre insuficiente, del poeta? De ahí las preguntas angustiosas: “Cuándo. Cuándo. ¿Ahora?” Los dos últimos versos nos devuelven al origen: “Y ya no hay viento ni siquiera aire. / La lluvia, un pensamiento generoso.”
“Sorpresa” es el título del penúltimo poema de Aventura. Sorpresa que es sinónimo de aventura por lo que tiene ésta de inesperado y contingente, pero también de revelación, de manifestación de alguna verdad oculta, tal y como estamos viendo que sucede en varios poemas de la colección, cuando recoge el poeta el momento milagroso de hallar la claridad sin sombra de la poesía. De repente, en el oficio sagrado del poeta la sensación deja de ser alegre para convertirse en dolor “que desfigura el rostro” mientras el alma “se va de vacío”. Así comienza el poema, que sigue la tónica de otros en su combinación de endecasílabos y heptasílabos y, sobre todo, en el motivo principal de que el pensamiento se hace canto en el momento de la revelación. El poeta formula un deseo que ya hemos leído en otras partes de su obra: “Si yo supiera lo que nunca es mío”. Es la poesía, que se ofrece y huye a la vez, lo que busca aún en su vejez el poeta. Porque le da aliento y esperanza, mientras ve que la existencia humana, sujeta a tiempo y enfermedades, se le está escapando poco a poco. Esa vida que le da la poesía, escribir poesía, buscar lo sagrado y milagroso que tiene aquella mientras se elabora el poema, lo ve lucir en las cosas de siempre, en las más cercanas, “en plaza y vena, / tan cercana y remota al mismo tiempo.” Eso es lo que llama el poeta “la ilusión de la contemplación / siempre en renuevo, primavera y cúpula.” La perennidad de la poesía y la belleza que se esconde en ella, por encima de la temporalidad, renovándose siempre. Es cuando la memoria le da compañía y motivo para volver al origen. Entonces llega un momento en la creación del poema en que no se acierta a diferenciar entre verdad y fantasía. Y experimenta sensaciones que de tan inmediatas se convierten en bellezas intemporales. “Las espigas de abril, y con qué gracia, / con qué donaire y qué delicadeza / maduran, tiemblan, tan remediadoras.” No podía faltar la flora de niveles ultraterrenos en la poesía de Claudio Rodríguez, la flora (que otras veces es fauna) que salva y remedia al poeta cuando el tiempo se le escapa. Son al respecto elocuentes los últimos versos: “¿Dónde la amanecida, / el caballo alazán en las riberas / del río, y los tejados / sin aquellas palomas?” ¿Dónde queda ahora aquel refugio que significaron para él la infancia, la fuerza y la juventud, la visión de la ciudad natal?
Y llegamos al poema que cierra la colección, “Cuando la vejez”. En realidad, todo el conjunto de Aventura podría decirse que es un canto a la vejez, canto que viene fluyendo hasta desembocar en este último (no en balde el poema llevó, según sus borradores, el título de “Oda a la vejez”, sin duda siguiendo los pasos de otras composiciones suyas, como “Oda a la niñez” y “Oda a la hospitalidad”, de Alianza y condena). Se trata de una composición de endecasílabos y heptasílabos, como la mayoría de los poemas de la colección, donde el poeta comienza formulándose la pregunta retórica según la cual ahora que los años pesan y está lejana la ilusión que lo movía al principio de su río vital está más clara que nunca la vida, tan clara que “no puede / decirse, ni siquiera / mirarla a media luz”. Nos encontramos de nuevo con la revelación que ya habíamos visto en poemas fundamentales de Casi una leyenda, como los ya citados “La mañana del búho” o “Revelación de la sombra” y en la inmensa mayoría de los que forman Aventura, que parece el tema principal de la colección, junto con el de la vejez y el del pensamiento hecho canto en el momento de la revelación. Revelación que aquí es “la verdad de la mañana / sin edad, sin destino”, en contraste con el caminar viejo y lento del poeta y los achaques del cuerpo propios de la edad. Ahora el deslumbramiento, la contemplación activa, que siempre es posible si se sigue teniendo el don de la ebriedad poética, contrasta con el echar de menos los días y la casa de la infancia. Las preguntas no se hacen esperar. “¿Dónde la infancia y dónde el mediodía?” Porque detrás de todo se halla la “revelación de la inocencia”. El poema avanza por las sombras de la creación hacia la luz de aquella ebriedad que tiene el poeta a pesar de que la vejez lo vaya expulsando y despidiendo de la vida externa. En contraste, la vida interna de la poesía va por otros caminos más luminosos, aunque vaya a oscuras, para regalar al poeta “un amor nuevo”. Después ya puede llegar la muerte, “el desamparo azul”, aquel cristalero azul de Don de la ebriedad que volvemos a ver en Casi una leyenda, principio y fin del círculo poético (editado) de Claudio Rodríguez. El poema se cierra con la estremecedora pregunta, tan reiterada por el poeta: “¿Y qué promesa / ahora?” Ya no hay tiempo de nuevas esperanzas ni nuevas promesas.





















Una pregunta y una respuesta

La poesía se vale por sí misma y sigue existiendo al margen del poeta, que se quedó sin poder pulir estos versos, añadir otros, estructurar el nuevo libro en el que estaba tan ilusionado, una aventura que ahora queda temblando, como con miedo en una edición facsimilar, huérfana de manos y mente e inspiración poética (la revelación de que tanto habla Claudio Rodríguez) para convertirse en verdadero libro.
De cualquier modo, esta muestra casi definitiva de once poemas representa, como decíamos al principio, el último Claudio Rodríguez, relacionado, no podía ser de otro modo, con el de Don de la ebriedad, motor y alma de toda su obra, pero, sobre todo, con muchos poemas de Casi una leyenda, de los que hemos ido hablando a lo largo de este estudio y que ya quedaron citados en la página 8 de este estudio. Es como si en la vejez y en la amenaza inminente de la muerte, el poeta quisiera cerrar su producción poética hilvanando su aventura de creador con el hilo de la revelación, el deslumbramiento, la inspiración poética al modo de Dylan Thomas o William Blake, convencido de que sólo el refugio de la infancia y la inocencia pueden salvar la labor del hombre (en este caso la de crear poesía) y por ende su paso único e intransferible por la vida.
Quisiera terminar formulando una pregunta: ¿Sería conveniente dar a conocer, editar estos versos de Aventura? Sinceramente creo que no. Es mejor dejarlos como están y si he entrado en el análisis y comentario de los once poemas que aparecen como “casi” definitivos en la edición facsimilar de García Jambrina, confieso que lo he hecho con la admiración que siempre he sentido por mi paisano, pero sobre todo con el respeto y miedo que representa entrar en un mundo íntimo y secreto, como es el de una obra poética no terminada. Me ha movido exclusivamente el deseo de constatar que este Claudio Rodríguez de ahora es el Claudio Rodríguez de siempre.
Sin embargo, y sólo con la intención de que el lector de Claudio Rodríguez posea, junto al estudio anterior, los poemas que lo han originado, incluyo a continuación las últimas versiones de la edición facsimilar citada.


AVENTURA


UN DESLUMBRAMIENTO

¿Si ahora me llega lo que me esperaba
muy dentro de la luz cuando hay secreto
de la maduración, la elevación,
un temblor sin sentido,
certidumbre del alma, un viento seco
que va a traer lluvia bien mediado mayo,
casi al caer la tarde
en la honda sequía de llanura
y cuando el resplandor es como un rezo
al trasluz en ceguera que adivina
y da, y es pura entrega y nunca...!
¿Una ceguera o un misterio nuevo?

Cómo lavaba el agua
por la mañana.
La vendimia y la cúpula
de la mirada,
En destello y con música
que me alumbra, que daña.
No hay nada claro porque es infinito,
lejos del pensamiento y de mi cuerpo,
fruto y sol en el aire y cielo y aire.
Es el momento. Es la revelación
sin distancia ni tiempo,
la reverberación que me moldea
en horno y en taller, en plaza y ala.
¿Es que algo va a venir?
Muy a favor del viento del oeste
junto al blanco de nieve, azul violeta
y negro de humo y púrpura,
naranja vivo. Hay nubes sin espacio
ya sin noche ni alondra.
Cuánta oscura certeza
por encima del cielo.

Cómo lavaba el agua
por la mañana.
Ahora ya todo o nunca.
Nunca más. Tengo sed. Medinaceli.
























CORO EN MARZO

Cuando pasan los fríos
altos de soledad y llega el tiempo
de la siembra y la lluvia, el viento hondo
y la cadencia del amanecer,
en imaginación, en melodía
de viña joven.
Cuando despierta el año aún con recelo
muy prematuro y venidero apenas,
harina y sal y lobo y golondrina,
la arcilla fresca y la madera nueva
que alumbra y hiere en el primer verdor
y da como aleteo
de olor a infancia,
entonces, día a día
estoy oyendo siempre
aquellas voces.
¿Dónde el sonido,
dónde el sentido ahora
de la palabra en vilo
que me daña y alegra?
¿Quién no esperó la brisa
de la meditación dentro del canto
que se esconde y renueva?
Alza el alma a la voz que poco dura
y no se olvida, y más
cuando el coro está en danza,
en escena, no sólo
en melodía, en emoción de acordes,
en ceremonia musical. Y cómo
el cuerpo está sonando
como si fuera verdadero y nuevo
con ensayo y ofrenda,
con manantial y gracia,
con oración sin bruma,
alta marea.
Y la mirada lejos
de la modulación que no es salmodia,
figura sostenida ni aún arpegio:
como eterno del aire amanecido
para dar vida
como si ya el pulmón nunca llegara
a la laringe, a
la bóveda de la boca,
con saliva que ayuda
al polen de la lengua,
al temple de los labios. ¿Qué resina
dando misterio y fruto?

Y la voz suena en marzo
de otra manera, como más mecida,
íntima, muy de río,
con huella blanca de las catedrales,
los tallos del enebro,
el baile de las avellanas,
las nerviaciones de tanta armonía,
el telar y el taller
y la ilusión del tiempo
en la respiración
aún no en sazón sino en espera, en
promesa cierta.
Cuando el coro es imagen y destino
y movimiento y pauta.
¿Dónde el concierto de la voz humana?
Ama lo pasajero. Óyelo ahora
cuando suenan las voces,
la alegría que aclara
ya no sé qué germinación futura.

































SENSACIÓN DE SIMIENTE

Al salir a la calle a media tarde,
¿a qué me viene ahora tanta oscura
revelación que es nacimiento? Espera
al dolor y a la savia,
al oreo, al tempero,
a la inocencia de la claridad,
levadura de abril. Y hoy hay que herir
para que se abra y sane
la sutura temblando en armonía
de soledad y gracia,
la celda y el embrión,
el delicado estambre de ala en ala
y la membrana austera, aceite y yema,
la nerviación del cáliz y el estigma
desnudo en cima, en pino
albar, ovario
de grano de mostaza aún sin el polen,
la azucena silvestre a flor de abeja
en la tierra caliza.

Cuando las calles van perdiendo sombra
con desamparo y lluvia hay como un alba
y un fermento del cielo, un ansia a secas
con la maduración del viento ido,
de mi cuerpo ido y vano y las ventanas
sin ilusión. ¿Y cómo se está abriendo
el misterio fecundo?
Verdad que no se oye
pero está ahí, en el origen,
en el destino, en la emanación,
ya muy lejos del tiempo,
de la materia que comienza a ser.
Y no hay silencio y no hay cobardía
sino aliento y entrega,
llaga abierta en el aire,
en la mano, semilla que redime
pero no cura,
leche y trino en penumbra
de creación estremecida, llave
honda de cuna y miel,
de aquella infancia.

Hay un presentimiento entre agua y sol
porque algo no ha venido todavía.
Aunque ya sea tarde
hay que salir, hay que salir al mar.





















MEDITACIÓN A LA DERIVA

Ya bien templado el viento del Oeste
aún no hay maduración y no hay misterio
y no hay siquiera ni recuerdo en vano
con la perfidia del pensar tardío
sino nueva salud. ¿Y cómo ahora
el fervor, el oficio y el placer,
una visión que nunca es certidumbre,
una palpitación que suena lejos
de los sentidos, y este olor a lluvia
en soledad y audacia, al primer sol,
me dan como traición, una alegría
que no debo entender? Ya la fe a oscuras,
¿qué es lo que quiero, cómo puedo hablar?
Es la ilusión de la contemplación,
el nacimiento del dolor, la música
de las molduras del asombro, el daño
de la sal, del mercurio, del azufre,
de la reliquia de alta mar, del horno
de leña y de retama que me alienta
y espera. Y así, cómo hila en fino
la golondrina a flor de alma. Así,
con un peligro que es virtud y sana
llega el silencio de la profecía
que me ilumina pero no da amor.
Es la imaginación, es la intuición
muy por encima del conocimiento.
Y no hay verdad ni realidad siquiera.
Y no sabía que la vida es vida.
Y nada hay si no hay revelación.
Cómo echo de menos las heladas
nocturnas, aquel frío transparente
que me dio infancia y casa, estudio y calle
con el candor de la sagacidad,
con la armonía de promesa clara
del invierno que quiero. Abre la cama
y dame la medalla. Y no me mires
con mala cara. herencia y rebeldía,
el mal que crece a solas, la piedad,
el aceite de almendras, la ola viva
en melodía de los pensamientos
que mueren en palabras y en deseo
y aquella puerta adonde nunca pude
llamar, y es maldición en sombra y gracia
temblando de aventura, y el altar
del cuerpo de Ana. Ángelus. Pero ahora
espera un poco. Y no me vengas más
con la cara apagada, con la cara
de ayer. Hay que salir sin darte agua.
Ya no hay meditación y no hay destino.
Ya nada hay si no es revelación
algunas veces, cuando el sol salía
muy bien templado el viento del Oeste.

¡Y se rompió el cristal! ¿Dónde la harina
de la oración? ¿Y quién tendrá alegría
sin su ayuda que hiere. sin el friso
de una sorpresa sin espacio y su hondo
relieve en fondo oscuro levemente
dorado? Ahora la vida es vida.
Llega el secreto, lo sagrado.

Llega la aventura, la obra, como en danza
desnuda. Es el origen. No me vengas
con sombra y aleteos, ni siquiera
con el temblor del alma. No me vengas
con el misterio de la cobardía,
que nunca hubo en mi cuerpo que no sabe
y da. sal. Toca el tejido en trama
de lino, la hebra cruda. Toca y oye.
Río o puente de salmo. Oye sin huellas
la ceremonia de los horizontes,
el cáliz de los valles, la aridez
encendida y amarga, a cielo abierto,
de tu tierra, la espuma del Cantábrico.
Oye lo que ahora viene, está llegando.
Ya no hay contemplación sino aventura,
quietud y riesgo. Y no me llegues tarde.
es cuando el pensamiento se hace canto
porque es amor. es hora de alabanza.
Hora de ofrenda. Hora de entrega. Hora
de levadura viva. Y a saber
qué libertad, qué pido. Ahora hay que hacer
obra en mano, no en manos en escorzo
de humo de incienso, entre liturgia y dogma.
Ahora hay castigo y delicadeza,
una emoción que salva. ¿Qué distancia
entre necesidad y rezo, entre el amén
y los labios! Se va, se va y no es mía,
no es de nadie, entra y sale a su manera
sin presencia ni ausencia, sin edad,
sin claridad, como el amor del aire.
La oración hace al hombre y no he tenido
una muerte temprana. Qué más da.
¿Dónde aquel bien, aquel fervor en alba?
Abre la cama y dame la medalla.
Antes de que huya el viento del Oeste
hay que salir, hay que salir al mar.

MAREA EN ZARAUTZ

¿A qué me llamas tú, esclavo en rebeldía,
si he perdido contigo
mi juventud?
Ahora hay pleamar y el azul verde oscuro
del oleaje en nidos, la honda marejada,
el espacio del alma, el esplendor en curva
de la gravitación,
la lunación y la bonanza al Sur,
la espuma en girasol, el nervio en música
de la estela del cielo,
el no querido amor... ¿A qué me llamas
desde este monte de ladera fértil
con el clima de octubre, como entonces?
El abeto y el roble, el zorzal y la liebre,
el castaño, el laurel,
el tordo pardo, el búho, los hayedos en bruma,
la piedra en sal con huellas,
la mañana y el heno en el establo,
el laboreo de los caseríos...
¿Pero qué hemos perdido?
¿A qué me llamas si ya no hay destino,
si eres testigo de mis años, si eres
testigo olvidadizo? ¿Dónde aquel tiempo ido?
¡Que el viento venidero
sea propicio!
Calma la pleamar y el jadeo, el gemido,
la herida costa a costa, el reflujo muy suave,
casi se van. Como ahora te vas yendo
y no me dejas nunca, vas de vuelo conmigo,
sin rendición, con bienaventuranza,
entre suplicio y fiesta, preso y libre en el canto.
La cruz. La lira.

GALERNA EN GUETARIA
Para Ismael y Flor Aguirre
Cuando buscaba la serenidad
a estas alturas de la vida, desde
las viejas aventuras del espíritu,
sus mareas en lo hondo, de repente
llega este viento duro del Noroeste
y su velocidad en remolinos,
su violencia y su turbulencia,
peligro y asombro y casi ciega,
sin rumbo y giro a giro,
en área de tormenta,
con ruido sordo se oye el temporal
que poco a poco amaina.

Todo se queda como sorprendido,
recién amanecido, en desconcierto,
como si fuera la primera vez.
Y están sonando las campanas ahora
en flor de historia viva.
Y la ropa tendida por las calles
ofrecida y lavada para siempre,
y en cada pliegue, en cada mecimiento
hay emoción de casa.
Y en cada piedra la erosión que da alma
con salitre y con musgo, arena y yodo.
La orfandad sin adiós de las gaviotas
y las alondras de la Eucaristía,
las escamas, las branquias del diablo,
su mirada en la torre. ¿Cómo está sitiada
por el mar, con defensa,
arrecife, escollera;
y las troneras y los calabozos,
el contrabando y la piratería
y el agua de la fuente dando canto
y niñez. ¿Qué es destino?
¿Qué es lo nativo, el cultivo,
con rebeldía y fundación?
Calle arriba y abajo
por cuestas y entre esquinas,
ya en el muelle del puerto,
la lonja en siglos de mercadería
y el olor a cordaje, a brea, a ancla,
piedra a piedra, ola a ola
ahora en la noche clara estoy bebiendo,
estoy cantando con los pescadores.























EL CANTO DE LOS
“But Los dispers’d the clouds...”
William Blake

Esperad un momento. están llegando
la última vendimia y el comienzo
de la forja. Ya a mediados de otoño
cuando el rocío de la soledad
trastorna mis pisadas, mis sentidos,
y ahora ando con mis pies cojos cuando antes
eran ágiles, casi alegres, sin camino,
muy cerca de los ríos. Y mi canto es como agua
ciega de llama.
El horno del hogar, el caldeo del aire,
el buril, el crisol,
el recocido, fundición, vaciado
del metal, y en el fuego
una revelación dentro del hierro
que se depura y se abre;
la mirada del cobre, las espigas de acero,
los carbones de brezo con temblor de armonía,
la canción de la fragua,
las campanas aquellas de la infancia
y la cintura astuta de las llaves.
Hondo oficio sagrado. Ya no hay hombre con hombre,
cosa con cosa. Yendo de madrugada
olí la flor de viña
entre el nudo y la yema y el sarmiento
muy antes del reposo
invernal. ¿Dónde el vuelo a ala abierta
de la alondra y el mirlo
en la viña recién amanecida?
¿Dónde la cepa ardida y nueva cuando
hay un destello dentro de la uva,
primera luz que salva? Es la alegría,
el baile de vendimia,
el racimo estelar y el cielo entero
en la viña nocturna.

Llego de Luza,
ciudad maldita y vil, muy soleada,
cercana al mar, tan bella, de aire limpio;
ciudad que no merece que la habiten sus hombres
cobardes y traidores, de mirada
temblando de codicia
donde no juegan niños,
las casas secas, las ventanas solas
y las calles sin fe y sin aventura.
Cuando llega el otoño y la luz se estremece
porque espera y va a dar,
se ensimisma y se asombra
en el futuro de lo oscuro, en vivo
fruto. Aunque apenas vea canto ahora
al amor de la lumbre.
Cómo iba fugitivo,
sin destino y sin tiempo
buscando un nuevo nacimiento en vano.
¡Qué blancura infinita! ¿Dónde la primavera?
Ahora me salen las palabras solas,
como respiración. Mi canto es como agua
ciega de llama donde nunca hay muerte
porque él es muerte. Pero yo os convido
al vino de tiniebla, a abrir la puerta
de bronce, de hojas grandes, por la que se entra al día
donde ya no hay ayer.



A VECES

Y el manantial del arrepentimiento,
leche y alba en secreto que ahora nace
con desventura y gracia, a la intemperie,
cuando el destino, cuando la inocencia,
una sorpresa viva, una promesa
en las orillas de aquel cuerpo ido.
Cómo un momento es la vida entera.
Este momento que no será mío
ni de nadie. Huele a sombra y a heno.
la melodía y la alegría suave
del tacto de castaña en el invierno
que me dan como fruto malherido.
Cuánta distancia y cuánta cercanía.
¡Si el pensamiento fuera lo que se ama!
Para qué recordar aquellos tiempos
cuando la luz no era de puesta nunca
y la vida era vida y no sabía
porque no había nada que saber
sino el temblor del alma sin sentido.
Temblor de manantial algunas veces,
de soledad y entrega, del rocío
y del delirio del cristal nocturno
y del perdón, verdad que no se oye
pero está ahí, en el momento mismo
del cuerpo que se alza y lava y cura
cuando ahora oscurece y se va el día.






Y YA NO HAY VIENTO NI SIQUIERA AIRE

Y ya no hay viento ni siquiera aire.
Alto es el día, más alta la noche,
y hay como esperanza y hay peligro,
la sombra del naranjo que da suerte,
la ilusión que da vida antes del sueño.
Es el sueño traidor y verdadero.
Y vivo el día que ya no es mi día
con un silencio oscuro
y nunca es soledad sino armonía,
con la miseria de cualquier momento,
un amor sin dolor, que poco dura
y la alegría que no tiene tiempo,
el cuerpo sin adiós como ola en cúpula
en los pliegues de sábanas sin muerte.
Y nadie ve los tallos del enebro,
manos de sal y frío y una música
noche adentro muy mía que se abre
y nunca llega. Cuándo. Cuándo. ¿Ahora?
Y ya no hay viento ni siquiera aire.
La lluvia, un pensamiento generoso.












SORPRESA

Si ya la sensación no es alegría
sino dolor que desfigura el rostro,
no sólo el alma que va de vacío.
Es cuando el pensamiento se hace canto.
Y si no hay sueño, ¿qué va a haber ahora?
Si yo supiera lo que nunca es mío.
Y cómo luce cualquier cosa, y cómo
se oscurece y se apaga,
casi desaparece
y se vuelve a encender en plaza y vena,
tan cercana y remota al mismo tiempo.
Es la ilusión de la contemplación
siempre en renuevo, primavera y cúpula,
lirio del valle.
Cuando el recuerdo pierde transparencia
y me da compañía y me da herida.
Y a saber qué es vislumbre y qué es certeza.
Las espigas de abril y con qué gracia,
con qué donaire y qué delicadeza
maduran, tiemblan, tan remediadoras.
Va cayendo la tarde y presurosas
se van las nubes sin ocaso, en himno.
¿Dónde la amanecida,
el caballo alazán en las riberas
del río, y los tejados
sin aquellas palomas?






CUANDO LA VEJEZ

¿Y quién iba a decir que hoy está clara
la vida, tan en claro que no puede
decirse ni siquiera
mirarla a media luz, a medio viento,
con la tersura de la soledad
y el hilo repentino del recuerdo
cuando los años se hacen pesadumbre
y aquellos días de ilusión temprana
ya sin cadencia en lluvia?

Y se alza la verdad de la mañana
sin edad, sin destino,
mientras la calle ya es el son del sueño,
mientras tiembla el andar muy poco a poco
con servidumbre entre música y fe,
las arrugas del agua y la traición del cuerpo
muy lejos ya del pensamiento en vano,
muy lejos de los días y la casa,
la confidencia de la noche dura
entre sábana y alma
y la luz malherida,
alta en la intimidad del frío seco,
la caverna de la desconfianza.
¿Y la calcinación del nogal dulce,
la cera blanca y el membrillo aquel
de juventud? Quién sabe.
¿Dónde la infancia y dónde el mediodía?
Es la revelación de la inocencia,
la rebeldía y la miseria, a oscuras,
el perdón y el olvido
donde aún hay deseo
y desprecio y piedad, un amor nuevo
y una caricia que ya llega y muere:
el desamparo azul. ¿Y qué promesa
ahora?






























BIBLIOGRAFÍA

Claudio Rodríguez, Aventura, Ed. Facsímil de I. García Jambrina. Tropismos. Salamanca, 2005.
Claudio Rodríguez, La otra palabra. Escritos en prosa, Edición de Fernando Yubero, Tusquets editores, Barcelona, 2004.
Claudio Rodríguez, Poesía Completa (1953-1991), Tusquets editores, Barcelona, 2001.

¿PARA QUÉ DISCUTIR?

El periódico "Público" ya he dicho en otra ocasión que está bien para los bolsillos flojos y mejor, hasta convertirse en un filón, para repasar la Gramática del idioma. Dejando aparte su ideología, que es la que es y sin duda tendrá muchos y legítimos partidarios, a mí me sirve para conocer la actualidad española bastante bien y de paso me da pie a criticar algunos desaguisados lingüísticos. El último, el que leí el pasado domingo, 11 de mayo, en la sección Carta con respuesta. El periodista hablaba de la caja "tonta" y en el segundo párrafo decía: "En casa de mis padres poníamos la tele para dialogar en familia, como usted dice. Veíamos juntos series o películas que nos daban asuntos de conversación. comentábamos los telediarios y consultábamos la enciclopedia para discutir con más rigor de lo que veíamos en la tele...". Discutir de... Vamos a discutir esa expresión. Discutir no es un verbo que se construya con preposición y vaya acompañado por ello de un complemento preposicional, de régimen verbal o suplemento. En el diccionario de la RAE encontramos sin discutir que Discutir es un verbo transitivo, por lo que, como es lógico, va acompañado de complemento directo (en este caso, "lo que veíamos en la tele".

Gordura, grosor.

La otra tarde, viendo España directo, me vi de lleno en una cocina de palabras, quiero decir en la sección dedicada a la gastronomía española. La reportera, explicaba lo que el cocinero concreto iba preparando en sus cazuelas y sartenes. La receta era "Cochinillo con chalotas" y el "chef" cocinaba una salsa. Ante la textura que la salsa estaba tomando en el recipiente puesto al fuego, la periodista de turno,micrófono en mano, comentó con toda tranquilidad que la salsa había adquirido una gordura suficiente. Gordura. Evidentemente, había confundido "Gordura" con "Grosor", que es el término más apropiado. El diccionario de la RAE define así la primera palabra: "(De 'gordo')f. Grasa, tejido adiposo que normalmente existe en proporciones muy variables entre los órganos y se deposita alrededor de vísceras importantes. Y en segunda acepción, "Abundancia de carnes y grasas en las personas y animales. La salsa a que la reportera hacía referencia había adquirido un grosor (Grueso de un cuerpo)suficiente. Pues eso, a cocinar, pero teniendo cuidado con no adquirir gordura con salsas que tengan cierto grosor.

CANTANDO

El sitio del canto


No busquemos en otro sitio el canto.
Del vivir al morir hay todo un siglo
de esperanzas que brillan en la cal de los huesos,
un segundo de orgasmo entre los ojos,
eternidades mínimas
colgadas del andamio de los días.

El hombre reconoce su destino de sombra,
émulo de estrellas que algún día
estallarán sin luz.
Se sabe dios a veces manejando
los hilos de la historia, los destinos
de miles de exiliados como él,
y en un instante puede ahogar su sueño
en el mínimo lago de una copa de vino.

Y es ese mismo hermano, cuyas señas ignoro,
el que cruza sus pasos con los míos
y afila el corazón mientras andamia
su futuro en un hijo
y, armado de esperanza,
con machetes de afán, rompe la niebla
de cada enfermedad
y cierra como un héroe
los ojos y la puerta de su sangre
y se echa a morir asumiendo que es tierra.


Raza de sueños

Sigue a ese hombre, a ese fiel hermano
con ojos anegados de mil noches
hipotecadas,
con manos llenas de usos y herramientas
y vacías de premios.
Sigue a esa estatura de cansancio
repartida antes que tú en el sendero
del mundo,
en la raza de sueños infinitos
de todas las culturas.
Sigue su existencia interminable
detenida en un cuerpo aquí y ahora
hasta ese hormiguero
donde los trenes hablan sin ningún pudor
de suicidios, de amores,
de hambre, de trabajo, de pan justo,
de justicia inexacta.
Síguela hasta el andamio, hasta los surcos,
hasta la escuela, hasta la fábrica,
hasta los despachos, hasta los hospitales,
hasta las sepulturas.

Haz tuyos su fatiga,
la erosión de su carne,
la embestida del odio,
los sopapos del humo y del hastío,
el hedor de la tinta que lo archiva,
la sábana más triste que lo cubre
y el broche final de los necrófagos
que le dice hasta nunca sin un llanto.

Síguela y aprende
cómo todos nosotros empujamos
la existencia de todos,
la noble eternidad de nuestra raza,
con muertes solitarias,
con vidas hechas de hambre y soledad.

Sigue a ese hombre y enjúgale el sudor
y dale un vaso de agua:
él es tú mismo, él es todos nosotros
encarnados en uno.
En esa ropa destructible suya
pero a la vez perenne
va la obra del hombre,
su andamio y su camino,
la raza siempre errante y siempre sola.







Ring

¿Quién nos pone de pronto
en medio del camino de los días,
entre las duras cuerdas
del ring o de la vida sin aviso,
sin armarnos el ánimo con guantes de esperanza
para al menos velar un poco el miedo
que nos cuelga del cielo de los ojos?

Siempre dejados
de la mano de Dios y a la deriva
por el mar de la calle,
recibimos los golpes que nos manda
sin heraldos la vida hasta besar
la lona muchas veces.
Pero, hijos del barro y barro y solo barro,
la costumbre tenaz del sufrimiento
nos pone en pie de nuevo y, cara a cara,
aunque ciegos, proseguimos luchando
hasta que el golpe decisivo ponga
fin al combate.

Entonces el camino de los días,
lucha a muerte sin tregua de campanas,
sin derrota ni triunfo, habrá acabado.

Un instante los focos de la calle
apagarán y encenderán su luz
hasta otra nueva muerte.
Y la raza jamás querrá aprender
que el viaje de ida se repite
por los siglos de los siglos, amén.

jueves, 8 de mayo de 2008

La mejor canción de nuestra vida

Querida mía:
Hoy cuando vuelvas de la compra, te encontrarás esta carta sobre la mesa del recibidor. La he titulado “La mejor canción de nuestra vida” porque, como muy bien recordarás, anoche estuvimos hablando de letras y canciones de amor tras presenciar el programa de la tele sobre canciones amorosas que han hecho historia en nuestro país y han sido testigos de la evolución de nuestro noviazgo primero, después de nuestra boda y, ya siempre después y hasta ahora, de nuestra rica y humana vida en común, siempre tocada, gracias a Dios, por una brisa especial, a veces pasional y a veces tierna.
Canciones del Dúo Dinámico, Adamo, Aznavour, Doménico Modugno, Richard Cochante, Nino Bravo, Cecilia y tantos otros cuyos ecos alfombran la yerbera de las márgenes vitales por donde fluye nuestro río vital desde hace tanto tiempo. De verdad que quería escribirte una canción que recordara nuestros mejores momentos. ¡Porque han sido tantos! Aunque también los ha habido dolorosos, y eso ha hecho posible que nos hayamos unido todavía más. El escudo y la lanza aseguran la lucha. Pero también las pequeñas derrotas de las que hemos ido sobreponiéndonos ¿Una letra entrañable? ¿Una canción recordatoria? En una palabra, ¿un canto de amor? Si me decidiera a hacerlo tendría en cuenta que la mejor letra de una canción de amor, para no perder su magia, ha de ser, además de canto, pulso y cuerda de emoción. Ha de tener corazón a la vez que ritmo y rima porque, si no fuera así, la voz no temblaría de verdadera pasión. Las palabras han de ser vivas y deben respirar como respira el día y tienen que ser gemidos cuando hablen de tristeza, y risas cuando hablen de alegría. Deben ser, en fin, realidad, sueño, afán, desencanto, lucha y esperanza. Por eso las palabras de los versos han de hablar también de la soledad, de los hijos, de la casa, de la vida y del tiempo que al pasar deja su rastro en ella. Por todo lo cual, pienso que lo mejor de la canción es que la escriban entre dos. Por eso, y pensando en nosotros dos, me pregunto: ¿Para qué voy a escribirla? Si tú ya eres para mí esa letra, esa canción y ese amor, los tres juntos. Y los mejores del mundo. Tú y yo, querida mía, la hemos ido escribiendo con la vida. Nuestra letra es letra de mujer y de hombre, letra que hemos cantado, que cantamos aún y cantaremos al son de nuestra vida en común. Y mientras hemos ido abriendo nuestro camino, hemos ido tejiendo día a día el canto que crece con nosotros mismos. Y así, el amor, como el poema, ha madurado entre nuestras manos. Su forma la constituyen las estrofas y los versos humanos: trabajos, desazones, alegrías. Y su tema es la misma vida vivida con cariño, dignidad y respeto a la libertad de cada uno. De este modo, cuando nos bese la última noche con su beso final, habremos cerrado con broche de oro el collar de nuestra existencia.
De ti habrá sido la vela. De mí, el timón de la nave. Y de Dios el viento justo que hizo posible la estela de nuestro barco. Ésta es la buena canción, la mejor de nuestra vida, la de la lucha común entre el andamio de los días y los latidos de dos corazones que han latido y siguen latiendo acompasada y sincronizadamente. Y esta es la carta que te has encontrado al volver de la compra. Carta de amor y de vida. Porque en definitiva todo es vivir y hacer de la diaria existencia un canto de amor compartido, de trabajo, el mío casi insignificante y el tuyo, inmenso, impagable, dentro de casa y fuera de ella, haciendo la compra y todas esas pequeñas cosas que hacen que mi vida sea grande y muchas veces feliz. Gracias por todo ello, querida mía.

miércoles, 7 de mayo de 2008

LA EDUCACIÓN LECTORA DEL FRANQUISMO

Enciclopedias y colecciones de lecturas para adolescentes

Los niños y adolescentes de entonces teníamos también nuestras lecturas y nuestras colecciones. Entre las más conocidas se hallaban la Enciclopedia Pulga, con su famoso logotipo del libro abierto y el pie “El saber no ocupa lugar”, y su lema famoso: “Todo el maravilloso mundo de la ciencia, del arte, de la técnica, de la literatura, Historia, Viajes, Biografías, etc., a su alcance”. O la Enciclopedia Popular Ilustrada, con su lema “La tierra, el pensamiento, el hombre, las musas”. O la Colección Araluce, “Las obras maestras al alcance de los niños. Declaradas por Real Decreto de utilidad pública y de uso para las Bibliotecas Circulantes”, como rezaba su subtítulo. O la muy parecida Colección Ortiz, ésta sólo de clásicos castellanos.
Y hablando de estos últimos, había también una Biblioteca de clásicos escolares, publicada bajo la dirección del R. P. Ramón Ruiz Amado, S.J., con tomos de Cervantes, La cristiada de Hojeda, Calderón de la Barca, La epopeya de América, Lope de Vega, Quevedo o Tirso de Molina.
Asimismo había un Don Quijote de la Mancha escolar adaptado a las mentes niñas y redactado pensando en ellas, que yo mismo, como ya he dicho en otro lugar de este ensayo, leía de pie y en corro con mis compañeros de clase, ante la mirada atenta del hermano Salesiano en el colegio que tenía esta Orden en mi ciudad natal. Este libro tenía una innovación y era que las partes descriptivas y “escenas menos convenientes a las mentes pueriles” habían sido suprimidas o resumidas gráficamente como en los Tebeos y demás historietas ilustradas, de lo que ya se ha hablado aquí de forma breve por salirse un poco de los límites de este trabajo, pero que constituían un gran alimento lector para los chicos de entonces como lo siguen siendo en la época actual.

EL QUIJOTE EN LA POESÍA DE A. MACHADO

Los hombres del 98, muchos de ellos originarios de la periferia española (Azorín, levantino; Unamuno, vasco; Antonio Machado, andaluz...), tras el desastre colonial, escogieron Castilla como corazón de España y representante de su pasado glorioso, tanto político (el Imperio español fue uno de los más poderosos del mundo durante los siglos XVI y XVII), como literario (los llamados siglos de Oro están repletos de figuras y obras universales: la novela picaresca, los teatros de Lope y Calderón, el Quijote de Cervantes...). Algunos de ellos fomentaron una gran amistad y mantuvieron relaciones de admiración y respeto mutuos. Es bien conocida la que Antonio Machado mostró hacia Rubén Darío, Azorín, Unamuno o Juan Ramón Jiménez. El autor nicaragüense, por ejemplo, le dedicó unos versos que lo retratan perfectamente, versos que forman el “Pórtico” de las Poesías Escogidas, de Aguilar: “Misterioso y silencioso / iba una y otra vez. / Su mirada era tan profunda / que apenas se podía ver. / Cuando hablaba tenía un dejo / de timidez y altivez. / Y la luz de sus pensamientos / casi siempre se veía arder. / Era luminoso y profundo / como era hombre de buena fe...” Como él, como todos, que en un momento de su creación literaria, tomaron como modelo de bondad y fe a don Alonso Quijano el Bueno, aquel don Quijote que salió a esos mundos de modorra y engaños para despertarlos y sacarlos de su error.
1905 fue un año importante porque muchos de ellos, conmemorando el tercer centenario del Quijote, publicaron escritos dedicados a honrar la inmortal creación de Cervantes. Rubén Darío, en sus “Cantos de vida y esperanza” incluyó unas “Letanías de nuestro señor don Quijote”, cuyo comienzo es éste: “Rey de los hidalgos, señor de los tristes, / que de fuerza alimentas y de ensueños vistes, / coronado de áureo yelmo de ilusión; que nadie ha podido vencer todavía, / por la adarga al brazo, toda fantasía, / y la lanza en ristre, toda corazón...” Debió de leerlas Machado con suma atención y cariño porque en los Elogios de sus “Campos de Castilla” le dedica dos composiciones sentidas. Más importancia tienen para el asunto de que estamos tratando dos libros de Azorín de ese año, “Los pueblos” y “La ruta de Don Quijote” (también tendría un tercero, “Castilla”, aunque éste apareció en 1912) y el libro de Miguel de Unamuno “Vida de don Quijote y Sancho”.
En cuanto a Antonio Machado, debió de publicar este mismo año o el siguiente el poema “A don Miguel de Unamuno” por haber publicado el libro de ensayos sobre los dos protagonistas del Quijote. Pero fue a partir de 1912, una vez retirado a Baeza tras la muerte de su joven esposa Leonor, cuando Antonio Machado dio a conocer algunos poemas con motivo cervantino y en especial dedicados a La Mancha y a sus habitantes, tanto ficticios (los pertenecientes al Quijote), como los reales. Me refiero, en primer lugar, a “La mujer manchega”, influido sin duda por los dos capítulos que, bajo el título “La novia de Cervantes”, se hallan en “Los pueblos”, de Azorín; y también, bajo la influencia de Azorín, esta vez tras la publicación de “Castilla”, nuevo libro de ensayos que vio la luz en 1912, dos poemas relacionados entre sí: el primero, “Al maestro Azorín por su libro “Castilla” y el segundo “Desde mi rincón”, que lleva además la anotación “Elogios. Al libro “Castilla” del maestro Azorín, con motivo del mismo”. Y en segundo lugar, movido por la guerra europea que entonces se libraba (1914), escribió “España, en paz”.
Por razones obvias, comenzaré por el poema “A don Miguel de Unamuno”, mezcla de tercetos, cuartetos y serventesios, que debió de ser escrito, como he dicho, nada más aparecer la “Vida de don Quijote y Sancho”, del escritor vasco. Convencido sin duda por la idea de Unamuno de que los males de la patria residían en que ya no hay quijotes y en que la ramplonería lo domina todo, Machado homenajea a su admirado amigo, comparándole con don Quijote. “Este donquijotesco / don Miguel de Unamuno, fuerte vasco, / lleva el arnés grotesco / y el irrisorio casco / del buen manchego.” Y así lo pinta como al hidalgo de Cervantes: “Don Miguel camina, / jinete de quimérica montura, / metiendo espuela de oro a su locura, / sin miedo de la lengua que malsina.” Intentando educar, por medio de la valentía y la lucha por unos ideales, a todo un pueblo que se haya sumido en la pereza, la desidia y el engaño.”A un pueblo de arrieros, / lechuzos y tahúres y logreros / dicta lecciones de Caballería. / Y el alma desalmada de su raza, / que bajo el golpe de su férrea maza / aun duerme, puede que despierte un día.”
Respecto al poema “La mujer manchega”, ya había aparecido, como se sabe, en la revista “España” en 1915, pero que fue sin duda escrito mucho antes, posiblemente tras la lectura del citado “Los pueblos”. Se trata de un canto a La Mancha y sus mujeres, entre las que se encuentran los seres de ficción del Quijote y los vivos y reales: “La Mancha y sus mujeres; Argamasilla, Infantes, / Esquivias, Valdepeñas. La novia de Cervantes, / y del manchego heroico el ama y la sobrina /.../ la esposa de don Diego y la mujer de Panza, / la hija del ventero, y tantas como están / bajo la tierra, y tantas que son y que serán / encanto de manchegos y madres de españoles / por tierras de lagares, molinos y arreboles...”. Continúa con un retrato de la mujer manchega : “Es la mujer manchega garrida y bien plantada, / muy sobre sí doncella, perfecta de casada. / El sol de la caliente llanura vinariega / quemó su piel, mas guarda frescura de bodega / su corazón. Devota, sabe rezar con fe / para que Dios nos libre de cuanto no se ve. / Su obra es la casa –menos celada que en Sevilla, / más gineceo y menos castillo que en Castilla--. / Y es del hogar manchego la musa ordenadora; / alinea los vasares, los lienzos alcanfora; / las cuentas de la plaza anota en su diario, / cuenta garbanzos, cuenta las cuentas del rosario.” Luego alude a la tierra donde nacieron Dulcinea y Don Quijote: “¿Hay más? Por estos campos hubo un amor de fuego. / Dos ojos abrasaron un corazón manchego. / ¿No tuvo en esta Mancha su cuna Dulcinea? / ¿No es el Toboso patria de la mujer idea / del corazón, engendro e imán de corazones...?”. Continúa con la evocación del famoso hidalgo y sus andanzas por esta tierra junto a la de la labradora Aldonza: “Por esta tierra, lejos del mar y la montaña, / el ancho reverbero del claro sol de España, / anduvo un pobre hidalgo ciego de amor un día / --amor nublóle el juicio; su corazón veía--. / Y tú, la cerca y lejos, por el inmenso llano / eterna compañera y estrella de Quijano, / lozana labradora fincada en sus terrones / --oh madre de manchegos y numen de visiones-- / viviste, buena Aldonza, tu vida verdadera, / cuando tu amante erguía su lanza justiciera, / y en tu casona blanca aechando el rubio trigo. / Aquel amor de fuego era por ti y contigo.” Para terminar con un deseo encomiable para las mujeres de la tierra: “Mujeres de la Mancha, con el sagrado mote / de Dulcinea, os salve la gloria del Quijote.”
El poema “Al maestro Azorín por su libro Castilla”, también compuesto en pareados, fue escrito a finales de 1912 o principios de 1913 y es importante porque describe una de aquellas ventas que ya existían en tiempos de Cervantes y, sobre todo, retrata a un personaje misterioso que bien podría ser el autor del Quijote. Le acompañan la ventera, “que aviva el fuego donde borbolla la marmita”, y el ventero, que “contempla silencioso la lumbre del hogar”. Como muestra, citaré los versos donde palpitan los sentimientos del caballero enlutado y la atmósfera campesina que lo envuelve: “Sentado ante una mesa de pino, un caballero / escribe. Cuando moja la pluma en el tintero, / dos ojos tristes lucen en un semblante enjuto. / El caballero es joven, vestido va de luto. / El viento frío azota los chopos del camino. / Se ve pasar de polvo un blanco remolino. / La tarde se va haciendo sombría. El enlutado, la mano en la mejilla, medita ensimismado...”
Más importancia tiene el titulado “Desde mi rincón”, una extensa silva que mandó Machado en una carta a otro de sus buenos amigos, Juan Ramón Jiménez, diciéndole, entre otras cosas, “Te mando esa composición al libro Castilla de Azorín para que veas la orientación que pienso dar a esa sección (Elogios). Además, este libro de Azorín tan intenso, tan cargado de alma, ha removido mi espíritu hondamente y su influjo no está, ni mucho menos, expresado en esta composición.” Se trata de una descripción de la Castilla inspirada por la “Castilla” literaria de Azorín: “Con este libro de melancolía, / toda Castilla a mi rincón me llega; / Castilla la gentil y la bravía, / la parda y la manchega. / ¡Castilla, España de los largos ríos / que el mar no ha visto y corre hacia los mares; / Castilla de los páramos sombríos, / Castilla de los negros encinares! / Labriegos transmarinos y pastores / trashumantes –arados y merinos--...” Y así evoca nombres de ventas y personajes literarios: “¡Oh, venta de los montes! –Fuencebada, / Fonfría, Oncala, Manzanal, Robledo--. / ¡Mesón de los caminos y posada / de Esquivias, Salas, Almazán, Olmedo (...) / ¡Oh dueña doñeguil tan de mañana / y amor de Juan Ruïz a doña Endrina! / Las comadres –Gerarda y Celestina--. / Los amantes –Fernando y Dorotea--. / ¡Oh casa, oh huerto, oh sala silenciosa! / ¡Oh divino vasar en donde posa / “sus dulces ojos verdes Melibea”! ... Y habla del presente que es pasado, por lo tanto intemporal: “¡Y este hoy que mira a ayer; y este mañana / que nacerá tan viejo! / ¡Y esta esperanza vana / de romper el encanto del espejo! / ¡Y este filtrar la gran hipocondría / de España siglo a siglo y gota a gota”. Y compara el alma de Azorín con la suya, que ve pasar la España del ayer en la imaginación. Continúa con una profesión de fe, una fe especial, “una fe que nace / cuando se busca a Dios y no se alcanza, / y en el Dios que se lleva y que se hace.” Versos que nos traen en seguida a la memoria aquellos otros de la Parábola VI: “El Dios que todos llevamos, / el Dios que todos hacemos, / el Dios que todos buscamos / y el que nunca encontraremos. / Tres dioses o tres personas / del solo Dios verdadero.” Concluye el poema con el Envío, de donde se deduce el deseo del poeta de salvar a España de su rutina y su pereza y que trata del asunto que nos concierne: “¡Oh tú, Azorín, que de la mar de Ulises / viniste al ancho llano / en donde el gran Quijote, el buen Quijano, / soñó con Esplandianes y Amadises (...) / ¡Oh tú, Azorín, escucha: España quiere / surgir, brotar, toda una España empieza! / ¿Y ha de helarse en la España que se muere? / ¿Ha de ahogarse en la España que bosteza? / Para salvar la nueva epifanía / hay que acudir, ya es hora, / con el hacha y el fuego al nuevo día. / Oye cantar los gallos de la aurora.”
Y para terminar, cito “España, en paz”, una especie de poema pacifista, escrito en alejandrinos, con marcados tonos modernistas, donde el poeta vuelve a hablarnos de su rincón moruno, tranquilo y pacífico, para enseguida contrastar esa paz rural con la guerra que se está librando en ese momento (1914) en Europa : “En mi rincón moruno, mientras repiquetea / el agua de la siembra bendita en los cristales, / yo pienso en la lejana Europa que pelea, / el fiero norte, envuelto en lluvias otoñales.” Enseguida denuesta los perjuicios que la guerra acarrea : “¡Señor! La guerra es mala y bárbara, la guerra / odiada por las madres, las almas entigrece; / mientras la guerra pasa, ¿quién sembrará la tierra? / ¿Quién segará la espiga que junio amarillece?” Y tras apuntar de nuevo la diferencia entre España y el mundo (“¿Y bien? El mundo en guerra y en paz España sola”), saluda al buen Quijano, el Quijote que ha recobrado el juicio, por si se debe a él la paz que vive España. No una paz cobarde, sino una paz fruto de la discreción y el orgullo. Concluye Machado dirigiéndose al juicioso hidalgo manchego para decirle que cuente con él para apoyar esa paz que levantará a España de la modorra en que vive, para seguir la voz auténtica de la raza, no el eco, la imitación huera y extraña.. He aquí las palabras de Machado: “Si eres desdén y orgullo, valor de ti, si bruñes / en esa paz, valiente, la enmohecida espada, / para tenerla limpia, sin tacha, cuando empuñes / el arma de tu vieja panoplia arrinconada; / si pules y acicalas tus hierros para, un día, / vestir de luz y erguida: heme aquí, pues, España, / en alma y cuerpo, toda, para una guerra mía, / heme aquí, pues, vestida para la propia hazaña / decir, para que diga quien oiga : es voz, no es eco (¡Qué cerca suenan aquellos versos del Retrato: “A distinguir me paro las voces de los ecos, / y escucho solamente, entre las voces una”); / el buen manchego habla palabras de cordura; / parece que el hidalgo amojamado y seco / entró en razón, y tiene espada a la cintura; / entonces, paz de España, yo te saludo...”
Como puede verse, los poemas citados no son de lo mejor dentro de la obra poética machadiana,pero son los que tratan de don Quijote, y a eso me he atenido.