viernes, 26 de diciembre de 2008

CONEXIÓN

Esto es un adelanto de lo que será una REVISTA personal durante los años próximos. Constará de unos apartados fijos:
1. El poema
2. El relato
3. La noticia
4. El comentario
y otros sujetos a circunstancias varias, que llevarán su título particular.
Los dos primeros apartados pertenecerán a creaciones personales. Los otros harán referencia al mundo externo.

CONEXIÓN- Número 0- Diciembre, 2008. Cerdanyola.


EL POEMA

Villancico sólo para leer
a unos amigos en concreto












Ya vienen las fiestas,
Ya toca soñar
Que nieva de nuevo
La nieve de paz.
Soñemos, amigos,
Que no pasa “na”,
Que la sombra es sol
Y que el llanto, sal.
Que la crisis pasa
De largo hacia el mar,
Y en los ojos ríe
La luz del champán.
Soñemos, amigos,
Que no pasa “na”,
Que los tiros suenan
A salvas no más,
Y que el muerto juega
Al tute en un bar.
Soñemos, amigos,
Que ya es Navidad.
Vivamos, bebamos,
Pero la verdad
Es que el luto moja
Nuestra soledad.


EL RELATO

Las reliquias de Juana de Arco

La Doncella de Orleans, que fue condenada a morir en la hoguera acusada de brujería a los diecinueve años de edad y canonizada en 1920, fue enterrada en un lugar desconocido de Rouen a mediados del siglo XV. Parte de sus restos fueron descubiertos por un farmacéutico de París al hacer inventario del contenido de la botica que acababa de adquirir en una jarra de cerámica, con un pergamino doblado en su interior que decía que aquellos huesos eran las reliquias de Juana de Arco. Ni que decir tiene que ante aquel hallazgo se armó un revuelo de padre y muy señor mío. La rehabilitación de la heroica doncella que ya llevaba haciéndose desde el mismo siglo de su desaparición, adquirió dimensiones extraordinarias, y sus llamadas reliquias fueron enterradas con el boato y respeto de una santa en un templo cristiano. Sin embargo, hace poco el científico Charlier, encargado de analizar los huesos y el fragmento de la ropa pertenecientes a santa Juana de Arco, llegó a la conclusión de que aquellos restos pertenecían a una momia egipcia y al fémur de un gato. ¡Vaya chasco! ¡Ah!, y respecto a lo del hueso de gato, que nadie se extrañe. Según las costumbres de la época de la Doncella de Orleans, solían arrojarse gatos negros a las hogueras donde eran quemadas las mujeres acusadas de brujería.



LA NOTICIA

Adiós a Giménez-Frontín

El pasado domingo 21 de diciembre fallecía en Barcelona el poeta, novelista, ensayista y un largo etcétera, en el que hay que incluir su valentía de ser humano comprometido con sus ideas, José Luis Giménez- Frontín. Lo conocí hace un par de años en el Ateneo barcelonés con motivo de la presentación que hice del poemario de mi amigo Ambrosio Gallego titulado El imperio de las luces, y me pareció una persona entregada en cuerpo y alma a su labor de mensajero de la cultura en un mundo tan abocado a la inconsciencia de la improvisación. Prometo seguir hablando de José Luis Giménez Frontín en el número 1 de esta Revista, que será Dios mediante en enero de 2009. Desde aquí invito a los visitantes de mi blog a leer las memorias que recientemente ha publicado este barcelonés de 1943.



Tossa bajo el temporal



Esta semana el mar se ha salido de madre y ha convertido a Tossa en un infierno. Los pescadores han visto con impotencia cómo sus barcas eran en el mejor de los casos arrastradas hasta el interior de algunas calles aledañas al paseo marítimo y en los peores casos destrozadas al golpear contra las rocas de Minerva o del promontorio de la Villa Vella. Sus medios de vida desparecidos sólo en unas horas. Y no digamos de los retaurantes y tiendas de suvenires de la primera línea de mar, que también han sido anegados por las enormes olas que el temporal levantó en cuestión de segundos, haciendo del todo imposible cualquier intento de salvaguardar las posesiones de las gentes que cifran su vida en un negocio que apenas dura los tres meses de verano. Cuando suba dentro de unos días a dar una vuelta por Tossa aún podré ver los tristes resultados del temporal en las inmediaciones de la playa.



EL COMENTARIO


Un libro curioso


Acaban de regalarme un libro curioso donde los haya que pone al alcance de cualquier aficionado a la pintura de todos los tiempos historias, anécdotas y sucedidos en torno a cuadros magistrales y sus autores. El título es Tras las obras maestras, y su autor, Harvey Rachlin. Un estracto gratis lo ofrece el subtítulo del volumen: La novela del Arte. Historias fascinantes y curiosas del arte. De la Mona Lisa al Guernica. Lo he pasado muy bien viajando por sus páginas. Una advertencia: la traducción, a cargo de Jorge Conde, deja algo que desear. Ciertas construcciones como "Es por ello que...", "así fue que..." y vocablos ajemos a nuestro idioma, caso del ya cargante "remarcable" afean un paisaje tan bello como el que se contempla caminando por el mundo apasionante de Leonardo da Vinci, Holbein, el "Veronés", Caravaggio, Rembrandt, Goya, Manet o Picasso, entre otros artistas universales.

jueves, 18 de diciembre de 2008

TIEMPO VIVO

Me dicen que voy a ser
abuelo dentro de poco,
y empiezo a comerme el coco
pensando si lo haré bien.
Pero pronto me detengo
no sea que pierda el tren
mucho antes de cogerlo.
Cuando venga ese momento
sin duda sabré qué hacer,
y si no lo sé veré
de aprenderme bien el cuento.
Abuelo es otra lección
que sólo se aprende haciendo
de abuelo cuando eso llegue,
cuando hermosamente ciegue
mi luz la luz de mi nieto.
Hasta entonces, que la suerte
cuaje bien la luz que espero,
una luz de alto lucero
que cuando brille a mi lado
venga a darme otro dorado
otoño a mi otoño en vuelo.




Un soneto me manda hacer mi nieto,
y en mi vida me he visto en tal ventura
porque vuelo por él a más altura
y por él se hace luz cualquier secreto.

Y a punto de empezar otro cuarteto,
él me dicta la fiel literatura:
nuevo sol de mi otoño, miel, ternura;
en mi nueva vejez diamante escueto.

Mi vida se convierte en aventura
cuando él está a mi lado. Él, un brujo
que vuelo y luz le da a mi vida oscura.

Y así feliz concluyo este soneto
cantando sin cesar el tierno lujo
que a mi vida normal le da mi nieto.




Eres ya una cara, una rosita
que huele a tiempo puro en el otoño;
unas manos, claveles pequeñitos
que se mueven al aire de la cuna.
Eres ya presencia inabarcable
para nuestros deseos. Como un sol
que alumbra nuestros pasos,
que marca el día que vamos a vivir.
Ya estás aquí. Ya mueves
los hilos de todas nuestras vidas.
Tan chiquitito, y eres
como un Dios para todos. Te despiertas,
y vamos a adorarte. Abres los ojos,
y corremos a ti para que vayas
mirándonos y viendo nuestro asombro
de verte alzar las manos
cual si fueras el director de orquesta
de toda nuestra música, esta música
de amor que anda brizando nuestros sueños.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

TIEMPO VIVO

TIEMPO VIVO


I.
A Nasi, mi mujer. A mis hijos,
Esteban y Javier. Y a mi nueva hija, Loli.


El banco favorito y el estanque.
Los llantos de las tórtolas en el pinar vecino.
El aire acariciando los habanos
de las inquietas espadañas. Es
la tarde, el tiempo vivo.
Y nosotros, testigos del presente.
Como dioses. Sin pecado o condena.
Alimentándonos
de nuestro propio éxtasis.
Ni antes ni después,
la hora exacta, ésta
del agua que se empina en la espadaña
y del árbol que devuelve a la tierra
la esencia universal, total, del cielo.
Hora mágica y justa en que el labio enmudece
para que se oiga sólo la palabra
de la mañana niña, ésta que juega
con el sexo impoluto del nenúfar
y la pasión fogosa de la acacia.



Vivir este presente, esta caricia
de invierno y de cerveza, estos donaires
de andamio consentido y cama alegre
donde el amor es cómplice del sexo.
Usar la voz de aquí, el gesto de ahora,
comprobar que la trama de la vida
no es alma de novela:
sólo huella y rastro y gesto y canto
de latido presente,
sencillo compromiso con la esencia
de ser antes que nada flor que muere,
fuego humilde que arde con la leña
que el día le depara con segura
certidumbre final de ser ceniza.
Y aprender del paso cotidiano
que todos somos barros en los dedos
del tiempo o de algún dios
que nos puso de pie una mañana.
Y sin embargo, crecer con madurez
de uva que algún día será vino.
Mientras nos va tejiendo verso a verso
el poema irrepetible
de derrotas y triunfos que es la vida,
cuando la infancia es siempre
y empuja la espiral hacia el futuro,
que a la vez es lealtad a los cimientos.



Acaso este silencio del mar sea
el signo de que el tiempo rompe a veces
su línea de palabras.
De que el ayer es el presente ahora
y mis hijos, mayores, son de pronto
los niños que un día fueron, junto al mar,
entre las rocas húmedas, buscando
el cangrejo ideal de la esperanza.
De que yo mismo regreso a la inocencia.
De que el verso, como un surco sin hielo,
recoge mi semilla, el niño vivo
que espera en la crisálida del sueño.
Me da en la cara el viento del asombro,
el sol me besa en luces de sorpresa
y de las olas que duermen en la orilla
suben aromas que no se habían perdido,
que estaban siempre ahí, cuna y sepulcro,
en la rosa del tiempo sin otoño.
Despierto del ensueño ante las torres
del pueblo que he elegido, sol y mar,
para jugar a veces que soy niño
nimbado por la paz y la promesa.
Abandono la orilla. Suenan lentas
las campanas del templo, tan presentes.

Sin prisa, me reúno con mis hijos.
Me miran tiernamente. Yo les miro
y en sus ojos aún veo que el cangrejo
del tiempo nos espera entre las rocas.

















II.
A mi nieto Xavi


Nacerás algún día, pero ahora
eres dulce promesa, nombre mago
de un ser que desde el agua de la vida
empezó a crecer en alma y esperanza
hacia la luz del día. Eres ahora
mensaje y letra pura, dial del tiempo,
análisis del génesis. Ahora
sin ser eres ya fruto que en la rama
madura del futuro alzas el vuelo
para volar despacio hacia la luz.
Nacerás algún día y me darás
inocente la estrella de tus ojos
y la caricia blanca de tus manos.
Pero ahora, en el agua de la vida,
sin ver aún el sol de la amapola,
sigue tejiendo el hilo de la espera,
sigue creando el nombre de los sueños
mientras vuelas despacio hacia el mensaje
de la historia del hombre reflejada
en tu forma de esfera tan querida.
Nacerás algún día, pero ahora
sigue siendo promesa en mi esperanza.







Me dicen que voy a ser
abuelo dentro de poco,
y empiezo a comerme el coco
pensando si lo haré bien.
Pero pronto me detengo
no sea que pierda el tren
mucho antes de cogerlo.
Cuando venga ese momento
sin duda sabré qué hacer,
y si no lo sé veré
de aprenderme bien el cuento.
Abuelo es otra lección
que sólo se aprende haciendo
de abuelo cuando eso llegue,
cuando hermosamente ciegue
mi luz la luz de mi nieto.
Hasta entonces, que la suerte
cuaje bien la luz que espero,
una luz de alto lucero
que cuando brille a mi lado
venga a darme otro dorado
otoño a mi otoño en vuelo.

LETRAS PARA EL OCIO

DOS LIBROS DE ANTAÑO

Un día de verano, antes de bajar a la playa para reunirme con mi mujer, que ya había bajado mucho antes a tomar el sol, me pasé por la papelería del pueblo donde suelo comprar el periódico con la idea de regalarme el lanzamiento que RBA hace de libros escolares del siglo pasado: una Urbanidad para niños de la editorial barcelonesa F.T.D (1929) y una Gramática de segundo grado de la editorial zaragozana Luis Vives (1947). El libro de Urbanidad lo había leído y trabajado de niño cuando fui alumno de los Salesianos de Zamora, y me sonaban mucho algunos capítulos y viñetas del libro, sobre todo, los Dos ejemplos trascendentales (El joven de los buenos deseos y El saco de carbón), y algunos cuentos y anécdotas repartidos por el librillo para ilustrar los diversos capítulos (el del emperador Teodosio, los juegos de algunos santos, Licurgo o el rey de Sicilia y sus capitanes envidiosos); sin embargo, al contrario de antaño (y es lógico), el tono me sonaba horriblemente gazmoño y tanto los consejos como los relatos a que acompañan los primeros se habían quedado anticuadísimos, si bien me servía de testimonio de un tiempo que había tenido que vivir. Ahora las cosas de la educación van por otro lado y corren peligro de que se alejen tanto de toda urbanidad que acabarán un día desapareciendo (aunque con esto de la Educación para la Ciudadanía es posible que se recuperen algunos valores; es broma, y más mientras se siga haciendo lo que se está haciendo con esa materia: jugar con ella desde puntos de vista meramente políticos). Y pensando en ello recordaba los últimos años de enseñanza, en que paulatinamente se habían ido evaporando valores tan importantes como el esfuerzo personal, el estudio, el respeto hacia el saber y el trabajo bien hecho. En cuanto a la Gramática, dejando a un lado la teoría, que se había quedado también muy lejana, era un libro que respetaba mucho las lecturas (en prosa y en verso) como punto de partida para trabajar la Lengua, la comprensión de textos, el vocabulario, la redacción, la sintaxis y... algo que se está menospreciando y que es una herramienta de trabajo: la memoria.






UNA NOVELA DE SUSANNA TAMARO

Ya he dicho varias veces que mi mujer y yo solemos entablar conversaciones durante nuestros paseos sobre los personajes de las novelas que mi mujer lee como si fueran vecinos momentáneos nuestros (y de algún modo lo son). Una de las últimas novelas que mi mujer leía durante mi larga enfermedad fue Escucha mi voz, de Susanna Tamaro. En ella se cuentan entremezcladas las historias de una chica criada por su abuela, la vida de la abuela, que muere de Alzheimer, y la de su madre; la vida de esta última aparece narrada en unos diarios que encuentra en un baúl del desván de la casa (vaya por delante que la madre de la chica, a juzgar por los diarios, era tan rebelde como ella); por lo visto la madre estuvo enamorada de un profesor. El estilo de la novela es sencillo y emotivo, real como la vida misma. Una muestra: "20 de mayo. Hace dos semanas que no da clases. Me he informado y parece que está enfermo. He echado cuentas y creo que estoy de dos meses. Siento cada vez menos dulzura, es el miedo lo que predomina, y la rabia. ¿Es verdad que está enfermo? ¿O ha intuido algo y quiere darse un tiempo? Hace un mes que no aparece. A lo mejor es verdad que está muy mal y sólo soy yo la mala que se imagina otras cosas."







CONFINADOS EN CASA

Los nervios de no poder salir de casa a dar el paseo acostumbrado por Cerdanyola y ver que poco a poco la ciudad va viendo su cara operada de cirugía de adoquines y alquitrán me confinaron en casa y conmigo a mi mujer. Menos mal que no nos faltaba actividad con que ocupar el tedio de las tardes. Por ejemplo, ella devoraba novelas sin parar. Por aquel entonces, estaba leyendo la vida de un joven arquitecto llamado Arthur y la de Lauren, una brillante neurocirujana; ambos son los personajes principales de Volver a verte. Por lo que mi mujer me contaba, él había huido de Los Ángeles cuando ella salió del coma en que había caído y durante el cual la había vigilado celosamente. Estuvo en París una temporada y, finalmente, regresó a la ciudad californiana a trabajar en el estudio que compartía con su colega Paul. Arthur aún sigue enamorado de Lauren y recuerda que gracias a él Lauren continúa con vida porque los doctores que la trataban querían desenchufarla de la máquina y él se había negado siempre. Y el destino hace que se vuelvan a encontrar gracias a un accidente que sufre Arthur; entonces Lauren es la doctora que lo atiende a él, pero, como es lógico, no lo reconoce... El estilo es mezcla de tradición y modernidad: descripciones y diálogos a la antigua usanza por un lado, y por otro juegos temporales, perspectivismo, contrapunto, cambios de narradores, monólogo interior, estilo indirecto libre...
"Se vistió. Tanto peor si no cenaba: sus horarios eran absurdos, ya picaría algo de camino. Pulsó la tecla del contestador telefónico. Un mensaje de su novio le recordaba que aquella noche debían asistir los dos a la proyección del último documental que él había realizado. Borró el mensaje antes de que la voz de Robert tuviese tiempo siquiera de precisar la hora de la cita..."

miércoles, 10 de diciembre de 2008

ANTONIO MATEA, EL POETA DEL BARRO

28.
“Voces que proponemos crear ángeles,
¡llegaos y salvemos las cosechas,
el futuro obligado a nuestros hijos!”


Y tú seguías pariendo versos y prosas que adquirían en el silencio de tu casa y con el consentimiento de tus manos nuevos formatos y libritos artesanales con que nos regalabas a los más cercanos. En el 84, con Eros senil nos diste versos encendidos más allá de la epidermis lírica, y con Cuando vuelvan los ángeles, una poesía esperanzada donde se pide que desaparezca el rencor y el espanto del mundo,
“Porque si todos juntos, con los pechos,
Formamos un talud contra la guerra,
No importará que cuatro maquiavélicos
Programen destrucciones en su mente.
El hombre dirá: ¡NO! Y no habrá guerras.
El hombre dirá: HERMANO. Y no habrá hambre.
Porque el hombre será su propio ángel,
El ángel que amordaza entre sus pulsos
Al otro ángel maldito que le habita.”
Hay en este último libro las palpitaciones humanistas de otros libros, anteriores y posteriores. Y confesiones personales, propias del alma que se desnuda sin pudor ante sus semejantes:
“Pero yo no soy nadie;
Sólo escribo
Cosas tan materiales como el Hombre.
Y ahora --ya veis—
Escribo de los ángeles.
De los que instaurarán un nuevo mundo
Totalmente fraterno y en concordia
Con la naturaleza de los Astros.”
Cuando vuelvan los ángeles es un libro bisagra en tu caudalosa obra, Antonio. No en balde ilustras sus páginas con el retrato de tres seres muy queridos, tus tres hijos, Jorge, María de los Llanos y Antonio, por este orden, en la foto. Jorge ensimismado, la chica sonriente y Antonio con una mirada interrogadora. Tres niños como representación de los que vendrán después, tres ángeles “que llegan a un mundo desquiciado” (dices bajo la foto en el poema Insistencia con que, además, ilustras la sobrecubierta). Para entender el mensaje del libro es necesario leer los versos que siguen:
“A los futuros niños
Dedico la intención de mi trabajo.
Puede que en tanto llegan esos niños
Esté presente el ángel que reclamo.
Que del rencor que anubla los instintos
Ya no quede ni rastro.”
En el 85, tres más, Mujer en forma de alcancía, Híbrida procesión y Heraldos del silencio, éste en colaboración con Carmen Valdivielso, una poetisa que fue alguna vez a la tertulia de Jurado. Supongamos, Antonio, que el tiempo lo deja todo en su sitio y la muerte no lo menea. ¿Qué hubo entre vosotros dos? Ella estaba casada y, por lo que decía, bien casada. Y tú estabas bien casado, que yo lo veía a menudo con mis propios ojos. ¿Es que, Antonio, como poeta fantasioso que fuiste siempre, alimentado por el mundo de la imaginación, quisiste rodear la amistad que te unía a Carmen con un halo de misterio, o mejor, de ambigüedad? Los que te conocimos bien, sabíamos que te gustaba fantasear con las relaciones que te hubiera gustado llevar a cabo entre el mundo femenino que nos rodeaba en las tertulias, lecturas poéticas y reuniones de jurados de poesía y que no pasaban de un juego literario y a veces de ironías veladas sobre el sexo femenino que aleteaba a nuestro alrededor. Carmen, lo sabemos, dibujaba muy bien y ahí están las ilustraciones que adornan Heraldos del silencio, desde la cubierta, una rama desnuda con dos hojas en los extremos poniendo un arco al título, hasta la contracubierta, un cuadrado rodeado por una rama con hojas y lágrimas (¿ o lluvia?) en su interior, pasando por fríos paisajes de invierno, solitarias playas, lazos que atan ramas de espinas… que tiñen de tristeza el resto de las páginas. Y también escribía una poesía sentida, melancólica, romántica, con temática amorosa, tan diferente de la tuya. Pero lo que había entre ella y tú, además de esta colaboración en el mismo libro, no es más que materia de silencio, y vosotros dos, los autores, nada más que dos heraldos suyos, como reza el título. Y no voy a ser yo quien dé tres cuartos al pregonero. Tu participación en el libro está dividida en tres partes: Dejad crecer la hierba, frase por otra parte muy familiar para mí porque cuando yo te decía algo acerca del estado de las plantas de tu jardín cada vez que iba a tu casa, siempre me respondías: “Dejad crecer la hierba”. Áspero mundo, título igual al de un libro del poeta Ángel González, también habitante del mundo de las sombras. Y Confusa signatura. He de decirte que aquí como en ningún otro
Libro te has esforzado en pulir la métrica y me da la sensación que ello se debe a que la temática te importaba menos que el andamio de las palabras. ¡Cuántas veces te dije, Antonio, sin que me hicieras caso (eso formaba también parte de tu personalidad), que intentaras casar el contenido con la forma elegida (lo del calor y el fuego, ¿recuerdas?, o lo de la rosa y el perfume) para que el poema resultara más redondo y completo? Aquí ha vencido la forma y, claro, el fondo no resulta tan convincente. Un ejemplo, de Universidad Autónoma:
“Porque en amor el sol es un engaño,
Ya que el amor es fórmula y tiniebla,
Vuelvo de amor a ser, con su rebaño,
El sol que se ocultó tras de la niebla.”
Otro, aún más claro, de Fragmentos (Recordando a Dario):
“Y suenan las marchas triunfales de surcos y de hoces.
Por los senderillos van los segadores,
Triunfantes,
Erguidos,
Sudosos;
Pero son hermosos
Sus rostros de paz y de ensueño.
La risa tranquila de las juventudes
Retoza de triunfo y de gozo…”





29.
“Y nos vamos al mar de la medida,
poniendo rumbo al sol de la esperanza.”

Junio sigue el rastro de mayo, es decir, se sigue dejando mojar por la lluvia, aunque las temperaturas van poco a poco aumentando. La primera semana del mes es la última de clase. Hemos entregado las notas del tercer trimestre y la próxima semana tiene lugar el jaleo del llamado Crédito de Síntesis, que, después de tantos años en la enseñanza, ni me merece el menor crédito ni representa en modo alguno la síntesis del curso. Pero a lo que iba. Después de dar mis últimas dos clases del curso, y como mañana todo el Instituto se va de salida “cultural” a Port Aventura, yo adopto la aventura de subir a Tossa, por si el tiempo cambia de repente y puedo estrenar el baño en el mar de la temporada.
Y, Antonio, aquí estoy, en Tossa, hablando contigo. Hoy, viernes, nada más levantarme he visto que el tiempo parece efectivamente querer cambiar algo y he cogido la bicicleta para dar una vuelta por el pueblo ya que, por las torrenciales lluvias de ayer, los caminos de los bosques y los campings deben de estar intransitables. Y he descubierto que, pese al voluble clima, la gente no se resigna a perderse un rato de playa y a esas horas de la mañana ya empieza a acercarse al mar con sus toallas y sus útiles playeros.
Nasi acaba de bajar y yo me reuniré con ella dentro de un rato. A ver si es posible estrenar hoy el agua del mar. Mientras tanto, abro el portátil dispuesto a redactar unas notas en esta carta abierta que empieza a tomar cierto cuerpo. Y lo primero que veo es la vista de la playa de Collioure que puse como fondo de pantalla tras la última visita que hicimos los colegas del Departamento de Castellano a esa localidad francesa en cuyo cementerio se halla, como muy bien sabes, uno de nuestros poetas favoritos, Antonio Machado. Y viene a mi memoria aquel viaje que hicimos a Collioure hace unos cuantos años para rendir homenaje al autor de Campos de Castilla. Íbamos algunos miembros pertenecientes a la tertulia del Círculo Artístico, continuadora de la de Jurado, entre los que nos encontrábamos Felipe Sérvulo, Visi Beato, Cristóbal Benítez, José Florencio, Ambrosio Gallego, tú y yo. Fue un día inolvidable, sin contar con el trayecto en autobús, que siempre os ponía malos a Nasi y a ti, como en aquella otra ocasión en que fuimos a Andorra y que tanto tú como Nasi os pasasteis el viaje con la bolsa de plástico en la mano por si acaso. Ahora, mientras contemplo en la pantalla del portátil la estampa de la playa de Collioure, su iglesia, con el campanario y el reloj marcando las tres de la tarde; la arena y el mar, solitarios por la época (creo que marzo); la fila de edificios de la izquierda, con los restaurantes abiertos (en uno de ellos comimos los colegas de Castellano); el cielo, azul puro, como la esmeralda de las aguas… Mientras contemplo esta estampa, digo, recuerdo aquel otro día, también de marzo (¡qué casualidad!) en que bajamos del autobús junto a la plaza de toros y los mareados pudisteis al fin aliviaros de vuestras angustias. Tengo grabado, para mi alegría, un video de aquella jornada. Cuando baje a Cerdañola, enriqueceré estos recuerdos volviéndolo a ver. Tras bajar hacia el mercadillo nos encaminamos hacia el otro lado de la riera, justo en el costado donde se levanta el hotel Quintana. Primera foto delante del edificio en el que pasó Machado sus últimos momentos. También conservo esta fotografía en algún sitio de casa, entre los álbumes que duermen en las estanterías del cuarto de lectura. Luego breve explicación de los guías del viaje, Benítez y, de los preparativos del entierro del poeta. Y enseguida, el breve paseo por la callejuela de detrás del hotel hasta el cementerio. Las piedras blancas del suelo, los cipreses, la tumba adornada de Machado, el ramillete de flores que llevaba Benítez para depositarlo sobre la lápida, a un lado de los otros, las miradas observadoras, el arracimamiento de los visitantes en torno de la lápida en espera del turno de lecturas… En aquella ocasión leímos nuestros poemas tú y yo, Antonio, ¿recuerdas? Tú leiste unos versos que hablaban de un Machado poeta del pueblo, defensor de las libertades y de las ideas. No recuerdo ninguno con exactitud ni conservo el poema en mi poder (una lástima porque me hubiera gustado colocarlo aquí). Mis versos trataban de la luz que siguió a Machado desde aquel jardín de Sevilla donde nació hasta la luz de Collioure (“estos días azules y este sol de la infancia”), pasando por la de otros lugares de su intensa vida (Madrid, Soria, Baeza, Segovia, Madrid de nuevo, Valencia, Barcelona…, todo el reguero que le siguió mientras huía de la barbarie que azotaba España en aquellos difíciles años de la guerra). Otros leyeron poemas de Soledades y Campos de Castilla. Más fotos durante la lectura. Después dejamos el lugar a otros romeros que venían a encontrarse con el Poeta y, con la emoción de haber establecido relación con Machado aún viva, nos dejamos llevar hasta el mar por el paseo de los artistas, justo hasta este rincón encantado que ahora estoy viendo en la pantalla del ordenador.






30.
“Forja de hierro al rojo y nardo. Reto
de una sangre tenaz tras de la aurora
que llega a ser delfín sin mar, soneto.”


Los años ochenta fueron de crisol constante, de proyectos hechos realidad, de trabajo incesante por dejar fijado para siempre el Grupo y el Premio que fundamos. La fiebre lírica nos empujaba hasta la extenuación. Fueron años en que no levantábamos la mirada de lo que estábamos haciendo para no perder la brújula ni el tiempo. Las reuniones del Ateneo, las publicaciones poéticas y no poéticas (ensayos sobre los más diversos temas) en aquella Revista que pusimos en pie con la ilusión de estudiantes en su Crédito de Síntesis, revista que bautizamos con el nombre de Reflexes. Debo recordarte, Antonio, que aquí empezó una de nuestras principales claudicaciones a favor del catalán, aunque lo hicimos convencidos de que la tolerancia que habíamos observado frente a la realidad que nos rodeaba iba a ser asimismo observada por los demás miembros del grupo y por otros que, por mediación reiterada de Encarna, vinieron a engrosar el jurado del premio, como Grau, novelista catalán reconocido e hijo de Cerdanyola, o Isern, famoso crítico de literatura barcelonés adscrito al periódico Avui. Pero no fue así de ningún modo. Acuérdate de que nos las veíamos y nos las deseábamos Carreta, tú y yo para sacar adelante, por ejemplo, algún libro presentado al Concurso en castellano cuya calidad destacaba claramente sobre otros poemarios presentados en catalán. Encarna y los demás tiraban escandalosamente de los cuadernos escritos en la lengua de Maragall sin aducir razones de peso algunas veces. Aún así logramos premiar buenos libros en castellano, como el de Espejo, ¿recuerdas?, aquellos Cantos del guerrero vencido, elegías más bien que denunciaban el paso duro por la vida del hombre de a pie, como nosotros, como el propio Espejo, que era el sujeto de los lamentos y situaciones concretas del libro. O Cristal de silencios, de Ferrán. O Traición de los nombres, de Bofarull. Aquellas deliberaciones en casa de Encarna eran a veces encarnizadas y duraban horas. Después, con el sustancioso cambio de escenario que resultó ser Can Olivé (entre otras cosas, más libertad de movimientos y la comida sufragada por el Ayuntamiento) cambiaron las cosas radicalmente. Es verdad que también llegaron al concurso poemarios en catalán con la suficiente calidad como para disputar el premio a las presentadas en el idioma rival (porque era así, un idioma rival que lucha por echar al otro de la palestra ciudadana). Y algunos libros catalanes pasaron a engrosar la lista de los ganadores, como Engrunes d’estels irates, Somnis de sucre candi o La corba de l’oblit . Y otros hijos escritos tuyos, salidos de tus manos artesanales, vinieron a mis manos. Son los casos de Concreta orfebrería y los ya citados Cándalo y Cárcava con insecto. Releo especialmente Concreta orfebrería porque en su día me pareció uno de tus mejores poemarios y hoy me ratifico. Lo publicaste en 1987 con una nota aclaratoria sobre el número de poemas, 131, que compone el libro. Número capicúa que, además, sumado el 13 primero al 1 siguiente, dan como resultado el total de los versos que componen el soneto. Siempre tan sutil, Antonio, y tan amigo del misterio: 131 sonetos. Eso es Concreta orfebrería, un conjunto paciente y perspicaz de sonetos, composición que comparaste siempre a un toro, por lo difícil de su lidia, aunque ya habías demostrado ser un buen torero cuando conseguiste el Premio Diputación de Albacete con Sonetos en gris mayor. Dices en esa nota que algunos de nosotros, contertulios tuyos, como Díaz Borges, Mercedes Rubios o yo mismo, te habíamos invitado a volver al soneto, y por ello, nos dedicas el libro. Gracias de nuevo por lo que a mí me toca. Vuelvo a leer la carta de Leopoldo de Luis y sigo sin comprender, Antonio, por qué la incluyes aquí, habida cuenta de que el poeta declina la responsabilidad de prologarte el libro y se excusa en el hecho de que antes no lo ha hecho con otros poetas. ¿A qué viene ese modo de humillarte? Tú no necesitas que nadie encabece tus versos con unas palabras que la mayoría de las veces suenan a elogios mal encubiertos. Además, recuerda que tú mismo habías dicho en otros libros que no eras aficionado a que prologuen tus obras. Dejémoslo. Me quedo sin duda con los sonetos que vienen después, bella colección encabezada soberbiamente por el que titulas Esta difícil forja, cuyos cuartetos son los que siguen:
“Herrero como soy del garabato
--filigrana y abuso de ir rimando—
Intento con palabras ir forjando
Un sorprendente miura, o su retrato.
Preparo hierro en rama. Lo maniato
Con hebras de memoria, martilleando
Sobre este crisol virgen, recabando
La huidiza poesía en su recato…”
El libro tiene varios apartados, donde gozar de dichos y maneras, de asuntos y metáforas. Uno, quizá el más importante, es Sonetos humanos, donde vuelves a aparecer tal como siempre fuiste:
“Yo también soy de barro, pero izado
Sobre la orfebrería de la frente,
Con este humor tan gris, dolido puente
Sobre el que me sostengo desguazado…”
A veces un solo endecasílabo te retrata:
“Incorregible asceta de la vida.”
A veces un serventesio:
“Siguiendo este destino proletario
De esclavos al servicio del dinero,
Escribo poesías, necesario
Bálsamo en mis heridas de bracero.”
Otro apartado se titula significativamente Cuatro sonetos sobre la poesía y sin ella, donde te atreves a decir quién es y quién no es poeta:
“Es, por tanto, poeta, no el cultísimo
Hacedor de palabras, ni el que en fácil
Maestría mide y rima a su capricho.
Es poeta, tan sólo, aquel rarísimo
Ser nacido a la gracia de lo grácil
Que es medium de las musas, como he dicho.”
Médium de las musas, acertada definición.
En el apartado Descripciones pintas y retratas lugares y personajes conocidos y anónimos de la tierra, como un molino en ruinas, el pergaminero Benito Laureano o la mujer anónima cuya belleza acapara nada más ni nada menos que diez sonetos.
Hay también en el libro Sonetos con humor como el tildado de “gaseoso” que dedicas a nuestras compañeras de tertulia Visi y Esther, o el “negativo” dedicado a Valentín Graña en el que le reprochas su falta de seriedad o el que parodia otro de Alberti en que el poeta gaditano levantaba la pata para mear. Y Sonetos con nombre y apellido (dedicados, entre otros, a Valentín Arteaga, Amparo Cervantes, Díaz Borges o Juan Carlos Firpo). Y Sonetos del amor enamorado, donde descuellan algunos de los mejores del libro, como el Soneto a la Mujer (Mujer con mayúscula), que empieza:
“Por tu culpa, Mujer, yo soy poeta.
Por tu culpa, infeliz, desesperado.
Soy necio, loco… Amante desusado
Que busca tus encantos como meta…”
Y Sonetos viscerales, donde das rienda suelta a tus penas más hondas valiéndote de lo que tú llamas el “alacrán de la memoria” y de un tú introspectivo:
“Obreros del silencio te han tejido
Un círculo de sombras y de redes…”
Sin duda, el soneto más representativo de este bloque es el que lo cierra, que trata del escaso triunfo del poeta y de la envidia de los otros que hacen lo posible por no reconocer su valía. He aquí el terceto en que resumes lo que piensas de estos otros:
“Y callan, si consigues el acierto
De izar tu vela al triunfo que navega
Por el mar de la fama, tan escasa.”
Hasta doce grupos de sonetos con temática diferente. De los cuatro últimos, Efemérides, Tríptico de Segovia, Sonetos con dedicatoria y Sonetos con carcoma, tal vez los más interesantes sean los que dedicas a la ciudad del Acueducto, en especial Segovia para turistas. Sirvan como ejemplo los versos siguientes:
“Llegamos de mañana, con la nube
De turistas con coche y en mesnada
Y antes de verlo todo, ya me hube
De volver otra vez con la manada.
¡ Sí, piedra! Tenedor; vinazo en jarra
De barro en bodegón para turistas
Que cruzan por Castilla cual merinos…”
Buenos sonetos todos, pese a que alguno, y perdóname de nuevo (los gajes del oficio mandan), no ha podido evitar que se le escape algún que otro decasílabo (“Sin embargo, considero justo”, del dedicado a Ignacio Montero) o dodecasílabos como “en el insomnio… Perenne procesión”, del titulado Desilusión, o “cambio de táctica, desde mi otro punto”, de Insolucionable. A todos nos puede pasar.

LETRAS PARA EL OCIO

ALGUNOS COMENTARIOS MÁS SOBRE EL ARGOS

A Esteban acabé comentándole algunos detalles de su libro: la información sobre el silencio de la calle cuando la expulsión de los jesuitas, sobre la amenaza que corría el latín en aquella centuria por las malas traducciones que padecía en castellano; el caso de Joaquina Tomaseti, una intrusa en la literatura, hecha sólo para los hombres, a quien los censores impidieron la luz a su Espíritu de la Nación Española por carencia de método, de precisión y exactitud de ideas y a la que tildaron de aficionada a la lectura y a la poesía y dotada de algo de imaginación; la proliferación de escritos malos destinados a la oralidad como discursos, oraciones, exhortaciones, cartas, diálogos..., que nunca fueron imprimidos; el caso de Floranes (página 265); la disponibilidad de ciertos autores (casi humillación) ante los reparos de los censores, dando lugar así a la coautoría entre autor y censor, que proponía sustanciosas supresiones de texto y hasta modificaciones de peso; o el descarte que se hacía de la metáfora y en general de cuantos recursos expresivos enmascararan la realidad, y frente a la diversidad, variedad, nobleza y riqueza del lenguaje propias de siglos anteriores se defiende ante todo la propiedad de las palabras. Entre los pocos reparos que le hice a mi hijo respecto de su estilo fue el empleo preferente del "mas", como sustitutivo del "pero" adversativo, la alternancia de la primera persona del singular y del plural o la frase cacofónica de la página 219: "la policía regia exigía un sigilo...". De todos modos, y se lo dije también, gracias a él estoy aprendiendo mucho del siglo XVIII español y del método que seguía la Corona y el conjunto de personas que trabajaba para ella, desde el Consejo hasta el último juez de imprentas, para impedir que determinados documentos vieran la luz.










EL TIEMPO DE LO QUE LE FALTA AL TIEMPO

Lo que le falta al tiempo ya es pasado. Mi mujer me contó cómo terminaba la novela. Cádiz, el viejo pintor enamorado de Mazarine (y por lo visto amigo íntimo de su padre, a quien le prometió antes de morir que cuidara de ella), encuentra la muerte en la terraza del Arco del Triunfo apuñalado por Ojos Nieblos, que en el forcejeo se precipita al vacío y muere también. Mazarine tiene una niña (posiblemente de Cádiz); Sara Miller, la esposa de Cádiz, tras ver cómo su matrimonio va a la deriva y acompañar a su nuera hasta que esta queda tranquila con su marido Pascal el psiquiatra (que, como quedó dicho más arriba, resulta que es hijo de Cádiz y Sara, con quienes no solía relacionarse mucho), se marcha a Colombia. A todo esto La Santa ha vuelto a aparecer del mismo modo como desapareció... Es decir, una novela más, con erudición histórica incluida, pasiones humanas y concesiones a la magia y esoterismo (los cátaros, la secta de los Ars Amantis, el cofre con el libro de la historia de Sienne que sólo se abre recurriendo a combinaciones secretas...) de tantas como van apareciendo en estos últimos tiempos desde que Brown se hiciera famoso con su Código. Tras el último capítulo, el 113, la autora escribe un par de páginas para contar cuándo nació el libro; también se excusa de haber adelantado la vida de Giotto medio siglo y agradecer a una serie de personas su compañía. Oigamos el último agradecimiento: "Finalmente, quiero cerrar este libro dando las gracias a un maravilloso ser humano que desde hace 19 años me acompaña, estimula, aconseja, comprende y, sobre todo, me ama con un amor íntegro, el de verdad, el que siempre, siempre está. Gracias, Joaquín." (Sin comentarios.)









JOSEPH CONRAD

Conrad, Joseph Conrad es diferente. Más de ochenta años después de su muerte, sus escritos siguen vivos y siendo objeto de adaptaciones cinematográficas, simposios y lecturas incondicionales. Aventurero incorregible (a los 17 años se enroló en la Marina mercante francesa y participó en todo tipo de incidentes, políticos, contrabando de armas...), escribió relatos (uno de ellos, El regreso, es la historia que está leyendo mi mujer en el momento en que hago esta reseña) y novelas ambientadas tanto en tierra como en el mar (Nostromo, La línea de sombra, El corazón de las tinieblas, Un vagabundo de las islas, El agente secreto y un largo etcétera). Durante uno de tantos paseos como por Tossa damos mi mujer y yo ahora que estoy de baja (dos días en este pueblo de mar entre semana es gloria bendita; me causa un placer inmenso, casi delictivo, poder hacer lo que quiera sin contar con las agujas del reloj ni con los horarios fastidiosos de las clases) mi mujer me contó lo que hasta ese momento había leído de la historia de El regreso (Gabrielle se llamó la película que, dirigida por Chéreau, está basada en la novela de Conrad): que el protagonista, un hombre quisquilloso e intransigente con las anquilosadas normas de la sociedad y con una moral un tanto peculiar, Alvan Hervey, un día al volver a casa se encuentra con una carta de su mujer, la cual le acaba de abandonar por otro hombre. Y cuando ha pensado infinitud de cosas acerca del proceder de su esposa y de la situación en que ha quedado él, ve que, finalmente, aquella se arrepiente y regresa al hogar. Entre la pareja surge una discusión sobre el deber humano y otros temas morales que siempre gustaron al escritor ucraniano, en la que se retratan los caracteres de uno y otra totalmente diferentes.
"Conocía los pasos. No cabía ninguna duda. Ella había vuelto. Y a punto estuvo de exclamar:
"¡Naturalmente!", tan súbita e imperiosa era su percepción del carácter indestructible de aquella mujer. Nada podía destruirla, y sólo su propia destrucción --pensó-- podría mantenerla alejada de él. Ella era la encarnación de todos los breves instantes que cada hombre se reserva en la vida para soñar, para soñar sueños sublimes que plasman los más queridos y provechosos anhelos. Presa de un temblor interior, la escudriñó con la mirada. Era misteriosa, importante, encarnaba un sentido oscuro, como si fuera un símbolo. La miró con atención, inclinado hacia delante, como si en ella descubriera algo que nunca antes hubiera visto. Dio un paso en su dirección de modo inconsciente, y luego otro. Vio cómo ella hacia con su brazo un amplio gesto decidido, y eso lo detuvo. Había levantado el velo. Fue como si se hubiese alzado la visera de un casco."
Mi mujer acabó de leer el relato (incluido en su momento por Conrad en la colección Cuentos de inquietud) aquella misma tarde antes de cenar, y el desenlace, totalmente inesperado (esperado para la época: machista, hecha para el hombre), fue de mi agrado. En el relato hay dos páginas, las últimas, que no tienen desperdicio. Y, en especial, la última oración, definitiva, rotunda, emblemática y vinculada con el título del cuento: "Él jamás regresó."

miércoles, 3 de diciembre de 2008

LETRAS PARA EL OCIO

LO QUE LE FALTA AL TIEMPO

Hicimos un alto poco antes de vestirnos para dar el paseo acostumbrado por la ciudad y hablamos de nuestras respectivas lecturas. Sin embargo, a mí me interesaba más lo que mi mujer tuviera que decirme de la novela que leía entonces, Lo que le falta al tiempo. Así me enteré, como de un chisme de vecinas, que Mazarine es una chica parisiense con talento para la pintura que acude a un pintor famoso rompedor de moldes, algo ya mayor, llamado Cádiz, sevillano por más señas, para recibir de él clases de pintura. El pintor, que tiene una vida política algo movida también (con su mujer Sara, buena fotógrafa y políticamente comprometida con las izquierdas, estuvo en la revuelta del 68), se encuentra en el dique seco, no crea desde hace tiempo y se mantiene encerrado en su estudio con la excusa de que está buscando nuevas ideas para su obra. Pero con la aparición de Mazarine todo cambia y el pintor parece resucitar ante los aires nuevos que han aparecido en su vida. La chica también tiene sus secretos pues lleva colgada al cuello una medalla que quitó a La Santa, un cadáver momificado que se conserva en su casa desde que sus padres, ya muertos, se hicieron con él (le prestaban más atención que a su hija). Me quedaba embelesado oyéndola hablar de Mazarine y la Santa y le pedí que me leyera algo del libro. Ella abrió una página al azar y leyó:
"Desde que lo llevaba su vida estaba cambiando. No sabía describir de qué manera, pero era evidente que su arte experimentaba un engrandecimiento; como si la gracia divina la hubiera tocado con su varita mágica y todo cuanto realizara se transformara ante sus ojos, sin explicación. Comparaba sus trazos, los de sus libretas de estudios de la academia y, a diferencia de éstos, los actuales eran firmes y maduros. estaba empezando a sentir que aquella antigua medalla era su gran amuleto, el artífice de sus logros... ¿La razón de que Cádiz la necesitara?"
Quizá no era el mejor párrafo del libro, pero no me pareció el de la novela un gran estilo, sino más bien sencillo y hasta un poco simple, de escasa calidad; aunque, ya digo, sólo era un párrafo. Y escogido al azar.







LA DAMA DE SHANGHAI

Una noche mi mujer y yo, bastante cansados por la velada de la noche anterior en la que nos habíamos acostado a las tantas de la madrugada, aguantamos como pudimos la película que daban en la 2, La dama de Shanghai. Debo confesar que fue una lástima no poder saborear a gusto la belleza esplendorosa de Rita Hayworth, en la cinta con pelo rubio platino, pero con esos dientes diminutos y blanquísimos y esa mirada lánguida con que solía seducir a cualquier galán que se le pusiera delante (me resultó inevitable recordar la morena despampanante que enamora a Glenn Ford en Gilda). Al fin, logré ver del todo la película en blanco y negro (mi mujer se quedó traspuesta mucho antes del juicio contra Michael O'Hara) de 1948 que dirige y protagoniza Orson Welles (él es el marinero irlandés contratado por Banister, el malo de la película, para capitanear su barco durante el crucero que realizan por el Caribe y encargarse de su mujer Elsa, la bella y cautivadora esposa de Orson Welles, la Rita inmortal). Escenas dignas de recordar son las de la fuga del juicio del acusado O'Hara, la del momento en que éste cuenta al trío de la maldad (George, Banister y su joven y bella mujer) la historia metafórica de los tiburones que se devoran entre sí, o la de los espejos en que se matan a tiros el abogado Banister y su esposa Elsa, poco antes de que Orson Welles salga al exterior caminando hacia el fundido final mientras suenan sus frases desencantadas sobre su inocencia o su estupidez.












MÁS DE LO QUE LE FALTA AL TIEMPO

Ya he dicho que muchas tardes, después de comer, nos poníamos a hablar mi mujer y yo en el altillo de los libros que uno y otro estábamos leyendo. Una de ellas me enteré de que Mazarine se hallaba en el dilema de amar a Cádiz o a su hijo Pascal, que hasta ese momento no había salido en la historia. Su lucha interior llega a tal extremo, que decide quitarse de en medio arrojándose al Sena. Así lo hace. Deja el bolso a un lado y se tira al río. Ojos Nieblos, el hombre de la secta que la está siguiendo a lo largo de toda la novela para enterarse de dónde está La Santa, se lanza al río tras la chica. La salva y se la lleva a su casa, donde la mantiene encerrada. Al cabo de un tiempo Mazarine consigue escapar de las garras del loco personaje. Llega a casa con la idea de usar una llave que siempre guarda bajo una maceta para entrar y se encuentra con que la puerta está abierta. Un sobresalto la sobrecoge. ¡La Santa! Corre hacia donde la tiene guardada y descubre con horror que se la han llevado. A mí me parece una historia rocambolesca donde las haya esta de Mazarine, Cádiz, Sara, Pascal, el anticuario, la secta de los Arts Amantis, Ojos Nieblos, La Santa y tantos otros personajes como pululan entre las páginas de Lo que le falta al tiempo. De todos modos, por puro masoquismo echo de vez en cuando una ojeada al libro para localizar referencias al París soñado, Montparnasse, el Arco de Triunfo, Modigliani, Balzac, el Barrio Latino, el Sena, Picasso. Y sigue sin gustarme el estilo de la autora. He aquí otra muestra: "Se acercó con prisa hasta una pequeña maceta y buscó debajo el duplicado de la llave que su madre le había enseñado a guardar en aquel lugar. La encontró. Al acercarse a la cerradura, su corazón le dio un brinco: la puerta estaba abierta. Se negaba a creerlo, pero su alma lo presentía. En su interior una voz le decía que algo terrible había sucedido. Un fuego ardiendo le quemó la garganta, convirtiéndose en un grito desgarrado de lágrimas.
--¡SIEEEEEEEEENNA!
Mazarine subió las escaleras enloquecida de dolor y entró en la habitación de La Santa. El armario estaba abierto de par en par y el cofre de cristal había desaparecido." (Página 334.)

ANTONIO MATEA, EL POETA DEL BARRO

25.
“Mi corazón es grande; está repleto
de rostros cariñosos y otras magias,
pero queda un rincón siempre al acecho
por si llegase el ángel que aún espero,
la nunca completada quiniela de la vida.”

1983 fue un año de sequía para ti. Después del esfuerzo de tu árbol lírico por dar hasta siete frutos diferentes el año anterior, preferiste descansar, como hizo Dios tras sus esfuerzos genesíacos. Yo logré ver mi sueño realizado a imitación de Vicente Rincón, y la Colección Ángaro publicó mi poemario La dura vida amada a principios de año. Luego todo se llenó de planes y proyectos literarios para el Grupo. Acuérdate de que fue el año de la inauguración política del Ateneo, con la presencia de Alfonso Guerra en la mesa presidencial, a cuyo acto asistimos nosotros junto con otros grupos culturales de la población. Pero aunque ese año no diste a conocer ninguna obra tuya, 1983 fue un año fructífero para el grupo. Justo fue entonces cuando una tarde en tu casa o en la mía (el detalle no lo recuerdo bien) ideamos crear el Premio de Poesía Viernes Culturales. Y fíjate, no fue en balde. Ya llevamos 25 años entregándolo. El último éste. Tú aún tuviste tiempo de estar presente en las deliberaciones del Ateneo, ¿recuerdas? Aunque noté por primera vez algo que no iba bien en ti. En primer lugar, cuando llegué al Ateneo y vi en el vestíbulo hablando a Miquel y Encarna y a ti, que solías llegar siempre más que puntual, no te vi por ningún lado, me dije “algo no marcha bien”. Cuando saludé a los compañeros y pregunté por ti, me dijeron que estabas arriba, en la sala de las deliberaciones, esperando. “Malo, malo”, volví a decirme. Y cuando subí las escaleras y te vi en semipenumbra, sentado, y con gesto abatido, ya no supe qué pensar. Para tranquilizarme me dijiste que te habías subido a la soledad porque Miquel y Encarna estaban hablando en catalán y tú preferías rumiar tus pensamientos en castellano. Tu cara, a lo mejor era por la penumbra, me pareció más demacrada que nunca. Te pregunté si estabas algo cansado y me respondiste que un poco, que con el asunto de las pastillas y las inyecciones de hormonas andabas un poco alicaído. Luego cambiaste de tono y salió a relucir tu faceta irónica.
--Me tienen tan tatuada la parte de abajo—dijiste intentando esbozar una sonrisa--, que parezco un mapa. Dicen los médicos que así ven mejor dónde deben aplicar la radioterapia.
Sonreí para seguirte la corriente. Luego te dije para consolarte que yo tampoco andaba muy fino, que estaba de chequeos. Y nuestra conversación corrió por parajes de medicinas, camas y esperanzas veladas por temores. Hasta que aparecieron los compañeros para iniciar las deliberaciones del Premio. Empezaron a salir títulos y opiniones encontradas. Finalmente, conseguimos convencer a los demás miembros, especialmente a Encarna y a Miquel, de la poca calidad de los poemarios presentados este año y en consecuencia el premio fue declarado desierto. Aún recuerdo con ternura y simpatía las primeras convocatorias. Las deliberaciones las hacíamos en casa de Encarna bebiendo unos refrescos. Después el Ayuntamiento, verdadero patrocinador del premio, se volvió más generoso y nos sufragaba los gastos de una comida que efectuábamos a propósito en Can Olivé. Hasta acabar los últimos años en la Cena Literaria de la Autónoma, donde, como viste, todo se reducía a un conciliábulo político encaminado a preconizar la supremacía de la lengua catalana. Veinticinco años ya, Antonio, de aquel 83 de nuestros sueños literarios y culturales. En junio presenté La dura vida amada en el Ateneo. Un compañero pintor, ¿te acuerdas?, creo que fue Hidalgo, confeccionó un díptico con el dibujo de un árbol con las raíces fuera de la tierra y la reproducción de la cubierta, tal como la hace la Colección, con una esquina de muralla y unas llamas asomando por ellas. Dentro incluí dos poemas que me parecen fundamentales en el libro, el de La casa de Zamora y Blanco deseo, que comienza
“No sabemos de quién
Nos llega de repente
Este blanco deseo
De humanizar la tierra,
De convertir en canto
La tragedia de estar
A la muerte asomados…”
Hablo tanto en esta ocasión de mi libro porque fuiste tú quien me presentaste. Supongo que sigues acordándote de aquella tarde sofocante, con medio aforo del salón de actos, en que dijiste cosas de mí y de mi poesía que sólo un amigo puede decir. Con la lengua de trapo que te dio Dios, Antonio, porque, ¿para qué nos vamos a engañar a estas alturas?, tu expresión siempre fue algo dejada y rápida, demasiado rápida, amigo, para que los oyentes pudieran recibir total y claro el mensaje. Pero, a cambio, ¡qué humanidad respiraban tus palabras y qué sinceridad! Aún agradezco aquella frase que te salió del alma referida sin duda a un poeta más grande que yo, pero que en aquella ocasión era yo:
--Fiel al rigor clásico (pocas veces rompe este ritmo), pero con lenguaje muy de su tiempo, Esteban recorre, paso a paso, la vida, su vida, la de todos cuantos con él compartimos el tiempo, y se nos torna enamoradamente esperanzado, a pesar de la dureza de la dura vida amada.
Y luego la comparación con Proust, que fue demasiado, Antonio. ¿Cómo se te ocurrió?
--Como Proust, Esteban Conde pretende apresar el tiempo fugitivo. Todo ello sin que falte el toque de sentimiento universal por todos los que viven y mueren esta fugaz existencia.
Ese mismo año, me presentó el libro Juan Antonio Usero en la Casa de Aragón, pero no fue lo mismo, aunque se le agradecí de igual modo.







26.
“Rito del existir: recuerdo y nada,
que no aspira ni al nardo ni a la rosa.
Algo como esa fiebre evaporada
que deja nuestra huella sudorosa.”

Hoy, lunes 2 de junio llego a casa del Instituto justo cuando Nasi viene de consultar en la casa de las lanas cómo seguir con los puntos del jersey que le está haciendo a nuestro futuro nieto. Porque no sé si sabrás, Antonio, que, si Dios quiere, seremos abuelos el próximo octubre. Pues bien, cuando mi mujer se hubo sentado en el sofá, junto a mí, con la labor de punto entre las manos, dijo que acababa de pasar por tu casa. Quería ver cómo seguía tu mujer Celestina. Estaba con ella, con Celestina, tu hermana. Veían la televisión cuando Nasi llamó al timbre del machón de la calle. De hecho, tu mujer no está sola ni un momento. Nasi le preguntó qué noticias había de su consulta médica del otro día y le contestó que le habían encontrado un poco de azúcar, lo de siempre, pero que se está medicando. Mi mujer le hizo ver que estar viendo todo el día la tele no era bueno, que debía caminar más y tomar el aire. Entonces y la tuya le explicó que habían estado antes dando un paseo por las calles del barrio, ya sabes, Londres, Argentina, Roma, Canarias…, vamos, medio mundo, aunque sólo sea de nombre. En lo de no estar sola ni un momento puedo asegurártelo. Sin ir más lejos, Jorge ha estado este fin de semana con ella. Antonio la viene a ver constantemente y María de los Llanos la llama desde Madrid por teléfono cada día. Así que no debes preocuparte por ella, que está bien atendida. Ya te digo. Durante el rato que estuvieron hablando las dos mujeres, la tuya le preguntó a la mía por mí. Le dijo lo que tú ya debes de saber de otras veces, de otros cursos. Es decir, que no paro con asuntos que tienen que ver con el Instituto y, aunque el final del curso está cerca, y casi se toca con las manos, estos últimos días son los peores, tanto que no debes bajar la guardia un solo instante. Se te echarían encima los alumnos y el precipitado y engorroso calendario de estas jornadas acabaría por convertirte la vida en un infierno. Y no exagero. Que si las notas, que si el Crédito de Síntesis, que si los exámenes de Suficiencia, que si el claustro y las reuniones de evaluación… No se para, Antonio, y ahora menos que nunca. Luego tu mujer recordó a la mía que el otro día le habíamos preguntado dónde dormías en el cementerio para ir a hacerte una visita y acto seguido le indicó cómo dar contigo. Dice que a la derecha de la entrada, en la primera calle, número 7,0, eso dijo, 7,0. Supongo que es el 70. Pero ya lo averiguaremos in situ, cuando acaben estas importunas lluvias y el tiempo se estabilice un poco. La llevaremos en coche hasta allí y juntos charlaremos un rato contigo.










27.
“Como si sólo hubiese otra mañana,
diente de pedernal contra mi quilla
dañada de presencias.”

Muchas veces hemos ido de la mano tú y yo, Antonio, por el camino de la poesía. Sin ir más lejos en 1988, cuando habían transcurrido diez años de aquel Cangilones mío, sobre el que pensaba que iba a ser el primero de una serie de publicaciones con cosas escritas durante una década (luego vi que eso era antinatural y que el torrente de la poesía no viene a ver la luz programada ni sujeta a periodos más o menos secuenciales), justo en 1888 publicamos los dos en la misma editorial, la de Carlos de Arce, ¿recuerdas? (otro amante de las letras con el que podrás charlar en ese sitio tranquilo y silencioso donde ahora os encontráis). La editorial Seuba, en su colección El juglar y la luna, dio a luz ese año mi En el cristal del tiempo y tu Cándalo. Curiosamente, algún año antes nuestra compañera Encarna Fontanet, también de Cerdañola como nosotros, había visto publicado en la misma editorial y en la misma colección su libro Peramo. Tu Cándalo posiblemente sea el mejor de los tres. En su día te dije muy poco del libro, dado mi despistado egoísmo, pero ahora que lo releo y lo saboreo despacio como un bocado exquisito, quiero ser justo contigo. ¿Me perdonarás algún día? Tengo delante la dedicatoria que nos escribes a mi mujer y a mí tan generosamente como siempre en la página del grabado del juglar y la luna, y la referencia que haces a mi libro, como reflejo de recuerdos (lo mismo que en el tuyo) de cosas y experiencias humanas que desaparecieron para siempre. Avanzo por los poemas como por entre amigos y noto enseguida que tus versos están inspirados en nobles ideales de fraternidad humana y los temas se han aprendido en las clases de la vida. Tus principios líricos ya se ven en la Dedicatoria, primer poema del libro, donde nombras mentores tuyos a
“los tristísimos poetas que en el mundo
Mendigan otra mano disparando palabras”,
Y en general, a los que, como tú,
“naufragan en el llanto,
o se agarran al ígneo bordillo de otra boca
mientras sacan del pecho su ristra de palabras,
ordenando un océano disecado y sin peces.”
A gente sencilla como tú, que tiene cada día que levantar su andamio con sus propias fuerzas y cantar por no llorar.
Leyendo en Cándalo me es tan fácil repasar tu historia:
“La escuela, la trasguerra, los amigos,
las cosas que pasaron…
Las cosas de la novia,
luego el hijo,
el pan, sudor, trabajo, la desgracia,
la dicha y la desdicha…
para morirme luego cualquier tarde
en Dios sabe qué sitio…”
Ya vez que todo es diferente con el paso del tiempo. Una cosa es el poema y otra bien distinta la realidad. Tenías veinte o treinta años menos, y la desesperanza es fácil a esa edad. Tú has muerto felizmente, amigo, en tu casa, de noche, acompañado de tu fiel Celestina, de tus hijos, de tus amigos, de tus vecinos. Sin darte cuenta, sin sufrir. Fue un ahora y un después sin paréntesis, y el silencio, y la nada, como tú decías. ¿O es que hay algo al otro lado de la puerta negra? ¿Y si fuera cierto y tú hubieras tenido la inmensa suerte de vivirlo?

viernes, 28 de noviembre de 2008

LETRAS PARA EL OCIO

LA PASIÓN DE CRISTO

Después de cenar, una noche de aquellas de Tossa, viendo que la lluvia no paraba, optamos por no bajar al baile para no tener que vivir lo de la noche anterior, entre chicos y chicas que saltaban como monos en medio de la pista (habíamos oído que se irían al día siguiente), y vimos por la tele La pasión de Cristo, una polémica película según los críticos y cuyo director es Mel Gibson. ¿Qué aporta esta cinta? ¿Tal vez el exceso de sangre y dramatismo? El Barroco español se queda a la altura del betún al lado de la película de Gibson. Podría destacarse el empleo del Flash-back en escenas subidas de dramatismo (en muchos casos aparecen en pantalla momentos de la vida de Jesús más serenos y cotidianos). La fotografía, los primeros planos, algunos efectos... El tema del poder civil frente al religioso es otro punto que conviene destacar, sin olvidar algo muy importante: el empleo del idioma arameo (aporta su nota antigua y veracidad en las escenas que el espectador contempla), aunque los subtítulos correspondientes (en muchos casos plagados de faltas de ortografía y signos de puntuación), impiden a veces disfrutar de la calidad de la imagen (las calles de Jerusalén, el calvario, el Templo, las expresiones de los rostros de los personajes, la arquitectura, los celajes...). Es una película que busca la espectacularidad en el sufrimiento de Jesús. Aunque todo se serena cuando en la cueva del enterramiento se ve aflojar la sábana que cubrió su ensangrentado cadáver y aparece en primer plano el cuerpo desnudo, limpio y apolíneo del protagonista y su rostro, de perfil, de expresión serena, alzando los ojos al cielo antes del fundido final.










1001 PELÍCULAS

Mi nuera Loli me dejó el pesado (sólo físicamente) libro 1001 películas que hay que ver antes de morir (en la cubierta, el rostro aterrorizado de la Janet Leigh de Psicosis), que Grijalbo sacó a la luz en 2004 y que coordina Steven Jay Schneider. Y el Lunes de Pascua, que no había nada que hacer, dediqué toda la mañana en meterme en sus casi mil páginas. La clasificación de películas que se hace en el libro no acabó de convencerme pues al lado de géneros cinematográficos tan ambiguos como Cine experimental, Cine familiar o Cine político (este último sólo contiene dos títulos), aparecen otros apartados de espectro amplísimo (casos de Drama o Thriller) y otros que podrían agruparse en uno solo (Misterio, Terror, Cine Negro...). Por no citar el hecho de que varios filmes aparecen incluidos en distintos géneros. Mientras hojeaba el libro, iba sacando notas y apuntando títulos que echaba de menos (Peter Pan, Pánico en las calles, La túnica sagrada, El chico, Bambi, Los cuatro jinetes del apocalipsis, Tres jinetes bengalíes, Muerte en Venecia..., por citar unas solas de mi gusto personal (alguna de ellas reconocida por la crítica especializada). Jugando un poco con la nostalgia, confeccioné una lista de películas predilectas anteriores al año de mi venida a Barcelona (1964), entre las que destacan El ladrón de Bagdad, La quimera del oro, Robín de los bosques , La diligencia, Gunga Din, Casablanca, El halcón Maltés, Gilda, La soga, El tercer hombre, Ultimátum a la tierra, Solo ante el peligro, Raíces profundas, Doce hombres sin piedad, El puente sobre el río Kwai, Drácula (el de Christofer Lee), Orfeo negro, Psicosis o Los pájaros.










ROBINSON CRUSOE

Siempre ha sido para mí Robinson Crusoe, ya adopte el formato de libro, ya el de film, símbolo de libertad, de lucha por la supervivencia, además de un canto a la amistad y al sacrificio humanos, capaces de salvar barreras culturales, sociales y religiosas. Una tarde de Semana Santa pusieron por la tele una versión y me dispuse a verla con ojos de niño. Y mientras la veía, recordé otros tiempos de infancia y adolescencia, cuando todo se resumía en ser feliz y en disfrutar de la aventura y el juego. En Robinson Crusoe se aprende a ser mayor, a ser tolerante, a ser un hombre. Para siempre irán acompañando al profesor los nombres del propio Robinson, el de su inseparable amigo Viernes, el de Isabela... y el mundo de la naturaleza salvaje al que, con un poco de cultura, algo de ingenio y mucho esfuerzo y tesón el hombre puede llegar a dominar. En Robinson Crusoe es posible asistir al complemento que se da entre el mundo de la civilización y el del mundo primitivo. Sólo Gracián en la literatura española y Rouseau en la francesa nos dan muestras del mismo fenómeno.

ANTONIO MATEA, EL POETA DEL BARRO

22.
“Cuando nadie se acuerde
de gritar pan
y justicia no sea
el fracaso de los diccionarios.”


Fue también en 1982 cuando la Casa de Andalucía de Via Layetana homenajeó a Jurado Morales. Dos poetas de renombre nacional amigos del homenajeado, Carlos Murciano y José García Nieto, ya lo sabes, dedicaron sendos parlamentos a elogiar la figural humana y literaria de Morales. ¿Recuerdas el día? Estaba lloviendo y fuimos juntos. En la sala descubrimos a otros contertulios, como Vicente, Esther o Juan Pastor. En el escenario habían puesto, a un lado de la mesa presidencial un gran retrato de Jurado, de más joven, apoyado en un caballete. Tras el acto académico nos fuimos unos cuantos, acompañando a Morales y a los dos poetas de Madrid que habían hecho su semblanza, a celebrar otro acto culinario. Fue, ¿recuerdas?, en el restaurante Cinco Villas, que estaba (no sé si seguirá estando frente al antiguo estadio del Español). Ocupábamos la mesa, además de nosotros con nuestras respectivas esposas, Encarna o Esther, una de las dos (que la memoria me falla ahora), Carreta (seguro) y tal vez Rincón y su mujer. La cena transcurrió entre bromas y risas y escasas concesiones a la poesía (como suele ocurrir en estos casos) y hasta con cierto orden y compostura, pero en los postres, la cosa se desmadró y la gente empezó a desfilar por las mesas en busca de relaciones. Recuerdo que tú eras muy dado a todas esas cosas, lo contrario que yo, que más bien soy demasiado reservado (así me va). A tu vuelta a la mesa traías dos o tres direcciones y palabras de Murciano. Recuerdo que tu comentario fue:
--Cuando los dioses del Olimpo se alejan demasiado dejan de considerar a los tristes mortales como nosotros.
Lo de “dioses del Olimpo” se refería a los dos poetas consagrados, que en realidad eran el centro de la reunión, en vez del modesto Jurado, que era el verdadero homenajeado. Carreta respondió:
--Ellos se lo pierden. Porque muchas veces necesitan de los mortales para subsistir.
Poco antes de las despedidas, ya en la puerta del restaurante, crucé unas palabras con García Nieto, que milagrosamente recordaba mis Cangilones. En el coche, de regreso a Cerdanyola, comentamos la jugada y tú me dijiste que lo habría dicho por contentarme. Y volvió a salir lo de los dioses del Olimpo.
Supongo que ahora podréis hablar de vuestras cosas allá arriba García Nieto y tú. De sonetos y metáforas sobre la vida y la muerte. De Garcilaso, a quien él admiraba fervorosamente, y de Quevedo, a quien tú profesabas una devoción particular. Del autor del Buscón y de la Epístola satírica y censoria aprendiste muy bien aquello de
“No he de callar, por más que con el dedo,
Ya tocando la boca, o ya la frente,
Silencio avises o amenaces miedo.”
Con el tiempo adoptaste como EXLIBRIS las cuatro primeras palabras de ese terceto universal, es decir, NO HE DE CALLAR, para sellar tus libros, como veo ahora en este que tengo entre las manos. Se trata de las ya mencionadas memorias, Andanzas y desventuras del llamado Raspa de las Santanas. Es una corona circular en cuyo centro aparece la bicha de Balazote, que por otra parte es figura constante en las cubiertas de todas tus obritas. Entre la palabra EXLIBRIS del arco superior de la corona y las de NO HE DE CALLAR, que ocupan el inferior, hay, a la derecha, una ramita de laurel. Y sobre la bicha, las iniciales de tu nombre y tu primer apellido, AM, la primera montada sobre la segunda. La razón de que aparezca en tus libros esa figura ibérica con cuerpo de toro y rostro humano con barba, seguramente con significación funeraria, es que apareció a finales del siglo XIX en Balazote, población cercana a tu natal Albacete. Me lo contaste un día que esperábamos Carreta, tú y yo, a que llegaran los contertulios del Ateneo. Nos decías que cada ciudad tiene su emblema para el que ha nacido en ella. Para ti era la bicha de Balazote. Y no había más que hablar. En cuanto a mí, te diré que he puesto en la parte inferior de la cubierta de El cuaderno de Sísifo la silueta negra de una ranita, preferencia que ya contaré si sale al caso y que tú conoces muy bien.
En Andanzas cuentas cosas de la guerra que vivió tu familia y tú mismo cuando eras muy niño. Tengo el libro abierto por la página 69 y leo en ella la semblanza que haces de tu padre. “Sin ser un líder, contaba con la amistad y el aprecio de los que podían serlo y con el respeto de los que culturalmente eran inferiores a él.” A continuación, con una ternura digna de elogio, cuentas que tenía en casa unos veinte libros gruesos y otros más delgados y que en la pared del pasillo de casa había colgado un mapa de España y “con hebras de lana de distintos colores señalaba cada mañana la situación de los frentes con sus avances y retrocesos, a tenor de lo que las amañadas noticias aportaban.” Dentro de las adversidades de la guerra hubo en vuestra familia momentos de respiro, en los que tu padre se reunía con sus amigos para jugar y hacer bromas. En uno de esos paréntesis de paz y diversión sales a relucir tú, que eras, como cuentas, el juguete de la reunión. “Canta, Antoñito, canta, solían decirme. Y allí estaba yo cantando, con sorprendente memoria para ser tan chico, todas aquellas canciones que el anarquismo había compuesto contra la opresión fascista: ‘Si los curas y frailes supieran / la paliza que les van a dar…’ O lo último entonces: ‘La cucaracha, la cucaracha / ya no puede caminar…’ Supongo que la entonación debía de ser infame, pero el aplauso general me lo ganaba siempre.”







23.
“…No es tanto
el arte por el arte
como ese amor –medido y desmedido—
por el Hombre…”


He vuelto a Tossa este fin de semana que cierra mayo y abre junio. Y desde la playa, bajo un cielo cubierto amenazando lluvia, te sigo escribiendo esta carta que no sé cuándo acabaré. El jueves, tras las clases, me fui a Barcelona con cinco ejemplares de El cuaderno de Sísifo para hacerme con el número del Depósito Legal correspondiente. Los llevaba guillotinados porque el conserje del Instituto tuvo la amabilidad de cortármelos. Me acompañaba mi hermano Nato, ¿recuerdas?, el maestro, aquel a quien conociste en dos o tres ocasiones de recitales poéticos en Barcelona y, sobre todo, durante el homenaje a mi profesor y amigo Castro Calvo en la Casa de Aragón de la calle Goya. Juan Antonio Usero hizo de maestro de ceremonias y luego alternamos el turno de palabras varias personas relacionadas con el homenajeado, todas mucho más importantes que yo, como los profesores Serrano y Blecua, que fueron compañeros de Castro en los años mejores de la Universidad y profesores míos allí a mediados de los sesenta y a quienes admiraba profundamente. Yo en aquella ocasión no hice más que promover el homenaje pues ya hacía un tiempo que iba por casa de Castro, allí en la calle Diputación, muy cerca del Paseo San Juan, a hacerle compañía después de que el viejo y querido profesor sufriera una embolia que lo mantenía encerrado y solitario en casa. Recuerdo que entre la gente del público os habíais camuflado los compañeros de la tertulia de Jurado, entre otros, Milagros, Vicente, Carreta y tú. Al acabar el acto, que tuvo lugar en la Sala Costa, aquella sala que años más tarde ocupamos nosotros para homenajear al propio Jurado, a un año aproximado de su muerte. Con qué osadía desfila la muerte y la separación de los amigos en el relato de los recuerdos. En una mano caben el pasado, el presente y el futuro. Ahora, mientras escribo estas notas viendo pasar gaviotas con gritos lastimeros hacia la montaña, considero que tantos amigos como tuve (tú uno de los más importantes) ya sólo sois recuerdos, hitos emotivos en las líneas de una página. Y mañana, otro día, yo también seré motivo de recuerdo para otros dedos que tecleen las letras de un portátil mientras su corazón pronuncia con cariño mi nombre.
Cuando pedaleo camino del estanque de los patos y noto en mi cara el viento del bosque, pienso en ti. Cuando bailo una cumbia en la pista del Don Juan, abrazado fuertemente a Nasi, me acuerdo de ti y de Celestina. Y cuando baje de nuevo a Cerdañola al acabar este fin de semana para reiniciar la recta final del curso, siempre tendré en mi mente este impulso de hablar del tiempo que aún existe en mi memoria, aunque ya no exista en el tiempo del reloj, para sacar a relucir lo que fuiste tú mientras fuiste, Antonio Matea, Poeta del barro.







24.
“Desperté al tiempo que la aurora.
Con una sensación de haber nacido
de golpe, sin aviso,
sin nada de cigüeña…”


Otro poeta amigo nuestro, Vicente Rincón, nos regaló, ¿recuerdas?, Presencia de Argos, un bello poemario que la Colección Ángaro publicó en Sevilla ese mismo año de 1982. Es un sentido homenaje a su perro Ulker, contrapunto del Argos mítico. A ti te gustó mucho la manera como se define Vicente a sí mismo en sus versos:
“Soy hombre que desayuna nuevas esperanzas”
“Vengo de un cielo gris que desconoces,
De un camino que se queda sin camino…
Vengo de muy lejos, desguazando sentimientos.”
“Quisiera indefinirme, conservar la luz,
Compartir la paz así gozada,
Dar muerte a la muerte insatisfecha…”
“Yo pretendo alcanzar
Las distancias que llevo dentro.”
“Hay que entender la vida como un milagro.”
A mí me gustó la edición del libro. Tanto que me moví para que Vicente hablara con el director de la Colección para que incluyera en ella un poemario que por entonces yo estaba preparando. ¿Te acuerdas de La dura vida amada? Decías de algunos de sus poemas que se veía que yo había madurado tanto que había conseguido despegarme algo de Zamora. Luego vimos que no era del todo cierto. Que aún llevaba jirones de la tela zamorana en mi vida entre la ropa actual y catalana que me vestía. Esto último me lo dijiste tú. Que aún llevaba trozos de la vieja ropa de mi ciudad natal colgando bajo el vestido actual de mi vida en Cataluña, tan distante y distinta de aquella otra. Estuve todo el año puliendo y puliendo aquellos poemas existenciales, cotidianos que trataban de mi tierra natal y de mi tierra de adopción, pero también de inquietudes y dolores personales y también del amor. Te quedaste con unos versos que hablaban de la casa de Zamora, ¿recuerdas? y los recitabas como Dios te daba a entender, que yo me cabreaba en broma al oírte. ¡Hay que ver cómo me destrozabas, Antonio, aquellos versos que un día me habían salido del alma!
“La casa de Zamora
no tiene primavera.
El invierno más triste
se esconde tras sus puertas,
y en el desván no hay sueños,
ni aceitadas de fiestas
bajo el dulce baúl
de la sala materna…”
Pero te lo perdonaba en el fondo porque lo hacías con buena intención. Todo lo hacías con buena intención, aunque estropearas un poema, una relación personal o una ocasión pintiparada para entablar una nueva. Pero tú eras así y había que aceptarte como eras. Luego hablando se daba uno cuenta de que si habías metido la pata había sido por tu afán de hablar sin pensar. Antonio, más de una vez tenías que haberte olvidado de las palabras de Quevedo que formaron luego el EXLIBRIS con que sellabas tus obritas artesanales .

viernes, 14 de noviembre de 2008

LETRAS PARA EL OCIO

UNA PELÍCULA SOCIAL

En una de tantas fiestas caseras como hacemos con los hijos, tras la comida en el jardín y el rato de sobremesa, vimos una película alquilada en el videoclub más cercano, V de vendetta, un film de reivindicaciones sociales y políticas donde el pueblo, avasallado por un "líder" fascistoide y dictador, se sacude el yugo de la injusticia y la manipulación, ayudado, claro está, por el héroe de la película, el hombre enmascarado (al profesor le recordaba por momentos al Robin Hood inglés o al Fan-fan el invencible francés de sus años mozos), que a base de valor y curiosas estratagemas, trae el jaque a los "malos" hasta conseguir que una multitud, tapada la cara con una máscara igual a la suya, se rebele contra la autoridad, mientras él, en brazos de la heroína, muere confesándole su amor. La escena en que salta por los aires el Parlamento londinense a efectos del metro cargado de explosivos en el que viaja también el cadáver del héroe cubierto de rosas, es propia del director de Matrix y las palabras de la heroína, según las cuales, todo el mundo de a pie, noble y honrado, alienta en su alma los ideales que defiende el enmascarado, son dignas de grabarse en mármol.






EL ARGOS DE LA MONARQUÍA

Un día, por fin, me puse a leer El Argos de la Monarquía, libro que acaban de publicarle a Esteban en Madrid, tras fusilar estratégicamente su tesis doctoral. De setecientas páginas que tenía la tesis, el libro actual no pasa de las quinientas. Adiós a la exhaustiva bibliografía y el abundante índice de nombres. La introducción corre a cargo del catedrático que dirigió la investigación de Esteban, pero no aporta nada sustancial al libro; se limita a mencionar a los catedráticos que estuvieron presentes en la defensa de la tesis en la Universidad de Huelva (seguramente a modo de agradecimiento), a elogiar la concienzuda labor del autor y empleo hecho de las enseñanzas aprendidas en Foucault, aparte, eso sí, una leve descripción de la estructura del libro y, a grandes rasgos, su contenido, así como los méritos de su discípulo. El prólogo es otra cosa. Firmado por el propio Esteban, da una visión meridiana de lo que son las páginas que siguen, empezando por la referencia al mito de Argos, al servicio de Hera, que con sus miles de ojos vigilaba todo cuanto alrededor vivía, mito utilizado por Carlos IV para crear una policía censora de cuantos escritos intentaron ver la luz de la imprenta entre 1750 y 1834. En el prólogo también se alude al poder del Santo Oficio en la misma materia, pero ahora relegado a segundo o tercer plano, pues la labor censora en la España ilustrada pasa a manos de civiles o seculares, "formalmente atribuida a otros órganos, el propio Consejo de Castilla o la Secretaria de Estado." Concluye el prólogo, entre otras cosas, afirmando que el libro "describe el perfeccionamiento de los mecanismos de que dispone la dinastía borbónica para la intervención sobre la escritura y la imprenta, concebido ya ese Argos de la Monarquía, ser con mil ojos policiales afinados en una moderna tecnología de gobierno con voluntad de saber y de constituir saberes."





TARDE DE LLUVIA Y LECTURA EN TOSSA

Una tarde lluviosa en Tossa puede convertirse en un momento inolvidable y romántico, aunque la tarde a que me refiero no pudimos ni comer en el balcón, de cara al paisaje verde que desde él se domina, pues lo que quedaba de día se dejó deprimir por una lluvia lenta, terca y gris. No nos quedó otro remedio que dedicarnos a leer. Nasi al fin acabó de leer Los organillos. Los forasteros volvieron a sus países de origen. Vicens para recuperarse de su enfermedad y Pinero tras la muerte de Gloria (después mandará una lápida para la tumba de su amor de toda la vida con la estatua de una mujer desnuda, a lo que el cura en principio se niega pero con un donativo para la iglesia se tranquiliza). Renier, el escritor, es el único que se queda en el pueblo porque se lo pide su hijo, que ya está cansado de ir de un sitio para otro (finalmente, logrará encontrar paz y sosiego en Jenny, la dueña del bar). Y el pueblo se queda tranquilo con sus habitantes de siempre y con Mao, el pescador, y Font, el dueño del otro bar, el fiel amigo y en otro tiempo marchante de Pinero. Y yo seguí leyendo el libro de Esteban, que con otros había decidido llevarme a Tossa. El Argos de la Monarquía es un libro denso, riguroso, científico, con miles de notas a pie de página (en ocasiones ocupan más de las tres cuartas partes de la página) y un estilo abundante (periodos largos y puntos distanciados, empleo de paronomasias, sinonimia, paréntesis aclaratorios...). Leído el capítulo primero, La mirada de Argos: "cierta y continua, pero invisible", sólo cabía llegar a la conclusión de que la investigación sobre la policía censora del libro de la España ilustrada se cimentaba en un método implacable de citas de autoridad y narración de multitud de casos concretos que el rigor que se deducía de lo primero se convertía en ameno por lo segundo. La descripción de la ciudad del libro, centrada en las imprentas y las librerías, resultaba para el resto del libro, a juzgar por el índice, un cimiento necesario, así como el apartado de los puertos españoles por donde entraban multitud de impresos, legajos y libros procedentes del extranjero, en especial, de Francia; aquí se veía como en ninguna otra parte la labor concienzuda de Argos o del modelo panóptico (así es llamado también en numerosas ocasiones) del Estado de vigilar y perseguir cualquier intento de entrar en el país publicación que pudiera representar un peligro para él.

ANTONIO MATEA, EL POETA DEL BARRO

19.
“Aquí, sin estación, vuela distante
el pájaro del alba.”


En un descanso de la lluvia a la que este mayo de tu muerte, Antonio, parece no querer renunciar, salimos de casa para estirar las piernas por los alrededores de nuestro barrio. Tantos días encerrados en casa no es bueno para el espíritu. Y bajando por la avenida Argentina, vacía de gente, tal vez por miedo a que los nubarrones que se ciernen sobre nuestras cabezas no se rompan de nuevo en otro aguacero parecido a los que estos días nos tienen acostumbrados amenazando convertirnos en ranas. Decía que, bajando por la solitaria avenida Argentina, en la esquina de la glicinia, ya sabes a cuál me refiero (en el momento en que redacto estas notas el dueño de la casa acaba de quitarla), me pareció ver un cuerpo parecido al tuyo que desaparecía por ella, ladeada la cabeza, el paso inclinado hacia adelante, las piernas combadas… Se lo dije a Nasi y me miró comprensiva. Será debido a que aún está muy reciente tu marcha y no la acabo de asumir del todo. Seguramente era un vecino que, temeroso de la lluvia, buscaba amparo en una de aquellas casas de la calle que desemboca en la nuestra, Canarias. Buen nombre para hacer una rima, ¿eh Antonio? Era una costumbre que hacíamos nosotros. Recuerdo que cuando vivía en la avenida Primavera, llegué a hacer una ripiosa redondilla que solía repetir a menudo delante de los asistentes a la tertulia que acabábamos de fundar. Decía:
“Vivo en verso, como ves:
Avenida Primavera,
Dieciséis, cuarto, primera,
Cerdañola del Vallés”
Y ahora, mientras caminábamos Nasi y yo hacia el quiosco de los periódicos, se me ocurrió versificar sobre Canarias.
“Conmigo nadie se mete
en ínfulas literarias,
Pues vivo en calle Canarias,
Número noventa y siete.”
Los versos deben de parecerte horrendos, ¿verdad? Sólo se trata de un juego. Las primeras gotas cayeron en el paseo de tierra del quiosco. Nos dimos la vuelta esperando lo peor, pero fue una falsa alarma: no hubo más gotas de momento, aunque el cielo se iba poniendo más negro cada vez. Subimos por Canarias y a la altura de la calle de la esquina de las glicinias, descubrimos en la puerta de tu casa a Celestina hablando con la mujer de al lado. Le dimos un beso cariñoso. Se ha quedado más delgada y apocada. Es lógico. Habla muy despacio, como con miedo de despertar la mala suerte. Ha estado, nos dice, arreglando con tu hija los papeles de tu defunción. Por eso estos días no la encontrábamos en casa. Nos ha invitado a pasar, pero hemos preferido dejarlo para algo más adelante. Hemos hablado otra vez de tu última noche, y nuestros ojos han vuelto a brillar de pena. Luego ha salido a colación la broma que te dije hace unos días sobre guillotinar mis libros. Fue una broma horrible, lo sé. Pero nadie iba a pensar que esto ocurriera. Entonces Celestina me ha dicho que cuando quiera pase a guillotinar los libros. Y ya no nos ha dado apenas tiempo de quedar porque las gotas, ahora más grandes y seguidas, han empezado a reventarse en las baldosas de la acera. Antes de despedirnos le hemos vuelto a decir que cualquier cosa que necesite no tiene más que decírnoslo. La lluvia nos ha cogido de lleno a pocos metros de nuestra casa, y aún sonaban en nuestros oídos las palabras.de Celestina:
--No sé cómo llamar por teléfono. No distingo ningún nombre. Como no sé leer.
Esto sucedía el domingo.
Hoy lunes, en el Instituto, el conserje ha sido muy amable al cortarme cinco ejemplares de El cuaderno de Sísifo para llevarlos si puedo esta semana a Barcelona, a la sede del Depósito Legal, que está en la calle Villarroel, 91. Para el resto ya pasaré algún día, cuando Celestina esté más serena, por tu casa. Por la que fue tu casa. ¿Cómo me se sentará volver a entrar en tu refugio? ¿Qué sensaciones me asaltarán cuando enfile el pasillo de las habitaciones para atravesar el armario donde construiste, siguiendo tu peculiar manera de hacer las cosas, los escalones ocultos que dan a la terraza de atrás, la del palosanto? Yo no sé si cuando entre en tu despacho me quedaré igual o tu espíritu generoso saldrá a mi encuentro y me enseñará secretos de tus últimas inquietudes literarias.
Con qué claridad recuerdo ahora una de aquellas tardes en que salíamos de casa para ver cómo ibas con tu obra. Te limpiabas las manos de cemento con los faldones de la camisa que vestías para hacer de albañil y, tomándote un respiro, pedías a Celestina que preparara algo de beber. Nos sentábamos en la terraza a medio construir y me contabas los secretos de ingeniería con que te habías valido tú solo para alzar una viga de hierro. Con un gato del coche, ladrillos del nueve, tablas y, Antonio, mucha maña, habías colocado ya en su sitio, tras muchos días de repetir con paciencia la misma operación, la viga de turno. Me enseñabas las baldosas en diagonal y el tiro y los desagües que habías previsto para que el agua de las lluvias no hiciera charcos. Un poeta albañil o un albañil poeta, o muchas profesiones y poeta encima. Que eso habías sido tú hasta ese momento. Pero lo de albañil lo llevabas con mucha honra, sobre todo, desde que te empeñaste en ampliar la vivienda para hacer un nuevo despacho, más ventilado que el otro, el del garaje, donde la humedad y la carcoma se daban la mano para echarte de él cada día con más urgencia. ¿Recuerdas la broma que te hacía al llegar a aquella puerta oscura, llena de años y de agujeros de carcoma? Seguro que sí. Te decía: “Hazte a un lado, Antonio, que detrás de esa puerta te aguarda Al Capone. (Por lo de las balas que habían acribillado la madera.)
A lo que iba. Con muchos meses a la espalda y mucho esfuerzo, que a punto de herniarte estuviste más de una vez, lograste terminar la estancia que debía ser tu definitivo despacho, una habitación amplia y luminosa con una ventana hermosa que te ofrecía una vista abierta a la autopista por el lado de Aiscondel, la empresa donde tantos años estuviste trabajando. En ese despacho nuevo, instalaste un ordenador y estanterías nuevas, unas de obra y otras de madera, donde al fin pudiste ordenar muchas de tus cosas, colecciones de cartas, libros de los amigos y conocidos, cuadernos manuscritos, revistas culturales y poéticas, en algunas de las cuales había colaboraciones tuyas, conchas, minerales, trofeos literarios y un sinfín de cachivaches, producto de tu afán por coleccionarlo todo.







20.

“Lanzar al mar un mensaje en una botella
es igual que editar un libro y dejarlo en cualquier esquina.”



Las cosas en Viernes Culturales nos iban de perlas. Y nuestra amistad también. Carreta era el tercero del trío de nuestras charlas interminables, sobre todo, de las tuyas, Antonio, que no podías callarte y nadie podía hacerte callar. Ni siquiera tu inseparable Carreta. A lo mejor yo llegaba al Ateneo un poco tarde y ya estabais enzarzados en discusiones literarias, que si este soneto tiene estrambote o aquel tiene un verso cojo, que si la lluvia es un tema romántico y la rosa uno barroco, que si Miguel Hernández había muerto por abandono en la cárcel de Alicante y Antonio Machado de puro cansancio en Collioure un día azul que tenía un sol de la infancia, qué sé yo. Y entonces a mi llegada os deteníais, rojas las caras de porfiar, y me obligabais a tomar partido por uno de los dos. Recuerdo una vez que hablabais de una décima que atribuíais uno a Lope de Vega y otro a Quevedo.
--A ver, Matea—te decía yo un poco para oírte cómo decías los versos--. Recítame esa décima.
Y tú, corriendo como siempre, la fulminaste. Me quedé con algunas palabras y rimas de la composición. Entonces le pedí a Carreta que la dijera más despacio. Ni aún así. Hacíais competición para ver quién atropellaba más las palabras. Pero con lo recitado por uno y por otro, deduje que la décima en cuestión no era ni de Lope ni de Quevedo, sino de Calderón. Casi me coméis. La discusión de dos se convirtió en una discusión de tres. Al final no tuve otro remedio para apoyar mi opinión que enseñaros una Antología de Calderón con la composición de marras, la que empieza:
“Cuentan de un sabio que un día
Tan pobre y mísero estaba,
Que sólo se sustentaba
De unas hierbas que cogía.
¿Habrá otro, entre sí decía…” Etcétera.
Cosas nuestras. Nunca la sangre llegó al río. En realidad, éramos los tres que mejor nos aveníamos del grupo primigenio, y del futuro también.
Esto ocurría en 1982. Uno de los años más fecundos de tu creación literaria, como ya he dicho en otra parte. En octubre de ese año, un día de lluvia ininterrumpido, llegaste al Ateneo empapado como una sopa. Traías el paraguas en una mano y una cartera de cuero en la otra.
--Esto no es lluvia ni es nada—dijiste ante la cara que puse al verte llegar de ese modo.
Dejaste el paraguas en una silla y, apoyando la cartera sobre la mesa, sacaste de ella un librito de los tuyos, de color azul grisáceo, y lo dejaste delante de mí. Leí el título, Triángulo epicéntrico, dividido en dos partes: el nombre “triángulo” hacía equilibrio sobre el vértice superior de un triángulo equilátero sin cerrar, y el adjetivo “epicéntrico” se extendía bajo la línea que formaba la base del triángulo. No me dio tiempo a decirte ni a preguntarte nada porque ya te habías adelantado para decirme que era un libro repetido. Aún entendía menos.
--Quiero decir que es un libro que engloba tres anteriores de este mismo año y que ya tienes: La muñeca que perdió el apetito, Viaje a la ingle de una señora e Historia del silencio.
--Vamos, una trilogía lírica.
--Algo así. Si quieres lo lees y si no quieres pues no lo lees. Lo que sí cambia es el prólogo, que como verás, es de Esther Bartolomé. Es lo mejor del libro, lo comprobarás enseguida.
Después fueron llegando los demás y a todos les fuiste dando un ejemplar de tu libro. La última, como casi siempre, fue Encarna. Luego empezamos la tertulia.
Hoy, aunque es mayo todavía, llueve como entonces, aunque ahora la lluvia es más esperada que antaño pues los pantanos de Cataluña estaban bajo mínimos y aún está caliente el tema del minitrasvase del Ebro, contra el que trinan algunos sectores de la sociedad, en particular los agricultores de Aragón y otras comunidades españolas. Y ante mí tengo de nuevo Triángulo epicéntrico. No tenías razón cuando me decías que lo mejor del librito es el prólogo que te hace Esther, aunque también es muy bueno y certero, sobre todo, cuando afirma que es una decisión acertada reunir los tres títulos en un solo libro. Aunque La muñeca que perdió el apetito trata la decadencia física, Historia del silencio reconstruye los momentos más humanos de una vida, la tuya, Antonio (ahí está ese febrero de tu nacimiento como referente ineludible a la vez que lírico de tu trayectoria vital), y Viaje a la ingle de una señora describe bellamente el recorrido moroso por el cuerpo de la mujer amada. Y es que, querido Matea, estas tres obritas que forman el libro son sendas confesiones tuyas donde nos abres el libro sencillo y sincero de tu alma. Y si no, leamos detenidamente estos versos pertenecientes a La muñeca que perdió el apetito:
“Yo, poeta del barro,
Pesado como un plomo,
Iba tejiendo lilas
En sus ojos de nácar.
Ella…
Ella era mi vida…”
O estos otros de El viaje a la ingle de una señora:
“Hay cosas, en los viajes, imprevistas,
Pero viajar es ver,
Estar ausente
Un rato de problemas cotidianos,
Coger unas maletas y hacer juegos
Con sueños y esperanzas…”
O estos otros de Historia del silencio:
“Queda la poesía.
La poesía que es bálsamo;
Nacida del dolor,
La novia que no grita,
La hija del uno para el uno.
Mi todo.
La historia del silencio.”
Y ahora tú eres silencio.









21.
“¿Quiénes somos?
¿Pájaros atrapados
soñando la esperanza?”



Hoy, miércoles 28 de mayo, a dos semanas de tu silencio involuntario, vuelvo del Instituto a comer a casa, en el jardín. El día está entre Pinto y Valdemoro, pero comer al aire libre es una bendición, siempre que el clima nos dé una tregua. El jardín, que tú conoces muy bien, se encuentra, con las aguas que están cayendo, mejor que nunca. Los evónimos a reventar; la aralia, salvaje; el prunus, tan grande que tengo que cortarle varias ramas para que no se vaya de viaje a los jardines de los vecinos y los invada impunemente; la erica del centro pide a gritos un recorte sin miramientos… Mientras comemos, Nasi me cuenta que ha pasado, de vuelta de la compra, por tu casa y ha hablado un buen rato con Celestina. Dice que la encuentra más tranquila, decidida a quedarse en casa sola para intentar abrirse camino poco a poco hacia la normalidad. Eso sí, con ayuda de tu nuera, que la lleva y la trae al médico cuantas veces lo necesita. Dice también que Jorge subirá cada fin de semana para pasarlo en su compañía. Y que ya hay previsto, se conoce que tú hiciste bien las cosas antes de irte, que venga por horas una asistenta del Ayuntamiento para ayudarla en cosas puntuales de la casa o a llevarla de paseo si es preciso. Nasi le ha pedido que se mueva, que salga aquí y allá, que venga cuando quiera a nuestra casa a charlar o a estar un rato con nosotros, que no se amartille ante la televisión ni se encierre en casa como una muerta en vida… Celestina le ha enseñado lo que lleva colgado al cuello con un cordoncito. Es un dispositivo en forma de lápiz con un pulsador blanco que, en caso de necesidad puede pulsarlo y al momento tiene a su disposición a la policía o a la ambulancia. Han hablado también de ir juntos un día al cementerio para ver dónde estás, y de la guillotina. Nasi le ha sugerido traerla a casa para poder trabajar sin molestarla. Y Celestina le ha aclarado que no se puede transportar porque tú la colocaste encajada en la pared para poder hacer más fuerza al cortar los libros. ¿Te das cuenta, Antonio, la que has montado con decidir marcharte? Podíamos haberlo pasado bien durante un buen tiempo todavía, hablando de ISBN, de unir las hojas con un cosido especial, de versos, de lluvias, de plantas y de vida. De vida, querido amigo. Para dedicarla a vivir y a escribir. Tengo que decirte, ahora que ha salido a colación lo de escribir, que anoche en Tarrasa me dieron un premio de poesía. Y mientras estábamos degustando el refrigerio que los patrocinadores había puesto a disposición de los asistentes, les comentaba a los Pallero, amigos de profesión y de veladas, lo que te acababa de pasar. Ya sabes que en estos encuentros esporádicos, acaban saliendo a relucir las enfermedades y las muertes de conocidos, y es que, Antonio, cuando más feliz es uno, más proclive se ve a citar la desgracia y la muerte.