miércoles, 28 de diciembre de 2022

CINEVERSO (IV)

 


 

EL CINE DE BARRIO


Echo de menos el cine de los barrios

--el cine de ternura con gotas de ironía--,

cuyo protagonista

era un viejecito con ojos de ardilla

y ronca voz que decía:

“porque estar jubilado es estar jorobado”,

cuya música –la de Difesa--

nos recordaba que nuestras raíces

estaban bien clavadas en la historia,

en el calvario de los últimos de Filipinas

o en la humilde tristeza de Marianela.



Era el cine del barrio y de nuestra infancia,

de lágrimas que ardían

cuando veíamos que el amor

enloquecía a una reina nuestra

o a todo un Dios clavado en una cruz

para mostrar que la humildad de un niño

a veces lo logra todo.

Era nuestro cine

porque era nuestra historia cotidiana

arrancada del libro de la vida.




EL  OTRO CINE


Podíamos vivir perfectamente

sin el cine que nos encogía el alma

y nos trizaba el corazón

en nieblas de desesperanza.

Era un cine de pestes y cadáveres

que se pudrían al aire lentamente

y dejaban un poso

de pesimismo y destrucción.

Y si por casualidad

habíamos caído en sus penumbras,

cuando regresábamos a la luz,

a la vida de nuevo,

respirábamos con alivio

y hasta aceptábamos a medias

las sanas jugarretas de la labor diaria,

de los lunes cabrones,

y volvíamos a vivir en nuestra piel.


En el rato del café con los amigos

o en el tiempo feliz

que concede el amor al barro humano,

la agonía, la gris

decadencia de gritos y susurros

volvían a ser lo que eran,

arte de luz y movimiento,

acciones de unos hombres

que tuvieron sus razones en la escena.



El otro cine

--su feroz pesimismo--

sólo conducía a un horizonte

de oscuridad y nada.

--Si la muerte se erige en el final de todo,

y la paz sólo existe en segundos soñados,

es que nunca se cuenta

con la blanca impresión de que alguien nos guía

o con la propia energía que nace

de nuestra convicción

para aceptar el mar que nos espera.--


Ese cine, semilla del nihilismo,

arrastra al ser humano

fuera de lo que él puede alcanzar.

No construye: destruye con su estética

de escepticismo y muerte,

y maniata al hombre que aún cree en la batalla,

en la batalla que le da la paz

y le hace libre.




EL CINE RELIGIOSO


El cine religioso

andamiaba nuestras almas,

alzaba nuestra vida a una dimensión moral

y ponía el espejo del misterio

a la altura de los ojos más débiles.


El cine religioso

quiso ser solución social,

promesa de edenes terrenales,

quiso hacer viva la esperanza

en medio de tanto miedo,

de tanta soledad como sembraba el odio

en la posguerra.

Y en parte ayudó la fe de Nazarín

o la caridad de Viridiana.



El cine religioso

no mostró de igual modo

la moral católica que la burguesa

--el camino de Dios siempre empezaba

en los pies de los pobres,

en las casas que olían a humedad

y en las mortajas de la muerte--.

Ni eran las mismas las puertas de la vida

que las puertas del dolor o la desilusión

--preferíamos la transparencia de Rey de Reyes,

La túnica sagrada,

o la ternura de Dios

cogiendo el pan de la inocencia

de las manos pequeñas de Pablito Calvo--.








miércoles, 14 de diciembre de 2022

BALADA GALLEGA Premio J. G. Caneiro

 


Me acaban de llegar de Alpedrete (Madrid), sede de la editorial La Discreta, los veinte ejemplares del libro Ha sido vida ( Ediciones de La Discreta. S. L. Colección Bastardilla, Madrid, 2022, con ISBN 9788418130144), que me corresponden por haber ganado el I Premio Internacional de Poesía José García Caneiro de 2021, además del Diploma nominal como ganador del Premio, 15 libros publicados por la editorial pertenecientes a varios géneros literarios (yo elegí previamente 4 de narrativa, 6 de poesía, 3 de ensayo y 2 de teatro) y una suscripción para recibir los libros que La Discreta ha ido publicando durante el año que está a punto de terminar. 

A continuación copio mi poema, BALADA GALLEGA, ganador del I Premio Internacional de Poesía “José García Caneiro” (Certamen que se convoca cada dos años):

 

I

Me pregunto a qué dios celta rezarán

estos pinos de Portonovo.

Sólo quien nace cautivo

es capaz de rezar bajo este palio de lluvia.

Como almas en pena,

rezan y bailan sobre los helechos.

Los miro como si yo fuera otro árbol,

otro cautivo sin saberlo.

Y rezo la mejor canción que sé:

el silencio.

 

 


II

Frente a un Calvario duerme fiel su muerte

una dama de piedra que fue señora un día

de algún pazo gallego.

Al otro lado del altar,

en otra larga muerte ensimismado,

en larga piedra duerme también quien fuera un día

el dueño de su corazón.

Y fuera, la lluvia y los pinos altos que rezan.

¿Cuál fue la soledad o el alto amor

que enredó sus madejas terrenales?

Dos escudos relatan sus rápidos linajes

sin heraldos. Quizás una leyenda

tejió su soledad o su alto amor.

Ceniza mojada por la lluvia.

Todo está entre estos muros,

bajo el techo silente de esta iglesia.

En Cambados, el sueño de granito,

la muerte de la muerte y unos labios

helados en la flor de una sonrisa.

 


 

III

Me pregunto si este acto de amor de Portonovo

algo tiene que ver con las plegarias

de los altos pinos que ahí, amantes,

rezando, se besan bajo el viento

y ofrecen su prisión a algún dios celta

que los oye en la lluvia.

Amamos como ellos y rezamos

para alargar el hilo del momento.

Los rumores, los gemidos mojados de los pinos

acompasan los besos, los abrazos,

la siembra y el silencio.

Me pregunto si este acto de amor de Portonovo

es cosa de la ría,

del mágico obelisco que a unos pasos,

sobre el cantil, señala otro destino.

No sé, pero ahora quieto,

mientras mis manos sueñan todavía

con tu ternura, sigue

siendo el lecho la playa donde el mar

se apacigua, y yo un niño

 absorto en su silencio.

 

 



 





jueves, 1 de diciembre de 2022

CINEVERSO (III)

 


BETTE DAVIS


Morenas puro fuego, rubias oro puro,

a unas se las llevó el viento y a otras la tinta de la noche,

entre güisqui y tabaco y sábanas de amor.

Y hubo algunas que fueron

reinas del melodrama

--Eva y arpía, adúltera y mendiga

o diosa que bajaba

la escalera de una rica mansión--.

Jezabel sigue viva,

brillando en la pantalla

matando al pobre Acab,

cuya sangre es lamida por los perros.

--Aún sigue habiendo infelices corderos

que, amenazados por la loba de la dura realidad,

viven de los sueños,

agarrados a la tabla de la luz que parpadea.--





JOHN WAYNE


Entra en escena con su andar escorado

el gigante con alma de chaval

y puños justicieros.

Y todos los bandidos que le acechan

caen sobre el barro llenos de plomo.

Una nube oscura se posa en el tejado

y aplaude un instante,

y luego va a llover a las vastas llanuras,

donde los pieles rojas, con tambores de guerra,

preparan la venganza. Nada importa:

el héroe se coloca los revólveres,

encara su Winchester y espera

la lluvia de las flechas que se clavan

en la viejas maderas de los ranchos.

Ya es de noche. Los coyotes aúllan

y los buitres esperan la carroña

que vomitará la batalla.

En el miedo de la espera

los viajeros intercambian sus miedos

antes de que el diablo y la muerte

pongan a todos en su sitio.

Después vendrá otra vez la luz del alba,

y la diligencia

—la vida renacida—

reanudará la marcha.




LOS HERMANOS MARX


Eran más de tres

para quienes las reglas eran nubes

en su cielo de estrellas.

Uno llevaba

un sombrero que parecía

rescatado de una casa de empeños.

Otro era huérfano de palabras

y pródigo en estruendos de bocina

y tierno en acordes de arpa libre,

cortaba la cintura a las corbatas

y perseguía a las Dafnes

como un terreno Apolo.

El tercero tenía nombre ruso,

de payaso de circo o foca amaestrada,

bigote de cepillo, cejas viajeras

y andar de Ibis con las piernas dobladas.

Artista de la palabra y del tiempo,

no conservaba la juventud:

era la juventud la que vivía en él.

Y así sucesivamente...

Más (Marx) que hermanos,

eran iconoclastas del Far West

y podían convertir un tren en leña,

un camarote en una caja de sorpresas

y un circo en un milagro.

Puestos a pedir, les pediría

un vaso de honradez para la humanidad

y unas gotas de infancia para nuestras almas viejas


.


EL CINE BÉLICO


Con ellos entrábamos en la jungla

y notábamos en la piel los dientes del peligro,

temiendo que alguna bala

nos dejara secos entre los mangos.

Con ellos celebrábamos las victorias

y llorábamos las derrotas,

éramos encerrados en campos de concentración

y sufríamos torturas

o moríamos en las cámaras de gas.

Y aunque alguna vez subíamos con ellos

a colinas donde el amor

abrazaba nubes de esperanza,

el resto de la vida

vivíamos en trincheras sin mañana,

aprendiendo posturas

para morir dignamente algún día

--en el frente no había novedad:

sólo un gorrión posado en la alambrada,

y de repente, un soldado,

muy cerca de nosotros,

mientras soñaba en sus recuerdos,

encontraba la muerte dulcemente--.

Lo peor que llevábamos

era ver cómo las bombas negras

arrasaban hogares y familias,

y cómo los huérfanos en trenes oscuros

eran desterrados a la desesperanza.

Finalmente, se encendía la luz

Y salíamos a la calle de la verdad

y cogíamos de nuevo el paso de la vida

sin perder jamás el miedo a la muerte.

 




 

EL CINE EN 1944


Mientras un servidor nacía

y veía la luz de las mañanas,

del río y de las huertas,

el cine encandilaba en luces blancas

la soledad y el luto de la guerra de Europa

y ayudaba a sufrir las cartillas de racionamiento.

El Clavo hablaba de historias amorosas

con jardines de amapolas ocultas

que sólo podía curar el tiempo

a través de la lectura de un cráneo taladrado.

Líricos neorrealismos de adoquines

donde rodaban bicicletas tristes

hacia el hambre y el miedo

--Roma era una ciudad ocupada por botas alemanas

donde los panes estallaban en esquinas

habitadas de frágiles niños

que jugaban a ser hombres sin haber sido niños--.

La libertad, la resistencia

habían nacido para acabar en campos de exterminio.



Mientras un servidor nacía

en esta otra ladera del misterio

--Laura moría en la pantalla.

Más que un grito blanquinegro,

fue un fantástico viento que limpiaba

la polvorienta primavera de un retrato,

el gris silencio

que el azar de los lirios pobló de mil susurros--.

Y yo era un llanto vital

que visitaba las cruces de las tumbas

en un febrero helado

que tapaba su desnudez con luz de almendros.


1944

fue un año de princesas y piratas,

de luz que agonizaba,

de viajes a Oriente, donde todo era magia.

Y mientras, Jack

degollaba en las esquinas

columnas de la cama y de la mesa.

Y la mujer azul de nuestros sueños

se asomaba a las pantallas

y abría paréntesis de paz en la guerra del día.