martes, 25 de noviembre de 2014

FOTOGRAFÍAS QUE HABLAN

VUELO DETENIDO

Sobre la arena de una playa cualquiera, al filo de la amenaza de una huella  humana, la libre y limpia insignificancia de un vuelo vivo se toma un respiro en su largo viaje. El mar, a un paso, sigue escribiendo con  renglones de olas repetidas, su historia callada, eficaz, eterna, a la vista de la isla Inclinada, omnipresente en la ciudad de los rascacielos. Y enseguida, en un tiempo que no pertenece a esta fotografía, la protagonista viajera reemprenderá su camino diario, efímero. Y nadie moverá un dedo por rectificar ese destino. Ni el del autor de la fotografía. ¡Sólo faltaría!

martes, 4 de noviembre de 2014

MEMORIAS DE UN JUBILADO. Cincuenta años de mi bautizo universitario





Una noche del pasado octubre me llamó por teléfono un común antiguo condiscípulo de la Facultad para invitarme a la celebración de los cincuenta años de nuestro bautizo universitario. Al momento me llevé una inmensa alegría pensando que iba a poder volver a ver a mis antiguos compañeros y compañeras y a recordar juntos anécdotas entrañables, nuevas amistades, algún amor de esos que dejan honda huella y sueños, muchos sueños y proyectos profesionales y literarios. Pero cuando mi antiguo condiscípulo me dijo que la fecha de ese encuentro sería el 28 de noviembre, desapareció de golpe mi alegría recordando que justamente esa semana y la siguiente me encontraré de viaje, con lo que me será imposible hallarme entre ellos. Así se lo comuniqué a él, quien, ante mi imposibilidad de asistir físicamente a esa fraternal reunión, como hubiera sido mi deseo, me sugirió que, a cambio, podía preparar un pequeño escrito para ser leído en algún momento de la fiesta y de ese modo poder estar en la celebración de esos cincuenta años al menos en espíritu. Hermosísima idea que enseguida empecé a hacer realidad. Y he aquí, tras barajar muchos nombres y recuerdos entrañables con palabras y frases vitales y verdaderas, el modesto resultado.








En mi reciente poemario, CLARABOYA Y DESVÁN, que ha visto la luz precisamente en mayo de este año, en el poema titulado LA ESENCIA DE LA LETRA rememoro momentos, ideas y emociones pertenecientes a mi vida universitaria en la Facultad de Letras donde tuve la suerte de coincidir con gente inolvidable. He aquí sus versos:
“Temía los pasillos,
el silencio que velaban los exámenes,
la solemne lección de sabios catedráticos
que lo mismo me llevaban a Roma
entre viejos latines,
que a la sombra preciada de Aristóteles
o al dedo acusador del tiempo sobre el mundo;
lo mismo me llevaban al teatro
donde la vida es sueño,
que al sueño que el poeta hace de la vida.
Y aprendí la conciencia de la letra
subiendo con orgullo
el andamio de vida aferrada al estudio,
y al beso y la cultura paralela a los libros,
en las puertas mostrando los carnets
y en las calles huyendo de los grises.
Noches enteras sin dormir pasaba
evocando aventuras de Cervantes,
traduciendo las sombras de Virgilio
o derritiendo el seso
en hoscos silogismos sin ventura.
Y el alba se colaba en el balcón
trayéndome la vida que mezclaba
el beso, la cerveza,
la familia, los libros, los amigos,
el gran descubrimiento
de aquella Barcelona que buscaba
entre bares calientes y museos,
poemas a lo Buesa 
o sagrados guateques
donde la carne alzaba sus altares.”
 En el verano del 64, con un equipaje de ilusiones y esperanzas, llegué a Barcelona procedente de mi natal Zamora, entonces una capital de provincias anclada en las viejas tradiciones y con muy poco futuro. Había dejado atrás definitivamente las felices aventuras de la adolescencia, los primeros amores y las primeras lecturas, para de repente verme inmerso en un mundo tan complejo y cosmopolita como el de nuestra Barcelona, que se mostraba como una inmensa y bella catarata de sorpresas y oportunidades para quien estuviera dispuesto a labrarse con trabajo y pasión un camino propio. Y yo estaba dispuesto a ello. 
Así que en octubre de ese año empecé a aprovechar la primera de las oportunidades que me brindaba Barcelona matriculándome en esta Facultad de Letras que, junto a vosotros, me vio progresar en el compromiso de hacer del estudio y de la amistad un doble refugio que me permitiera asumir con orgullo los retos que la juventud y la madurez me exigían. A la vez que me iba integrando en cuerpo y alma en esta bella metrópoli mediterránea, libre y tolerante, a la que muchos convertimos en nuestra ciudad de adopción. 
¿Quién de nosotros, queridos compañeros y compañeras, ha podido olvidar la ebullición de emociones que vivimos aquel primer octubre en que empezamos nuestra entrañable navegación universitaria? ¿Quién de nosotros ha podido olvidar uno solo de aquellos octubres en que, reunidos de nuevo en el patio de Letras, esperábamos ilusionados el comienzo de las clases? Entonces en los corrillos que formábamos en las galerías y en el patio de la fuente salían a relucir mil preguntas: ¿qué profesores nos tocarían ese año?, ¿qué asignaturas se nos atragantarían?, ¿qué sorpresas políticas vendrían a perturbar la paz de nuestros estudios, mientras planeábamos con la misma ilusión actividades poéticas o teatrales que asambleas reivindicativas de nuestros derechos estudiantiles? ¿No recordáis ahora aquellas benditas emociones que experimentábamos todos preguntándonos qué nuevos amigos vendrían a honrarnos con su amistad o de quién más tarde o más temprano acabaríamos enamorándonos? 
Cuando miro atrás no sin nostalgia, recuerdo con alegría numerosos nombres y apellidos vuestros, hombres y mujeres que hoy escucháis mis sencillas palabras y con quienes tuve la inmensa suerte de compartir algunos de los mejores años de mi vida. Y también los de aquéllos que hoy no están con nosotros, pero cuyo recuerdo, estoy seguro, no se ha ido de nuestro corazón. Don José Manuel Blecua, padre, con el que tuve el honor de compartir el homenaje que en los años ochenta la Casa de Aragón de Barcelona hizo a don José María Castro y Calvo, otro de nuestros emblemáticos profesores y de quien recibí más de una vez fervorosos ánimos para que siguiera escribiendo poesía y a quien visitaba frecuentemente en su piso de la calle Diputación durante el último año de su vida; don Martín de Riquer, fallecido este mismo año de 2014, y tantos otros. Y entre los alumnos desaparecidos, tengo que recordar aquí a Juan María Cruz, que fue después profesor conmigo durante muchos años en el Colegio Viaró. Que descansen en paz los mencionados y otros cuyos nombres el tiempo ha ido borrando de mi memoria.  
Por eso, con la memoria y el cariño puestos en nuestros antiguos profesores y condiscípulos que nos fueron dejando en el camino, digo con los presentes: “Gaudeamus igitur, iuvenes dum sumus”.  Porque seguimos siendo jóvenes en nuestros corazones los que recordamos con amor (y sé que lo hacemos todos) aquellos años de alegría y estudio compartidos, las carreras provocadas por los grises hasta la Avenida de la Luz, la intolerable imposición de presentar los carnets en la puerta de la Facultad, las asambleas, la supresión de las clases, las otras clases que en sustitución de las anteriores recibíamos en el Colegio de los Escolapios de San Pablo, los bailes en el Rosa, los bocadillos en el bar de la Calle Tallers, los billares de la Gran Vía, los apuntes multicopiados, la librería Castells, las comidas del SEU en la calle Caspe, las explicaciones sobre las Soledades de Góngora, “¿Se oye, se oye?”, palabras mágicas que nunca olvidaremos por mucho que vivamos y cambiemos de sentir y de pensar, el estudio en la pensión de Jurado, a la vista la torre del reloj de la Universidad, la confitería Domènech en la calle Tamarit, por la que cada día caminaba para desembocar en la Ronda de San Antonio, hasta cuando se me ocurrió coger el metro en España un día lluvioso de otoño y me perdí en Hostafranchs o Sants, que para el caso es lo mismo, y siempre me alegraré, que conste, porque gracias a esa pérdida encontré a la chica que hoy es mi mujer… 
Cincuenta años han pasado de aquello. Y aquí estáis, estamos (yo con el alma) conmemorando nuestro bautizo universitario y deseando que todos, desde la profesión y la responsabilidad que ocupa cada uno, sepamos llevar a esta tierra nuestra, con el seny que caracteriza a sus gentes, al lugar que le corresponde en la historia del mundo. 
Por eso sigo diciendo con vosotros: “Crescat una veritas, floreat fraternitas, patriae prosperitas”. ¡Que crezca una única verdad, que florezca la fraternidad y la prosperidad de la patria! 
Y termino: “Vivat Academia, vivant professores. Vivat membrum quodlibet, vivant membra quaelibet, semper sint in flore.
¡Resplandezcamos siempre!
¡Seamos siempre prudentes, tolerantes y libres!
Un abrazo muy fuerte.

Hasta aquí el escrito. A partir de ahora seguiré recordando aquellos años que formarán siempre parte de mi vida.