viernes, 29 de julio de 2011

Naturaleza muerta


Homenaje a Van Gogh


Catorce girasoles amarillos,
como catorce versos de un soneto
dedicado a cantar los altos brillos
que tiene la belleza de un secreto.

La luz solar estalla en el jarrón
y baila en las semillas de las flores.
La amistad de un sufrido corazón
se deshace voraz en los colores

que ascienden hasta el rojo sin descanso.
Sólo un alma intranquila entiende al río
salvaje que infeliz busca el remanso
tras el reflejo ardiente del estío.

Una linea azulada sella el cielo
de esta muestra de mágica amistad.
Girasoles que emprenden alto vuelo
para besar la luz de la verdad.

miércoles, 27 de julio de 2011

Naturaleza muerta

Homenaje a Picasso


Cristales encendidos, candelabro
que alumbra luces nuevas y amarillas
en tragedias corrientes, descalabro
de toro rojo abierto, sin cuadrillas,
a la vida completa de la grama,
de las hembras que esperan su embestida
de amor, de reciedumbre, de alta llama
que todo lo consume sin medida.

Azules de algún cielo que no es triste,
los negros de la mesa, baja noche
que aguanta el libro blanco: sólo existe
la luz, la claridad, este derroche
de rabiosa esperanza de la vela,
la pintura que canta en la mirada
y espera en los pinceles de la tela
a encender las virtudes de la nada.

Versos de antaño


Un corazón en la alfombra
(continuación)


UNA VOZ
¡Y las que faltan por ver!
FRAILE DOS
(Reparando en un estatua negra y desagradable del rincón derecho.)
¿Has sido tú, cara fea,
La que ha dicho esa sandez?
UNA VOZ
Ha sido el alma traviesa
Del dueño de este chalé.
FRAILE DOS
(Asombrado.)
¿Alma traviesa? ¡Qué fiesta!
¿Y esta casona un chalé?
¿Estás de broma, quien seas?
¿O eres un disco tal vez?
(Ríe a mandíbula batiente.)
UNA VOZ
Cierra otra vez la madera
Y verás mi gran poder.
FRAILE DOS
(Obedeciendo.)
Como quieras, voz secreta.
Ya la tienes. Prueba, a ver.
(Silencio. Pausa.)
¿Por qué no hablas, quimera?
¿Tienes miedo de mi ser?
Vamos, maldita, contesta…
(De nuevo la luz viene a su encuentro.)
¿Aquella luz otra vez?
(Pausa.)
¿Qué me ocurre? ¡Mi cabeza!
¡Todo lo veo al revés!
UNA VOZ
Duerme, gran profanador.
Duerme y sufre mi dolor.
(Silencio. Pausa.)
FRAILE DOS
(Despertando.)
Esto es más negro que un túnel.
FRAILE UNO
Me falta respiración.
FRAILE TRES
Alguien actúa de gato
Y nosotros de ratón.
FRAILE UNO
Yo quiero salir de aquí,
Y olvidar el corazón.
FRAILE DOS
Un poco de paz, hermanos,
Hemos de usar la razón.
Primero ver el problema
Y luego la solución.
FRAILE TRES
El problema está en saber
En qué lugar nos hallamos,
Aunque creo comprender
Que en alto lugar estamos.
FRAILE DOS
Cada uno que recorra
La pared que hay a su lado;
Así es posible que hallemos
La salida de este cuarto.
(Empiezan a moverse.)
Desde luego por el ruido
Que efectúan los zapatos,
Estamos en el desván
O en la habitación de abajo.
Venga, pues, y revisemos
Los muros con gran cuidado.
Vosotros dos por la izquierda
Y yo por este otro lado.
Avisad cuando encontréis
En la pared cualquier vano
O algún saliente en el piso
Para enseguida explorarlo.
Emeterio, ¿y la linterna?
¿Se te extravió en el rapto?
FRAILE DOS
No. Conseguí ocultarla
Entre los pliegues del hábito.
FRAILE UNO
¡Y tonto que parecía
El día que lo compramos!
FRAILE TRES
Sácala, pues de una vez
Y penetra las penumbras.
Parece que estoy metido
De por vida en una tumba.
FRAILE DOS
Eh, mirad qué forma tiene
El techo de esta prisión.
FRAILE TRES
Si avanzas un poco, nene,
Te darás un coscorrón.
FRAILE UNO
Está inclinado este techo
Hasta morir en el piso.
FRAILE TRES
Seguramente Dios quiso
Que no encontrara aquí el lecho
Donde morirme deshecho
El cráneo o el corazón.
La suerte nos acompaña:
No hay en el suelo de España
Tres frailes con mejor suerte.
(Pausa.)
Pero no hablemos muy fuerte
Que habitación tan extraña
Puede que encierre la muerte.
Ejemplo: ved estos muros.
FRAILE UNO
No hay un solo ventanal,
Los ladrillos están duros,
Y las baldosas igual.
FRAILE TRES
Sin duda vivos estamos
Aunque palpando la muerte.
De esta cárcel no escapamos.
FRAILE DOS
Mira, hermano, quiero serte
Sincero, ahora que puedo:
Tengo metido en el dedo
Algo que puede dolerte.
FRAILE UNO
Es una aguja.
FRAILE TRES
¿Qué esperas?
¿Quejarte tú sin dolor
Mientras se clava en mis venas?
Tiene gracia en tal momento
Venir aquí con pamemas.
Pero dame,puede usarse
Para abrir una gran brecha.
FRAILE DOS
No será en esta pared
Que está de ladrillos hecha.
FRAILE UNO
Hombre, no, en la indumentaria
Para escaparse por ella
(Riendo a carcajada limpia.)
FRAILE TRES
Nos estamos despistando.
Dejemos la aguja esa.
Lo que importa es que hay que dar
Salida a esta trampa ciega.
(Tantea en la pared.)
No hay nada: ni un solo palo,
Ni un saliente, ni una cuerda…
FRAILE DOS
(Enfocando con la linterna.)
Fijaos en ese gancho
Que enfoca mi fiel linterna.
FRAILE TRES
Puede servir. Voy a ver…
(Forcejea con el gancho.)
No puedo. No tengo fuerzas.
FRAILE UNO
Alzadme un poco. Veré
Si lo puedo sacar fuera.
FRAILE TRES
Me rompería aguantando
Sobre mí a una ballena.
FRAILE DOS
No es tiempo, hermano, de bromas.
El asunto va de veras.
(A FRAILE UNO.)
Vamos, te sostendremos.
(Ambos lo aúpan.)
¡Uf!, es verdad. ¡Cuánto pesas!
Hazlo pronto. ¡Tira fuerte!
FRAILE UNO
Ya. ¡Se mueve a la derecha!
FRAILE TRES
Hermanos, ¿habéis oído
Ese ruido? ¡Una puerta!
Allí, en el rincón derecho.
FRAILE DOS
(Enfocando con la linterna.)
Es verdad. ¡Vaya sorpresa!

(Van hacia la puerta dejando caer al suelo a FRAILE UNO.)
FRAILE UNO
(Palpándose la frente.)
Gracias por haber tenido
Esa memorable idea
Y haberme dejado a solas
Con mi dolor de cabeza.
(Se levanta y se acerca a ellos.)
FRAILE TRES
(A FRAILE DOS.)
Enfoca aquí la linterna
Para que podamos ver
Lo que oculta esa penumbra.
(FRAILE DOS obedece.)
¿Qué es eso que ahí se ve
En el brocal de ese pozo.
FRAILE UNO
A mí me parece ver
Un simple un jirón de tela.
FRAILE DOS.
¿Dices tela? Ja, eso es piel
Humana que secó el tiempo.
¿Quién quiere el primero ser
En bajar a esos infiernos?
FRAILE TRES
Yo no; prefiero tener
Un temor digno aquí arriba
Que ahí abajo perder
Lo que me queda de vida.
FRAILE DOS
(A FRAILE UNO.)
¿Y tú qué quieres hacer?
(Enfocando la linterna en el pozo.)
Aquí veo una escalera
Que puede sernos tal vez
Llave de la libertad.
FRAILE UNO
(Se asoma.)
Si libertad eso es,
Podríamos intentarlo.
FRAILE DOS.
Podríamos. ¿Bajas, pues?
FRAILE UNO
Creo que no. Tú primero.
Y luego espérame abajo.
Tú siempre fuiste altanero
E hiciste el peor trabajo.
FRAILE DOS
De acuerdo. Lanza hacia abajo
El foco de la linterna.
(Al FRAILE TRES.)
Hasta después, cobardica,
Reza al miedo lo que sepas,
Que Dios solamente escucha
Al que jamás se amedrenta.
(Desaparece en el pozo.)
FRAILE TRES
Esperadme, que ya voy.
No quiero quedarme fuera
De esta aventura que ofrece
A los tres tantas riquezas.
(Entra también por el pozo.)
El triunfo es nuestro si Dios
Nos acompaña en la empresa
De encontrar el corazón
Que este caserón encierra.
FRAILE UNO
Ahora voy yo. Lanza aquí
El foco de la linterna.
Menuda aventura, hermanos,
Ya parece una leyenda
Que los frailes del convento
A gente futura cuentan.

(Pausa. Los tres frailes están abajo, en algo que parece un coredor.)
FRAILE TRES
Han tropezado mis pies
Con algo. ¿Acaso un balón?
Enfoca aquí la linterna.
Voy a marcar un gran gol.
(Da un puntapié al objeto mientras la luz de la linterna lo enfoca durante un segundo antes de desaparecer haciendo un ruido infernal.)
¡Es un cráneo, Dios bendito!
FRAILE DOS
¡Dios bendito, hay otros dos!
Con esqueletos topamos.
FRAILE UNO
¡Y con un horrible hedor!
(Se echa a temblar de miedo.)
FRAILE DOS
Parece que tiemblas, hombre,
Mientras te arrimas a mí.
Mas este hedor no te asombre,
Que cuando quede tu nombre
Sobre una losa, de ti
Sólo quedará el hedor
Rezumando alrededor
De tu tumba como aquí.
FRAILE UNO
Gracias por darme tus ánimos,
Pero no acierto a poner,
Como cuando se camina,
Un pie después de otro pie.
FRAILE DOS
Pues es bien fácil. Un niño
Que apenas es un bebé
Aprende solito a dar
Un paso y otro después.

(De repente suena una VOZ en las tinieblas del fondo del corredor.)
VOZ
¿Frailes en mi corredor?
FRAILE DOS
(Asombrado.)
Frailes. Tres frailes, señor,
Y al que diga lo contrario
Le hago rezar un rosario,
Y si no, tres, que es mejor.
FRAILE UNO
(Sin poderse mover de miedo.)
Hemos contestado ya.
Ahora le toca a usted.

(Se hace una luz azul al fondo y se ve un féretro. Se alza la tapa
Y sale de él un hombre cubierto con una sábana.)
VOZ
Con mucho gusto. Pregunten
Mas antes arrojaré
Mis odios lejos de aquí
Y a los tres respetaré.
(Ríe.)
Vengan conmigo, que en otro
Lugar les explicaré
Todo cuanto han visto aquí
Y que fue mi hogar ayer.
(Abre una puerta y entran en una habitación iluminada y con una mesa dispuesta con alimentos y bebidas.)
Aquí podrán descansar,
Saciar su hambre y su sed.
Sientense. Puedo decirles
Que acaban hoy de nacer.
(Se sientan a la mesa.)
FRAILE UNO
¿No querrá usté asesinarnos
De manera menos fuerte?
VOZ
Ahora ya no. Desde hoy
Son los frailes de la suerte.
(Les llena las tres copas que tienen delante.)
Beban, pues, hermanos, beban.
FRAILE DOS
¿Bebiendo nos dará muerte?
VOZ
¿Cómo tengo que decirles
Que son hijos de la suerte?
Si no quieren beber, coman
Para que se pongan fuertes.
Y luego quiero explicarles
Lo que los tres saber quieren.
FRAILE TRES
(Coge su copa para hacer un brindis.)
Que todos tengan salud
Y la verdad reine sobre
La mentira, y que la cruz
Desparezca del pobre.
(Todos asienten y beben.)
FRAILE UNO
(Más animado.)
¿Vive usted solo en la casa?
VOZ
No vive nadie conmigo.
Me acompañan los recuerdos
Que me sirven de cobijo.
FRAILE TRES
¿Y esa luz tan misteriosa
Que aparecía en mil sitios?
VOZ
Nada especial: simple truco
Camuflado en cien rodillos
Que a la luz clara del día
Se ven los dispositivos.
Un falso techo, un portátil
Y unos mandos dirigidos.
FRAILE DOS
¿Qué nos dice de los huesos?
VOZ
¿De los huesos? Muy sencillo:
Son de cera. Los compré
En un viejo mercadillo.
FRAILE UNO
¿Y el hedor? ¿También es broma?
Es el olor de un minino
Que encontré muerto en el patio
Al que arrojó algún vecino.
(Pausa.)
Como ven la explicación
La comprende hasta un chiquillo.
FRAILE TRES
Entonces, ¿qué le ha empujado
A montar tanto truquillo?
VOZ
Proteger mi propiedad
Contra banqueros y pillos
Que sólo quieren llenar
Con mi casa sus bolsillos.
FRAILE UNO
(Decepcionado.)
Así que lo de la alfombra
Y el corazón dibujado
Ha sido soló una sombra
Para engañar al osado.
VOZ
Algo así.
(Les señala la puerta.)
Con su permiso,
Regreso a mis aposentos.
Y que les sirva de aviso
Los anteriores momentos.

Era ya de día cuando
Los tres frailes caminaban
De regreso a su convento
Olvidando aquella casa.
FIN

viernes, 22 de julio de 2011

Memorias de un jubilado

Por qué escribo poesía

Un día, ya en Barcelona, recibí una carta de mi amigo el poeta seminarista. Era muy generosa y en ella me hablaba de que estaba ingresado en un hospital de Zamora esperando una operación bastante peligrosa, de la que, sin embargo, esperaba salir bien librado. También me decía que, ilusionado, seguía escribiendo poesía. De hecho, adjuntaba un poema cuyo tono no se parecía en nada al que yo conocía. Ya el título del poema lo decía casi todo, Hacia la luz.
“Hacia la luz,
desde el surco de sombra donde yacen
las raíces de la memoria,
suben los versos
vestidos con palabras que son ritmos,
ideas, sentimientos empujados
por hondas aspiraciones,
Como el árbol que no teme al otoño
ni a las podas del hacha,
como el ave de vuelo permanente,
sostenido por la brisa del alma.

Hacia la luz,
desde un pasado oscuro,
sube mi esperanza,
sube este poema hecho de amor
por los ideales de las cosas
que me esperan arriba,
donde el cielo es más limpio,
para ungirme del silencio más alto.”

También me hablaba en la carta de que llevaba un tiempo intercambiando poemas y pareceres sobre la poesía con dos jóvenes poetas zamoranos: Jesús Hilario Tundidor y Claudio Rodríguez. Decía de ellos maravillas, especialmente del segundo, quien estaba trabajando en un libro de endecasílabos que pensaba presentarlo a un premio importante de Madrid, ciudad a la que recientemente se había ido a vivir. La alegría que me llevé al saber esta última noticia, fue inmensa pues yo ya había tenido la suerte de conocer a ambos. Los dos habían estudiado en el Instituto, el primero, Hilario Tundidor, había sido condiscípulo de mi hermano mayor, el del regalo de Bécquer, y el segundo, con un año más de edad, había estudiado en un curso superior.
Siempre he tenido presente la anécdota que mi hermano me contaba sobre Tundidor, quien, en un examen de Literatura había dejado en blanco la página de la pregunta teórica que les había pedido don Ramón que desarrollaran, creo que una cuestión sobre la poesía amorosa de Quevedo, pero que al dorso dejó escrito un soneto de su propia cosecha. El caso es que, cuando los estudiantes acudieron al tablón de anuncios para ver los resultados de la prueba, Tundidor, que esperaba lógicamente un rotundo suspenso, encontró, a la derecha de su nombre y apellidos esta frase del sabio profesor:
“En Teoría, cero; en Práctica, diez; así que cinco de nota media.”
Agradecido el poeta, nunca más suspendió un examen; al contrario, no bajó jamás de notable, según me contaba mi hermano.

Respecto a Claudio Rodríguez, siempre fue mejor estudiante que su amigo Tundidor. Con un expediente impecable, se convirtió en un ejemplo para futuras generaciones. Todos le llamaban Cayín y, para más señas, jugaba formidablemente al fútbol. Era fácil verlo en las plazas allende el Duero driblando a sus contrarios y marcándoles celebrados goles. Casi un chaval, se codeaba con los artistas zamoranos y era ya conocida su aptitud para la poesía.
Poco tiempo más tarde me enteré de que el premio Adonais, uno de los premios de Poesía más prestigiosos de España, había recaído en un poeta jovencísimo de apenas dieciocho años que había presentado un libro inusual y había sido votado por unanimidad de todos los miembros del jurado, entre los cuales se encontraba Vicente Aleixandre, uno de los poetas más grandes de la Generación del 27. Ese poeta jovencísimo no era otro que Claudio Rodríguez, y el libro, Don de la ebriedad. No hace falta añadir que me faltó tiempo para hacerme con el libro y enfrascarme en su lectura.
A Barcelona me traje aquella libreta rayada llena de poemas imitando a Bécquer y muchas ganas de seguir escribiendo poesía, ganas que se acrecentaron en la Universidad al conocer a un grupo de poetas leoneses, emigrados como yo y matriculados también en los Comunes, que llevaban una revista de poesía sencilla y a ciclostil llamada Moira y donde colaboré en alguna ocasión, aunque lo más importante eran las charlas sobre poetas y poesía que entablábamos en el patio de Letras entre clase y clase o en el bar de la Facultad, mientras comíamos el bocadillo de media mañana.

jueves, 21 de julio de 2011

Los libros que hay que leer

Las leyendas tradicionales gallegas
Entre los libros que hay que leer deberían ocupar un sitio destacado aquellos que hablan de costumbres, tradiciones, paisaje, flora y fauna de nuestra tierra. Uno de estos libros es el que da título a esta entrada.
De su último viaje por Galicia me lo trajo mi hijo mayor y en su amena lectura he pasado momentos inolvidables. Las leyendas que recoge el libro, cuyo recolector es Leandro Carré Alvarellos, están divididas en cinco grupos: populares, religiosas, fantásticas, históricas y novelescas. Entre las del primer grupo destacan las que hablan de la Santa Compaña y las almas en pena, brujas y brujerías, hombres lobo, etcétera.
Las leyendas religiosas hablan de milagros realizados por la Virgen, Cristo y algunos santos, como San Andrés de Texeido, Santiago o San Amaro el peregrino, aunque no faltan tampoco milagros encaminados a castigar la incredulidad de sacerdotes como aquel que vio durante la consagración de la misa que la hostia consagrada empezazaba a sangrar, dando lugar a la leyenda del Santo Grial del Cebreiro.
Por las leyendas fantásticas desfilan calaveras convidadas a comer, doncellas convertidas en ciervas, don Roldán, bueyes mugidores y curiosas explicaciones como por qué es salada el agua del mar, sin olvidar la referencia a cuevas mágicas o fundaciones de ciudades como la de La Coruña.
La historia recreada mágicamente es el tema común de las leyendas históricas. Personajes conocidísimos de la reconquista, tanto por parte cristiana como musulmana. Alfonso VIII, Almanzor, Macías el Enamorado, condes, arzobispos..., se ven envueltos en sucesos arriesgados, incluso trágicos como aquella malograda Inés de Castro que fue coronada reina después de morir.
En el mismo sentido se desenvuelven las leyendas novelescas, que recogen milagros, amoríos, traiciones, fantasmas, cautivos...
Un libro, en suma, escrito para deleitar horas largas y calurosas como las de este verano.
Nota bibliográfica:
Leandro Carré Alvarellos,
Las leyendas tradicionales gallegas,
Austral, Espasa Calpe, Madrid, 11ª edición, 2007

lunes, 18 de julio de 2011

VERSOS DE ANTAÑO

UN CORAZÓN EN LA ALFOMBRA
(Teatro de humor en verso)

Por una calle cualquiera
De no me acuerdo qué pueblo
Iban andando tres frailes
De los del hábito negro.

FRAILE UNO
¡Qué frío hace esta noche!
FRAILE DOS
Es verdad: lleva veneno.
FRAILE TRES
Veneno que me envenena
De frío todos los huesos.
FRAILE UNO
A lo que vamos: no sé
Si queda cerca esa casa.
FRAILE DOS
Sé que es fea, vieja y rasa
Con aire de no sé qué.
FRAILE TRES
¿Aire? ¡Aire de cementerio!
FRAILE DOS
No hagas chistes, Emeterio.
Que esa casa es un misterio:
No dan ganas de reír.
FRAILE UNO
No seas gafe, Timoteo.
Todo es real. Allí veo
Esa casa relucir.
FRAILE DOS
Esa es. Si yo os contara
Lo que me pasó una noche.
FRAILE TRES
No nos cuentes la aventura
Que te sucediera entonces.
FRAILE UNO
Me parece verte. “¡Hola!”,
Te dirían cien dragones.
(Ríen ambos.)
FRAILE DOS
Vosotros tomadlo a broma,
Pero yo encontré en la puerta
Una bruja medio muerta
Que se convirtió en paloma.
El viento soplaba huraño.
El ave no se movía,
Y al gemir un ala abría
En un ademán extraño.
Luego dijo: “Hay una sombra
Oculta en una cortina
Que dibujó con harina
Un corazón en la alfombra”.
Después escuché una queja
Y entré en la casa hecho un dardo
A la vez que un brillo pardo
Subía por una reja.

FRAILE UNO
¿Y tú, la dejaste huir?
FRAILE TRES
¿La cogiste de la mano?
(Ríen ambos.)
FRAILE DOS
¿Os reís de vuestro hermano?
¿Me permitís concluir?
FRAILE UNO
Sigue, sí. Vamos a ver
Si consigues de algún medio
Deshacerme de este tedio
Que me duerme sin querer.
FRAILE DOS
Pues yo, Timoteo, juro
Que aquel resplandor tan puro
En el pasillo de arriba
Se volvió en serpiente viva
Y se deshizo en lo oscuro.
Sobre la alfombra de Pisa
Encontré este raro escrito:
(Lo saca de debajo del hábito y lo lee.)
“El que aguante aquí la risa
Se morirá tan deprisa
Que no emitirá ni un grito.”
Y más abajo decía:
“El que se ría muy pronto
Vivirá apenas un día,
Y esto lo hará sólo un tonto.”
Y finalmente leí
En un rosado león:
“El que encuentre el corazón
Muy rico saldrá de aquí.”
(Guarda el papel.)
Y hoy si os fiáis de mí,
Será nuestro el galardón.
FRAILE TRES
(Reparando en una claridad frente a ellos)
Otra cosa, hermano nuestro,
¿de dónde sale esa luz,
Ese brillo tan siniestro?
FRAILE DOS
Se me olvidaba. Una cruz
Iluminada encontré
En el alto desván que
Está sobre el ataúd.
FRAILE UNO
¡Alto, alto! ¿Un ataúd?
¿Con muertos vamos a andar?
¡De eso nada! Fray Salud
Se va a casa a descansar.
FRAILE DOS
Los muertos nunca hacen nada
Si no se meten con ellos.
Y nosotros su dormir
Eterno repetaremos.
No creo que a ese desván
Tengamos que entrar. Primero
Miraremos en el sótano
Y luego en los aposentos.
El corazón ha de estar
En un lugar más abierto.
Ya está bien de introducción,
La riqueza espera dentro.

(Empujan la puerta que, al abrirse, produce un ruido terrorífico.)
FRAILE UNO
¡Qué oscuro está el interior:
No se ve ni la escalera!
FRAILE TRES
Deja el piso superior:
El sótano nos espera.
FRAILE DOS
¿Habéis cerrado la puerta
De la calle, hermanos míos?
FRAILE UNO
La hemos dejado abierta.
Voy a cerrarla ahora mismo.
Vosotros id a ese abismo,
Que enseguida estoy de vuelta.

(Los dos anteriores tantean el muro, dan con la entrada. La empujan.)
FRAILE DOS
Deja la puerta, Emeterio,
Sin cerrar, y la linterna
Ponla mirando al zaguán
Para que el otro la vea.

(Descienden unos cuantos peldaños. Pausa.)
FRAILE TRES
Ya tarda mucho ese fraile.
Acaso está en pleno baile
Con fantasmas y dragones.

(Suena un ruido prolongado.)
FRAILE DOS
¿Has oído ese murmullo?
FRAILE TRES
No han de ser sino ratones
Que están formando barullo.

(Pausa.)
FRAILE DOS
Voy a ver qué está pasando
En ese zaguán maldito.
Me suena a gato encerrado
Que descubriré ahora mismo.
Tú espera en este rellano
Y apunta el haz hacia el quicio.
En un momento lo arreglo
Y vuelvo con nuestro amigo.
Lo juro por esta luz
Que me alumbra el obispillo.

(Vase. El otro se queda solo en la escalera con la linterna apuntando hacia lo alto de la escalera.)
¡Cómo tremolan las sombras
En torno a mi ropa negra!
Oigo arrastrarse a una alfombra
Y un gemido que se acerca.
¡Venga valor, frailezuco!
Tiene que haber algún truco
Que explique toda esta gresca.
Pero ¿qué es esto que mis pies
Encuentran en las baldosas?
(Se agacha y coge algo del suelo.)
¡No es nada más que un papel
Escrito en letras borrosas!
Voy ahora mismo a leer
Lo que…
(Lee mentalmente.)
¡Si no puede ser:
Es letra de fray Salud!
(Lee en voz alta.)
“Ha venido a mí una luz
Y me ha arrastrado con ella.
Buscadme pronto en la estrella
Del cuadro en forma de cruz.”

(Pausa.)
¿Y ese cuadro, dónde está?
En forma de cruz ha dicho.
Ya me acuerdo: tiene un bicho
Sentado sobre un sofá.
Ya he visto ese cuadro antes:
Hay también dos elefantes
Y estrellas… ¡solucionado!
Ese cuadro se halla arriba
En la pared de cal viva
De un aposento cerrado.

(Alza la voz para que el fraile de la escalera del sótano le oiga.)
Vete bajando, Emeterio,
Que enseguida estoy contigo.
Han llevado a nuestro amigo
Hacia otro nuevo misterio.
FRAILE TRES
(Voceando.)
¿Qué dices de un cementerio?
FRAILE DOS
(Voceando.)
De eso nada. Que han llevado
A fray Salud a una estrella,
Y en un cuadro está colgado.
FRAILE TRES
(Ídem.)
¿Qué mujer dices que es bella?
¿Vive el pecado en la casa?
FRAILE DOS
(Ídem.)
No das una, balarrasa,
Y baja ya la escalera.
(Aparte.)
Una aventura me espera.
¡Qué emoción! A ver qué pasa.

(La luz desaparece de la entrada al sótano. Pero el fraile, apoyado en el pasamanos de la escalera del piso superior, empieza a subir.)
Ya estoy más cerca del quid.
Arriba hallaré una puerta
Con un llamador dorado
Contando diez a la izquierda.
Uno…dos…ya falta menos:
Sólo ocho banzos me esperan.
Después todos, Timoteo,
Te darán la enhorabuena.
FRAILE TRES
(En el sótano, respira aliviado. Aparte.)
¡Cuánta humedad en los muros
Y en la escalera de piedra!
No me he roto de milagro
Tras resbalar la cabeza.
Pero todo se consigue
Si es importante la empresa.
Y yo he de encontrar aquí
El corazón de la cuenta.
Ya no queda ni un peldaño
Y aquí aparece la puerta.
Emeterio, continúa:
Detrás está la sorpresa.
Este cerrojo será
Para abrir esta madera.
Mas ¿qué les pasa a mis pies
Que no me aguantan las piernas?

(Una trampa se abre a sus pies y cae.)
¡Ay que te caes, Timoteo!
¿Ésta será la sorpresa?
(En en el suelo, palpándose los huesos.)
¡Y vaya sorpresa, madre!
Me he roto hasta la cadera.
¿Dónde estoy? No veo nada.
Sólo me envuelven tinieblas.

(Una luz avanza hacia él desde un rincón.)
¡Ay, Dios mío! ¿Y esa luz
Que viene hacia mí tan fiera,
qué querrá? Ya los sentidos
me abandonan y las fuerzas.
¡Qué sopor! Estoy soñando
Que muy lejano me llevan.
FRAILE DOS
(Sigue contando en la escalera del piso superiot.)
…Y diez. Acabé la cuenta.
Debe estar aquí la mano
De bronce sobre un insano
Dragón de cara violenta.
Moviendo la mano a un lado
Se debe abrir esta puerta.
(Se abre.)
En efecto, ya está abierta
Como queda demostrado.
A buscar ahora ese cuadro
Que tiene forma de cruz
Y la estrella en que Salud
Fue incrustado sin taladro.
Debo de estar ya muy cerca
Del corazón deseado.
(Se palpa el costado izquierdo.)
Lo noto en la fuerte y terca
Respiración de este lado.
Se alzaba frente a la ojiva
En un espacio del muro.
Voy a abrirla, está muy oscuro,
Para ver la imagen viva.
(Abre la ventana. Se asombra.)
Pero vaya, ¡qué sorpresa!
En blanco está la pared.
¿Y fray Salud? ¿Y la estrella?
De los elefantes…¡res!
Son muchas cosas secretas.

sábado, 16 de julio de 2011

Memorias de un jubilado

Por qué escribo poesía


Había un chico recién llegado al barrio procedente de Galicia que también leía poesía. Era algo mayor que yo y decían que había sido seminarista. Estaba siempre enfermo de no sé qué extraña enfermedad y se pasaba los días acostado en la cama. Cuando llegaba el verano, se sentía con la suficiente fuerza como para levantarse y se sentaba en un sillón de anea que su madre le tenía preparado en el corral de la casa, semicubierto por una parra.
A su sombra y visitado a veces por una suave brisa que movía tímidamente las hojas de la parra, leía poesía de Rosalía de Castro. Por lo que me decía de ella, yo le encontraba cierto parecido con mi idolatrado Bécquer y así se lo dije. Me confesó que aunque había oído hablar del poeta de las Rimas, nunca lo había leído. Fue de ahí de donde nació nuestra amistad y nuestras continuas charlas sobre poesía.
Él decía que la poesía estaba en todas partes, en el río y en el aire, en la luz y en las tinieblas, en el fuego y en el hielo, en la envidia de los hombres y en su amor, en la música y en la historia, en las obras pequeñas y cotidianas de los hombres y en sus grandes monumentos. Sólo había que saber reconocerla, y que sólo unos pocos, los poetas, tienen ese poder.
A mi me sonaba mucho lo que decía porque precisamente lo había leído en Bécquer. Y se lo dije mientras buscaba en mi libro de cabecera la Rima V para leérsela. Se la leí como mejor supe y él se quedó meditando unos segundos. Luego sonrió débilmente y dijo:
--Es misteriosa la coincidencia que existe a veces entre los pensamientos de las personas pese a mediar entre ellas siglos enteros. Pero yo no me comparo con tu gran poeta porque sólo estoy empezando y Dios sabe si llegaré a besarle los talones algún día. Me encantan los primeros versos de la Rima, ¿cómo dice?
“Espíritu sin nombre,
indefinible esencia,
yo vivo con la vida
sin formas de la idea.”

Espíritu sin nombre, indefinible esencia. Ahí está la gracia. Que estando presente en todas partes, es algo espiritual, algo imposible de definir. Igualmente bellos y claros son los versos con que se cierra la Rima.
Y me hizo repetírselos:
“Yo soy el invisible
anillo que sujeta
el mundo de la forma
al mundo de la idea.
Yo, en fin, soy ese espíritu,
desconocida esencia,
perfume misterioso
de que es vaso el poeta.”

Y un día en que él, como otras veces, me había leído algunas poesías de Rosalía de Castro y yo otras de Bécquer, me confesó con cierto pudor que tenía un cuaderno lleno de poesías imitadas de otras de su paisana la poetisa de Santiago. Pero no quiso leerme nada hasta pasado algún tiempo, en que yo, motivado por su ejemplo, empecé a garabatear algunos versos imitando a Bécquer, y en otro encuentro le leí unos cuantos que había corregido hasta la extenuación.
No los aprobó ni los desaprobó. Se limitó a destacarme un pasaje que le había llamado la atención, el que aludía a la luz pálida de la luna reflejada en el cristal de la amada, una chica inexistente. Luego abrió su cuaderno por una hoja señalada y me leyó un poema tristísimo en que la lluvia caía sobre el cementerio de una ciudad y el poeta, empapado hasta los huesos, pronunciaba junto a la tumba de su madre el nombre escrito sobre la lápida, mientras el llanto del cielo se confundía con el suyo.
Gracias, por un lado, a Bécquer y, por otro, a mi amigo el seminarista, aquel mismo verano, me compré una libreta rayada y empecé a escribir poesía, eso sí, una poesía inspiradas en las propias Rimas de Bécquer. En los poemas, donde intentaba medir las sílabas de los versos y ajustarme lo máximo posible a la combinación becqueriana de heptasílabos y endecasílabos, salían ábsides iluminados por la luz de la luna, ajimeces tras los cuales se adivinaba la mano blanca de una mujer, arrayanes junto a surtidores nocturnos, auras suaves y apacibles de melancólicos crepúsculos, blasones heráldicos que tenían esculpidos corazones, briales que ceñían esbeltas cinturas de damas medievales, cantigas que entonaban trovadores enamorados en honor de sus musas, celosías que velaban misteriosamente rostros femeninos, cendales de seda que transparentaban curvas y pieles exquisitas, dédalos de callejas por donde el enamorado de turno camina en busca de la casa donde vive su enamorada, endriagos con mezcla de rasgos humanos y de bestias productos de horribles pesadillas, jaramagos que habitaban solares llenos de escombros y apartados rincones de cementerios aldeanos, lucillos o urnas de piedra donde estaban enterrados personajes importantes, náyades, ninfas y ondinas bajo cuya advocación estaban las fuentes, los lagos o los ríos, reflejos de luna rielando en el haz de los estanques, lagos y ríos, y muchos suspiros y sombras, nieblas, céfiros y olas gigantes, susurros y paisajes vistos a través de un tul, hilos de luz, armoniosos ritmos, fugitivas notas y pupilas nubladas por el llanto, mujeres hermosas y lejanas estrellas, acordes de arpa y de laúd, truenos y relámpagos, castillos en ruinas y tumbas abandonadas, bosques de corales y campos de batalla, deseos que no se cumplen, amores imposibles…, un léxico especial que ya nunca olvidé y que me acompaña aún en los momentos en que busco en el pozo de las palabras alguna que venga bien para expresar lo que quiero.
A diferencia de mi poeta favorito, me acostumbré a poner títulos a mis poemas: Un amor triste, La sombra de su tristeza, Una luz en su ventana, Niebla en el alma, Susurros de ruinas, Una tumba de iglesia, Solos bajo la tormenta y cosas así. El menos malo de todos era uno que se titulaba Mi mano en su corazón.
“Llovía en el jardín,
y en el banco vencido del naranjo,
como sombras ausentes,
en nuestro amor soñábamos.

El tiempo no existía,
ni la lluvia ni el banco:
sólo el suave latido de su pecho
besándome la mano.

No sé cuánto duró el bello momento,
pero cuando al fin nos levantamos
y dejamos la lluvia del jardín,
éramos novios jurados.”

Esa libreta rayada viajó entre mis cosas a Barcelona cuando otro verano nos trasladamos la familia a la ciudad condal, en cuya Universidad me matriculé en septiembre para cursar Filosofía y Letras. Para entonces ya había descubierto otros poetas y mi forma de escribir había cambiado algo aunque los motivos empezaron a ser los siguientes: Zamora, los recuerdos, el tiempo que pasa inexorablemente, el amor a la naturaleza, la transición de la infancia a la adolescencia, la familia y temas cercanos a la propia existencia.
Con ayuda de mi amigo el poeta seminarista me inicié en la poesía de Unamuno, y aunque a mí me parecieron siempre los versos del rector salmantino versos de dura fonética, su fondo existencial y profundamente religioso y su intenso amor por las tierras castellanas me hacían pensar mucho.
“Tú me levantas, tierra de Castilla,
en la rugosa palma de tu mano,
al cielo que te enciende y te refresca,
al cielo, tu amo.

Tierra nervuda, enjuta, despejada,
madre de corazones y de brazos,
toma el presente en ti viejos colores
del noble antaño.

Con la pradera cóncava del cielo
lindan en torno tus desnudos campos,
tiene en ti cuna el sol y en ti sepulcro
y en ti santuario.” Etcétera.

Y en la de los posiblemente más grandes líricos de nuestra poesía de todos los tiempos, Fray Luis de León y San Juan de la Cruz. En las hermosísimas liras de uno y otro aprendí de todo, especialmente, la aparente serenidad que vela una pasión inmensa. Modelo de poesía intimista y religiosa y existencial y comprometida, dejando aparte la simbología y el mundo de las imágenes y metáforas, tan rico sin duda, son las Canciones del alma de San Juan de la Cruz.
“En una noche oscura,
con ansias en amores inflamada,
¡oh dichosa aventura!,
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada.

A oscuras, y segura
por la secreta escala disfrazada,
¡oh dichosa ventura!,
a oscuras, y en celada,
estando ya mi casa sosegada.

En la noche dichosa,
en secreto que nadie me veía,
ni yo miraba cosa,
sin otra luz y guía,
sino la que en el corazón ardía.” Etcétera.

Por mi cuenta, me empapé de las Coplas de Jorge Manrique. ¡Cuánta emoción contenida en una elegía! ¡Y cuánta sentencia universal aplicada a un hecho doloroso y personal! Jamás había leído un llanto por la muerte de un padre tan sereno y equilibrado. Jamás había leído una filosofía humana tan acertada sobre la brevedad de la vida, las vanidades terrenas y el poder igualatorio de la muerte.
“Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando;
cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,
cualquier tiempo pasado
fue mejor.

Pues si vemos lo presente
cómo en un punto se es ido
y acabado,
si juzgamos sabiamente,
daremos lo no venido
por pasado.
No se engañe nadie, no,
pensando que ha de durar
lo que espera
más que duró lo que vio,
pues que todo ha de pasar
por tal manera.” Etcétera.

Y de la serena melancolía y dulzura del Garcilaso de algunas églogas, como la que nos muestra al pastor Salicio doliéndose del comportamiento desdeñoso y cruel de Galatea, la ninfa de sus sueños.
“Por ti el silencio de la selva umbrosa,
por ti la esquividad y apartamiento
del solitario monte me agradaba;
por ti la verde hierba, el fresco viento,
el blanco lirio y colorada rosa,
y dulce primavera deseaba.
¡Ay, cuánto me engañaba!
¡Ay, cuán diferente era,
y cuán de otra manera
lo que en tu falso pecho se escondía!
Bien claro con su voz me lo decía
la siniestra corneja repitiendo
la desventura mía.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.” Etcétera.

Y, especialmente, de algún soneto, como el que defiende el Carpe diem contra el tiempo veloz y la vejez que todo lo transforma a peor y que ya don Ramón nos lo había hecho aprender en sus clases de Literatura.
“En tanto que de rosa y azucena
se muestra la color de vuestro gesto,
y que con vuestro mirar ardiente, honesto,
enciende el corazón y lo refrena,

Y en tanto que el cabello, que en la vena
del oro se escogió, con vuelo presto
por el hermoso cuello blanco, enhiesto,
el viento mueve, esparce y desordena;

Coged de vuestra alegre primavera
el dulce fruto, antes que el tiempo airado
cubra de nieve la hermosa cumbre.

Marchitará la rosa el viento helado;
todo lo mudará la edad ligera,
por no hacer mudanza en su costumbre.”

Y desde luego el Machado de Campos de Castilla, con el nombre del Duero siempre en los labios y en la memoria los recuerdos de los días felices vividos en Soria en compañía de su joven esposa Leonor, que luego, con la muerte prematura de ella, se convirtieron en insufribles el resto de su vida, aunque motores vivos de profunda poesía.
“¿No ves, Leonor, los álamos del río
con sus ramajes yertos?
Mira el Moncayo azul y blanco; dame
tu mano y paseemos.
Por estos campos de la tierra mía,
bordados de olivares polvorientos,
voy caminando solo,
triste, cansado, pensativo y viejo.”

Cinco adjetivos exactos para pintar al hombre y al poeta tras la trágica experiencia vital que tuvo que vivir.
O este romance que sigue a la composición anterior.
“Soñé que tú me llevabas
por una blanca vereda,
en medio del campo verde,
hacia el azul de las sierras,
hacia los montes azules,
una mañana serena.
Sentí tu mano en la mía,
tu mano de compañera,
tu voz de niña en mi oído
como una campana nueva,
como una campana virgen
de un alba de primavera.
¡Eran tu voz y tu mano,
en sueños, tan verdaderas!...
Vive, esperanza, ¡quién sabe
lo que se traga la tierra!”

lunes, 11 de julio de 2011

Fotografías que hablan

El puente de los anuncios

En el recuerdo y el alma de todos los visitantes enamorados de Venecia, este puente será siempre el Puente de los Suspiros. ¡Cuántos condenados, camino de la muerte, pasaron por aquí a lo largo de la historia de la ciudad de los canales! La mirada se confunde, sin embargo, cuando tropieza en su paseo por este magno anuncio de otro tipo de belleza. La cacatúa acariciada por las manos femeninas ya no necesita volar más. Le basta el perfil marfileño de la caricia de la modelo publicitaria. Pero la mirada aprende de los errores y rectifica sabia contra el engaño pasajero del consumismo humano. Ahí, bajo el Puente inmortal, fluye el agua de los espejos, que es el agua viva que se llena de luz, de esa luz que siempre viene de arriba a dar trascendencia a las cosas de aquí abajo.

Junto al anuncio, pasajero, engañoso, sigue en pie el Puente de los Suspiros, hablando al corazón de la vida y la muerte que tejieron un poco de la historia de Venecia, mientras debajo fluye el canal del presente, impertérrito, sólo atento a construir nueva vida.


viernes, 8 de julio de 2011

De vista, de oídas, de leídas

Otro robo al Arte y la Literatura
Todos los medios de comunicación se han hecho eco del robo del Códice Calixtino de la Catedral de Santiago de Compostela. Y nadie sabe nada. Y por lo visto sólo cinco personas, incluido el deán de la Catedral, poseía la llave de la caja fuerte donde se hallaba la joya literaria junto con otros objetos artísticos. A veces ocurren cosas cuya explicación, a la larga, es sencillísima. Esperemos que esta vez también sea así y el Códice Calixtino, que tiene un valor incalculable (en cierta ocasión que salió de los honorables muros de la Catedral se aseguró por mil millones de pesetas) aparezca lo antes posible (de momento, la policía sigue varias pistas).
El Códice llevaba ocho siglos en Santiago, desde que uno de sus autores, Aimérico de Parthenay, lo trajera desde Francia en el siglo XII y lo donara a la Catedral de Santiago para redimir a su alma. Se llama Calixtino porque la recopilación de los cinco libros de que se compone el Códice se debe al Papa Calixto II. Es un manuscrito iluminado de mitad del siglo XII que habla del camino de Santiago incluyendo consejos, costumbres de las gentes que viven a lo largo del Camino, milagros y textos relacionados con el Apóstol, etcétera. Está dividido en cinco libros, precedidos de una carta del Papa Calixto II: Libro de las liturgias, Libro de los Milagros, Traslación del cuerpo del apóstol a Santiago, Conquistas de carlomagno y Guía del peregrino. Les siguen dos apéndices, el primero de los cuales recoge Obras polifónicas.

jueves, 7 de julio de 2011

Memorias de un jubilado


Por qué escribo poesía

Disfrutaba leyendo cualquier cosa de Bécquer. Disfrutaba con sus hermosas Leyendas, insufladas de honda y misteriosa poesía, y que a mí me parecían y aún me siguen pareciendo filones de prosa poética cuando no verdaderos poemas en prosa algunos pasajes de ellas. Me estremecía leyendo Los ojos verdes, viendo cómo Fernando de Argensola encontraba gustoso la muerte en el fondo de la Fuente de los Álamos atraído inexorablemente por la bellísima mujer diabólica que moraba en sus aguas.
Me entraba una pena inconsolable cuando terminaba de leer las últimas palabras de El rayo de luna, relato hermosísimo que cuenta la decepción del joven caballero Manrique, poeta para más señas y amante de la soledad y la naturaleza, que una noche de verano cree ver en una arboleda de Soria el vestido blanco de una mujer, quizá la mujer con la que ha soñado siempre, y cuando empieza a hacerse ilusiones con la bella dama, descubre que no es más que un rayo de luna que se ha filtrado a través de las copas de los árboles hasta el suelo.
Mientras leía y releía con fruición cualquier sección del libro de Bécquer, iba de una página a otra subrayando frases o aprendiéndomelas de memoria, y eran especialmente frases que tenían que ver con la poesía.
En la primera de las Cartas literarias a una mujer tenía subrayados estos tres pequeños parrafitos, que considero importantes para el caso.
“Sobre la poesía no ha dicho nada casi ningún poeta; pero, en cambio, hay bastante papel emborronado por muchos que no lo son.
El que la siente se apodera de una idea, la envuelve en una forma, la arroja en el estudio del saber, y pasa. Los críticos se lanzan entonces sobre esa forma, la examinan, la disecan y creen haberla entendido cuando han hecho su análisis.
La disección podrá revelar el mecanismo del cuerpo humano; pero los fenómenos del alma, el secreto de la vida, ¿cómo se estudian en un cadáver?”
He aquí la diferencia insalvable entre la materia y el espíritu y un detalle que nos acerca a entender un poco mejor la poesía. La forma empleada en la poesía se puede analizar y explicar, pero no la idea, la emoción que da vida a esa forma. El peligro está en considerar como muchos críticos hacen que la forma, la expresión, las palabras, el idioma son los que dan la vida a la idea; podrán darle vestido, adorno, pero nunca vida propia. “Los fenómenos del alma, el secreto de la vida”, eso es, creo yo, lo que importa en la poesía.
En la misma carta hay una especie de justificación de por qué se escribe poesía.
“La poesía es en el hombre una cualidad puramente del espíritu; reside en su alma, vive con la vida incorpórea de la idea, y para revelarla necesita darle una forma. Por eso la escribe.”

El poeta escribe poesía porque necesita revelar lo que reside en su alma. Es una explicación. Para mí Bécquer entonces era mi único referente y cuanto dijera acerca de su modo de crear poesía constituía una biblia para mí.
En la segunda carta literaria aparece, al respecto, el siguiente pasaje:
“Cuando siento no escribo. Guardo, sí, en mi cerebro escritas, como en un libro misterioso, las impresiones que han dejado en él su huella al pasar; estas ligeras y ardientes hijas de la sensación duermen allí agrupadas en el fondo de mi memoria hasta el instante en que, puro, tranquilo, sereno y revestido, por decirlo así, de un poder sobrenatural, mi espíritu las evoca, y tienden sus alas transparentes, que bullen con un zumbido extraño, y cruzan otra vez a mis ojos como en una visión luminosa y magnífica.”

Impresiones, sensaciones… Ese es el origen. En cuanto al poder sobrenatural del espíritu creador, volvemos a encontrarnos con la tan traída y llevada teoría romántica de la inspiración. El caso es que Bécquer era mi ídolo entonces y creía a pies juntillas lo que decía en aquel libro, que fue una especie de biblia de poetas para mí.
Por eso tampoco he olvidado un solo renglón de su artículo sobre La soledad, bellísimo libro de poesía de su amigo Augusto Ferrán. Tras leerlo, redacta una página memorable sobre preceptiva literaria, en concreto, sobre poesía, sobre las dos clases de poesía que existen para él.
“Hay una poesía magnífica y sonora; una poesía hija de la meditación y el arte, que se engalana con todas las pompas de la lengua, que se mueve con una cadenciosa majestad, habla a la imaginación, completa sus cuadros y la conduce a su antojo por un sendero desconocido, seduciéndola con su armonía y su hermosura.
Hay otra natural, breve, seca, que brota del alma como una chispa eléctrica, que hiere el sentimiento con una palabra y huye, y desnuda de artificio, desembarazada dentro de una forma libre, despierta, con una que las toca, las mil ideas que duermen en el océano sin fondo de la fantasía.
La primera tiene un valor dado: es la poesía de todo el mundo.
La segunda carece de medida absoluta, adquiere las proporciones de la imaginación que impresiona; puede llamarse la poesía de los poetas.
La primera es una melodía que nace, se desarrolla, acaba y se desvanece.
La segunda es un acorde que se arranca de un arpa, y se quedan las cuerdas vibrando con un zumbido armonioso.
Cuando se concluye aquélla, se dobla la hoja con una suave sonrisa de satisfacción.
Cuando se acaba ésta, se inclina la frente cargada de pensamientos sin nombre.
La una es el fruto de la unión del arte y la fantasía.
La otra es la centella inflamada que brota al choque del sentimiento y la pasión.”

Sin embargo, en lo que yo perdía más tiempo era leyendo y releyendo docenas de veces las Rimas. Llegó un momento en que me sabía de memoria prácticamente todas y las recitaba en voz alta a la orilla del río o en el desván de la casa. Luego empecé a recitar alguna a mis mejores amigos, a aquéllos que sentían el mismo amor que yo por la naturaleza, por el río, los gusanos de seda, los vencejos, las aceñas, las ruinas de los tajamares del puente romano volcados en mitad del agua, los reflejos de la catedral, el ruido del viento en las copas más altas de los álamos y el ruido, casi un secreteo de voces, del agua en las piedras de las azudas…


Una de las que más me pedían mis amigos que les recitara era aquélla en la que la desesperación de Bécquer es extrema:
“Mi vida es un erial,
flor que toco se deshoja;
que en mi camino fatal
alguien va sembrando el mal
para que yo lo recoja.”

Otra era de amor:
“Por una mirada, un mundo;
por una sonrisa, un cielo;
por un beso…, yo no sé
qué te diera por un beso.”

Casi todas eran así, breves y concentradas. Aunque había alguna extensa que también me pedían. Como la que trata de la muerte de una niña, cuyo estribillo, “¡Dios mío, qué solos / se quedan los muertos!”, suena de vez en cuando como solemnes campanadas de luto. A propósito, debo confesar que a mí me encantaba recitarla:
“Cerraron sus ojos
que aún tenía abiertos,
taparon su cara
con un blanco lienzo,
y unos sollozando,
otros en silencio,
de la triste alcoba
todos se salieron.

La luz que un vaso
ardía en el suelo
al muro arrojaba
la sombra del lecho,
y entre aquella sombra
veíase a intérvalos
dibujarse rígida
la forma del cuerpo.

Despertaba el día,
y a su albor primero
con sus mil ruidos
despertaba el pueblo.
Ante aquel contraste
de vida y misterio,
de luz y tinieblas,
medité un momento:
¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos! “ Etcétera.

miércoles, 6 de julio de 2011

El relato del mes

El aroma de Félix de Sanabria


Así se llama una receta de cóctel que encontré entre los papeles de mi abuelo Félix de Sanabria. La mezcla del combinado ya me pareció de las más curiosas. Llevaba, según la receta, seis partes de orujo de hierbas del que se fabricaba en la comarca, tres partes de zumo de cereza, un chorrito de coñac y unas gotas de limón exprimido. Como en el pueblo aún vivía un hombre que había conocido a mi abuelo, me fui a hablar con él por si sabía alguna cosa más sobre el Aroma de Félix de Sanabria. El hombre se alegró mucho de ver a un familiar de su antiguo amigo y compañero de aventuras y enseguida se sinceró conmigo. Me contó la historia del cóctel de mi abuelo, que al poco tiempo se había hecho famoso en el lugar y en parte de Galicia, y de las alegrías que vivieron juntos gracias al combinado. Me dijo sonriendo con su boca sin dientes que el cóctel tenía, además de virtudes digestivas, otras claramente sexuales y que en más de una ocasión había sacado a mi abuelo de un apuro. Sonreí yo también al oírlo y acto seguido le pregunté si sabía de la existencia en algún lugar del aroma o, al menos, algún rastro de él. Me miró a través de las pequeñas rendijas de sus ojos como escudriñando mis verdaderas intenciones antes de responderme con otra pregunta: si había explorado bien la casa. Le contesté que, hasta donde yo podía hacerlo, sí. Sonrió de nuevo con su boca desdentada y me confesó, tras un rodeo, que mi abuelo siempre había guardado con mucho celo sus descubrimientos y que, aunque el paso del tiempo era una barrera difícil de salvar, aún era posible que algún ingrediente estuviera escondido en la parte más fresca de la casa. Le di las gracias por su información y confianza y me despedí del simpático viejo prometiéndole que si encontraba rastros del aroma, le invitaría a probarla de nuevo.


Ya en la casa de mi abuelo Félix, bajé otra vez a la bodega sospechando que no le había dedicado la atención necesaria la primera vez que la visité. Miré y remiré de arriba abajo y lo único que encontré fue un tarro de cerezas sumergidas en un licor que descansaba, en la sombra y envuelto de telarañas, sobre una repisa de nogal situada entre dos toneles de vino. Un tanto decepcionado, me contenté con abrir el tarro de cristal y echarme al coleto tres cerezas de su interior. El calor que inundó a los pocos segundos mi cuerpo es indescriptible y enseguida experimenté la sensación de estar flotando en un mundo feliz como el de mi abuelo. Luego el sopor se adueñó completamente de mí. Cuando desperté, era casi de noche.

Al día siguiente sonaron unos golpes en la puerta. Era el viejo amigo de mi abuelo. Me preguntó si había dado con el rastro del aroma. Negué con la cabeza añadiendo que sólo había encontrado un tarro de cerezas nadando en un licor especial. Entonces volvió a enseñarme su boca sin dientes en una risa abierta, franca, total y dijo:
--Muchacho, ese es el ingrediente principal y misterioso de la receta de Félix. El zumo de cerezas. ¿Te queda algo?
Le respondí que sí y le expliqué, para ponerle sobre aviso, los efectos que había sentido tras comerme las cerezas.
--¡Oh, muchacho, muchacho! Ese es el fuego del amor—exclamó iluminándosele el brillo del fondo de las rendijas de sus ojos.

sábado, 2 de julio de 2011

Galería personal

Tres cuadros más

Este año ha sido poco pródigo en pintura, si bien cabe reseñar que un trabajo de 2007 sobre la Intolerancia ha visto por fin la luz en la Exposición Internacional que el mes de junio pasado se abrió en Hospitalet de Llobregat, tal como ya dejé dicho en este blog hace unas entradas.
Ahora traigo tres manifestaciones del presente año, una vista del Castillo de Zamora, una copia de Ingres y un cuadro cartel sobre la emotividad.
El primer cuadro, con acrílicos y ceras, tiene una larga historia que en este espacio no tiene cabida: sólo diré que la idea de pintarlo me surgió en 2006, durante uno de mis regresos a la ciudad que me vio nacer. En plena restauración, el Castillo y sus jardines eran un lugar muy frecuentado por los zamoranos en especial durante las Semanas Santas, cuando la procesión del Santo Entierro del Viernes Santo hacía un alto obligado delante de la Catedral, muy próxima a este sitio.
La copia de Ingres está realizada, lo mismo que el cartel sobre la Emotividad, con acrílicos, mi último gran descubrimiento, está realizada sobre un puzzle, procedimiento que también inicié hace tiempo.
Finalmente, el susodicho cartel es una continuación de la serie de denuncias y afirmaciones que hace años comencé (2007) contra la Intolerancia, obra de la que ya he hablado aquí, en mi blog.