(Del diario de apuntes en Tossa de Mar)
En otro orden de cosas, debo anotar aquí las agradables sensaciones que vivimos una noche viendo a la hora de nuestro cine La señora Lowry y su hijo (Reino Unido, 2019, dirigida por Adrian Noble e interpretada en sus principales papeles por Timothy Spall y Vanessa Redgrave, encarnando respectivamente al artista británico L.S. Lowry, una de las figuras artísticas más importantes del Reino Unido de mediados del siglo 20, que pintó con expresión lírica y apasionada el noroeste industrial de Inglaterra, y su madre, una anciana posesiva). La película retrata la complicada relación que mantiene el pintor con su madre, una mujer empeñada en criticar cualquiera de los gustos artísticos de su hijo y explotadora de sus atenciones caseras y personales como hijo.
Y también el contenido del libro que una mañana bajé a la playa, Biografía del miedo, de Enrique Salgado (Plaza Janés, Barcelona, 1964), un libro misceláneo que retrata este sentimiento humano que ejerce honda influencia en nuestro modo de vivir. En cuanto lo vi en Barcelona en el Dominical del Llibre el 23 de marzo de 2015 y leer la dedicatoria al novelista Gironella, viejo amigo de los premios Don Balón, de los que él en novela y yo en poesía compartimos en los años 80 y parte de los 90 (“A José María Gironella, que tuvo miedo a la lisis de su mente”) lo compré al instante. Y cada vez que entro en el mundo de sus páginas, viene a mi mente Anatomía del miedo, de José Antonio Marina, y sin embargo, aunque contiene ciencia médica (Salgado fue un importante oftalmólogo), la Biografía va por otros derroteros y su lector se siente más tranquilo recorriéndolo con otros tipos de sentimientos y sensaciones amables y positivas que el lector de la Anatomía, que no deja de sentirse cohibido e inquieto con su lectura.
Rincón para para poesía
VENDAVAL PEREGRINO
A León Felipe,
otro zamorano de la diáspora… forzosa.
Aunque eras zamorano,
Olvidaste las calles de los pueblos
Para elegir los caminos inescrutables
De razas y lenguas diferentes.
Y, pudiendo echar la siesta de Castilla
A la sombra de un árbol campesino,
Elegiste el sol de un paisaje extranjero
Que llenó de polvo tu barba de profeta.
Había dentro de ti un fuerte viento
Que volcaba la escena de tu infancia,
Que borraba el horizonte de tu vida española,
Que empujaba la paz cada día más lejos
De la tierra que amabas.
Había en tu silencio un fuerte viento
Que arrancó tus raíces
Y echó tu tronco talado en la arisca corriente del destierro.
En tu sueño había
El fuerte viento del ansioso peregrino
Que te arrojó a los caminos de nadie,
A los paisajes de llanto y de recuerdos
Donde el hacha de España rompía en dos el río
De españoles perdidos por el mundo.
Para ti, vendaval peregrino,
Pido a Dios un bordón sosegado,
una esclavina de tejido español
y una tumba de tierra tranquila
adornada con flores españolas.
COMO LA TIERRA FÉRTIL
A Miguel Hernández
Figura campesina
Cercada por barrotes de mazmorra,
Por alas oscuras de muerte amarga.
Infancia de cabrero, montes tristes,
Estallido de limpio corazón
Mientras abría a dentelladas su camino.
Incendiada sencillez
Que incendiaba lo que amaba,
Su novia costurera,
Cuerpo de agua en que se reflejaba.
Juncos, besos, olor a libertad,
Novia de la esperanza,
Esposa de la tristeza,
Madre del hambre.
Al verlo inmóvil, envuelto en una manta
Por donde oscuros asomaban sus pies,
Ya huérfanos de todos los caminos,
Se le vino abajo
Toda la existencia que compartió con él.
Sé que habría querido levantarse
Para andar con ella por los campos,
Tenderse juntos sobre la hierba
Y soñar a la luz del cielo azul.
Pero ya la muerte
Había sembrado la carcoma en su cuerpo.
Durante mucho tiempo
No volvió entre nosotros su presencia de surco.
Humilde y callado, esperó como la tierra fértil.
La impotencia de las palabras
Cedió el paso a su rayo que no cesa.
Y aquí sigue su voz deslumbradora,
Y aquellas malas sombras que ultrajaron su perfil
Para siempre sumisamente han desaparecido.
EN LA ÚLTIMA COSTA
A Francisco Brines
La barca ya ha llegado.
La niebla ha rodeado a los que iban
esperando algo nuevo en la última costa,
entre ellos el poeta que amó la vida apasionadamente
y vio a su madre que lo miraba fijamente
mientras él notaba que las lágrimas
le impedían verla como entonces,
como aquella vez que al volver a Elca
y bajar del coche
se vio inundado de repente
por el olor de azahar que había ya olvidado
y vio a sus padres que salían de la casa
con los brazos abiertos para abrazarle.
Pero ahora era la nada y la ceniza
las que salían a su encuentro,
la despedida final, la pérdida de todo
lo que había tenido, la vida, la infancia,
la noche y el placer.
Sólo le quedaba la palabra escrita con amor,
el consuelo de la madre poesía,que decía su nombre
en el mar que acababa de surcar
donde las últimas olas olían a jazmín
y latían ilusionadas
como el corazón del niño que fue un día
La paz que se respira en la playa entre semana no tiene precio. Paz para extenderte en la arena, bañarte en la bahía casi a solas, tomar el sol y leer sin ruidos y voces exasperadas. Hoy el libro ha sido La necesidad del mito La influencia de los modelos culturales en el mundo contemporáneo (Ediciones Paidós, Barcelona, 1991), obra de Rollo May, psicoanalista profesional, según él mismo se define en el Prefacio, en el cual anuncia que el libro se ocupa de “narraciones que aparecen continuamente en la psicoterapia contemporánea”. También justifica la parte del título que se refiere a la necesidad del mito constatando que el origen de muchos problemas de nuestra sociedad se atribuye a la ausencia de mitos “que nos den, como individuos, la seguridad interna que necesitamos para vivir adecuadamente nuestros tiempos.” Es chocante la definición que May da de mito: “Un mito es una forma de dar sentido a un mundo que no lo tiene.” Y pontifica a continuación: “Mediante sus mitos, las sociedades sanas facilitan a sus miembros un alivio para sus neuróticos sentimientos de culpa y su excesiva ansiedad.” He vuelto a dejar su lectura como hice otras veces al releer este fragmento de la página 33: “Todos nosotros tenemos un mito en función del cual construimos nuestra vida. Este mito nos mantiene íntegros y nos da la capacidad de vivir en el pasado y en el futuro sin descuidar el momento presente.” Ante esta divina panacea que proclama May, he vuelto a formularme como las veces anteriores la misma pregunta: “¿Cuál es el mío?” Y ante la imposibilidad de encontrar uno solo que me mantenga entero y me ayude a vivir en una especie de limbo, nirvana o burbuja (¿es Sísifo, Narciso, Fausto, Lucifer, Prometeo…?), cierro el libro y me pongo vivir con y en lo que tengo más inmediato, la mujer, la llamada por teléfono a los hijos, el rato de playa, el vermú diario, los juegos de escribir o pintar, y un largo etcétera que aunque no me mantengan “íntegro”, siguen respetándome la capacidad de saber vivir pese a todo (en este tiempo, la pandemia, la distancia de seguridad, la mascarilla…).