sábado, 17 de noviembre de 2018

IDA VITALE, PREMIO CERVANTES 2018


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El jueves 15 de noviembre, mientras llovía a cántaros sobre los patios del Ensanche barcelonés recibí la feliz noticia de que la poeta, traductora, ensayista, profesora y crítica literaria uruguaya, Ida Vitale, de 95 años, acababa de ser distinguida con el Premio Cervantes 2018 (la autora ha dicho socarronamente del galardón que es “un premio a la ancianidad”), siendo así la quinta mujer en recibirlo (las otras cuatro son, por orden cronológico: la española María Zambrano, en 1988, la cubana Dulce María Loynaz, en 1992, la española Ana María Matute, en 2010, y la mexicana Elena Poniatowska, en 2013). 
Ida Vitale, descendiente de emigrantes italianos, estudió Humanidades y fue profesora de Literatura hasta 1973, cuando se vio obligada a exiliarse en México por la dictadura. Allí conoció a Octavio Paz y gracias a él formó parte del comité asesor de la revista Vuelta. También trabajó de docente en El Colegio de México. Regresó a Uruguay en 1984 para, tras dos años, emigrar a EEUU, viviendo en Austin, Texas, 30 años hasta perder a su segundo marido, también poeta, Enrique Fierro. Regresó en 2016 a Montevideo donde aún reside. 

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Entre sus obras publicadas durante su extensa carrera, destacan La luz de esta memoria, Palabra dada, Paso a paso, Jardín de sílice, Elegías en otoño, Sueños de la constancia y Reducción del infinito. Ida Vitale escribe poemas breves, emplea lenguaje simbolista y muchos de sus temas tratan de la propia creación poética. Sus referentes principales son, entre otros, Delmira Agustini, Gabriela Mistral, Juan Ramón Jiménez y José Bergamín, que había sido profesor suyo en Montevideo. También escribió ensayo: El ejemplo de Antonio Machado, Cervantes en nuestro tiempo, Juana de Ibarbourou, etc. Ha recibido varios premios antes del Cervantes, entre otros, el Octavio Paz, el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana o el Max Jacob.
Ida Vitali, que pensaba que “la poesía social es propaganda” y afirmaba que “pese a las dificultades por las que atraviesa el mundo hoy: las prisas, el poder o el protagonismo mortal del dinero, la poesía perdurará y se leerá hoy y siempre”, escribió poemas como los siguientes:

Gotas

¿Se hieren y se funden?
Acaban de dejar de ser la lluvia.
Traviesas en recreo,
gatitos de un reino transparente,
corren libres por vidrios y barandas,
umbrales de su limbo,
se siguen, se persiguen,
quizá van, de soledad a bodas,
a fundirse y amarse.
Trasueñan otra muerte.”

Verano 

Todo es azul, lo que no es verde
y arde,
I.N.R.I.
igne natura renovatur integra
en este aceite grave del verano;
cae el que pesa el vuelo de los pájaros
y blasfema del pájaro sin vuelo,
cae la excrecencia verbal =
la agorería = el trofeo,
la joya sobre la vieja piel de siempre.
Quien se sienta a la orilla de las cosas
resplandece de cosas sin orillas.

Residua 

Corta la vida o larga, todo
lo que vivimos se reduce
a un gris residuo en la memoria.
De los antiguos viajes quedan
las enigmáticas monedas
que pretenden valores falsos.
De la memoria sólo sube
un vago polvo y un perfume.
¿Acaso sea la poesía?

Cuadro

Construimos el orden de la mesa,
el follaje de la ilusión,
un festín de luces y sombras,
la apariencia del viaje en la inmovilidad.
Tensamos un blanco campo
para que en él esplendan
las reverberaciones del pensamiento
en torno del icono naciente.
Luego soltamos nuestros perros,
azuzamos la cacería,
la imagen serenísima, virtual,
cae desgarrada.

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jueves, 8 de noviembre de 2018

LECTURAS PARA DÍAS DE LLUVIA.- EN VERSO Y PROSA, 2


Por la ventana del salón

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Por la ventana del salón contemplo
bajar la lluvia en vuelo, en luz, en calma.
Es un día de otoño generoso,
casi vivo, casi humano, con alma.
Los acantos inclinan sus cabezas
para que los bautice el agua clara
que desciende del cielo como un beso
tejido con la miel de la esperanza.
Es un cuadro de amor limpio, perfecto,
consentido, entre el jardín y el agua.
Las perlas suspendidas en las hojas
son cuentas del collar que los abraza.

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No necesito viajar mucho ahora
para ver que el amor es siempre llama.
Me basta con lo que estoy contemplando
en esta amable lluvia, esta mañana,
en que el amor más libre y limpio arde
entre el acanto adónico y el agua,
como un fuego de besos suspendido
a lo largo de una columna sacra.

Siempre tengo a mi alcance un paraíso
en el cuadro sin fin de mi ventana.
Que Dios me lo conserve siempre a mano
para cuando el amor me dé la espalda.
                                   
(en recuerdo de José García Nieto)





Lléveme al infierno

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El mecánico le mostró al visitante en el fondo del garaje un automóvil prácticamente nuevo.
“Este es el coche, le dijo, intacto, impecable, y nadie en este pueblo quiere comprarlo por este precio irrisorio.” Y le mencionó el precio.
“Trato hecho, contestó el forastero echando mano a la cartera. Ahora mismo me lo llevo.”
“Sin embargo, añadió el mecánico, me veo obligado a decirle que pesa sobre el coche una singular maldición.”
“Me da igual, afirmó el comprador mientras ponía sobre la mesa del encargado del taller un fajo de billetes. No creo en supersticiones.”
“Aun así, deje que le explique lo que ocurrió en él. No quiero que luego se arrepienta de la compra.”
“Adelante, cuente. No soy nada impresionable.”
“Pues cuentan que su anterior propietaria fue estrangulada mientras conducía.”
“Habladurías de la gente ociosa. Me lo llevo.”
“A pesar de su firmeza, podemos hacer una cosa, volvió a la carga el mecánico recogiendo el dinero de la mesa. Primero dé una vuelta con el automóvil y si nota algo raro mientras va al volante, lo trae al taller y le devuelvo el dinero. ¿Está de acuerdo?”

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El forastero sonrió incrédulo y aceptó la condición. Subió al coche, lo arrancó, puso marcha atrás para salir del garaje y a los pocos minutos rodaba por una carretera comarcal flanqueada por dos hileras de chopos. Se miró un instante al espejo retrovisor, se dedicó una carcajada triunfal y pisó ufano el acelerador. De repente, mientras los chopos volaban a una velocidad increíble a su paso, el conductor sintió una fuerte presión de dedos huesudos y helados en un brazo y una voz hueca y destemplada junto a su oído izquierdo: “¡Lléveme al infierno!” Fueron unos segundos de angustia irrefrenable, pero enseguida todo volvió a la normalidad. Sin embargo, para entonces el comprador ya no mostraba ni una pizca de fanfarronería. Giró en redondo el coche con la taxativa intención de devolver el maldito vehículo al oscuro rincón de garaje de donde no tenía que haber salido nunca.


 


sábado, 3 de noviembre de 2018

LECTURAS PARA DÍAS DE LLUVIA .- EN VERSO Y PROSA, 1


Haikus

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Salamanquesa.
Por la tapia alumbrada
la noche trepa.
Por San Lorenzo
la noche llora lágrimas
de luz y fuego.
La viña virgen
pone falda a las tapias
de los jardines.

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Entre las sombras
las manos de la aralia
piden limosna.

La flor de moro
es humilde esmeralda
y botón de oro.

Las amapolas
llevan sangre en la falda,
luto en el pecho.
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Sueño y realidad de Arias Gonzalo


1.

En el momento en que Bellido Dolfos abandonó a toda prisa la ciudad de Zamora cuando la ciudad estaba siendo sitiada por el rey de Castilla Sancho II, ya supo el alcaide Arias Gonzalo que un día habría de lamentar haber dejado escapar a aquel vasallo desleal. Por lo pronto se asomó a las almenas para avisar al monarca con aquellas palabras que siempre repetirían los romances que se escribieron sobre el sitio de Zamora: “Rey don Sancho, cuídate del criminal Bellido Dolfos, que va hacia ti con engaños.” Pero a pesar del aviso, la historia siguió su curso y ocurrió que entre las sombras nocturnas de envidia y mal bajo engaños de enseñarle al Rey la forma de entrar en la ciudad por un postigo de la muralla, el traidor Bellido Dolfos hundió su puñal en la espalda de don Sancho, y la noche se transformó en un mar de sangre, en un mar de llanto, en un mar de maldad.
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Y poco después de que el traidor, una vez cometido su terrible delito, huyera a la ciudad perseguido por el Cid a lomos de su caballo sin ensillar y sin calzar sus espuelas, y lograra burlar su lanza, que sólo logró clavarse en la puerta del postigo, con lo que no evitó que el asesino se perdiera entre las sombras de la noche, Arias Gonzalo, ya recogido en su lecho, soñó que al árbol de su familia hachas de luto y de sal amenazaban romperlo rama a rama hasta dejarle a él sumido en la tristeza y en la soledad.

Unos gritos le despertaron. Venían del campamento de los sitiadores y pedían justicia.


2.

Arias Gonzalo ya no volverá a coger el sueño. Conoce de sobra la historia y lo que le aguarda a Zamora y a los zamoranos, a él y a su familia. Al alba el castellano Diego Ordóñez retará a toda Zamora con palabras que hacen daño tanto al alma como al cuerpo. Ordóñez retará tanto a los vivos como a los muertos, a las mujeres y a los hombres, a los mayores y a los pequeños, a los que ya están nacidos y a los que están por nacer. Por retar, Ordóñez retará a la carne y al pescado y hasta a las aguas del río Duero.

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Y así sucede. Nada más rayar el alba, bien armado y montando un caballo negro, el soberbio castellano Diego Ordóñez se arrimó al pie de la muralla y desde allí, levantando la voz, llamó a la ciudad traidora y retó a todo el consejo con las palabras que el viejo alcaide había escuchado en sueños. Con gran dolor en el alma Arias Gonzalo le respondió con estas otras: “¿Qué culpa tienen los niños, las mujeres y los muertos? No sabéis lo que decís, Ordóñez, mal caballero. Pero si retáis así al linaje y al consejo, debéis saber, según rigen las leyes de los retos, que habéis de lidiar con cinco caballeros zamoranos.” Ordóñez le respondió tan pedante como necio: “Todos igual de traidores o considera mi acero, y con él he de vengar la traición que aquí habéis hecho.”


3.

El puente de piedra tiembla sobre las aguas del Duero cuando el viejo Arias Gonzalo está preparando a sus hijos para lavar el ultraje que la ciudad ha sufrido.

Y tal como viera en sueños, sus hijos son abatidos, sangre joven de su sangre, las flores de su jardín.

Con los ojos arrasados por las lágrimas y el corazón hecho pedazos, asiste el padre a las honras que el pueblo les ha ofrecido.

El Duero muele en la aceña con el alma en carne viva y en las murallas los musgos rezuman llanto de siglos.

Pero Dios quiso que todo no fuera duelo y en vano, y el sueño de Arias Gonzalo se cumplió con buen final. Ocurrió que Pedro de Arias, el segundo hijo inmolado, antes de morir hirió al pedante enemigo y abrió la cabeza en dos del caballo que montaba, y el animal, medio muerto y casi ciego, sacó del campo al jinete, dando fin al desafío. Y el vivo fuera del campo, y el muerto dentro del sitio, se decretó que no había ni vencedor ni vencido. Dios se había puesto de parte del honrado Arias Gonzalo. Y bajo el puente de piedra rió el Duero nuevamente, mientras todas las campanas repicaban afirmando que la ciudad de Zamora no se gana en una hora.
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