sábado, 31 de octubre de 2009

DE VISTA, DE OÍDAS, DE LEÍDAS

Lunas de hiel






Dentro del ocio, ir al cine a ver una película ocupa un lugar muy gratificante. Y si ésta deja hoda huella en el alma, el ocio se convierte en vivencia. Películas que hayan significado eso para mí existen unas cuantas, de las cuales las que vi en mi infancia y mi adolescencia se llevan la palma. Con el paso del tiempo son cada vez menos las películas que influyen en uno de ese modo. Aún así, de vez en cuando hay alguna que te sacude el alma con un montón de sentimientos muchas veces encontrados. Eso ocurre, por lo menos en mi caso, con Lunas de hiel, película que dirigió en 1992 Roman Polanski y cuya acción principal transcurre en un crucero con destino a la India. Lo que parece desde el principio un viaje de placer (la fotografía es excelente y las vistas del océano desde la cubierta del barco son un buen ejemplo) se convierte casi en una pesadilla, que va desde la atracción hasta la repugnancia, desde el momento en que el matrimonio compuesto por Nigel (Hugh Grant) y Fiona (Kristin Scott-Thomas), que tras siete años de matrimonio han decidido realizar ese viaje, encuentran bebida en el lavabo de señoras a Mimi (Emmanuelle Seigner), a quien ayudan y finalmente llevan a su camarote. Allí conocerán a Óscar (Peter Coyote), su marido, que está impedido en una silla de ruedas. A partir de ese momento, Nigel, que se siente atraído por Mimi, aguanta las sesiones de confidencias sexuales a que lo somete Óscar con tal de acercarse a su mujer y a través de las cuales se entera de que Óscar es un escritor frustrado que conoce en París de forma totalmente casual a Mimi, camarera de profesión. El flash back juega, por tanto un papel importante en la película, así como el diálogo llevado en su mayor parte por Óscar, un personaje amargado y corrompido desde que tuvo el accidente que lo condenó de por vida a una silla de ruedas y que está dipuesto a favorecer el encuentro sexual entre su propia mujer y Nigel. Al final no se consuma ese encuentro sino que todo se debe a una trampa que le tienden Mimi y Óscar. Las cosas se precipitan por un callejón sin salida hasta la escena en que las dos mujeres, Mimi y Fiona, se besan en la pista de baile ante las miradas atónitas de los concurrentes. Desde aquí a la escena última, golpe de efecto decepcionante aunque lógico, sólo hay el tiempo que emplea Nigel para, buscando a su esposa, llegar al camarote de Mimi donde las dos mujeres duermen juntas. Allí Óscar, con un arma de fuego en la mano (arma que le había regalado Mimi con intenciones clarísimas de que la empleara para sucicidarse), le invita a entrar para que presencie en primer lugar el asesinato de Mimi y luego su propia muerte, que se causa de un tiro en la boca. 139 minutos de toboganes siniestros, mordaces, amargos, ingredientes propios de la filmografía de Polanski, pese a las bellas vistas románticas de París y las esplendorosas marinas que se contemplan desde el barco. Película para ver más de una vez y no olvidar la pasta de que están hechos algunos hombres y algunas mujeres cuando el aburrimiento inunda sus vidas y buscan a toda costa ser "originales" en sus comportamientos cotidianos.

viernes, 30 de octubre de 2009

MEMORIAS DE UN JUBILADO

Barcelona del alma



He dicho en más de una ocasión que si Zamora es mi ciudad natal, de la que guardo un imborrable recuerdo, Barcelona es la ciudad de mi madurez y sin ella, algo muy importante le faltaría a mi alma para ser como es. Ayer nos fuimos mi mujer y yo a pasar en ella una tarde llena de vida. Y subiendo por el Paseo de Gracia arriba, rodeados de turistas, ociosos y gente que va y viene en su trajín laboral cotidiano, hablábamos de lo que Barcelona significa para nosotros. En la ciudad condal nos conocimos una Fiesta de la Merced de hace cuarenta y nueve años, una vida, la vida que llevamos juntos desde entonces. En Barcelona nos casamos y levantamos una familia con trabajo, trabajo y trabajo... y mucho cariño, cariño enriquecido con el apoyo de nuestras respectivas familias. Después, por motivos de trabajo y para evitar los males derivados del estrés que suponía cada mañana salir de Barcelona (la odisea diaria empezaba en Horta, que era donde vivíamos, y se recrudecía al paso por Virrey Amat y, sobre todo, en la Calle Escocia, pero que no acababa hasta por lo menos una hora más tarde en el Colegio donde trabajaba de profesor y donde mis dos hijos estudiaban) para enfrentarme a la carretera y sus peligros (nunca me ha gustado en exceso el coche) hasta llegar a las puertas de Viaró, en el municipio de San Cugat del Vallés. Esos viajes estresantes de cada día en coche al lugar del trabajo nos hicieron pensar seriamente en la necesidad de cambiar de residencia. Y así lo hicimos en la primavera de 1982 (primavera de vida) a la localidad de Cerdanyola del Vallés (donde seguimos), que quedaba a diez minutos del Colegio. Pero aún así, jamás dejamos de volver a Barcelona. De hecho, yo seguía bajando a la ciudad condal casi todos los sábados por la tarde a la tertulia de poetas que José Jurado Morales, de feliz memoria, regentaba en su casa de la calle Conde Borrell, y muchos domingos por la mañana al mercadillo de libros de San Antonio. De vez en cuando toda la familia, al menos hasta que los hijos empezaron a volar solos, íbamos a Barcelona para pasar el día entero en el Pueblo Español, el Puerto, el Tibidabo... cuando no era a alguna comida con familias amigas o con nuestras propias familias. En eso pensábamos mi mujer y yo ayer por la tarde en nuestro paseo por la Barcelona del Ensanche, mientras dejábamos pasar el tiempo sin prisas, haciendo compras, arreglando algunos asuntos relacionados con mi jubilación o tomando chocolate con croissants en plena Plaza de Cataluña, mientras sonaba cerca una orquesta callejera y la noche caía con sus luces y sombras sobre la ciudad , mientras los turistas y los ociosos seguían pasando por delante de nosotros y la gente de trabajo, acabada la jornada laboral, buscaba con alguna prisa, la boca de metro más cercana o la parada de su autobús para volver al descanso y la paz de sus hogares. En ese momento mágico en que mojábamos el croissant en el espeso y caliente chocolate nuestras vidas eran las de dos castellanos inmersos en el mar cosmopolita y siempre hospitalario de Barcelona.

MEMORIAS DE UN JUBILADO

Las ranas (2)



Poseo en mi colección de ranas hasta una treintena de madera, desde la pinza para papeles hasta la marioneta, pasando por la tapadera de tarro, la guitarrista, el sacapuntas o la que tiene como base un tamborcillo verde con peces pintados, y de todas guardo un recuerdo, una anécdota, una experiencia existencial. De esta última, la rana que se apoya sobre un tamborcillo con peces pintados, y no muy atractiva que digamos, guardo, sin embargo, un cariñoso recuerdo porque me acompañó durante un tiempo muy difícil para mí, que fue cuando, allá a mediados de los noventa, me vi obligado a dejar la enseñanza privada donde había estado trabajando veintiocho años, durante los cuales aprendí todo lo necesario para ser buen profesor. Fueron momentos, como digo, muy duros, de los que no sabía cómo salir. Por entonces me compré un coche para ver si eso ayudaba a enfrentarme con éxito a mi nueva vida e inicié un negocio en Sabadell con dos personas de la profesión para ayudar a chicos con problemas de aprendizaje y concentración, algo así como un gabinete psicopedagógico. Un año intentamos sacar adelante aquello, pero circunstancias que no vienen al caso citar aquí, hicieron que todo acabara como el rosario de la aurora. El tiempo pasaba y el mundo laboral parecía separarse cada vez más de mi camino. Un día, con motivo de la visita en Tarrasa a un viejo conocido mío y compañero de aulas e infortunios, encontré en una tienda de la población vallesana una ranita de madera que hacía la reverencia o se ladeaba a un lado o a otro muy graciosamente según se apretara la pieza movible de la base delante, detrás o a los lados. El caso es que la pegué en el salpicadero del coche y, cuando lo ponía en marcha para acudir a algún sitio, acariciaba el tamborcillo de la base de la ranita o, simplemente su boca, esperando que la suerte se pusiera de mi parte. Y vaya si hizo la ranita cosas por mí. Por entonces se habían convocado por última vez Oposiciones a Profesores de Secundaria, eso era en 1997, y yo me presenté a ellas. debo decir que ese mismo año dos detalles de suerte vinieron a mi encuentro y el mundo creativo y laboral se juntaron en mi camino, que parecía empezar a ver la luz: uno fue que, tras apuntarme a las Listas para suplencias en la enseñanza pública o estatal, me llamaron de la Delegación de Sabadell, para que empezara mi trabajo como sustituto en la Escuela Industrial de esa misma población. No tengo que decir la alegría que me llevé al encontrarme de nuevo con el mundo de las aulas, la tiza, las lecciones y el cuidado de la educación de nuevos alumnos. El segundo detalle de suerte fue el premio de poesía que obtuve en Valencia por las Fallas de ese mismo año, premio que me otorgó un jurado presidido por Francisco Brines y que se encargó de entregarme en mano la que había sido ministra de cultura con Felipe González Carmen Alborg. Pero la suerte más grande fue el haber conseguido una plaza en las Oposiciones. Las pruebas se realizaron en un Instituto de Tarrasa y, cada vez que estacionaba el coche en las inmediaciones del Instituto para enfrentarme a una nueva prueba, acariciaba mi ranita de madera antes de apearme. Las ganas de aprobar y el convencimiento que tenía de que así iba a ser, junto con la experiencia ganada durante más de veintiocho años enseñando, fueron factores importantes para superar las Oposiciones. Pero sé también que algo de mi futuro como funcionario se debió a la suerte que me dio la ranita del tamborcillo.

jueves, 29 de octubre de 2009

PATADAS AL DICCIONARIO

Otras interferencias lingüísticas


Ayer a mediodía en el programa televisivo de la 2, Saber y ganar, al conductor del concurso se le escapó una de esas interferencias lingüísticas que quitan el forro al diccionario castellano. La pregunta que se acababa de hacer tenía que ver con unas imágenes ofrecidas previamente y que los concursantes debían identificar con una serie televisiva. A las respuestas que éstos iban dando, el presentador iba diciendo que no era ésa, hasta que uno de los concursantes apuntó como respuesta posible la serie casi eterna Cuéntame, a lo que aquél contestó: "Tampoco no es Cuéntame". TAMPOCO NO. Dos negaciones seguidas que en catalán se emplean a menudo, pero que en castellano es incorrecto. Con la primera es suficiente: "Tampoco es Cuéntame", debió haber dicho el conductor del programa. Debo decir que estos errores morfosintácticos son muy frecuentes entre los castellanoparlantes de Cataluña, errores que se deben, como queda dicho más arriba, a las interferencias lingüísticas entre el castellano y el catalán. A continuación copio algunas incorrecciones morfosintácticas del tipo mencionado y al lado la expresión correcta:


INCORRECTAS

1. ¿Que está Antonio?

2. Dame uno de bien hecho.

3. Hoy somos jueves.

4. Vive a Barcelona.

5. Me supongo que vendrás.

6. He visto tu madre.

7. No cal que vengas.

8. Ves al campo.

9. Espérame, que ahora vengo.

10. Detrás mío viene mi hermano.

11. Me sabe mal que sufras tanto.

12. Ando mucho y a más a más voy al gimnasio.

13. Me gustan por igual ermitas y iglesias.


CORRECTAS

1. ¿Está Antonio?

2. Dame uno bien hecho.

3. Hoy es jueves (o estamos a jueves).

4. Vive en Barcelona.

5. Supongo que vendrás.

6. He visto a tu madre.

7. No hace falta (no es preciso) que vengas.

8. Ve al campo.

9. Espérame, que ahora voy.

10. Detrás de mí viene mi hermano.

11. Siento (lamento) que sufras tanto.

12. Ando mucho y además voy al gimnasio.

13. Me gustan por igual ermitas e iglesias.

miércoles, 28 de octubre de 2009

POEMAS RESCATADOS

Acabamos hoy de rescatar poemas de Zamora en poesía (Cátedra Nova, junio-diciembre2008) con los tres siguientes:






ESTE VIEJO OFICIO DE VIVIR


Y Zamora vuelve a ser un pasado
con olor a aceitadas,
tacto de cruces, palabras junto al vino.
Y está otra vez conmigo este avanzar
entre el miedo a la muerte y el pasado,
este viejo oficio de vivir,
de bajar a la calle desde el alba
la frágil valentía de ser hombre.


Acabo de volver y aún no he llegado
del todo a mi presente:
enganchados quedaron en lo viejo,
en lo amado de aquellas calles mías
residuos de mi ser hechos nostalgia.

Irán llegando lentos a mi orilla
de ahora con aromas de jara y trigo verde,
con sabores de vino de la tierra,
con voces de mi barrio.


Irán llegando aquí muy lentamente
a cuajarme el corazón con más recuerdos.








SAN PEDRO DE LA NAVE







San Pedro de la Nave,
navega contra el tiempo.
El hombre que te ha visto
te soñará despìerto.

Y en la orilla del mar,
en el lejano puerto,
me estarás esperando
con los brazos abiertos.











DULZAINA Y TAMBORIL







Solloza la dulzaina, fiel gemido,
nasal canto del pueblo que festeja
con viento antiguo lo que el alma deja
en el surco sembrado del sentido.

Truena el redoble, el mágico estampido
sobre la piel del tamboril añeja,
y ese son repetido, fiel, despeja
el mal demonio del audaz olvido.

De la niñez en el retablo viejo,
esa música cálida de aldea
alza versos de amor en mis entrañas.

Dulzaina y tamboril, magia y espejo
donde el tiempo se mira y se recrea
sin temor a la muerte y sus guadañas.

martes, 27 de octubre de 2009

MEMORIAS DE UN JUBILADO

Las ranas (1)



Una de las cosas que más llama la atención de mi nieto cuando viene a casa es mi colección de ranas. En realidad, la colección está diversificada en varios lugares (incluso dispongo de algunos ejemplares en el piso de Tossa, entre los cuales destacan las ranas de la suerte de Peñíscola que, posadas en una piedra de río, me trajeron este verano mis cuñados tras una breve visita a la ciudad del Papa Luna, y de las que ya hablaré en otro momento), desde el comedor donde aguardan a que los ojos las miren durmiendo en la suave penumbra de la vitrina (antes adornaban con sus múltiples usos, formas, materias y colores el soporte inferior de la mesa acristalada del mismo comedor), hasta la vitrina del altillo, pasando por las que reposan en las estanterías de los libros del estudio. ¿Desde cuándo me viene este afán incansable de coleccionar ranas? Creo que fue a principios de los años setenta, cuando adquirimos la casita de montaña de Esparraguera y los chicos eran, claro está, todavía unos niños. Entonces solíamos bajar, sobre todo en verano, a Martorell al mercadillo de verduras y ropas para abastecernos de comida y otros artículos necesarios. En uno de esas ocasiones, después de llenar el coche de mercancías fungibles, en el último paseo antes de regresar a la urbanización mis hijos descubrieron un llavero formado por una ranita de bronce que al apretar una pieza movible profería el metálico croar del anfibio. Y lo compramos. Ese fue el punto de partida de la colección de ranas. Y ya no he parado de ampliarla. Guardo recuerdos entrañables de muchas de ellas. Hubo una vez en que me llegaron de Zamora, dentro de un paquete de aceitadas y pimientos picantes, no menos de doce ranitas, cada cual más atractiva. Me las mandaba mi amigo del alma Lolico, gallego de nacimiento y zamorano de adopción desde que su padre, uno de los mejores canteros que ha tenido la ciudad del Duero llegó al barrio procedente de Galicia para quedarse (en la actualidad, ya desaparecido el padre, el hijo sigue su camino y, junto al cementerio de San Atilano mantiene vivo su negocio de marmolería). Una de estas ranas, posada sobre una hoja de nenúfar, parece tan viva que mi nieto se queda prendada de ella. Aunque su favorita es la rana de madera articulada que cuelga del pomo de la vitrina de la buhardilla. Si quiero que mi nieto me dedique la mejor de sus sonrisas, no tengo más que llevarlo hasta ella y ante sus asombrados ojos negros tirar del cordel que cuelga de la rana para que el animalito abra los brazos y las piernas en espasmódicos movimientos. Un día de estos le dejaré a él que haga moverse a la rana de madera. La madera es quizás el material más abundante entre todos los que forman mi colección de ranas, y eso por una sencilla razón: yo soy algo supersticioso y siempre he creído que tocando madera la suerte se pondrá de mi parte. Y si es una rana de madera más todavía.

lunes, 26 de octubre de 2009

POEMAS RESCATADOS






Rescato tres poemas más de Zamora en poesía. Los siguientes:




AL ESCULTOR RAMÓN ABRANTES







Voy de asombro en asombro pues Abrantes
me enseña el caballete que le hiciera
mi padre en otro tiempo, en la primera
hornada que esculpió con sus amantes
diamantes de diez dedos. Poco antes
me había mostrado limpia primavera
de tacto silencioso y luz certera
en tallas femeninas y ondulantes.

Voy de asombro en asombro por el arte
que Abrantes muestra vivo por su casa
en bronce, en barro, en piedra... Y es tan fuerte
la huella que en el alma me reparte,
que aunque sé que su cuerpo es voz que pasa,
su luz de artista nunca tendrá muerte.












PLAZA DE SANTA LUCÍA







Zamora tiene una plaza
con palacio y con iglesia
en cuya espadaña anidan
desde siempre las cigüeñas.

El Cordón de San Francisco,
relieve de oro en la piedra,
quedó para siempre atado
en mi luz de adolescencia.

Y sobre la alta espadaña
fiel con pluma blanquinegra
las cigüeñas señalaban
la luz de mis primaveras.

¡Ay si en la plaza del alma
tuviera yo una cigüeña
que me trajera el milagro
del sol de mi edad primera!





CANTO A LOS TRES ÁRBOLES








Mi corazón grabado a punta de navaja
quedó, con la inicial de nuestros nombres,
en la vieja madera de algún olmo
en la orilla del Duero en Los Tres Árboles.

Allí quedó en Las Pallas el silencio
de mi cuerpo desnudo bajo el agua.
Allí, el poema limpio, el verso en alto
de la irrepetible adolescencia

sobre el remo que abría el alma pura
del Duero entre las islas y dejaba
un aroma de vida entre la espuma
de la lenta agonía del verano.

No se moría nunca allí, en la fronda,
en la fragante alfombra que el estío
tejía en Los Tres Árboles, jamás,
aunque el sol se muriera cada tarde.

Había allí un misterio, un talismán
que protegía los cuerpos contra el miedo
y el luto de la edad. Los corazones
vivían con la luz como las frutas.

Hoy los restos de aquellas tardes dulces
de amores y aventuras en el soto
se levantan chirriando en las argollas
donde ataban las cuerdas de las barcas,

en las cañas hundidas de Las Pallas,
en las viejas cortezas de los olmos
donde yacen deformes corazones
dibujados a punta de navaja.















sábado, 24 de octubre de 2009

MEMORIAS DE UN JUBILADO

Tossa en octubre
Después de unos días de lluvia en Barcelona, de sustos y resfriados y también de celebraciones familiares, hemos decidido volver a Tossa, aunque sólo sea para cambiar un poco de aires y hábitos. El tiempo aquí en la Costa Brava está sereno y bastante limpio y, aunque los caminos de las rieras y los campings están señalados por un rosario de charcos por las lluvias que también aquí se han hecho notar, he podido dar mis rutas acostumbradas con la bici (ya tenía ganas) y he registrado en mi cámara de fotos, que siempre llevo conmigo en mis paseos, pequeños detalles que indican el adiós al verano y la bienvenida al recogimiento de otoño que hace el pueblo de Tossa, detalles como la solitaria arena de la Mar Menuda, sin el chiringuito o las boyas que señalaban el trasiego del turismo estival, con sólo las pisadas de algún paseante romántico o la espuma resbalando perezosa por la orilla, sin trabas de ninguna clase. O como la roca de la Bañera con su pino valiente encaramado milagrosamente a su cima. O el oscuro cormorán aireando su plumaje en una peña del acantilado... No sé si ya lo he dicho, pero a Tossa y a este rincón de la Mar Menuda los conocemos desde el 82, año de los Mundiales de fútbol, por lo menos, fecha en que nos hallábamos cerca de aquí, en Cala Llevadó, pasando un mes de vacaciones con otros familiares; entonces los jueves del mercado semanal bajábamos al pueblo a abastecernos de todo lo necesario para la semana, y casi todas las tardes nos acercábamos a alguna heladería de esta increíble población a desgustar un refresco algunos de esos helados italianos enormes y sabrosos que venden en las calles vecinas a la muralla o en el paseo de Jacinto Verdaguer, vulgo de las moreras o de la petanca. Después pasamos mi mujer y yo solos, cuando los chicos empezaron a volar por su cuenta, una Semana Santa en el hotel Don Juan, de la población, muy cercano al mar. Por el día dábamos nuestros paseos por la Vila Vella o hasta la Mar Menuda y por la noche, después de la cena, bajábamos a la pista de baile donde con música en vivo, movíamos el esqueleto hasta la medianoche. Tanto nos gustó aquella vida tranquila y libre a la vez, que más de una vez pensamos comprarnos un pisito en Tossa. Y hasta que no lo hicimos no paramos, pero eso será motivo de otra entrada. Ahora en ésta quiero anotar que el este último regreso a Tossa en este octubre tan extraño (sol de baño en el mar, lluvias y viento de resfriados y gripes, accidentes de tráfico, celebraciones familiares, nuevas lluvias torrenciales, nuevo sol, este más apacible que el de hace unas semanas) ha sido en realidad, aunque nosotros no queramos, para despedirnos del baile del Don Juan. Hoy será la última noche de la temporada en que movamos nuestros cuerpos al ritmo de la música en vivo que nos ofrece el hotel. Sé que la añoranza bailará su tango especial en la pista solitaria de nuestro corazón cuando las luces de la pista se apaguen esta noche tras la última pieza. Lo peor de todo es ponerse excesivamente sentimental. Ya vendrá otro año. O ya vendrán otras noches, y no tan lejanas, estoy seguro de ello, en que volveremos a bailar siguiendo la música de una cumbia o la coreografía de uno de esos ritmos de moda.

viernes, 23 de octubre de 2009

POEMAS RESCATADOS



Hoy reemprendo la labor delicada de rescatar poemas de la colección Zamora en poesía, que tan amablemente dio a conocer Cátedra Nova en su número 27, junio-diciembre de 2008, y lo hago con los tres poemas siguientes:




GOLONDRINA DEL PASADO



¿Qué habrá sido de aquella golondrina
cuyo viejo vadáver un verano
asomado quedó a la claraboya
como un fantasma fiel a mi pasado?

¿Qué habrá sido de aquel verano niño
dormido en la arboledad entre los pájaros?

¿Qué habrá sido de aquel cristal atento
al día y a la noche, de aquel marco
que llenaba mis ojos de altos vuelos,
de nubes y campanas de mi barrio?

¿Adónde van las plumas que volaban
en las nubes benditas de los barrios?

¿Adónde van las tardes que vivimos,
la infancia y la aventura que soñamos?





HUERTAS DEL BARRIO

Están las huertas de mi barrio vivas
aún en mi memoria.
siguen sacando en viejos cangilones
el agua de su nido aquellas norias.
Aún escucho el gemido de los hierros
y la risa del agua gota a gota.

Y veo en el cristal del tiempo
una mancha de mora,
una tarde de gozo y aventura
por los mudos cercados de las josas.
Y mi mano de adulto, con nostalgia,
palpa el aire triste de esta hora,
el deseo perdido
en el cofre perdido de Pandora.




ROMANCE DEL RETORNO

El Duero, espejo riente,
refleja la Catedral
entre las sombras del soto:
árbol, piedra, soledad
del agua que muere viendo
su diáfana eternidad.

Sobre las aguas del río
la piedra del Puente va
desde mi barrio a las cuestas
que suben a la ciudad.
Tajamares de silencio
y ojos de tierna verdad
que saben llevar el alma
de la vetusta ciudad:
historia y camino vivo,
poesía y soledad.

Dentro de la Magdalena,
ajena al vivo pasar,
sueña su muerte una dama
hasta el alba del final
con sueños de amor y piedra,
miel de la serenidad.

Surcos, hazas de mi tierra,
cunas para el cereal
donde mi paisano sueña
en la harina de su pan
bajo soles de justicia
y látigos de la edad:
en las rectas del arado
se mide su humanidad.
















jueves, 22 de octubre de 2009

DE VISTA, DE OÍDAS, DE LEÍDAS

José Mª Rodríguez Méndez


Ayer oí por la televisión la triste noticia de que había muerto a los 84 años de edad el dramaturgo José Mª Rodríguez Méndez, exponente importante de la llamada corriente realista del teatro español contemporáneo y que se dio a conocer en 1958 con Vagones de madera, donde ya se aprecian dos de sus caracteres más acusados: su actitud crítica y de denuncia y su lenguaje duro sin paliativo ninguno. Después consolidó su obra dramática con Los inocentes de la Moncloa, El círculo de tiza de Cartagena, La puerta de las tinieblas o, para muchos su mejor obra, Bodas que fueron famosas del Pingajo y la Fandanga. De todas ellas y de otras ya tratan suficientemente los manuales de la historia de nuestro teatro y yo no voy a añadir nada nuevo. Hoy sólo quiero recordar aquí su nombre y el título de un libro sobre él que encontré a principios de los años ochenta en un puesto del Mercadillo de los libros de San Antonio, lugar de entrañable memoria para mí. Ese libro, publicado por la editorial Godoy recoge tres obras desiguales del dramaturgo fallecido: Los quinquis de Madriz, Historia de unos cuantos y Teresa de Ávila, obras que aparecen precedidas de un estudio preliminar de otro conocido dramturgo español, contemporáneo de Rodríguez Méndez; me refiero a José Martín Recuerda, autor de obras tan significativas para nuestro teatro actual como Los salvajes en Puente San Gil. De Los quinquis de Madriz, obra de la que dice su autor que pertenece al género de reportaje dramático, entresacamos el texto siguiente, que corresponde al Momento primero y que dirige Trueno, el personaje principal, a su perro Johnson : "¡Las ganas que tenía yo de estar en Madriz con mi Johnson! Mira, aquí me tatué tu nombre: Johnson. Aquí, pegaíto al nombre de la Lurdes. ¡Paque veas si no te quiero! ¡Mia que si llego a Madriz, de mi alma, y tú te habías muerto...! Pero estoy mu contento, Johnson, mu contento... estoy lili y tú estás hecho un macho, y la Lurdes está fetén y la vieja hecha una chavala. ¡Viva Madriz, que es mi pueblo!"

MEMORIAS DE UN JUBILADO

Una música de siempre



Hoy, 22 de octubre, un día otoñal donde los haya, con su lluvia correspondiente y su luz gris tamizada, he llevado al hospital a mi hijo pequeño para una revisión médica derivada de su reciente accidente de tráfico, del que ya hice referencia en mi blog. De vuelta a casa nos hemos puesto a hablar de música y ha venido a cuento un cassete que escuchábamos a menudo hace muchos años en la casita de montaña que tuvimos en Esparraguera, con la vista imponente de Montserrat al fondo, cuando ellos, mis dos hijos eran muy pequeños y todos nosotros teníamos una hermosa vida por delante. Durante los fines de semana y las vacaciones, ya fueran las de Navidad, Semana Santa o verano, que, por mi condición de profesor, eran lo suficientemente amplias como para saborearlas a gusto en compañía de los míos, durante todo ese tiempo de ocio y paz hogareños, raro era el día en que, tras nuestro paseo por la Naturaleza en busca de bichos o simplemente para estar en contacto con el aire limpio y sano del campo, raro era el día, digo, que no escucháramos esa música especial que de pronto hoy, a casi treinta años de distancia, hemos vuelto a oír mi hijo pequeño y yo. Ya no tenemos la casita de montaña, ni la hermosa edad y esperanza que entonces abrigábamos todos, ni muchas otras cosas propias de la edad, el trabajo y la salud, pero nunca nos faltará aquella música que era testigo de nuestro tiempo y espacio vitales de entonces. Me refiero al trabajo de experimentación barroca y sinfónica del grupo Uriah Heep que da como resultado la magistral suite Progresiva de 16' 22, Salisbury, en la que existen arreglos orquestales de John Fiddy y donde destaca el órgano de Hensley, la fuerza de los coros, el solo de guitarra de Box o el bajo de Newton. Para que el lector pueda hacerse una idea de cuanto digo, a continuación incluyo ocho minutos de muestra.








miércoles, 21 de octubre de 2009

DE VISTA, DE OÍDAS, DE LEÍDAS

La nochevieja de Montalbano



Ya he dejado constancia en otro lugar de mi admiración por el novelista italiano Andrea Camilleri (Porto Empedocle, 1925) y no voy a insistir en ello. Ahora sólo quiero hablar de un libro que en estos días ha caído en mis manos de la forma más casual. Resulta que a un hermano mío le encantan las novelas policiacas de Camilleri protagonizadas por el comisario Salvo Montalbano (El perro de terracota, La voz del violín, El olor de la noche, Un giro decisivo o La paciencia de la araña, entre otras) y el otro día durante una reunión familiar me prestó el libro que da título a este trabajito de hoy. Debo decir antes que nada que La nochevieja de Montalbano no es un solo relato, sino un conjunto de ellos entre los cuales figura el que da nombre al volumen. El libro me ha ofrecido la oportunidad de conocer mejor la capacidad de síntesis del autor, que es capaz de encerrar en siete u ocho hojas una apasionante historia de robos o asesinatos con su correspondiente investigación y solución final, su afición por la buena comida, reflejada en su alter ego el comisario Montalbano y el marco físico y personal en que éste desenvuelve su trabajo. Y así, en las páginas del libro late en toda su intensidad la vida de Vigáta, población siciliana en que se ubica la comisaría de Montalbano y tienen lugar los casos que le ocupan, junto con otras localidades de la isla, como Marinella, donde vive el propio Montalbano, Laigueglia, Villaseta, Palermo, Montelusa, etcétera, pero también otras de la península, como Boccadasse-Génova o la misma Ciudad Eterna, aunque es preferentemente en la isla donde se desarrollan los casos que resuelve Montalbano con la ayuda de sus subordinados Catarella, Fazio, Gallo, Galluzzo o el sucomisario Augello, que toma las riendas de la comisaría cuando el jefe está fuera. Pero también hay otros personajes que alegran la vida múltiple de Montalbano, en especial la vida gastronómica, que corre a cargo de su asistenta Adelina, que le sabe preparar como nadie los arancini, unas deliciosas albóndigas de arroz, ternera y cerdo estofados y una picada de cebolla, tomate, apio, perejil y albahaca, y la sexual, de la que se encarga totalmente su novia Livia. Los casos que componen el libro son muy variados y van desde el ensayo general (así se llama el relato que principia el volumen) que llevan a cabo dos actores jubilados, los Di Giovani, según el cual, si uno muere antes que el otro, el superviviente se suicidaría de un tiro en la sien, hasta el modo de pasar Montalbano una Nochevieja en ausencia de su amada Livia, que finalmente es pasada en casa de Adelina, circunstancia que aprovecha para cenar deliciosamente y librar a un hijo suyo de una sospecha de robo, pasando por un cruce de cartas entre Livia y Montalbano para desentrañar el misterio que envuelve el asesinato de Francesca, una amiga personal de Livia. El estilo de las narraciones es rápido, ameno, irónico y correcto y bulle en ellas la vida del periodismo y la política de los pequeños lugares, tan llenos de chanchullos y sorpresas; así que enganchan desde la primera línea. Además, las técnicas empleadas por Camilleri son de lo más variadas: no hay dos relatos que ofrezcan la misma técnica, y así el lector puede encontrar descripciones novedosas ("La noche era negra como la tinta, y unas enfurecidas ráfagas de viento alternaban con aguaceros fugaces tan malintencionados que parecían querer traspasar los tejados..."), cartas, telegramas, notas manuscritas, sucesos periodísticos, etcétera, sin olvidar las ágiles narraciones de los hechos o los espontáneos y directos diálogos (hasta se imita el lenguaje peculiar de algún que otro personaje, como el simpático Catarella). En fin, La Nochevieja de Montalbano no sólo no decepcionará a ningún lector por exigente que sea, sino que además le incitará a buscar otros títulos de Andrea Camilleri, posiblemente el escritor contemporáneo más popular de Italia.

martes, 20 de octubre de 2009

DELIBES, UN ESCRITOR PARA LEER EN FAMILIA

2. Las primeras novelas. El camino












La primera de todas es La sombra del ciprés es alargada, con la que logró, como ya quedó dicho en la nota biográfica, el Premio Nadal de 1947. La importancia de esta novela es inmensa porque sin ella no podría hablarse de la producción posterior de Delibes (él mismo dijo que “sin el Nadal es posible que no hubiera escrito más”). Pero creemos que no sólo por eso es importante su primera novela. Lo es también porque en ella el novelista vallisoletano trata de dos temas que serán obsesivos en su obra: la infancia y la muerte. En efecto, en La sombra del ciprés es alargada se cuenta la amistad entre dos adolescentes, Pedro y Alfredo, frustrada por la muerte de este último. El mundo aislado de estos dos niños, frente al de los adultos, tiene como marco la entrañable y vetusta ciudad de Ávila. Tras la muerte de Alfredo, Pedro recorre el mundo, pero su corazón sigue al lado de su amigo entre aquellas murallas antiguas de la ciudad castellana, fría y austera. Mucha gente se pregunta por qué Delibes situó la acción de su novela en Ávila. El mismo nos contesta: “Desde el primer momento, Ávila se me representó como lugar ideal para ambientarla, porque el frío mineral que la envuelve y el frío físico de la nieve se adecuan a la perfección con la idea de la muerte.”
Pues bien, junto al de la muerte el otro tema que hilvana la acción de La sombra es el de la infancia, el de los niños, el de la amistad infantil truncada. Tema que volverá a tratarse en El camino, novela publicada pocos años más tarde (1950), donde también se da la muerte de otro niño, en este caso la de Germán, el Tiñoso, amigo entrañable de Daniel, el protagonista y narrador de la novela. Y en Diario de un cazador (1955) también la muerte se cobra una víctima en el hijo de Mele.
Dada la aceptación de lectores que ha tenido la novela, ésta se ha reeditado casi una veintena de veces.

Su segunda novela, Aún es de día (1949), es una narración social, de suburbio, escrita con tintes tremendistas, en la que la sociedad es directamente responsable de los problemas que acosan a Sebastián Ferrón, su protagonista, que vive con su madre y su hermana en una casa vieja y fría y que es despedido de los almacenes donde trabaja por haberse apropiado durante unas horas del guante de un cliente. Delibes emplea una técnica que nos recuerda mucho a la de Galdós y está muy lejos de sus grandes novelas. Él mismo la considera obra de principiantes. No en balde Aún es de día se ha reeditado muy pocas veces.

Sin embargo, El camino, novela publicada en 1950, ya es otra cosa. Recuerdo los momentos agradables que he pasado con mis alumnos en mis lagos años de docencia, tanto en la enseñanza privada como en la pública, leyendo este precioso relato, ágil, sencillo, nostálgico. Difícilmente pueden olvidarse las aventuras de los tres niños protagonistas de la novela, Roque, el Moñigo, Germán, el Tiñoso, y Daniel, el Mochuelo, en su despertar frente a la vida. Estamos de acuerdo con Umbral cuando dice que Delibes encontró su camino verdadero como novelista escribiendo El camino. El libro, jugoso y tierno, en cuyas páginas muchos de nosotros nos sentimos identificados respecto a las vivencias de la infancia descritas en él, trata de la reconstrucción nostálgica que Daniel hace de su vida transcurrida en el pueblo durante la noche anterior a su partida hacia la ciudad para estudiar y hacerse un hombre de provecho. Y cuando los recuerdos terminan y el muchacho se encuentra con la realidad de la mañana en que tiene que dejar el pueblo por designios de sus padres, Daniel llora. Las frases siguientes corresponden al final de la novela: “Y cuando empezó a vestirse, le invadió una sensación de que tomaba un camino distinto al que el Señor le había marcado.” A pesar de todo, nadie le podrá quitar nunca la maravillosa aventura vivida en su querido pueblo junto a Roque, el pobre Germán, que ha quedado enterrado en el cementerio del lugar y tantos otros personajes igualmente entrañables como don José, el cura, “que era un gran santo”, las Lepóridas, Quino, el Manco, etcétera.
Sin duda El camino es la novela que más gustará a la gente joven de la casa, pero también a los mayores. Prueba de la aceptación lectora que El camino ha tenido son sus más de treinta reediciones.
Y de la vida rural de la aldea Delibes pasa a la vida provinciana de una urbe (en realidad, la novelística de nuestro autor fluctúa de la ciudad al campo y del campo a la ciudad, como veremos a lo largo de este estudio). Mi idolatrado hijo Sisí, novela aparecida en 1953, es una peculiar crítica de la burguesía provinciana pues en ella Delibes censura el egoísmo de un hombre que se niega a tener mas hijos y que al fin tiene uno, Sisí. Se trata, por lo tanto, de una novela de tesis al estilo de Galdós, uno de sus maestros reconocidos, aunque con una técnica muy actual consistente en ilustrar el paso del tiempo mediante recortes de periódico. Frente a los libros anteriores, Delibes muestra en Mi idolatrado hijo Sisí una novedad importante: se formula las primeras preguntas trascendentales a la vez que revisa los valores antibélicos que el mundo burgués, la familia y la sociedad burguesas, ha observado siempre. Precisamente por eso en Mi idolatrado hijo Sisí Delibes alude con pinceladas amargas a nuestra guerra civil pues el protagonista, Cecilio Rubes, ve cómo la guerra le arrebata a su hijo. Y aunque la novela siempre ha sido considera como una irónica sátira contra el maltusianismo (teoría económica expuesta por el británico Thomas Malthus, según la cual el ritmo de crecimiento de la población responde a una progresión geométrica, mientras que el ritmo de aumento de los recursos para su supervivencia lo hace aritméticamente), nunca ha tenido demasiada acogida de público (apenas existen media docena de reediciones).

lunes, 19 de octubre de 2009

RELÁNGRAFOS


En la soledad silente de la noche las gaviotas expresan su dolor.

Como un dios singular,
domino el fondo marino
con mi gran ojo de cristal.

El sexo sin amor es una copiosa comida a la que le falta un buen vino.

Poesía es decir sintiendo con música.

Para mí la política no es mucho más que una palabra esdrújula.

El cine me ayuda a escaparme de la realidad. La lectura me hace reflexionar sobre ella.

El Codolar:
una mano de arena
que acaricia el mar.

Es más difícil aprender a guardar silencio que a hablar.

El buen baile es a las piernas lo que la buena lectura es a la mente.

El niño se toma la vida como una apasionante aventura; el anciano, como una inestimable ventura.

La pintura de Dalí es un sueño blando en constante transformación.

La gaviota es el pañuelo de despedida que, nostálgico, se quedó volando en el puerto.

Hallar las palabras para empezar un verso es encontrar la columna vertebral del poema.


Los poetas hablamos tanto de la infancia porque en realidad no hemos dejado nunca de ser niños.


Uva:

perla de sol

y de azúcar.

MEMORIAS DE UN JUBILADO

El reencuentro de octubre



Ayer, 18 de octubre, nos reunimos de nuevo los hermanos para celebrar el cumpleaños del mayor. Lo venimos haciendo desde que nuestros padres desaparecieron, hace ahora ya treinta y cuatro años. Esta vez ha sido el reencuentro en Caldetas, población del Maresme a la que guardo mucho cariño porque en ella, entre otras cosas, pasé una temporada curándome de una crisis de ansiedad hace unos años en casa de la hermana pequeña y luego, pasado algún tiempo, vivimos la experiencia dura del ingreso de mi suegra en una residencia del lugar con motivo del terrible Alzheimer que la pobre sufría desde que su marido muriera algunos años antes. Por otra parte, Caldetas me trae también momentos y escenas muy agradables, como los baños en verano, las charlas con alcohol en algunos de los bares del Paseo de los Ingleses, las incursiones por el parque del Negrero, desde cuyas alturas las vistas del mar son soberbias, los paseos primaverales por los campos vecinos a San Vicente de Montalt y tantos otros. Y el último, éste de nuestro nuevo encuentro en torno al hermano mayor. Todas las reuniones van acompañadas de una comida copiosa regada con buenos vinos, pastel de cumpleaños, regalos, poemas y, sobre todo, charlas, conversaciones, comentarios que ayudan a reforzar los lazos familiares, pese a las pequeñas diferencias que suele haber hasta en las mejores familias. El reencuentro de este año tenía para mí mucho más interés y emoción que los anteriores. Por primera vez iba a estar presente mi nieto Xavi, un añito de esperanzas y futuro para esta familia nuestra cada vez más mayor y numerosa. Salimos de Cerdanyola los cinco (mi nuera Loli, que conducía el coche, mi hijo pequeño Javier, que por haber sufrido hace unos días un apartoso accidente de coche, hacía de copiloto, mi mujer, mi nieto Xavi y yo) rumbo al mar sobre la una y media para llegar a Caldetas a la hora fijada, entre las dos y dos y media. El mar, intensamente azul y algo movido, nos acompañó durante todo el trayecto en la distancia hasta que, cuando salimos de la autopista en Mataró para coger la nacional, se puso a nuestro lado y ya no nos abandonó. En Caldetas dejamos el coche en la riera y cuando bajábamos de él, nos encontramos con la hermana mayor, que iba a recoger algunas cosas del piso que tiene en la parte alta de la localidad, muy cerca de los baños termales. Ella nos dijo que ya había gente de la familia en el restaurante donde íbamos a celebrar la fiesta. Por el camino nos encontramos con otros miembros de la familia y juntos fuimos hacia el Manau, establecimiento singular donde sirven comidas caseras y abundantes. La sala destinada para nosotros era ideal para que una familia numerosa y vocinglera como la nuestra estuviera a sus anchas. Nos dijeron los dueños que en el verano ése era el lugar más solicitado, pues está al aire libre, como si fuera un patio (una gigantesca glicinia sirve de techo). La mesa estaba a un lado con los cubiertos preparados. Las cocinas a un extremo le daban su ambiente realista y en el otro un estanque con peces y algas ponían una nota de romanticismo al lugar. La zona de la mesa del banquete estaba rodeada de arcos y columnas pintadas de rojo que me hicieron pensar por un momento que nos encontrábamos en una villa de la Toscana italiana. Todo estaba preparado para que la fiesta saliera a pedir de boca. Y así fue. No sin notar que el tiempo pasa y no en balde pues los mayores nos vamos acercando a esa edad peligrosa de las despedidas mientras que los jóvenes, que son ya la mayoría, vienen con fuerza e ilusiones imparables. Sin embargo, hay una nota feliz en todo ello que me consuela: somos los mayores un pasado nostálgico rodeado de un futuro esperanzador. Así lo digo en el poema de este año, el que siempre escribo para el hermano anfitrión. Viajeros sin vuelta, siempre estamos abiertos a la llegada a nuestro paso de alguna rosa que nos perfume el camino. Nuestro barco sigue teniendo vientos favorables para llevarnos al puerto más justo.

sábado, 17 de octubre de 2009

DE VISTA, DE OÍDAS, DE LEÍDAS

La decisión de Sophie




Gracias a Público, ayer pude ver por fin (siempre me quedé con ganas de hacerlo) la gran película de Alan J. Pakula La decisión de Sophie, basada en la novela del mismo título del escritor norteamericano William Styron que había sido publicada en 1979. Protagonizada por Meryl Streep, que obtuvo un Óscar a la mejor actriz principal en 1983, Kevin Kline y Peter MacNicol, entre otros, narra la historia atormentada de una mujer polaca que se pasa su vida tomando decisiones in extremis y falseando la verdad sobre su padre, profesor de universidad que odia a los judíos y escribe artículos pidiendo su exterminación como la única salvación de Polonia. Cuenta la historia Stingo (Peter MacNicol), un escritor que va a Nueva York en busca de un tema para su futura novela y allí intima con sus vecinos, una pareja extraña formada por Nathan (Kevin Klin), un hombre judío con sus facultades mentales totalmente desequilibradas por una esquizofrenia aguda, y Sophie (Meryl Streep), una mujer hermosa que tiene un pasado trágico (estuvo prisionera en Auschwitz y perdió a sus dos hijos) y está tan profundamente enamorada de Nathan que depende física y psíquicamente de él (William Styron, autor de la novela de la que parte el film llegó a decir de la relación entre los dos protagonistas que eran "relaciones de amo y esclava"). A medida que avanza la película, Sophie cuenta a Stingo, en los intervalos en que Nathan está ausente haciendo de las suyas en causas que tienen que ver con la persecución de los nazis, cómo conoció a éste y, sobre todo, las penalidades que tuvo que sufrir en Auschwitz y cómo, al borde de la desesperación, primero se vio obligada a escoger entre sus hijos, mandando a la muerte a su pequeña niña, y luego comprobando que nunca más volvería a ver a su hijo, por el que suplicó y lloró ante el oficial alemán en cuyo despacho trabajó como secretaria. Le enseña asimismo la cicatriz de la muñeza, efecto de su intento de suicidio tras la guerra porque no puede seguir viviendo cuando todos los suyos están muertos. Stingo, testigo de excepción de las contantes peleas entre Sophie y Nathan, que pasa del entusiamo a la ira, del piropo al insulto, del arrobamiento amoroso al maltrato físico y psicológico en cuestión de segundos, se convierte en el protector de la mujer y se enamora de ella hasta el punto de pedirla en matrimonio. Pero Sophie, que se ha pasado la vida, como ya hemos dicho, tomando difíciles decisiones, toma la última, que es morir junto a Nathan tras ingerir cianuro. La escena de los dos acurrucados uno junto al otro en la cama, muertos, produce en el espectador una congoja especial. El escritor, tras presenciarla junto al hermano de Nathan, que es el verdadero y callado protector suyo, el que ha hecho posible su vida de regalos y champán, toma la maleta y vuelve a Virginia, de donde procede. Guardo de la película un profundo sabor agridulce, de su fotografía, de la que es responsable el español Néstor Almendros, de la interpretación de Meryl Streep, que es soberbia, pero también de Kevin Klin y Peter MacNicol, sin los cuales la cinta no sería como es.

viernes, 16 de octubre de 2009

DE VISTA, DE OÍDAS, DE LEÍDAS

¿Poesía o política?





Mezclar poesía con política es salirse del camino, confundir la velocidad con el tocino. Que es lo que han hecho recientemente en Sevilla un grupo de políticos que han vetado a un poeta por ser de otra ideología política. Si echáramos mano ahora de los atropellos de que ha sido objeto la creación artística por asuntos políticos, no acabaríamos. Quizá algún día me ponga manos a la obra, aunque sólo lo haría en el campo de la poesía, que es el que conozco un poco. Volvamos a Sevilla y a los políticos sevillanos, que es donde ha nacido este comentario. Resulta que al poeta madrileño Agustín de Foxá (1906-1959), le han negado un homenaje en Sevilla algunos concejales socialistas y algún que otro miembro de IU por causas estrictamente políticas. La necedad humana llega a tales extremos que a veces olvida que la poesía es universal y siempre queda, mientras que la política es pasajera y ahijada del tiempo y de las modas veleidosas a que está sujeto el pensamiento (llamémoslo así) más o menos político. Y la poesía de Foxá merece la pena sacarse a colación de vez en cuando. Según Manuel Machado, quiso ser con la tierra "labios de mares, / hombre de montes, sangre mineral, / vaho de nebulosas estelares... / ...la sal / sedienta, el agua viva, los cantares / del viento, o de piedra callada los pesares." Y es verdad porque entre otras cosas trajo a la poesía española de su momento un nuevo mundo de metáforas, de imágenes, de ingenio con que cantar el amor, el agua, la muerte..., cualquier tema que tenga que ver con la esencia humana y su compromiso con el mundo que le rodea. Entre sus principales poemarios destacan El almendro y la espada y La niña del caracol, del que entresacamos el siguiente soneto titulado Relojes:



Tiene algo de planeta o de sol diminuto;
serpiente en nuestro brazo, ondula de tal suerte,
que no sabremos nunca si oculta en su minuto
el nardo de la vida o el loto de la muerte.

Y hay una aguja lenta como guadaña fina.
Y otra larga que siega los tréboles menores.
gangrena de las torres, supulso determina
el fin de los mendigos y los emperadores.

Si es clepsidra, gotea como lágrima amarga;
si de arena, nos pierde por sus breves desiertos;
si de sol, pone sombras sobre el nido y la hiedra.

¡Quién pudiera en los mares dejar su mortal carga
y, desnudos de horas, arribar a esos puertos
donde Dios mira al tiempo con sus ojos de piedra!


Con una muestra basta. Y a aprender, políticos, que la vida inmortal de la poesía nada tiene que ver con la miseria cotidiana de la política.

jueves, 15 de octubre de 2009

RELÁNGRAFOS


Los relángrafos son pensamientos, frases, versos que brotan instantáneamente ante la circunstancia que pasa veloz delante de nosotros y nos marca de algún modo. Son los haikús de la cotidianeidad, la poesía sin pulir de la luz y la sombra que nos hacen más humanos. Empezaron a vivir hace unos años y continúan respirando conmigo. Ahora me piden que les dé luz y sombra en el blog. Hoy copio los primeros.


Estoy pensando unos versos...,

pero prefiero sembrarlos

en los surcos del silencio.


Al sol de la tarde, las gaviotas se convierten en plata que vuela.


Si quieres oír el verdadero silencio, sumerge la cabeza en el mar.


Niño en el mar:

nunca he visto tan unidos

la inocencia y el mal.


Lo que más me gusta por la mañana es descubrir qué han escrito las gaviotas en la arena.


Paradoja estival:

la gaviota en el campanario

y la paloma en la orilla del mar.


Los peces son las golondrinas del agua.


El alma blanca de la ostra se queda para siempre en la roca donde vivió.


El pino encaramado al peñón tiene vocación de farero.


El telediario es un escaparate de desgracias, accidentes y atentados.


Una diferencia entre los políticos y los poetas: las palabras de los políticos prometen; las de los poetas cumplen.


Soledad:

una sombrilla en la playa

sin cuerpo que sombrear.


Las metáforas brotan de las impresiones más emocionantes.


Verano que arde:

cuando no son los incendios,

son los volcanes.


Los recuerdos son los pellizcos que te da el pasado para que no lo olvides del todo.


miércoles, 14 de octubre de 2009

DELIBES, UN ESCRITOR PARA LEER EN FAMILIA


1. DATOS PARA UNA BIOGRAFÍA

Miguel Delibes nació en Valladolid el 17 de octubre de 1920, en la acera de Recoletos, muy cerca del Campo Grande y de la estatua de José Zorrilla. Su madre era de Burgos y su padre de Molledo-Portolín (Santander). Miguel fue el tercero de los ocho hijos que tuvo el matrimonio. En uno de sus primeros colegios, el Colegio de Lourdes, de los Maristas, escribió crónicas de fútbol y se aficionó a los animales. Su infancia participó tanto de la tristeza como de la alegría y fue, a la vez, tímido y amigo de las aventuras; es decir, Delibes de niño fue como la mayoría de los niños. A los once años su padre le compró una escopeta y asistió a su primera cacería. Desde entonces su afición al arte cinegético iría en aumento. Entró en la Escuela de Comercio y más tarde en la de Artes y Oficios, donde aprendió modelado y escultura. Luego será dibujante de profesión. Hasta aquí digamos que transcurrió la primera etapa de su vida.
A continuación marchó voluntario a la guerra y sirvió en la Marina a bordo del crucero “Canarias”. De vuelta al mundo de la paz, quiso seguir de marino, pero su miopía se lo impidió. Entonces se decidió por estudiar Profesorado Mercantil y Derecho. En 1941 ingresó en el Banco Castellano, pero sólo está trabajando allí medio año; transcurrido dicho tiempo, se hizo Intendente Mercantil. Es cuando, inconscientemente, antes de saber que con el tiempo será uno de nuestros mejores novelistas contemporáneos, purifica su estilo leyendo el Código Mercantil, del profesor Garrigues . Por entonces escribió su primer cuento conocido, La bujía, sin dejar de hacer caricaturas o felicitaciones de Navidad y publicando dibujos en El Norte de Castilla, periódico de su ciudad natal, del que sería Director con el tiempo. De ahí que estudiara también Periodismo.
Por entonces conoció a Ángeles Castro, la mujer de su vida, con la que se casaría poco después. Nos hallamos en la segunda mitad de la década de los cuarenta, momento felicísimo para Delibes, que por fin se decidió a escribir una novela, La sombra del ciprés es alargada. Después de pulirla hasta la extenuación, la mandó al Premio Nadal, uno de los premios de novela más prestigiosos de nuestro país, y lo ganó. Es el año 1947. Luego se encargó en El Norte de Castilla de una sección encargada de comentar libros. Y entre libros, ambiente familiar y afición a la caza, sufrió la muerte de su padre en 1955. El escritor es famoso y tiene ya varios libros publicados, como Aún es de día, El camino, Mi idolatrado hijo Sisí o Diario de un cazador, con el que obtuvo el Premio Nacional de Literatura.
De subdirector pasó a ser director del periódico, donde llevó a cabo una labor redentora del campo castellano. Viajó por el mundo y dio cursos en varias Universidades norteamericanas y en muchas europeas. Reflejo de esos viajes son los libros de ensayos USA y yo, Por esos mundos o Europa, parada y fonda. En 1959 se construyó un refugio campestre en Sedano (Burgos), que le sirvió de campo de operaciones literarias y cinegéticas. Para entonces nuevas e importantes novelas han salido de su pluma imparable: Diario de un emigrante, La hoja roja, Las ratas, Cinco horas con Mario, Parábola de un náufrago o El príncipe destronado, que data de 1973.
Al año siguiente fue elegido miembro de la Real Academia Española, reconociéndosele así una labor de creación de considerable altura dentro de nuestras letras contemporáneas. Pero la muerte de su querida esposa, aunque rodeado siempre de sus hijos, fue un duro golpe para su vida, que ya no volvió a ser la misma. Y entre la literatura y la caza, pasiones que hay que hacer en soledad, ha seguido desliando la madeja de su existencia entre achaques y operaciones graves como la sufrida recientemente con motivo de un cáncer de colon. Y nuevos títulos han venido a engrosar su dilatada carrera novelística, como Las guerras de nuestros antepasados, El disputado voto del señor Cayo, Los santos inocentes, El tesoro, Señora de rojo sobre fondo gris o El hereje, que data de 1998 y que le reportó de nuevo el Premio Nacional de Literatura. En el 2000 fue propuesto para el premio Nobel, cuando unos años antes había recibido el Premio Cervantes, el galardón más importante de nuestro país.
Miguel Delibes nunca alardeó de ser un escritor intelectual, sino más bien de un novelista que disfruta haciendo las cosas normales que hacen las personas normales. Insiste, como dijo Umbral, uno de sus mejores amigos y admiradores, en la boina, la cazadora y las botas, el cigarro de negro liado a mano y los castizos decires de su tierra.

martes, 13 de octubre de 2009

POEMAS RESCATADOS

Concluyo hoy el rescate de poemas de El camino diario con los tres siguientes:



FE

Para Nasi

El amor no ha podido fugarse de nosotros,
de la prisión hermosa que los dos levantamos.
El tiempo ha envejecido la voz en nuestras lenguas
y el trabajo en las venas la fatiga ha sembrado.

Pero siguen las almas
tan nuevas como antaño
poniendo cada día
al amor más candados,
tejiendo dulces verjas,
almenas y vallados
de fe para que el tiempo
no pueda avasallarlo.

Yo reparto mi paz como si fuera el trigo
que le falta al hambriento. Mi libertad regalo
entre todos los presos, si a cambio veo amor
como un río sin fin manando en nuestros labios.



MEMORIA

Para mi madre

Si va a servir de algo este poema,
que sirva para hablar de tu camino,
de tu fuente de paz en mi aljibe de infancia.

Si va a servir de algo este poema,
que grabe tu palabra en mi silencio
para no hacer más triste mi nostalgia.

Si va a servir de algo este poema,
que sirva de memoria
y repita tu nombre en cada alba.

Para que cuando llegue la noche larga y negra
la luz misteriosa de tu nombre
sea la estrella que me dé la calma.


SOSIEGO

Amiga mía,
recoge este sosiego,
este sacro respeto al tiempo vivo,
esta paz bien ganada con el tiempo.

La prisa y en cansancio
se han quedado en el huerto,
en los secos caminos de los campos
junto a la zanja abierta para el riego.

Como barco atracado,
un carro espera quieto
ante el portón cerrado
a que amanezca el día y su misterio.

En la calle la calma se hace noche
y a través del ventano semiabierto
el trabajado buey en el establo
pasta paja y silencio.

DIARIO DE INFANCIA


Día 1.

Aceitadas, noticias de la Semana Santa de mi tierra, vino moro del Duero. Esto es lo que me acaba de llegar hoy de aquel sitio donde arraiga la almendra de mi vida. Pero me gustaría que llegara junto a esa materia de azúcar y de harina, junto a esos renglones de noticias, junto a ese jugo que da la buena cepa de la tierra, me gustaría que llegara también lo que yo fui un día al lado de todo eso: el niño que vivió en mis huesos entonces y, sobre todo, la ventura y aventuras irrepetibles de ser niño en aquel aire sagrado de mi tierra natal.
Aceitadas, los dulces besados por las manos maternales, tardes de abril lluviosas en la sala donde el baúl cubría los aromas de la Semana Santa... Noticias de la Semana Santa, los itinerarios de las procesiones, las imágenes nuevas que este año van a desfilar y que yo no voy a poder ver… El vino embotellado que se cría con la savia, el agua y el sol de la tierra…
Todo eso me acerca a la tierra a la vez que me distancia de ella. Y es entonces cuando no puedo evitar que las abejas que liban los recuerdos claven en mi alma su amargo aguijón.


Día 2.

Hoy miro mi cara en el espejo y veo un camino tallado por el tiempo. Adivino mis huellas sobre la tierra, sobre el silencio de los años, porque los años callan y nos ven pasar como la orilla al río mientras los hilos de la edad se enredan en personas, en cosas, en esperanzas que pasaron, personas, cosas, esperanzas que en las manos del tiempo se volvieron agua de recuerdos, fuentes que tienen el encanto de revivir latidos, luces, gestos de ayer en este hombre que fue niño: los chopos, las almendras, el mendigo de estío, mis padres en lo alto..., en este hombre que hoy mira en el espejo su camino.
Hoy miro mi cara en el espejo, y en un pilar de niños y aventuras veo un hombre tallado por el duro poema de la vida.


Día 3.

Habrán empezado las procesiones y el Tío Barandales encabezará una de ellas. “Tío Barandales, dales, dales... decíamos los chicos al verle pasar bien firme, moviendo las muñecas de sus manos para hacer voltear las campanas. Su rítmico cantar suena ahora en el alma del chaval que un día fui. Ahora habrá también chavales en la ciudad viendo pasar solemne al Tío Barandales delante de los cofrades y los pasos por las callejas viejas y perennes. Esas campanas eran y son como latidos, como segundos, minutos y horas de tiempos que nunca desaparecen porque son sones, vivencias que siempre amamos, que revivimos y recordamos como una canción eterna.
“Tío Barandales, dales, dales...”, tal vez haya chavales hoy que digan al paso del Tío Barandales, lo mismo que los chavales de ayer decíamos, porque esas campanas suenan igual en la distancia que en la presencia, en los adultos que en los muchachos. Ahí reside el misterio de la Semana Santa de mi ciudad.
Parece que lo estoy viendo. Mientras voltean esas campanas, salen las gentes a las calles para ver con ojos tiernos y llorosos, los dolorosos latigazos que sufre Dios en su lejana y a la vez tan cercana soledad.
Sigue sonando, tío Barandales, “tío Barandales, dales, dales...” para que nunca nos olvidemos de aquellas cosas que hoy no tenemos y que un día fueron nuestra Verdad.


Día 4.

(Mirando una fotografía de la época) ¿Dónde estoy yo, el niño que en mi cuerpo quedó atrás perdido en los atajos de la vida. ¿Dónde estoy yo en esta orilla del río de mi infancia?
Escudriño las manos de mi ahora y no me veo en los dedos ni plumas ni pelusa de nidos. Ni un rastro de aquel jirón perdido de mi vida, un gesto de la hierba, una arruga del agua que me digan que yo estuve hasta el júbilo asombrado en este paraíso, ahora vacío. Y éste es el sitio. Aquí el pretil y al pie la hierba que en las tardes sin fin de los veranos soñaba en ser famosa en nuestros pies junto al balón que ardía en cien jugadas. Y más allá, en la orilla, los guijarros modelados sin prisa por el agua, que pasaban a ser por un instante proyectiles de nuestros tiradores.
Éste es el sitio, aquel que yo adoraba, ahora condenado por el tiempo a ser cantado sólo, visto sólo en una fotografía.


Día 5.

Recuerdo que durante días fue muriendo lentamente la fragua. El polvo de los meses fue vendando la vista a los cristales de la puerta hasta dejarlos ciegos, sin ganas de mirar a la herramienta atada a la pared con telarañas allí, en el interior, junto al yunque callado donde el herrero golpeaba el hierro al rojo vivo para darle forma de barrote, herradura o reja de arado.
Y hoy, tan lejos de aquella vida hermosa que fue mi infancia cerca de la fragua, del dolor del hierro golpeado hasta hacerse herramienta, verja o protección de caballería... Hoy, tan lejos de aquel mundo fugaz, me entero de la muerte del herrero. Y de nuevo otro asidero que mantenía mi infancia medio a flote acaba de romperse y de caerse al pozo donde el tiempo colecciona ruinas y despojos.
Desde aquí le digo adiós a aquel herrero amigo que fue testigo de mi infancia durante mucho tiempo. Lo único que siento es que sólo en una prosa fría se quede la emoción de esta despedida. Cada vez se hace más grande la sombra que amenaza la luz que hace visible la nostalgia. Aunque cada vez también veo más claro que la nostalgia es inútil y que la infancia no regresa jamás pese a nuestro irrenunciable deseo.


Día 6.

Pese a que sé (aún no lo he visto con mis propios ojos) que la casa de infancia se ha convertido hoy en un hostal restaurante, no dejo de verla tal y como era en aquellos tiempos felices. Por eso no puedo de apuntar aquí lo que la casa en sí y mis padres, que supieron adornarla de virtudes y amores a las cosas pequeñas y cotidianas, significaron siempre para mí. Por eso no dejo de repetir que, si la casa tuvo un día primavera y sus paredes exhalaron a cada momento cariño y protección y sus balcones florecieron a la vista de la ciudad de las murallas, fue gracias a ellos, que en ella tejieron su nido. Es más. Si yo no doy un latido sin que suenen dentro de mí campanas y murmullos del río en las azudas de mi infancia, es gracia y don de mis padres, que supieron sembrar en los surcos tempranos de mi alma semillas de espadañas y de Duero, llantos de aceñas y cantos de badajos. Y si esta hermosa inquietud que ahora me crece mientras se acerca abril al calendario, y la Semana Santa en los clarines de la memoria canta y reverdece, se debe a aquel amor que me infundieron mis padres por los pasos y las andas donde, entre cirios que lloran en la noche, tambores y piedras historiadas, desfilan las imágenes benditas que mis padres me enseñaron a querer cuando era un niño.


Día 7.

Sé con toda seguridad (porque yo mismo lo hice a punta de navaja) que mi corazón debe de seguir grabado, junto con la inicial de mi nombre y la de alguna niña de la que estaba enamorado entonces en la blanda corteza de algún chopo de tantos como crecían en los Tres Árboles, junto a la orilla del río. Allí debe de seguir latiendo con la savia lo mismo que latió en las aguas verdes de las Pallas, junto con el silencio gozoso de mi cuerpo desnudo bajo el agua. Allí, en los Tres Árboles, debe de seguir el deseo oscuro flotando entre las frondas frescas, aquel ansia oculta de ser eternos y fieles a la adolescencia y sus ritos misteriosos que no temían nada y para la que la muerte era simplemente un juego, un puente, un salto de comba o un zambullirse en las profundidades del río para salir unos cuantos metros más allá, en el cerco de los juncos y a escondidas de las miradas de los otros amigos. La adolescencia, que para nosotros era como el remo de la barca que abría el alma pura del Duero entre las islas y dejaba un aroma de olvido entre la espuma pero una dicha inmensa de dios en vacaciones en nuestras almas.
Ya podía morirse todo allí, en la fronda, en la fragante alfombra que el verano tejía en los Tres Árboles. Que nosotros seguíamos en alto, viviendo al borde del esplendor cotidiano que era la adolescencia. Por eso creo que aún hoy los restos de aquellas tardes nuestras se levantan cantando en las argollas donde ataban las cuerdas de las barcas, en las blandas cortezas de los chopos donde crecen sin fin los corazones que grabamos a punta de navaja.


Día 8.

He aquí mi promesa inaplazable. Convertido en relámpago de luna, volveré alguna noche a ver las cosas que siempre me tuvieron por abril anclado al corazón de lo perenne. Y nadie sabrá nunca que soy yo, aquel niño que amaba la procesión solemne de almendras y tambores con blusas femeninas, niñas que soñabais en Valorio amores que yo nunca os pedí.
Bajo el palio de la noche abrileña, sin que sepáis quién soy, os veré pasar con vuestras velas detrás de nuestra Virgen, aquella Virgen fiel de la Esperanza que entre flores lloraba en nuestro barrio.
Mujeres ya, con sombras en la luz del corazón, oiréis un viento antiguo acariciaros el alma y temblaréis, y la llama del cirio en vuestras manos brillará un solo instante con más fuerza y no sabréis jamás que fue por mí, que yo estaba muy cerca, como siempre, mirándoos pasar por el espejo del tiempo inexorable.
Lo prometo.
Aunque la infancia no regrese jamás.

lunes, 12 de octubre de 2009

MEMORIAS DE UN JUBILADO


Desde Tossa de Mar

Hay pocas cosas que superen a poder escribir de lo que a uno le gusta en el lugar que quiere y en el estado de ánimo más sereno para hacerlo. Sé lo que digo ahora que estoy en mi piso de Tossa ante el portátil con el oído puesto en la pieza musical de piano que suena en la radio y la vista en la llamada Torre de los Moros que domina la pequeña elevación de pinares que rodea el pueblo por la parte del mar. Acabo de llegar de dar mi cotidiana vuelta en bici por los caminos forestales de los alrededores del estanque de Sa Riera y me encuentro en uno de esos momentos que uno quisiera que no acabaran de pasar nunca. Dentro de un rato iremos a la playa mi mujer y yo y allí, con la vista del mar y la compañía de los amigos, hablaremos de los divino y lo humano, más de esto último, que es lo que nos une verdaderamente a la vida. Y debo decir que esto sólo se puede hacer sin la amenaza de los relojes, de la prisa y del andamio, cuando uno está jubilado. ¿De qué escribir? Desde luego evito la engolada trascendencia y prefiero dejarme guiar por lo que tengo más cercano, de la buena compañía, de los bailes en el hotel Don Juan de aquí de Tossa, de los chistes que nos contamos los amigos entre baile y baile, de los hijos, de los nietos, de los problemas pasados, de los viajes que pensamos hacer... qué sé yo, de cualquier cosa que nos mantenga atados a esta maravilla de estar vivos y bastante sanos, que hay de todo, hay quienes tienen diabetes y salen todas las mañanas a darse su caminata obligada para evitar inyectarse la insulina, quienes tienen baldada la espalda o cansadas las rodillas o alta la tensión, achaques que nos hacen más vulnerables y por ello más entrañables para los demás. Yo quiero hablar ahora de mi afición a la pintura, que me viene de niño, de cuando allá en mi ciudad natal, "la enamorada del Duero, la que cantó el Romancero, mística, noble y guerrera " (versos de un antiguo poemilla que dediqué a Zamora recién llegado a esta tierra hermosa y hospitalaria de Cataluña), afición, decía, que conservo de niño, de cuando veía a los pintores al aire libre retratar rincones de mi ciudad, casi siempre reflejados en el espejo del río, un trozo de muralla con la Catedral en alto, la cuesta del Pizarro, las aceñas de Olivares... Dejaba los juegos y me quedaba un rato mirando al artista coger de la paleta con el pincel un poco de pintura para eternizar en el lienzo la yerba de la orilla o el cielo que recortaba la torre del Salvador. Admiraba sobremanera a aquellos artistas y cuando llegaba a casa trazaba sobre el cuaderno de dibujo líneas y figuras que mi imaginación me dictaba. Luego me hacía acompañar de un grupo de chicos por los barrios vecinos para copiar en nuestros blocs la silueta de una casa, del campanario de la iglesia o cualquier cosa digna de ser dinmortalizada con el dibujo. Pasados los años y ya en Barcelona, de la mano del amigo pintor Casals me inicié en la pintura al óleo. Y desde entonces no he dejado de alternar la escritura con la pintura.

domingo, 11 de octubre de 2009

PATADAS AL DICCIONARIO

Va de hayas

Cada vez hay más relajación lingüística en los medios de comunicación, en especial la televisión a cuyos responsables les da lo mismo haya que halla, o sea, manga que hombro. Parece que están jugando con nosotros para ver si localizamos los gazapos que dejan correr en los subtítulos. Ojalá fuera eso. Pero mucho me temo que se deba a otras causas. Ayer en el telediario nocturno de Antena 3, aludiendo al hecho de que se había localizado cerca de Alicante un zulo de ETA, leí el siguiente texto: "Hayan un zulo de la banda terrorista ETA en la provincia de Alicante..." Esa forma verbal pertenece al verbo HABER y es propia del pretérito perfecto compuesto del subjuntivo de cualquier verbo (ejemplos: de VER, hayan visto; de CORREGIR, hayan corregido, etcétera). La forma correcta es HALLAN del verbo HALLAR, que significa "encontrar": "Hallan un zulo de la banda..." Ya puestos, en castellano hay otro significante "haya", cuyo significado es un tipo de árbol muy abundante en el Montseny catalán. "Seny", buen sentido es el que hace falta para evitar atropellos ortográficos como el que presentamos hoy.

jueves, 8 de octubre de 2009

MEMORIAS DE UN JUBILADO

Un susto



Hace unos días contaba aquí la dicha que es pasar en Barcelona un domingo por la mañana en compañía de mis hijos. Y ayer tan sólo fuimos al hospital a buscar a mi hijo pequeño que le daban el alta médica tras haber sufrido un accidente de moto el día anterior. La vida es así. Todo empezó el pasado martes por la mañana. Mi hijo pequeño apareció por casa para consultar en Internet la dirección de una editorial en Barcelona con el objeto de acercarse a ella en moto, una vespa de los años setenta que duerme en el garaje de la casa, y resolver unos trámites relacionados con una oposición que quiere hacer. Yo mismo le acompañé al garaje y vi, antes de partir hacia Barcelona, cómo se ajustaba el casco y desaparecía por la puerta del túnel de los garajes. A la hora de comer, como aún no había vuelto, empezamos a preocuparnos su madre y yo. Momentos antes, en la buhardilla, mientras retocaba un cuadro, una idea indefinible empezó a rondarme la cabeza, aunque al poco tiempo desapareció. Y cuando dábamos los primeros ataques al plato, sonó el teléfono. Lo cogió mi mujer y enseguida comprendí qué estaba ocurriendo. Llamaban desde el hospital de Taulí de Sabadell para decirnos que nuestro hijo estaba ingresado en Urgencias tras sufrir un accidente de moto, si bien nos tranquilizaron algo diciéndonos que estaba consciente y al parecer bastante bien dentro de lo que podía haber ocurrido. Según las palabras de la enfermera que llamaba, nuestro hijo tenía rota la clavícula derecha, una fisura en una costilla y una sonda para detectar si había algún daño interno. Dejamos el plato tal cual sobre la mesa y, tras intentar localizar en vano a mi nuera, partimos en coche hacia el Hospital, pasando antes por el colegio donde trabaja ella. Le contamos lo que había pasado y quedamos en vernos en el centro sanitario, pues ella iría a la guardería a buscar a mi nieto. Toda una odisea. Y no he dicho nada todavía del Hospital. Todo el mundo conoce el funcionamiento de nuestro sistema sanitario. Muchos reglamentos, recomendaciones y advertencias para los familiares de los pacientes, y escasos o ninguno para los del personal del Centro. Y las largas horas de espera sin información ninguna y sólo un acompañante por paciente y guarden silencio y orden y respeten la dignidad y un largo etcétera de paradójicos avisos y extrañas contradicciones. Que no les pase nada a ustedes ni a ningún familiar suyo para que no tengan que vivir lo que mi hijo pequeño y nosotros hemos tenido que pasar estos dos días que nos hemos visto obligados a vivir en Urgencias del Taulí. Claro que lo peor lo ha tenido que padecer el paciente (de ahi la palabra). Dejando a un lado los dolores resultantes del accidente, que de eso no tiene la culpa nadie, salvo el conductor del todoterreno que se metió en el carril de mi hijo pequeño sin avisar para tirarlo de la moto y arrastrarlo durante unos metros hasta dar con su cuerpo contra un poste de hierro que hay en el lugar de los hechos, está el box donde ha pasado cuarenta y ocho horas en una camilla que ni permite la idónea colocación de la mesa para comer, acompañado de otro paciente, cuando las normas prohiben compartir con otro enfermo el box, sin poder pegar ojo durante toda la noche porque el paciente de al lado no dejaba de quejarse a voz en grito sin que nadie mediara para remediarlo. Mi hijo me contó cómo había ocurrido el accidente y luego me pidió que en cuanto pudiera me diese una vuelta por la gasolinera en cuyas proximididades había ocurrido para ver si alguien de allí había visto algo y en especial para saber qué había sido de la vespa. Se lo prometí mientras llegaba a la conclusión de que al menos él empezaba a recuperarse del terrible golpe que había recibido. Luego salió a relucir el destino que habían corrido sus pertenencias, las llaves del piso, el tarjetero con toda su documentación y otros objetos extraviados pues entre los bomberos, la policía y la ambulancia que habían intervenido en el atestado del accidente la casa había quedado sin barrer. Unos a otros se pasaban la pelota y decían que todo lo habían guardado en la mochila que mi hijo llevaba. Sólo existía un sobre que contenía el carné de identidad, el mando a distancia del garaje de casa que yo le había proporcionado para que pudiera de regreso entrar en el túnel comunitario y el móvil, rayado e inservible tras el golpe. El primer día y sobre todo la primera noche fueron algo horrible para mi hijo. Nada más amanecer el siguiente, me arreglé y me fui a la policía local para hacer una declaración sobre el estado de mi hijo y recoger su casco, las gafas de sol y las llaves de la vespa. Después nos fuimos a pasar el día con él al Hospital, hasta que le dieron el alta, que fue por la tarde. Otra odisea para traerlo a casa. Pero ahora ya ha pasado todo y sólo queda esperar a que las fracturas se cierren. Creía que con la jubilación llegaría la paz y estaba equivocado, porque la paz siempre está en camino pero nunca acaba de llegar.

martes, 6 de octubre de 2009

POEMAS RESCATADOS

Seguimos rescatando poemas de El camino diario. Hoy les toca el turno a los tres siguientes:








HOMBRE



Sigue a ese hombre,
esos ojos cargados de cien noches atrasadas,
esas manos llenas de herramientas
y vacías de premios.
Sigue a esa estatura de milenios
repartida antes que tú en la geografía del mundo,
en la raza de sueños infinitos de todas las culturas.
Sigue a esa existencia interminable
hasta ese hormiguero donde los trenes hablan
de suicidios, de amores, de trabajo, de hambre, de pan justo,
de justicia inexacta.

Síguela hasta el campo, la fábrica, la escuela,
el despacho, el hospital, la tumba...
Y aprende sus afanes, la erosión de su carne,
la embestida del surco, los sopapos
del humo y el hastío,
el hedor de la tinta sobornada,
la sábana empapada de dolor
y el broche final de los necrófagos.

Síguela y aprende cómo todos
nosotros empujamos la existencia de todos,
la noble eternidad de nuestra raza
con muertes solitarias,
con vidas hechas de hambre y soledad.

Sigue a ese hombre y bésale las manos:
él es tú mismo; él es todos nosotros
encarnados en él mismo.
Ahí, en esa ropa indestructible, pero a la vez perenne,
va el trabajo del hombre, el camino del hombre,
esta raza nuestra siempre a solas.




PAZ

Para mi madre


Aquí me ves buscando la paz de cada día
cuando es casi noviembre y las dalias confirman
bajo la terca lluvia tu verdad dolorida.
A veces me consuelo pensando que en la esquina
que sostiene tu ausencia favoreces la herida
de luz por donde manan estos versos de vida.
Y vivo con la paz que busco cada día
desde que el alba nace y rellena de prisa
el aljibe sereno que fue mi infancia un día,
y paso la jornada curando ortografías,
domando al castellano con naturales rimas.
Y la noche me alcanza con sus negras aristas
sin haber conseguido esta paz requerida.
¡Qué distinta tu paz ganada día a día
que después de tu adiós se convirtió en semilla,
en recuerdos eternos, en mito de familia!
Y recurro a tu nombre cuando la fe me olvida
para seguir diciendo que busco todavía,
como el pan o la ropa, la paz de cada día.



POEMA

Andamiando un poema,
aprendo a ser libre.
Si escribo, por ejemplo, la palabra nube,
una fuerza especial me arrebata del mundo,
y si escribo herramienta, esa fuerza especial
me devuelve al trabajo que ejerzo en este instante.
Son palabras que viven ellas solas
y a la vez me recuerdan que soy libre también.

Andamiando un poema,
aprendo a ser libre,
y al cerrarle sus puertas,
al ponerle el candado del fin,
se me vuelve a caer de la cumbre
la roca...
¡Y otra vez a subirla en las tablas
del andamio de un nuevo poema!
¡Y a seguir aprendiendo a ser libre
mientras haya una nube que me haga soñar
o una herramienta que me ligue al instante.