sábado, 29 de enero de 2022

ENRIQUE BADOSA Prosa (II)

 


A continuación el autor de La libertad del escritor habla de la inutilidad de los diarios íntimos que pecan de buen sentido y prudencia, a raíz de la publicación de Simone de Beauvoir de su diario íntimo, excesivamente íntimo, y se pregunta: “¿Por qué personas de la calidad de Simone de Beauvoir nos explican –y sin omitir detalle-- unos aspectos de su vida que en el fondo a nadie le interesan, que pertenecen más a lo inconfesable que a lo ejemplar?” (pág. 89) Y pasa a confesarnos que del escritor sólo le importa su obra; aunque enseguida aclara: “no sus andanzas, no sus experiencias personales, a menos que sean expuestas con gran calidad literaria y humana, y sin el único y exclusivo empeño de épater le bourgeois”.(pág. 91) Para concluir aludiendo al diario de la Beauvoir que de la escritora francesa no le interesa su vida íntima, sino su vida interior. Bien aclarado los dos aspectos, que no son lo mismo.

Sobre el teatro, incluye Badosa tres artículos de interés, “De las musas al teatro”, “El teatro y la palabra” y “Un nuevo acercamiento al teatro.” De su contenido principal me quedo con algunas afirmaciones que me parecen importantes. “El teatro es el resultado de un esfuerzo conjunto del escritor, del actor y del público. Por eso el teatro tiene, en sí mismo, tan gran prestigio como hecho humano y humanístico (…) Entre todas las manifestaciones literarias, el teatro es la de mayor relieve social.” (pág. 95) “En el teatro, la palabra halla plenitud. El teatro magnifica la palabra, eleva a categoría la aparente anécdota de un diálogo más o menos trivial, más o menos importante: concede dignidad ejemplar a las palabras de cada día, las consagra en su plenitud de don de Dios.” (Pág. 99) Respecto al nuevo acercamiento al teatro, Badosa destaca la adaptación al cine de obras dramáticas famosas como uno de los mejores medios para conseguirlo. Y cita el caso del teatro de Shakespeare como el más empleado a propósito de celebrarse el tercer centenario del nacimiento del autor de la tragedia de Romeo y Julieta. “Se ha rodado, en Inglaterra, una versión cinematográfica de 'Othello', que lleva el título All night longe, y que sitúa la acción en la época actual. Se trató de plasmar en la pantalla el drama de los celos, según el argumento –ya que no según la palabra-- de Shakespeare, y de obtener efectos que pretenden por lo menos no ser indignos de la obra original.” Y para dejar los géneros en su sitio, Badosa concluye: “El cine y el teatro no tienen por qué rivalizar. El cine es un nuevo género literario, a la vez plástico y teatral.” (Pág.103) Otra aceptable definición del séptimo arte, aunque no completa.


 

Y dicho esto, siento saltarme el artículo “Viajes y arqueología”, si bien me quedo con la constatación que hace a propósito el autor acerca de la proliferación de la literatura de viajes, que él llama “literatura arqueológica” a finales de los años sesenta, para afrontar el siguiente titulado “El cine literario”, basado normalmente en el argumento de una obra narrativa, que ya en principio es uno de mis favoritos, si bien me gusta siempre añadir el de una obra teatral (ver en mi blog escribiradiario la sección titulada “Del teatro al cine”). Badosa elige el primero, el del argumento narrativo, llevado a la pantalla con desigual acierto. Y cita el caso de “Il Gattopardo”, de Lampedusa, que el cineasta “Lucchino Visconti, cuyas dotes artísticas sería necio negar, no ha podido recoger en el ámbito de la pantalla toda la riqueza de contenido de una obra cuya complejidad escapa a limitaciones que forzosamente suponen una mutilación.” Sin embargo, algo más adelante el autor afirma que “a veces, el cine literario consigue logros, cuando el director o los guionistas se sienten libres ante el tema de la obra escrita, cuando llevan a cabo una variación personal sobre tema ajeno.” (Pág. 110) Y cita los ejemplos indudables de “El proceso”, de Kafka, (la realización de Orson Welles) y las versiones que hace Lawrence Olivier del ya mencionado Shakespeare. Finalmente, respecto a las mutuas influencias existentes entre el cine y la literatura, Badosa afirma que “si bien es cierto que la técnica de la cámara ha influido en la técnica del literato, tal influencia es mucho menor que la del escritor sobre el cineasta.” (Pág. 112) Yo creo que lo más importante es que ambos géneros se respeten entre sí y se enriquezcan lo máximo con la recíproca enseñanza.


 

Siguiendo el hilo del libro, y dejando aparte el artículo titulado “La literatura española en lo universal”, en el que Badosa se limita a citar algunos de nuestros autores literarios con verdadero valor universal, de todos conocidos (Jorge Manrique, Fray Luis de León, San Juan de la Cruz, Lope de Vega y Francisco de Quevedo, en calidad de poetas líricos, y Cervantes, como creador del Quijote), aparece un grupo de artículos referidos a la poesía, hasta un total de diez, en los que sobresalen nombres propios pertenecientes a la literatura castellana (Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Lope de Vega y Luis de Góngora) y a la literatura catalana (Ausias March y Carles Riba). Tras hablar de la poca presencia y permanencia de la poesía en la vida actual debido a la creencia generalizada de que el género es algo ligado a un tópico romántico (“la poesía es un arte del que se habla—cuando se habla-- con muy poca noción de lo que es”, dice Badosa), o preguntarnos “¿sabe usted leer poesía?”, insinuando la pereza mental y espiritual que aqueja a mucha gente en nuestros días, “incapaces de llevar a cabo –ni siquiera por curiosidad-- el esfuerzo de descifrar un poema”, para concluir que “lo que no se conoce no se puede amar.” Y pasar en puntillas por “la vuelta de los trovadores” (Brassens, Duval, poesía cantada o recitada en la plaza pública, en el escenario, en la terraza de un café...), Badosa centra su atención en Antonio Machado a raíz del intento en 1958 de la RAE de trasladar los restos del poeta a tierra española, para negar al instante que la poesía de Machado no depende de una actualidad más o menos periodística y pasajera. “La obra del poeta es actual por sí misma y en el espíritu de los lectores que hayan sabido acercarse a ella con provecho y con afán de compartición de experiencias.” (Pág. 137) 


 

Acto seguido elige el poema XCIV de sus “Poesías completas” para enumerar rasgos característicos del poeta sevillano (el paso del tiempo, el de la vida y de quienes vivieron o de la soledad de quienes caminan ahora) y añadir que “esta ansia por ver claro, por tomar posesión de la realidad propia y de la realidad de todos los hombres, es lo que dota a la poesía de Antonio Machado de la universalidad que hace de él un verdadero clásico.” (Pág. 139) Concluye el artículo con estas palabras: “Este poeta que tan humano fue nos dio una esmerada, solemne y atractiva lección de humanidad. Y junto a la lección de humanidad, una lección de arte. (…) El gran poeta Antonio Machado está siempre presente y es actual en la vida de quienes nos hemos acercado a escuchar ambas lecciones.” Yo me apunto.


 

El artículo sobre Juan Ramón Jiménez fue escrito para celebrar la entrega del Nobel de Literatura al autor de “Platero y yo” en 1956. Badosa, que muestra sus “reservas acerca de gran parte de la producción juaramoniana”, afirma, sin embargo, que “la obra verdaderamente personal, lograda y madura de J. R. J. Es la comprendida en los primeros treinta y seis años de su producción”, y algo más adelante justifica dicha afirmación: “Es indudable que aquellos primeros poemas de J. R. J. Tenían arte, belleza y vibración lírica.” Y, como hizo antes con Machado, ahora lo hace con Juan Ramón proponiendo como ejemplo el poema “Alba”, perteneciente a “Primeras poesías”, en el que se muestra elegíaco, empezando el poema con “un deje de enorme tristeza y de evocación melancólica” para hablar enseguida de los personajes del mismo, el hombre y la mujer, envueltos en “una dulce y pesarosa anécdota de amor y de ternura”, si bien son también personajes del poema “el paisaje, la luz, la naturaleza pulsada en sus notas más intimistas y tal vez más tristes.” El resto del artículo rueda por la poesía de J. R. J. que siguió a la primera época, no tan del gusto de Badosa porque, según él, fue sustituida “por una expresión más rígida cada vez, más aristada. Y todo lo que era calor expresivo se convierte en frialdad. Por otra parte, la facilidad de intelección de su primera época, irá cediendo el paso a un hermetismo cada vez más duro.” Sin embargo, Badosa concluye el texto reconociendo su admiración y estima por la obra del poeta, añadiendo: “Creo que una antología exigente, muy exigente, en la copiosa fronda poemática de J. R. J., daría como resultado un importantísimo libro de poemas, tal vez de no demasiadas páginas, pero que sería uno de los más notables de la poesía española de todos los tiempos.” Interesante sugerencia. El intento llevado a cabo por Vicente Gaos en la edición de Cátedra de 1992 me parece el más acertado de cuantas antologías se han hecho de la poesía del autor de “Arias tristes”. Dicha antología, en la que Gaos recoge poemas de todas las épocas de Juan Ramón, salvo las necesarias excepciones, será de la complacencia del más exigente lector. Estoy convencido de ello. Y para poner un ejemplo, cito sin ir más lejos el último poema del libro, “Este árbol que me parte”, que contiene versos como los que siguen:

Cada vez oigo mejor

a este solitario pájaro

del árbol de mi prisión.

(…)

Cada vez mi árbol da,

a más gritos de esperanza,

más frutos de realidad.

(…)

Cada vez mi árbol va

entrando más en mi espacio,

cabiendo más en mi mar.



sábado, 22 de enero de 2022

AUTOBIOGRAFÍA (III)

 


VOLVER A VIVIR ROMA

Hay que volver a vivir Roma,

sus iglesias, sus éxtasis, sus fiestas, sus Berninis,

sus helados de salvia, sus noches de cerveza,

camino del Pavone por fieros adoquines

y un tráfico diabólico en una ciudad santa,

entre dormidos ángeles y Caravaggios plenos

de extraña humanidad y santa rebeldía.

Hay que volver a vivir Roma,

vivir el bullicio del Trastévere humano,

la soledad nocturna, fiel de Giordano Bruno

en su Campo dei Fiori, enfundado en su bronce,

con su libro y su luna, su lucha y sus cenizas.

Y tomar en un bar spaghetti alle vongole

y en otro bar un vino de aventura y tristeza .

Yo he vivido el Gianicolo entre pinos románticos,

avenidas de estatuas y la encina de Tasso,

tan callado y tan vivo en su tumba de iglesia,

y la revolución del mejor Garibaldi…

He vivido saberme total cosmopolita

allí en el corazón del mundo más antiguo,

atado a la belleza y al sagrado far niente.

Echo de menos Roma, ahora que estoy lejos,

metido en la rutina de mi humilde ciudad,

en un noviembre claro de dalias y castañas

donde el viento se esfuerza por robar nuevas hojas.

Pero un mayo vendrá con ruinas y amapolas.

Hasta entonces... vivir, vivir en unas ascuas

de espera por volver a vivir la Roma eterna.

 


OTRAS VOCES, OTRAS LUCES

Hay voces, luces

que son artificiales,

voces que no nos pertenecen,

luces que llegan y nos traen

fugaces alegrías y enseguida

el olvido las lleva, como el viento

a las hojas de otoño.

Son las voces, las luces

que se quedan atrás en las cunetas

de nuestra vida.

Pero son otras voces,

otras luces las que van con nosotros

tejiéndonos el alma desde niños

con hilos de familia

y aventuras de infancia…

Si atendemos un poco,

poniendo el corazón en el empeño,

oiremos esas voces que no mueren,

veremos esas luces que nos llevan

por el camino bueno,

hacia lo mejor que tenemos de nosotros mismos.

 


 AMANECER

Abres los ojos,

y Hermes te mira desde lo alto del armario.

Suenan voces de niños en el piso contiguo.

Es hora de dejar el nido de la cama

y enfrentarte de nuevo al andamio del mundo.

Duermen los patios todavía.

Arriba, el sol

pide permiso para entrar por los terrados

y besar los cristales de los primeros balcones.

Más arriba aún, nubes heridas

por los cuernos de las televisiones,

luchan por esquivar

la cornada definitiva.

Tu mirada retrata el otoño del tilo

y el silencio cohibido de los patios,

cajas de soledad humana y dulce.

Todo está preparado

para que el mundo pruebe su esperanza

una vez más contra el peligro oculto.

 


EN LA CATEDRAL 

Hay misa, la gente canta

lo que el cura dictamina,

mientras suben las columnas

con una calma infinita

hacia las bóvedas góticas

que desde el cielo las miran.

Están en semipenumbra

las silenciosas capillas,

cada una con su santo,

su sepulcro y sus cenizas.

Y acaso una vela sola

en un rincón encendida

alumbra la cara triste

de una dama muerta en vida.

No me canso de admirar,

mientras prosigue la misa,

la magia que me regala

el bosque de piedra antigua.

No hay oraciones que valgan,

ni liturgias aprendidas:

me basta con la emoción

que nace libre a la vista

de esta belleza sagrada

donde el arte nos da vida.


 

sábado, 15 de enero de 2022

EL QUIJOTE APÓCRIFO DE SANSÓN CARRASCO (I) Los orígenes de don Quijote de Calatrava

       


       El doctor Cristóbal Suárez de Figueroa, como en otras ocasiones, fue algo más preciso que Cervantes en ubicar en la tierra de sus andanzas caballerescas al protagonista de su libro pues, en vez de hablar de él como natural de una aldea perdida en una comarca extensa de Castilla, La Mancha, al modo del Manco de Lepanto, lo hizo nacer en un territorio más concreto, aunque sin precisar la población tampoco. Este territorio es el del campo de Calatrava, perteneciente a la provincia de Ciudad Real y comprendido entre los ríos Guadiana y Azuer y la cordillera Bética. Comarca variada que, por un lado, ofrece la fertilidad de extensos viñedos, olivares y campos de cereales, así como pastos ricos en invierno para los rebaños de ovejas trashumantes y, por otro, la aridez salvaje de dilatados paisajes volcánicos por haber habido allí volcanes activos que cubrieron la tierra de lava y ceniza. Es sabido que el nombre de Calatrava le viene a la comarca de la orden religiosa y militar del mismo nombre, fundada en 1181 por Sancho II de Castilla y aprobada por el Papa Alejandro III en el mismo año con el objeto de defender la fortaleza de Calatrava de los ofensivas moras, orden que rigió los destinos de aquellos lugares durante bastante tiempo. 
       
    

       Aunque no se sabe muy bien en cuál de sus poblaciones nació el famoso caballero, la gente estudiosa de la obra del atrabiliario doctor apunta el nombre de algunas, en especial Calzada, donde hubo en otro tiempo un castillo de considerables dimensiones y un convento de cistercienses, ambas construcciones hoy en ruinas desgraciadamente. Pero existe un canónigo, Antonio de Argamasilla, tan estudioso como los demás de los escritos de Suárez de Figueroa, que se empeña en afirmar que fue Carrión de Calatrava la cuna de Don Quijote; documentación no le falta y, así, muestra cartas y un contrato de compraventa firmados por Suárez de Figueroa en dicha población en 1612; de estos datos y otros deduce que allí estuvo viviendo un tiempo el cuerpo largo y delgado del doctor, cuerpo coronado por aquella cabeza suya, tan poderosa como brillante era su generosa calva (la cualidad de generoso sólo estaba reservada a esa parte de su anatomía). Añade el citado canónigo que el conocido carácter agrio y maldiciente del doctor le granjeó nuevas enemistades entre los lugareños, sobre todo, la de un bachiller poco amigo de estudiar y mucho de meterse en asuntos ajenos, con el cual llegó a las manos por un asunto de faldas, asunto para el que tampoco el doctor estaba suficientemente preparado.  
 

              
        Antonio de Argamasilla afirma que hasta allí se llevó el doctor la primera parte del Quijote de Cervantes con la intención de enmendarle la plana y escribir un Quijote que ganara al que ya circulaba por España como una persona viva en boca de cultos e iletrados. Y para hacerlo con todo tipo de garantía se hizo acompañar de varios voluminosos cartapacios que contenían los Anales de La Mancha y los datos que escribiera sobre Don Quijote el historiador árabe Cide Hamete Benenjeli, aunque, como veremos, bien poco caso hizo de ellos. Dice el canónigo erudito que, una vez llegado allí, Suárez de Figueroa mandó colgar en el zaguán de su casa un letrero con la frase archiconocida de Lope : “De poetas ninguno hay tan malo como Cervantes ni tan necio que alabe a Don Quijote.” Letrero que le valió un desafío a muerte por parte de un hidalgo seco y esmirriado que en aquellas palabras se vio claramente ofendido. A la luz de dos faroles cruzaron sus espadas los dos contendientes en una fría y oscura noche de enero. Los testigos dieron por buena una estocada que no fue tal y ninguno salió malparado, salvo la capa del hidalgo, que presentaba un siete descomunal a la altura del costado izquierdo. Precisamente Suárez de Figueroa tomó a este hidalgo, de nombre Jerónimo Merchante Pavón, como modelo para su Quijote y lo situó en el primer capítulo de su obra al modo del de Cervantes, perdido el juicio de tanto leer libros de caballerías, pero con el añadido de dos secretos fundamentales que lo marcaron para siempre. El primero de ellos relacionado con su infancia. Suárez de Figueroa se extiende en detalles que no podemos pasar por alto, como el de haber nacido normal pero de padres intelectuales e impacientes. Y así leemos en el mencionado capítulo que su madre doña Isabel Pavón le recriminaba a menudo su torpeza con la frase: “Jerónimo, pedazo de tonto, creo que nunca podrás aprender nada serio. ¿Cómo es posible que tu padre y yo hayamos tenido un hijo tan zoquete?” 
         

         El caso es que doña Isabel Pavón escribía y hablaba varios idiomas correctamente, caso singular en una mujer de aquellos tiempos, mientras que don Pablo Merchante era un reputado jurista que había ayudado al mismísimo Cervantes a salir de uno de sus acostumbrados líos de faldas. Doña Isabel tenía fama de exigente y severa y, como escribe Suárez de Figueroa, “cuando se percató de que su vástago era un poco lento en el aprendizaje de las letras y que no mostraba ningún progreso académico, recurrió a un régimen inexorable de palizas diarias esperando con ello inculcar algún conocimiento en su inmadura cabeza, pues deseaba que, cuando regresara don Pablo de la Corte, el zote estuviera en condiciones de manifestar algún adelanto. Pero el joven no lograba dar el mínimo paso hacia la sabiduría. Antes al contrario, empezó, no se sabe muy bien si con intención o sin ella, a manchar sus cuadernos de caligrafía. El pobre chico se quejaba en vano de que su pluma goteaba, porque su meticulosa madre, lejos de atender a sus excusas, acrecentaba los palos con que regalaba las acciones de Jerónimo...” Sigue contando Suárez de Figueroa que un día, en el cual Jerónimo había babeado sobre su tarea de escritura, doña Isabel, en la cumbre de la ira, cogió a su hijo de los pelos y lo arrastró hasta la escalera del sótano, tiró de él hasta el piso húmedo del habitáculo, mientras la cabeza de Jerónimo contaba los escalones uno por uno, y allí abajo remató su faena con una buena tunda de golpes que llenaron el cuerpo del muchacho de toda la curia cardenalicia. “Sin duda, continúa diciendo el autor, aquellas palizas constantes y los golpes sufridos en la cabeza, ablandaron los sesos del muchacho más de la cuenta, preparándole para la absorción sin juicio de los disparates que contaban los libros de caballerías.” 
        

      El segundo secreto del hidalgo al que se alude en el primer capítulo de Don Quijote de Calatrava tiene que ver con el ama y la joven que en el libro de Cervantes es considerada sobrina del enloquecido protagonista. Resulta que don Jerónimo Merchante había mantenido en algunos momentos de su solitaria vida ciertos escarceos amorosos con el ama, de los cuales habría nacido una niña preciosa a quien llamaban Siempreviva. El asunto lo mantuvieron siempre a escondidas ama e hidalgo y, para no despertar sospechas, decidieron inventar una historia, según la cual la chica era hija de un hermano del hidalgo que se había ido a las Indias en busca de fortuna y lo único que allí encontró fue unas fiebres malignas que lo llevaron al sepulcro en unos días, dejando huérfana a una niña, fruto de unos amores con una mulata de La Habana. Lo cierto es que cuando, tras mantenerla oculta el primer año de su vida, decidieron presentarla a los vecinos, algunos de ellos no dudaron en hallar en los rasgos de la pequeña (ojitos grandes y ligeramente rasgados, pelo negro como la pez y cutis levemente cetrino) caracteres indígenas de allende el Atlántico. Con lo cual se dispusieron a vivir tranquilos el resto de sus vidas, aunque siempre bajo la amenaza de que un día su secreto fuera desvelado por uno de los dos progenitores. Imaginación no le faltaba al hidalgo, el cual, antes de dedicarse a gastar la herencia de sus padres en comprar libros de caballerías, tuvo el infortunio de caer en las garras engañosas del bachiller Gracián de Saavedra, personaje creado a raíz del altercado que el propio Suárez de Figueroa había tenido con aquel bachiller que había sido vecino suyo en Carrión de Calatrava. Resulta que Gracián de Saavedra, conocedor del poco seso del hidalgo, se presentó un día en casa de este último con la idea de venderle una supuesta carta del mismísimo Miguel de Cervantes que el escritor había enviado al virrey de Nápoles; en la misiva le pedía recomendaciones para un abogado de Valladolid que llevaba un asunto de amores ilícitos de una de las hermanas del alcalaíno. Se la vendió casi regalada porque por entonces estaba preparando el camino de un negocio futuro que le daría sustanciosas ganancias a expensas de la escasa materia gris del cerebro de Jerónimo Merchante. 
       

      Más tarde se presentó con un presunto manuscrito de Quevedo en el que el escritor exponía un suceso relacionado con el duque de Osuna y una dama de rumbo de Venecia y del que él había sido testigo. Al hidalgo se le iluminaban los ojos cada vez que el bachiller aparecía en su hacienda con una nueva venta bajo el brazo. Y así, poco a poco, le fue comprando escritos cada cual más peregrino: una versión nueva de la fábula de los dos ratones de El libro de Buen Amor, un canto de amor inédito de Ausias March, un capítulo del Tirant lo Blanc que Joanot Martorell había desechado, unos tercetos de Dante en castellano dirigidos a Beatriz... hasta llegar al colmo de la credulidad comprándole una Vida de Jesús de niño escrita por su madre la Virgen María. 
     

      No fue esto lo único que cambió Suárez de Figueroa en el primer capítulo de su obra respecto de la de Cervantes. Pongamos algunos ejemplos. Hablando de los carismáticos personajes de Dulcinea y Sancho, aunque respetó los nombres que les había dado Cervantes, los hizo nacer y vivir en lugares distintos y poseer algunos rasgos diferentes que iremos viendo a lo largo de las líneas siguientes. En primer lugar, la dama de sus pensamientos la hizo nacer y vivir en Aldea del Rey, con lo cual, en vez de llamarla Dulcinea del Toboso, la llamó Dulcinea del Rey; le parecía el sobrenombre más noble y distinguido que el de un pueblo de Toledo, alejado de la comarca a la que pertenecía Don Quijote. La había conocido en una romería del santo del lugar y enseguida se enamoró de ella, pero nunca se atrevió a confesarle su amor, y cuando, a imitación de los caballeros andantes, cuyas aventuras había leído en docenas de novelas de caballerías, decidió salir por esos andurriales para defender a los débiles contra la injusticia de los poderosos, puso a la dama de su corazón como destinataria de sus proezas. Suárez de Figueroa habla así de ella: “Contaba Dulcinea cuando la conoció Jerónimo Merchante alrededor de treinta años y estaba casada con un labrador rico del lugar; era muy hermosa, blanca y delgada como una nube de verano. Su ocupación principal era arreglar la casa, poner la mesa cuando su marido volvía del campo y leer; leía sobre todo libros piadosos y relacionados con la vida doméstica; tenía dos libros de cabecera: uno era La perfecta casada de fray Luis de León y el otro La vida de Santa Teresa contada por ella misma...” 
      

      Respecto del bueno de Sancho Panza, Suárez de Figueroa añadió el detalle de que era un buen amante de la cocina, gran conocedor de yantares y vinos, aunque sus escasos bienes no le permitían darse el gusto de saborear unos y otros como hubiera deseado. Su mujer y sus hijas eran insaciables en la mesa y eso hacía que el hombre de la casa buscara en otras tierras trabajos que le reportaran ingresos proporcionales al consumo alimenticio de quienes dependían de él; y así, pasaba temporadas largas en Andalucía vareando la aceituna o en Valencia recogiendo para otros naranjas y limones. De ahí que, cuando su vecino el hidalgo Jerónimo Merchante, convertido de la noche a la mañana en caballero andante, le propusiera ser su escudero y acompañante en aventuras que les reportarían beneficios sin cuento, aunque en su fuero interno pensara que poco podía esperarse de quien los paisanos decían que tenía agua en la mollera, decidió salir con él más pensando en librarse de las obligaciones y responsabilidades familiares que en los bienes que pudiera obtener acompañando a aquel chiflado que, con palabras de Suárez de Figueroa, “había mandado azotar a su caballo porque durante un paseo por los campos de labor le había derribado al notar la presencia de una serpiente muy cerca de uno de sus cascos.” 
           

       Y ya que se ha aludido a Rocinante, conviene aclarar que era hijo de un garañón de su padre don Pablo, al que llamaba Atila, y una yegua sana y fuerte, propiedad del alcalde de Calzada, adonde había ido aquél para lograr la adecuada descendencia del que había sido el caballo más lozano de cinco leguas a la redonda. Figueroa dice al respecto: “Y así fue al principio, hasta que unas hierbas ratoneras que crecían al borde del regato del lugar emponzoñaron las aguas que bebió Rocinante un aciago día en que el paseo fue más largo que los acostumbrados. El animal empezó a adelgazar y a ponerse en los huesos, y parecía que la oscura enfermedad que había invadido sus entrañas iba a terminar con él, cuando el bachiller Gracián de Saavedra intervino a tiempo hablándole de un libro llamado Botánica esotérica, del licenciado Ruiz de Rioseco, el cual contenía preparados y recetas basadas en flores, raíces y hojas de plantas que remediaban las enfermedades más desconocidas, ya fueran padecidas por seres humanos como por animales...” El mismo bachiller le trajo el libro citado de la Corte y, buscando la fórmula adecuada a partir de ojicanto, ortiga y oxalis, prepararon una pócima que suministraron a Rocinante en siete dosis repartidas en otras tantas noches de una misma Semana Santa, como exigía el ritual del libro; el animal encajó con estoicismo humano el tratamiento, al cabo del cual sanó del todo, aunque sin recuperar la belleza anterior ni las arrobas que había perdido, y pese a parecer su cuerpo un conjunto de perchas ambulantes, su andar acompasado y el brillo de sus inteligentes ojos solían arrancar la admiración de cuantos lo veían. Finalmente, fue el mismo bachiller quien le proporcionó de manera indirecta la armadura y las armas con que, ya caballero andante, y acompañado de su inseparable Sancho Panza, saldría en el capítulo siguiente a desfacer entuertos y a librar de malandrines la intranquila faz de la tierra. Resultó que, al derribar un viejo caserón que había pertenecido a un antepasado suyo para levantar otro en su lugar, fueron halladas en una doble cámara hasta doce piezas de una armadura apavonada que se habían conservado impecablemente debido a las perfectas condiciones climáticas que el hueco en cuestión había permitido; entre las piezas no faltaban la celada, la gola, los guardabrazos, el peto, las coderas, los brazales o los guanteletes. Junto a ellas también había una lanza, una espada y un escudo, igualmente bien conservados.
         

     La armadura y las armas se las vendió el bachiller por un precio que le pareció al falso caballero andante casi irrisorio, pero que a Gracián de Saavedra le ayudó a pagar los gastos de la escritura de su nueva casa. Además, el bachiller se aprovechó de la sandez del hidalgo, que a todo esto consideraba a Gracián de Saavedra como un amigo de valor incalculable, haciéndole prometer que, con palabras de Suárez de Figueroa, “si en alguna ocasión se encontraba en apuros, pues en las aventuras de los caballeros andantes nunca faltan trances arriegados, habidos contra gigantes y seres de otro mundo, acudiera a él en busca de ayuda...” En pocos más detalles se extiende el contenido del primer capítulo de Don Quijote de Calatrava, como los relacionados con las costumbres, los hábitos alimenticios y las aficiones del hidalgo, que eran madrugar mucho, comer frugalmente: las legumbres tenían gran predicamento para él, así como cualquier producto de la huerta servido en frío o guisado de mil maneras; en cuanto a la carne, apenas entraba en su menú, a no ser los torreznos del cerdo y algún palomino los días festivos, y el pescado que nadaba en su plato era el chicharro del Norte, frito y adornado con olivas y pimentón dulce; la caza con galgo le atrajo en un principio y los paseos a caballo por los campos vecinos suplieron todas las salidas anteriores, hasta el momento de olvidarse de todos esos hábitos al afrontar la tarea de ampliar y completar su abundante biblioteca, cuyos coste y lectura acabaron de consumir la mayor parte de las reservas económicas de la hacienda y lo que quedaba aún de sano en el cerebro de su dueño, que era bien poco. Y, para no olvidar nada, también tiene lugar en estas primeras páginas del libro la mínima presentación que hace Suárez de Figueroa del cura del lugar, el licenciado Tomé de Avellaneda, y el barbero, Sebastián Lozano, ambos grandes amigos y aficionados a jugar a las cartas, comer bien y beber mejor, los cuales tan sólo hablan aquí para poner de vuelta y media al protagonista. 

 

sábado, 8 de enero de 2022

DEL TEATRO AL CINE (VI) La Celestina, de Fernando de Rojas

 


Antes de continuar nuestro recorrido del teatro español por la segunda mitad del siglo XX, con dramaturgos de la talla de Miguel Mihura, Buero Vallejo, Fernando Fernán Gómez o Sánchez Sinisterra, y, así, cerrar este modesto estudio, creo conveniente volver la vista atrás a las primeras obras importantes de nuestro teatro que fueron dignas de ser adaptadas al cine, empezando por la Tragicomedia de Calixto y Melibea, también llamada La Celestina, por la importancia que adquiere la famosa tercera en amores en la trama de la obra, para seguir con el teatro del Siglo de Oro, representado principalmente por Lope de Vega y Calderón de la Barca, principales cabeza de serie de las dos escuelas teatrales de los siglos XVI y XVI.

 


La Celestina

La obra más importante de la época literaria comprendida entre el final de la Edad Media y la transición al Renacimiento es sin duda La Celestina, modelo de comedia humanística, si bien, de acuerdo con algunos entendidos, se puede considerar también una novela dialogada. Fue escrita por el bachiller Fernando de Rojas (1475-1541), de quien conocemos los siguientes datos biográficos: Nació en Puebla de Montalbán (Toledo), de padres judíos conversos y estudió Leyes en Salamanca. Debido a su condición de hijodalgo, fue injustamente tratado por el conde de Puebla, por lo que fijó su residencia en Talavera de la Reina, donde fue alcalde mayor.

En la segunda edición de su obra (Sevilla, 1501) Rojas nos dice en unos versos acrósticos que había encontrado el primer acto escrito y que compuso los 15 restantes; estos 16 actos son los que ya aparecen en la primera edición de Burgos de 1499. La redacción definitiva de La Celestina consta de 21 actos, como puede comprobarse en la edición de Sevilla de 1502.

Al frente de la obra figura un argumento general, y al principio de cada acto su contenido particular. La acción principal puede resumirse de este modo: Calisto, joven noble, entra en el jardín de Melibea persiguiendo a su halcón, y en cuanto ve a la bella muchacha, se enamora perdidamente de ella; sin embargo, no es correspondido por Melibea, que lo rechaza al instante. Calisto consulta el caso con su criado Sempronio y éste le recomienda que acuda a la vieja Celestina para conseguir sus propósitos amorosos. La alcahueta, adiestrada en tales cometidos, visita a Melibea y consigue hábilmente que se avive en ella el fuego de su amor oculto por Calisto y acepte mantener una entrevista con el joven. Logrado este paso, Calisto premia la intervención de Celestina con una cadena de oro. Entonces Sempronio y su compañero Pármeno (otro criado de Calisto) deciden sacar también provecho de ese premio y, al comprobar que la vieja tercera en amores no quiere compartirlo con ellos, la matan. La justicia da con los asesinos y los condena a muerte. A todo esto, una noche que Calisto se encuentra a solas con Melibea en el dormitorio de ésta, escucha un ruido sospechoso en la calle; y preocupado por la situación intenta escapar por una escala, pero resbala, se precipita al suelo y muere. Entonces Melibea, al saber el fin trágico de su amado, se refugia desesperada en una torre de la casa y, ante la mirada abatida de su padre Pleberio, tras contarle sus cuitas, se arroja desde lo alto de la torre y se mata. El triste y a la vez moralizante lamento de Pleberio da fin a la obra dramática.

 


 

Por su contenido, se ha dicho de la Tragicomedia de Calisto y Melibea, más conocida como La Celestina, que parece una comedia de Terencio, en la que se han intercalado sentencias y máximas pertenecientes a las obras y autores imperecederos de la literatura universal, entre otros, la Biblia, Aristóteles, Virgilio, Ovidio y Petrarca, sin olvidar al mencionado Terencio.

Cervantes dijo de La Celestina que habría sido una obra divina si hubiera ocultado más lo humano (“libro en mi enteder divi- / si encubriera más lo huma-”).

He aquí un fragmento de la obra perteneciente a la Escena VI en la que Celestina está sola en su casa:

 

“CELESTINA.-   Conjúrote, triste Plutón, señor de la profundidad infernal, emperador de la corte dañada, capitán soberbio de los condenados ángeles, señor de los sulfúreos fuegos que los hirvientes, étnicos montes manan, gobernador y veedor de los tormentos y los atormentadores de las pecadoras ánimas, regidor de las tres furias, Tesífone, Megera y Aleto, administrador de todas las cosas negras del reino, de Estigie y Dite, con todas sus lagunas y sombras infernales y litigioso caos, mantenedor de las volantes arpías, con toda la otra compañía de espantables y pavorosas hidras. Yo, Celestina, tu más conocida cliéntula, te conjuro por la virtud y fuerza de estas bermejas letras, por la sangre de aquella nocturna ave con que están escritas, por la gravedad de aquestos nombres y signos que en este papel se contienen, por la áspera ponzoña de las víboras de que este aceite fue hecho, con el cual unto este hilado; vengas sin tardanza a obedecer mi voluntad y en ello te envuelvas y con ello estés sin separarte un momento hasta que Melibea, con aparejada oportunidad que haya, lo compre y con ello de tal manera quede enredada, que cuanto más lo mirare, tanto más su corazón se ablande a conceder mi petición, y se abra y lastime del crudo y fuerte amor de Calisto, tanto que, perdida toda honestidad, se descubra a mí y premie mis pasos y mensaje; y esto hecho, pide y demanda de mí a tu voluntad. Si no lo haces con presto movimiento, me tendrás por capital enemiga; heriré con luz tus cárceles tristes y oscuras; acusaré cruelmente tus continuas mentiras; apremiaré con mis ásperas palabras tu horrible nombre. Y otra vez y otra vez te conjuro; y así, confiando en mi mucho poder, me voy con mi hilado, donde ya te llevo envuelto.”


 

La Celestina ha sido llevada a las tablas en infinidad de ocasiones. He aquí algunas de las más importantes, sólo en España: en 1940 bajo la dirección de Cayetano Luca de Tena (Julia Delgado Caro encarnó a la vieja alcahueta); en 1957 fue su director Luis Escobar y encarnaron los principales papeles María Dolores Pradera (Melibea) José María Rodero (Calisto) e Irene López Heredia (Celestina); en 1988 dirigió la obra Adolfo Marsillach, y entre sus actores y actrices destacaron Amparo Ribelles, como Celestina, Adriana Ozores en el papel de Melibea y Jesús Puente encarnando a Sempronio; en 1999 se celebró el primer festival de La Celestina en la Puebla de Montalbán, cuna del autor, con la representación de la famosa obra; o la versión en 2016 del actor José Luis Gómez, que interpretó el papel principal en una coproducción de la Compañía Nacional de Teatro Clásico y el Teatro de La Abadía, cuyo director fundador fue el propio José Luis Gómez.



 

Y en cuanto a la adaptación de La Celestina al cine, seguimos, como en casos anteriores, a la que D. F. Arranz ha elegido en su libro Las cien mejores películas sobre obras literarias españolas, que no es otra que la película que César Fernández Ardavín, que ya había adaptado diez años antes El Lazarillo de Tormes, obra cumbre de nuestra narrativa picaresca) dirigió en 1969 con el mismo nombre que la obra de Fernando de Rojas; el guión del filme fue escrito por el propio Ardavín, en tanto que la música fue obra de Ángel Arteaga y la fotografía de Raúl Pérez Cubero. Y respecto a los principales personajes de la película fueron encarnados por Elisa Ramírez (Melibea), Julián Mateos (Calisto), Hugo Blanco (Sempronio) y el principal de todos, Celestina, corrió a cargo de Amelia de la Torre, “cuyas ideas izquierdistas la hicieron exiliarse en Argentina durante la Guerra Civil, donde permaneció hasta los años cincuenta. Especialmente dotada para desgarradores personajes teatrales y con una voz muy particular, su tétrica Celestina constituye uno de los mayores logros que obtuvo en el cine junto al Premio del Sindicato Nacional del Espectáculo por su interpretación en Tormento (1974).” Evidentemente, dada la extensión de la obra de Rojas, Ardavín prescindió de gran parte de su contenido para centrarse en los tres protagonistas y así aprovechó y aumentó el tema erótico, tan explotado en los últimos años de los sesenta, prestando su máxima atención a los encuentros de Calisto y Melibea. Por otra parte, no olvidó la crudeza y el fatalismo que empleó Rojas en su obra, e “hizo hincapié en la desesperación a que se ven abocados los afectos ingenuos de los dos jóvenes bajo la perversa influencia de la malvada vieja.”

Tras la adaptación cinematográfica de Ardavín, se hicieron otras como la de Gerardo Vera de 1996, en la que el personaje de Celestina lo encarnó Terele Pávez y los de Calisto y Melibea fueron interpretados por Juan Diego Botto y Penélope Cruz, respectivamente, acompañados por otros actores y actrices conocidos como Jordi Molla o Maribel Verdú. 


 




sábado, 1 de enero de 2022

A ESCENA (VI) El café de máscaras


 Hoy toca tratar de los Sainetes de don Ramón de la Cruz, y empezamos por

EL CAFÉ DE MÁSCARAS


PERSONAJES

(por orden de aparición)


DON MAURO. Hombre metódico y padre celoso de sus obligaciones.

DOÑA MENDA. Viuda.

PAQUITA. Hija de la anterior.

DON MANUEL. Galán.

DOÑA JULIA. Dama ligera de cascos.

NISO. Marido de la anterior.

DON QUIROTECA, amigo de Don Mauro.

UN CAMARERO.

UNA PAREJA.

GITANA. De verdad.

HOMBRE. Su marido.

ESCOTOFINA. Hija de don Mauro.

CASILLENO. Su novio.




PRIMER CUADRO

En la calle, a la puerta del café donde más tarde se celebrará el baile de máscaras. Es por la tarde. La luz del día irá apagándose a medida que avance la obra.


DON MAURO (En la puerta del café, amparado por un árbol y disfrazado de caballero con antifaz mientras ve llegar gente disfrazada.) Este don Quiroteca siempre acaba liándome. Y aquí estoy, a la puerta del café, aguantando el mal gusto de la gente. Ya no es como antes, que se tenía gran cuidado con los disfraces y había porte y distinción en los disfrazados. Me estoy arrepintiendo. Menos mal que he dejado acostada en la cama a mi querida hija Escotofina. Ahí llegan doña Menda y su hija Paquita. ¡Qué descoque! Si apenas lleva muerto su marido dos semanas y ya tiene ganas de celebrarlo.

DOÑA MENDA. (De luto y con un velo negro tapándole la cara. A su hija.) No te apartes ni un instante de mi lado y no se te ocurra quitarte el velo que te cubre la cara. No sea que el diablo lo enrede todo y dé que murmurar.

PAQUITA (Enfadada.) Entonces qué. ¿Me has traído aquí para que me quede tiesa como un palo? (Entran en el café.)

(Llega DON MANUEL.)

DON MAURO. Ahí viene ese Don Juan de pacotilla en busca de algún plan para burlar a algún marido.

DON MANUEL. (Descubierto. Contando el dinero que lleva en la mano.) Uno, dos, tres, cuatro duros. No sé si tendré bastante para pasar la noche. Y tampoco me acaba de gustar el plan de doña Julia. Eso de que me presente así, sin taparme para que luego en medio del barullo del baile ella se junte conmigo en el primer descuido de su marido me tiene escamado. Ya veremos qué pasa. (Entra en el café.)

DON MAURO. Ahí llegan doña Julia y su marido Niso, blanco de los planes de Don Manuel.

DOÑA JULIA. (Disfrazada de gitana y con un capote de raso.) ¿Me traes algo para después, cariño mío?

NISO. (Haciéndole carantoñas.) Pues claro, mujercita. En la faldriquera te he metido almendras y un buen trozo de jamón para que tomes un bocado a medianoche.

DON MAURO. (Aparte.) Este tío sí que es ridículo. ¿Qué pretenderá un pobre oficinista con seis reales de sueldo? (Espera a que DOÑA JULIA y NISO entren en el café para hacer él lo mismo.)



SEGUNDO CUADRO

En el interior del café. Mesas ocupadas por algunas personas. En la barra hay algún parroquiano. Columnas y espejos. Están encendidas las lámparas del techo.


DON MAURO. (Se arrima a DON QUIROTECA, que con una careta de payaso está apoyado en la barra ante una taza de café.) A menudo sitio me has traído. Con lo bien que estaba yo en casa.

DON QUIROTECA. Paciencia. Dentro de nada verás al mundo tal como es, pese a las máscaras y disfraces que lleva puestos. Mira a la parejita de esa mesa.

(El CAMARERO se acerca a la PAREJITA, ella disfrazada de gata y él de gato, para servirles.)

EL CAMARERO. ¿Qué van a tomar ustedes?

LA PAREJITA. (Visiblemente enfadada.) ¡Nada!

EL CAMARERO. Pues para asado es muy bueno. (Vuelve a la barra. A DON MAURO.) ¿Y usted? ¿Va a tomar algo?

DON MAURO. Nada, gracias. En casa me espera la cenita y no quiero perder el apetito. (El CAMARERO se pone a fregar unos vasos.) (A DON QUIROTECA.) Lo que quiero es quitarme este antifaz. ¡Vaya calor hace aquí dentro! Pero por otra parte, no quiero que nadie me reconozca.

DON QUIROTECA. (Levantándose la careta de payaso.) Pues yo tengo que quitármela para tomar el café. (Da un sorbo a la taza.) Mauro, mira a Don Manuel montando el número con esa mujer sola disfrazada de gitana.

(DON MANUEL y la mujer disfrazada de gitana pasan por delante de DON MAURO y DON QUIROTECA.)

DON MANUEL. ¿Pero quién eres, mujer?

LA MUJER SOLA. Una mujer que se va.

DON MANUEL. Pues si te vas, ¿por qué no nos vemos mañana a las once en los Capuchinos?

LA MUJER SOLA. Lo podría ver doña Julia.

DON MANUEL. ¿Qué Julia? Julia es una birria. A quien yo quiero es a ti.

LA MUJER SOLA. (Se va enfadada.) Esta me las paga el muy imbécil.

DON MAURO. Ese tío es un infeliz. No sabe el muy bruto que esa mujer es precisamente doña Julia.


 

DON QUIROTECA. ¡No me digas! ¿Qué te decía yo? Aquí el mundo se muestra tal como es. Mira, si no, a ese energúmeno que viene hacia aquí gritando.

NISO. (Hecho un basilisco.) ¿En dónde se habrá metido esta mujer mía? (Vocea.) ¡Julia!, ¡Julia! (A DON MAURO.) ¿Ha visto usted a mi mujer?

DON MAURO. Si le digo la verdad, hace un momento la vi salir del café.

(NISO tropieza con DON MANUEL.)

NISO. ¿Ha visto usted a mi mujer?

DON MANUEL. ¿De qué va disfrazada?

NISO. De gitana.

DON MANUEL. (Asombrado.) ¿De gitana dice? (Titubea.) Pues… pues…, no, no, no creo.

(Se van cada uno por su lado.)

DON MAURO. Me alegro de haber venido. Esto es verdaderamente un sainete donde el mundo se retrata a sí mismo. Y ahora veo que he hecho bien en no traer aquí a mi Escotofina del alma. ¡Qué ricamente debe estar en la cama!

(Aparecen por la puerta del café una GITANA y un SEÑOR que traen a NISO desmayado.)

GITANA. (Rodeada de gente.) He aquí lo que ha pasado. (Señala a NISO.) Este hombre desmayado iba buscando ansiosamente a su mujer, disfrazada de gitana, y al verme se ha creído que era ella, y me ha abrazado con fuerza sin apreciar que llevaba de mi brazo a mi hombre aquí presente (Señala a su acompañante.) Entonces se han puesto a pelear y mi marido le ha sacudido un mamporro que ha dado con él en el suelo. Y se ha traspuesto, como ven.

(Todos se van quitando los disfraces. DOÑA JULIA, regañando con DON MANUEL, se acerca a NISO, que en ese momento abre los ojos.)

DOÑA JULIA. (A NISO con mimo.) Hola, cariño. Gracias por volver en ti y gracias por todo. De ahora en adelante verás cómo cambio y estoy sólo por ti.

(La parejita disfrazada de gatos también se quita las caretas. Ella es ESCOTOFINA, la hija de DON MAURO, y él, DON CASILLENO, el novio de ella. DON MAURO, al ver a su hija se acerca a ella visiblemente sorprendido.)

DON MAURO. ¡Hija ingrata! ¿Tú aquí sin saberlo tu padre? (A su novio.) ¿Y usted quién es, joven? ¡Cómo se atreve…!

DON CASILLENO. (Con gesto de pedir calma.) Paciencia, don Mauro. No estropeemos la función. En pocas palabras se lo digo: Desde este mismo momento usted es mi suegro; lo demás se lo diré en casa.

(Todos ríen y aplauden.)

FIN