lunes, 29 de enero de 2024

TEATRO NEGRO (III) EL HECHIZO

 


EL HECHIZO

Adaptación libre del cuento Vampiro, de Emilia Pardo Bazán



PERSONAJES

Por orden de aparición


CURANDERO, varón de mediana edad, con aspecto de extranjero sin serlo, barba y quevedos, lleva una consulta semiclandestina en una cabaña de monte

DON NATO, varón de ochenta años, de aspecto caduco y atrabiliario, poseedor de una gran fortuna

DON CARLOS, cura de pueblo y tío de Inesiña, que vive a su cargo

INESIÑA, joven de veinte años, guapa y de aspecto lozano, sobrina de don Carlos y devota de Nuestra Señora,

BOTICARIO del pueblo, varón maduro, con bata blanca

PARROQUIANA 1

PARROQUIANA 2

Ambas mujeres, mayores de edad, típicas cuzas de pueblo

MARGA, amiga inseparable de Inesiña, algo mayor que ella, con una experiencia muy dura a cuestas

JUGADOR 1

JUGADOR 2

JUGADOR 3

Varones de cierta edad, solteros, vividores y amigos de la burla


PRIMER CUADRO

Cabaña en el monte

El curandero y don Nato



La cabaña, pequeña y de un solo espacio, no es más que la consulta de un curandero desconocido en el pueblo. El mobiliario se reduce a una mesa con un sillón para el curandero, situada en la pared de la izquierda cerca de la embocadura, y una silla para el paciente opuesta al sillón. En la pared del fondo habrá una estantería llena de tarros con plantas, pócimas, etcétera y, un poco separada de la estantería una ventana abierta a través de la cual se verán algunos árboles. Y en la pared de la derecha, al lado de una cabeza de ciervo colgada del muro, se situará la puerta de entrada.


El curandero y don Nato, sentados en sus respectivos asientos, hablan en el momento en que se ilumina el escenario.


CURANDERO Creo que lo que usted, don Nato, desea es que la boda con esa chiquilla, Inesiña me ha dicho que se llama, le resulte redonda. ¿Voy bien encaminado?

DON NATO Se podría decir que sí. Pero redonda, redonda, lo que se dice redonda, no lo creo posible. Me conformaría con recuperar, por medio de los brebajes y pócimas que usted guarda ahí (Señala con su mamola seca y puntiaguda la estantería de los tarros), la fuerza y el vigor necesario para ser un buen marido, al menos hasta que expire mi último aliento que, dada mi edad, no creo que dure mucho.

CURANDERO (Niega con la cabeza) Ya hemos empezado…, ya ha empezado usted con mal pie. Aún no le he dicho qué remedio puedo ofrecerle a cambio de la cantidad de dinero que piensa pagarme por mis servicios y empresas. Cuando se lo diga, siga usted mis indicaciones durante un tiempo y compruebe las primeras reacciones de su naturaleza, mudará de pensamiento. Mi remedio, junto con el convencimiento de que, puesta en contacto su senectud con la fresca primavera de Inesiña, producirán un misterioso cambio en su organismo, harán posible el milagro que usted desea.

DON NATO Pues no esperemos más. Proporcióneme de una vez ese remedio, brebaje, receta, fórmula mágica o lo que sea para ponerlo en práctica lo antes posible. Ya sólo queda una semana para que Inesiña y yo contraigamos matrimonio.

CURANDERO De acuerdo, don Nato. Pero antes déjeme que le diga que hace  tiempo traté un caso como el suyo y el resultado, aunque salió bien…

DON NATO (Le interrumpe, impaciente) Con eso me basta. Adelante.

CURANDERO Permítame que concluya mi exposición: aunque salió bien al principio, iba a decir, uno de los dos cónyuges no…

DON NATO (Ídem) No me interesa oír la segunda parte de su frase. “Nunca segundas partes fueron buenas”, dijo Sansón Carrasco al referirse a la Segunda Parte del Quijote. Además la vida crece en interés si encierra algo de misterio en su discurrir, y a mí no me gusta, y creo que a nadie, saber lo malo que le va a suceder.

CURANDERO Como quiera, don Nato. Usted paga. (Se levanta para coger de la estantería un tarro pequeño de color verde y, una vez sentado de nuevo, coloca el recipiente en la mesa delante de don Nato). Cada día, a partir de hoy, no importa la hora en que lo haga, debe untarse con el dedo corazón de la mano izquierda las siguientes partes del cuerpo, y por este orden: la frente, el esternón, el hombro izquierdo, el hombro derecho y el bajo vientre. Cinco toques, ni uno más y, repito, por ese orden. ¿Me ha entendido, don Nato?

DON NATO Sí, perfectamente. (Coge el tarro y hace gesto de levantarse de la silla para irse)


 

CURANDERO (Pide calma con un gesto de la mano) Perdone, don Nato; eso sólo es el principio. Hay más cosas que quiero decirle. Guárdese el tarro si quiere.

Coge una libreta de espiral de la mesa, arranca una hoja y empieza a escribir en ella.

Don Nato, mientras tanto, fija sus ojos acuosos en la barba del curandero y luego en la cabeza del ciervo colgado en la pared de la derecha. Se queda absorto mirando la cornamenta del animal disecado.

DON NATO (Que, finalmente, repara en el tarro que tiene delante, alarga la mano, lo coge y se lo guarda en el bolsillo. Luego ve que el curandero ha terminado de escribir y lo está mirando con la hoja cogida en la mano para dársela) Perdone, me he distraído. Cosas de la vejez. (Pausa para señalar la hoja) ¿Ya está?

CURANDERO (Sonríe) Nos pasa a todos, don Nato; a jóvenes y a viejos. Sí, ya he terminado de apuntarle aquí las instrucciones que debe seguir nada más volver a casa. No olvide untarse antes con la pomada del tarro las partes del cuerpo que le he dicho, y por el orden indicado, no lo olvide. (Pausa) Léase bien las instrucciones y apréndaselas de memoria sin olvidarse ninguna. Son pocas pero muy importantes. Cuando esté seguro de haberlas aprendido todas, queme la nota nada más hacerse de noche en el cementerio del pueblo al pie del ciprés de la fosa común. Tome. Léalas en voz alta y deténgase cuando no acabe de entender alguna instrucción.

DON NATO (Coge la hoja y lee) Primera: “Desnudo de cuerpo entero, mírese al espejo y dígase: ‘Untadas las partes de mi cuerpo con la pomada del olivo puedo ser cada día menos viejo y cumplir con los deberes de un marido’ “Segunda: Concierte una entrevista con su prometida y obtenga de ella voluntaria o involuntariamente cabellos, lágrimas, saliva, recortes de uñas y unas cuantas gotas de sangre, y emplee como bolsita de todo ello un pañuelo usado de Inesiña, a poder ser con su inicial.” (Pausa para mirar al curandero) Aquí tengo una duda.

CURANDERO (Lo mira fijamente por encima de los quevedos) Me imagino que está pensando en las gotas de sangre, ¿verdad? (Don Nato asiente) Comprendo que es lo más comprometido de conseguir. Pero por otra parte es el ingrediente sin el cual el milagro que espera usted, don Nato, no se realizará. De todos modos bastará un ligero pinchazo de alfiler. ¿Quiere leer las dos instrucciones que faltan?

DON NATO (Ídem) “Tercera: Hecho con el envoltorio, vuelva a casa y entre en el dormitorio de la noche de bodas, colóquelo sobre la almohada que ocupará su esposa y pronuncie, durante tres noches seguidas, la siguiente frase: ‘Inesiña, Inesiña, por esta bolsita serás siempre miña.’ “Y cuarta y última instrucción: Un día antes de la boda, desnudo ante el espejo, pásese el envoltorio de Inesiña por la frente el pecho, los hombros y el bajo vientre tres veces seguidas, sin dejar de repetir ‘Inesiña, Inesiña, por esta bolsita serás siempre miña.” (Pausa) ¿Me quedo con el envoltorio escondido en algún sitio de la casa?

CURANDERO (Tajante) ¡No! Deberá deshacerse de él junto con la nota, la misma noche que vaya al cementerio, quemando los dos al pie del ciprés de la fosa común. ¡No lo olvide! Si no, toda esta empresa se irá al traste.

DON NATO (Convencido) Destruirlo todo para reconstruirme a mí mismo, también del todo. Sea.

Fundido





SEGUNDO CUADRO

Unos días después. Y antes de la boda de Inesiña y don Nato

Rectoral de don Carlos

Sala de estar. Habrá lo necesario en una estancia así, como en la ilustración.

Don Carlos e Inesiña


DON CARLOS Entonces quedamos en que aceptas casarte con don Nato. ¿Alguna objeción, querida sobrina?

INESIÑA No, tío. Ninguna. Salvo lo que ya le dije el otro día.

DON CARLOS ¿Que os case yo? Ya te dije que sí.

INESIÑA Y que lo haga en el Santuario de Nuestra Señora. Ya sabe usted que soy muy devota de la Virgen (le enseña a don Carlos su escapulario).

DON CARLOS No te preocupes. Eso lo arreglo yo en un santiamén.

INESIÑA Y no olvides, querido tío, que mi futuro esposo es ya un anciano y no podrá subir a pie la cuesta del santuario ni sostenerse a caballo.

DON CARLOS Tampoco tienes que preocuparte por ese detalle. Dos mozos fuertes de Gondelle llevarán a don Nato en la silla de la reina hasta la misma iglesia.

INESIÑA Gracias, tío (le da un par de besos en sendos carrillos). Ya me quedo más tranquila.

DON CARLOS (Sonríe) Por mi sobrina hago yo cualquier cosa.

INESIÑA (Sonríe también aunque pálidamente) Sin embargo, tío, siento un temor que no soy capaz de explicarme.

DON CARLOS ¿Cuál es, hija?

INESIÑA Temo que, después de darle el sí quiero a don Nato en el altar de Nuestra Señora, una vez en casa recién casados, no sea todo lo feliz que espero junto a él. Mi amiga Marga no hace más que recordarme lo que le pasó a ella y está diariamente rezando a Nuestra Señora

DON CARLOS No tengas miedo, boba. Cásate tranquila. Lo de tu amiga Marga fue una desgracia, pero también una prueba que le mandó la Virgen para demostrarle que la gracia se consigue a veces con grandes sacrificios. Lo demuestra la fe que sigue teniendo en Nuestra Señora al seguir rezando por ti. Ya verás cómo cuando estéis a solas en vuestro hogar, felizmente casados, tu anciano marido te regalará dulces y paternales razonamientos que disiparán todos tus temores. Y sólo te pedirá un poco de cariño y de calor, que suelen ser los incesantes cuidados que necesita la extrema vejez. El tuyo, mi pequeña niña, será un oficio piadoso; ejercerás algo así como el papel de enfermera y de hija, y sólo por algún tiempo, quizás muy corto.

INESIÑA (Sonríe abiertamente) ¡Asistir a un viejecito! Sí. Eso sí que lo haré con mucho gusto. Durante el día y durante la noche. Sobre todo durante la noche, que será cuando me necesite más a su lado, pegada a su cuerpo como un abrigo amable. Sí, me comprometo a atenderle, a no abandonarle ni un solo momento. ¡Pobre don Nato, que ya tiene un pie metido en la sepultura! Yo que nunca conocí a mi padre, ya me figuro que Dios me ha deparado uno. Me portaré con mi marido como una hija con su padre.

DON CARLOS Y como esposa que serás ya de él, te portarás mejor que una hija con su padre porque las hijas no prestan cuidados tan íntimos, no ofrecen su calor juvenil, los tibios efluvios de su cuerpo; y en eso justamente creerá don Nato hallar algún remedio a la decrepitud. Pero eso ya se verá, cuando llegue ese momento. Ahora, Inesiña, deja a un lado tus temores.

Fundido




TERCER CUADRO

Pocos días después de la boda.

Botica del pueblo

Boticario y dos parroquianas


BOTICARIO (Ve entrar en la tienda a dos parroquianas que hablan entre ellas y siguen conversando dentro. Se abotona la bata) ¿Desean alguna cosa?

PARROQUIANA 1 (Deja de hablar con su interlocutora para dirigirse al boticario) ¿Ya se ha enterado usted?

BOTICARIO (Con asombro) ¿De qué?

PARROQUIANA 2 ¿De qué va a ser? Es la comidilla del pueblo.

BOTICARIO Pues si no es más clara, sigo sin enterarme.

PARROQUIANA 1 De la boda de don Nato con Inesiña, la sobrinita del cura.

BOTICARIO Buen matrimonio donde los haya. Vaya por delante mi enhorabuena. (Pausa) ¿Y ustedes? ¿Desean alguna receta de mi humilde botica?

PARROQUIANA 2 (Con lo suyo) Hay que convenir en que el pueblo caza muy largo, y en que a Inesiña le ha caído el premio mayor.

BOTICARIO Habrá que alegrarse de ello, ¿no les parece, vecinas?

PARROQUIANA 1 Porque ¿quién es Inesiña, vamos a ver?

BOTICARIO Que yo sepa, una jovencita fresca, llena de vida, de ojos brillantes, de carrillos como rosas…

PARROQUIANA 2 ¡Qué demonios! Como ella hay un montón en la provincia.

PARROQUIANA 1 En cambio, capital como el de don Nato no se encuentra otro igual en toda Galicia.

BOTICARIO Eso es harina de otro costal porque los que vuelven del otro lado del charco con tantísimos miles de duros, sabe Dios qué historia ocultan en la maleta… Sin embargo, ¿quién se mete a investigar el origen de una fortuna como la suya? Por otra parte, esas clases de fortuna son como el buen tiempo: se disfrutan y no se preguntan sus causas.

PARROQUIANA 2 ¿No le bastarían a ese viejo chocho siete pies de tierra?

PARROQUIANA 1 El caso es que don Nato ha dotado espléndidamente a Inesiña.

PARROQUIANA 2 Más aún: la ha hecho su heredera universal.

BOTICARIO Pues que tenga cuidado don Nato con los berridos que deben estar soltando ahora sus parientes.

PARROQUIANA 2 Sí, eso es algo que ya se rumorea por el pueblo; ya han salido a relucir los tribunales y la locura senil de don Nato, así como su posible encierro en el manicomio.

PARROQUIANA 1 Pero de locura senil, nada. Ahí sigue don Nato tan acabadito y hecho una pasa seca, pero conservando íntegras sus facultades, al lado de Inesiña, en la casona de su propiedad.

PARROQUIANA 2 Sin embargo, no ha podido evitar la monstruosa cencerrada que le han preparado delante de la mansión renovada, decorada y amueblada sin reparar en gastos.

BOTICARIO (Interesado) ¿Puede saberse qué ha ocurrido?

PARROQUIANA 2 Más de cincuenta bárbaros se han juntado armados de sartenes, cazos, trípodes, latas, cuernos y pitos y no sé cuántos trastos más, y se han puesto a alborotar cuanto han querido sin que ninguna autoridad se lo impidiese.

BOTICARIO (Ídem) ¿Cómo acabó todo? ¿Qué hicieron los felices contrayentes?

PARROQUIANA 2 Nada. En la casa no se entreabrió una ventana, no se filtró luz por las rendijas; así que cansados y desilusionados, los alborotadores se retiraron a dormir ellos también. Y aún hay más: aunque habían acordado seguir cencerreando toda la semana, ya la misma noche de tornaboda dejaron en paz a los recién casados.

BOTICARIO (Asiente con la cabeza) Como debe ser. Y colorín colorado este cuento se ha acabado. Y ahora, vecinas, ¿me pueden decir qué les sirvo?

PARROQUIANA 2 (A su amiga) Pide tú, que yo sólo he venido a acompañarte.

PARROQUIANA 1 De acuerdo. (Al boticario) Quería algo para las quemaduras; mi marido se quemó ayer en el fuego de tierra mientras apartaba de las brasas el puchero.

BOTICARIO Para eso tengo una pomada de aloe y caléndula que es mano de santo; ya verá.

El boticario desaparece por la puerta de la rebotica y las dos parroquianas se ponen a hablar otra vez.

Fundido.




CUARTO CUADRO

Un par de semanas después de la boda.

Casa de don Nato e Inesiña

Dormitorio de Inesiña

Inesiña y Marga


Dormitorio amueblado y decorado con todo lujo de detalles, donde destacará la cama donde yace Inesiña, de cuatro chirimbolos dorados rematando las cuatro esquinas. Al lado derecho de la cama habrá una silla de estilo renacentista que ocupará en todo momento Marga, su amiga.


INESIÑA (Pálida y débil, levemente incorporada sobre amplios y esponjosos almohadones. Mantendrá cogidas por sus cinturas a dos muñecas que habrá a ambos lados de joven) No sé cómo, Marga, podré agradecerte tus atenciones y tu reconfortante compañía en estos momentos tan difíciles.

MARGA (Sentada en la silla muy cerca de la cama, sonríe) No podía dejarte sola, Inesiña, en este duro trance que estás viviendo; tú eres mi mejor amiga y estaré a tu lado siempre que me llames y me necesites. Porque no sé si lo sabrás, Inesiña de mi alma; pero es que tú sigues siendo una chiquilla: no hay más que verte con estas dos muñecas tan grandes, vestidas de sedas y encajes y que, dicho sea de paso, mi querida amiga, tienen caras de tontas.

INESIÑA (Mohín de desagrado) Tampoco es para tanto, Marga. Estas muñecas que aquí ves abrazadas por mí, mucho me temo que serán las únicas criaturas que haya en mi casa, criaturas de fina porcelana, y no criaturas humanas engendradas por este cuerpo mío tan decaído y frágil.

MARGA Ahora que has tocado ese delicado tema, y viendo tu estado actual, todavía me pregunto qué te ha podido pasar en tu matrimonio para llegar a tal debilitamiento. (En voz baja) ¿No habrá tenido algo que ver en todo ello el trato que te ha dado tu marido?

INESIÑA (Niega con la cabeza) Mi marido siempre me ha tratado bien, mejor que bien, Marga. Y te lo digo de verdad. Y no te puedes imaginar con cuánta ternura. Y yo, como esposa suya, le correspondía. Al principio de casarnos solía repetirme: “Inesiña, querida, lo que yo tengo es frío, mucho frío; es la nieve de tantos años que ya está cuajada en mi venas.” Me decía muchas cosas bonitas, Marga. Por ejemplo, me decía unas frases románticas parecidas a la que leíamos en el colegio y a las que aprendí cuando representé a doña Inés, ¿recuerdas? Mi marido me decía: “Te he buscado como se busca el sol; me arrimo a ti como si me arrimase a la llama bienhechora en mitad del invierno. Acércate, échame los brazos; si no, tiritaré y me quedaré helado inmediatamente. Por Dios, abrígame; no te pido más”. Y cosas así. (Pausa para recuperar la respiración.)

MARGA (Con cariño) No deberías hablar tanto, Inesiña. Estás muy débil y muy demacrada. Descansa. Yo vengo a verte para acompañarte y atenderte por si sufres algún ataque de los que ha dicho el médico y suministrarte los medicamentos que te ha recetado. Y hablarte. También hablarte para entretenerte. Y hay una cosa que llevo tiempo querer decirte y si no te la digo, me moriré. Y es, Inesiña, y te pido que no te enfades conmigo, que mientras tus fuerzas han ido desapareciendo, tu marido las ha ido recuperando de tal manera que he llegado a creer que su decrepitud y agotamiento se han trasladado a tu cuerpo de flor temprana hasta ajarla del modo que lo ha hecho, como si él, cuando os besabais los dos y hacíais el amor, absorbiera a través de tu aliento, tu saliva y tus efluvios, todas tus energías vitales. He visto cómo don Nato ha rejuvenecido y recuperado el color sonrosado de la lozanía. Ya no parece un anciano y hasta tiene un aura viva, ardiente y pura, tan contraria a la tuya. Inesiña, que muestras una postración agónica que me apena y me asusta mucho…

INESIÑA (Con voz débil) ¿Es que ya me espera la losa sepulcral?

MARGA (Quita hierro a la situación) Claro que no. Te curarás de la enfermedad cualquiera que sea la que te está consumiendo. (Pausa) Pero a veces, sobre todo últimamente, he soñado que tú eras una víctima, una oveja que don Nato había traído a su matadero particular y con el egoísmo sin límites propio del acabamiento de la vida en que se hace cualquier cosa con tal de prolongarla, se arrimaba a ti, Inesiña de mi alma, para absorber tu lozana respiración y beber tu saliva perfumada para sostenerse en pie, y no satisfecho con eso hizo un pequeño corte en tu cuello y chupó la sangre que brotó de él, ¡horror, Inesiña mía, horror! (Pausa) ¿No habrá hecho un pacto con el diablo? Te lo digo con horror, Inesiña, ¿no habrá algún tipo de magia en todo esto? Oí hace días que el curandero inglés de la cabaña del monte ha desaparecido de la noche a la mañana y de la cabaña no ha quedado nada tras un misterioso incendio al parecer provocado…

INESIÑA (Ídem) Has hablado de magia, y ahora recuerdo que antes de que nos casáramos don Nato me pidió algunas cosas mías, pelos de la cabeza para llevarlos siempre encima, unas cuantas gotas de sangre que conseguí pinchándome con un alfiler, un pañuelo con mi inicial…

MARGA ¡Ya me lo imaginaba!

Fundido




ÚLTIMO CUADRO

Tres semanas después de la boda.

Casino del pueblo

Sala de juegos

Tres jugadores de dominó


En la sala se verán en la pared del fondo dos o tres mesas vacías y un reloj de estación, cuyo tictac no dejará de sonar durante todo el cuadro. En la pared de la izquierda estará la entrada en arco, sólo semicubierta con una cortina verde atada a los lados con cordones del mismo color. En el centro de la estancia se encontrará la mesa de billar, también sin usar. Y en la pared de la derecha cerca de la embocadura se instalará la mesa de mármol blanco a la que estarán sentados los jugadores de dominó 1 y 2, de lado y uno enfrente del otro, con la caja de dominó sin abrir. Están esperando, para iniciar la partida, al jugador 3, el cual, cuando haga su entrada por la puerta de la izquierda, se sentará de cara a los espectadores. En las tres paredes habrá colgadas fotografías grandes y medianas de vistas del pueblo, y en la del fondo, además, e reloj de estación mencionado arriba.


JUGADOR 1 (Acaricia la caja de madera del dominó y corre y descorre con parsimonia la tapadera de la caja) Así que la última historia de amor del pueblo ha terminado de la forma más trágica posible.

JUGADOR 2 Y estrambótica. Y con ella la última ocasión de reírnos un poco e inventar nuevos chistes a costa de nuestros paisanos. Y, la verdad, la cencerrada que montanos la noche de bodas de sus protagonistas fue sonada. Lástima que no pudiéramos repetirla en la tornaboda. Yo la echo de menos.

JUGADOR 1 Y yo, claro. Pero no dejo de pensar el triste desenlace de ese matrimonio. El viejo carcamal acabó haciendo suya a la bella Inés.

JUGADOR 2 Sí, no dejo de recordar la obra de teatro que representamos en esta casa el Día de los Difuntos del año pasado, en la que ella encarnó divinamente a la doña Inés del Tenorio.

JUGADOR 1 Sí que era hermosa, sí. Y tú hiciste el papel de Don Juan bastante pasable, y te llevaste sus caricias, cabroncete.

JUGADOR 2 Y ahora, ya ves. Muerta como el mejor personaje que creó Zorrilla. Y el viejo cumpliendo el dicho “El muerto al hoyo y el vivo al bollo.”

JUGADOR 1 Ni que lo digas. Ahí tienes a don Nato pizpireto y tieso como un lirio, el octogenario a quien tenían pronosticada a los ocho días la sepultura.

JUGADOR 2 Recuerdo que recién casado ya empezó a dar señales de mejorar y hasta de rejuvenecerse. Al principio salía a pie un ratito, apoyado primero en el brazo de Inés, después en un bastón, a cada paso más derecho, con menos temblequeteo de piernas…

JUGADOR 1 Y al poco tiempo se presentó en nuestro casino y jugó su partida de billar en esa misma mesa, quitándose la levita, hecho un hombre. Habría jurado que le soplaban la piel, que le inyectaban jugos. Y a ojos vistas sus mejillas perdían las hondas arrugas anteriores, su cabeza se erguía, sus ojos se llenaban de brillo y de vida, lejos ya de aquellos ojos muertos, sumidos en el cráneo con que lo habíamos conocido.

JUGADOR 2 Ahora que lo dices, recuerdo lo que el médico del pueblo dijo horrorizado al ver el rápido rejuvenecimiento que había experimentado el carcamal: “Mala rabia me coma si no tenemos aquí un centenario de esos de quienes hablan los periódicos.”

JUGADOR 1 Y puede que algún día los periodistas logren averiguar algo más sobre la verdadera causa de su muerte a raíz del certificado de defunción firmado por el médico del pueblo: “Consunción, fiebre hética.”

JUGADOR 2 Algo así como “La muerte de la joven Inés… etcétera, pone de manifiesto que la ruina de un organismo ha regalado a otro su capital.” O cosas parecidas. Pero entonces, ¿a quién le interesará eso? (Pausa)

(Se oye insistentemente el tictac del reloj de estación de la pared del fondo)

JUGADOR 1 (Mira al reloj y hace una mueca) Tu compadre tarda. ¿A qué hora era el entierro?

JUGADOR 2 A las cinco de la tarde.

JUGADOR 1 Como las corridas de toros,

JUGADOR 3 (Mira al reloj) Si todo va como se espera y don Carlos el cura no se alarga en el sermón y en los requiems por su sobrina, estará aquí en diez minutos o un cuarto de hora máximo.

JUGADOR 1 (Abre de una vez la caja de las fichas de dominó y las deja extenderse sobre el mármol de la mesa) Podemos hacer tú y yo una partida mientras él llega. Sin robar fichas, sólo con las siete que escojamos, y el que pierda de los dos paga la consumición de los tres. ¿Te parece bien?

JUGADOR 2 ¿Qué prisa tienes?

JUGADOR 1 No mucha, pero he quedado a las siete y media en ir a la ciudad a recoger a un amigo que viene en tren desde Zamora. Ya te lo presentaré. Es un poco pardillo, pero majo; se las da de buen jugador, pero no sabe ni tenerlas. Nos divertiremos a su costa y podremos desgustar varias rondas sin perder una sola partida.

JUGADOR 2 Bueno, alguna dejaremos que gane para que se confíe. Venga va, empecemos ahora esta partida. (Se pone a mover las fichas con las palmas de las manos). Coge tus siete fichas, y que sean buenas; porque si no... ya sabes qué te pasa.


(Ambos cogen sus respectivas fichas, las ponen de pie y las colocan en arco tras sus manos)

JUGADOR 1 ¿No has cogido la que menos pesa? (El jugador 2 niega con la cabeza) Pues empiezo yo con el cinco doble (pone la ficha sobre la mesa con un golpecito triunfal mientras mira fijamente a su contrario con ojos risueños).

JUGADOR 2 ¿Qué pasa fantasma? ¿Cuántos cincos llevas?

JUGADOR 1 Los suficientes para cerrar antes de que des cuenta. Sólo juegan catorce fichas. Pon.

JUGADOR 2 ¿Que ponga? No he cogido ningún cinco. Paso. A ver cuál pones tú ahora.

JUGADOR 1 (Suelta una risilla) Ésta misma, que sin duda te hará daño, el cinco seis.

JUGADOR 2 (Levanta una ficha sin enseñar) Espero que no porque me quito de encima diez puntos cosa que al final me ayudará a ganar la partida; siempre, claro, que juegues mal, como supongo. El seis cuatro.

JUGADOR 1 (Risa abierta) Se acabó: el cuatro cinco. Cerrado (Y enseña sus fichas) ocho puntos. ¿Y tú? ¿Cuántos tienes?

JUGADOR 2 (Enseña sus seis fichas) Quien ríe último ríe más.

JUGADOR 1 (Visiblemente molesto) ¡Todas blancas! Así cualquiera. El dominó tiene esas cosas. Deberías saberlo.

Entra el jugador 3

JUGADOR 3 (Se sienta en la silla que da cara a los espectadores) ¡Que cagaprisas sois!

JUGADOR 1 Estábamos probando las fichas. A ver si rodaban bien.

JUGADOR 2 Y ruedan bien... sobre todo para mí, que le he ganado la primera jugada por sabihondo. (Pausa) Bueno, cuenta cómo ha ido todo,

JUGADOR 3 Buen entierro y buen mausoleo no le ha faltado a Inés. Pero me ha dicho Marga que don Nato anda ya buscando otra novia.

JUGADOR 2 (Se sorprende) ¿Otra novia?

JUGADOR 1 (Ídem) ¿Otra novia?

JUGADOR 3 Sí, otra novia, como lo oís. Así que o se marcha del pueblo ese viejo mamón o nuestra cencerrada siguiente acaba con la quema de su casa.

JUGADOR 1 Con él dentro.

JUGADOR 2 O mejor aún, antes de quemarle la casa, sacarlo de ella a rastras y darle una paliza de muerte mientras ve cómo toda su fortuna es devorada por las llamas.

JUGADOR 3 Y mientras lo ve, echará de menos aquellos días en que sonriendo mascaba con la dentadura postiza el extremo de uno de sus pestilentes puros habanos. ¡Estas cosas no se toleran dos veces! (Pausa) Y ahora, mientras jugamos nuestra partida de dominó de costumbre, maduramos el plan. (Se pone a mover las fichas)

Fundido

Fin






sábado, 20 de enero de 2024

EL LIBRO DE LA MEMORIA (I)

 

MEMORIA DEL TIEMPO QUE NO VOLVERÁ



A todos nos alcanza alguna vez un brillo hermoso hasta el desván del alma, y de pronto dejamos las urgencias, los lances cotidianos y nuestros ojos nostálgicos emigran al pasado, porque algo reciente, vivo de nosotros mismos surge de un recuerdo y presentimos que algo bueno que teníamos antes a punto está de marchitarse solo.

La golondrina muerta en el cristal de la alta claraboya en un verano triste y descuidado, el río cada vez más lejano, siestas de pozo donde el cuerpo flotaba... No sé qué hacía yo todavía vivo en la prisión candente de mi cuarto, con los ojos cansados de llorar y las manos sin fuerzas para nada. Y oía las voces de otros niños que hablaban con mi madre de mi fiebre. Y sus pasos corriendo se perdían entre los algodones de la tarde.

Pero quizás no fue la muerte de aquel pájaro, ni la temperatura de mi piel, ni la orfandad del río. Quizás fue el fútbol que convertía el barrio en un clamor de niños que olvidaban lo fácil de su infancia para ser eternos, dioses que se burlaban de cualquier derrota. Eran frente a frente veintidós infancias abiertas a la muerte, sin miedo a su guadaña. Sólo la noche con su puñal de sombras ponía fin sin duelo a aquella lucha. Y volvíamos a casa triunfadores con el laurel ganado limpiamente.


 

Y entonces presentí que algo bueno que tuve hasta el momento a punto estaba de marchitarse solo. Tal vez era el eco de la voz de mis padres que habían amasado mi vida con hilos de esperanza o el rastro luminoso de la luz que irradiaba siempre de sus cuerpos. Ya no sé precisar la silueta del brillo hermoso que me llega ahora tan pálido al desván del alma. Pero sí sé que es un síntoma, un humo sutil del fuego de mi infancia.

Y nombro cosas, a ver si por ensalmo, se concreta esta dicha, este placer inaccesible que me invoca en la sombra. El puente de piedra, los cantos de abubilla, la horquilla de negrillo del tirador certero, aquel ruido de ropa sacudida que hacían al volar las palomas del molino, los higos de las josas, los gusanos de seda que tejían su sepulcro dorado, la sorpresa helada del agua del río entre las ingles, la bici en el pasillo y un etcétera largo como el tiempo que me separa impío de las cosas que quiero más que al cuerpo que me lleva por un presente lleno de putadas.


 

Y recuerdo una tarde en que subí al desván y me encontré de pronto con que era el dueño de un silencio y una paz parados en el tiempo. El rayo de oro que bajaba vivo temblando como un soplo de Dios por la penumbra; las arrumbadas sillas del rincón donde la gatas de la vecindad parían; el andamio de polvo y el hilo sutil de las arañas; la claraboya abierta recogiendo, oído de cristal, las voces puras, los ruidos de la tarde que nacen, crecen y mueren en oleadas dulces en la orillan sin limites del sueño; los nidos de aquellas golondrinas que atravesaban el miedo del otoño... Objetos intemporales que aureolaban mi cuerpo de adolescente y mi carne encendida como la de un dios campesino, buscando el nido del amor, creándose a sí misma y creciendo en el espacio del desván misterioso hasta romper el frasco del sosiego y desvanecerse en brasas y hundirse en las lavas del placer injustamente prohibido.

¿Es que queda sólo un eco de todo ello en las orillas del tiempo que un día vivimos? ¿Y entonces no fue nada aquel disparo que sentí bajo el agua cuando el dulce rubí de un pecho joven tropezó conmigo y que de golpe me arrancó sin daño del cielo tan sutil de la inocencia? ¿Por qué recuerdo ahora tanto espectro de entonces que me asedia en relámpagos de furia? ¿Por qué vuelve el recuerdo de aquel pato que entre todos privamos de su vida en la inquieta esmeralda de los juncos, cuyo roto cadáver encontramos días más tarde varado para siempre en otra orilla? ¿Qué sentido tiene ahora recordar los palos carcomidos que fueron aquel potro del herrero? Si la memoria actúa como un viento ladrón que arranca los tejados de las almas, yo no entiendo el masoquismo de querer recordar las personas, las cosas y los hechos que no vuelven.


 

Aun así, como entonces me veo allí en mi casa, besando con los pies el frío de las losas del portal. Me ladra Tron, el perro de los vecinos mientras mi madre me llama desde arriba. “Esteban, ¿eres tú? Te tengo la merienda preparada.” Todo sigue igual. Los escalones de la escalera limpios, fregados con amor, musicales y tan queridos que a todos nosotros nos identifican con sus gemidos dulces, casi de la familia, vivos. El calendario de la cocina sabe todos los días del verano. Los vencejos chillan en el cielo pequeño de los corrales. La casa huele a leche. Después suenan los pasos de mi padre. Algún hermano llega. La bombilla derrama su paz amarillenta sobre el prado lunar de la camilla. El día ya ha pasado. La noche nos acuesta maternal y el tiempo estalla quieto entre mis manos, como entonces, bajo las blancas sábanas, de verdad, como entonces, aunque ya no vuelva a ser como entonces.

Y aún oigo los pasos de mis amigos, perdiéndose entre los algodones de la tarde, los chillidos de los vencejos que giran y giran en el cielo pequeño de los corrales antes de despedirse de la tarde. ¿Adónde irían? ¿A las eras? ¿A las tartanas del señor Rafael el carretero? ¿Y qué dirían de mí, de mi fiebre, de mi posible muerte? Ellos, los compañeros de la correrías por las huertas, saltando las tapias más difíciles, trepando a los árboles más altos para ganar los laureles de la aventura. Hoy serán como yo. Tendrán esposa. Acaso hijos con sus mismos ojos alegrarán su casa. Y acaso como yo también tendrán clavado en sus almas el agrio puñal de la nostalgia. ¿Y habrán al fin también sentido ellos la amenaza terrible de que algo feliz que antes tuvieron, aquel humo sutil, el brillo hermoso a punto está de marchitarse solo?


En verso, en prosa, en pensamiento puro me he preguntado a veces cuál pueda ser el síntoma, el indicio, el humo sutil dl verdadero fugo de nuestra infancia. Y no sé todavía su secreto. Si alguno lo sabéis, dadme alguna pista. ¿Es acaso una voz, un roce, el rastro de un pájaro posado en un balcón, la enredadera desprendida de su andamio de alambre, el gato de familia, algún retrato que estuvo en un cajón extraviado? Decidme, muertos míos, manantial de mi sangre, ¿cuál la huella, el reguero inmortal que sin quererlo fui sembrando en la tierra de mi infancia? Decídmelo, vosotros que pusisteis hoguera fiel en mi camino ¿Es tal vez un caballo de cartón, el ruido hermoso de la llegada de los Reyes Magos, aquella lluvia que rompió el cristal de la ventana o el silencio blanco de la plazuela bajo una manyta de nieve?


 

Vosotros ya sabéis cómo es la cuesta del presente y cuántas son las profundas putadas que socaban las raíces de nuestros árboles hasta dejarlos a expensas de un mal viento o d eun invierno más duro que los otros. Vosotrps ya sabéis cómo se vive, cuántos pactos y plazos nos subastan o hipotecan nuestras esperanzas, qué miedos nos asaltan por la noche y qué difícil es tragar el vino peleón de los días. Aun así aguanto y sobrevivo recorriendo el camino de los días, mirándome en los ojos de mi mujer y mis hijos y soñar con el mañana en la sonrisa que brilla en sus miradas .Y otra cosa os diré: me gustaría que mis padres me vieran hasta dónde he llegado, cuántos andamios he subido y cuántas ganas pongo todavía en levantar con hilos fragilísimos nuevos puentes para seguir salvando los cotidianos taludes de la vida.



miércoles, 10 de enero de 2024

TEATRO NEGRO (II) LA ENFERMEDAD DE NANI

 


LA ENFERMEDAD DE NANI

(Adaptación de Caballos fantasmas, de Isak Dinesen)


Una mansión antigua.

Una familia con una niña enferma, Nani.


Primer cuadro

Antesala del dormitorio de Nani.

Doctor, que cuida a Nani, y Tula, madre de Nani.

DOCTOR (A Tula). Señora, su hija está curada y tiene que levantarse y andar por la mansión y salir a pasear, al principio acompañada y más tarde sola.

TULA Si siempre mantiene los ojos cerrados y no quiere hablar con nadie ni comer y cuando alguna criada intenta obligarla a levantarse grita diciendo que le duelen mucho las piernas. No sé qué hacer, doctor.

DOCTOR Mi querida señora, nos hallamos ante un caso inexplicable. Estamos a las puertas de una decisión entre la vida y la muerte y la persona que debe tomar esa decisión sólo tiene ocho años. Tenga en cuenta que Nani es una niña que posee una voluntad de hierro.

TULA ¿Qué quiere decirme, doctor?

DOCTOR El mundo de los niños suele girar en torno a un personaje por el que se siente atraído. Es lógico que en este caso la admiración esté inspirada por una madre joven como usted. Durante mucho tiempo Nani la ha tenido a usted dedicada en cuerpo y alma a ella y no está dispuesta a que termine esta feliz situación; de modo que persiste en continuar enferma para causarle angustia y posiblemente se empeñe en morir para que usted la eche de menos.

TULA (Entre sollozos) ¿Así que es necesario que yo me convierta en una maldición para los seres que más quiero?

DOCTOR (Intentando calmarla) Tampoco creo que sea eso. Lo único que le pido es que durante un tiempo se aleje de su hija. Nani tiene que comprender que usted no regresará a casa hasta que ella esté perfectamente sana, y entonces permanecerá usted siempre junto a ella. Pedro, su marido, me ha hablado de una carrera automovilística que tendrá lugar en Francia dentro de dos semanas. Mi consejo es que parta mañana mismo en su compañía. (Tula cambia de gesto) Vaya tranquila. Usted dejará a Nani en buenas manos. Las dos criadas son de absoluta confianza y Margarita, su niñera, efectúa diligentemente su trabajo. Los cuatro nos pondremos de acuerdo para hablar a Nani de usted todos los días e insistirle que cuanto antes se cure más pronto regresará usted. Verá qué pronto nuestra testaruda niña dejará de esforzarse por morir y hará todo lo posible por recuperarse.

TULA (Más tranquila) Mi hermano llega mañana de París. Le he mandado un telegrama.

DOCTOR ¿Su hermano el artista? ¿El que hace a Nani esos dibujos Tan interesantes? (Tula asiente) Justo es la persona que necesitamos. Él le describirá a la niña con todo detalle su viaje de usted y además podrá ilustrarlo.



Segundo Cuadro

Durante el viaje.

Única escena

En el café de un hotel.

Tula y Pedro, y César, hermano de Tula. Sentados a una mesa.

PEDRO (A César) Ha sido una alegría hablar contigo este rato antes de que tú partas para nuestra casa y nosotros para París.

CÉSAR Yo también me he alegrado mucho de veros. Os deseo lo mejor para vuestro viaje, y yo ya tengo ganas de ver a mi sobrina y hacer lo que pueda por ella.

TULA Te lo agradecemos mucho, hermano. (A Pedro) ¿Verdad, querido?

PEDRO (Levantándose) Por supuesto. Estamos que no sabemos qué hacer. Y tu hermana sufre cada día más. Voy a revisar el equipaje. Enseguida vuelvo. (Sale)

TULA Ahora que estamos solos, quiero pedirte algunos favores.

PEDRO Los que quieras, hermanita. Ya sabes que por ti hago milagros.

TULA Ojalá hicieras éste de ahora. Ya sabes que el mundo infantil suele centrarse en un ser de poderosa personalidad por quien se siente atraído. Por eso me voy a París para salvar la vida de Nani. Y tú, César, debes hablarle todos los días y a todas horas de mí. Dile que mamá volverá a casa cuando ella éste curada.

CÉSAR Cuenta con ello.

TULA Otro favor, hermanito. Mándame a la dirección de París que te he dado informes sobre el progreso de la enfermedad de la niña.

CÉSAR Hecho. Pero esa no es la única razón por la que me enviaste un telegrama.

TULA No, hermanito. Quería tu consejo.

CÉSAR (Extrañado) ¿Un consejo? ¿Sobre qué?

TULA Verás. Pedro y yo estamos, la familia, estamos pasando un mal momento económico. Y de repente se nos ha presentado una oportunidad de oro para salir de ésta. Mauricio Mendoza, ya sabes, un buen amigo de la familia, le ha ofrecido a Pedro aceptarle en la firma como socio.

CÉSAR Pero eso es maravilloso.

TULA Salvo que Mauricio es mi admirador, y a tu cuñado no le gustará si se entera. Yo amo a Pedro. Lo quiero desde hace siete años y lo conozco de memoria. En cambio, Mauricio es una persona muy misteriosa como puedes deducir de su reputación. Posee la cueva de Aladino, y lo relaciono con nuestro viejo cuento de hadas familiar porque resulta que Mauricio es un gran entendido en piedras preciosas. Ojalá la tatarabuela Ana no se hubiese llevado las joyas de la familia cuando huyó con el mozo de cuadra.

CÉSAR Sí, siempre hay algo misterioso en esas románticas historias de amor.

TULA La noche anterior a que Nani enfermara, Mauricio y yo cenamos juntos y me enseñó un enorme rubí que había comprado en Holanda. Nos dijo que cuando Pedro y él firmaran el trato me regalaría el rubí engarzado en un brazalete. Pero al caer enferma Nani no lo he vuelto a ver.

(Entra Pedro)

PEDRO ¿De qué hablabais?

TULA (Cambiando de tema) Le estaba contando a César que durante toda la enfermedad nuestra hija sólo ha hablado de caballos, nada más que de caballos: de carreras en el hipódromo, cuidados que necesitan. Y lo más raro es que Nani no ha visto nunca caballos. ¿Verdad, querido?

PEDRO Verdad, querida. Cuando la niña empezó su obsesión le compré un caballo mecánico de juguete. Pero no le gustó.



Tercer Cuadro

La mansión antigua.

Dormitorio de Nani. Todo está lleno de juguetes y junto a la cama descansa un caballo mecánico.

Primera escena

César y Nani

CÉSAR (Junto a la cama de la niña, que está incorporada sobre su almohadón y le mira en silencio) He visto a tu madre y me ha dado muchos recuerdos para ti. Me ha dicho que volverá a casa cuando te cures del todo. ¿Quieres que te ayude a levantar para sentarte a lomos de este caballo mecánico que parece estar invitándote a hacerlo? ¿No? ¿A qué quieres que juguemos cuando te levantes?

NANI No podemos jugar. Tú y yo no podemos.

CÉSAR Si tú y yo no podemos, ¿quién puede jugar entonces?

NANI Bene.


Segunda escena

Los mismos. El doctor y una criada.

(Entra el doctor)

DOCTOR (A César) Buenos días, artista. Por fin le vemos. ¿Cuánto tiempo ha pasado? A mí me parece una eternidad.

CÉSAR No tanto. Sin ir más lejos, el verano pasado estuve aquí.

DOCTOR ¿Cómo va la obra?

CÉSAR Algo se va haciendo. Ahora he venido a hacer otro tipo de obra. (Miró a Nani)

DOCTOR. Espero que ésta salga tan bien o mejor que las otras. (Se puso a examinar a Nani. Luego se dirigió a la criada) ¿Se ha levantado esta criatura?

CRIADA He hecho todo lo posible pero ha sido inútil. Dice que no puede y que le duelen mucho las piernas.

DOCTOR (Molesto) Esto empieza a ponerse serio. En mi próxima visita, que será dentro de tres días, quiero encontrar a la niña de pie. ¿Me ha entendido?

CRIADA Lo intentaré, doctor.

DOCTOR No lo intente, consígalo. No lo olvide. (A César) Bienvenido. Volveremos a hablar pronto. (A la criada) ¿Me sigue un momento afuera? Quiero darle unas cuantas recomendaciones.

(Salen el doctor y la criada)

CÉSAR (A Nani, que ha permanecido con los ojos cerrados todo el rato) Te levantarías si pudieras jugar con Bene, ¿verdad?

NANI (Abriendo los ojos para mirar a César) Sí.

CÉSAR ¿Y por qué no puedes hacerlo ahora mismo?

NANI (Molesta) Tú lo sabes muy bien.

CÉSAR He estado todo este tiempo fuera, cariño, Parece que aquí han ocurrido muchas cosas en mi ausencia y nadie me ha puesto al corriente. ¿No te importa decírmelo?

NANI (Afligida) Porque Bene está muerto.



Cuarto cuadro

Habitación de Margarita, la niñera de Nani.

Única escena

Margarita y César, ambos de pie. La joven junto a la ventana y el artista apoyado en el armario.

MARGARITA (Tímida) Estoy encantada de hablar con usted de Nani, pobre niña. ¿Qué quiere saber?

CÉSAR Yo también estoy encantado de hablar con usted. Me recuerda una figura de Vermeer y me gustaría retratarla en un cuadro, si a usted no le importa. Pero ahora vengo a hablar de la enfermedad de mi sobrina.

MARGARITA Me preocupa mucho lo que tiene la niña y lamento ver lo que sufre la señora con su pequeña. Me gustaría ayudarla, pero no sé cómo hacerlo. Nadie sabe qué hacer para curar esa extraña enfermedad que padece.

CÉSAR Extraña es, en verdad. Por cierto, ¿quién es Bene? La niña ha mencionado hoy su nombre, y estoy convencido de que usted puede decirme cosas de él.

MARGARITA (Palideciendo) ¡Bene! No me atrevo, señor.

CÉSAR Pues tiene que atreverse, Margarita. Yo he venido aquí para ayudar a sanar a Nani, y no podré hacerlo si usted no me lo dice.

MARGARITA Tenía esperanza de que nadie se enterara.

CÉSAR ¿Y por qué razón no debería enterarse nadie?

MARGARITA Porque Bene está muerto.

CÉSAR Eso ya lo sé. Y créame que lo siento mucho. Pero debo saber alguna cosa más de Bene. Y si usted fuera tan amable de contármelo, le prometo firmemente no decírselo a nadie.

MARGARITA (Exhalando un largo suspiro) Se lo contaré. Así me aliviará un poco la inmensa pena que aún me acompaña. Bene era el nieto del viejo cochero que tenía su vivienda sobre las caballerizas de la casa. El cochero tuvo un hijo que trabajaba en una importante cuadra de caballos de carrera, estaba casado y tenía siete hijos; cuando su esposa murió y se volvió a casar, su nueva mujer no quiso ocuparse de Bene, que era el más pequeño; con lo que el viejo cochero se encargó de cuidarlo y educarlo. Así fue como Nani y Bene se conocieron y fueron muy amigos; siempre andaban y jugaban juntos y cuando tenían ocasión se iban al local donde se guardaban los arneses.

CÉSAR Pero en eso no hay nada malo.

MARGARITA Sí lo hubo, señor, porque Bene contagió el sarampión a Nani. Y cuando la niña empezaba a superar la enfermedad, Bene murió. Y fue entonces cuando Nani sufrió la recaída.

CÉSAR ¿Cómo se enteró la niña?

MARGARITA (Sollozando) Se lo dije yo. Siempre lo lamentaré. El caso es que cuando murió el niño que era de la misma edad que Nani, no sé si se lo he dicho, estuve consolando al viejo cochero y llorando con él gran parte del día. Y cuando entré en el dormitorio de mi pobre niña y me vio con los ojos rojos de las lágrimas y me preguntó por qué había llorado, no tuve otro remedio que decírselo. Se puso tan mala que tuvimos que llamar al doctor a medianoche. Nani deliraba.

CÉSAR Mi hermana me contó que no paraba de hablar de caballos.

MARGARITA Sí, hablaba de caballos. En la habitación de los arneses había muchos retratos de caballos y Bene le enseñó a Nani los nombres de todos ellos. Y la niña había noches en que cuando entraba en su dormitorio a arroparla o comprobar cómo se encontraba, me pedía que le acercara el oído y entre susurros me decía que Bene y ella tenían hermosos y ricos caballos para jugar.

CÉSAR Gracias por todo lo que acabas de contarme, Margarita. Creo que ya estoy en condiciones de hablar con Nani de su amiguito Bene.

MARGARITA ¿Le parece correcto, señor?

CÉSAR Más que correcto. El doctor le dijo a mi hermana que para los niños siempre existe una persona que los hechiza y capta su atención más que los demás. El doctor cree que para Nani esa persona es su madre, pero ahora sé que en realidad esa persona no es otra que Bene.



Quinto cuadro

Dormitorio de Nani

Única escena.

Nani y César

NANI (Al ver entrar a su tío se incorporó en la cama sobre los almohadones) Hola, tío. Creí que hoy ya no ibas a venir a verme,

CÉSAR ¿Cómo se te ocurre decirme eso? ¿Quieres hablar?

NANI ¿Hablar? ¿De qué?

CÉSAR Por ejemplo, de ese caballo mecánico inmóvil que hay junto a tu cama. ¿No te desharías de él?

NANI (Mirando con desprecio al juguete) Más de una vez lo he pensado, no creas.

CÉSAR Las cosas que copian a otras son un verdadero aburrimiento. ¿No te parece, Nani?

NANI Sí.

CÉSAR Las únicas cosas verdaderamente reales son las que uno se inventa y no se parecen a las demás. Por ejemplo yo invento muchas cosas verdaderamente reales: flores, pájaros, una mujer que se arroja al río porque es desgraciada…Poseen aroma, cantan, se arrojan al río con naturalidad, como si tal cosa.

NANI ¿Con qué los haces?

CÉSAR Normalmente, encuentro siempre algo con que hacerlos. ¿No te pasa a ti eso?

NANI (Sonriendo suavemente) Sí.

CÉSAR Volviendo a los caballos, a los caballos verdaderamente reales. Supongo que Bene podía obligarles a hacer cualquier cosa.

NANI (Asintiendo con la cabeza) Bene me explicaba todo lo que los caballos hacían.

CÉSAR (Afirmando) Bueno, Nani. Me tengo que ir a dar un paseo en el coche que me dejó tu mamá. Es un fastidio porque un coche resulta muy lento cuando piensas en los caballos de Bene.

NANI (Mudando el rostro ligeramente) ¿Volverás, tío César?

CÉSAR Claro. Hasta pronto.



Sexto cuadro

Dormitorio de Nani

Única escena

Nani, recostada sobre los almohadones, y César sentado en una silla junto a la cama, en el mismo sitio donde estaba el caballo mecánico de juguete.

NANI (Después de recorrer con el dedo los dibujos floreados de su colcha) Tío César, ¿dónde guardas las flores, los pájaros y la dama?

CÉSAR Los pongo contra la pared de mi estudio; así nadie puede verlos. Pero siguen allí todo el tiempo, por supuesto.

NANI (Tras pensar unos segundos) Nuestros caballos están en su caballerizas, en las cuadras.

CÉSAR Lógico, como todos los caballos de raza.

NANI ¿Quieres que te enseñe mis caballos, tío César?

CÉSAR No sabes cuánto me gustaría verlos. No he dejado de pensar en ellos ni un momento. No me parece bien que estén sin agua y sin nadie que los atienda, ahora que Bene no está, ahora que tus piernas están demasiado débiles para sostenerte.

NANI No lo están (Se puso de pie sobre la cama). ¿Lo ves?

CÉSAR (Inmutable) Hay que tener las piernas muy fuertes para trabajar en un establo. Será mejor hacerlo mañana. ¿No crees?

NANI (Negando con la cabeza) No, quiero ir hoy. Después de comer. (Volvió a su postura anterior en la cama y bajó el volumen de voz) Que no se enteren las criadas.

CÉSAR No te preocupes. No se enterarán.

NANI Margarita puede vestirme.

CÉSAR Margarita puede vestirte. Yo les diré a las criadas que me has invitado a dar un paseo en coche.

NANI Es necesario, tío César, que nunca, nunca, digas a nadie lo que estamos hablando hoy.

CÉSAR Si alguna vez menciono los caballos o las cuadras a cualquier alma viviente, que nunca más vuelva a pintar un buen cuadro en toda mi vida.



Séptimo cuadro

Habitación de los arneses.

Única escena

Nani y César

CÉSAR Ha sido una aventura llegar hasta aquí, Nani.

NANI Sí, tío. Como cuando Bene y yo veníamos. Aquí hemos pasado momentos maravillosos.

CÉSAR Me ha gustado cómo has hablado al viejo cochero cuando nos ha visto subir las escaleras.

NANI Se ha asustado un poco al verme, pero se ha quedado tranquilo cuando me ha visto caminar y sonreír. Además le he dicho que estoy bien y que pronto voy a estar mejor.

CÉSAR Y cuando se ha puesto a llorar recordando a su nieto, me ha gustado lo que le has dicho. Eres un sol, Nani. Estoy orgulloso de tener una sobrina como tú. Guapa, educada e inteligente.

NANI Le he dicho lo que tenía que decirle, tío César. Que su nieto era mi mejor amigo y siempre lo recordaré. Es la verdad.

CÉSAR Y lo de la llave ha sido genial, Nani.

NANI Eso ha sido lo más fácil. Bene me enseñó el lugar donde la escondía su abuelo. Lo había visto en una película de policías y ladrones.

CÉSAR Es verdad, parece de película. Una revista debajo de la puerta y un lápiz para empujar la llave que está puesta al otro lado. Ahora entiendo por qué insistías tanto antes en hacerte con un lápiz y una revista. (Pausa) Bueno ahora ya estamos aquí dentro. (Miró a su alrededor) Es amplia la sala y bastante luminosa aunque tiene mucho polvo.

NANI Pero está todo igual que cuando estaba Bene. Mira, tío César. (Le señaló la pared de la izquierda) Ahí están colgados los arneses y las monturas. Y en esa otra pared (le señaló la de la derecha), están los retratos de los caballos, galopando, saltando vallas, tirando de carruajes...

CÉSAR En resumen, el mundo de vuestros juegos.

NANI Sí, pero sobre todo, éste es el reino de Bene. Te recuerdo que Bene era hijo de domador de caballos y nieto de un cochero.

CÉSAR (En voz baja) En una palabra, el heredero legítimo de este viejo y perdido mundo de los caballos en Inglaterra.

NANI ¿Qué dices, tío César?

CÉSAR. Nada, pequeña. Que aquí tu amigo Bene se debía encontrar como el niño más feliz del mundo y dueño de este tesoro.

NANI Pues claro. Súbeme en hombros, que te voy a enseñar este tesoro (César obedece. Nani lo conduce hasta los cuatro primeros retratos de caballos y le va explicando cada uno) Éste es Ranger, que ganó en Longchamps. Éste es Boiard, que ganó en Ascot. Éste es el caballo favorito de la Reina y éste el favorito del príncipe Alberto. Éste es Roberto el Diablo, que ganó en Saint-Leger. ¿No te parece que tiene aspecto de diablo? Éste es Gladiator, que ganó el derby. Todo está escrito debajo de cada uno, ¿lo ves?

CÉSAR Sí, es genial. ¿Qué vamos a ver ahora?

NANI La coronación de la Reina el 28 de junio de 1838. Llévame hasta el cuadro de enfrente (César obedeció.) ¿Lo ves?

CÉSAR (Lo contempló unos segundos y leyó la explicación inferior) Es magnífico.

NANI Ya. Ahora bájame. (César volvió a obedecer) Jugaremos al desfile de la coronación. (Echó a andar hacia un sillón enorme que había en el rincón más cercano y se subió a él como si fuera un trono aunque se la veía muy pequeña sentada en él)

CÉSAR (Con gesto de asombro) Muy bien, Nani. Como una reina acomodada en su trono.

NANI Yo seré Dios que contempla todo desde las alturas. Bene decía que Dios contemplaba desde arriba todos los caballos. Y ahora (con gesto muy digno) abre las puertas del establo y... ¡que salgan los caballos!

CÉSAR Sí, querida. (Cogió un retrato de caballo y lo colocó en el suelo contra la pared).

NANI No; Osmond, no, tío César. El que está dos más a su derecha.

CÉSAR (Desplazándose hacia el que había dicho Nani para leer su nombre) ¿Zeodone?

NANI Sí, Zeodone, que ganó el Grand National. Nunca habrías podido encontrar el establo tú solo, ¿verdad, tío César? Bene lo encontró sin ayuda. Tuvo que encaramarse sobre la silla de amazona para alcanzarlo.

CÉSAR (Pasmado, retiró de la pared el retrato del caballo mencionado y apareció ante él un hueco rectangular a través del cual sólo había oscuridad) ¿Están aquí?

NANI (Con tono triunfal) Sí, ahí están. Ve sacando de una en una las cosas que hay ahí y déjalas en el suelo.

CÉSAR (Obedeció y sacó varias cajas de diferentes tamaños, de cuero y terciopelo, algo agrietas por el tiempo y con cerraduras doradas aunque algunas bastante oxidadas, y las fue dejando en el suelo) ¿Ahora que hago? (El asombro estaba dibujado en su rostro).

NANI Ahora, ve abriendo de una en una.

CÉSAR (Abrió la primera caja. Sorpresa en sus ojos) ¡Pero qué tenemos aquí, Nani! Estas joyas son una maravilla. Resplandecen como cien sonrisas deslumbrantes.

NANI ¿Habías visto alguna vez, tío César, caballos tan magníficos? Entre Bene y yo los lavamos con una pequeña esponja y un jabón de su abuelo. Puestos en fila llegan de una pared a otra. Abre otra.

(César abrió todas las cajas y su admiración fue en aumento. Allí había diamantes, rubíes, zafiros, broches de todas formas y tamaños, brazaletes, pendientes, hebillas, collares, perlas de todo tipo, tiaras, piedras talladas...)

CÉSAR (Sin borrar la sorpresa de su rostro) ¿Y ahora qué hago, princesa?

NANI Ahora tienes que hacer comenzar el desfile, dejando para el final el carruaje de la Reina. Lo primero, mister Lee, el alguacil de Westminster, que es ese sello tallado en ágata con el escudo de la familia, que puede sostenerse de pie.

CÉSAR (De rodillas, obedece) Sí, es verdad. Detrás irá el Regimiento Real de Caballería, claro, ¿No es así?

NANI Sí, tío César. Los rubíes más pequeños, colócalos en tres hileras.

(Y así, siguiendo las órdenes de Nani, César fue disponiendo las joyas de las cajas imitando todos y cada uno de los elementos del cortejo, los carruajes de la familia real, el último de los cuales era el de la Reina Madre, una gran perla engarzada como pendiente. La Brigada de Palacio, broches; los cuarenta y ocho remeros de la Reina, perlas del collar más pequeño; el Escuadrón Superior del Regimiento Real de Caballería, los rubíes más grandes del collar; los Cazadores Reales, las esmeraldas del collar; los Alabarderos de la Guardia, diamantes.)

NANI Así, muy bien, tío César. Y para cerrar el desfile, lo más importante, el carruaje de la Reina, la gran tiara (César obedece); coloca delante los aretes más pequeños y detrás, junto al carruaje, los más largos y pesados. Bien. Y ahora pon a la Reina en su coche. Ya sabes cuál es.

CÉSAR (Asintiendo con la cabeza) El diamante más grande. No podía ser otro. (Lo coloca con cuidado en medio del semicírculo de la tiara).

NANI (Orgullosa) Eso es, En realidad, soy yo, tío César. Bene decía que era yo. Levántate para ver el desfile y di qué te parece.

CÉSAR (Se puso de pie y sin limpiarse los pantalones contempló el cortejo) Parece la cueva de Aladino.

NANI (Contrariada) No deberías decir que se parece a la cueva de Aladino, tío César, porque es exactamente la coronación.

CÉSAR Eso es lo que quise decír, Nani. Es una verdadera coronación. Una coronación lujosa y fascinante. De ahí que algunas personas pudieran decir que, de alguna manera, se parece a la cueva de Aladino.

NANI (Tras pensar unos segundos) Es cierto, sí. Cuando hayamos acabado, lo guardarás todo y volverás a poner a Zeodone en la puerta del establo. Entonces nadie podrá encontrarlos, ¿verdad, tío César?

CÉSAR Sí, Nani. Y será igual que si Bene siguiera aquí, ¿no crees?

NANI (Negando con la cabeza) No, no será exactamente igual. Pero pronto estaré completamente curada. Y entonces Bene volverá y él y yo estaremos de nuevo juntos para siempre.




EPÍLOGO


(Al cabo de un tiempo volvieron a casa los padres de Nani, y César, antes de irse y ver que Nani parecía ser una personita cada vez más normal y obediente, quiso mantener una conversación con su hermana Tula)

La mansión.

Habitación de Tula.

Única escena

Tula y César

TULA ¿De verdad, hermanito, que mañana te vas?

CÉSAR Claro, Tula. Aquí ya he terminado mi función. He cuidado de mi sobrina y he terminado tres cuadros; dos de ella y uno de Margarita. La niña la veo prácticamente curada y…

TULA Sí, lo sé; aun así, me gustaría que te quedaras unos días más, a ver qué ocurre del trato con Mauricio.

CÉSAR. Ya no necesitáis hacer ningún trato con Mauricio para salir de la situación económica en que os encontráis.

TULA (Sorprendida) ¿Por qué lo dices, César?

CÉSAR Porque ya sois ricos.

TULA ¿Ricos? ¿Qué estás diciendo? Si somos más pobres que una rata.

CÉSAR ¿Entonces no sabéis lo de la sala de los arneses?

TULA (Abriendo los ojos como platos) ¿Qué hay en la sala de los arneses? Como no sea polvo y trastos viejos. Estás de lo más intrigante, hermanito.

CÉSAR ¿No ocurrió ahí lo de los amores…

TULA (Con tono cortante) No sigas. Sólo Dios sabe lo que ahí ocurrió. Y eso fue hace doscientos años. (Pausa) Creo que ya te conté alguna cosa cuando eras todavía un niño.

CÉSAR Sé muchas cosas. Me las contó Margarita, la niñera de Nani.

TULA (Molesta) ¿Qué te contó?

CÉSAR Que la tatarabuela y el mozo de cuadra se enamoraron, pusieron los cuernos al tatarabuelo…

TULA (Asintiendo con la cabeza) Esa es la historia de amor que pesa sobre la familia…

CÉSAR Deduzco que los amantes, después de preparar cuidadosamente la fuga…

TULA También pudo ocurrir que el tatarabuelo los sorprendiera antes de escapar y...

CÉSAR … Y lo más probable es que si buscamos en la sala encontraríamos los esqueletos de los amantes. De momento ya sé que hay todo un tesoro de joyas escondidas en la sala de los arneses.

TULA (Nuevo gesto de sorpresa) ¿Joyas? ¿Cómo lo sabes?

CÉSAR Las vi hace días jugando con Nani. Por eso te he dicho antes que erais ricos y ya no tenéis que arrimaros a ese… Mauricio. Bueno, tú sí, si es que quieres repetir la aventura de la tatarabuela. Aunque ya te digo que ese diamante que quiere regalarte lo vi el otro día entre rubíes, esmeraldas y docenas de joyas más en la sala de los arneses. Si quieres, antes de irme, puedo mostrarte dónde se esconden. Aunque hay un pequeño problema para que podáis tomar posesión de ellas.

TULA ¿Qué pequeño problema?

CÉSAR Nani no va a querer que lo hagáis.

TULA ¿Por qué?

CÉSAR Porque está esperando a que vuelva su amiguito Bene para seguir jugando con ellas a la coronación de la Reina.

FIN