miércoles, 26 de febrero de 2014

EL RELATO DEL MES



 

LA GAVIOTA


Bajó hasta la playa y buscó el rincón de las gaviotas. En la arena, junto a las piedras del acantilado, encontró un grupo de huellas de gaviotas. Sabía que eran suyas aquellas huellas triangulares formadas por tres pequeñas hendiduras alargadas hechas sobre la arena. Lentamente, como en un rito, se quitó las sandalias y colocó cuidadosamente sobre las primeras huellas las plantas de sus pies. Luego caminó durante unos segundos sobre las huellas de las gaviotas mientras pronunciaba en voz baja las sílabas guturales de las aves cuando se llaman unas a otras. Después abrió los brazos y los movió como si fueran alas. Entonces vio que el conjuro había surtido efecto: su cuerpo se había separado ligeramente del suelo, gravitando milagrosamente sobre la arena. Todo era cosa de agitar los brazos un poco más y efectuar un golpe hacia arriba con los pies. Así lo hizo, convencida de que lograría su deseo. Y antes de que se diera cuenta de ello, se vio en el aire, a una decena de metros de la orilla, sobre las oscuras olas del mar. Unos movimientos más y entró en el mar abierto. Todo era una poesía azul y silenciosa desde arriba. Volaba majestuosamente hacia la isla. Cuando vio bajo ella su silueta de color de carne planeó unos segundos y poco a poco fue descendiendo hasta posarse sobre la roca más alta de la isla, a pocos centímetros de sus hermanas las gaviotas, que allí descansan durante la noche, y se unió a ellas en la melancólica orquesta de gemidos y llamadas que acababan de iniciar. Hasta bien entrada la noche convivió con las gaviotas en el feudo inaccesible de la isla. Y ya en la madrugada, cuando las primeras luces sonrosadas de la aurora empiezan a abrirse paso en las cortinas espesas de las nubes nocturnas, regresó a casa. Por el balcón, abierto de par en par, entró hasta el dormitorio y se metió en la cama, junto a su esposo, que dormía plácidamente. Con la llegada del nuevo día, se despertó muy alegre y le dijo a su marido que había tenido un sueño muy confortador. Su esposo la miraba muy sorprendido y, cuando ella acabó de contarle el sueño, le dijo:
--Eso está muy bien, querida, pero debías quitarte ese plumón que tienes en la comisura de los labios.
Entonces ella sospechó algo que le venía rondando un tiempo atrás, mucho antes incluso de despertar y contarle el sueño a su marido. Se tiró de la cama y miró debajo en busca de sus sandalias. No las vio por ninguna parte. Y al momento recordó que se las había quitado en la playa para pisar con los pies desnudos las triangulares huellas de las gaviotas.

domingo, 16 de febrero de 2014

EL POEMA DEL MES








Dimensión del hombre

Tiene una nueva dimensión el hombre,
pero cuando el viento silba,
entre las ruinas de los viejos castillos
siguen brotando como eternas madreselvas
brujas y fantasmas a su amparo.

Ahora zumban roncamente los tractores,
pero los tercos engendros del pasado
nos acechan desde sus escondrijos
de humedad y silencio mientras tejen
sus sortilegios y maldiciones.

Los modernos artefactos se abren paso,
pero los seres invisibles de la magia
afilan sus cuchillos de hechiceros
y susurran al cobijo de las tumbas
sus fórmulas esotéricas.

Ahora el hombre vuela a las estrellas,
pero las rancias supersticiones
se alimentan de mentes sin escrúpulos
y siembran la muerte desde las manos
de cotidianos hierofantes.

Tiene una nueva dimensión el hombre,
pero el miedo a lo desconocido
lo devuelve a las viejas tradiciones...

jueves, 6 de febrero de 2014

HEINE EXPLORA EL DESVÁN DE SU ABUELO




Cada vez que entro aquí,
me viene al encuentro todo el tiempo.
el Tiempo acumulado de cien tiempos.
Y a pesar de que hayan pasado
los tiempos de las hadas
y sean otros gatos estos gatos,
este desván me trae afectos,
recuerdos y vivencias…
Aquí sigue la cuna carcomida
que meció a mi madre y sofocó
sus llantinas nocturnas,
y sobre ella, la peluca de mi abuelo
--¡qué guiño del azar!—
que parece de tan vieja haber vuelto
a su infancia, y colgado
de la pared su oxidado espadín.

Paseo por el Tiempo
de la mano de los afectos
y la memoria,
y sale de repente a mi paso la tenaza
de la chimenea, manca de un brazo,
y me habla de las tardes
largas y frías del invierno
transcurridas al amor de la lumbre
mientras se desgranaba
el cuento del gato con botas
de labios de mi madre…
Y un poco más allá,
sobre un tablón caído asoma el loro
sin plumas, disecado de la abuela,
vuelto ceniza gris
su color verde irisáceo,
y un ojo de cristal, un solo ojo,
imitando a un pirata de los aires…
Más grave me parece ver de nuevo
el gran perro de aguas de porcelana,
o japonesa o china,
al que le falta una pata trasera.
Recuerdo con nostalgia
la zalamera devoción
que por él la gata de la casa sentía,
tal vez considerándolo
una deidad trascendental…

Cada vez que entro aquí,
en este recinto sagrado,
vuelvo a mi infancia,
a aquella candidez
donde cualquier cosa pequeña
lograba dimensiones de milagro,
de magia que hacía eternos los segundos…