viernes, 27 de junio de 2008

HILO DIRECTO CON DIOS


MATERIA DE RECUERDO

Cómplices silencios

Y empezamos en casa a practicar los cómplices silencios que amortiguan el llanto y el dolor, las frías sombras que amenazan de muerte al hombre bueno que ha sido para ti un dios tranquilo, la mano que alzó un día el andamiaje de tu propia estatura, que dio pan de sueño a tu niñez.
Y planeamos meriendas a Las Planas, donde el padre reía débilmente, acaso cómplice también del disimulo, como magia para alargar el trágico momento, y elevaba el porrón para que el vino le bendijera como en años jóvenes.
Y al Tibidabo, donde los espejos cóncavos nos partían de risa y él soñaba aún con primaveras y viajes subido al avión y viendo el mar al fondo de la niebla, tras las grises avenidas de nuestra gran ciudad.








Tristeza

Yo no disfrutaba con los cuadros que pintábamos por los alrededores, estaciones en ruinas, campos rubios, barcos desahuciados o masías con perros que espantaban nuestras telas.
Ni comprando en Canuda libros viejos con pétalos de rosas en sus páginas y tarjetas postales con Colón apuntando hacia el mar, y entradas rotas del Liceo, y estampas y billetes que nunca más compraron...
Yo no disfrutaba con los vinos de Las Botas. Ni los versos procaces de Espronceda, ni los chistes subidos distraían la alarma de mi pena.
Sabía que más tarde o más temprano no podría acallar más la morfina los perros de la muerte. Que mi padre, cansado de luchar contra el dolor, cerraría las puertas al verano y, las manos en cruz sobre su pecho, iniciaría la ruta de la seda.


La muerte

Lejos de la gran ciudad, de la casa donde la muerte estaba gobernando, una noche de mili encabronada escuché la noticia bien sabida.
Un tren de medianoche atravesó tierras y lágrimas sin un descanso.
En mi macuto ardían cien poemas de rabia contra Dios, contra la vida, contra la primavera que incendiaba los campos de lujuria.
Llegué, limpio de llantos, hasta el lecho donde el padre aguardaba mis besos, mis palabras, tal vez la confesión de que él había significado todo para mí. Pero el tronco de un árbol más que yo habría sentido entonces. Nada dije, nada hice sino mirarlo lentamente como quien ve partir el barco que un día lo había traído hasta esta orilla.
Más tarde, cuando el cuerpo lo dejamos en el gris Cementerio de Montjuic, supe bien que cualquier descubrimiento lleva luz a las almas y penumbras, y que los cuerpos crecen con heridas que la vida les va abriendo sin causa, como letra obligada en su poema.




Bálsamo

Menos mal que el amor es puro bálsamo y todo lo aligera su ternura. Si no, todo habría sido un tobogán hacia el odio del vino y la desidia.
Las Ramblas de los pájaros, las Ramblas por donde el mundo entero se codea entre razas y lenguas de Babel, fueron ojos de mi florecimiento, oídos de mi amor. (La pena ardía entre sus manos blancas hasta hacerse ceniza de ternura.)
Ella me hablaba de barcos y gaviotas que tenían nombres de personas que queríamos, mientras la “golondrina” se alejaba por la dársena azul hacia los cubos grises del rompeolas, y su estela era el limpio recuerdo de una vida que nos seguía mar adentro, como el eco de la voz que nos hablaba momentos antes.
Ella lo decía y yo me lo creía. ¡Puro bálsamo!


Amor en todas partes

Y Montjuic me mostraba sus rincones con la procacidad del primer día, los arcos del Museo Arqueológico, la Font del Gat llorando cantos viejos, la grata Rosaleda, el Teatre Grec... y en todas partes era fácil, libre, el beso, el desamarre del amor, en todas partes dábamos fe viva de que la soledad más triste canta y explota cuando hierve en luz la sangre, si otra sangre baila con la tuya.
Y si no era Montjuic era el Parc Güell, la piedra vuelta loca en maceteros, en arcos, en columnas, en la gracia que aquel loco arquitecto de inquietudes sembró en el corazón de Barcelona.
En todas partes ella hacía de mí una soledad más pequeña, una elegía menos triste y más alta y más auténtica.

miércoles, 25 de junio de 2008

DE GALICIA

I.

Me pregunto si este acto de amor en Portonovo
Algo tiene que ver con las plegarias
De los altos pinos que ahí, amantes,
Orantes, se besan bajo el viento
Y ofrecen su prisión a algún dios celta
Que los mira en la lluvia.
Amamos como ellos y rezamos
Para alargar el hilo del momento.
Los gemidos mojados de los pinos
Acompasan los besos, los abrazos,
La siembra y el silencio.
Y yo los miro
Como si fuera uno de ellos,
Otro cautivo sin saber qué pasa.
Y rezo la mejor canción que sé:
El silencio.

Me pregunto si este acto de amor en Portonovo
Es cosa de la ría,
Del mágico obelisco que a unos pasos,
Sobre el cantil, señala otro destino.
No sé, pero ahora quieto,
Mientras mis manos sueñan todavía
Con su ternura, sigue
Siendo el lecho la playa donde el mar
Se apacigua, y yo un niño
Absorto en su inocencia,
Todo magia y murmullo de silencio.




II.

La lluvia bajo el ala.
El corazón soñando en vuelos de perdones.
El parque
De silencio, palomas y camelias,
Surcos donde siembra el cielo brumas
De la gran Rosalía. Ahora vengo
De aquel ámbito frío, traigo el alma
Con media pulmonía y pido vino
Y una tapa de pulpo que me salve
Del aljibe que me tiene cautivo.
“Jacobus” es la magia.
En sus cuatro caricias resucito
Recitando las nieblas de aquel ángel
Que no voló en su cielo.
Luego pago, estornudo y vuelvo a ser
Un fiel enamorado de Santiago.
Aunque llueve y me duele el rezo oscuro
Del pino en Portonovo,
Aunque llueve y escucho,
Entre el hondo gemido de los bronces,
Cómo el clavo de amor de Rosalía
Taladra el cuerpo blando de mi verso.




III.

Esta noche es la última.
Dios sabe cuándo habremos de sentirnos
Tan libres y tan niños como ahora.
Los pinos y sus besos
Serán versos un día, pero ahora, esta noche
Son testigos de vida.
Los miro
Como si pudiera saber de qué están hechos
Sus rezos sin nostalgia.
Como si después de mí
Ya no quedara nadie en la ventana
Mirándolos así, como si fueran
Humanos como yo.

Arde al fuego el orujo,
El azúcar, los granos de café
O la olla donde cantan las brujas.
La fórmula hechicera, la joven hierofante,
Las sombras como hiedras trepando en las columnas
Del salón. Y nosotros,
Rezando la oración de la memoria,
Endulzando las hieles del pasado
Con estas mieles. Bebo
Lentamente la taza de los ritos
Sin que se cuele aquí la lluvia negra
De lo que espera luego. Cuenta sólo
Este embrujo de ahora,
Caliente y duradero, de la maga Galicia
Que nos da en un instante la luz de su misterio.

HILO DIRECTO CON DIOS


jueves, 19 de junio de 2008

MATERIA DE RECUERDO

Noches de fuegos corporales

¡Cuántas noches después de estar con ella, después de someter mi carne a fuegos que sólo de pensarlo todavía me queman el recuerdo...!
¡Cuántas noches dejé que mi semilla blanca hiciese acrobacias nocturnas en la esquina de la calle, en los cipreses, testigos del deseo insaciable del carnoso ciprés que crecía en mis ingles!
El tranvía me llevaba cansado al otro extremo de la ciudad. El sereno venía, golpeando la acera con el chuzo y agitando las llaves de la noche, a mi torpe llamada mientras todo el mundo perseguía al Fugitivo en su televisión individual.
Después caía en la cama como un Orfeo que ha abrazado a su Eurídice y sueña que el infierno es un regreso constante a las delicias del Olimpo.
¡Qué tiempos cuando el alma se inundaba de música de disco ( el Richard Anthony de “Aranjuez mon amour”) y el cuerpo ardía mientras iba a buscarla a su trabajo!
Un dios Pan disfrazado de estudiante con apuntes del Cid y cien poemas temblando por hallar sus cauces vivos era yo camino de sus besos, del volcán donde las lavas del deseo una noche y las otras se perdían en fuegos acrobáticos, silentes, por laderas de tela o trapecios de cipreses nocturnos.
¡Qué retornos más dulces a la casa con la brisa de su pelo enredada aún en el mío, con el gusto a manzana de sus labios aún besando la fiebre de los míos!
Nostalgia inútil, te odio, pero te amo también porque el recuerdo me da vida.


Horta

Y viviendo la luz que me dio ella, otro barrio brilló bajo mis pies: su nombre, Horta, de casas con glicinias y pisos heridos de aluminosis; de plazas donde el pueblo compartía su tipismo con fuet y con sardanas, de cines donde ardíamos sin ver las películas que proyectaban, solamente explorábamos los cálidos y húmedos recovecos de nuestros cuerpos jóvenes. (Diamante, Astor, Virrey, Venecia, Horta, Maragall, Odeón... Sagradas sombras donde hicimos de nuestros cuerpos aras de devoción carnal). Y bailes donde juntábamos volcanes de deseos con músicas románticas en tanto que la tarde, mareada, daba fe del amor enredado en nuestras yedras.





Garraf

Y en tiempos de toalla y mar amigo, de arena y bronce gratis, nos armábamos de paciencia infinita y de nevera portátil, y cogíamos el tren para Garraf.
Era casi imposible echar el cuerpo a la larga sobre la arena entre tanta carne puesta al asador, y apenas la toalla señalaba el candor de nuestra piel.
El agua, acometida, se quejaba de tanta pierna y tanto brazo, era como entrar en la gresca de un buen caldo.
Pero pronto, recogidos los útiles, monte arriba, entre pinos, requeríamos un refugio tranquilo para comer y echar la siesta luego.
¡Un paraíso al alcance de Romeo y Julieta!




El nubarrón

No todo era soñar y dar los pasos por sendas florecidas, vino y arte en aquel sesenta y cinco de la luz que vino a deslumbrar aun más mi vida.
Había un nubarrón que amenazaba la mies de la familia, un nubarrón inexorable, una termita hambrienta dispuesta a socavar la luz de casa.
El hospital artístico, de cúpulas de fresa que yo había conocido, fue también bisturí y convalecencia para el padre operado.
Y la termita que roía el pilar de su estatura siguió sembrando el luto agazapada, mordiendo, devorando amor y tiempo.




Dios no disponible

Dios no estaba nunca disponible. Busqué su compañía en las iglesias, por las plazas cuajadas de palomas y niños que jugaban al columpio; de día, cuando todo es más abierto y la luz unge labios y miradas; de noche, cuando el miedo se hace pánico y el pánico sepulcro de deseos.
Las clases eran humo donde Góngora luchaba por lucir sus “Soledades”. Nada, nada lograba detener mis ríos de tristeza, la esperanza era una lluvia sucia que se hundía en las bocas del alcantarillado.
Y Dios no estaba en las iglesias, no estaba en ningún sitio, despachaba ignorancias y olvidos. Yo no iba a pedirle milagros, sólo tiempo, un poco más de tiempo para el hombre que me había traído a la ciudad un año antes. ¡Tan sólo tiempo, tiempo! Y el tiempo era ya humo para él.
Y aunque Dios no quería oírme, le dije de todo menos “Dios”, por las calles, por las plazas cuajadas de palomas y niños que jugaban al columpio, y en las iglesias donde sólo estaba el tedioso silencio de su ausencia.

CREDO POÉTICO

(Revisado)

Yo ya no busco bosques
abatidos de tristeza
ni ríos cuajados de crepúsculos
para hacer mis poemas
porque vienen a mí
como el mar a la arena.

Yo no busco el peligro
ni me invento las guerras
para que revienten de rabia
mis sencillos poemas
porque están en el mundo
como el llanto en la pena.

Yo canto lo diario,
si el hombre vive y sueña,
si en el campo una lluvia
el pan futuro riega,
y canto con palabras
sin resonancias huecas,
con palabras calientes
de un alma siempre en vela.

HILO DIRECTO CON DIOS


jueves, 12 de junio de 2008

HILO DIRECTO CON DIOS

PABLO GÓMEZ

Pablo Gómez llegó al Colegio a principios de los setenta, justo el curso en que el Monseñor pasó por el Colegio para celebrar en la Biblioteca una de sus famosas tertulias. De su Andalucía natal traía un deje simpatiquísimo que hacía las delicias de quien tuviera la suerte de escucharle. Enseguida pensé que haría buenas migas con el otro andaluz de pro, José Santamaría. Pero me equivoqué y, aunque se llevaban bien los dos y se hacían bromas sobre los olivos y la Semana Santa de Sevilla, a congeniar de verdad no llegaron nunca. Y eso que eran los dos bellísimas personas, tolerantes y comprensivos con los demás. Con el que sí congenió Pablo Gómez a las primeras de cambio fue con el leonés Dorado y con el catalán Viladomat. Cosas del destino.
Pablo Gómez tenía una letra preciosa, que no dudaba en prestar a quienes querían adornar con un texto caligráfico algún trabajo, cualesquiera que fuesen sus finalidades. Y una pierna izquierda soberbia. Y una fortaleza impropia de su constitución física, apenas setenta kilos de peso y poco más de uno sesenta de estatura. A veces hasta jugaba a fútbol descalzo, que daba grima verlo enfrentarse así a un delantero como Antonio, alto y fornido como un castillo. Pero, contra todo pronóstico, solía salir airoso de cualquier encontronazo. Dorado y él formaban el dúo de defensas más contundentes que habían pisado nunca el estadio de Sendero. Con todo, lo que más me admiraba de Pablo era su fuerza de voluntad. Casado y con dos hijos, fue capaz de sacar tiempo de debajo de las piedras para estudiar la carrera de Historia y licenciarse con buenas notas. De una persona así cabía esperar un futuro esplendoroso. Pero los destinos se tuercen inexorablemente, y el del pobre Pablo se quebró del modo más lamentable. Y un día de tantos Pablo de pronto se sintió mal. Le dolía la cabeza a ráfagas y como el dolor no se le iba ni siquiera después de dormir, al cabo de una semana de sufrimiento se fue a la Clínica de su Médica para ser examinado. Y aunque varios doctores lo reconocieron y le hicieron multitud de pruebas, ninguno acababa de acertar con lo que le pasaba. Hasta que en una de las últimas le detectaron un cáncer en el bulbo raquídeo. Velozmente lo prepararon para operarle en el Hospital Generalísimo Franco. Pero el cirujano que le tocó en suerte nada pudo hacer por atajar el horror que lo devoraba. Poco a poco, y a la vista de todos, se fue consumiendo. Alguna tarde de buen tiempo, ya muy enfermo, se pasaba por el Colegio y estaba unos minutos en el comedor de profesores, donde, con toda la pena del mundo, sus compañeros pudimos ver la celeridad con que el pobre Pablo Gómez se iba de esta vida. Aquel mismo otoño, un día lluvioso y gris, se fue para siempre.

martes, 10 de junio de 2008

HILO DIRECTO CON DIOS


A ver si nos adecuamos.

Vaya por delante que el único periódico que leo es Público. Y ya he dicho las razones. Es lógico que me refiera casi exclusivamente a este diario para comentar algunas infracciones lingüísticas de las tantas que invaden hoy en día los medios de comunicación, desde la prensa escrita a radio o la televisión. Es de agradecer que Público exprese a toda página el lema ANTES DE HACER UN DIARIO LEÍMOS LAS CALLES; así podemos deducir sus lectores que sus mensajes guardan relación directa con lo que pasa ahí, en las calles, de nuestros pueblos y ciudades. Pero a la vez que leer en las calles, sus redactores deberían repasar la gramática que estudiaron en el Instituto (que esta es otra). Y si no, veamos dos muestras de su desidia gramatical localizadas el viernes 6 de junio. Y en sendos titulares. El primero: “El Supremo no ve delito en la actuación de Casas. Cree que la conversación de la presidenta del TC con una abogada se adecúa al uso social”. Sabido es que el verbo adecuar sigue la conjugación de verbos como averiguar, desaguar, etcétera. El presente de indicativo de averiguar es : averiguo, averiguas, averigua, averiguamos, averiguáis, averiguan. Por consiguiente, el de adecuar es: adecuo, adecuas, adecua ( tres sílabas y sin tilde en la u), adecuamos, adecuáis, adecuan. Así pues, el periodista debió escribir "...la conversación de la presidenta del TC con una abogada se adecua (sin tilde) al uso social". El otro titular reza así: “Clinton se rinde a la presión y anuncia su apoyo a Obama. Los congresistas demócratas le convencen de que acepte la derrota para unir al partido.” Repasemos: “Lo” es la forma del pronombre personal propia del CD referido a persona, animal o cosa en género masculino y también a una oración entera, y “la” es la forma referida a persona, animal o cosa en género femenino. Como excepción, se emplea la forma “le” para referirse a personas de género masculino (A Antonio no le vimos en la fiesta). Así pues, en el titular, la forma le, referida a la señora Clinton, es incorrecta. El periodista debió escribir “Los congresistas demócratas la convencieron…”

miércoles, 4 de junio de 2008

MATERIA DE RECUERDO

El Mercadillo de los libros

Como también recuerdo el generoso horizonte del Mercadillo, libros esperando la suerte de las manos que saben teclearlos con caricias de estudiante insaciable y de poeta.
Albert me acompañaba las mañanas de domingo por búsquedas y encuentros. Libros de magia, de poesía, de arte. Libros que un día sirvieron de escondite a secretos bélicos y a conjuras esotéricas. Libros que fueron cuajando bibliotecas y sueños... Libros que acabaron siendo testigos de una época y que ahora me obligan a esbozar entre los labios arabescos de gris melancolía cuando hojeo sus bosques de poemas, sus cálidas ventanas de pinturas, de rostros, de paisajes, de esperanzas.




Inicio universitario

Aquel sesenta y cuatro del inicio fue también la aventura de las aulas, de las asignaturas serias, hondas, de los sabios doctores que supieron sembrar en mí los dones del trabajo bien hecho, la lectura, la enseñanza... Alsina, Blecua , Castro..., compromisos de rigor y de entrega hacia el estudio...
Y nuevos compañeros, y otras rutas: la Avenida de la Luz y el cariñena, y el bulevar lujoso donde quiso Gaudí poner la almendra de sus sueños en casas temblorosas, casi tartas de piedra, invitaciones para que Dios bajase a ver si eran reales o plagios rebeldes de su excelsa magia.
Aquel sesenta y cuatro del inicio la sabia luz de la Universidad alumbró los desvanes de mi mente.






La ciudad en invierno

Y si era la ciudad en el verano un diamante brindado a quien osara entrar en su recinto misterioso con los cinco sentidos en alerta, en invierno se convertía en una dama que ofrecía sus encantos sin fin bajo la lluvia y el olor de alquitrán y los sonidos perdidos de la noche a quien quisiera poner en el tablero su ventura, sus virtudes de amante sin prejuicios.
Los amigos cogíamos el metro y, mineros del arte, un día amábamos la piedad de Pedralbes, y al siguiente, deseábamos a las mujeres que ardían en los cuadros que Picasso en Montcada dejó vírgenes para aliviar miradas encendidas...
Era todo la fiebre de la edad, que lo mismo encendía nuestras ingles que alzaba el corazón a los altares.




Sitges

O nos daba de pronto por cambiar de horizonte y, locos, nos subíamos al tren del litoral. Y, como a dioses en la orilla del mar, la luz de Sitges nos ungía de gracia y de poemas, tras rendir pleitesía a la pintura de Rusiñol en Cau Ferrat.
Comíamos entonces bocadillos de esperanza y bebíamos el vino de la gloria mientras quemaba los ojos la alegría de formar parte ya del arte fiel que no recibe nada y lo da todo.
Hay fotos que dan fe de aquellos días, y humos de cigarros y papeles habitados de esbozos y poemas, y cuadros que ya cuelgan para siempre en las salas eternas del olvido.




La ruta semanal

La semana avanzaba por la calle de Tamarit arriba hasta la Plaza donde esperaba la pasión del libro y, tras las charlas en el bar de Letras, nos salían al paso las presiones, las prisas y los nervios, drogas duras que inyectaban furiosos los exámenes.
El resto era volver a los amigos, al trato del pincel y de los versos abiertos en canal por los puñales de la música dulce de San Remo.
El resto era el placer del vino mago que hacía derramar poemas tristes a lo Buesa, o el deambular artístico por calles de Gaudí, donde unas torres, pétreas barras de pan, dan de comer a las aves del alma o unas cúpulas de fresa albergan camas donde el llanto aguarda tras la fiebre de la herida.
Entre el aula y la escuela de la calle y la amistad crecí aquel año azul palpando el cubalibre del guateque y el pecho femenino tras la blusa.





Ella, al fin

Al fin la conocí. Ella era la vida, la brisa que esperaba la alta vela de mi barco dormido en la añoranza.
Fue en la marabunta de la música y el ron con cocacola, en un guateque casero como aquellos que montábamos en la casa de Albert cuando sus padres se iban de viaje.
Ella bailaba como una lluvia cálida, era toda una carne bailable y no sabía aún que yo la amaba, que más tarde, a las puertas de su casa, tras la fiesta, le pediría que fuera mi novia.
Fue una Merced de calendario y cielo, de esas que duran una vida entera.

MATERIA DE RECUERDO

martes, 3 de junio de 2008

MATERIA DE RECUERDO

MATERIA DE RECUERDO

(1964 – 1974)









































“Amar el sueño roto de la vida
y, aunque no pudo ser, no maldecir
aquel antiguo engaño de lo eterno.
Y el pecho se consuela, porque sabe
que el mundo pudo ser una bella verdad.”
Francisco Brines



“Más, cada vez más honda
conmigo vas, ciudad,
como un amor hundido,
irreparable.
A veces ola y otra vez silencio.”
Jaime Gil de Biedma






A la ciudad de Barcelona y a algunos barceloneses especiales: tanto ella como ellos me ayudaron a ser yo.
A Nasi, que inició conmigo lo que ahora nos sostiene y da la vida.






I.

Estación de Francia

Lo primero que vi de Barcelona fue la estación de Francia y su alta luz de cien razas viviendo con sus lenguas y exóticas historias. Yo acababa de dejar en la esquina del pasado mi página vivida de ciudad de provinciana, y abría a la aventura del mestizaje libre y sin fronteras mis ansias de aprender pese al cansancio nocturno de los casi mil kilómetros que me separaban de la primera almendra de la vida, ya en las lindes de la verdad adulta y sus celadas.
Mis padres y mi hermana, la pequeña, soñaban como yo ante la imparable cascada de habla y etnia junto al tren, en aquella estación de puertas libres. Eso fue lo primero: la preclara, libre apertura hacia verdades vivas.


El piso

El sitio de la casa, luminoso, abierto, cosmopolita y brujo, junto al canto del agua de Monjuic y su esmeralda subiendo hacia el Castillo. (Al alcance de la mano, todo un mundo reciente esperándome. ) El piso en alto, tibio el aire en los balcones y la luz en el alma del ser que ya aprendía sin libros y sin sueños. (Casi olvido las huertas y los nidos de aquel otro que vive en mi interior siempre esperando.)
Y también aprendía de los míos: cuatro hermanos ardiendo en la labor de pagar deudas, sueños..., y los padres haciendo cuentas siempre. Versos hablan con gratitud de aquellos manantiales.






Era julio

Pero también del mar en Casa Antúnez, al pie del Cementerio, el agua alegre brillando en nuestros cuerpos. Era julio y ya estaba dispuesta la amistad a saludarme pronto. Allí, en la orilla, compartiendo la espuma de las horas, los primeros amigos catalanes me hablaron de museos, de caminos futuros por los barrios con solera donde el vino se casa con el arte.
Yo, a cambio, les daría humo de versos, y, todos, saciaríamos bohemias ingenuas de endiosada juventud.





Entre el arte y el vino

Sus nombres quedan ya sembrados, vivos, en mis surcos diarios. Versos hablan del estudio de Albert donde tejíamos nuestros sueños artísticos; sus lienzos regían nuestras charlas; yo leía mis versos becquerianos; lo demás era fruto del vino y la esperanza.
La juventud podía con los ebrios retornos por la calle del Romano, tras cuya estatua solíamos librar batallas de vejigas acosadas.
Y el tranvía, soñando con la gloria, nos iba transportando por la noche como Ulises camino de sus Ítacas.
Atrás quedaban versos y dibujos sembrados en la frágil servilleta, entre el olor a vino peleón y el humo del cigarro, como un guiño que la diosa bohemia nos brindaba.





Nombres

Nombres, vivos nombres que ahora traen momentos de amistad, que a la mirada prosaica del presente me torturan con la nostalgia inútil. Pero entonces..., entonces eran brillos de diamante en nuestras manos. Petritxol, Canuda, los Baños Viejos..., mundos donde abrían sus puertas al amor y al arte cuerpos y almas tocadas por un don común, por un año de gracia, aquel primero en que aprendí el misterio de Barcino, arrimando el oído al corazón, al barrio de las putas y del arte.
Pintábamos de día en caballete con el mar a los pies y el cielo azul temblando entre las velas de los muelles.
Y por las noches abríamos las salas de Baco con las llaves más gozosas. Entre vaso y vaso abríamos ventanas a las musas, mientras Fibla perdía lápices en Cristos agonizantes y putas con los senos encrespados, sus minotauros Florentí incitaba, el otro Juan soñaba con París, Esther flotaba en nubes de Picasso y Albert la dibujaba con pinceles untados en el óleo eterno del corazón.





Un refugio

Las borracheras duraban lo que duraba el fiel arrobamiento. Luego volvíamos al recinto de los Beatles y volvíamos a caer en toboganes de magia y erotismo.
En el estudio pasábamos el tiempo hablando libres de Dios, del arte, del sexo y de poemas mientras el mundo se multiplicaba en andamios y las palomas pintaban las estatuas con sus grises de fuego. En el refugio tocábamos las teclas de las musas y planeábamos híbridas visitas a museos y tabernas. Recuerdo todo eso con pasión.

lunes, 2 de junio de 2008

HILO DIRECTO CON DIOS


HILO DIRECTO CON DIOS

Un talud en aluvión

En un periódico gratis, 20 minutos, el pasado jueves 29 de mayo me di de bruces con un talud inesperado. Fue en una gacetilla que llevaba por título "Muere otro obrero en accidente laboral". Evidentemente todo tendría que ver con un despiste del redactor o del encargado de copiar la noticia. Y si no, lean: "Un joven peruano de 21 años murió ayer aplastado por un TALUD de arena y piedras cuando trabajaba en una zanja en Arroyomolinos (Madrid).El joven estaba subcontratado." Dejando aparte la tragedia, que es incuestionable, el talud de marras es un empinado talud que cualquier periodista avisado debe saber subir. Por supuesto, lo que quiso decir fue "un ALUD de arena y piedras". Es muy fácil equivocarse si no se tienen los conocimientos claros y alerta la mente.