martes, 26 de julio de 2016

CINCUENTA POEMAS CATALANES EN CASTELLANO 1

Inicio hoy una antología, antojada como todas las antologías (si no no sería antología), de poesía catalana contemporánea, y he empezado un poco al azar como se empiezan las actividades que a uno le gustan.
 
 
 
De Àlbum de familia, de Narcís Comadira, destaco los tres siguientes:
1.      4 de febrer  de 1945, página 29
 
Y tú, papá, gran cabronazo, ¿qué hacías allí
en lo alto de la tribuna, si no eras fascista?
Vestido de azul marino, tieso como clavado en tierra, lejana la mirada,
pareces estar ausente de todo. ¿Poder? No tenías ninguno.
¿Ventajas? Tampoco. A lo mejor querías
ver teatro gratis desde la lonja municipal,
vestir de gala en lo alto del presbiterio
las fiestas de guardar, mientras la catedral
se llenaba de creyentes durante el espectáculo.
(Un reflejo azul muy claro me llega del brillante
que llevas en la corbata mientras yo, protegido
en algunas faldillas, me lleno poco a poco
de tiniebla y de miedo, de pecado y escalofríos.)
Sin embargo, ahora, es una mañana de invierno
y tú permaneces en lo alto de la tribuna,
rodeado de gente extraña, de señoras
elegantes y adornadas con pieles, Evas Perón hispanas,
mujeres del general, del juez, del delegado de Hacienda…
Tienes casi cuarenta años, dos hijos y medio,
un uniforme azul marino como Dios manda en estos años domados
y eres aún
hijo de papá sin casi comprenderlo
(demasiados hermanos para una tarta tan pequeña)…
Pero tú poco piensas en ello: eres el mayor.
Y con la mirada lejana, desde lo alto de la tribuna
ves cómo pasa el desfile.
 
                                       También así se te pasarán
los veinte años de vida que te quedan,
siempre un poco ausente, siempre como si llevases
un uniforme extraño, con la cabeza bajo el ala,
preservándote de todo, caminando poco a poco
por un mundo que ya jamás sabré si era el tuyo.”
2.     Grup de família, 33
 
Del blanco al negro un preciso punto gris
nos hace a todos personales y nos concentra en la forma
que ahora tenemos: unos años que ya han pasado
y delante un horizonte: todos los mayores
lo miran sonrientes. Hijos y padres
saben que han vivido por los que vendrán después.
 
Sólo los dos pequeños, inocentes del futuro,
lo miran escépticos y serios.
Después de mí nadie: nacido para nada:
abocado a la crónica. 
 
3.   Adolescència, 4
 
No volverás al reino abandonado,
a los senderos de junio, al arroyo umbrío
bajo el dosel de los verdísimos castaños,
al húmedo rincón donde crecen las fresas,
a las márgenes claras donde los guisantes de olor
se enlazan con clemátidas y forman diademas
con chupamieles, coronas para una danza antigua.
 
Deja que todo se borre y un alba de inquietudes
cierre las ilusiones, que se te vuelvan pálidas;
que el olvido pueda estancarte los prados perfumados,
la claridad de las hierbas locas
donde el concierto del abejorro destruía
los proyectos felices: deja que todo se borre,
que todo se pierda ahora, hasta las lágrimas.
 
 
 
 
Del libro Ciència exacta, de Manuel Forcano, los siguientes poemas:
 
4.    Un vaixell a tota màquina, página 81
 
En nuestro mapamundi
yo era una ciudad a ras de mar
y tú el océano pintado de azul.
El amor, un barco
a toda máquina
que no sabe que navega
con una vía abierta en el casco.
En los astilleros no veo a nadie
a quien reclamar
pese a las pruebas:
                             estos versos
son objetos personales
de uno de los ahogados.
 
 
5.    L’ahir, 29
 
Al menos reconozcámoslo:
somos de condición mudable,
prometemos
                    y no cumplimos.
A veces el deseo es un combate cruento
entre fuerzas desiguales.
 
Muchas otras cosas podría decir
de nuestros días juntos.
¿Pero qué sentido tendría
hacer sonar ahora mis ayes y lamentos
y hacer salir de sus madrigueras
escarabajos y serpientes?
 
El ayer es una tumba vacía
por donde ya han pasado
los ladrones.
 
 
6.   Com el vent, 39
 
Como el viento que se come por las puntas
las banderas, así comenzamos
a desamarnos.
Y qué espectáculo el nuestro,
fabricando fallidas una esperanza
tras otra.
 
De estos años, sí,
quedan algunos bellos recuerdos,
espadas que brillan
hasta en las tinieblas.
Pero ahora lo veo claro:
éramos un árbol que crecía
con hachas en las raíces.
 
Cuántas veces
se me ha borrado este poema
por las lágrimas.
 
 
 
7.   Com qui desplega ,43
 
 
Como quien despliega entre las manos
el mapa de la isla del tesoro
y sólo le queda ir allí,
                                   el deseo.
 
Ve allí.
Que nada te pare. Todo es posible.
A veces se ve la luna
en un cielo soleado.
 
8.  Estella, 67
 
Todo lo que dejamos de decirnos
ahora se me ha hecho un bosque impenetrable,
sin caminos,
con rastros de lobos
en la nieve.
                  Y nuestro adiós,
un árbol altísimo, inmenso,
que ni muchos hombres cogidos de las manos
abrazarían.
 
Cada día me planto allí delante
asido a un largo mango de hacha.
Hasta que las fuerzas me abandonan
sólo arranco astillas,
pocas.
          Una de ellas es
este poema.
 
9.   El poema, 97
 
Hablamos sólo para vender de nosotros
quincalla. En la laguna pantanosa
de todo lo que decimos
engarzamos palabras
como viento que mueve, consumidos los juncos,
el cañaveral.
                    Pero de repente
un ánade alza el vuelo
y le brillan las plumas
de colores:
                  el poema.
Escuchad el batir de alas, contempladlo,
depuestas las escopetas
del silencio.
 

viernes, 22 de julio de 2016

CON CLAUDIO RODRÍGUEZ y 8



Y finalmente, hoy, 22 de julio, cuando se cumplen 17 años de la muerte de Claudio Rodríguez, mientras traigo el recuerdo de la comitiva que llevaba sus restos mortales al cementerio de San Atilano y su alto en el Puente de Piedra para echar un ramo de flores al Duero, repitiendo así una antigua tradición que él mismo recogió en algunos de sus poemas, hoy concluyo estas entradas referidas a los artículos que componen la revista República de las Letras de que vengo hablando citando  las propias palabras del poeta sobre Don de la ebriedad, su primer y para mí mejor poemario, firmadas en 1991: “Lo primero que uno se pregunta es hasta qué grado de familiaridad, de cercanía, tiene el autor hacia su obra. En mi caso es lejana. Y aún más releyendo este libro.” (…) “La poesía como un don y como una ebriedad, es decir, como una entrega y como un entusiasmo en el sentido platónico de inspiración, de rapto, de éxtasis o, cristianamente, de fervor.” (…) “Los siguientes poemas manaron de la contemplación viva, caminada, paso a paso, de mi tierra castellana, del pulso de los hombres, con mi alma dentro, que es lo esencial.” (…) “Estos poemas los escribí con una ausencia de conocimiento (…) en su posible concreción, objetividad o articulación: de aquí, a veces, su indudable tono irracional. Grave problema: ¿la experiencia es  concreta?” (…) “Ver, poseer. Intentar hallar la certeza única, lo secreto, lo sagrado, la salvación, a través del lenguaje.” (…) “¿Y mi ignorancia era sabiduría?”

miércoles, 20 de julio de 2016

CON CLAUDIO RODRÍGUEZ 7

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El último artículo de República de las Letras dedicado a Claudio Rodríguez lo firma José María Muñoz Quirós y se titula Claudio Rodríguez: el Camino y la Claridad de la memoria. El modo de entender la existencia que tiene un poeta como Claudio Rodríguez (“actividad cotidiana, sentido de la mistad y del compromiso”) puede ser considerado como un modelo para quienes quieran ser escritores en general y poetas en particular. Este es el punto de partida del articulista, que asegura que la poesía de Claudio Rodríguez constituye “una obra coherente, reflejo de un vivir en la búsqueda y en la indagación del sentido vital que la poesía aporta en cada uno de los textos.” Como persona, Claudio era un castellano que, pese a ser un excelente poeta dominador del verso y del concepto, “nunca hizo gala de su sabiduría (…). En él no cabía  más que la comprensión de un mundo autentificado por la luz, por la verdad.” La pregunta (sin respuesta) que se había hecho siempre  Muñoz era “cómo un joven entrañado en las profundidades de la tierra había podido redactar los poemas de un universo tan cerrado y tan nítido como es  Don de la ebriedad.” Más de una vez, eso sí, recibió del poeta la respuesta sobre la pregunta por las raíces que había leído para escribir tan excelente poemario: “La proximidad que su obra tiene hacia los grandes poetas de la cultura greco-latina y la admiración que procesaba a maestros de nuestra lengua como Vicente Aleixandre, Luis Rosales o Leopoldo Panero.” Lo cierto era que el universo poético del poeta zamorano siempre le había supuesto el convencimiento de que un poeta debe ser un buscador, “un intérprete de la realidad, atribuyéndola valores mucho más altos y universales de los que posee.”

Después nos habla Muñoz de algunas costumbres de Claudio en sus caminatas por el campo y los caminos, una de las cuales era llevarse consigo una edición releída y subrayada de la Vida de santa Teresa de Jesús, “lectura obligada en la soledad del campo donde el poeta había ido fraguando su necesidad de espiritualidad, la verdad intensa de su contemplación”. La figura de la Santa le acercaba frecuentemente a Ávila y en algunas ocasiones paseó con el autor del ensayo por las calles de la ciudad oyendo las campanas y escuchando la respiración de la piedra sagrada. Y no debe olvidarse que durante la luna de miel visitó varias veces Ávila con Clara. Recuerda a propósito Muñoz Quirós la fotografía de un cultural de Madrid en la que, muerto ya el poeta, se veía en su mesa de trabajo un texto titulado “Ávila” con su letra inclinada sobre la hoja. El anecdotario de los recuerdos que guarda el articulista de Claudio siguen indicándole “la categoría humana del poeta, la dedicación a la amistad, su inclinación a la generosa manera de entender el tiempo, de regalarle, de ser fiel ante cualquier circunstancia.” Concluyendo, Quirós afirma que la poesía de Claudio Rodríguez “tiene la facilidad ingenua del niño y a su vez la altura desmesurada del equilibrista.” Sin embargo, “nadie podrá achacar a un poema de Claudio Rodríguez el abandono, la facilidad resuelta en la repetición de lo mismo.” Y lo más importante: Claudio Rodríguez, el hombre y el poeta, es el ejemplo que nos sirve “para entender la poesía como una lección en la que participamos todos con la vida.”
 
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La Revista se cierra con un poema del paisano y amigo Jesús Hilario Tundidor, Baudelaire, Claudio y Eliot pasean junto a mí, al atardecer, por la tierra del vino, dividido en tres collages: 1: “L’ame du vin” (“¡Rojiza tierra ésta / del poema! Ah, sí, ¿recuerdas, Claudio? Había sangre siempre / en la puesta del sol” (…) “Cielo arcilloso, la llanura, / el páramo encendido. Y callados los robles, las encinas, que conservan más un rayo de sol / que todo un mes de primavera” (…) “En cierta carretera / llena de azul inalcanzable encima: Siempre la claridad viene… ¿de dónde? La claridad, ¿de dónde? / ¿Acaso no hay principio, ni lugar, ni esperanza y el puro azul que nunca se viola / no estaba aquí, cantaba entre nosotros? Dentro, dentro, quemando, haciendo / amor, sabiduría, altura de las águilas del Duero o brisa o aire, que allí sí que pusimos / la voz para que todos la supieran, la poseyeran.)” 2: “Al este de las sombras” (“Nombrar cosas, nombrar vida. Igual que magia inocente, así el cántico, la posesión, / pues nuestro / es aquello que nombro, se representa en mí y en mí subsiste…” (…) “La POESÍA importa. Especialmente andando por las tierras / del vino. Nunca tierra baldía, nunca The Waste Land, tal vez. El duro transcurrir por los senderos / de la no realidad: Tierra del Vino, tierra de un vino que jamás se ciega, / vino varón, preñado amadamado, terso como horizontes y llanuras profundas…)” Y 3: “Profanación de los laberintos del conjuro” (“Pienso en las cosas que se han ido: los pájaros, los vientos, la quimera, pienso / en las cosas que se han ido, ¡cuántas! También te fuiste tú, también te fuiste. ¿Tantas / se van y aún siguen atardeciendo. Eliot invita, Baudelaire señala. / Sola es la voz que la amistad mantiene” (…) “Hay que nombrar las cosas, si no mueren / perdiéndose en el mar, en la marea. Hay de denominarlas e indagarlas. / Y vivir. Que ya la noche hace su asomo y muy borrachos vamos a estas horas / y por los tesos y las jaras hembras en sombra de Valverde / un calandrio es la luz por las encinas.”)
 
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Después, Cinco poemas de Claudio Rodríguez, selección hecha por Sorel, uno de cada libro: 1, el poema VIII de Don de la ebriedad, 1953: “Decidme, ¿cómo / veis a los hombres, a sus obras, almas / inmortales? Sí, ebrio estoy, sin duda” (…) “en cada / lugar donde antes era sombra el tiempo, / ahora la luz espera ser creada” (…) “Y el sol, el fuego, el agua / cómo dan posesión a estos mis ojos. / ¿Es que voy a morir? ¿Tan pronto acaba la ebriedad?” 2, “Con media azumbre de vino” de Conjuros, 1958: “Cuánto necesita mi juventud; mi corazón, qué poco. / ¡Meted hoy en los ojos el aliento / del mundo, el resplandor del día!” (…) “Y corre el vino y cuánta, / entre pecho y espalda cuánta madre / de amistad fiel nos riega y nos desbroza. / Voy recordando aquellos días. ¡Todos, / pisad todos la sola uva del mundo: / el corazón del hombre! ¡Con su sangre / marcad las puertas! Ved: ya los sentidos / son una luz hacia lo verdadero.” 3, “Ciudad de meseta” de Alianza y condena, 1965: “Y a saber qué distancia / hay de hombre a hombre, de una vida a otra, / qué planetaria dimensión separa / dos latidos, qué inmensa lejanía / hay entre dos miradas / o de la boca al beso” (…) “Esto no es monumento / nacional sino luz de alta planicie, / aire fresco que riega el pulmón árido / y lo ensancha y lo hace / total entrega renovada, patria / a campo abierto. Aquí no hay costas, mares, / norte ni sur; aquí todo es materia / de cosecha.” (…) “Porque todo / se rinde en derredor y no hay fronteras, / ni distancia, ni historia. / Sólo el voraz espacio y el relente de octubre / sobre estos altos campos / de nuestra tierra.” 4, “Noviembre” de El vuelo de la celebración, 1976: “Llega otra vez noviembre, que es el mes que más quiero / porque sé su secreto, porque me da más vida. / La calidad de su aire, que es canción, / casi revelación, / y sus mañanas tan remediadoras” (…) “Tras tanto tiempo sin amor, esta mañana / qué salvadora. Qué / luz tan íntima. Me entra y me da música / sin pausas / en el momento mismo en que te amo, / en que me entrego a ti con alegría” (…) “Llegó otra vez noviembre. Lejos quedan los días / de los pequeños sueños, de los besos marchitos. / Tú eres el mes que quiero. Que no me deje a oscuras / tu codiciosa luz olvidadiza y cárdena / mientras llega el invierno.” Y 5, “Secreta” de Casi una leyenda, 1981:  “Tú no sabías que la muerte es bella / y que se hizo en tu cuerpo. No sabías / que la familia, calles generosas, / eran mentira. / Pero no aquella lluvia de la infancia, / y no el sabor de la desilusión, / la sábana sin sombra y la caricia / desconocida. / Que la luz nunca olvida y no perdona, / más peligrosa con tu claridad / tan inocente que lo dice todo: / revelación. (…) “Ahora se salva lo que se ha perdido. (…) “¿Y si la primavera es verdadera? / Ya no sé qué decir. Me voy alegre. / Tú no sabías que la muerte es bella, / triste doncella.”

lunes, 18 de julio de 2016

CON CLAUDIO RODRÍGUEZ 6


 
Por su parte, Pedro Crespo Refoyo nos regala una primicia en su artículo, algo largo de título, pero necesario: Hacia el esclarecimiento de los versos iniciales de ‘Don de la ebriedad’ (De Claudio Rodríguez a Álvaro Pombo: un viaje de ida y vuelta a la misma estación). Se refiere, claro está, a los repetidos y celebrados tantas veces: “Siempre la claridad viene del cielo; / es un don: no se halla entre las cosas / sino muy por encima, y las ocupa / haciendo de ello vida y labor propias. / Así amanece el día; así la noche / cierra el gran aposento de las sombras.” Y empieza afirmando, en relación a su interpretación de la génesis de esos versos, que son “de raigambre religiosa, litúrgica incluso” y nos conducen por el mismo camino a los últimos versos, “dando fe de una obra cerrada y genial en su estructura tripartita aristotélica.” Apoya su aserto en otros autores como el profesor García Jambrina, que dice al respecto de esos versos: “Con esta aurora, con esta luz del alba y de la noche se inicia la más arriesgada y hermosa aventura del hombre: la aventura del conocimiento. estamos, pues, ante una poesía en los límites de la filosofía, la mística y la religión.” A continuación Crespo Refoyo trae a colación un fragmento de la novela Los delitos insignificantes, de Álvaro Pombo, publicada en 1986, que guarda similitud con lo que dicen los versos de Claudio Rodríguez. Se trata de la traducción que hace Ortega de una frase en latín que acaba de decirle a Quirós, ambos, personajes de dicha novela, y que este último no entiende: “Significa que todo dato óptimo, todo don perfecto, como es esta idea que tengo yo de mi nulidad y mi fracaso, viene de arriba, es un don que me da el padre de la luz…” Y se pregunta el articulista si será casualidad también lo que Ortega afirma casi al final de Los delitos insignificantes: “Todo era identidad, como en las borracheras, la agigantada conciencia del poseso, en pleno don de la ebriedad, reconoce su voz, se reconoce agigantado pero sólo vagamente sabe dónde anda o quién le ve o con quién habla.” La semejanza entre el texto de Pombo y los versos de Claudio no puede ser más clara. Si hasta aparece el título del libro del poeta en las palabras de Ortega: “don de la ebriedad”. Vista la interrelación que existe entre ambos textos, uno en prosa y otro en verso, Refoyo nos pone en situación de conocer el origen de los dos y así dice: “lo que a mí me interesaba era descubrir el subtexto o pretexto del que partían ambos”. Y lo encontró en un viejo misal del Rastro madrileño, en la Epístola de Santiago, I, 17-18, que, traducido su texto latino, queda así: “Carísimos: toda dádiva preciosa y todo don perfecto, de arriba vienen, descienden del Padre de las luces. En quien no hay mudanza ni sombra de mutación…”  La pregunta de Refoyo no se hace esperar: ¿Bebieron ambos, poeta y novelista, en la misma fuente? Está dentro de lo posible. Después el articulista menciona otras influencias ejercidas por la Epístola de Santiago, anteriores a las dos citadas, y propone la ejercida sobre el cuadro de Valdés Leal titulado Conversión de Mañara, en el que se ve a un hombre leyendo dicha Epístola, a juzgar por la frase que aparece escrita en la corona que muestra un ángel en lo alto de la pintura: “Feliz aquel que soporta la prueba”. Así pues, en Valdés, exhortación a la vida pobre y recogida (memento mori), en Pombo, justificación del fracaso personal como prueba y como don, y en Claudio Rodríguez, “plenitud del instante epifánico en el que se presiente que sólo más allá de la materia y los sentidos tiene lugar el ser, la esencia (…) de lo que llega a la eterna inmarcesibilidad”. Tras este apunte en el que se recogen las tres maneras diferentes de interpretar en literatura y la pintura un mismo texto bíblico , retoma el ensayista el tema de su artículo y concluye que toda la obra del poeta zamorano “bien cabe en una misa”, y acto seguido nos invita a dar un salto al último libro de Claudio Rodríguez, Casi una leyenda, para fijarnos en su última parte, “Nunca vi muerte tan muerta”, título sacado de un verso de Juan de MENA. Ahí podemos ver en los dos últimos poemas, “Solvet seclum” y “Secreta”, que remiten a dos momentos de la misa y tienen que ver con la conmemoración de todos los fieles difuntos y la resurrección de Cristo de entre los muertos, “ya no muere; la muerte no tendrá ya dominio sobre Él”. Y Refoyo remata, siguiendo el hilo: “La muerte está  bien muerta o, ahora con Claudio Rodríguez y Juan de Mena: ‘Nunca vi muerte tan muerta.”
 

 
¿Énfasis o diálogo?: El vuelo de la celebración es el siguiente artículo firmado por Ángel Fernández Benéitez. Tras dejar bien sentado que los recursos del énfasis (entre ellos sitúa los segmentos exclamativos, las interrogaciones retóricas, el apóstrofe, la imprecación y el empleo de los imperativos y más abajo incluirá los fenómenos lingüísticos referidos al diálogo, como el uso de la 2ª persona y los vocativos) tienen mucha importancia en la gestión lingüística, el tono del poema y la estructuración del mensaje de Claudio Rodríguez, el autor centra su trabajo en su cuarto libro, El vuelo de la celebración, por ser aquí donde se multiplican dichos recursos más que en ningún otro hasta el punto que en un solo poema aparecen con profusión, para ir disminuyendo en Casi una leyenda “donde la pregunta retórica se convierte en portavoz de la vacilación”. Dicho esto, Benéitez plantea el hecho de que las fórmulas del diálogo empleadas por el poeta zamorano quizás sean “la justificación del concepto de participación”, de la que hablaron ya otros estudiosos de la obra de Claudio, como Prieto de Paula al referirse a Conjuros, el segundo libro del poeta. Va más allá aún cuando afirma que en la poesía de El vuelo de la celebración juegan un papel en el diálogo las cosas más diversas, desde los objetos a las personas, pasando por los conceptos o los mismos sentimientos. La arena por ejemplo se transforma en personaje a quien el poeta le habla como a un igual, como a algo que necesita para participar de ello: “Vuela tú, vuela, / pequeña arena mía, / canta en mi cuerpo, en cada poro, entra / en mi vida, por favor.” Y “aquel darse del Don de la ebriedad  ahora se convierte en solicitud”. Igual ocurre con la amapola, con la que el poeta establece una relación de entrega mutua, “en compañía”: “amapola sin humo, / tú con tu sombra, sin desesperanza, / estás acompañando / mi olvido sin semilla. / Te estoy acompañando. / no estás sola.” Y cuando el vocativo representa un sentimiento, el poeta le otorga aspecto físico. Como si el poeta entablara un diálogo con su mundo, exterior e interior, “desde una necesidad constante de amistad, de compañía o de afirmación en el tú.” De ahí que de la aprehensión del mundo pase Claudio Rodríguez en sus libros, especialmente en El vuelo de la celebración, a la fusión con el mundo. Y “¿qué mejor ejemplo de esa fusión que el amor?”, se pregunta el articulista, para inmediatamente afirmar que “no es casual que la cuarta parte del libro se desarrolle en las claves de la literatura erótica-mística”. Y hasta se puede entrever en los poemas una historia de amor, “de encuentro y desencuentro, de fidelidad y de traición, de arrepentimiento y renuncia”. Si bien el diálogo se va diluyendo hacia el final del libro donde sólo permanecen las frases admirativas, como ocurre, por ejemplo en “Cómo suena contigo esta desnuda costa”.
 

 
José Manuel de Diego es el autor del siguiente artículo: Una relectura parcial de Claudio Rodríguez. Y la primera afirmación que destaca en el ensayo sobre la poesía del poeta zamorano es que existen una serie de características peculiares que hacen de él “el poeta más original de la poesía española de la posguerra”, y acto seguido las menciona: poesía como participación, comunión íntima con la naturaleza, profundo contacto con los objetos que le rodean, “proyección sobre el poema entero de la alegoría disémica”, ritmo del poema asimilado al paso del poeta-caminante, presencia de la infancia como sustancia intrínseca de su poesía, consiguiente uso de ritmos y decires infantiles, milagro de sus poemas primerizos, extrema calidad de toda su creación poética, “imantación semántica de sus vocablos en constante progresión geométrica”, “asentamiento en la noche y en el alba de una mirada apegada a la trascendencia”. En desarrollar algunos de esos puntos se extiende el resto del artículo. El término “participación” es clave en la poesía de Claudio Rodríguez. Él mismo lo dice en su poética: “Creo que la poesía es, sobre todo, participación. Nace de una participación que el poeta establece entre las cosas y su experiencia poética de ellas, a través del lenguaje. Esta participación es un modo peculiar de conocer.” Y el articulista concluye que es esta “participación” uno de los elementos que “separa con claridad la poesía de Claudio Rodríguez de la del resto de sus coetáneos”, y su modo peculiar de conocer le conduce a una “relación íntima con el mundo de la materia, con las cosas cotidianas que es médula central de su proceso creativo”.
“Si llegase a la nube pasajera / tensión de mis ojos, ¿cómo iría  / su resplandor dejándome en la tierra?"
En estos versos, afirma de Diego, puede advertirse reminiscencias “del pensamiento místico de Plotino” y también de Teresa de Jesús. Y añade: “El contacto hondo entre las cosas y el poeta crea una tensión entre lo visto y lo imaginado, entre lo objetivo y los subjetivo que se resuelve en una forma expresiva que es el poema que nos traslada a una nueva y distinta realidad”. Y cita como apoyo a su aserto los siguientes versos del poeta zamorano:

“Como avena
que se siembra a voleo y que no importa
que caiga aquí o allí si cae en tierra,
va el contenido ardor del pensamiento
filtrándose en las cosas, entreabriéndolas,
para dejar su resplandor y luego
darle una nueva claridad en ellas.”

Y así su contacto preciso con las cosas lleva al poeta a un doble camino: unas veces su mirada sobre las cosas las trasciende y alcanza un estado de ebriedad (caso de muchos poemas de Don de la ebriedad) mientras que otras veces “le conduce a un desenmascaramiento de la engañosa apariencia de la realidad” empleando juegos semánticos de contrarios o invirtiendo repetidamente el significado corriente de las palabras (caso de Alianza y condena). En un caso y otro Claudio Rodríguez emplea lo que se ha dado en llamar “alegoría disémica”. Y ello obliga al poeta zamorano a considerar que el poema opera por investigación, “un merodeo hacia la exactitud”, con palabras del propio Claudio. El ensayista explica así el proceso previo a la creación: “el poeta caminante contempla parsimoniosamente, imagina lo contemplado, merodea, investiga hasta abrir las entrañas de las apariencias y descubrir así una nueva realidad y embarcarse de este modo en la aventura que supone (…) el poema, la única voz del poeta.” La mirada es punto de partida y el lenguaje un fin en sí mismo. Pero éste es finito y lucha ante su limitación por medio de juegos de antónimos, tan usuales en la poesía de los místicos, y es que Claudio Rodríguez es otro poeta místico cuya mirada se sitúa “en los dos momentos del día que más convienen a su actitud contemplativa: la noche y el alba”.

“¿Y todo es invisible? ¡Si está claro / este momento traspasado de alba!”

Es obvio que la Naturaleza “dota de tremenda fuerza y evidente originalidad la poesía de Claudio Rodríguez”, afirma de Diego, “hasta tal punto que quizás sea, con el entendimiento del poema como participación, el rasgo más distintivo de la escritura claudiana.” Pero esta naturaleza del poeta zamorano nos remite a varios campos semánticos relacionados con ella, desde la naturaleza original a la climatología, pasando por las labores agrícolas y los aperos de labranza, mundo familiar, ciclos estacionales, etc. “El resultado final nos sitúa ante un paisaje donde la primacía de la contemplación redentora es manifiesta”.

“Viajero, tú nunca / te olvidarás si pisar estas tierras / del pino. / Cuánta salud, cuánto aire / limpio nos da. ¿No sientes / junto al pinar la cura, / el claro respirar del pulmón nuevo, / el fresco riego de la vida?”

“Actitud contemplativa y asunción participativa”, concluye el articulista, “nos presentan a un juglar andariego que entabla con la naturaleza un diálogo que conduce de manera intuitiva a la ebriedad.”

Para ir terminando, de Diego recurre al tema de la infancia, tan presente en los poetas de la posguerra como los que forman el grupo del 50, entre otros Valente, Brines, González, Gil de Biedma, Goytisolo, Gamoneda, Sahagún o el propio Claudio Rodríguez, si bien en él la infancia “no es el paraíso perdido sino territorio nunca abandonado”; es más, la infancia para el poeta zamorano es también capacidad de sorpresa, sentido de aventura, “leyenda edificada con los resortes de la memoria mítica”, pureza absoluta, ingenuidad generosa, canto diáfano, etc. Fruto de ese corazón perpetuo de niño es la aparición de Don de la ebriedad, su primer libro, si bien muchos de los versos de Casi una leyenda, el último, “nos remiten irremisiblemente al primero, creando así una circularidad donde el tiempo tiende a la abolición y la muerte muestra una faz nueva”.

“¿Y si la primavera es verdadera? / Ya no sé qué decir. Me voy alegre. / Tú no sabías que la muerte es bella, / triste doncella.”

viernes, 15 de julio de 2016

CON CLAUDIO RODRÍGUEZ 5


 
Laurence Breysse-Chanet, autor de Claudio Rodríguez, pasos de una voz, inicia su artículo afirmando con relación al poeta zamorano que “la herencia casi mágica de una doble luz, la que emana de una persona y de una voz poética, es posible”. Y luego plantea el recibimiento que Francia hizo de la poesía del zamorano, que no se valora por lo que dice sino “por la fuerza del lenguaje, que es la misma poesía”. Y así define el primero libro de Claudio, Don de la ebriedad: “luz de alba en los años negros de la España de la posguerra, un milagro, cuando la poesía de la época, ‘poesía social’, se escribía bajo el signo de la aspereza y la desesperanza.” Enseguida nos cuenta cómo conoció la obra de Claudio y al propio poeta en persona (en 1989, en Madrid, cuando el poeta le escribió en la primera página del ejemplar que había adquirido de Desde mis poemas: “Con amistad que espero sea duradera” y luego siguieron charlando un tiempo en un café. De Don de la ebriedad entre otras cosas dice que “el compás (del libro) lo dan los pasos del poeta caminante, como lo fue Rimbaud” y que “en saber contemplar radica la tarea del poeta.” Sin alejarse del poder de exaltación de la palabra poética del primer libro, el segundo, Conjuros, que es “el más arraigado en una tierra ancestral (…) aunque su alcance sea universal”, se llena de interrogaciones hasta llegar a la duda final, que abre “su propio reempezar”: “¿Es que voy a vivir?” Y así van apareciendo un libro tras otro, Alianza y condena (1965), El vuelo de la celebración (1975)… hasta llegar a Casi una leyenda (1991). Cinco poemarios (obra breve) que sugieren “la idea de la constancia del don, en la mediada en que el don, otro nombre de la ebriedad inicial y nunca apagada, es ademán en movimiento, hecho sonoridad.” En otro lugar, hablando de las dificultades  que representa traducir la poesía de Claudio, Breysse-Chanet afirma que “la luz del verso claudiano, de la voz claudiana, es sin duda un desafío para un traductor, si tiene que inventar con medios propios, desde su exilio, otra tierra tan sonoramente luminosa, con su propia armonía.” Aun así, mientras traducía a Claudio descubrió que en su luminosidad “late una doble claridad (…): la clarificación como revelación y manifestación de la presencia del mundo (…) y la claridad que se vincula a la sombra (…), encuentra su fuerza desde la sombra.” Y a las interrogaciones, tan recurrentes en la poesía del zamorano, se le añaden los puntos suspensivos. Por otra parte apunta la articulista francesa el interés que siempre mostró Claudio por el trabajo métrico de Rimbaud (llegó a escribir una tesina universitaria titulada precisamente “Anotaciones sobre el ritmo en Rimbaud”) y aclara: “lo que interesa básicamente a Claudio en Rimbaud es el paso de un ritmo descriptivo, dinámicamente pensado, a la ruptura rítmica, donde ve una característica esencial de la poesía de Rimbaud, un ritmo afectivo puro, un ritmo que incendia zonas ocultas”. En los poemarios siguientes a Don de la ebriedad (donde el endecasílabo es el único verso que se emplea el poeta) Claudio Rodríguez practica la polimetría basándose sin embargo en la combinación de heptasílabos y endecasílabos “muy flexibles, fluidos, orales”. Pero lo que interesa a Breysse-Chanet es la voz y el ritmo oral del primer poemario del poeta zamorano cuya versión al francés le ayudó a ver que “el cuerpo poético (el conjunto de libros y cantos que componen Don de la ebriedad) acoge la emoción del cuerpo físico que lo engendra (el poeta, su caminar, su respiración) en sus idas y venidas, sus avances y retrocesos, lo que le da al poemario la dimensión sobrecogedora de una experiencia”.
 
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De la poeta extremeña Ada Salas es el artículo siguiente titulado De “lo que importa” según Claudio Rodríguez. Empieza su trabajo afirmando muy plásticamente que la poesía de nuestro poeta “entra a saco en lo que ve, se deja las uñas abriendo brechas en la apariencia de real que tiene lo real (…) y mete allí los ojos, ojos como manos que palpan, como pulmones que respiran y que transcriben lo que ven, aunque ese ejercicio extremo de visión implique ceguera.” Y concluye: “Sus libros son el acta de una lucha continuada por llegar a ver, y ver lo que en verdad importa (…) y la mirada que ve es la llave para acceder a la verdad del mundo.” Y lo que ve Claudio es un darse cuenta de que “todo es simple”. Es un darse cuenta de algo tan simple “como que está vivo, que estamos vivos.” Aduce a los versos del poeta: “¿No sientes / junto al pinar la cura, / el claro respirar del pulmón nuevo, / el fresco riesgo de la vida? Eso es lo que importa.” Ada avanza en su razonamiento. Claudio Rodríguez no sólo se preocupa de ver él; nos hace ver a los demás. De ahí que en ese sentido su poesía puede ser considerada social, participativa y nos ayuda a desenmascarar lo que parece real pero que no lo es. Esa labor de desenmascaramiento de lo que parece real “compromete su lenguaje” y le obliga a postular que las palabras “no disfracen, no rodeen o envuelvan, no eludan, que digan lo que tengan que decir, que sean lo que nombran”. Por eso siempre en sus poemas está cruzando la frontera que separa dos mundos contrarios o diferentes: falsedad-verdad, apariencia-realidad, complejidad-sencillez, pureza-impureza, vecindad-compañía, mirar-ver… Y tras dejar bien claro lo anterior recurriendo al mismo título de su tercer libro, Alianza y condena, se detiene en una alegoría repetida por Claudio en sus poemarios, alegoría compuesta por los nombres casa, puerta, cerradura, llave. Aduce a varios versos de otros tantos poemas para demostrarlo: “y cuando / se ha dado cuenta al fin de lo sencillo / que ha sido todo, ya el jornal ganado, / vuelve a su casa (“Alto jornal”); “Cierra su puerta y queda bien cerrada (…) Día largo y aún más larga / la noche. Mentirá al sacar la llave. / Entrará. Y nunca habitará su casa” (“Ajeno”); “Pero / por el ojo de todas las cerraduras del mundo/ pasa tu llave, y abre / familiar, luminosa, / y así entramos en casa/ como aquel que regresa de una cita cumplida” (“Canto a Eugenio Luelmo”). Y por ejemplo en el último libro, Casi una leyenda, volverá a salir esa alegoría: “Ahora es el momento de la llave, / de la honda cerradura.”  Todo tiene un sentido religioso. Conclusión: “La llave, la cerradura, serían entonces el paso, el tránsito imprescindible para habitar la casa de la muerte”. Y la última advertencia, teniendo en cuenta lo que el poeta piensa de los niños y la pureza de su mundo: “Sólo los niños no precisan llaves; su mundo carece de cerraduras porque ellos no han dejado de habitar el reino de la inocencia.” A continuación de su artículo, Ada Salas incluye un poema suyo, de cuyos versos destaco los siguientes, que intentan definir al poeta: “Un hombre canta / bajo las estrellas / su condición de hombre (…) Y tú / querido Claudio /tú sordo de escuchar los clamores de un río / bailabas esa noche al son de qué / que no era la música.”
 

 
Y así llegamos a uno de los artículos más interesantes de la Revista, el que su autor, Luis Ramos, dedica a otro zamorano ilustre, el escultor y amigo de Claudio Rodríguez, Ramón Abrantes. Me refiero al titulado Presencia de la “semilla” y lo seminal en el “canto” fecundo de Claudio Rodríguez. Relacionados con la idea de la “participación”, tan presente en los libros del poeta, aparecen los conceptos simbólicos de semilla, siembra, surco, almendra, germen, grano, polen…, hasta llegar al concepto de fruto, unido a los de fecundación, fertilidad, primavera, cosecha…, todos ellos relacionados entre sí y formando una de las bases de la poesía natural de Claudio Rodríguez y una de las claves presentes a lo largo de su creación poética, ya desde antes de Don de la ebriedad en poemas andariegos de adolescente hasta el inédito e incompleto Aventura, su última obra. Por ejemplo, en uno de esos poemas adolescentes, “Iniciación”, que el propio Luis Ramos musicó e interpretó en su CD “El aire de lo sencillo”, podemos ya leer: “desprender lo que se siembra”. A partir de aquí seguimos a Luis Ramos en su recorrido por los libros de Claudio buscando esos símbolos de siembra y de fruto en los poemas de Don de la ebriedad. Por ejemplo: “¿Quién ha escogido a este arador, clavado / por ebria sembradura, pan caliente / de citas, surco a surco, grano a grano?” (VII) “Invierno, aunque / no esté detrás la primavera, saca / fuera de mí lo mío y hazme parte, / inútil polen que se pierde en tierra / pero ha sido de todos y de nadie.” (IX) Y lo mismo en Conjuros, su segundo libro. En “Día de sol”: “¿Por qué ha venido / esta mañana a darme a mí tal guerra, / este sol a encender lo que he perdido? / Tapad vuestra semilla. Alzad la tierra. / Quizá así maduraréis y habréis cumplido.”  O  en “A las puertas de la ciudad”: “Años y años confiando / en nuestros propios laboreos, como / si fuera nuestra la cosecha, y cuánto, / cuánto granar nos iba / cerniendo la azul criba del espacio, / el blanco harnero de la luz.” Y hablando de cosecha (símbolo del fin último del hombre, que es salvarse), en el tercer libro de Claudio, Alianza y condena, el vocablo se repite muchas veces de forma significativa en poemas como “Girasol”, “Frente al mar”, “Ciudad de meseta” o en “Oda a la niñez”, donde leemos: “el viento templa Y en sus cosechas vibra / un grano de alianza, un cabeceo / de los inmensos pastos del futuro.” Y en los siguientes libros, El vuelo de la celebración y en Casi una leyenda, lo mismo, con la advertencia de que en este último “cosecha” aparece cercana “al espíritu del momento vital próximo a la vejez de nuestro autor, que ahora en un tono claro de meditación nos va a informar del ‘otoño del conocimiento”, como leemos en el poema “Los almendros de Marialba”: “Sin prisa, modelada / con el río benigno / entre el otoño del conocimiento / y el ataúd de sombra tenue, al lado / de estos almendros esperando siempre / las futuras cosechas, / ¿todo es resurrección?” Luis Ramos cita también, pese a los riesgos que ello implica, Aventura, libro incompleto e inédito como queda dicho, y de la presencia en él de la palabra cosecha, que aquí es maduración y germinación, referencia constante a la semilla, como aparece en el poema “Sensación de simiente”. Y dicho esto vuelve a la senda de su trabajo, que es revisar el concepto de semilla, que en Conjuros es a veces grano, a veces fruto, como en el poema “Contrata de mozos”, donde el fruto que se ofrece será la vida que se entrega de forma solidaria: “¿quién va a salir de casa / sólo por ver qué tal está la compra, / sólo por ver si tiene buena cara el fruto / de nuestra vida?” En Alianza y condena disminuye la presencia de esta simbología porque los temas tienen que ver más con lo urbano; sin embargo, aparece el concepto de fruto en el poema “Cáscaras” : “muerde la dura cáscara, / muerde aunque nunca llegues / hasta la celda donde cuaja el fruto.” Y la siembra y la fertilidad en “Noche en el barrio” y en “Viento de primavera”, respectivamente, mientras que en “Girasol” aparece el grano como símbolo de plenitud. Y en Casi una leyenda el concepto de fruto aparece en forma de uva, naranja, ciruelo o almendra: “un sabor a almendra amarga / queda, un sabor a carcoma; / sabor a traición, a cuerpo /vendido, a caricia pocha.” Así la relación entre la almendra (sabor) y la muerte se convierte en una de las principales características del libro, aunque la visión de la muerte será la salvación para el hombre a partir del canto, como sucede en el poema ya citado “Los almendros de Marialba”, que acaba con los siguientes versos: “Hay un suspiro donde ya no hay aire, / sólo el secreto de la melodía / haciéndose más pura y dolorosa / de estos almendros que crecieron antes / de que inocencia y sufrimiento fueran / la flor segura, / purificada con su soledad / que no marchita en vano./ Y es todo el año y es la primavera / de estos almendros que están en tu alma / y están cantando en ella y yo los oigo, / oigo la savia de la luz con nidos.” Para ir concluyendo, Luis Ramos cita las palabras de Sobejano sobre la poesía de Claudio Rodríguez: “Si el paisaje de la naturaleza existe es por todo lo que el poeta proyecta sobre él: sentimientos, ideas, imágenes, recuerdos, vivencias…” Y luego las suyas propias: “Y esto es así porque para Claudio siempre hay un sonido dentro de cada realidad, que no es otra cosa que su materialidad; por ello quiere darle forma y hacerlo corpóreo a fin de convertirlo en canto para salvar las cosas y salvarse él mismo dentro del propio canto.”