jueves, 29 de diciembre de 2011

Una novela del siglo XVIII

19. Un encuentro feliz

Ortega no estuvo una semana sino más de dos en el hospital porque los huesos de sus piernas no acababan de soldar como los médicos deseaban. Yo iba a verlo cada dos o tres días y allí hablábamos de política y de literatura, pero ni una sola vez tratamos del tema que yo evitaba
por todos los medios. Y él pareció entender a las mil perfecciones mi reserva.
Un día que no fui al hospital, al pasar por delante del Ateneo, vi en el cartel de actividades que el profesor Cabré iba a dictar por la tarde una conferencia sobre la literatura del siglo y, para hacer
tiempo, bajé hasta las Atarazanas y luego a los muelles del puerto. Allí había unos puestos de libros de ocasión y rebusqué para ver si encontraba alguno que valiera la pena. Y encontré curiosamente un tomo de ensayos de Feijoo pertenecientes a su Teatro crítico universal, que adquirí inmediatamente inclinado por la coincidencia.

Mientras comía, releí el titulado Examen de milagros, donde defiende la posición intermedia entre la credulidad a ciegas y la incredulidad empleada a machamartillo y sin la menor atención y
estudio. Pero el ensayo que más me volvió a gustar fue El no sé qué, el más completo y sagaz de los dedicados a estudiar la literatura. Se trata de un verdadero manifiesto a favor de los sentimientos y el misterio que envuelve el acto de escribir. Para mí, era el tratado de estética mejor escrito de los que conocía hasta ese momento. Y eso, por muchas razones, entre las cuales
destaco la siguiente: Feijoo denuncia el excesivo reglamento que empequeñece al creador porque el genio intuye las reglas, no las que se aprenden en las escuelas, sino exclusivamente las reglas fecundas, las auténticas, las que sobrepasan el tiempo y las circunstancias de las modas literarias.
El salón del Ateneo donde el profesor Cabré iba a dictar su conferencia estaba a rebosar y un murmullo de impaciencia recorría las butacas. Despareció en cuanto el profesor Cabré hizo
acto de presencia. Se sentó, echó una mirada en torno suyo, saludó y empezó su discurso citando a Luzán a propósito de lo que dice de la tragedia, que debe ser ejemplo vivo donde los príncipes
“aprendan a moderar su ambición y su ira, y otras pasiones, con los ejemplos que allí se representan de príncipes caídos de una suma felicidad a una extrema miseria.” Para seguir afirmando que el drama español del siglo anterior carecía de arte y razón y que, en cambio, nuestro teatro de ahora, ajustándose a las leyes preconizadas por Boileau y Aristóteles, gozaba de buena salud. En ese momento vi aparecer por el pasillo lateral a Valentí y la señora Milá, anduvieron unos pasos y, saludando con la cabeza a algunos de los presentes, se sentaron unas filas por delante de la mía. Perdí el hilo de la conferencia. El profesor hablaba ahora de la autobiografía de Torres Villarroel y fue salpicando la charla de citas extraídas de la obra. “Nací en Salamanca entre las cortaduras del papel y los rollos del pergamino”, para decir que su padre era librero. Y para afirmar que en un momento de su vida había perdido toda afición a los libros, se valió de la cita siguiente: “Arrimé la Lógica y cogí nuevo horror a las ciencias; de modo que en cinco años no volví a abrir libro alguno de los que se rompen en las Universidades. Las novelas, las comedias y los autores renacentistas me entretuvieron la ociosidad, y éstos me dejaron descuidadamente en la memoria tal cual estilo y expresión castellana, con que me bandeo para
darme a entender en las conversaciones, los libros y las correspondencias.” El caso es que yo estaba más pendiente de Valentí y su acompañante femenina que del panorama literario que mostraba el profesor Cabré. Al final, me quedé con la idea de que la literatura del siglo no era más que una continuación del anterior y que las pocas aportaciones que el siglo había hecho hasta el momento no eran más que unos ciegos tanteos ilustrados faltos de sentimiento y vigor.
Sólo defendió la postura de mi fraile favorito, el benedictino Feijoo, quien toda su vida había luchado por desterrar las falsas ciencias y las supersticiones de España.

Cuando acabaron los aplausos dirigidos al conferenciante premiándole su intervención, vi que Valentí y la señora Milá se acercaban al estrado para hablar con el profesor. Éste les entregó un paquete y sonriendo se despidió y desapareció por una puerta lateral. Y antes de que Valentí y la señora Milá iniciaran su camino de regreso para buscar la salida, yo inicié la mía dudando si marcharme sin decirles nada o, por el contrario, esperarles en el vestíbulo para al menos saludarles y contarle a Valentí los últimos infelices acontecimientos. La prudencia me hizo inclinarme por esta última opción.
Y acerté porque al parecer Valentí me había visto desfilar hacia la salida.
--Creí que te ibas a marchar sin decirnos nada—me dijo en la puerta.
Tras saludarles, le conté a Valentí la muerte horrible del Indiano y añadí que Ortega estaba ingresado en el Hospital al que él y Albert me habían llevado en mi primer ataque de tos.
Lo recordó entre risas y comentó con la señora Milá lo sucedido aquel día con el concurso de morcillas en el que él había salido ganador. Luego cambió de semblante y se ofreció a acompañarme al Hospital para hacerle una visita a Ortega tras dejar en su casa a su pareja.
Una vez que nos despedimos de la mujer, nos acercamos los dos al Hospital. Por el camino Valentí me preguntó cómo había ocurrido todo y le expliqué brevemente lo de la fiesta de la
matanza del cerdo en la finca de Figueras hasta llegar al momento de nuestra huida de allí al saber que nos habían trazado una trampa para deshacerse de nosotros.
--¿Quiénes?
--El dueño de la finca, ese Figueras que te he dicho, y un individuo al que conocí hace muchos años en compañía de mi padre adoptivo, llamado Esquerra o Esquerda. Por lo visto andaban hace tiempo tras el Indiano y, al saber a ciencia cierta por un soplón que iba a su taberna que poseía en casa la Enciclopedia, fueron a por él. Lo malo es que el tal Figueras, en otro tiempo amigo de sus aventuras americanas, fue la persona encargada de poner al Indiano en manos del tal Esquerra, conchabado con mi padre adoptivo y, especialmente, con don Matías, el cura de Santa Ana, para deshacerse de todo aquel que atente, según ellos, contra el Rey y la Religión.
--¿Cómo lograsteis huir?
--Afortunadamente escuché una conversación entre Figueras y Esquerra sobre sus intenciones de acabar con todos nosotros. Logramos escapar de la fiesta, pero aún así, el coche de caballos del Indiano ya estaba saboteado para que en el camino saltara por los aires. Pudimos morir los tres. Yo estoy bien y Ortega se recupera de sus heridas. Ya lo verás. Pero el pobre Indiano ya no volverá más a preparar sus buenos platos ni a honrarnos con su generosa amistad.
Cuando más tarde Valentí vio a Ortega metido en la cama de su habitación del Hospital se abrazó a él como si fuera un hermano. Ortega le devolvió el abrazo con verdadero cariño y luego hablaron de sus cosas. Yo estaba a un lado viendo tales muestras de confianza entre dos viejos amigos. Luego Ortega le dijo refiriéndose a mí:
--Ya le habrá faltado tiempo a éste para contarte nuestra última aventura, desgraciadamente mortal para nuestro amigo el Indiano, ¿a que no me equivoco?
--Ahora lo que importa es que pronto te recuperes y puedas volver a la vida normal.
--Si a vivir así lo llamas normal—dije medio en broma medio en serio--, ¿cómo será vivir mal?
Valentí se ofreció para ayudarnos en todo lo que pudiera y nosotros se lo agradecimos. Luego Ortega le preguntó por la señora Milá y las tertulias de los martes, y hablando de ello se nos hizo de noche.
Cuando salíamos del Hospital caminamos juntos hasta muy abajo de la Rambla. Allí nos despedimos.
--Si hay alguna novedad—me dijo--, ya sabes dónde puedes encontrarme, o en la tertulia o en la imprenta. De todos modos, me gustaría reunirme con vosotros el día en que a Ortega le den el alta en el Hospital.
Prometí avisarle. Luego me chocó la mano antes de irse y me dijo:
--Pese a todo, sigue contando conmigo.

miércoles, 28 de diciembre de 2011

Patadas al diccionario

Texto bilingüe
Es frecuente ver en las redacciones castellanas de los escolares catalanes errores gramaticales (especialmente léxicos) atribuibles a su condición de bilingües. He aquí un ejemplo.

Camino del colegio dos alumnos van hablando. Uno dice al otro:
"Ayer en el patio Luis me echó la trabanqueta y me caí de morros al suelo. La colla empezó a reírse. Me atabalé un montón. Luis reía sin parar, hasta que me soltó que lo había hecho porque siempre estaba badando. Me levanté del suelo y empecé a llamarle de todo. Pero me emboliqué tanto que en vez de insultarle acabé alabándole. Pero estaba furioso y cuando más tarde en clase me pidió la maquineta para sacar punta al lápiz no le hice caso y le esmenté lo que había pasado en el patio. Y luego al enchegar el libro electrónico se lo llené de chicle. Pero Luis no reaccionaba; así que al plegar del colegio eché en el pasillo mi cáscara de plátano delante de él y tras relliscar un par de metros aterrizó como un saco en el suelo. Y fue cuando verdaderamente lo vi enfadado. Mi plan se había desenvolupado como yo quería."
¿Serías capaz, amigo o amiga de este blog, de sustituir las palabras en cursiva por las correctas en castellano?

lunes, 26 de diciembre de 2011

El cine que hay que ver

UNA DEL OESTE ESPECIAL


El hombre que mató a Liberty Valance es una película que se escapa de lo que comúnmente llamamos Oeste, y eso que los actores principales, así como el director del film, son de los habituales en el género: James Stewart, John Wayne, Lee Marvin, John Ford... La película, de 1962, es un alegato del estado de derecho y de la democracia en contra de la violencia y el mundo que se mueve por la fuerza de las pistolas. Entre el mundo de la ley y el orden, de la sensatez y la cordura de un senador de los EEUU, Ramson Stoddard (James Stewart), y el mundo de la fuerza bruta, propia del Oeste más salvaje, representada por el pistolero Liberty Valance (Lee Marvin) se erige como bisagra esclarecedora el mundo de la prensa y su libertad, encarnado por el peridodista Peabody (Edmon O'Brien). Mientras que el papel de Tom Doniphon (John Wayne), amigo del senador y a cuyo funeral asiste éste al final de la historia, hace referencia al mundo del hombre armado del Oeste que, pese al ambiente brutal en que se mueve, siempre sirve a la ley y defiende a los débiles. El blanco y negro del film, el triángulo amoroso (Tom, Ramson y Hallie (Vera Miles), resuelto magistralmente en el guión, el idealismo del senador, la asamblea política donde se aprecia hasta donde puede llegar un político sin escrúpulos (John Carradine) por desacreditar al político honrado, desinteresado y leal (James Stewart) y los detalles pequeños y entrañables (en el bar, en las calles, en la imprenta del periodista, en el restaurante que lleva la familia de Hallie, etc.) que se viven en la localidad de Simbone y que demuestran la unión de las personas sencillas y honestas contra los forajidos, así como la crucial escena nocturna en que tiene lugar la muerte de Liberty Valance, hacen de la película un modelo de buen hacer en que el mundo del romanticismo y el orden acaban venciendo al mundo de la violencia y el caos.

sábado, 24 de diciembre de 2011

MONÓLOGOS

MONÓLOGO DEL TEATRO

A mí siempre me ha gustado el teatro. Desde niño ya me gustaba actuar. Una vez, estudiando en los Salesianos de mi ciudad natal, participé en una obra de teatro sobre el personaje del folklore popular Garbancito en una sala municipal. Y me tomé tan a pecho mi actuación como pájaro que cantaba a coro con otros cuantos la letra “Chu, chu, chu, chu, a ver, de Garbacito, decid lo que sepáis. Avecillas que voláis, pajarillos que cantáis.
Sabed que Garbancito es un niño formal…”, que nunca se me fue de la cabeza la idea de terminar un día haciendo teatro. Y aprovechaba cualquier ocasión que se me brindaba para hacer mis pinitos. Me subía encima de una silla y hacía de charlatán, tal como había visto hacer a los artistas del engaño popular por medio de la palabra en la plaza del Mercado cuando acompañaba a mi madre a la compra. “Acérquense, señoras y señores, y vean qué les ofrezco por unas cuantas pesetas. Fíjense en esta pomada de serpientes que cura los resfriados. Es una pomada que, tras los primeros síntomas, se aplica en el pecho, la garganta y la nariz, y a las pocas horas dejará de estornudar y de toser y su voz volverá a sonar clara y limpia en sus labios. Sólo por cuatro pesetas cada tarrito. ¿Quién da tanto por tan poco? Señoras y señores, acérquense y vean los productos que les ofrezco por unas cuantas pesetas que no van a ningún sitio. Por ejemplo, este jarabe milagroso hecho con raíces de tomillo y de romero de los campos castellanos que cura las indigestiones y dolores de estómago. Con una cucharadita de este jarabe tomada nada más notar las primeras molestias, sentirá el estómago aliviado y limpio como el de un niño. Y sólo por un duro cada botellita. ¿Quién da tanto por tan poco?” Y si no hacía de charlatán, me pintaba un bigote con un corcho quemado y simulaba ser mi tío Tano, el guarda jurado, que venía a casa de tarde en tarde y me recitaba simpáticos trabalenguas como aquel que decía: “Oiga, compadre Guerra, ¿por qué ha pegado con la porra de parra a la perra de Parra? Porque si la perra de Parra no hubiera mordido al compadre Guerra, el compadre Guerra no habría pegado con la porra de parra a la perra de Parra.”
Mis padres y mis hermanos se reían a mandíbula batiente oyéndome imitar las voces del charlatán y del tío Tano.
Y otras veces me traían caretas de lo más grotescas y me pedían que encarnara al personaje en cuestión. Aquello me estimulaba mucho y sacaba de mi pura invención cosas realmente chocantes, como la vez que me trajeron la máscara de una bruja. Me metí en el cuarto de las escobas y a los pocos minutos salía de él disfrazado de la bruja más mala que habían pensado jamás. Escondido tras la careta, que tenía una verruga horrible en su ganchuda nariz, una bata negra que había desechado mi abuela y una escoba al hombro, me presenté ante la familia y les dije con una voz verdaderamente sepulcral: “Vosotros lo habéis querido. Habéis puesto en mis manos todo el mal del mundo en un momento y ahora caerá sin remedio sobre cada uno de vosotros. Para ti, Lucas (era mi hermano mediano), por todas las judiadas que me has hecho, en especial por dejarme sin merienda los dos días que nos quedamos solos en casa, deseo que cada vez que lleves a la boca una pastilla de chocolate ésta se convierta en un escarabajo. Para ti, Lola (era mi hermana mayor), por haberme tirado a la basura los tebeos del FBI y roto los cromos de la Selección, deseo que cada vez que vayas a leer una carta de tu novio ésta arda entre tus manos y se convierta en cenizas.” Yo me había tomado tan a pecho mi papel, que mis padres me pidieron que concluyera inmediatamente mi actuación. Temían que la maldición cayera sobre toda la familia. Sólo cuando Antonio, mi hermano pequeño, asustado por lo que le pudiera caer a él, me arrancó la careta de la bruja de la cara, se rompió el hechizo teatral y volví a ser yo.
Más tarde en el Instituto mis dotes interpretativas llamaron la atención de los profesores encargados de preparar las obras de teatro para las diversas fiestas del Centro y siempre me alzaba con uno de los papeles más importantes de la obra elegida. Uno de los primeros papeles que interpreté fue la de un actor mediocre que se olvidaba de sus textos y recurría a las improvisaciones más peregrinas, con lo que constantemente hacía montar en cólera al director de la compañía.
Recuerdo la vez que debía declamar El Nazareno de Gabriel y Galán ante un público juvenil. Salía al escenario como empujado por alguien y luego me sorprendía al ver que estaba ante el público de un teatro. Miraba a un lado y a otro en busca de ayuda y entonces reparé en la concha del escenario. El apuntador me hacía gestos de que empezara a recitar.
“El Nazareno, de Gabriel y Galán”, dijo a continuación para apuntarme. “El Nazareno, de Gabriel y Galán”, repetí como un autómata mirando a las primeras filas del patio de butacas, mientras mi mano se quedaba flotando en el aire. Algunos chicos sonreían. “Les voy a recitar el poema de Gabriel y Galán titulado El Nazareno”, dije mientras con la punta del pie tocaba la concha en
busca de un nuevo apunte, “Cuando pasa el Nazareno / de la túnica morada,/ con la frente ensangrentada, / la mirada del Dios bueno / y la soga al cuello echada…” dijo de un tirón el apuntador con un tono que podía oírse en las primeras filas del teatro. Sonaron algunas risas. “Eso. Cuando pasa el Nazareno”, dije con voz de ultratumba, mientras me acompañaba con la mano para señalar el camino. “Con la frente muy morada…” Nuevas risas. “La mirada ensangrentada…” Risas abiertas. “Y una gota de veneno.” Carcajada general.
Pero del papel que mejor recuerdo guardo fue el que encarnaba a un comisionista catalán llamado Pau Palau Tomeu, protagonista de una obra de Vital Aza titulada, si no recuerdo mal, Parada y fonda.
En ella llegaba a una fonda de Valladolid en tiempos de ferias y en cuanto algún otro huésped mencionaba algún objeto, yo intervenía abriendo mi maletín de viajante y, mientras me presentaba con la retahíla de nombres Pau Palau Tomeu, representante de Andreu Grau i Riu de Barcelona, le ofrecía como verdaderas gangas productos de lo más peregrino, desde cepillos para la ropa hasta instrumentos para mejorar la audición. Fue un éxito la vez que hicimos en la misma tarde dos representaciones de Parada y Fonda para reunir dineros para el Viaje de fin de
curso de Preuniversitario, aunque la comida prevista en la obra la consumimos en la primera sesión y en la segunda comimos galletas puestas en el plato como si fueran filetes de carne.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Consultorio lingüístico

Alternando con la sección titulada PATADAS AL DICCIONARIO, ya existente en este blog, iré dando entrada en él a este nuevo apartado que quiero comenzar con el nuevo año 2012.

CONSULTORIO LINGÜÍSTICO pretende aclarar y explicar aquellos errores lingüísticos de todo tipo (léxicos, ortográficos, morfológicos o sintácticos) en los que el españolito medio suele incurrir con cierta frecuencia. Además, se incluirán diversos ejercicios adaptados a todas las
edades encaminados a afianzar conocimientos adquiridos. Finalmente, dicha sección queda abierta a cuantas consultas relacionadas con la sección quiera formularme el visitador de escribiradiario. Gustosamente las iré atendiendo en el orden en que vayan llegando en los comentarios.

He aquí un adelanto


1. Ejercicios de Léxico

A) Ordena alfabéticamente las siguientes palabras:


Cesto chiste chillido ciencia chocolate cerilla chimenea chaleco citar
chocar colorado chaqueta cierto cero chistera chequear cuaderno cien

B) Rizando el rizo, ordena las siguientes:
Llorar lógico literal llegar llavero litro llamada llover luto lluvia
letrero liza llana letrado llar liturgia llovizna lobezno llevar litosfera

C) Elabora la lista de los siguientes apellidos que
empiezan por G:
Gil Grau Gómez García Gutiérrez González Gálvez Galán Gascón Garrido
Garay Gaztelueta Gorostiza Garmendia Galíndez Gurrea

D) Escribe las palabras que empiezan por ALF que responden
a las siguientes definiciones:

a) Persona que trabaja con arcilla.
b) Alimento de ciertos animales.
c) Aguja con cabeza y ojo.
d) Tejido de lana o de otras materias y de varios dibujos y colores con que se cubre el suelo.
e) Pieza del juego del ajedrez.
f) Tipo de espada ancha y curva.
g) Serie ordenada de las letras de un idioma.

E) Con las palabras de abajo forma la familia léxica de:
pisar, pintar, piedra, pie, picar.


Peaje pintura apedrear picadillo pintarrajear pisotón pedregal pintor
empedrar picante pisapapeles pedrería picazón pisotear picamaderos pedestre
pedal picor pisada apisonar picadura puntapié peatón pisadura piqueta despintar
pedrusco picapica pintoresco.


domingo, 18 de diciembre de 2011

Memorias de un jubilado


La Nochebuena se viene,
la Nochebuena se va...
Una vez más llegan volando y llenos de ilusión y esperanza los días blancos de diciembre en que un año que acaba espera a otro que llega sin que uno y otro quieran mover ficha, como si la partida se prolongara mágicamente en el tiempo. Como cada año bajamos las figuras del belén del armario del trastero y vamos a la montaña a recoger el musgo que dispuesto con manos atentas sobre el tablero de la mesa del recibidor dará el ambiente adecuado a la posición poética de los personajes clásicos, personas y animales, en los caminos, en el estanque, en las montañas de corcho de alcornoque, en el interior del Portal... Y vamos montando el escenario del hecho soci-religioso que está presente en nuestra memoria desde que éramos niños, aquí el estanque de los patos, allí la cueva del pastor, el leñador que baja de las montañas, cerca del Portal los Reyes, y dentro, estratégicamente situados, la mula, el buey en torno a las tres figuras clave del Nacimiento. Y las luces, la estrella, los angelitos sobre el techo de la cueva de corcho y el volver a la ingenuidad de la infancia...
Acompañando esta celebración y montaje del Nacimiento, van y vienen las postales de felicitación que los amigos verdaderos nos intercambiamos estos días, con palabras de buenos deseos para las fiestas que vamos a vivir en familia y para el año que viene, música de villancicos, letras que siguen clavadas en el alma desde siempre, como las que sirven de título a esta entrada y que Pedro Antonio de Alarcón hizo eternas.
Y luego están las llamadas a los amigos para la cena anual, esa cena que se remonta a nuestros mejores años de trabajo en la enseñanza, cuando teníamos bajo nuestra responsabilidad la formación integral de futuros hombres. A lo largo del tiempo el número de comensales y estos mismos han ido cambiando, así como los lugares escogidos para reunirnos en una mesa en torno a una buena cena, conversaciones amables y buenos deseos para el año próximo, haya o no crisis económicas, algún enfermo en casa o nietos por llegar. Sant Cugat, Cerdanyola, Tarrasa, Barcelona... son algunos hitos de nuestras cenas de amistad que suelen cerrarse con unos versos que suelo escribir para la ocasión. La última, apenas vivida veinticuatro hora antes. He aquí el sencillo poema que, a modo de felicitación navideña, entregué a los comensales de este año:

Tienes en tu camino
todo lo necesario
para ser siempre tú mismo
y para envejecer despacio.
La lectura de un buen libro,
un paseo por el barrio,
una copa de buen vino
y la playa del abrazo
de la mujer que contigo
navega en tu mismo barco.

Los recuerdos y el olvido
son un juego del pasado.
Sólo el presente está vivo
si late vivo en tus manos.
Avanza por tu camino
envejeciendo despacio
y goza de lo vivido,
de tu tiempo y de tu espacio.


sábado, 17 de diciembre de 2011

Una novela del siglo XVIII


18. Sabotaje en el camino

Salí del excusado todo lo deprisa que pude y busqué a Ortega para ponerle al corriente. Cuando en un rincón de la cocina le contaba el contenido del retazo de la conversación que había escuchado, a Ortega le tembló la voluminosa barriga y sólo logró decir en voz baja y entre
resuellos:
--O sea, que al Indiano lo ha traído aquí engañado el tal Figueras y con no muy buenas intenciones, por lo que veo. Hay que buscarlo para decírselo y luego salir a toda prisa de la finca, antes de que caigan la noche y las fuerzas del mal sobre él y sobre nosotros.
Encontramos al Indiano hablando precisamente con el dueño de la finca, y lo hacía al parecer muy amigablemente porque no dejaba de reír las ocurrencias de este último. Ortega le hizo un
gesto con la mano y acudió hacia nosotros tras excusarse ante Figueras, el cual, al vernos, nos saludó con la mano en alto y una sonrisa ambigua.
--¿Ocurre algo?-- preguntó en voz baja.
Ortega le abrevió lo que yo acababa de contarle, y el Indiano, llevándose una mano a la barbilla, dijo lacónicamente:
--Así que era verdad lo que yo sospechaba.
Por mucho que le insistimos Ortega y yo en que nos explicara el motivo de su sospecha, el Indiano no soltó prenda: sólo dijo que no quería por nada del mundo que por culpa suya nos pasara algo malo. Y acto seguido añadió que había que inventar algo para salir de aquella trampa como fuera. Dijo presa del mayor nerviosismo:
--Esperadme en el coche de caballos, que en cuanto pueda y convenza a Figueras de que algo urgente nos espera en Barcelona, me reúno con vosotros. Confiad en mí. Hasta pronto.
Momentos después nos encontrábamos subidos a la calesa, medio helados de frío y de miedo, esperando con ansiedad al Indiano. Mientras lo hacíamos, apenas nos atrevíamos a hablar del asunto. Sólo fuimos capaces de pronunciar frases sueltas, un poco promovidas por las
circunstancias . A Ortega se le ocurrió decir que los sicarios de don Matías y sus adláteres se hallaban cada vez más cerca de nosotros y estaba convencido de que iban definitivamente a por él. En cuanto a mí, me dio por mencionar que conocía al invitado que se había presentado a última hora. Ortega me tiró de la lengua y añadí que el señor Esquerra o Esquerda conocía a mi padre adoptivo y que había sido él quien le había entregado la Biblia con la lista comprometedora para que se la diera con toda urgencia al cura de Santa Ana. Ortega me preguntó exaltado:
--¿Qué lista? Nunca me habías hablado de esa lista.
Le contesté, y era la verdad, que ni a él ni a nadie le había hablado nunca de la lista conspiratoria. Insistió, con una mezcla de interés y preocupación, en que le hablara de ella. Pero en ese momento apareció corriendo el Indiano, que, saltando al coche, azotó a los caballos con la tralla mientras decía verdaderamente excitado:
--¡Arre! Salgamos de aquí antes de que sea demasiado tarde.

Los caballos iban al galope, y los traqueteos del coche, unidos a la angustia que nos provocaba aquella huida, nos impedían articular palabra, y sólo cuando ya las turbias luces del alumbrado de Barcelona se veían a lo lejos, Ortega sacó a relucir lo de la lista. La voz del Indiano no se hizo esperar:
--¿Qué lista es esa?
No tenía más remedio que decírselo. Sin embargo, estaba escrito que aquella tarde noche ni el Indiano ni Ortega oirían de mis labios nada acerca de la dichosa lista. Porque en el mismo instante en que lo iba a decir, el coche produjo un siniestro crujido y saltó a un costado del camino, separado de sus ruedas, que siguieron rodando cada una por su lado, mientras los caballos galopaban espantados por el opuesto. Acto seguido oí otro crujido, éste increíblemente mayor que el primero, y las maderas del vehículo saltaron por los aires mientras mis amigos proferían horribles gritos de dolor. Justo ahí perdí el sentido.
Cuando abrí de nuevo los ojos, me hallaba tumbado en la cama de un hospital. Había una monjita a mi lado y en cuanto me vio despertar dijo:
--Sólo la Virgen del Remedio ha podido hacer el milagro de que sigas vivo, hijo mío.
Le pregunté qué había sucedido y por qué estaba allí y me contó que un arriero me había encontrado desmayado y herido en la cabeza en un terraplén del camino de Sarriá, junto a los restos de una tartana, y me había traído al hospital en la suya. Luego caí en la cuenta, entre dolores de cabeza muy fuertes, de lo que había pasado tras la fiesta ofrecida por el señor Figueras y de vuelta a Barcelona y que conmigo viajaban Ortega y el Indiano. Preocupado por lo que hubiera podido pasarles, le pregunté a la hermana por ellos. La monja me miró con pena antes
de contestarme:
--Siento, hijo mío, decirte que uno de ellos entregó su alma al Creador recién ingresado en esta casa. Quedó apresado bajo el coche, y sus múltiples heridas, repartidas por todo el cuerpo, eran demasiado graves.
Por las características que a continuación me dio de él, deduje fácilmente que se trataba del Indiano. Consternado por la luctuosa noticia, le pregunté por Ortega:
--¿ Y el otro herido, hermana?
Me dijo que había tenido mejor suerte y que se encontraba en un cuarto al fondo del pasillo; luego añadió que, aunque grave, estaba fuera de peligro. Y acabó su breve y amable charla con estas palabras:
--Los médicos dicen que en cuestión de una semana le darán de alta. Pero todos estos pormenores se los proporcionará el médico que le atiende cuando pase a verte en la visita de esta mañana. Ahora descansa un rato, hijo mío.
La monja se fue y me quedé a solas con mis tristes pensamientos y pésimos presagios. Evidentemente, Esquerra, en connivencia con Figueras, había preparado todo para que el atentado del coche de caballos pareciera un accidente.
Tras la muerte del Indiano y el estado grave de las heridas recibidas por Ortega, mi existencia en Barcelona se había convertido en un riesgo de capital importancia. De nada me había servido
cambiarme de piso dos veces, pues los tentáculos del grupo encabezado por el cura de Santa Ana me habían demostrado que llegaban a todas partes. Era verdad que de nuevo me había salvado, pero ¿y la próxima vez?
Mi médico pasó casi a mediodía, después de que me fuera servida una sopa en la que nadaban unos cuantos garbanzos. Me dijo que mi herida de la cabeza seguía satisfactoriamente su proceso de curación y que por la tarde, tras la última cura, me darían el alta. Le pregunté por Ortega y me contestó que la gravedad de mi amigo requería atenciones exhaustivas por lo menos durante una semana pues tenía fracturas abiertas en ambas piernas y una hemorragia interna a la altura del vientre. Luego me dijo que antes de irme vendrían unos agentes del orden a hacerme una serie de
preguntas.
Aquello me gustaba tanto como las mismas heridas o el acoso a que estaba siendo sometido desde tantos años atrás pues hacía mucho tiempo que había llegado a la conclusión de que la corrupción no tenía límites. Así que me vestí y, sin esperar a la última cura, salí al pasillo y me mezclé con las visitas.
Disimuladamente, me colé en el cuarto donde se encontraba Ortega. Estaba consciente y al verme, sonrió ligeramente. Hizo intención de hablar, pero los dolores no se lo permitieron. Le pedí calma y le dije:
--Ahora tengo que irme. Pero volveré pronto a ver cómo sigues. Entonces te explicaré muchas cosas. Lucha por salir adelante. Confío en ello. Hasta la vista amigo.
Vi que me sonreía nuevamente.

Al salir del hospital reconocí en algunos detalles de su fachada que era el mismo en que Albert y Ortega me habían ingresado la vez que sufrí el primer gran ataque de tos.

viernes, 16 de diciembre de 2011

Poca cultura


Los concursos de la televisión
Es evidente que los concursos de la televisión de nuestro país han proliferado como una plaga de conejos. Ya es imparable la aparición de muevos concursos. Así que de nada sirve lamentarse. Y asumiendo el hecho como algo fatal, me voy a permitir hacer un breve comentario sobre ellos. Ahora no me refiero a los juegos esperpénticos del tipo de Acorralados, Tú sí que vales y compañía, que se comentan solos; estoy pensando en los concursos culturales (dejo aparte Saber y ganar, de la 2, que por su larga y reconocida trayectoria y bien hacer está fuera de toda crítica, o Pasa palabra, de TV5, en en el que hay de todo) en que el participante debe mostrar conocimientos de tipo general. Como ocurre últimamente en dos concursos de Antena 3, Ahora caigo y Atrapa un millón. A lo que voy es a denunciar la escasa cultura general que posee el españolito medio, sin hacer diferencias de edad o de sexo. Un ejemplo bastará para demostrar lo que digo. En este último concurso citado, es decir, Atrapa un millón, que, por otra parte conduce magistralmente Carlos Sobera, se ofrecía a la pareja concursante cuatro posibles respuestas, de entre las cuales había que elegir una que correspondiera a la pregunta que saldría posteriormente en la pantalla. Las respuestas eran: Grecia, Italia, Egipto, Babilonia. Y la pregunta: ¿De dónde eran los etruscos? Pues bien, la pareja de concursantes dividieron la mayor cantidad de dinero entre Grecia y Egipto y sólo dejaron en Italia una mínima representación por si acaso. Para más inri, sobreimpresa en la pantalla apareció la frase que decía que un 57% de los concursantes "on line" habían fallado también la respuesta. ¿Quieren saber cómo acabó la pareja el concurso y cuánto se llevaron a casa? Enseguida se lo cuento. La última pregunta, que es todo o nada fue: ¿Cuántas jorobas tiene el dromedario? Posibles respuestas: 2, 1. Y la pareja depositó la escasa cantidad de euros que les quedaba en la pantalla que indicaba el número 2. Ustedes mismos.

jueves, 15 de diciembre de 2011

Fotografías que hablan

Una nube especial

A veces en nuestras vidas sucede algo que rompe las barreras de lo normal, y todo en nuestro interior se desordena: lo que nos parecía nuestro, un libro, un gesto, una señal de intimidad, pertenece de pronto a un vecino, a un desconocido con el que nos cruzamos en la calle, a alguien que vive a mil kilómetros de distancia. Y, al contrario, lo que siempre ha sido ajeno a nosotros, otro libro, otro gesto, otra señal de intimidad, de repente forma parte de nuestra existencia, nuestro cuerpo lo adopta y nuestra alma lo reconoce como algo inherente a nuestra personalidad desde que nacimos. Eso me ha ocurrido hoy, cuando visitaba la playa y el entorno del mar que más es mío, y me encuentro con este escenario, que parece el mismo de siempre, el mar azul intenso, el rojo sangre de la isla de las gaviotas, el misterioso azul del cielo, pero que esa nube especial, como inventada por una mano caprichosa, algodón de azúcar sin feria y sin niños golosos, lo convierte en algo que siempre he esperado. Y me quedo con él, como si fuera un recuerdo que acaba de abandonar el pozo del olvido para salir a mi encuentro. Y sonrío porque me hace feliz y diferente.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Claves de la prosa barroca española



Claves de la prosa barroca española

1. La novela bizantina, cortesana y picaresca.

La novela bizantina floreció a principios del siglo XVII con El peregrino en su patria, (Sevilla,
1604), de Lope de Vega, novela compuesta de cinco libros con intercalaciones de otros géneros como poemas o autos sacramentales, y donde el protagonista efectúa sus viajes dentro de su propia patria. Cervantes, en su obra póstuma Persiles y Sigismunda (1617), continúa
el género y Enríquez de Zúñiga lo imita con su Semprilis y Geronodano (1629).


La novela corta, llamada más tarde cortesana, tiene sus raíces en las Novelas Ejemplares (1613) de Cervantes. Sus máximos cultivadores son, entre otros, María de Zayas, en cuyas Novelas ejemplares y amorosas otorga el protagonismo a mujeres que viven apasionantes historias de amor; Lope de Vega, autor de cuatro narraciones que llevan el nombre de Novelas a Marcia Leonarda; Castillo Solórzano, con Noches de placer; o Salas Barbadillo, a quien debemos Don Diego de noche…

La novela picaresca nace con el Lazarillo (1554), y en el siglo XVII sus seguidores la convierten en un género muy importante. El primero, Mateo Alemán, publica en 1599 la primera parte del Guzmán de Alfarache (la segunda aparecería en 1604), cuyo
protagonista es más vicioso y delincuente que Lázaro, aunque capaz de arrepentirse de sus fechorías; en la novela se cumplen todas las características del género (narración retrospectiva en primera persona, estructura episódica, etc.), enriquecidas ahora con digresiones morales de todo
tipo. Continúa la estela Francisco de Quevedo con El Buscón, escrita entre 1603 y 1604 y finalmente publicada en 1626 en Zaragoza; de ella hablaremos en la página siguiente. Otros autores y obras del género son Vicente Espinel (Vida del escudero Marcos de Obregón) y Vélez de Guevara (El diablo cojuelo. También se da el caso de que el protagonista de la novela picaresca sea una mujer, como en La pícara Justina, de López de Úbeda, La hija de Celestina, de Salas Barbadillo, o La garduña de Sevilla, de Castillo Solórzano.

Tratados morales y otras prosas barrocas

Se cultivaron también en el Barroco otras clases de prosa, como libros de temas políticos y morales, tratados de historia o cuadros de costumbres. Entre los tratados morales, ajustados a la
ortodoxia católica dictada por la Contrarreforma, destaca El Criticón (que adquiere además forma novelada), de Balsar Gracián; entre las obras que se ciñen a los dictados de la monarquía se hallan las Empresas políticas, de Saavedra Fajardo (de uno y otro hablaremos asimismo a lo largo de esta unidad); finalmente, una suma de ambos aspectos la constituye la obra de Quevedo Política de Dios, gobierno de Cristo y tiranía de Satanás.

También se escribieron libros de historia en esta época, aunque siguiendo las directrices
renacentistas. Tal vez el más destacado sea la Expedición de los catalanes y aragoneses contra
turcos y griegos, publicada en 1623 y obra del valenciano Francisco de Montcada, consejero de Estado y de Guerra; en dicho libro el autor, en lugar de hablar del conjunto de los expedicionarios, destaca las personalidades de sus jefes, como Roger de Flor, Entenza o Rocafort.

Finalmente, apareció un tipo de obra que recogía costumbres y curiosidades de la época. Una
de las más celebradas, por su interés literario, es el Viaje entretenido, del madrileño Agustín de Rojas, soldado, corsario, viajero y hombre de vida aventurera; en el libro, de carácter misceláneo, se cuenta en forma de diálogo (los interlocutores son el propio Rojas y otros cómicos de la legua), la vida cotidiana de los comediantes que recorren media España representando obras de la más diversa índole y también cuestiones de la Antigüedad y la historia de ciudades y pueblos. Otro autor es Zabaleta, dos de cuyas obras más conocidas son: El día de fiesta por la mañana y El día de fiesta por la tarde.
La prosa de Quevedo

La prosa de Quevedo puede dividirse en libros morales y ascéticos, de contenido histórico y político y obras satíricas. En los libros morales y ascéticos se refleja el pesimismo del autor y su elevado ascetismo, que le lleva a decir: “La calavera es el muerto y la cara es la muerte, y lo que llamáis morir es acabar de morir, y lo que llamáis vivir es morir viviendo”. Entre ellos destaca La
cuna y la sepultura.

En las obras de asunto histórico y político Quevedo retrata la decadencia de la monarquía española, cuyas causas son, a su juicio, la corrupción de las costumbres, la preponderancia de lo material sobre lo espiritual y el abandono del gobierno en manos de favoritos ineptos. Un ejemplo claro de este tipo de obra es la Vida de Marco Bruto.

En las obras satíricas Quevedo pasa revista a diversas figuras de los estamentos sociales con el objeto de ridiculizarlos o denunciar sus defectos principales; y así, su pluma arremetecontra médicos, poetas, autores teatrales… y ni siquiera perdona a los ministros. Lo comprobamos leyendo sus famosos Sueños (cuya edición de 1631 fue expurgada por el Santo Oficio por encontrar irreverentes algunas citas de las Sagradas Escrituras).

El Buscón, novela picaresca


Su título completo es Historia de la vida del Buscón, llamado don Pablos, ejemplo de vagabundos y espejo de tacaños. Obra de juventud, es una especie de parodia o caricatura de novela picaresca que cuenta con todos los ingredientes del género: elementos autobiográficos, estructura episódica, narración retrospectiva en primera persona, protagonista antihéroe de origen poco honorable, etc.

Su argumento es como sigue: Pablos, hijo de un barbero ladrón y de una mujer aficionada a la brujería, se pone al servicio de un hijo de don Alonso Coronel; ambos se educan en Segovia en casa del dómine Cabra, sacerdote avaro y mezquino que apenas les da de comer. Luego acuden a estudiar a la Universidad de Alcalá de Henares, donde Pablos es objeto de vergonzosas burlas. Enterado por un familiar de que su padre ha sido ahorcado, regresa a Segovia para cobrar su herencia. Después viaja a Madrid donde forma parte de una banda de pícaros. Tras vivir unos días en la cárcel, recorre varias ciudades en busca de nuevas aventuras: en Toledo se hace cómico y en Sevilla, cansado de ver que su vida no medra, se embarca para América, aunque su existencia sigue por los mismos derroteros.

El estilo es muy rico; unas veces emplea un lenguaje cortado, sobrio, conciso, y otras muy complejo, plagado de juegos conceptistas, antítesis, neologismos inventados, etc. El humor
es la nota que más destaca, lograda en muchas ocasiones a base de hipérboles increíbles; aunque a veces se vuelve negro y amargo, lleno de crueles sarcasmos. Los diálogos son chispeantes y vivos, y respecto de las descripciones, no le van a la zaga (recuérdese la proverbial del dómine Cabra).




2. Lectura y actividades

Te propongo la lectura de un fragmento del Buscón. Como sabes, se trata de una parodia de novela picaresca en la que se dan, eso sí, las principales características del género: relato episódico en primera persona, criado de varios amos, elementos autobiográficos, recorrido por varias ciudades, etc. Aquí, el protagonista entra al servicio del hijo del noble segoviano don Alonso Coronel y con él vive el hambre y otras adversidades por el estilo en una primera parte llena de elementos picarescos a imitación del Lazarillo; pero enseguida adopta una actitud de desvergüenza rayana en la inmoralidad y delincuencia, que nos recuerda más al protagonista del Guzmán de Alfarache. En el fragmento presente asistimos al momento en que Pablos, con su señor, entra en pupilaje con un licenciado avariento llamado Cabra.

“Determinó, pues, don Alonso de poner a su hijo en pupilaje: lo uno por apartarle de su regalo, y lo otro por ahorrar de cuidado. Supo que había en Segovia un licenciado Cabra, que tenía por oficio criar hijos de caballeros, y envió allá el suyo y a mí para que le acompañase y sirviese. Entramos el primer domingo después de Cuaresma en poder del hambre viva, porque tal laceria no admite encarecimiento. Él era un clérigo cervatana, largo sólo en el talle, una cabeza pequeña, pelo bermejo. No hay más que decir para quien sabe el refrán que dice, ni gato ni perro de aquella color. Los ojos avecinados en el cogote, que parecía que miraba por cuévanos; tan hundidos y oscuros, que era buen sitio el suyo para tiendas de mercaderes; la nariz, entre Roma y Francia…; las barbas descoloridas de miedo de la boca vecina, que, de pura hambre, parecía que
amenazaba comérselas; los dientes le faltaban no sé cuántos, y pienso que por holgazanes y vagamundos se los habían desterrado; el gaznate, largo como avestruz, con una nuez tan salida que parecía se iba a buscar de comer, forzada de la necesidad; los brazos, secos; las manos, como un manojo de sarmientos cada una. Mirado de medio abajo, parecía tenedor, o compás, con dos piernas largas y flacas; su andar, muy despacio; si se descomponía algo, le sonaban los
huesos como tablillas de San Lázaro; la habla, ética; la barba, grande, por nunca se la cortar, por no gastar; y él decía que era tanto el asco que le daba ver las manos del barbero por su cara, que antes se dejaría matar que tal permitiese; cortábale los cabellos un muchacho de los otros. Traía un bonete los días de sol, ratonado con mil gateras, y guarniciones de grasa; era de cosa que fue paño, con los fondos de caspa. La sotana, según decían algunos, era milagrosa, porque no se sabía de qué color era. Unos, viéndola tan sin pelo, la tenían por de cuero de rana; otros decían que era ilusión; desde cerca parecía negra, y desde lejos, entre azul; llevábala sin ceñidor; no traía cuello ni puños; parecía con los cabellos largos y la sotana mísera y corta, lacayuelo de la muerte. Cada zapato podía ser tumba de un filisteo. Pues ¿su aposento? Aun arañas no había en él; conjuraba los ratones, de miedo que no le royesen algunos mendrugos que guardaba; la cama tenía en el suelo, y dormía siempre de un lado, por no gastar las sábanas: al fin era archipobre y protomiseria.”
Actividades

a) Resume brevemente el contenido del texto.

b) ¿Cuáles son las razones que aduce Pablos para que don Alonso decida poner a su hijo en pupilaje?

c) Explica en qué tiempo tuvo lugar la entrada al pupilaje y qué significado aporta al pasaje.

d) ¿De qué modo se relaciona en el texto el rasgo físico “largo sólo en el talle” con la forma de ser del licenciado?

e) Explica el sentido del refrán “ni gato ni perro de aquella color” aplicado al físico de Cabra.
f) En el texto se establecen relaciones entre los rasgos físicos del licenciado y su vestimenta
con otros elementos comparativos o metafóricos. Explícalas.

g) ¿Cuál es el origen de la expresión “como tablillas de San Lázaro”?

h) Explica qué relación guardan los muebles y su casa con la avaricia y mezquindad del dómine Cabra.

i) Cita las dos palabras que resumen la forma de ser del protagonista y explica qué tienen de particular gramaticalmente hablando.




3. Saavedra Fajardo y Gracián.

Diego Saavedra Fajardo (1584-1648) nació en Algezares (Murcia) en el seno de una familia con bienes. Estudió Letras en Salamanca mientras se ordenaba clérigos de órdenes menores. Luego entró al servicio del cardenal Gaspar de Borja y ejerció la carrera diplomática en varias cortes de Europa (Nápoles, el Vaticano, Alemania…). Intervino en varis cónclaves para elegir Papa, sobre todo en las elecciones de Gregorio XV y Urbano VIII y estuvo presente en distintos congresos. Su gran cultura y exquisita perspicacia le ayudaron a entender con exactitud y rigor las razones por las cuales el que había sido un gran imperio se estaba hundiendo en la decadencia más lastimosa.

Obra

Dejando aparte sus poemas, de escaso interés, Saavedra Fajardo es conocido sobre todo por su prosa entre crítica e histórica, de la cual destacan los siguientes títulos: Idea de un príncipe cristiano representado en cien empresas (abreviado en Empresas políticas), que resume la experiencia diplomática del autor y cuya directriz esencial es oponerse a las ideas de Maquiavelo y trazar las líneas de lo que debe ser un verdadero príncipe cristiano; Locuras de Europa, que es un diálogo entre Mercurio y Luciano, en el que éste expresa la pregunta cínica sobre
política y Mercurio la respuesta práctica y clara; la obra es importante para entender los motivos de las rebeldías de Cataluña y Portugal o las guerras en que estaba metida Europa. Pero la mejor para muchos es República literaria, aparecida póstumamente y que representa como ninguna el estilo sereno y natural de Saavedra Fajardo, ajeno a las corrientes del culteranismo y conceptismo del Barroco. A esta obra pertenece el siguiente fragmento donde habla de las nueve musas y sus respectivas ocupaciones, estatuas que adornan la entrada a la ciudad de la república literaria:


“El frontispicio de la puerta de la ciudad era de hermosas columnas de diferentes mármoles y jaspes. En ellas (no sin misterio), parece que faltaba así misma la arquitectura, porque de los cinco órdenes solamente se veía el Dórico, duro y desapacible, símbolo de la fatiga y el trabajo. Entre las columnas estaba en sus nichos nueve estatuas de las nueve musas, con varios instrumentos de música en las manos a las cuales había dado la escultura tal aire y movimiento ¡a pesar del mármol! , que la imaginación daba a entender que imprimía en ella aquellos
afectos, que suelen infundir desde las esferas del cielo, donde las consideró inteligencias o almas la antigüedad. Clío parece que encendía en los pechos llamas de gloria con las hazañas de los varones ilustres. Tersícore elevaba los pensamientos con la dulzura de la música. Erato daba números y compases a los movimientos de los pies. Polimnia avivaba la memoria. Urania se servía de ella para persuadir el ánimo de las contemplaciones de los astros. Calíope levantaba
los espíritus heroicos a acciones gloriosas. Melpómene los alentaba con la memoria de muchos que merecieron con las hazañas los elogios. Talía, disimulando en el donaire la censura, a un tiempo entretenía y engañaba. Y Euterpe formaba diversas flautas, acomodando a todas diferentes sentidos, con tal propiedad, que parecía que para cada uno las había fabricado. Este
frontispicio se remataba en la estatua de Apolo, cuya madeja de oro, con lustroso curso de luz, bajaba sobre los hombros. Ocupaba su mano derecha el plectro y la izquierda la lira; y aun sin herir las cuerdas, hacía armonía al discurso, si no al oído, la propiedad.”


Baltasar Gracián (1601-1658) nació en Belmonte (Zaragoza) en una familia muy modesta y cargada de miembros. Cursó estudios en el colegio de jesuitas de Calatayud y Huesca. A los dieciocho años ingresó en la orden de la Compañía de Jesús y profesó los votos en 1635. Estuvo varias veces en Madrid donde ganó fama de gran predicador. Una vez conseguido su nombramiento de rector del colegio de jesuitas de Tarragona, mostró gran interés por la arqueología y las antigüedades. Intervino en la liberación de Lérida como capellán del ejército
en 1646. Habiendo demostrado en más de una ocasión su carácter solitario e independiente y tras predicar en Valencia que tenía en su poder una carta del infierno, sus superiores empezaron a retirarle su apoyo hasta perder la plena confianza que en él había puesto la Compañía, que acabó por desterrarlo a Graus. Después de querer abandonar la Orden en varias ocasiones sin conseguirlo, murió en Tarazona.

Obra

Gracián nos ha dejado los siguientes grupos de obras:

Un tratado de estética y crítica literaria: Arte y agudeza de ingenio, donde encierra sus principales ideas conceptistas (“Lo bueno, si breve, dos veces bueno”. “Las voces son lo que las hojas en el árbol, y los conceptos, el fruto”. “Más pesan quintaesencias que fárragos”…).

Un tratado religioso: El comulgatorio, en el que propugna el camino que debe recorrer el cristiano para alcanzar la Divinidad ( entre otras cosas afirma que la voluntad y la constancia son los únicos que pueden salvar al hombre).

Cuatro tratados políticos en los que pretende reflejar los modelos o tipos ideales que
el hombre debe seguir en los diversos campos de la existencia (la guerra, la cultura, el gobierno y la vida cotidiana): El Héroe, El Discreto, El Político y Oráculo manual o arte de prudencia.

Un tratado filosófico expuesto en forma novelada: El criticón, para muchos su mejor obra. En el prólogo define el autor su obra como un discurso del paso de la vida en sus cuatro edades o
estaciones: Niñez o Primavera, Juventud o Estío, Varonil edad u Otoño, Vejez o Invierno. El libro muestra además el contraste entre el instinto y la razón que, complementadas, guían al hombre hacia el buen obrar. Si las ideas filosóficas de Gracián se resumen en forma de máximas o sentencias como las contenidas en el Oráculo manual, para conocer con mayor profundidad su pensamiento debe leerse El criticón. Su argumento, a grandes rasgos, es el siguiente: Un náufrago llamado Critilo encuentra en la isla de Santa Elena, adonde ha ido a parar, a Andrenio, un hombre semisalvaje que ha vivido solo en la naturaleza y que desconoce su origen y hasta el lenguaje, pormenor que le enseña Critilo. Ambos recorren parte de Europa, Andrenio dirigido por sus instintos y Critilo por la razón (España, Francia, Italia), y van encontrando personajes, la mayoría alegóricos, que sirven al autor para hacer todo tipo de consideraciones filosóficas (sobre la amistad, la hipocresía, la reputación, la desilusión…), hasta que llegan a Roma donde
comprenden la fragilidad de la vida y la seguridad de la muerte, aunque ellos van a la isla de la inmortalidad, cuyos dos únicos caminos son la virtud y el valor.


He aquí un fragmento de El criticón que pinta la vida como un valle de lágrimas:

“Porque, ¿quién, sabiéndolo, quisiera meter el pie en un reino mentido y cárcel verdadera, a padecer tan muchas como varias penalidades? En el cuerpo hambre, sed, frío, calor, cansancio, desnudez, dolores, enfermedades y en el ánimo engaños, persecuciones, envidias, desprecios, deshonras, ahogos, tristezas, temores, iras, desesperaciones y salir al cabo condenado a miserable muerte, con pérdida de todas las cosas: casa, hacienda, bienes, dignidades, amigos,
parientes, hermanos, padres y la misma vida, cuando más amada. “Bien supo la naturaleza lo que hizo y mal el hombre lo que aceptó. Quien no te conoce, ¡oh, vivir, te estime!; pero un desengaño tomará antes haber sido trasladado de la cuna a la urna, del tálamo al túmulo. Presagio común es de miserias el llorar al nacer. Que, aunque el más dichoso cae de pies, triste posesión toma y el clarín, con que este hombre y rey entra en el mundo, no es otro que su llanto: señal que su reinado todo ha de ser de penas.”


4. Comentario de texto literario


Lee el siguiente fragmento de Agudeza y arte de ingenio, de Baltasar Gracián, y contesta las preguntas:


“Era la verdad la esposa legítima del entendimiento, pero la mentira, su gran émula, emprendió desterrarla de su tálamo y derribarla de su trono: para esto ¿qué embustes no intentó?, ¿qué supercherías no hizo? Comenzó a desacreditarla de grosera, desaliñada, desabrida y necia; al contrario a sí misma venderse por cortesana, discreta, bizarra y apacible, y, si bien por naturaleza fea, procuró desmentir sus faltas con sus afeites. Echó por tercero al gusto, con que en poco tiempo obró tanto, que tiranizó para sí el rey de las potencias. Viéndose la verdad despreciada y aun perseguida, acogióse a la agudeza, comunicóle su trabajo y consultóle su remedio. Verdad amiga, dijo la agudeza, no hay manjar más desabrido en estos estragados tiempos que un
desengaño a secas, mas ¡qué digo desabrido!, no hay bocado más amargo que una verdad desnuda. La luz que derechamente hiere, atormenta los ojos de un águila, de un lince, cuando más los que flaquean. Para esto inventaron los sagaces médicos del ánimo el arte de dorar las verdades, de azucarar los desengaños.
Quiero decir (y observadme bien esta lección, estimadme este consejo) que os hagáis política; vestíos al uso del mismo desengaño, disfrazaos con sus mismos arreos, que con eso yo os aseguro el remedio, y aun el vencimiento. Abrió los ojos la verdad, dio desde entonces en andar con artificio; usa de las invenciones, introdúcese por rodeos, vence con estratagemas, pinta lejos lo que está muy cerca, habla de los presente en lo pasado, propone en aquel sujeto, lo que quiere condenar en éste, apunta a uno para dar en otro; deslumbra las pasiones, desmiente los afectos, y por ingenioso circunloquio viene siempre a parar en el punto de su intención.”
Contexto
a) Sitúa el texto en el movimiento literario al que pertenece y dentro de la obra de su autor.

Análisis del contenido
b) Redacta el contenido del texto como si fuera un relato.
c) Confecciona un campo semántico referido a la mentira a partir del léxico del texto.
d) Describe el cambio que experimenta la verdad a lo largo del fragmento. Explica la causa de ese cambio.
e) ¿Qué consejo da la agudeza a la verdad?

Análisis de la forma
f) Identifica en el texto los pasajes de narración y de diálogo. ¿Qué crees que consigue Gracián
valiéndose de estas formas de elocución?
g) Localiza en el fragmento un ejemplo de cada una de estas figuras retóricas: aliteración, antítesis, metáfora, interrogación retórica, personificación, comparación, asíndeton, paronomasia.
h) Explica el cambio de las personas gramaticales del texto.

Comentario final
i) Redacta un comentario que incluya los puntos anteriores.








jueves, 8 de diciembre de 2011

El relato del mes


EL GATO VIRILI

Virili era un gato negro con manchas blancas en las patas y el rabo, juguetón como él solo, que gustaba salir a los tejados vecinos por la ventana de nuestra cocina y deambular con otros de su especie por los corrales. También solía dormir sus siestas sobre los sarmientos del corral de
la señora Arsenia o al sol en el balcón de Felisa, quizá soñando en las caricias de la hermosa joven.
Virili había nacido en un hueco del desván y un día desapareció con sus hermanos de camada siguiendo a la madre. Pero el gato debió de sentir la querencia de aquel hueco cálido del desván que había sido su lugar de nacimiento y allí volvió para quedarse.
Deambulaba a sus anchas por toda la casa como un miembro más de la familia. Se dejaba acariciar el lomo y emitía al sentir la caricia un ronroneo cariñoso de agradecimiento. Muchas veces me acompañaba en silencio en el desván mientras yo leía los cuadernos de aventuras que acababa de cambiar con otros chavales del barrio.
Pero Virili también desaparecía de pronto y se pasaba varios días sin volver a casa. Así que cuando volvía, se montaba una fiesta por todo lo alto, al menos entre los menores de la familia.
Un año al volver de la romería del Cristo de Morales nos encontramos con una terrible desgracia. Como casi siempre por esas fechas, en casa se pintaba o encalaba alguna estancia y así se inauguraba la primavera y el tiempo de bonanza. La habitación más difícil de todas era la cocina pues había que vaciar todos los rincones, en especial los vasares donde se depositaba todo el polvo y las morceñas que desprendían los infiernillos durante todo el año. Mi madre llamaba
morceñas a las pavesas que se escapaban del fuego y, volando como diminutas mariposas blancas, iban a posarse en lo alto de los vasares detrás de los platos y los vasos, y allí criaban.
Sin embargo, el año de la desgracia tocaba encalar la sala materna; así que antes de irnos a la romería del Cristo de Morales, quedó todo listo para, una vez vueltos a casa y secas ya las paredes, arrimar los muebles y colocar los demás enseres en sus respectivos lugares.
La cuestión es que el somier de la cama, que había quedado arrimado a un lateral de la cómoda, se había deslizado hasta caer de golpe sobre las baldosas del piso pillando en su caída a Virili, que debía de haber estado jugando momentos antes con sus alambres. Y al entrar en la sala nos encontramos con el peor de los desenlaces. El animalito yacía bajo el peso del somier con
la cabeza reventada y profiriendo unos maullidos tan lastimeros que nos abrieron el corazón a mayores y pequeños. Lo sacamos de debajo del somier y lo envolvimos en un trapo hasta que, sin dejar de maullar, se fueron acabando una tras otra sus siete vidas gatunas.
Era de noche cuando cogimos entre mi hermana Mari y yo el cuerpo de Virili, callado ya definitivamente y, aunque tibio todavía, muerto del todo, rígido y con el pelaje tieso, y lo llevamos hasta el puente desde donde, a la altura del segundo ojo, lo lanzamos al río. Nos respondió el ruido del agua al golpear el envoltorio contra ella. Luego, el silencio y el eterno
murmullo del Duero bajando hacia las aceñas de Olivares.
De nada me sirvió entonces el dulce recuerdo de la romería ante el doloroso suceso de la muerte de Virili y su posterior desaparición.
Hubo después en casa algún gato más, como aquel minino blanco de pelo sedoso que gustaba tanto a mi hermana pequeña, quien quizá, por la muerte de Virili, refugió en él todo su amor por los animales.
Pero nunca fue lo mismo. El nuevo gato tenía pocos días de vida cuando se lo trajo Demetrio, un amigo de mi padre. Mi hermana pequeña lo llamó Bolita y cada mañana se quitaba un poco de leche de su desayuno y en un cuenco se la ofrecía empapada de migas de pan. Bolita acababa en un santiamén con la leche migada y se quedaba relamiendo con su lengua rosada la pared húmeda del cuenco hasta que lo secaba del todo, aunque la lengua del gatito seguía restallando en el aire un rato todavía.
Algunas veces que íbamos de visita a casa de Demetrio, Mari se empeñaba en llevárselo consigo y no había manera de disuadirla. Así que mi madre le preparaba una cestita y en ella lo transportaba. Pero, ya digo, nunca llegó a ocupar el sitio que había tenido Virili en nuestras vidas.
(Del libro inédito Cuentos del barrio)

viernes, 2 de diciembre de 2011

De vista, de oídas, de leídas

Nicanor Parra, premio Cervantes 2011
El poeta chileno Nicanor Parra (1914) sucede a la novelista española Ana María Matute (1926) en la ya ilustre lista de ganadores del Cervantes.
Creador de la llamada antipoesía y hermano de la cantautora Vileta Parra, es académico, matemático y físico, muestra en su larga carrera literaria títulos tan significativos como Cancionero sin nombre (1937), influido por el popularismo de Lorca, Poemas y antipoemas (1954) y Versos de salón (1962), puntos de inflexión para su cambio de rumbo poético; a este último pertenecen los siguientes:
"Durante medio siglo
la poesía fue
el paraíso del tonto solemne.
Hasta que vine yo
y me instalé con mi montaña rusa.
Suban, si les parece.
Claro que yo no respondo si bajan
echando sangre por boca y narices."
Su forma de concebir la poesía no puede ser más clara: "Busco una poesía a base de hechos y no de combinaciones o figuras literarias. Estoy en contra de la forma afectada del lenguaje tradicional poético". Y así ha sido. Lo conversacional y directo salpica su expresión poética.
He aquí una muestra:
Nervioso, pero sin duelo
a toda la concurrencia
por la mala voz suplico
perdón y condescendencia.
Con mi cara de ataúd
y mis mariposas viejas
yo también me hago presente
en esta solemne fiesta.
¿Hay algo, pregunto yo
más noble que una botella
de vino bien conversado
entre dos almas gemelas?
El vino tiene un poder
que admira y que desconcierta
transmuta la nieve en fuego
y al fuego lo vuelve piedra.
El vino es todo, es el mar
las botas de veinte leguas
la alfombra mágica, el sol
el loro de siete lenguas.
Algunos toman por sed
otros por olvidar deudas
y yo por ver lagartijas
y sapos en las estrellas.
El hombre que no se bebe
su copa sanguinolenta
no puede ser, creo yo
cristiano de buena cepa.
El vino puede tomarse
en lata, cristal o greda
pero es mejor en copihue
en fucsia o en azucena.
El pobre toma su trago
para compensar las deudas
que no se pueden pagar
con lágrimas ni con huelgas.
Si me dieran a elegir
entre diamantes y perlas
yo elegiría un racimo
de uvas blancas y negras.
El ciego con una copa
ve chispas y ve centellas
y el cojo de nacimiento
se pone a bailar la cueca.
El vino cuando se bebe
con inspiración sincera
sólo puede compararse
al beso de una doncella.
Por todo lo cual levanto
mi copa al sol de la noche
y bebo el vino sagrado
que hermana los corazones.

jueves, 1 de diciembre de 2011

El poema del mes


AVANZAMOS
A los viejos amigos

A ciegas avanzamos
sin conocer si es luz
lo que alcanzamos
o sólo sombra fría,
oscuridad de invierno.
Y sin embargo vamos
desenroscando el tiempo
empujados por el ansia
de estrenar días nuevos.
Sabiendo que pensar en el pasado,
vivir en sus espejos,
no nos ayuda: impide
poner los pies seguros,
constantes en el suelo.
Es diciembre. Y espera
una nueva estación fuera del sueño.
No miremos atrás, el corazón
necesita latir en aires nuevos,
Navidades sin mitos que la infancia
inventó como otro juego,
lejos de la verdad oscura y dura;
curar errores con aciertos,
alzar andamios, abrir nuevos caminos,
subir roca tras otra sin sosiego.
A ciegas avanzamos;
pese a todo avanzamos
entre prosas de asuntos cotidianos
y algunos renglones tiernos,
emociones que son como milagros
en medio de los miedos
que viven nuestros trenes
estaciones y vías recorriendo.
A ciegas avanzamos
buscando la verdad sin que alcancemos
a saber si el andén
siguiente es el auténtico
o sólo otra llamada del pasado,
la imagen reflejada en un espejo.
A ciegas avanzamos,
pero avanzando un día llegaremos
a la estación de paz
que todos merecemos,
una paz andamiada sin atajos,
una paz amasada con esfuerzo.

lunes, 28 de noviembre de 2011

Una novela del siglo XVIII


17. Encuentro inesperado

Fue en la segunda parte de la reunión donde descubrí el verdadero motivo de la asistencia de Valentí a la tertulia. Mientras la criada servía el refresco, noté una elocuente mirada de complicidad entre la señora Milá y mi amigo. Miré de reojo a Ortega y vi que también se había percatado de que entre Valentí y ella había algo especial. Y así era porque una semana más tarde los vi a los dos en el Teatro escuchando arrobados un concierto de Bach. A la salida me hice el encontradizo y, tras las primeras frases de saludo, con el consiguiente rubor de Valentí, escuché de labios de su acompañante:
--Valentí me ha hablado mucho de su valía como escritor y poeta.
Yo no sabía dónde meterme, pero asentí a medias, turbado tal vez por la proximidad de la dama y su insinuante voz, que siguió diciendo:
--A ver si algún martes nos deleita con alguna de sus dotes lterarias.
Y se despidieron. Se fueron calle abajo y yo me quedé sin saber qué pensar y desde luego muy arrepentido de haber representado la comedia del encuentro con Valentí y su dama a la salida del Teatro; en una palabra, de haber provocado aquella engorrosa y estúpida situación. La cuestión es que, a partir de entonces, tomé la decisión de dar excusas a Valentí respecto de volver a asistir a la tertulia de la señora Milá. Lejos de molestarle, noté que le aliviaban mucho mis evasivas. Desde entonces hasta el día de hoy, la relación entre Valentí y yo empeoró de manera galopante.
Y en cuanto a la noticia triste que anuncié más arriba, el caso que la provocaba había sucedido a finales de año.

Ortega se enteró por los medios de siempre, sobre los cuales nunca me adelantó nada y de lo cual me alegro tanto por su seguridad como por la mía, que flotando en las aguas del puerto de Barcelona había aparecido un cadáver con señales de violencia. Me dijo que había bajado a verlo y, mientras las fuerzas del orden sacaban el cuerpo de las sucias aguas y lo ponían en unas andas para esperar la llegada del forense, se coló entre los mirones y reconoció en el muerto al forzudo Carretero, el fiel amigo de Valentí. Me dijo que tenía varias heridas de cuchillo en la espalda y el cuello, causa indudable de su muerte. Tenía la boca y los ojos abiertos como si hubiera sido sorprendido por detrás y no le hubiera dado tiempo de protegerse. Avisamos a Valentí, que, tras darnos las gracias, fue a verlo al Depósito donde estaba expuesto su cadáver. Por mediación del dueño de la imprenta donde trabajaba, que al parecer conocía a algún pez gordo de la administración, logró que el malogrado carretero fuera enterrado en su pueblo.
Otra vez pensamos que detrás de aquella horrible muerte se debía de encontrar, como no podía ser de otro modo, el cura de Santa Ana. Y no íbamos descaminados porque al poco tiempo de iniciarse el nuevo año, nos vimos envueltos en un asunto muy turbio del que Ortega no salió tan bien librado como yo.
Todo sucedió del modo más normal y corriente. Resulta que el Indiano nos invitó a los dos a primeros de febrero a la fiesta de la matanza del cerdo en el vecino pueblo de Sarriá. Y nos llevó en un coche tirado por caballos hasta una finca que poseía un amigo suyo de aventuras ultramarinas. En el camino, sin embargo, no nos dijo mucho acerca de esas aventuras en Ultramar ni del amigo en cuestión, salvo que compartieron en más de una ocasión cárcel y hospital por asuntos de mujeres y especias y que el nombre de su amigo era Figueras, Lluís Figueras. Y poco antes de llegar pareció caer en la cuenta de algo que se le había escapado desde un principio. Luego negó con la cabeza y seguimos en silencio el resto del viaje.
Hacía mucho frío, pero al llegar a la casa entramos en calor arrimándonos a la gran chimenea de la cocina. Figueras, un hombre alegre y parlanchín, casi el polo opuesto de nuestro amigo el Indiano, nos sirvió vino, pan, queso y embutidos. Y al influjo benefactor del fuego y de la vianda, el anfitrión se explayó a gusto hablando de los cerdos, que era sin duda el tema del día.
--Yo, al contrario de lo que hacen otros señores que compran los gorrinos a los ganaderos de Vic, Amer, la Cerdaña o Torelló, gorrinos que pertenecen muchos de ellos a la raza francesa, gorrinos gordos y de color rosado que dan mucho tocino, yo prefiero la raza del país porque la carne es más sabrosa.
Lo dijo de un tirón. Luego miró hacia la puerta de la cocina, por donde entraba el murmullo de varias conversaciones, y añadió:
--Seguro que acaba de llegar el matarife.
La fiesta va a empezar. Estáis en vuestra casa; así que moveos a vuestro gusto. Salió y nosotros en pos de él. Llegamos al patio, donde estaba preparado todo para la gran operación y sus secuencias. En un cobertizo lateral descubrimos, dispuesto todo con perfecto orden, los cuchillos, los embudos, perolas, lebrillos, calderas y demás accesorios culinarios para llevar a buen efecto la matanza. También esperaban allí impacientemente las tripas para alojar en ellas los futuros embutidos así como los condimentos que se iban a emplear para sazonarlos adecuadamente y cordelespara atarlos.


Yo evité presenciar el acuchillamiento del pobre animal hasta desangrarse y morir entre espeluznantes alaridos. Agazapado en una esquina del patio, aguardé a que terminase el suplicio del cerdo. El dueño me trajo un vasito de aguardiente y me dijo:
--Si se quiere comer cerdo, hay que matarlo antes. Es de ley. Aguante un poco más, que enseguida viene lo bueno. Hasta entonces apure poco a poco el vaso.
Y volvió a reunirse con los demás. Yo le hice caso a la fuerza porque ya el primer trago de aguardiente me quitó la respiración en seco y me provocó uno de mis cada vez más frecuentes y violentos ataques de tos. Cuando por fin me dejó en paz el ataque, descubrí que con el meneo, el resto del aguardiente se me había derramado al suelo.
Luego Ortega vino a buscarme para que presenciáramos juntos la parte más laboriosa de la matanza. Varias mujeres se cuidaban de ella. Unas separaban las carnes y los tocinos, otras los cortaban, trinchaban y adobaban con sal, especias y otros condimentos, otras vigilaban la ebullición de la gran caldera donde se cocían las butifarras y otras llenaban las tripas de carne picada para las longanizas, los chorizos o los fuets, mientras revisaba todas las operaciones el ama de casa.
Me parecía mentira que el cerdo, después de muerto, puesto en canal y descuartizado ocupara tanto lugar y reportara tanta vianda. Y eso me mareaba. Y sobre todo, el saber que a continuación tendría lugar el llamado “tast” y acto seguido la gran comilona compuesta exclusivamente con los productos del héroe de la fiesta. Se empezaba por la sangre y el hígado del cerdo condimentado con cebolla, le seguía el cerebro guisado con jugo de naranja, y luego venían el lomo y las costillas con alubias.
Y ya los invitados nos acercábamos a nuestros respectivos sitios de la gran mesa que se había preparado al efecto en el gran salón de la vivienda para dar principio a la monumental comida, cuando un criado le anunció al señor de la casa la llegada de un nuevo invitado. El anfitrión salió a su encuentro, y cuando entró en la sala acompañado del nuevo invitado, no pude por menos de notar una súbita aceleración de mis latidos y un nudo en la garganta. Acabada de reconocer en el recién llegado al señor Esquerra o Esquerda, aquel hombre de Horta, amigo del señor Dalmau y el señor Casamitjana, del libro negro y la lista inculpatoria que debía entregar el que fuera mi padre adoptivo a don Matías, el cura de Santa Ana. Un montón de preguntas vino en tropel a mi cerebro y no puede contestarme ninguna hasta bastante tiempo después. Mi única preocupación era entonces saber cómo reaccionaría el recién llegado en cuanto me viera.
Pero mi sorpresa no pudo ser mayor pues, cuando el dueño de la casa nos presentó, el señor Ezquerra no me reconoció o, al menos, no manifestó ninguna señal de que lo hubiera hecho. A medida que avanzaba la comida, las preguntas se iban abriendo paso unas sobre otras como las olas del mar: “¿Qué hacía allí Esquerda? ¿Qué motivo le había llevado a la finca de Figueras? ¿Qué relación había entre él y el anfitrión?” Desde mi ubicación podía observarle a mis anchas. Estaba muy envejecido, eso sí, con grandes bolsas bajo los ojos y un ligero temblor en la mano derecha, pero seguía vistiendo con elegancia, y mantenía aquella voz que yo recordaba, alta y templada y aquella costumbre suya tan característica de emplear indistintamente el castellano y el catalán, idiomas que como ya dije dominaba a la perfección.
Cuando acabó el ágape, yo me fui al excusado porque sin duda las butifarras cocidas me habían sentado mal, y allí permanecí un buen rato esperando a que se me pasara lo que parecía una indigestión. Y ya parecía que la cosa empezaba a tener arreglo, cuando una conversación lejana fue acercándose a donde yo estaba. Eran sin duda las voces de Ezquerra y de Figueras. Hablaban del Indiano como de un traidor. Figueras decía:
--Menos mal que al fin se ha quitado la careta. Si no es por un parroquiano de su taberna, ni nos enteramos de que tiene en su casa la Enciclopedia y conspira contra el Rey y la Religión.
Me quedé de hielo, y en la postura que tenía corría peligro de coger una pulmonía. Y mi estropeada salud no estaba para más trotes. Y aunque tenía ganas de salir de allí y arrimarme al fuego para entrar en calor, también deseaba oír más detalles de aquella conversación que prometía desvelar más secretos de Esquerra y del dueño de la casa. Esquerra preguntó en catalán:
--I els seus companys, què fan, en què treballen?
Se me pasaron de golpe los dolores de vientre. Ansiaba oír qué sabía de nosotros, de Ortega y de mí, el señor Figueras. Éste contestó:
--El gordo es el culpable de que haya cada vez más seguidores del progreso y lo que los ilustrados llaman las libertades en Barcelona, en contra de nuestras tradiciones nacionales arraigadas en el
respeto a nuestros padres y en la observancia de la doctrina católica. Y en cuanto al flaco sólo sé que escribe para el Diario de Madrid artículos que ofenden a la moral y a las buenas costumbres, como suele decir don Matías.
Se conoce que habían acabado de desaguar porque su conversación empezó a oírse cada vez más lejana. Sin embargo, aún pude entender una frase de Esquerra, ésta pronunciada en castellano y que hizo que se me encogiera el corazón:
--¿No será ese flaco del hospiciano?

martes, 22 de noviembre de 2011

Patadas al diccionario

Algunas perlas lingüísticas pasadas por agua
En estos días de riadas y lluvias dañinas han proliferado las patadas al diccionario en los medios de comunicación. He aquí algunas de las más chocantes.
En una serie de tantas como castigan la inteligencia del espectador, un personaje masculino le dice a otro femenino, que parece estar en babia:
"¿Por qué estás tan ensimismada?"
De "ensimismarse" (abstraerse, entregarse alguien a sus propios pensamientos, aislándose del mundo que lo rodea), es adjetivo que se refiere siempre a la tercera persona en singular, ella. De ahí que en el caso que nos ocupa, tendría que decirse, en caso de que existiese tal posibilidad, que no, en segunda persona:
"¿Por qué estás tan entimismada?"
Distinto hubiera sido si el caso se refiriera a alguien de quienes hablan los interlocutores o pensara el emisor:
"¿Por qué estará ella tan ensimismada?"
En un telediario, comentando el periodista enviado al lugar de la noticia la cantidad de lluvia caída allí, expresa lo siguiente:
"Como ven, la lluvia ha dejado muchísimo agua".
Es tan repetido este error de concordancia, que ha creado una costra difícil de limpiar. Probemos una vez más de explicar el caso.
Agua es un sustantivo femenino que comienza por a tónica, como alma, arma, águila, ascua, asa y un largo etcétera, que, por razones históricas y etimológicas el artículo que se le antepone es el antiguo "ela", que con el tiempo pasó a ser el artículo masculino el: el agua, el alma, el arma, el águila, el ascua, el asa, etcétera. También es correcto el uso del artículo un y los determinantes indefinidos algún, ningún. Un arma, un alma, un asa, algún águila... Pero sólo esos. Nunca otro determinante, que debe adoptar la forma femenina acabada en a: poca agua, poquísima agua, mucha agua, muchisima agua...
Así que el periodista de marras debió decir:
"Como ven, la lluvia ha dejado muchísima agua."
Y para terminar , incluimos una patada al diccionario debida tal vez al contagio de vocablos muy parecidos entre sí, pero que el empleo de uno en lugar del otro causa un resultado si no irrisorio, sí chocante.
En otro de estos telediarios, como la lluvia sigue haciendo estragos por doquier, la periodista de turno no dudó ni un momento en decir:
"En Valencia ha caído una trompa de agua."
Evidentemente, lo que quiso decir en vez de trompa fue tromba, tromba de agua, que significa o "columna de agua que se levanta en el mar por efecto de un torbellino" (en el caso que nos ocupa está fuera de lugar) o "gran cantidad de lluvia caída en poco tiempo", que es la acepción propia del caso que nos ocupa.
Atención, pues, a lo que vamos a decir, no sea que en vez de causar el efecto que buscamos, aumentemos el saco de los chistes, y hoy por hoy no estamos para eso.

lunes, 21 de noviembre de 2011

De vista, de oídas, de leídas


Un domingo en Barcelona
Justo el domingo de las elecciones generales decidimos bajar a Barcelona para visitar la exposición de impresionistas en Caixa Forum, para por la tarde, de regreso a casa, cumplir con nuestro derecho de ciudadanos de votar a la formación política que juzgáramos la menos mala para sacar a nuestro país del atolladero en que la han metido sus propias veleidades y gestiones y las especulaciones financieras del mundo y especialmente las europeas.
Pero aprovechamos bien el tiempo y la circunstancia para ver y revivir otras cosas. Nada más salir al exterior de la Plaza Cataluña, tras nuestro viaje en tren, pudimos ver las inquietudes de la gente que ve el mundo de otra manera en el campamento variopinto de la Plaza, pancartas, tiendas de campaña, curiosos que miran a los del 15M como personajes de un espectáculo que no acaba nunca y otros que los apoyan incondicionalmente.
Por la Ronda Universidad adelante legamos ante el edificio que me trae buenos y malos recuerdos, el de la Universidad, donde estudié con Beca los dos Cursos Comunes y el resto mientras trabajaba como enseñante en el Colegio privado de mis primeras alegrías y mis posteriores angustias. Las dos torres gemelas, el reloj, el patio de Letras con sus columnas y sus conversaciones congeladas en el tiempo, el SEU y las movilizaciones estudiantiles. El tiempo es un mar ilimitado que repite sus oleajes intermitentemente.
Luego es la Ronda de San Antonio la que nos lleva hasta el Mercado de San Antonio, hoy en obras que han sacado de su sitio habitual los puestos de libros viejos hasta la calle Urgel, en un recinto cubierto nada romántico, pero que sirve para que la gente de todo tipo rebusque entre el inmenso arsenal de cultura desparramado en los tenderetes su libro, su película, su cómic, su revista... ¡Cuántas mañanas dominicales habré pasado ahí, entre libros y ríos de gente! Siempre que mis manos se sumergen en ese mar de lectura vienen a mi cabeza mil rostros y otras tantas conversaciones de gente que ha venido a mi vida y se ha ido de ella. No puedo olvidar la magia de este sitio que ha nutrido mis modestos conocimientos y mi gusto por la literatura. Más de la mitad de mi biblioteca se lo debo al Mercadillo de libros de San Antonio.
Entre el Mercado de San Antonio y Caixa Forum, destino principal de nuestra visita a Barcelona, encontramos, en lo que fue mi primer barrio en Barcelona al llegar de mi ciudad natal, la antigua plaza de toros Las Arenas convertida hoy en un centro comercial, cultural, ocioso y culinario, de hierro y de cristal, moderno e impresionante motivo turístico donde los haya, con un mirador insuperable en su cúpula, desde cuyo contorno circular, se ve la Barcelona de Montjuic, la del ensanche, la del Puerto, la Barcelona intemporal que llevo en el alma, junto a mi querida ciudad natal. Juego de ascensores, escaleras mecánicas, rincones para tomar un café tranquilos que le hacen al visitante señor de su nido moderno y ordenado.
Y Caixa Forum. El edificio modernista de Puig i Cadafalch, verdadera joya de la arquitectura industrial, como reza en el folleto publicitario de la antigua fábrica, alberga, además de los Ballets rusos de Diaghilev (1909-1929), "cuando el arte baila con la música",
una bellísima colección de cuadros impresionistas franceses pertenecientes al patrimonio colectivo de Sterling Clark, que en 1955 creó su propio museo en Williamstown (Massachusetts). Valió la pena hacer cola durante media hora. El recorrido está lleno de bellísimas sospresas. Desde Camille Corot a Renoir, pasando por Sisley, Monet, Toulouse-Lautrec, Bonnard, Gauguin, Degas y un largo etcétera, el visitante afortunado puede admirar paisajes, bodegones, figuras... La sensación, las figuras femeninas de Renoir, llenas de sensualidad y colores calientes y atrevidos. Marie-Thérèse Durand-Ruel cosiendo y rodeada de una exuberancia vegetal sigue latiendo con sus colores vivos y temblorosos en mi retina.
El resto del día se fue en recordar lo vivido. Regresé a la dura realidad en el colegio electoral donde deposité mi voto a media tarde.