domingo, 31 de mayo de 2015

TROZOS DE UN ESPEJO VI





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14.

Recuerdo que cuando derribaron la masía anexa al Colegio, don Ezequiel,  director entonces del Colegio Privado, profirió una frase que me hizo pensar: “Cuando algo que ha cobijado vida cae por voluntad del hombre, una casa, una fábrica, una oficina, o como ahora esta masía, de algún modo el hombre mismo está llamando a la mala suerte, y no sólo para él, sino también para quienes viven en torno suyo." Cuando lo oí, al principio me pareció algo raro que un cura tan honesto y de vida claramente religiosa hablara así del destino humano. Pero cuando un año más tarde también se derribó el Platillo Volante...”
Sí, he dicho “Platillo Volante”, y no es que allí en el Colegio Privado hubiese un OVNI, que, hablando en plata, cualquier cosa podía pasar en aquel lugar, sino que llamábamos “Platillo Volante” a una construcción circular, de material ligero, con visera y patas de madera que estaba posada en el césped que se extendía entre el Pabellón Central y el Pabellón del Delfín y que sirvió al principio de punto de encuentro para los alpinistas y montañeros “religiosos”, y luego se habilitó para convertirla en taller de aeromodelismo. Hasta que se preparó un ala del Pabellón del Delfín para ese cometido. Cuando también desmantelaron el Platillo Volante, creo, si no recuerdo mal, que fue uno de los nuestros, Gimeno o Llerín, quien dijo al ver la huella redonda, la calva enorme que había dejado la construcción sobre el césped de los rosales: “Esto de deshacerse sistemáticamente de las cosas que nos han rodeado durante mucho tiempo, me da mala espina; es como si quisieran los de arriba, los que nos mandan, darnos un aviso de lo que puede pasarnos a todos nosotros en el futuro”. Y a partir de entonces empezaron a pasar las cosas. Sé que puede ser simplemente una coincidencia. Pero una coincidencia que hace pensar. Primero ocurrió la muerte atroz en accidente de coche de Pidal. Y al poco tiempo empezó a darse una cadena interminable de muertes y desgracias de todo tipo, casi todas ocurridas a gente como nosotros, a excepción de la triste muerte del pobre Juanmari. Cadena que no ha parado hasta hoy. Y estoy dejando a un lado el rosario de traumáticos despidos de Villalba, Gimeno, Llerón o el mío, entre tantos otros. Porque, dicho sea de paso, al menos seguimos vivos para contarlo y, gracias a Dios, estamos todos en una situación económica y, sobre todo, humana mejor que cuando estábamos allí dentro Aunque nos siguen doliendo las muertes de Paco Gurrea, José Antonio Espejo, Doménech o Bahamonde.


15.

“De pronto aquel secreto dormido, aquel hermoso destello que de entonces me venía y no estaba seguro de qué era, se me ha ofrecido limpia, honradamente, como la hogaza que se ha extraído recientemente del horno. Y en verdad ya no existen la casa, ni los padres, ni las tapias difíciles, ni los nidos de magia, ni los arcos con sus flechas, ni los baños a pelo en el río, ni las piernas infatigables para hacer girar veloces las ruedas de los días. Sólo cálida noria de anhelo por volver a aquel refugio que ya únicamente respira en la nostalgia. Sólo piedra inmortal de la memoria que revive y alumbra la sombra del pasado. ¡Y qué pena que todo eso no nos sirva ya para subir las cuestas del presente! ¡Qué pena que retornar al mundo de la infancia y adolescencia sea ahora como matarse de un tiro o morir más aprisa! ¡Qué pena que solamente nos sirva lo que los ojos ven, lo que palpita vivo entre las manos! De cuanto ayer bajó por mi corriente y podía coger entre mis dedos hoy sólo queda un eco en las orillas.” Esto escribí hace poco pensando en aquel otro fragmento que presenté como muestra de mi modesta afición a la poesía, y que tenía que ver con la infancia, ese paréntesis en que nada parece suceder y que, en cambio, nos teje dentro del alma todo lo importante que seremos después. "Un eco en las orillas". Como estos ecos que resuenan dentro de mí referidos a las voces del Colegio Privado. A veces me parece ver salir de entre las sombras del tiempo a los amigos de siempre y a los que no lo eran tanto, aquellos que conmigo, codo a codo, levantaron la vida humana y escolar del Colegio dejándose más de media vida en el empeño, y aquellos otros a los que, por todos los medios, poniéndonos zancadillas profesionales y humanas, nos nublaron el cielo de todos nuestros sueños y esperanzas hasta acabar arrojando sobre nosotros la tormenta del despido y la rotura emocional y existencial. Recuerdo que pasadas unas semanas, unos meses tal vez, sin pertenecer ya al mundo agobiante del Colegio, me encontré en un paseo de Sabadell a un antiguo compañero y caí, tonto de mí, en la tentación de preguntarle cómo seguía la vida allí. El profesor me contestó mirándome a los ojos fijamente, como buscando en ellos comprensión para sus palabras: “¿Quieres que te diga la verdad? Pues allí se vive en medio de un silencio sepulcral. A nadie se le ocurre levantar una voz más que otra ni siquiera a la hora del comedor. Silencio. Silencio. Vivimos atemorizados. Ellos no, claro, porque siempre tienen trabajo, si no es allí será en otro colegio suyo, de los muchos que, como sabes, tienen por todas partes.”Durante el funeral de Ferrer tuve que compartir los bancos de la capilla con algunos de ellos. Allí estaban Molino y Canal, el donuts con el agujero en el cerebro y en el pecho, y al darles forzadamente la mano no pude por menos de pensar que, si estábamos asistiendo entonces a una misa en sufragio del alma de nuestro compañero, en parte se debía a la forma como lo habían tratado en el Colegio durante los últimos tiempos de su labor docente. Porque hay que ver la cantidad de putadas que le llegaron a hacer para provocar su renuncia, como habían hecho un año antes con Llerón, al que enclaustraron en la Biblioteca como si fuera un apestado. Sin embargo esa vez los “religiosos” dieron con un hueso duro de roer, y Llerón aguantó con un par el horrible asedio.


16.

Ferrer era un estupendo granadino que tenía una habilidad especial para tratar con los chicos y sonsacarles, como si fuera un detective escolar consumado, los trapicheos que se traían entre manos. Además mostraba con todos una simpatía poco habitual, simpatía que, unida a una inteligencia extraordinaria, le convertía en una persona muy grata con la que daba gusto estar. Se había licenciado en Historia Contemporánea por la Universidad de Barcelona, ciudad a la que vino a vivir siendo todavía muy joven.
A la hora de comer solíamos ocupar la misma mesa y convertía aquel rato de asueto en una charla amena y divertida. A veces nos aventurábamos en conversaciones algo elevadas sobre las relaciones que existen entre el Arte y la Literatura, y entonces intervenía Llerón para bajar el nivel de la conversación a la altura normal y corriente de las  cosas de la  vida con alguno de sus chistes, aunque, eso sí, mirando de soslayo a derecha e izquierda por si algún “religioso” andaba en las inmediaciones. Lo malo era (y ocurría en muchísimas ocasiones pues el asiento de las mesas no estaba reservado ni la naturaleza de los comensales tampoco, como es lógico) que a la mesa acababan siempre llegando algún “religioso” y de ese modo la charla se veía obligada a navegar entre los inoportunos escollos y con las consabidas frases crípticas con que algunos de los más cercanos solíamos intercambiarnos ciertas informaciones.
Hubo otra actividad que nos unió más a Ferrer y a mí. Resulta que mostraba por la fotografía una afición entre científicamente seria y artísticamente lúdica. Conocida esta afición suya, le propuse un día realizar juntos una actividad híbrida, algo así como un reportaje literario. Él se cuidaría de la ilustración y yo del texto. El trabajo tenía como tema central la presencia de Bécquer en Cataluña. Y de común acuerdo nos pusimos manos a la obra un fin de semana de diciembre, poco antes de las vacaciones de Navidad. Y durante el descanso vacacional le dimos un buen empujón al trabajo. Conservo con cariño todavía algunas hojas de la común tarea. Pero al volver en enero a las tareas laborales tuvimos que aplazarla (de hecho nunca más la proseguimos, y eso es algo que lamento de verdad) porque los “religiosos”, conocedores de nuestras habilidades extraprofesionales, nos propusieron un pequeño trabajito para conmemorar los veinticinco años del Colegio, que por entonces se iban a cumplir. Se trataba de un librito de unas veinte hojas titulado Rincones perennes que se regalaría a padres y alumnos para honrar tan feliz acontecimiento. Ferrer fotografiaría lugares, rincones, objetos, árboles, escenas y sitios típicos del Colegio, y yo escribiría pequeños textos líricos, en verso o en prosa, relacionados con las fotografías. Encantados con la idea, ya veíamos el librito terminado. La presentación del material contendría páginas contiguas: la fotografía en la izquierda, y el texto poético en la derecha, y abarcando la cabecera de ambas páginas el título del rincón elegido. En los ratos libres que nos permitía el horario escolar trabajábamos unas veces juntos para elegir el rincón y otras por separado para que él pudiera fotografiar el motivo y prepararlo adecuadamente en su casa y yo para encontrar las palabras adecuadas para no desmerecer el arte de su trabajo. Y así estuvimos hasta la Semana Santa, que ese año caía en los últimos días de marzo. Y al volver de vacaciones, seguimos trabajando en lo que nos pareció una obra que, además de ser divertida, nos estaba reportando paz al espíritu y cosquilleos al corazón. Ilusionados y contentos con el trabajo realizado hasta ese momento, se lo mostramos a la Junta de Gobierno para ver si seguíamos adelante con el proyecto o no.Esperamos en vano una contestación en los días siguientes. Y al cabo de dos semanas, a punto de celebrarse el Aniversario de los 25 años del Colegio Privado, Deus, a la sazón director, nos llamó a su despacho. Al ver su rostro circunspecto, el asunto me olió a chamusquina. En efecto, aquel trabajo que habíamos realizado con tanta atención y cariño, quedó en aguas de borrajas. La explicación que se nos proporcionó al respecto no dejaba lugar a dudas y que  ponía de manifiesto una vez más la cicatería de quienes regentaban aquella empresa de locos. El director nos dijo: “La Junta de Gobierno en pleno y yo en particular lamentamos deciros que vuestro brillante trabajo no va a poder ver la luz, por lo menos como habíamos pensado para celebrar el veinticinco aniversario de nuestro colegio. Hemos pensado que resultaría un gasto imposible de asumir en estos momentos. Preferimos editar unas postales de Cabañas con algún cuadro suyo que recoja una estampa del Colegio y celebrar un acto académico presidido por la mujer del presidente de la Generalidad de Cataluña. De todos modos, os trasmito el agradecimiento de la Junta por la atención que habéis tenido con el Colegio.”
"Lo que más me molesta, le dijo Ferrer sin perder los nervios, no es el tiempo que he perdido buscando en los archivos ni fotografiando rincones en la riera o en otra parte del Colegio, ni siquiera lo que le he robado al sueño para idear cómo quedaría mejor la fotografía del motivo elegido, sino la libertad y desfachatez con que tratáis cualquier trabajo que hacemos cualquiera de nosotros. Si algún día fuerais capaces de entender lo mal que os portáis con la gente que trabaja para vosotros, me daría por satisfecho. Pero creo que el corazón lo tenéis en las estampas, no en el pecho."
La última frase me pareció cojonuda pero también comprometida. Me quedé tranquilo pensando que tampoco Deus la había comprendido. Yo me quedé sin palabras, aunque sabía que algo muy grande me hervía por dentro. Al día siguiente, más sereno, le dije al director: “El único consuelo que me queda, y espero que a Ferrer también, es que ojalá encontremos una editorial que nos publique el trabajo y nos compense del tiempo perdido. “
La réplica del director no se hizo esperar: “En ese caso, y quiera Dios que lo logréis, tendríais que incluir en el apartado de “Agradecimientos” algo así como "Los autores muestran su reconocimiento a los rectores del Colegio por haberles brindado generosamente sus instalaciones y sus archivos fotográficos.”
Mayor desfachatez imposible. De cualquier modo, a partir de aquel día, Ferrer ya no volvió a ser el mismo. Su cara redonda y sonrosada de niño, enmarcada en aquellos cabellos rubios que le disimulaban la edad, rejuveneciéndosela en muchos años, mudaba de pronto y se ponía seria  cuando veía a menos de dos pasos algún “religioso”. Y si era Deus, no podía evitar temblar de ira. Y no precisamente de santa ira, como decían ellos para suavizar la desvergüenza de su inveterada hipocresía.

lunes, 25 de mayo de 2015

DE CRUCERO POR EL MEDITERRÁNEO




La semana pasada se nos ha ido en pura fantasía (no en balde se llamaba Fantasía el barco donde hemos efectuado el recorrido mediterráneo que iniciamos el pasado 15 de mayo. La vida a bordo ha sido la experiencia más inolvidable intensamente vivida en mucho tiempo. Aún no nos creemos que hayamos estado a solas con el mar durante ocho días, viéndolo cambiar de color y oyendo su incesante respiración desde el balcón de nuestro camarote. Los diversos salones del puente número 7, cada uno con su música, su colorido, su romanticismo, su decoración, su nombre sugerente (El Transatlántico, La Cantina Toscana, El Capuchino, Manhattan…), el buffet del 14 y el restaurante del 6, los desayunos en la popa viendo la gigantesca estela del Fantasía, las cenas en buena compañía  (3 parejas españolas más, cada cual más simpática y auténtica), con las consiguientes tertulias amarrados a un whisky con hielo o a un Captain Sparrow hasta las tantas de la noche, las clases de baile (el vals inglés, el tango…) en Aqua Park, en la parte más alta del barco a la vista del inmensurable mar a través de los circulares ventanales de la sala, o en L’Insolito Lounge en el puente 7. Y si hablamos de las escalas en tierra, no puedo dejar de recordar con verdadera emoción (ahora también nostalgia) la visita de Marsella, con la iglesia de Nuestra Señora de la Guardia en la colina más alta mirando al Puerto Viejo, la torre de Renato I de Nápoles del siglo XV en el Fuerte de San Juan o la Basílica Catedral de Santa María la Mayor donde pueden admirarse dos soberbias Piedades de blanco mármol; ni tampoco la de Génova, con su hermosísima Plaza de Ferrari (la fuente en el centro con su agua rosa, a un lado la estatua ecuestre del revolucionario Garibaldi delante del Teatro Carlo Felice y a otro la Sede del Gobierno, o la encantadora catedral de San Lorenzo con la representación del martirio del santo en el tímpano de la puerta de entrada mientras dos majestuosos leones contemplan sin inmutarse desde los extremos de la fachada monumental los ríos de gente que suben a visitar el templo procedente del paseo marítimo; ni mucho menos la visita del tercer día del bullicioso y carismático Nápoles, con su Castillo Nuevo o la bellísima plaza de Dante en un ensanchamiento de la Vía de Toledo, que tanto me recuerda, aunque en miniatura, la plaza de San Pedro en Roma; o la visita de Mesina, en la que destaca el Campanile de la Catedral con figuras doradas que se mueven cuando dan las horas ante cuya vista no puedo dejar de pensar en la Torre del Reloj del Ayuntamiento de Praga; o en el colmo de las sorpresas y emociones arquitectónicas, la visión de La Valeta, calles empinadas con esquinas llenas de estatuas que llevan entre apariciones majestuosas de plazas ajardinadas y soportales barrocos hasta la Plaza del Palacio de las Armas, donde los surtidores del suelo juegan con los niños o hasta el palacio blanco donde el poeta inglés Coleridge trabajó desde 1804 a 1805…
Una vez aquí, en la rutina nuevamente, mi corazón sigue latiendo un poco en el recuerdo de estos días pasados en el Fantasía, con la presencia constante del inmenso y solitario mar y las visitas a tierra como breves paréntesis de arte y belleza.


viernes, 15 de mayo de 2015

TROZOS DE UN ESPEJO V




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11.

Sustituyó al señor Ángel un hombre con cara de ratón llamado Hoyos, que era “religioso” y había venido de otro colegio de Barcelona. El hombre siempre se mostraba taciturno, serio y con la cara larga. Seguramente por ello algunos alumnos lo llamaban “Tristón”. Aún seguía en el Colegio cuando Llerón y yo salimos de él. Medio en broma medio en serio y a petición de algunos compañeros llegué a escribir una especie de canción burlesca dedicada a tan singular personaje:
“Siempre estás triste, Tristón,
 en tus Hoyos de tristeza
 metido hasta la cabeza
 y dolido el corazón.
 Esa cara has de encender
 con buenos tragos de vino
 y alegrar  tu gris camino
 con la miel de una mujer.”


12.

Desde el Pabellón de los Pinos al de los Hexágonos se bajaba por un sendero de losas que orillaba la riera por un lado y por otro el césped con forma de triángulo cuyos bordes estaban adornados con azulejos que Cabañas, el profesor de Arte, había previamente elaborado con un grupo de alumnos que destacaban en artes plásticas. El nombre del pabellón le venía por la forma que tenía. Las aulas se disponían alrededor de una base hexagonal y en el centro se elevaba una cúpula en punta acristalada por donde entraba tamizada la luz tranquila y limpia del Vallés. Allí estudiaban los niños que cursaban Preelemental y Elemental (luego Primaria). Aunque también se experimentaron sistemas de enseñanza foráneos como el EDI, que en términos jocosos los profesores de las secciones superiores traducíamos como “El Didacta Idiota”. En pocas palabras, se trataba de un sistema especial de enseñanza en el que los alumnos escogían en unos sobres preparados para la ocasión las actividades que debían realizar. El que salía perdiendo, efectivamente (en todos los sistemas educativos ocurre igual, pero en ese más) era el profesor, que se pasaba todo el día (y en su casa parte de la noche) corrigiendo trabajos, ejercicios y actividades de los chicos, de modo que el tiempo de preparación de clases era prácticamente nulo. Y si al menos hubiera servido de algo. No fue más que una experimentación basada en un sistema ensayado en otras latitudes con resultado negativo. Lo único que había de cierto era que, además de lo apuntado acerca del trabajo docente, los alumnos poco o nada trabajadores realizaban las actividades más fáciles y un número reducido de ellas. Allí reinaba la “santa” voluntad de los chicos. Y a eso se le llamaba libertad responsable.
El conserje del Pabellón era el señor Mulero, un exguardia civil, alto y ancho como un baobab, que se movía con la “ligereza” y “elegancia” de un oso. Todos los chicos, a pesar de la forma brusca que tenía el conserje de dirigirles la palabra, lo querían y respetaban. Lo que más le fastidiaba de su trabajo al conserje era tener que subir al Pabellón Central cada dos por tres a buscar tinta para la ciclostiladora o paquetes de folios para los exámenes y demás trabajos de los profesores. Y cuando no era eso era otra cosa, como acompañar a los niños pequeños a la enfermería o al aparcamiento donde alguna madre acababa de llegar con su imponente utilitario para llevarse a su hijo a casa.El señor Mulero tenía un gracejo tan especial para decir las cosas que sus frases pasaron al acervo anecdótico del Colegio. Si por ejemplo veía a algún alumno con la americana mal puesta, le decía con voz cuartelera: “¡ Niño, abróchate la guerrera!” Y en cuanto al césped que rodeaba al pabellón, se refería a él en cuanto descubría la velocidad con que había crecido la hierba con esta frase: “¡ Cómo crece el hijoputa del césped!  ¡Si al menos fuera trigo!” El señor Mulero tenía sus más y sus menos con algunos profesores de la Sección, entre ellos un numerario llamado Masiá, que no hacía otra cosa que invitarle a retiros y convivencias espirituales, hasta que un día, harto ya del recalcitrante asedio, le dijo al acosador: “Dios ya sabe cómo soy yo. No necesita verme en otro sitio que no sea el mío”. Eso debió de molestarle al tal Masiá porque, malinterpretando las palabras del conserje, le faltó tiempo para ir con el cuento a los jerifaltes del Colegio, que enseguida debieron de pensar que la vida espiritual del señor Mulero dejaba mucho que desear. Y cuando al cabo de un tiempo Masiá ocupó un cargo importante dentro del Pabellón de los Hexágonos, empezó a cargar al conserje con más trabajo del que realmente le correspondía por su rango. Y así, le mandaba  recoger el aula de dibujo y la de actividades manuales, que quedaban hechas un estercolero cuando los chicos las abandonaban, y sobre todo, y eso era la gota de agua que acabó colmando el vaso de la paciencia del conserje, limpiar el pequeño zoológico en que se había convertido un ángulo inservible del Pabellón entre dos módulos de clases. Pues bien, como esta última tarea desesperaba y sacaba de quicio al señor Mulero, decidió vengarse de Masiá. Y un día la serpiente, una culebra vieja que se pasaba el día durmiendo en el terrario y por la cual sentía verdadera aversión el conserje, apareció muerta junto al tronco seco de chopo en el que solía enroscarse. Menos mal que se achacó el suceso a que por entonces había habido una ola de calor y se pensó que había afectado al ofidio. El señor Mulero respiró aliviado. Cada vez que le contaba el caso a su colega Guerrero, conserje del Pabellón del Almendro, ambos reían a mandíbula batiente.


13.

El Pabellón del Almendro fue el edificio que se construyó en tercer lugar, cuando los dos anteriores se quedaron pequeños para poder albergar el incremento del alumnado en los años más prósperos del Colegio. El Pabellón se levantó en la zona más elevada de los terrenos que poseían los de la Obra, junto a la masía de Can Jover, masía que también con el tiempo desaparecería para ceder su sitio al último pabellón que yo conocí y al que bauticé el año de su inauguración premonitoriamente como el Panteón. El Pabellón del Almendro también se llamó del Delfín por el mosaico que en el vestíbulo colocó el Departamento de Arte y que representaba un gran delfín plateado sobre fondo azul marino. Los profesores del Pabellón del Delfín, cuando medían sus fuerzas deportivas contra los profesores del Pabellón de los Pinos, conocido más popularmente como el de la Mariposa, solían llamarlos medio en broma medio en serio “ingrávidos”, “melifluos”, “volátiles”, “inconsistentes” y otros adjetivos de parecida significación. Mientras que los profesores del Pabellón de la Mariposa llamaban a sus adversarios del Pabellón del Delfín “húmedos”, “mojados”, “acuáticos” y cosas peores como “ahogados” y “merluzas” y hasta les dedicaban epítetos épicos tan chocantes, pero por otra parte tan lógicos como: “Oh, vosotros, los que andáis escocidos como si llevarais los huevos pasados por agua.” A lo que respondían los del Pabellón del Delfín, capitaneados por Llerón: “¡Ay de vosotros, los que os movéis por el aire como si se hubieran convertido vuestras pelotas en nubes vaporosas y viajeras!” El 27 de abril de todos los años, festividad de la Virgen de Montserrat, el Colegio en pleno, alumnos, profesores y personal no docente, solía reunirse en la explanada que había delante del Pabellón del Almendro o del Delfín y, de cara a la mole sagrada de Montserrat, y aunque granizara o cayeran chuzos de punta, cantábamos a la Señora del Cielo (la Moreneta para los catalanes) el famoso virolai, ensayado varias veces para tal ocasión: 
“Rosa d’abril,  morena de la serra,
de Montserrat l’estel, 
 il.lumineu la catalana terra,
 guieu-nos cap el cel,
 guieu-nos cap el cel...”
En el Pabellón del Defín se hallaba la recién construida Aula de Audiovisuales, el Departamento de Deportes y el de Inglés, además de las diversas aulas de alumnos y despachos de los profesores. Dos secciones convivían en el Pabellón, el BUP y el COU, dirigidos ambos por sendos miembros de la Obra: el primero por Carrera, que haciendo honor a su apellido, era una persona inquieta y nerviosa que transmitía a los profesores y a los alumnos su inquietud y nerviosismo; y el COU, por uno de los más veteranos del Colegio, casi un dios entre los “religiosos”, un numerario llamado Molino, que molía realmente el trigo que se cosechaba allí. El Pabellón del Delfín se transformaba al llegar la tarde en una nueva Sección, la de la SET, adonde acudían alumnos mayores que nada tenían que ver con los de la mañana. De extracción social más modesta, eran hijos de trabajadores que poseían suficientes medios económicos como para llevarlos a un colegio como el nuestro, que durante los primeros años de funcionamiento fue poseedor de un merecido prestigio educativo, para recibir una buena instrucción. Eran alumnos procedentes de las más diversas escuelas del Vallés y, por consiguiente, poseedores de una formación variopinta, y desde luego sin las miras religiosas de los alumnos de la mañana, cuya mayor parte pertenecían a familias religiosas, acaudaladas y conservadoras. Yo fui desde los últimos años setenta hasta casi el final de mi trabajo en el Colegio también profesor de la SET. Los gastos de la casa, la educación de mis hijos y los costos de la adquisición de la segunda vivienda cerca de Montserrat, una modesta casita de una planta y un pequeño jardín, me exigían ese sobreesfuerzo laboral. En el Pabellón del Delfín pasamos momentos muy felices Llerón, Juanmari y yo. Aunque allí tuvimos que vivir otros tiempos no tan dichosos rodeados por todas partes de “santos” aquí en la tierra, “santos” como el citado Molino, el cual se creía a pies juntillas que mantenía línea directa con Dios.


martes, 12 de mayo de 2015

TROZOS DE UN ESPEJO IV



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8.

El Pabellón Central fue testigo de multitud de batallas, la mayoría de las cuales estaban relacionadas con el enemigo común de la religión, mal casada con la economía y otros pecados capitales. Batallas cuya victoria se ponía evidentemente del lado del Colegio y cuyas derrotas del lado del personal docente y no docente. Lo digo así y parece una ironía del destino porque en dicho Pabellón se encontraban precisamente dos de las dependencias más importantes, serias y morales de un colegio. En primer lugar,  la Biblioteca, que a todas luces debe ser siempre sede del conocimiento, de la reflexión y de las buenas maneras, y sobre todo, alma y vida de la libertad, respeto a los demás, paz y belleza. Sin contar con el hecho sublime y casi divino de que entre sus cuatro paredes tuvo lugar la única tertulia que la Máxima Autoridad Religiosa llevó a cabo en la zona. Y en segundo lugar, el Oratorio, recinto sagrado para justificar, encontrar y confirmar la caridad y el amor a los semejantes, morada eterna de quien dio su vida por nuestros pecados y de la Virgen María, madre suya y madre nuestra e infalible intercesora de nosotros pecadores, amén.
En la otra ala del Pabellón Central se hallaba la Secretaría y al mando de ella estuvo siempre hasta el año del naufragio humano o estampida, como también la calificó Llerón, un hombre bueno llamado Nicanor Molino, cuyo carácter apacible se fue torciendo con el paso del tiempo, sometido como estaba a presiones que tenían que ver con los “religiosos”. Entre otros cometidos, Nicanor se ocupaba del material escolar y de las matrículas de los alumnos, y como los recursos económicos, según los “religiosos”, habían ido disminuyendo, cada principio de curso se le hacía más difícil entenderse con los profesores, que, unos por hacerle bromas y otros porque necesitaban material fungible, aparecían a todas horas por la oficina a pedirle lápices, rotuladores, borradores de pizarra, tiza, folios, gomas de borrar, sacapuntas... Era lógico que Nicanor contestara de la manera más intempestiva después de que hubieran pasado por allí más de una docena de bocas pidiendo de todo.
Un día de esos entró en la Secretaría Martín para simplemente saludarle y a desearle buenos días. Pero cuando iba a abrir la boca para decirle “Buenos días”, Nicanor le interrumpió para contestarle: “No hay nada de eso.”
Nicanor, por su comportamiento, sus silencios prolongados y aquel aire de misterio que se daba cuando salía a relucir el tema de los retiros, hizo pensar a más de uno que podía ser un “religioso”. Lo que sí estaba a las claras era que siempre se le veía en sus reuniones y acudía con frecuencia a los retiros que se convocaban en el Colegio y en otros lugares de Barcelona y provincia. Además existía el hecho evidente de que al jardinero Barrios le hablaba a menudo de los retiros espirituales y le invitaba a asistir a ellos asegurándole que si lo hacía sería bien visto en el Colegio y tendría segurado su puesto de trabajo. A juicio del jardinero, si aquello no era apostolado poco le faltaba. Pero Barrios le daba largas con una frase que no dejaba lugar a dudas: “De momento prefiero retirarme los fines de semana a la casa que me estoy levantando en Piera. Cuando termine ya veremos.”




9.

La Secretaría dependía de la Gerencia, despacho que estuvo regentado durante mucho tiempo por el supernumerario Romero, un ser voluminoso que tenía una mirada fría y astuta, como de zorro perseguido, y un hablar lento y dominante. Era el dios del dinero y por él pasaban los negocios del Colegio. Refiriéndose a él, Llerón decía a menudo: Pecunia et fides montes movent.
Cuando Romero se cruzaba con algún profesor en los pasillos o en el comedor, siempre le preguntaba: “¿Qué tal andas de salud?” Y luego añadía entrecerrando sus ojillos de zorro mientras palmeaba la espalda del interpelado: “Hay que estar sano para cumplir con esta profesión como merece.” Claro que eso lo decía una persona que no había pisado un aula en su vida.


10.

En el Pabellón de los Pinos, llamado también de la Mariposa por el mosaico que el Departamento de Arte había construido en el exterior, estaban además de las aulas de EGB (antes Preparatorio e Ingreso) y los despachos de los profesores, el Departamento de Arte, el primer salón de Audiovisuales, el Laboratorio de Ciencias, las cocinas, y los dos comedores de los alumnos y el de los profesores. Fue su conserje principal durante muchos años el señor Ángel, murciano de toda la vida y seguidor incondicional del Barça. En su vida privada, relegada exclusivamente a los fines de semana y a los periodos vacacionales, era un gran aficionado al mundo de las palomas. Conocía por el ruido del vuelo si la paloma en cuestión era una tórtola, una torcaz o una paloma común. En su casa de L'Hospitalet de Llobregat, en la azotea, había construido un palomar con forma de pagoda china y allí criaba decenas de palomas. Y los domingos acudía al Club Columbario con sus pichones para cruzarlos con otras palomas o para participar en concursos de vuelos, que casi siempre ganaba. De ese modo obtenía un dinerito extra para los gastos de la casa, respecto a lo cual siempre añadía:  “Gastos que nunca se cansan de darnos problemas”.
El señor Ángel conocía un secreto que dejó de serlo cuando se le ocurrió revelárselo a Sotero, el de mantenimiento, creyendo que éste era persona de fiar y no lo era porque todo el mundo supo después que se hizo “religioso”. El secreto del señor Ángel nació un día en que dormitaba en un cuarto que se usaba para las visitas de padres. De repente, a  él llegó en retazos una conversación procedente del despacho adjunto al del Jefe de Sección, que entonces era Araújo, una persona competente en materias educativas aunque un tanto fiscalizador de las idas y venidas de los profesores, pues era de dominio común que acostumbraba a espiar a algunos docentes mientras daban sus clases. El caso es que el señor Ángel reconoció enseguida aquellas voces. Una pertenecía al propio Jefe de Sección, que decía a todo “sí”, “de acuerdo”, “claro”, “por supuesto” y cosas por el estilo para que la voz del otro acabara de decir lo que tenía que decir. Resulta que la otra voz era la de Deus, que se acababa de estrenar como director. En aquel momento éste le decía: “Es sabido que hay algunos profesores que tienen un sueldo muy elevado y un colchón excesivo. Con el tiempo estos sueldos tan voluminosos convertirán en insostenible la buena marcha económica del Colegio. Algún día, ya sea yo o el director que me suceda, tendrá que tomar una decisión”. Su conclusión era que había que propiciar la salida del centro de algunos de esos profesores que tenían un sueldo que duplicaba y en algunos casos triplicaba el sueldo normal. A continuación citó nombres. Esos nombres los llevó mucho tiempo el señor Ángel en su cabeza. Pero de allí no salieron nunca. Jamás dijo a nadie ninguno de esos nombres. Como persona juiciosa que era, siempre creyó que era muy traumático darlos a conocer. Porque ¿y si luego no salía adelante el plan que proponía Deus? No había por qué alarmar a una serie de personas que llevaban allí más de media vida. Jamás dijo nada a nadie sobre aquellos nombres, salvo a Sotero, que durante un tiempo le debió de sorber la voluntad con promesas falsas.
El caso es que Sotero se fue de la lengua y desde entonces al señor Ángel lo trataron de otro modo. Él lo notó. Y un día fue a la Gerencia para hablar con Romero de una diferencia sustancial de dinero que había descubierto en su nómina. Resulta que se le había añadido una cantidad en conceptos de incentivos y quería saber si era un error u otra cosa. Romero se echó hacia atrás en su sillón, entrecerró sus ojillos de zorro y desde esa postura de dominio le soltó lentamente estas palabras: “No es un error. Ese dinero que aparece en tu nómina de más es para que sigas siendo bueno.” El conserje salió meditabundo del despacho de Romero diciéndose a sí mismo: “¿Para que siga siendo bueno o para que no hable con nadie de lo que oí?”
Luego se produjo el cambio de Jefe de Sección porque Araújo se iba a Madrid, de donde era originario, a ocupar un cargo político relacionado con el Ministerio de Educación y Ciencia. El nuevo Jefe de Sección, Justo Aval, hacía honor a su nombre y apellido trabajando con esmero y rigor en el puesto que ocupaba. Trataba humanamente a las personas que trabajaban para él y fueron memorables las charlas que dirigía a los alumnos en la sala de audiovisuales. Les hablaba de usted y les pedía por favor que se hicieran más amigos de los libros porque en ellos estaba el camino del mañana. Casi siempre terminaba igual sus intervenciones. “Y cuando un día estén todos ustedes fuera de estas paredes, su forma de actuar hablará de lo que aprendieron aquí y de los profesores que tuvieron. Porque el Colegio impone siempre a su gente la impronta de su buen obrar.”
Con el señor Ángel también tenía detalles muy humanos. Un día que lo sorprendió practicando beatíficamente su acostumbrada siestecita en el cuarto contiguo a su despacho, detuvo amablemente el gesto que el conserje hizo por incorporarse y le dijo: “Tranquilo, siga con su ratito de sosiego. De momento la sección no le necesita.” Ese signo de deferencia siempre se lo agradeció el conserje.
Y de repente un lunes el señor Ángel faltó al Colegio. Había caído enfermo del estómago el fin de semana anterior y nunca más se levantó. Le operaron del hígado y al cabo de unos días murió entre horribles dolores. Un Viernes Santo para más señas. Una gran parte del Colegio, entre alumnos y profesores, acudimos a su entierro. Y cuando al regreso del cementerio un grupo de profesores, entre los que nos hallábamos Llerón y yo, nos vimos a solas con la viuda del conserje para darle de nuevo apoyo en tan  duros momentos, la pobre mujer rompió a llorar. Llerón, para consolarla, le dijo: “No llore más, mujer, que su marido es un santo y está en el mejor de los lugares.”
La viuda, entre sollozos, dijo: “Un santo, sí. Ya dice usté bien. Si hasta ha muerto el pobre mío un Viernes Santo, como Nuestro Señor Jesucristo.”

miércoles, 6 de mayo de 2015

MOMENTO ESPECIAL- ESTOS OCTUBRES



Ayer, martes 5 de mayo di a conocer en Barcelona mi poemario ESTOS OCTUBRES. Hizo los honores de presentarlo, tras los elogios correspondientes del editor Pepe Membribe, el poeta y amigo Ambrosio Gallego, demostrando que había sabido leer el libro perfectamente. El tema familiar, que es su eje trasversal, da lugar a los otros motivos presentes en el libro: el paso del tiempo, los lugares primeros de la ciudad de los cimientos que permanecen en la memoria y la vida vivida en el presente en la ciudad adoptiva, sin olvidar los adioses y las bienvenidas de antiguos y nuevos miembros al racimo familiar. Todo eso lo supo explicar el presentador, además de destacar puntos estructurales y literarios de ESTOS OCTUBRES, como el hecho de que los poemas que lo forman no aparecen en el orden en que fueron escritos en su día para ser leídos en voz alta durante la fiesta familiar al hermano mayor, que es el principal receptor de los mismos, y al resto de la familia, testigo del homenaje, sino agrupados  por temas comunes relacionados principalmente con los ya citados más arriba: el paso del tiempo y su influjo en la familia, la presencia y el recuerdo nostálgico del lugar de las raíces y la vida vivida en la actualidad en Barcelona. Apuntes certeros sobre la métrica y el lenguaje empleados no faltaron tampoco; en resumen, una labor didáctica encomiable para acercar el alma de ESTOS OCTUBRES al público que llenaba la sala. En lo que a mí concierne, me dediqué, como era obligado, a dar las gracias a los amigos y familiares que habían olvidado sus tareas diarias para acompañarme en un momento tan especial y a leer tres o cuatro poemas que me parecieron algunos de los más adecuados para animar a leer ESTOS OCTUBRES a los asistentes.