sábado, 30 de octubre de 2021

AUTOBIOGRAFÍA (II)


                                     PICASSO

Por la mañana temprano,

cuando aún no ha despertado Barcelona,

salimos del metro para encontrarnos

otra vez con Picasso en su museo

después de cincuenta años.

Pasamos dos arcos de Princesa

 y en Montcada llegamos al Palacio.

Todo ha cambiado allí,

menos la calma que respira el patio.

La nostalgia no sirve, me doy cuenta,

mientras subimos la escalera de mármol

mi mujer y yo con la esperanza

de soñar otra vez con estos cuadros.

Y soñamos asomándonos al cielo

que tuvo un día Picasso.

Instantes de placer, de soledad,

de triunfos, de fracasos…

se asoman en los lienzos,

en las estatuillas, en los platos,

en búhos, en paisajes,

en miradas y manos

que nos hablan de soledad,

de amores ya lejanos,

como el amor y la soledad

que tuvo un día el artista en su remanso

de belleza buscada.


                                        Han pasado cincuenta años,

 y sigue Picasso solo

junto a sus sueños pintados.

Las Meninas, los Pichones,

las cerámicas, los grabados

 y el retrato azul de su amigo

fallecido un día a su lado…

¿Dónde están los testigos

de aquel sesenta y cuatro

en que descubrí las sombras

 y las luces de estos barrios?

¿El vino que bebimos,

los versos recitados

 y el humo fugitivo

de los cigarros?

Como Picasso, se fueron

al sótano del pasado.

Ahora contamos nosotros,

tú y yo, dioses diarios,

que a costa del gran pintor

vivimos aún soñando.

 

 


MERCADO GÓTICO

Delante de la Catedral

en un rastro dominguero

rebuscamos reliquias

de otros tiempos.

Postales apagadas,

un catecismo viejo,

una tragedia de Shakespeare,

rosarios, ceniceros,

tal vez un disco de Adamo,

una cachimba de hueso

y, en el mejor de los casos,

una sortija a buen precio.


                                       Te la pones, brilla el sol

de pronto sobre tu dedo.

Ya podemos celebrar

que es domingo. Dame un beso.

Sobre los toldos, ceniza

del encapotado cielo.

¡Qué más da! Llevas la luz

en la mano, y nos queremos.

 

 


 

EN EL LICEO

Noche de ópera

bajo estucados de oro y luces de dragones,

intrigas de políticos y amores.

En el cielo, la lámpara amarilla,

aceitada de fiesta entre las sombras,

vigila la platea, que se va habitando poco a poco

de trajes de etiqueta y joyas elegantes.

Y en la orquesta algunos músicos afinan

sus instrumentos de trabajo.

Es un momento mágico, un milagro, y de repente

las sombras bajan sobre el telón rojo

que lentamente se alza…

Y allí estábamos los dos, en el Paraíso del Liceo,

la bombonera del techo al alcance de la mano,

asistiendo a la muerte del malvado Scarpia

a manos de la propia Tosca,

mientras la orquesta acentuaba con su música

la perfecta justicia de la diva.


 

sábado, 23 de octubre de 2021

A ESCENA (III) Los lacayos ladrones


 

LOS LACAYOS LADRONES


PERSONAJES

(Por orden de aparición):


DALAGÓN: noble y amo de los siguientes.

PANCORBO: criado algo simple.

PERIQUILLO: paje del primero.

PEYRATÓN: gascón al servicio también del primero.

GUILLERMILLO: paje.


La acción transcurre en la casa de DALAGÓN, noble señor, una mañana de Navidad. En la escena se verá un despacho con un escritorio, sillas y algún mueble más de época. Una puerta a la izquierda. Nada más alzarse el telón aparecerán en escena DALAGÓN y PANCORBO.



Primera Escena


DALAGÓN. (Que tiene cogido de la oreja a PANCORBO.) ¡Que sea verdad esto!

PANCORBO. (Con voz lastimera.) Sí, sí, pienso que será verdad, pues usted lo dice. (Soltándose.) ¡Pero déjeme, por su vida!

DALAGÓN. O sea, que es verdad.

PANCORBO. ¿Qué, señor?

DALAGÓN. Que tú te has comido la libra de turrón de Alicante que estaba encima de este escritorio.

PANCORBO. Eso no.

DALAGÓN. ¿Quieres decir que miento?

PANCORBO. Yo no digo que usted miente, sino que no es verdad.

DALAGÓN. (Cogiéndole otra vez de la oreja.) ¿Qué no? Espera un poco.

PANCORBO. Déjeme, señor. Que yo le diré quién se comió el turrón.

DALAGÓN. (Soltándole.) Veamos. ¿Quién lo hizo?

PANCORBO. Usted tiene que saber que yo no lo hice; que yo… que él… ¿cómo se llama? Él… ¿cómo se dice? (Agarra a su amo de la ropa.) Desvíese un poco de la puerta, señor, para que no nos oiga nadie. (Baja la voz.) Fue Periquillo quien se comió el turrón, señor.

DALAGÓN. Cuidado con lo que dices.

PANCORBO. Estoy seguro, señor. Porque Periquillo es un gran devorador de turrones. Muchacho que se los come sin pan delo a la gracia de Dios.

DALAGÓN. (Se acerca a la puerta y vocea.) ¡Periquillo! (Pausa.) ¡Periquillo!



Segunda Escena

PERIQUILLO. (Asomando por la puerta.) ¿Quién me llama?

PANCORBO. Acércate, Periquillo, que el señor quiere hablar contigo en secreto.

PERIQUILLO. (Acercándose al amo con miedo.) ¿Qué manda, señor?

DALAGÓN. (Le da unos caponcillos en la cabeza.) ¿Que qué mando? ¡Toma, goloso, más que goloso, granuja! ¡Toma!

PERIQUILLO. (Con voz quejosa.) Pero, señor, ¿por qué me pega?

DALAGÓN. (Dándole nuevos caponcillos.) Llévate esto mientras lo averiguas.

PERIQUILLO. (Sin dejar de quejarse.) Pero, señor, ¿es que no me va a decir por qué me pega?

DALAGÓN. Porque te comiste…

PANCORBO. Sí, por eso, porque te tragaste…

DALAGÓN. (A PANCORBO.) ¡Calla tú! (A PERIQUILLO.) Porque te comiste la libra de turrón que había encima de ese escritorio.

PERIQUILLO. (Molesto.) ¿Quién lo dice?

DALAGÓN. (Señalando a PANCORBO.) Éste.

PERIQUILLO. (A PANCORBO.) ¿Tú lo dices?

PANCORBO. Yo lo dije. (Volviéndose a DALAGÓN.) Pero no creo, señor, que fuera Periquillo. Porque es honrado. Me he equivocado, señor. ¡Oh, pecador de mí, que en vez de decir Peyratón dije Periquillo.

PERIQUILLO. En fin, que tu equivocación tenía que caer sobre mi cabeza (Se señala el sitio donde DALAGÓN le ha dado los caponcillos.).

PANCORBO. Calla, hermanico, ten paciencia, que algún día pagaré quizás por ti.

DALAGÓN. (A PANCORBO.) Anda, zascandil, llama a Peyratón.

PANCORBO. (Se acerca a la puerta y vocea.) ¡Peyratón! ¡Peyratón!

VOZ DE PEYRATÓN. (Desde dentro.) ¿Qué quieres? ¡Aguarda un momento!

PANCORBO. (A DALAGÓN.) Creo, señor, que se está comiendo el turrón. Llámelo usted.




Tercera Escena

PEYRATÓN. (Entrando.) ¿Qué mandáis, señor? Dios os dé salud. (Recibe de su amo unos cuantos caponcillos en la cabeza.) ¡Clavus de Cristu! ¿Por qué me pegáis, señor? ¿Qué vus debu?

PANCORBO. (Riendo.) Déle, déle, señor; no pare; adelante, adelante. Déle otro por mí, que bien se lo merece.

PEYRATÓN. (Con voz de queja.) ¿Quiere decirme, señor, por qué me sacude el cabezu?

DALAGÓN. Porque te has comido el turrón de Alicante que había encima de ese escritorio.

PEYRATÓN. ¡Jesús, Jesús! ¿Yo comidu el turrión?

DALAGÓN. Sí, tú, el turrón.

PEYRATÓN. ¿Y quién se lo ha dicho?

PANCORBO. Yo sé quién te ha visto.

PEYRATÓN. ¡Por los clavus de Cristu que miente quien lu ha dichu.

PANCORBO. (A su amo.) No, no creo que haya sido él, señor, pues lo jura con tanta pasión. (A PEYRATÓN.) Perdona Peyratón.

PEYRATÓN. ¿Ahora me dices eso, persona chocarrera? ¿Después de haber cobrado? (Se palpa la cabeza.)

PANCORBO. ¿De eso te enojas? Deberías estar contento.

PEYRATÓN. ¿Y por qué voy a estar contentu?

PANCORBO. Porque así tendrás anticipado el recibo para cuando al amo le debas alguna cosa.

PEYRATÓN. (Enzarzándose con PANCORBO.) Coge tú el recibu y súfrelu en tu cabezu, ¡tronchu de col, rabu de lechuga!

DALAGÓN. (Enfadado.) Acabemos de una vez. (A PANCORBO.) A ver tú, si dices que ninguno de estos dos pillastres se ha comido el turrón, sepamos entonces quién los hizo. O sale el turrón o te lo saco a ti de las costillas, zascandil. (Se pone a sacudirle.)

PANCORBO. (Protegiéndose con las manos.) No me castigue, señor, que yo se lo diré todo punto por punto. Espere unos segundos. (Se acerca a PEYRATÓN zalamero.) Peyratón.

PEYRATÓN. ¿Qué quieres ahora?

PANCORBO. ¿No te parece que el turrón se lo comió Guillermillo?

PEYRATÓN. ¿Gallamillu? ¿El que me comió la butifarra con pan?

PANCORBO. Ese mismo.

PEYRATÓN. Tú dices la verdad. Ése se comió el turrión.

PANCORBO. (A su amo.) Ya ve, señor, cómo Peyratón dice que vio a Guillermillo comerse el turrón.

PEYRATÓN. Sí, Gallamillu.

DALAGÓN. (A PANCORBO.) Llámale.

PANCORBO. (Se acerca a la puerta y vocea.) ¡Guillermillo!

PAYRATÓN. (Hace lo mismo.) ¡Gallamillu!



Cuarta Escena

GUILLERMILLO. (Entrando.) ¿Qué voces son esas? (Repara en DALAGÓN.) ¿Qué quiere, señor?

DALAGÓN. (Cogiéndole de las orejas.) Lo que quiero es esto. ¡Toma, granuja!

GUILLERMILLO. (Quejándose.) ¡Ay, ay, señor, por amor de Dios!

PANCORBO. (Riendo.) Déle, déle, señor; no pare pues por amor de Dios se lo pide.

PEYRATÓN. (Riendo.) Tírele, señor, más, más. (A GUILLERMILLO.) Agora pagarás el turrión y la butifarra de una sola vez.

GUILLERMILLO. Pero, señor, ¿por qué me castiga?

DALAGÓN. ¿Por qué, cara sin vergüenza?

PANCORBO. Ya lo sabrás, vergüenza sin cara.

DALAGÓN. No se te puede confiar ninguna cosa de comer.

GUILLERMILLO. ¿Qué cosa, señor?

DALAGÓN. ¿Qué cosa? Dime, desvergonzado, el turrón de Alicante que estaba encima de ese escritorio, ¿dónde está ahora?

GUILLERMILLO. ¿El turrón? ¡Pero si usted me lo pidió para guardarlo con su propia mano en el interior del escritorio!

DALAGÓN. (Con cara de asombro.) ¡Por vida mía que dices verdad! ¿Habéis visto qué gran descuido ha sido el mío?

GUILLERMILLO. (Enfadado.) ¿Y le parece bien haberme castigado sin culpa?

PANCORBO. (Lo mismo.) ¿Y a mí alargarme las orejas del modo como lo ha hecho?

PERIQUILLO. (Lo mismo.) ¿Y a mí golpearme la cabeza?

PEYRATÓN. (Lo mismo.) ¿Y a mí?

DALAGÓN. (Con gestos de poner calma.) Un momento. Para arreglar la queja que tenéis de mí, ¿no os gustaría repartiros el turrón, causa de todos los males, en cuatro partes?

PANCORBO. Estamos quejosos, sí. Y en cuanto a la partición del turrón, aguarde un tantico. (A los otros tres.) Muchachos, a consulta. (Se apartan los cuatro.) Tú, Periquillo, ¿quieres turrón?

PERIQUILLO. ¿Yo?, ¡ni verlo!

PANCORBO. ¿Y tú, Guillermillo?

GUILLERMILLO. ¿Yo?, ¡ni probarlo!

PANCORBO. ¿Y tú, Peyratón?

PEYRATÓN. ¿Yo? ¡Tirarlo al corral!

PANCORBO. ¿Queréis que nos desquitemos los cuatro del castigo?

LOS CUATRO. (A una.) Sí.

PANCORBO. (A PERIQUILLO.) ¿No le devolverás tu parte al señor?

PERIQUILLO. Pues claro.

PANCORBO. Pues aguardad. (Se acerca a DALAGÓN.) Señor.

DALAGÓN. (Con temor.) ¿Qué quieres?

(Los otros tres se acercan también a DALAGÓN.)

PANCORBO. Ya nos hemos puesto de acuerdo.

DALAGÓN. ¿Y es?

PEYRATÓN. (Golpeando a su amo.) Señor, esto es lo acordado. Un golpe y otro golpe. ¿No quería el turrón?

DALAGÓN. (Abriéndose paso para escapar.) ¡Paso, paso!

PANCORBO. (Poniéndose delante para evitarle la huida.) ¿Pasa usted? Pues yo envido (Le golpea.)

GUILLERMILLO. Y yo lo que puedo (Le golpea.)

PERIQUILLO. Y yo lo que alcanzo (Le golpea.)

FIN

 


sábado, 16 de octubre de 2021

DEL TEATRO AL CINE (VI) Canción de cuna, del matrimonio Martínez Sierra

 


Contemporáneas de las dos obras que acabamos de tratar (La casa de Bernarda Alba y Divinas palabras) son Canción de cuna, del matrimonio Martínez Sierra, y Eloísa está debajo de un almendro, de Enrique Jardiel Poncela.


 

La pieza teatral Canción de cuna fue escrita, como queda dicho, por el matrimonio Martínez Sierra (últimos estudios demuestran que la idea y gran parte de la redacción de esta obra corrió a cargo de María Lejárraga, esposa de Gregorio Martínez Sierra).

Los primeros trabajos de los Martínez Sierra fueron representaciones teatrales de obras extranjeras traducidas al castellano. Posteriormente, crearon sus propias piezas dramáticas, entre las que destacan, además de la obra de que estamos hablando, Lirio entre espinas, Mamá y Madame Pepita.

Canción de cuna, obra en dos actos, fue estrenada en el Teatro Lara de Madrid en 1911, y sus intérpretes más importantes fueron, entre otros, Concepción Ruiz en el papel de sor Juana de la Cruz, Mercedes Pardo en el de Teresa, Joaquina Pino en el de la Priora, María Luisa Moneró en el de sor Marcela, Carmen Seco en el de la hermana Inés, Francisco Palanca en el de don José y Luis Manrique en el de Antonio. Posteriormente fue representada en otros teatros españoles (Teatro Español, Teatro de la Comedia de Madrid…) y extranjeros (Civic Repertory Theatre, Broadway, Nueva York, Comédie-Française, París…)

La acción teatral transcurre a finales del siglo XIX en Castilla y su argumento, expuesto brevemente, es como sigue: Una niña es abandonada al pie del torno de un convento de monjas de clausura. La niña, a la que las hermanas ponen de nombre Teresa y cuidan y educan con esmero, es adoptada legalmente por don José, el médico del pueblo, uno de los escasos varones que pueden entrar en la clausura. Cuando Teresa cumple 18 años, conoce a Antonio, un muchacho del lugar, se enamora de él y ambos acaban contrayendo matrimonio y emigrando a América para iniciar una nueva vida.


 

He aquí la escena en que las monjas ven por primera vez a la criatura:

“(Al grito de Sor Marcela, que ha puesto en conmoción al convento, entran por
diferentes sitios la Priora, la Vicaria, la Maestra de novicias y diferentes monjas.)

PRIORA.— (Entrando.) ¿Qué pasa? ¿Por qué gritan ustedes?

VICARIA.— (Entrando.) ¿Quién ha dado ese grito?

MAESTRA.— (Ídem.) ¿Sucede algo?

(Las cuatro novicias están temblorosas, vueltas de espaldas al cesto y
ocultándolo con el cuerpo.)

VICARIA.— Como si lo viera, ha sido Sor Marcela.

PRIORA.— Vamos, hablen. ¿Qué pasa? ¿Qué hacen ahí como cuatro estatuas?

MAESTRA.— ¿Les ha ocurrido alguna cosa?

SOR JUANA.— No, señora Madre; es que...

SOR MARÍA JESÚS.— Es que...

SOR MARCELA.— (Atreviéndose.) Es que... llamaron por el torno..., y no era
nadie..., y dejaron un cesto..., este cesto..., y servidora tuvo curiosidad de
destaparlo...

VICARIA.— ¡Naturalmente! No podía menos...

SOR MARCELA.— Y hay...

PRIORA.— ¿Qué hay?

SOR MARCELA.— Hay... Más vale que lo vea su reverencia.

PRIORA.— Acabemos. (Se acerca al cesto y lo destapa.) ¡Jesús mío! (En voz
muy baja.) ¡Una criatura!

TODAS.— (Con diferente expresión de voz.) ¡Una criatura!

(Sor Crucifixión, escandalizada, se santigua.)

PRIORA.— (Apartándose.) Véanlo sus reverencias.

(Todas las monjas se precipitan hacia el cesto y la rodean.)

VICARIA.— ¡Ave María, qué cosa tan pequeña y tan colorada!

MAESTRA.— ¡Y está durmiendo!

SOR JUANA.— ¡Cómo aprieta las manos, tan rechiquitinas!

SOR MARÍA JESÚS.— ¡Se le ve el pelito debajo de la gorra!

SOR SAGRARIO.— ¡Parece un ángel!

VICARIA.— ¡Buen ángel nos dé Dios!

SOR JUANA.— (Como si la ofendiesen personalmente.) ¡Ay Madre Vicaria!

PRIORA.— (Con piedad.) ¿De dónde vendrás tú, criatura?

VICARIA.— De sitio bueno seguro que no.

PRIORA.— ¡Quién sabe, Madre! ¡Hay tanta pobreza en el mundo!

VICARIA.— ¡Hay tanto, vicio, reverenda Madre!...

MAESTRA.— ¿Dicen que no vieron a nadie por el torno?

SOR MARCELA.— A nadie; no, señora. Tocaron la campana..., preguntamos...
y nadie respondió.

SOR SAGRARIO.— (Cogiendo el papel, que se había caído.) Pero aquí hay un
papel.

PRIORA.— (Cogiéndolo y leyéndolo.) “Para la Madre Superiora.”

VICARIA.— ¡Valiente regalito para su reverencia!

PRIORA.— Sí; es una carta. (Desdobla el papel y lee.) “Señora: Usted perdone la
libertad que una servidora se toma de dejar en el torno a esta recién nacida. Señora,
yo soy una mujer perdida, lo cual que esta hija mía no tiene padre, y, señora, para que
ella no sea lo que su madre es, que ¡qué había de ser quedándose conmigo!, la dejo
aquí, señora, aunque se me arranque el alma al dejarla. Por la memoria de su madre
de usted, ampáremela usted y no me la eche usted a la Inclusa, que allí me crié yo y
sé lo que se pasa, señora, aunque las hermanas tengan caridad de una y sean buenas,
como sí que lo son. Y que Dios se lo pague a usted, señora.”

VICARIA.— ¡Jesús! ¡Ave María!

MAESTRA.— ¡Pobre mujer!”




Según Arranz, “la primera de las cinco adaptaciones cinematográficas de la obra teatral (…) contó con el apoyo de la Paramount, a la que Leisen (el director de la película Canción de cuna) proporcionó grandes beneficios con títulos como La muerte en vacaciones (…) o Medianoche.” Eso ocurrió en 1933. Mitchell Leisen es, junto con Wilder, Lubitsch y Sturges, seguimos a Arranz, “uno de los maestros indiscutibles de la comedia sofisticada y elegante y Canción de cuna constituyó su debut tras una etapa como diseñador de vestuario y director artístico de varios largometrajes de Cecil B. Demille.” 

Tres obras más de los Martínez Sierra fueron llevadas al cine en Hollywood ese mismo año: Primavera en otoño (por Eugene Forde) y Yo, tú y ella (por John Reinhard), filme en el que aparece el actor mexicano Gilbert Roland (Luis Antonio Dámaso de Alonso, nombre original).


 



viernes, 8 de octubre de 2021

A ESCENA (II) El paso de las aceitunas

 


Lo prometido es deuda. A continuación, inicio el libro Actuar es soñar, que va dedicado a todos mis alumnos de Teatro y a cuantos sienten admiración por el mundo de las tablas.

 

PALABRAS DE INTRODUCCIÓN

El libro está dividido en los siguientes apartados:

Primero, Teatro clásico, en el que se incluyen dos pasos famosos de Lope de Rueda: Las aceitunas y Los lacayos ladrones.

Segundo, Teatro adaptado de obras dramáticas y narrativas de autores nacionales y extranjeros, con los subapartados siguientes:

.-Cuentos de nuestra literatura, entre otros, Don Illán el mago, de don Juan Manuel, y Los tres síes, de Emilia Pardo Bazán.

.-Sainetes de don Ramón de la Cruz (El café de máscaras es uno de ellos).

.-De otros dramaturgos, concretamente, Quien mal anda mal acaba, de J. Ruiz de Alarcón; La pareja científica, de Carlos Arniches, y Cuento de Navidad, de Dickens.

 El último apartado engloba Obra propia, que incluye El postigo de la traición, Una hora de noviembre, Tres personajes para un entremés y Cuatro monólogos, entre los que aparecen el de la sombra y el de la imaginación.

En total, veinte obras variadas en temas y lenguaje que espero sirvan para ampliar el repertorio teatral de los colegios y organismos de todo tipo.

Si lo consigo al menos en parte, me daré por más que satisfecho, pues ya lo estoy con el simple gesto de dar a conocer ACTUAR ES SOÑAR y mantener así vivo el recuerdo de aquel tiempo en que yo era todavía docente y disfrutaba enseñando y ayudando a pensar, crear y soñar a mis alumnos.

Cerdanyola del Vallés, estío de 2013

 


Hoy la primera de las obras mencionadas,

LAS ACEITUNAS, DE LOPE DE RUEDA

PERSONAJES

(por orden de aparición):

TORUBIO: campesino padre de familia.

MENCIGÜELA: hija del anterior.

ÁGUEDA: su mujer.

ALOJA: un vecino, campesino también, pero algo más despierto que Torubio.


La acción transcurre en la casa de una familia de campesinos de una aldea castellana. Es por la mañana y acaba de caer una buena tormenta.

En la escena se verá una cocina con chimenea de tierra al fondo, una despensa a su lado, una mesa grande con cuatro sillas a la derecha y una puerta a la izquierda que da al interior de la vivienda.

TORUBIO (Entra en casa empapado y portando un haz de leña al hombro) ¡Menuda tempestad acabo de sufrir desde el monte a la casa! Parecía que todo el cielo quería hundirse y las nubes venirse abajo. (Deja el haz de leña en el suelo.) A ver qué me tiene preparado de desayuno mi esposa. Porque nunca se sabe. ¡Águeda!, ¡Águeda! Nada, aquí parecen dormir todos. ¡Mencigüela!, ¡Mencigüela! ¿Me oís?

MENCIGÜELA (Aparece por la puerta del interior.) ¡Jesús bendito, padre! Ni que quisieras tirar la casa abajo con tus voces.

TORUBIO ¡Mira qué pico tiene la moza! Si al menos trajera bondades. ¿Dónde está tu madre?

MENCIGÜELA Se ha ido a casa de la tía Remedios a ayudarle a coser unas almohadas.

TORUBIO ¡Malas almohadas vengan por ella y por ti! Anda, ve a llamarla.

Sale MENCIGÜELA.

TORUBIO (Pone el haz de leña junto al fuego del hogar. Arrima una silla y sobre el respaldo coloca su zamarra para que se seque.) Sin comerlo ni beberlo me he puesto como una sopa. Ahora sólo falta que coja una pulmonía.


Entran ÁGUEDA y MENCIGÜELA


ÁGUEDA (Enfadada) A ver qué quiere el hombre de los misterios. (Repara en el haz de leña.) Apenas trae una carguilla de leña y cree que es el amo del mundo.

TORUBIO Una carguilla le parece a la señora. ¿Carguilla? Juro al cielo que éramos dos, tu ahijado Lucas y yo, a cargarla y no podíamos. ¡Carguilla dice!

ÁGUEDA. Vale, vale. (Repara en el estado en que está TORUBIO.) Pero qué mojado que vienes.

TORUBIO. Ya ves, como una sopa de agua vengo. Pero ahora lo que quiero es comer porque vengo, además de mojado, hambriento. Así que, mujer, ponme algo con que sacie el estómago.

ÁGUEDA (De nuevo con gesto de enfado.) ¿Qué diablos quieres que te dé si no tengo cosa alguna?

MENCIGÜELA (Toca la leña.) ¡Jesús bendito, padre! ¡Qué mojada está también la leña!

TORUBIO Y tu madre dirá que es el rocío de la mañana.

ÁGUEDA (A MENCIGÜELA.) Anda, muchacha, prepara a tu padre un poco de queso, chorizo y pan para que desayune. (Mientras MENCIGÜELA se pone a preparar lo que le ha mandado su madre, ésta se dirige a TORUBIO.) Y tú, marido, cámbiate de ropa, no sea que caigas enfermo. Otra cosa: supongo que habrás plantado el renuevo de olivo que te pedí que plantaras. ¿O se te ha olvidado?

TORUBIO ¿En qué crees que me he entretenido tanto? Claro que lo he plantado.

ÁGUEDA. ¿Y dónde lo plantaste?

TORUBIO A unos pasos de la higuera, donde te di un beso. No sé si te acuerdas ya de aquello.

ÁGUEDA (Poniéndose mimosa.) Claro que me acuerdo, bobo. Allí nació la felicidad que aún nos acompaña.

MENCIGÜELA (Poniendo sobre la mesa el plato con el desayuno de su padre.) Padre, ya puedes ponerte a desayunar. Aquí lo tienes todo preparado.

ÁGUEDA (A TORUBIO.) ¿A qué no sabes en qué estoy pensando?

TORUBIO Miedo me da saberlo. ¿En qué?

ÁGUEDA Estaba pensando que el renuevo de olivo que has plantado hoy, de aquí a seis o siete años nos dará cuatro o cinco fanegas de aceitunas. Y que poniendo plantas aquí y otras allá, de aquí a veinticinco o treinta años tendremos un olivar hecho y derecho.

TORUBIO ¡Cuánta razón tienes, mujer mía! Parece que ya estoy viéndolo. ¡Qué bendición, Señor!

ÁGUEDA Sí, marido, una bendición. ¿Y sabes qué te digo? Que yo cogeré la aceituna, tú la transportarás con el burro y Mencigüela la venderá en la plaza. (Pausa. A MENCIGÜELA). Y mira, muchacha, lo que te mando. Que no vendas el celemín de aceitunas a menos de dos reales castellanos.

TORUBIO (Echándose las manos a la cabeza) ¡Cómo que a dos reales castellanos! ¿No has pensado en los dineros que nos costará conseguir el permiso para vender las aceitunas en el mercado? No podemos pedir menos de catorce o quince dineros por cada celemín de aceitunas.

ÁGUEDA (También enfadada.) Pero ¿es que no has pensado en la competencia de los otros campesinos, en especial del Cordobés, que es el que más olivares tiene en el término?

TORUBIO Me da lo mismo que tenga que competir con el Cordobés. Está decidido. Pediremos por las aceitunas lo que he dicho.

ÁGUEDA Torubio, no me calientes más la cabeza. (A MENCIGÜELA.) Y tú, muchacha, escucha bien lo que te mando. Que no des el celemín de aceitunas a menos de dos reales castellanos.

TORUBIO ¡Cómo a dos reales castellanos! (A MENCIGÜELA.) Ven acá, muchacha. Responde: ¿a cuánto has de pedir el celemín de aceitunas?

MENCIGÜELA ¿A cuánto quieres tú, padre?

TORUBIO A catorce o quince dineros.

MENCIGÜELA Así lo haré, padre.

ÁGUEDA ¿Cómo que “así lo haré, padre”? Ven acá, muchacha. ¿A cuánto has de pedir el celemín de aceitunas?

MENCIGÜELA  A cuanto quieras tú, madre.

ÁGUEDA A dos reales castellanos.

TORUBIO ¿Cómo a dos reales castellanos? (A MENCIGÜELA.) Escucha bien, muchacha. Te prometo que si no haces lo que te mando, te daré doscientos correazos. A ver, responde: ¿a cuánto venderás el celemín de aceitunas?

MENCIGÜELA A cuanto tú digas, padre.

TORUBIO A catorce o quince dineros.

MENCIGÜELA Así lo haré, padre.

ÁGUEDA ¿Cómo que “así lo haré, padre”? (Empieza a pegarle collejas.) Toma, toma, para que hagas lo que yo te mando.

TORUBIO. Deja a la muchacha.

MENCIGÜELA (Gritando.) ¡Ay, madre! ¡Ay, padre, que me mata! ¡Socorro!

Entre a los gritos ALOJA.

ALOJA (En ademán de poner calma.) ¿Qué es esto, vecinos? ¿Por qué maltratáis a vuestra hija de este modo?

ÁGUEDA ¡Ay, señor! Este marido mío y mal hombre que quiere echar a perder mi casa vendiendo las cosas de mala manera: ¡unas aceitunas que son como madroños!

TORUBIO Juro por los huesos de mi linaje que son más grandes que nueces.

ÁGUEDA Como madroños.

TORUBIO Como nueces.

ÁGUEDA Madroños.

TORUBIO Nueces.

ALOJA Por favor, vecinos. Basta de discutir. El tamaño es lo de menos. Enséñenme esas aceitunas que yo se las compraré todas aunque sean veinte fanegas.

TORUBIO Que no, señor. Que no es como usted piensa. Que las aceitunas no están aquí en casa, sino en el monte.

ALOJA Eso no es problema. Tráigalas aquí ahora mismo que se las compraré al precio que considere más razonable.

MENCIGÜELA A dos reales castellanos quiere mi madre vender el celemín de aceitunas.

ALOJA No está mal el precio.

MENCIGÜELA A catorce o quince dineros quiere venderlas mi padre.

ALOJA Todo se puede arreglar. Lo único que necesito es ver una muestra de ellas.

TORUBIO Válgame Dios, señor vecino, que usted no quiere entenderme. Verá. Hoy he plantado un renuevo de olivo, y dice mi mujer que de aquí a seis o siete años nos dará cuatro o cinco fanegas de aceitunas, y que ella las cogerá, yo la transportaré en el burro y la muchacha la venderá en la plaza y que a la fuerza se venderá el celemín de aceitunas a dos reales castellanos; yo que a catorce o quince dineros y ella que a dos reales castellanos, y sobre esto ha sido la cuestión.

ALOJA ¡Graciosa cuestión, sí señor! ¡Nunca se ha visto cosa igual. Las aceitunas apenas están plantadas y ya esta pobre muchacha se ha llevado lo suyo a cargo de ellas.

MENCIGÜELA (Llorando.) ¿Qué le parece, señor?

TORUBIO No llores más. (A ALOJA.) La muchacha, señor, es como el oro. Vea cómo ya ha puesto la mesa para que su padre desayune. (A MENCIGÜELA.) No te preocupes, que con la venta de las primeras aceitunas te compraré un sayuelo.

ALOJA Eso está mejor. Ahora hagan ustedes las paces.

TORUBIO y ÁGUEDA se besan y abrazan.

TORUBIO (A ALOJA) Adiós, señor vecino, y gracias por todo.

ALOJA (Va hacia la embocadura del escenario. Al público.) Vean qué cosas suceden en esta vida que ponen espanto. Las aceitunas no están plantadas y ya las hemos visto reñidas. Menos mal que todo se ha arreglado. Por eso doy ahora y aquí fin a mi embajada. Queden con Dios.

FIN


 

sábado, 2 de octubre de 2021

AUTOBIOGRAFÍA (I)

 

 


    Le doy la bienvenida al otoño como a un amigo más, como si el que llega fuera otro yo, que a pesar de todo quiere seguir cantando.


PONER EN POEMA LO ROBADO

Las grandes cosas mueren sin gemido,

sin vanos aspavientos ni pregones.

Y después que se mueren, las razones

no buscan un remedio. Sólo olvido

 

reclaman para ellas. Has tenido

esperanza enjoyada en oraciones,

soledad hasta abrirte los tendones,

y amor y todo eso. Y todo es ido.

 

Mas sigues dando vueltas, caminante,

sosteniendo la vida en un cayado

y la voz en la luz de una mirada.

 

Y es que sólo te queda el vivo instante

de poner en poema lo robado,

con mano de pasión, a la jornada.



 

NUEVAS MELANCOLÍAS

Y llegaron las lluvias, soledades

de bosques asombrados, alfombrados

de amarillos recuerdos, cien caminos

rodados por las ruedas de tu bici,

centauro de mañanas aún dormidas

en sábanas de niebla y humedad.

Y llegaron los vientos que arrebatan

las verdes esperanzas de los árboles

mientras miras los pálidos celajes

de la tarde que escapa silenciosa

más allá de las altas chimeneas,

poeta solitario que trabajas

en los versos de cada vez más breves,

más etéreos y plácidos poemas.

Nuevas melancolías, nada amargas,

brotan en la pantalla del portátil

como hormigas que buscan nuevos granos

que llevarse a sus hondas galerías,

y tú las sigues risueño hasta las sombras

hasta lograr la luz que más deslumbra.

 




GLADIADOR SIN TREGUA

Ya es otoño fuera, en el jardín,

y es otoño también en tu existencia.

Te acercas nuevamente a la ventana

y ves el llanto de las hojas muertas.

El cielo gris promete

más lluvia y más tristeza.

Y es cada vez más duro

lograr la vertical cada mañana

para seguir saliendo, gladiador sin tregua,

a la arena del día,

para seguir salvando sombras y trincheras.

Y todo

para soñar un día más,

tender la mano a un amigo y sentarse a su mesa.

Ya es otoño en la calle,

y el cielo gris te sigue prometiendo

más tristeza,

y las ramas

su llanto de hojas muertas.

Pero a ti,

gladiador sin tregua,

otoño en pie de lucha

y alma aventurera,

te basta recobrar cada mañana

tu vertical de hombría y herramienta

para olvidar la sombra del dolor,

la herida virginal de tu existencia.




MUCHAS LLUVIAS

Muchas lluvias, muchos años

han laborado tu vida,

y han remojado tu surco

para sembrar las semillas

de las buenas intenciones

y las palabras amigas.

¿Qué ves si miras atrás?

Niños que siguen tus líneas

con tinta que no se borra,

con letras que no se olvidan.

Redacciones y cuadernos,

Aulas de luz cristalina.

Muchas lluvias, muchos años

acrisolando tu viña.

¿Qué ves si miras atrás?

Un adiós de cosas vivas,

de personas que un día fueron

compañeras de fatigas

y hoy sólo son barcas quietas,

varadas en la otra orilla.

 

Mientras tanto dos ciudades,

fieles, constantes, queridas

estarán siempre asomándose

al gran río de tu vida:

la Semure del cimiento

y la Barcino adoptiva.