jueves, 29 de septiembre de 2011

Una novela del siglo XVIII

12. De sorpresa en sorpresa

Por fin llegó lo que iba a cambiar mi vida para siempre. Fue un día especial en varios sentidos. Primeramente, Albert no acudió a su trabajo, que apenas hacía una semana que lo había empezado tras acabar los estudios universitarios. Le pregunté el motivo y me contestó que había otras cosas más importantes que celebrar aquella mañana. Luego me adelantó que pasaríamos por la imprenta de Valentí a tratar de un asunto. Le pregunté cuál era ese asunto y me contestó que ya lo vería más tarde, que era una sorpresa. Tras desayunar, salimos de casa. Aquel misterio de Albert era propio de niños, pero me gustaba.
Nada más entrar en la imprenta, me llevé mi primera sorpresa. Allí estaba Ortega hablando con Valentí mientras éste manipulaba un rotativo. Estaba haciendo una versión en castellano de Manon Lescaut y prometió entregarnos un ejemplar a cada uno en cuanto acabara de imprimirlo. Luego paró la máquina en la que trabajaba y nos dijo:

--Ahora que estamos todos, os pondré al corriente de lo que le estaba diciendo a Ortega; como sabéis, los trabajadores del campo y campesinos en general están molestos por la política agraria del Gobierno y los funcionarios locales, y andan preparando un levantamiento en toda regla. Pues bien, al levantamiento de los campesinos, se le va a unir muy pronto el de los gremios de las ciudades, especialmente los de Barcelona. Hace unos días acabé de imprimir unas cuantas copias de una obrita que ya conocéis y que pienso repartir entre algunos oficiales de algunas profesiones del barrio.
Fue hasta una estantería de la pared y cogió un ejemplar, que nos mostró ufano. Lo reconocí enseguida. Era el Despertador de Cathalunya per desterro de la ignorancia, antídoto contra la malicia, foment a la paciencia, tremet a la pusil.lanimitat en publich manifest de las lleys y privilegis de Cathalunya, 1713. La cosa iba en serio. Antes de que Valentí nos expusiera los pasos que pensaba dar la comisión de oficios y profesiones de Barcelona para iniciar un manifiesto contra la política del Gobierno, echamos mano de argumentos para defender la honra y provecho de las profesiones humanas, cualesquiera que fuesen. Pensé en lo que había dicho mi admirado Feijoo sobre el asunto y así lo recordé.
--El fraile dejó escrito que si los hombres se conviniesen en hacer el aprecio justo de los oficios o ministerios humanos, apenas habría lugar a distinguir en ellos, como atributos separables, la Honra y el Provecho. Miradas las cosas a la luz de la razón, lo más útil al público es lo más honorable, y tanto más honorable cuanto más útil. Tanto en los oficios como en los sujetos, el aprecio o desprecio debe reglarse por su conducencia o incoducencia para el servicio de Dios, en primer lugar, y en segundo, de la República.
Valentí asintió.
--Ese benedictino es un sabio. Lo que dice está lleno de sentido común, es oportuno e inteligente. También dice en ese mismo discurso que cultivar la tierra fue la primera ocupación y el primer oficio del hombre, y se pregunta: “¿Hay hoy gente más infeliz que los pobres labradores?” Tiene razón y si no, que se lo pregunten a mi padre.
Ortega dijo:
--Y ahora esa infelicidad se ha extendido a los gremios y oficios urbanos. El fraile gallego tiene razón, como decís, pero creo que peca de ingenuo y cree demasiado en la buena actitud de la gente y su bonhomía para entenderse. Y a la vista está que no es así. Siempre habrá quienes quieran vivir a costa del trabajo y esfuerzo de los otros. Y eso hay que denunciarlo a los cuatro vientos.
Valentí esgrimió el Despertador y lo agitó unos instantes mientras decía:
--De momento vamos a repartir este cuaderno para mover las conciencias. Luego vendrán los hechos.
Después hablamos de Madrid, que estaba muy lejos y poca influencia suya, por no decir ninguna, llegaba a lugares tan distantes como Cataluña, y de los funcionarios locales, que eran los principales responsables del descontento y, por lo tanto, blanco de la violencia a que pudiera llegarse durante el motín para lograr desterrar sus constantes abusos en asuntos diversos que abarcaban desde las cuotas del catastro hasta el precio del pan. Creímos que era conveniente formar un frente común con los trabajadores del campo y los campesinos más pobres. Valentí afirmó:
--Haremos más fuerza si los trabajadores urbanos formamos causa común con los labradores.
Antes de despedirnos, Albert me dijo que se quedaba un rato más con Valentí en la imprenta ultimando algunos detalles y que Ortega tenía algo para mí. Éste, asintiendo, añadió que me invitaba a comer si no tenía otra cosa que hacer. Acepté más por ver qué era lo que Ortega me tenía reservado que por la comida, pues últimamente había perdido el apetito y con poca cosa pasaba. Añadí, eso sí, para poder disponer de tiempo suficiente para ello, que por la tarde pensaba darme una vuelta hasta la calle de las Tapias para rastrear el paso por allí de un duque de Fernandina que había sido general de galeras en el siglo anterior.
--No te preocupes-- me contestó sonriendo--. La comida no será muy larga y lo que tengo que darte es cuestión de segundos. Luego, si quieres, te acompaño. Ese lugar que dices está a las afueras, ¿no?
Asentí y le dije que se trataba de una vía trazada pero sin edificaciones; que sólo había unos cuantos solares con sus vallas y tapias correspondientes (de ahí el nombre), pero sin fachadas.
--Se ve que el tal duque—seguí contando-- se excedió en sus atribuciones, como ahora los funcionares locales respecto de los trabajadores más modestos (me temo que siempre será igual), atrayéndose con ello el enfado de los barceloneses que en un violento motín incendiaron una finca que se levantaba en una de esos cercados. Pero no acabó ahí la cosa pues en el salón descubrieron un reloj que figuraba un oso articulado que al dar las horas se ponía de pie y movía la cabeza y las zarpas superiores. Al instante el duque fue tachado de mago por los amotinados que, enfurecidos, mataron al criado que en aquella desafortunada ocasión se hallaba en casa.
Mientras caminábamos hacia Santa María del Mar le conté lo que había leído sobre el tal duque, y Ortega me contestó que aquello podía servirme para escribir una nueva colaboración para el Diario. No sé por qué intuí entonces que aquella inesperada visita a su domicilio tenía que ver con aquella publicación. Por la calle de los Baños llegamos a la de Sombrereros y enseguida desembocamos en una calle singular. Olía de un modo muy agresivo, tenía un montón de tiendas de comestibles y había gente que salía y entraba de sus establecimientos con la compra del día.
--En esta calle tengo mi piso-- dijo Ortega sonriendo al ver la cara que yo había puesto al entrar en ella--. Tiene un nombre muy singular, de las Moscas, y enseguida verás por qué.
En efecto, pronto pude ver que salían de las tiendas y se colgaban en todas partes de la calle espesas cortinas de moscas, atraídas sin duda por los productos que en aquéllas se vendían, productos que pendían de las fachadas como bacalaos y todo tipo de embutidos, o se exponían en toneles a las mismas puertas de las tiendas, especialmente arenques y otros pescados en salazón, así como sacos de garbanzos, lentejas o alubias. No era extraño, pues, que hubiese allí tantas moscas revoloteando por doquier.
--En verano es horrible-- comentó Ortega antes de que se parara ante un portal y me invitara a entrar en él--. Pero en caso de emergencias esta calle es ideal para pasar inadvertido.
El piso de Ortega, a decir verdad, no tenía nada que ver con el de mi amigo Albert. Parecía un cuchitril de mala muerte, pequeño, oscuro, mal ventilado.
--Sé que es poco acogedor—dijo--, por no decir casi inhumano, ¿no te parece?
La verdad es que estaba tan desconcertado que no supe qué contestarle.
Y añadió:
--Pero me va bien para no llamar la atención de nadie.
Me atreví a decir:

--Como esta calle.
--Claro. Ya verás con el tiempo que un lugar así puede ser más seguro que una residencia de duques. Además, paso muy poco tiempo en él, el preciso para recogerme por la noche y descansar un rato. El resto del día voy de acá para allá en mi ajetreada y difícil labor de atender a los suscriptores del Diario y convencer a los futuros. Sólo estaremos un rato, el suficiente para darte lo que seguramente andas esperando recibir desde hace mucho tiempo.
Encendió un candil de aceite y lo puso sobre la mesa. Allí había un cartapacio gris que abrió para sacar de él unos papeles, un sobre con una cantidad considerable de dinero y una carta que acto seguido me entregó mientras acompañaba el gesto con una franca sonrisa.
--¿Qué es?-- pregunté aunque ya presentía lo que era.
--¿Qué va a ser, hombre? Tu contrato con el Diario, un dinero para que vayas tirando y una carta del ilustrado de Madrid.
Me quedé sin habla y un ataque de tos vino a romper el silencio. Ortega esperó a que se me pasara la sorpresa y la tos para decirme:
--Sigue en pie la invitación que te hice de comer en la taberna del Indiano. Luego, si quieres hacemos esa visita a las Tapias y finalmente te acompaño hasta el piso de Comte, que me queda de camino para la visita que tengo concertada esta tarde.
No cabía de alegría en mi cuerpo y acepté de buen grado a todas sus invitaciones, aunque debo decir que ni en la taberna del Indiano ni en el descampado de las Tapias pensaba en otra cosa que en mi contrato y en el contenido de la carta del ilustrado madrileño. Y hasta que no me vi a solas en el piso de Albert no cesó mi desasosiego.
Debía firmar el contrato y dárselo de nuevo a Ortega para que él se encargara de hacerlo llegar al ilustrado de Madrid. Lo leí varias veces y comprobé que mi sueldo era mucho más alto de lo que esperaba, que me llegaría a finales de cada mes si había cumplido con el artículo mensual obligado más una noticia escueta sobre algún evento social, político, económico o de cualquier otro tipo especialmente interesante. Sin embargo, el mes que no cumpliera con estos dos escritos recibiría de igual modo una cantidad a cuenta, dado que era el único corresponsal en activo en Barcelona y serlo era ya una categoría que de por sí sola era merecedora de un estipendio, hasta que el Consejo de Dirección del Diario no decidiera otra cosa. Eso si, el contrato me obligaba moralmente a no colaborar con ninguna otra publicación ni catalana ni española. Como estaba más que satisfecho con todos los términos del contrato, lo firmé sin pensarlo dos veces.
En lo que sí pensé fue en pagarle a mi amigo Albert todos los favores que me había hecho hasta el momento y la estancia en su piso de aquellos meses que había estado viviendo y disponiendo de él como si fuera mío. Y pensé también en mi nueva residencia. Para ello hablaría con Ortega de los pisos que conocía para iniciar los trámites pertinentes.

La carta del ilustrado madrileño no ocupaba más allá de dos páginas, presentaba un tono cordial y estaba llena de consejos, avisos y recomendaciones, algunas de las cuales tenían que ver con mi admirado Feijoo. Y una promesa firme que, pese a todo, aún no se ha cumplido. Empezaba por darme la enhorabuena por haber ganado el concurso literario y por el artículo sobre la Ciudadela, añadiendo que uno y otro artículos saldrían en el próximo número del Diario. Luego me aconsejaba que siguiera mi instinto de periodista y acertara con la selección de noticias y la eficacia de la expresión. Y como buen ilustrado debía pensar exclusivamente en prácticas reformadoras dada la realidad escandalosa de la decadencia española en casi todos los órdenes de la vida, desde la religión hasta la educación y las costumbres, pasando por la política, la literatura, las artes y las ciencias, con la sana intención de abrir las ventanas de España a los vientos de Europa justo en el momento en el que Europa y el resto del mundo habían dejado de notar el influjo de España. Me aconsejaba también imitar al fraile benedictino en el hecho de que debía ser un humanista ilustrado y sostener mi intelectualidad en el matrimonio de la razón más la experiencia por un lado y la curiosidad intelectual por otro. Y lograr como Feijoo que mi actividad intelectual fuera placentera y saludable y totalmente ajena a las necesidades económicas. Luego me avisaba de los peligros que eso lleva consigo porque buscar la verdad y destruir el embeleco con argumentos construidos a la luz de la razón puede conjurar peligros procedentes de todas partes, hasta de las personas más cercanas. “El oficio de periodista entraña enemigos aunque no se busquen. Sufrirás acechanzas como todos y, cuando veas que está en peligro tu integridad física, no dudes en recurrir a mi modesta persona porque te prometo solemnemente que siempre que esté en mi mano hacerlo te protegeré contra cualquier mal que te amenace.” Así acababa la carta. Aunque vi con sorpresa que no venía firmada por persona alguna. Sólo aparecían a pie de página las palabras “Un ilustrado de Madrid”. Eso me llenó de dudas el corazón, pese a estar contento de mi suerte. Era joven y, aunque enfermizo, tenía una vida por delante: un oficio del que estaba orgulloso y por el que iba a luchar y trabajar hasta donde mi cuerpo pudiera soportar.
Los días que siguieron fueron de celebraciones y de alguna que otra borrachera en compañía de Valentí, Albert y Ortega, que cada vez era más amigo y confidente. Una de estas borracheras la cogimos los cuatro, yo más monumental que ninguno, en la taberna del Indiano. Luego (lo recuerdo vagamente entre los vapores del vino) me llevaron a un establecimiento donde había mujeres guapas que vendían sus favores corporales. A mí me tocó una fémina que llevaba puesto un antifaz como si estuviéramos en Carnaval. No sé cuánto duraron los escarceos amorosos, pero cuando terminaron y la mujer del antifaz se lo quitó, descubrí que se trataba de Ofelia, la cual, con una sonrisa de oreja a oreja, me dijo:
--Parece que el vino te sienta bien.
Sonreí y, acaso debido a los efectos de la borrachera, la encontré más hermosa que la otra vez. Luego, sentados los dos sobre la cama, Ofelia me contó lo sucedido desde entonces y cómo había descubierto que su verdadera profesión era la que estaba ejerciendo en aquel lugar. Finalmente, antes de despedirnos, me dijo:
--Vuelve por aquí cuando tengas un mal día--, y añadió sonriendo--: o cuando estés tan contento como hoy, que para dar rienda suelta a los malos humores da lo mismo una ocasión que otra. Nosotras estamos para eso.
A los pocos días, tras recuperarme de la resaca y de mi casual reencuentro con Ofelia, escribí la primera crónica breve para el Diario. Fue a propósito de un motín que los trabajadores del campo y la ciudad llevaron a cabo en el mercado del Borne, promovido por la comisión de la que formaba parte Valentí. La policía cargó contra los alborotadores y detuvo a unos cuantos. En una publicación barcelonesa salió una breve nota diciendo que los amotinados eran gentes sin oficio ni beneficio, familias de holgazanes que habían desocupado los lugares de sus viviendas, la labor del campo y las profesiones en que se criaron, revoltosos de la clase social más ínfima, vagos y maleantes, gentes inferiores sin cabeza cierta y no sé cuántas mentiras más, porque, haciendo las averiguaciones pertinentes con ayuda de Albert, llegamos a la conclusión de que las personas que detuvieron tras las algaradas eran en su mayor parte labradores, herreros, canteros, curtidores y menestrales.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

El cine que hay que ver

El año que vivimos peligrosamente
Dirigida por Peter Weir en 1983, interpretada magistralmente en sus papeles estelares por Mel Gibson, Sigourney Weaver y Linda Hunt, que obtuvo un Óscar a la mejor actriz secundaria, y basada en la novela de C.J. Coch de 1978, cuenta la historia del periodista australiano Guy Hamilton (Gibson) que es enviado como reportero a Indonesia en plena efervencencia comunista contra el gobierno de Sukarno. Allí conoce al fotógrafo indígena Billy Kuan (Hunt), que le pondrá en contacto con personajes importantes de la política de Sukarno y cuyo comportamiento a veces es misterioso, y a Jill Bryant (Weaver), una hermosa mujer que trabaja en la embajada inglesa y con la que vivirá una historia de amor.
Constantemente planea sobre las pasiones, inquietudes personales y laborales que mueven a los tres personajes principales de la película la sempiterna dilogía Oriente-Occidente y la atmósfera creciente de insurrección de la gente más desfavorecida contra la cruel dictadura del presidente Sukarno. La inquietante música, de Maurice Jarre, y la cruda y a veces expresionista fotografía, de Russell Boyd, ayudan a crear un ambiente idóneo, especialmente, el de la amenaza de la guerra civil que va a sufrir el país. Conviene destacar la soberbia interpretación de Linda Hunt, que en esta ocasión se transforma en un varón para realizar uno de los papeles más importantes de su carrera cinematográfica.


lunes, 26 de septiembre de 2011

Patadas al diccionario

Palabras parecidas pero muy diferentes
Hoy hablaremos de dos parejas de palabras que llevan a menudo a confundirlas a gente de toda clase social y cultura. Me refiero a:
1.- Inicuo e inocuo.
2.- Dechado y desechado.
En el primer caso sólo una vocal las separa.
El adjetivo Inicuo (con su femenino y plurales) significa "injusto, malvado, cruel, contrario a la equidad, perverso, ignominioso", etcétera, y encajaría en frases como la siguiente:
Lo que acabas de hacer con ese mendigo es inicuo; mira que darle un puntapie a su bote de limosna...
El adjetivo Inocuo (con su femenino y plurales) significa "que no hace daño, que no causa malestar". Vamos, lo contrario que el anterior. Encajaría perfectamente en frases como la siguiente:
Ese medicamento que vas a tomar es inocuo, no causará el menor daño a tu organismo.
En las palabras de la pareja del segundo caso es toda una sílaba, se, la que las separa.
El sustantivo dechado significa "modelo de persona que se tiene presente para imitarla". Es ideal para frases como la siguiente:
Mi amigo se porta tan generosa y abiertamente con sus vecinos que es un dechado de entrega y humildad.
El participio desechado (con su femenino y plurales), procedente del verbo desechar ("rechazar o no admitir una cosa por considerarla inútil") significa "rechazado, apartado, menospreciado, despreciado" etcétera. Encajaría en frases como la siguiente:
Ese sillón roto y sucio ha sido desechado de mi mobiliario.
En su lugar puede usarse el sustantivo desecho, que significa "residuo, desperdicio, recorte sobrante en una industria", etcétera.
Y ya metidos en materia, conviene no confundir con deshecho (de deshacer), aunque eso será objetivo de una nueva entrada.

sábado, 24 de septiembre de 2011

De vista, de oídas, de leídas


El mundo plástico de Juanma Nieto
Ayer tuve la gran suerte de visitar el oasis de paz y de imaginación que mi viejo amigo y compañero de aulas Juanma Nieto se ha creado en Sabadell. Se trata de un espacio singular (estudio y galería de exposición) donde el orden humano y la magia artística se dan la mano para ofrecer al público entendido y gustador del auténtico arte un mundo plástico moderno, valiente, bello y práctico,
pues allí puede contemplarse desde la maravilla de ver convertirse el papel maché en cromados y esféricos volúmenes, nidos para el aire, hasta la poesía que estalla en radiografías de hojas de hiedra y trasuntos de vidrieras imaginadas de los cuadros, pasando por la nostalgia del cómic (Tintín haciendo acrobacias en una cuerda) o el uso cotidiano de unos botes de pintura convertidos en lámparas o unas peonzas que, por arte de la imaginación del artista, hacen de colgadores.
Mientras ayer, rodeados de las muestras artísticas que llenan las mesas y las paredes del espacio mágico que ha creado el artista, hablábamos con él y su mujer de la nueva aventura plástica que acaban de iniciar, no dejaba de pensar en la tenacidad y talento que se necesitan para montar el andamio de una empresa que se alimenta del arte y la belleza. Juanma lo ha logrado. Y, como le dije en su refugio de calma y creación, desde mi blog le deseo lo mejor y que el viaje que acaba de empezar llegue a buen término.
Para quien esté interesado en la obra plástica de Juanma Nieto, aquí apunto la dirección de su blog: www.nostalgiaplastica.blogspot.com y la de su estudio-galería:
Calle Lacy, 62-64
Sabadell
De uno y otro saldrá impregnado de una nueva poesía plástica hecha con inteligencia y corazón.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Fotografías que hablan


Más allá de la muerte


Más allá de la muerte, la poesía vive, se levanta y grita entre cipreses y mirlos escondidos. Yo lo vi paseando no hace mucho por Père Lachaise. El poeta dormía bajo la piedra dura, pero era tanta la fuerza de la poesía que le había habitado en vida, que un día alzó la mano, bronce atento, espíritu de campana, voz reivindicadora que nunca muere, y salió a la luz donde brilla la tupida fronda del ciprés y canta su melodía el recóndito mirlo, y se echó a la calle a recordar a la gente que aún hay camino que recorrer si se hace con buenas intenciones. Rodenbach, el poeta de ojos soñadores, atraviesa un siglo de sombras y convulsiones sociales y económicas para alzar la piedra de su tumba y gritar a los cuatro vientos que la poesía no arreglará el problema financiero ni el paro, que aquí es galopante, pero ayuda siempre a equilibrar el ánimo y a acercarse a la paz y la libertad personales si se buscan cada día.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Claves de la Literatura española




CLAVES DE LA LITERATURA MEDIEVAL ESPAÑOLA

I.
La Edad Media comienza en el siglo V, con la invasión de los bárbaros, y termina en el XV, con la toma de Constantinopla, según unos, o con el descubrimiento de América, según otros. Se trata de un periodo de tiempo muy extenso y abundante en manifestaciones de todo tipo, desde guerras hasta enfermedades que diezmaban la población, pasando por cambios de gobiernos, sociedades y modos de sentir y concebir la vida. Así pues, para comprender el complejo mundo literario medieval que vamos a estudiar, periodo que comienza con las jarchas en el siglo XI y acaba con La Celestina en el XV, es conveniente que tengas en cuenta los siguientes aspectos sociales, políticos, históricos y culturales:


El proceso de formación y diferenciación de las lenguas romances o románicas (en España, la gallega, la valenciana, la catalana y la castellana, y en Europa, la francesa, la italiana o la portuguesa, entre otras).
El descubrimiento del sepulcro del apóstol Santiago en Galicia hizo de Compostela un centro de peregrinación cristiana y un símbolo para contrarrestar el poder musulmán; además, el Camino de Santiago, que se creó para hacer posible dicha peregrinación, se convirtió en un vehículo de influencias culturales y literarias.
La concepción teocéntrica del mundo, según la cual Dios regía los destinos humanos y el hombre sólo era un instrumento suyo; logrando con ello que lo religioso prevaleciera sobre lo profano.
La conservación del latín como lengua de la Iglesia y la cultura ( aunque a partir del siglo XIII cede en gran parte su puesto al castellano).
La invasión árabe que dura desde el siglo VIII al XV en que los Reyes Católicos acaban con el último bastión musulmán de Granada. Relacionada con la anterior, se da la Reconquista, periodo de luchas durante el cual los monarcas cristianos recuperan poco a poco los territores ocupados por los árabes.
El feudalismo, sistema económico, político y social basado en un contrato según el cual los reyes y los grandes señores concedían tierras y otros bienes a sus vasallos a cambio de que éstos les prestaran servicios y juraran fidelidad.
La jerarquización de la sociedad en tres estamentos importantes: la nobleza, el clero y el pueblo llano (para otros, los que luchan, los que oran y los que laboran). A medida que avanza la Edad Media, irá apareciendo una cuarta clase social que influirá decisivamente en la vida de las otras: la burguesía.
Al principio serán los monasterios, centros de estudio y de cultura, de donde irradiará todo tipo de influencias para la creación de obras literarias religiosas, y poco a poco esa influencia emanará de las cortes, cuyo ambiente refinado producirá una literatura profana. Paralelamente, se desarrollará una literatura popular, en su mayor parte transmitida oralmente por los juglares.
El románico y el gótico serán los estilos artísticos (pintura, escultura y arquitectura) que abarcarán la mayor parte de la Edad Media (siglos XI-XIV)

Las jarchas
Relacionadas con la presencia árabe en España (durante casi ochocientos años los cristianos convivieron sin grandes problemas con musulmanes y judíos), aparecen las jarchas, breves composiciones líricas escritas en mozárabe (lengua que hablaban los cristianos que vivían en los territorios ocupados por los musulmanes). Dichas composiciones se solían añadir al final de otras más extensas y escritas en árabe o hebreo, llamadas moaxajas. Las jarchas, que datan del siglo XI, fueron descubiertas por el filólogo Samuel Stern en 1948, y hasta el presente se han recopilado unas cincuenta. El tema principal es la queja que dirige normalmente una mujer a su madre o a sus hermanas la mayoría de las veces por el abandono o la partida de su amado. Otras veces, las menos, expresan la confesión de felicidad que siente la mujer por el amado. Éste se identifica con la palabra habib o habibi. Este tipo de poesía está relacionado con la Cantiga de amigo de la literatura gallego-portuguesa, uno de cuyos máximos cultivadores es Martín Codax, el cual se distinguió por sus canciones de amor y mar. La recordaremos junto con otras cuando hablemos de la lírica tradicional.
Aquí tienes tres muestras de jarchas acompañadas de su versión castellana moderna:



Amanu ya habibi,
al-wahsha me non farás.
Bon, becha ma boquella:
eu sé que no te irás.
(Merced, amigo mío.
No me dejarás sola.
Hermoso, besa mi boquita:
Yo sé que no te irás.)

Garid vos, ¡ay yermaniellas!,
¿cóm’ contenir el mio male?
Sin el habib non vivreyu:
¿ad ob l’irey demandare?
(Decidme, ay hermanitas,
¿cómo contener mi mal?
Sin el amado no viviré yo:
¿adónde iré a buscarlo?)

¡Tant’ amari, tant’ amari,
habib, tant’ amari!
Enfermaron uelyos gayos,
ya duelen tan mali.
(Tanto amarte, tanto amarte,
Amado, tanto amarte!
Enfermaron mis ojos alegres,
Ya duelen con tanto mal.)




El mester de juglaría
Dos son los mesteres u oficios que se dan en la Edad Media relacionados con la Literatura: el mester de juglaría o de los juglares, que empieza a dar su fruto en el siglo XII, y el mester de clerecía o de los clérigos o gente culta, que se inicia en el siglo XIII con el primer poeta de nombre conocido, Gonzalo de Berceo. Los juglares eran artistas ambulantes que recorrían las poblaciones cantando o recitando hazañas de guerreros a un pueblo inculto, acompañados o no de instrumentos musicales, aunque también realizaban juegos malabares, acrobacias y otras habilidades por el estilo. Luego se establecieron en ciudades populosas o en los castillos de los grandes señores. Los temas de sus canciones o recitados eran preferentemente de carácter heroico, basados en historias que entonces apasionaban a los habitantes de aquella España romance en que las luchas contra los árabes era el pan de cada día. Muchas de esas batallas fueron recogidas en los Cantares de Gesta, que los juglares se encargaron de difundir oralmente.
Los Cantares de Gesta son piezas anónimas escritas en métrica irregular, preferentemente con versos de 14, 16 ó 17 sílabas, divididos en dos hemistiquios y agrupados en series monorrimas y asonantadas. El lenguaje empleado es sencillo, aunque muy realista y expresivo.
El único Cantar de Gesta que ha llegado hasta nosotros casi completo es el Cantar o Poema de Mio Cid. Del Cantar de Roncesvalles se conserva un centenar de versos y Menéndez Pidal ha reconstruido totalmente el Poema de los Infantes de Lara. También nos consta la existencia de otros Cantares que, por su contenido histórico, fueron incluidos, debidamente prosificados, en posteriores crónicas, como la General de Alfonso X el Sabio o la de Veinte Reyes. Los principales Cantares de Gesta perdidos son los siguientes:
El Poema de Bernardo del Carpio, que narra la derrota que este héroe legendario infligió al héroe francés Roldán en Roncesvalles.
La leyenda de don Rodrigo, sobre el último rey godo español que perdió ante los moros la batalla de Guadalete, permitiendo así el principio de la ocupación musulmana.
El Cantar de Sancho II y el cerco de Zamora, que narra las luchas del rey Sancho entabladas con sus hermanos (Alfonso, Elvira, Urraca) para reunificar el reino de su padre Fernando I, y su posterior muerte ante las murallas de Zamora.
El Poema de Fernán González, que cuenta cómo Fernán González se convirtió en el primer conde independiente de Castilla.
Los Cantares de Gesta al final de la Edad Media se fragmentaron en pequeños poemas que recibieron el nombre de Romances.

El Poema de Mío Cid
Fue escrito hacia 1140 por autores desconocidos (se cree que debieron de ser dos juglares de las zonas donde tiene lugar la acción del Poema, por la fidelidad geográfica manifestada en la obra). En la Biblioteca Nacional se guarda una copia del Cantar, obra de un tan Per Abat, fechada en 1307. Gracias a Menéndez Pidal, conocemos el Poema de Mío Cid en sus aspectos histórico, lingüístico y literario. Consta de 3.730 versos irregulares (los hay desde 10 a 20 sílabas), con cesura, dos hemistiquios y rima asonante.
El Poema de Mio Cid consta de tres partes:
Cantar del destierro: el héroe castellano Rodrigo Díaz de Vivar es desterrado de Castilla por el rey Alfonso VI. Le acompañan caballeros leales. A su paso por Burgos nadie se atreve a alojarlo porque el pueblo ha recibido amenazas severas del rey. En el monasterio de Cardeña se despide de su esposa doña Jimena y de sus hijas Elvira y Sol, a las que deja al cuidado del abad don Sancho. Luego lucha y vence en varias batallas a los moros en su camino hacia Valencia y también al conde de Barcelona.
Cantar de las bodas: tras conquistar Valencia, el Cid envía al Rey a su fiel Alvar Fáñez para donarle parte del botín obtenido tras los combates. Como consecuencia de ello, señor y vasallo se reconcilian. En Valencia se reúne el Cid con su mujer e hijas, y los ambiciosos infantes de Carrión solicitan al Soberano casarse con Elvira y Sol. Alfonso VI accede con reservas, y las bodas se celebran con gran fastuosidad.
Cantar de la afrenta de Corpes: los infantes son objeto de burla y tildados de cobardes por parte de algunos caballeros del Campeador tras lo ocurrido con el león que se escapa de su jaula. Entonces los burlados piden a su suegro que les permita irse con sus mujeres a Carrión. En el robledal de Corpes, camino de sus tierras, atan a las mujeres a unos árboles, las azotan y, finalmente las abandonan. Enterado el Cid, exige justicia al Rey y el monarca se la concede en la Corte. Los caballeros del Campeador derrotan a los Infantes en un torneo. Finalmente, Elvira y Sol contraen matrimonio con los príncipes de Aragón y Navarra.
En el Poema de Mio Cid aparece el personaje principal, Rodrigo Díaz de Vivar, como un modelo de esposo, padre, vasallo y estratega militar, cualidades que se ven acompañadas de otras virtudes humanas, como la generosidad, la nobleza, la valentía y la religiosidad.
El estilo del Poema presenta, entre otros, los siguientes rasgos característicos del lenguaje épico y de obras de transmisión oral: empleo de epítetos épicos, como “Campeador”, “el de la luenga barba”, “el bienhadado”…, enumeraciones (abundantísimas), fórmulas del tipo “de muy buen grado”, estilo directo (asistimos constantemente a las palabras de los personajes), diversidad de tiempos verbales con abundancia del presente histórico (“esto le contesta entonces”, “le dice”, “le va a besar”, “las vuelve a mirar”…), llamadas al público para atraer su atención, como “ved”, “nunca visteis más llorar”…
El tema del Cid aparece en posteriores producciones literarias: en el Romancero, en el teatro del valenciano Guillén de Castro (Las mocedades del Cid) o en el poema Castilla, de Manuel Machado; y, fuera de nuestras fronteras, en el francés Corneille (El Cid), por ejemplo.

Te propongo la lectura del pasaje en que el Cid Campeador se despide de su mujer e hijas en San Pedro de Cardeña, camino de su destierro. Recuerda que nadie ha acudido a socorrerle porque el rey lo ha prohibido tajantemente; hasta una niña de nueve años, que abre la puerta de su casa para verle pasar hacia el destierro, le dice que en el mal de las gentes del pueblo él no gana nada pidiendo alojamiento, ya que el Rey ha amenazado a los lugareños hasta con sacarles los ojos. Tras esa emotiva escena, el Cid manda a sus huestes seguir la marcha hasta Cardeña, donde se hallan alojadas su mujer doña Jimena y sus hijas doña Elvira y doña Sol.


Con luces y con candelas los monjes salen al patio.
“Gracias a Dios, Mio Cid, le dijo el abad don Sancho,
puesto que os tengo aquí, por mí seréis hospedado”.
Esto le contesta entonces Mio Cid el bienhadado:
“Contento, de vos estoy agradecido, don Sancho, 5
prepararé la comida mía y la de mis vasallos.
Hoy que salgo de esta tierra os daré cincuenta marcos,
si Dios me concede vida os he de dar otro tanto.
No quiero que el monasterio por mí sufra ningún gasto.
Para mi esposa Jimena os entrego aquí cien marcos; 10
a ella, a sus hijas y damas podréis servir este año.
Dos hijas niñas os dejo, tomadlas a vuestro amparo.
A vos os las encomiendo en mi ausencia, abad don Sancho,
en ellas y en mi mujer ponedme todo cuidado.
Si ese dinero se acaba o si os faltare algo, 15
dadles lo que necesiten, abad, así os lo mando.
Por un marco que gastéis, al convento daré cuatro.”
Así se lo prometió el abad de muy buen grado.
Ved aquí a doña Jimena, con sus hijas va llegando,
a cada una de las niñas la lleva una dama en brazos. 20
Doña Jimena ante el Cid las dos rodillas ha hincado
Llanto tenía en los ojos, quísole besar las manos.
Le dice: “Gracias os pido, Mio Cid el bienhadado.
Por calumnias de malsines del reino vais desterrado.
………………………………………………………
Y acabada la oración y tras la misa escuchar, 25
Salen todos de la iglesia, ya van a cabalgar.
El Cid a doña Jimena un abrazo le fue a dar
y doña Jimena al Cid lamano le va a besar;
no sabía ella qué hacerse más que llorar y llorar.
A sus dos niñas el Cid mucho las vuelve a mirar. 30
“A Dios os entrego, hijas, nos hemos de separar
y sólo Dios sabe cuándo nos volvamos a juntar”.
Mucho que lloraban todos, nunca visteis más llorar;
como la uña de la carne así apartándose van.



II.
Con la llegada del siglo XIII se crea la prosa castellana en manos del monarca Alfonso X el Sabio, y nuestra Literatura pasa a ser escrita. También en este siglo nace el mester de clerecía u oficio de clérigos con Gonzalo de Berceo. Durante el siglo XIV se darán a conocer dos de nuestros mejores escritores: uno en prosa, creador del cuento, Don Juan Manuel, y otro en verso, continuador del mester de Clerecía y artista del lenguaje, Juan Ruiz, Arcipreste de Hita.

Alfonso X y el nacimiento de la prosa medieval
El rey de Castilla, Alfonso X el Sabio (1221-1284), cuya vida política se resume en sus aspiraciones fracasadas al trono imperial de Alemania y las rebeliones de su hijo Sancho IV, consiguió con su vida intelectual convertir el castellano en el principal medio cultural, haciendo que el latín perdiera su anterior preponderancia. Además supo rodearse de un equipo de sabios procedentes de todas partes del mundo que, entre otras labores, le tradujeron colecciones de cuentos indios, como el Calila e Dimna o el Sendebar, llamado también Libro de los engaños de las mujeres, fuentes, entre otras de El Conde Lucanor, obra del infante don Juan Manuel. Y colaboraron con él en la composición de libros de historia, como la Crónica General o la General e Grande Estoria, muy importantes porque recogen también tradiciones y leyendas que muchas veces son reconstrucciones de algunas Gestas perdidas. Asimismo confeccionaron obras jurídicas, como las Partidas, cuya aparición hizo que el derecho germánico fuera sustituido por el derecho romano, fortaleciendo así la autoridad del rey. Y científicas (Libros de el saber de Astronomía) y de entretenimiento (Libros de ajedrez, dados et tablas). El rey sabio se distinguió también por ser un gran poeta lírico, como demostró en las Cantigas de Santa María, escritas en galaico-portugués, lengua y vehículo de la poesía lírica, y que recogen milagros realizados por la Virgen en las personas de sus devotos, asunto que repetirá Berceo en sus Milagros de Nuestra Señora.

El mester de clerecía.
Los clérigos, siguiendo el rastro de los juglares, se incorporaron a la literatura para difundir entre el pueblo, aún inculto e iletrado, el saber que contenían los códices monacales, casi todos ellos escritos en latín. Y lo hacen imitando a los juglares en el modo de dirigirse al público para llamar su atención (“Amigos e vasallos de Dios omnipotent, / si vos me eschuchásedes por vuestro cosiment, / querríavos contar un buen aveniment…”) o en el de solicitar el premio a su intervención (“bien valdrá, commo creo, un vaso de bon vino”).
Las características principales del mester de clerecía son las siguientes:
Falta de originalidad debido al seguimiento que muestran del códice latino en el que se basan.
Fidelidad al texto que traducen y que citan constantemente para dar mayor garantía a sus palabras (“non escrivimos sinon lo que leemos”).
Intención pedagógica que significaba el difundir los conocimientos vedados a los incultos e iletrados.
Temas religiosos (vidas de santos, leyendas marianas), y culturales (relatos novelescos de origen clásico).
A diferencia de los juglares, los cultivadores del mester de clerecía emplean una versificación regular, la llamada cuaderna vía (estrofa de cuatro versos alejandrinos con cesura entre dos hemistiquios de siete sílabas cada uno y con una sola rima consonante para los cuatro). El nombre de la estrofa procede del Libro de Aleixandre (“fablar curso rimado por la cuaderna vía”, dice uno de sus versos).
Las dos obras más importantes del mester de clerecía son: Milagros de Nuestra Señora, de Berceo (siglo XIII), y el Libro de Buen Amor, del Arcipreste de Hita (siglo XIV), si bien en este último se incluyen otras estrofas, además de las cuadernas vías, como los zéjeles.

Gonzalo de Berceo (1180-1246) es el primer poeta castellano de nombre conocido, el cual tomó el apellido de la localidad riojana donde nació. Se educó en el monasterio de San Millán de Suso y estuvo vinculado con los monasterios de San Millán de la Cogolla y Santo Domingo de Silos. Se ordenó de diácono y de sacerdote. Hacia 1235 comenzó a escribir, tarea que no abandonaría hasta su muerte.
Podemos clasificar su obra de la siguiente manera:
Vidas de santos: Vida de Santo Domingo de Silos, Vida de San Millán y Vida de Santa Oria.
Obras relacionadas con la Virgen : Milagros de Nuestra Señora, Loores de Nuestra Señora y Planto que fizo Nuestra señora el día de la Pasión de su Fijo.
Otros temas: Martirio de San Lorenzo, Sacrificio de la Misa y Los signos que aparecerán antes del Juicio.
Pero en Berceo lo más interesante, poéticamente hablando, son los Milagros de Nuestra señora, 25 casos de vidas pecadoras de devotos de la Virgen, a quienes la Gloriosa salva con su infinita bondad en momentos muy delicados. Los Milagros se inscriben en el marco de la literatura mariana que en esos momentos abunda en Europa. Era fácil entonces rastrear por todas partes relatos piadosos escritos en latín, que fueron traducidos a varias lenguas, sobre todo, al francés. Se cree que nuestro poeta se basó en los Miracles, de Gautier de Coincy para redactar 24 milagros de los 25 de que consta su obra. Aunque Berceo sabe darles un sello personal inconfundible. Los Milagros aparecen precedidos de una Introducción, una especie de alegoría que representa al hombre como un romero camino de su salvación. El mérito de Berceo consiste en haberlos hecho accesibles al pueblo por medio de un lenguaje ingenuo y realista, dotado a veces de una gran fuerza dramática. Esto, unido a su humanidad candorosa y su fervor religioso humano y sencillo, convierten al poeta en una figura admirada por toda la literatura posterior.
Entre los milagros destacan los siguientes: La casulla de San Ildefonso (la Virgen le entrega al santo una casulla como premio y que, en cambio, asfixia a uno de sus sucesores), El milagro de Teófilo (este vicario del obispo pacta con el diablo, herido en su orgullo por no habérsele entregado la plaza de su antecesor, que había muerto; pero recuperado el puesto y arrepentido de su pecado, hace que la Virgen rescate la cédula donde había renegado de sus creencias), El ladrón devoto (un malhechor es condenado a la horca por sus crímenes, pero la Virgen impide que muera ahorcado poniendo su mano entre la cuerda y el cuello del bandido devoto), La iglesia robada (el único que es cosecha personal, cuenta cómo un clérigo que se dispone a robar en un templo castellano no consigue impedir que su mano quede pegada a la toca de Nuestra Señora y así lo pueda prender la justicia). Otros igualmente conocidos son La imagen respetada, El niño judío o El clérigo ignorante. En todos ellos descubrimos los mismos rasgos de ingenuidad y realismo, y así vemos a la Virgen hablar como una mujer que tiene sentimientos humanos (enfados, celos…), a los diablos jugar al balón con las almas de los hombres o a los obispos hacer caso de habladurías de terceras personas.


Te propongo la lectura de la primera mitad del Milagro IX, titulado El clérigo ignorante, historia que relata la destitución de un clérigo por su obispo, tras oír la acusación de que sólo sabe cantar la misa de la Virgen. Apenado por su situación, el clérigo acude en busca de ayuda a su Señora, la cual, tras escucharle, se aparece al obispo visiblemente molesta, le reprende duramente por su fea acción y le obliga a restituir al sacerdote a su iglesia; una vez recuperado su puesto, el clérigo continúa cantando su peculiar misa a la Virgen como siempre ha hecho :

“Érase un simple clérigo pobre de clerecía,
A diario decía la misa de María;
No sabía decir otra, la decía cada día:
Más la sabía por uso que por sabiduría.
Fue este misacantano al obispo acusado 5
De ser idiota y ser mal clérigo probado
Que el Salve Sancta Parens sólo tenía usado,
Por no saber más misas aquel torpe cuitado.
Duramente movido fuera el obispo a saña;
Decía: “Nunca de un cura escuché tal hazaña”. 10
Dijo: “Decid al hijo de tan remala entraña
Que venga hoy ante mí, no lo excuse con maña”.
Ante el obispo vino el cura pecador;
Tenía por el miedo perdido su color;
No podía, de vergüenza, mirar a su señor; 15
Nunca sudó el mezquino tan amargo sudor.
El obispo le dijo: “Pater, di la verdad,
Si es tal como me dicen tu enorme necedad.”
El buen el hombre le dijo: “Señor, por caridad,
Si dijese que no, diría falsedad.” 20
El obispo le dijo: “Ya que no tienes ciencia
De decir otras misas, ni sentido o potencia,
te prohíbo que celebres y te doy la sentencia:
por el medio que puedas busca tu subsistencia”.
Salió el cura a la calle triste y desamparado; 25
tenía gran vergüenza y daño muy marcado;
volvióse a la Gloriosa lloroso y aquejado,
que le diese consejo, pues estaba aterrado.
Esta Madre preciosa que nunca le faltó
a quien de corazón a sus plantas cayó, 30
el ruego de su clérigo en seguida escuchó,
y sin tardanza alguna al punto socorrió.”


Juan Ruiz, Arcipreste de Hita
(1283?-1350?)
Los datos que nos han llegado de este autor proceden la mayoría de su obra. Sabemos que nació en Alcalá de Henares, fue Arcipreste de Hita (Guadalajara) y padeció prisión por orden del arzobispo de Toledo Gil de Albornoz.
Su obra recibe el nombre de Libro de Buen Amor, que contiene, como dice Menéndez Pelayo, toda la sociedad española del siglo XIV. Se trata de casi dos mil versos distribuidos en los siguientes apartados:
Narrativos: aventuras, la mayor parte amorosas, que narra el propio Arcipreste de manera autobiográfica; andanzas también amorosas habidas entre don Melón y doña Endrina y mediadas por la vieja Trotaconventos ( personaje antecedente de la Celestina); fábulas o apólogos de fuentes clásicas (ejemplo, la disputa entre los griegos y los romanos); o la batalla entablada entre don Carnal y doña Cuaresma), etc.
Líricos: loores a la Virgen, de la que el Arcipreste se cree juglar; canciones populares de estudiantes, de ciegos; cantigas de serrana, en las que un caballero pide a una de estas moradoras de la sierra que le ayude a pasar algún puerto serrano y, de paso, la corteja; pero la moza no atiende a sus requiebros amorosos y le obliga a seguir su paso ( la cantiga de serrana es una versión ruda de la delicada serranilla, género cultivado por el Marqués de Santillana un siglo después).
Didáctico-morales: reflexiones de tipo ético y moral sobre la muerte (a raíz de la de Trotaconventos); moralejas que acompañan a los apólogos del libro; comentarios críticos sobre aspectos diversos: la vida de los clérigos, el poder del dinero, el amor de la mujer pequeña; reflexiones irónicas acerca del loco amor del mundo y sus engaños, etc.
El Arcipreste es, ante todo, un moralista, pese a lo desenvuelto de su lenguaje. Así, él mismo nos dice en el prólogo que compone su libro para convencer a las gentes de la poca consistencia que posee el amor terrenal. He aquí sus palabras: “Donde yo de mi poquilla ciencia y mucha rudeza, entiendo cuántos bienes hacen perder al alma o al cuerpo en los muchos males que les apareja el loco amor del pecado del mundo, escogiendo y amando con buena voluntad salvación y gloria del paraíso para mi alma, hice esta chica escritura en memoria de bien y compuse este nuevo libro en que son escritas algunas maneras y maestrías y sutilezas engañosas del loco amor del mundo, que usan algunos para pecar.”
El Arcipreste en el Libro de Buen Amor se vale de un lenguaje fuerte, directo, variado y colorista. Es bien sabido que, además de ser una persona con una cultura sólida y extensa, se muestra en ocasiones como un autor popular. Por eso unas veces se expresa como un poeta exquisito, y sigue empleando la estrofa propia del mester de clerecía, esto es, la cuaderna vía, y otras, dado su espíritu alegre y campechano, su expresión recuerda la de un juglar, y, como tal, utiliza variedad de ritmos y expresiones populares y coloquiales para acercarse a todas las gentes, sea la que fuere su condición social y cultural. Y así, al lado de la citada cuaderna vía, emplea otras estrofas más flexibles y nuevas que muestran el rumbo hacia escuelas poéticas posteriores, como el zéjel.
El Libro de Buen Amor contiene variedad de temas, desde reflexiones morales sobre la maldad del dinero o del amor sensual, hasta lamentos funerarios, parábolas sobre el Carnaval y la Cuaresma, fábulas o Cantares de todo tipo: de estudiantes, de serranas, de ciegos… Pero también se incluyen en el libro canciones de alabanza a la Virgen y otras composiciones de carácter positivo, como los elogios. Entre ellos destaca el Elogio de la mujer pequeña; en este delicioso pasaje se ensalzan las virtudes y los rasgos físicos de la mujer chica, comparándola con los de algunos objetos valiosos, exquisitas especias y ciertos vegetales y animales, que poseen todos caracteres positivos referidos al color, el olor, el brillo, belleza, etc.

Te propongo la lectura de dicho pasaje.

Quiero abreviar, señores, esta predicación
porque siempre gusté de pequeño sermón
y de mujer pequeña y de breve razón:
pues lo poco y bien dicho queda en el corazón.

Del que mucho habla, ríen; quien mucho ríe es loco; 5
tiene la mujer chica gran amor y no poco.
Yo di grandes por chicas sin el menor sofoco,
mas dar chicas por altas es trueque que no evoco.

De que ensalce a las chicas el Amor me hizo ruego,
que diga sus noblezas; las quiero decir luego. 10
Loaré las chiquitas, y lo tendréis por juego.
¡Son frías como nieve y arden más que el fuego.
Son frías por defuera; en el amor ardientes;
en la cama solaz, placenteras, rientes;
en la casa hacendosas, cuerdas y complacientes; 15
mucho más hallaréis en cuanto paréis mientes.
En pequeño diamante yace gran resplandor,
en muy poquito azúcar yace mucho dulzor,
en la mujer pequeña yace muy grande amor,
pocas palabras bastan al buen entendedor. 20
Es muy pequeño el grano de la buena pimienta,
pero más que la nuez reconforta y calienta:
así, en mujer pequeña, cuando en amor consienta
no hay placer en el mundo que en ella no se sienta.
Como en la rosa chica está mucho color, 25
como en un poco de oro gran precio y gran valor,
como en poco bálsamo yace muy buen olor,
así, en la mujer chica, yace muy gran amor.
Como el rubí pequeño tiene mucha bondad,
Color, virtud y precio, nobleza y claridad, 30
Así la mujer chica tiene mucha beldad,
Hermosura y donaire, amor y lealtad.
Bien chica es la calandria y chico el ruiseñor,
pero cantan más dulce que otra ave mayor;
la mujer cuando chica por eso no es peor, 35
con amor es más dulce que azúcar y que flor.
…………………………………………………..
Para mujer pequeña no hay comparación:
terrenal paraíso y gran consolación,
alegría y solaz, placer y bendición;
vale más en la prueba que en la presentación. 40
Siempre quise a la chica más que a grande o mayor;
¡nunca fue mala cosa del mal ser huidor!;
del mal tomar lo menos, dice el entendedor;
por ello, entre mujeres, ¡la menor es mejor!



El infante don Juan Manuel y la prosa literaria
Nieto de Fernando III el Santo y sobrino de Alfonso X el Sabio, el infante don Juan Manuel (1282-1348) fue ya adelantado de Murcia a los doce años. Peleó desde muy joven contra los árabes, a quienes venció en Vera. Su vida se vio siempre envuelta por las intrigas de la Corte y tuvo que ejercer importantes cargos políticos que le granjearon enemistades, sobre todo, durante los reinados de Fernando IV, cuya minoría de edad dirigió, y Alfonso XI, del que fue tutor. No guardó fidelidad a nadie y disfrutó de una gran independencia. En claro contraste con esta faceta política, don Juan Manuel supo llevar con fortuna y honestidad la carrera de las letras. Al final de su vida se retiró al monasterio de Peñafiel y allí se rodeó de libros y de prácticas religiosas hasta su muerte.
Sus ideas estéticas son muy personales: en primer lugar, cree que el escritor debe procurar que su expresión se produzca con las menos palabras posibles, con tal que no resulte confusa; en segundo lugar, se preocupa de legar a la posteridad un texto corregido por su propia mano, de manera que nadie lo juzgue por textos que no sean suyos.
Creador de la prosa literaria, la obra de don Juan Manuel puede dividirse en dos grandes apartados:
En el primero podemos situar, entre otros, el Libro de la caza, obra interesante para conocer las intenciones políticas de su autor, o el Libro de los consejos o castigos que hizo Don Juan para su hijo, que es una especie de guía de conducta y educación.
En el segundo, de mayor interés literario, incluimos el Libro de los Estados, cuyo asunto es la leyenda de Buda tratada desde el punto de vista cristiano, el Libro del caballero y el escudero, obra dividida en dos secciones, una novelesca y otra doctrinal, de las cuales la más importante es la segunda porque es algo así como una enciclopedia que posee todos los conocimientos de la época; sin embargo, el mejor de todos es el Libro de Patronio o el Conde Lucanor, que cuaja el triunfo de su estilo narrativo, reuniendo en una sola obra sus ideas religiosas, políticas, sociales y literarias.
El Conde Lucanor, acabado en 1335 y cumbre de la prosa literaria del siglo XIV, inicia el género narrativo en Europa ya que se adelanta al Decamerón de Boccaccio en 14 años. Se compone de 50 cuentos que poseen la misma estructura: el conde Lucanor pide consejo a su ayo Patronio sobre cómo solucionar algunos problemas que se le presentan en la vida cotidiana, y éste intenta resolverlos mediante narraciones que aparecen seguidas de una especie de moraleja.
Los cuentos son muy variados y de orígenes diversos: de tradición esópica cuyos protagonistas son animales: Lo que sucedió a una zorra que se tendió en la calle y se hizo la muerta; de tradición oriental, con personajes humanos: Lo que sucedió a un hombre que por pobreza y falta de otra cosa comía altramuces, tema en que se basa Calderón para escribir la famosa décima que empieza “Cuentan de un sabio que un día…”, o Lo que sucedió a una mujer llamada doña Truhana, asunto en el que se inspiró Samaniego para escribir la fábula La lechera; de tradición ascética o religiosa: Lo que sucedió al que se hizo amigo y vasallo del demonio, que coincide con un apólogo de su coetáneo Juan Ruiz. También hay cuentos basados en temas españoles (Lo que sucedió a un rey de Córdoba llamado Alhaquen), la amistad (Lo que sucedió a un deán de santiago con don Illán, el mago de Toledo, uno de los más celebrados de toda la colección) o el carácter fuerte de la mujer (Lo que sucedió a un mozo que casó con una muchacha de muy mal carácter, fuente de La fierecilla domada, de Shakespeare), entre otros.
En todos ellos muestra don Juan Manuel un claro interés por lograr una prosa sobria, concisa y sencilla. Frente al Arcipreste, las notas irónicas que aparecen en los cuentos del Infante son siempre finas y cuidadosas, y si en el Libro de Buen Amor hallamos multitud de páginas donde se ha buscado la risa abierta y desconsiderada, en El Conde Lucanor el humor siempre busca una elegante e inteligente sonrisa. Concluyendo, don Juan Manuel es el primer prosista castellano con estilo propio.

Te propongo la lectura del CuentoVII, Lo que sucedió a una mujer llamada doña Truhana. Como sabes, el tema de este cuento se puede rastrear en literaturas anteriores a la nuestra. Las culturas orientales solían valerse de parábolas para adoctrinar a sus gentes. El asunto de la persona que sueña con bienes que aún no tiene y que actúa como si ya los tuviese se trasladó a otras culturas de occidente. En España es sabido que Alfonso X el Sabio mandó traducir el Calila e Dimna, una colección de apólogos cuyos protagonistas eran lo mismo personas que animales ( de hecho, el nombre del libro procede de los nombres de dos lobos), en la que existe el relato del monje que rompe el jarro de miel que hay sobre su cabeza tras soñar con los beneficios que podía obtener del preciado líquido. Pues bien, dicho cuento es el antecedente del que vas a leer.

“Otra vez habló el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, del siguiente modo:
--Patronio, un hombre me ha aconsejado que haga una cosa, y aún me ha dicho cómo podría hacerla, y os aseguro que es tan ventajosa que, si Dios quisiera que saliera como él lo dijo, me convendría mucho, pues los beneficios se encadenan unos con otros de tal manera que al fin son muy grandes.
Entonces refirió a Patronio en qué consistía. Cuando hubo terminado, respondió Patronio:
--Señor Conde Lucanor, siempre oí decir que era prudente atenerse a la realidad y no a lo que imaginamos, pues muchas veces sucede a los que confían en su imaginación lo mismo que sucedió a doña Truhana.
El Conde le preguntó qué le había sucedido.
--Señor Conde—dijo Patronio--, hubo una vez una mujer llamada doña Truhana, más pobre que rica, que un día iba al mercado llevando sobre su cabeza una olla de miel. Yendo por el camino empezó a pensar que vendería aquella olla de miel y que compraría con el dinero una partida de huevos, de los cuales nacerían gallinas, y luego, con el dinero en que vendería las gallinas compraría ovejas, y así fue comprando con las ganancias hasta que se vio más rica que ninguna de sus vecinas.
Luego pensó que con aquella riqueza que pensaba tener casaría a sus hijos e hijas e iría acompañada por la calle de yernos y nueras, oyendo a las gentes celebrar su buena ventura, que la había traído a tanta prosperidad desde la pobreza en que antes vivía.
Pensando en esto se empezó a reír con la alegría que le bullía en el cuerpo, y, al reírse, se dio con la mano un golpe en la frente, con lo que cayó la olla en tierra y se partió en pedazos. Cuando vio la olla rota, empezó a lamentarse como si hubiera perdido lo que pensaba haber logrado si no se rompiera. De modo que, por poner su confianza en lo que imaginaba, no logró nada de lo que quería.
Vos, señor Conde Lucanor, si queréis que las cosas que os dicen y las que pensáis sean un día realidad, fijaos bien en que sean posibles y no fantásticas, dudosas y vanas, y si queréis intentar algo guardaos muy bien de aventurar nada que estiméis por la incierta esperanza de un galardón de que no estéis seguro.
Al Conde agradó mucho lo que dijo Patronio, hízolo así y le salió muy bien.
Y como don Juan gustó de este ejemplo, lo mandó poner en este libro y escribió estos versos:
En las cosas ciertas confiad
y las fantásticas evitad.”



III.
Para comprender la producción literaria del siglo XV conviene tener en cuenta los siguientes aspectos culturales, sociales y políticos:
Cobra gran importancia el cultivo de las lenguas clásicas, que ya se había iniciado en el siglo anterior.
Los escritores italianos Dante, Petrarca y Boccaccio proporcionan a la Literatura un aire nuevo que rompe con la forma de pensar medieval y anuncia tiempos modernos.
Las coronas de Castilla y Aragón, representadas por los Reyes Católicos, aglutinan los antiguos reinos peninsulares y crean un rico comercio con otros países de Europa y la cuenca del mediterráneo.
La aparición del mercantilismo en las principales ciudades españolas modifica los gustos literarios: ahora se prefiere una literatura realista y más de acorde con una vida alejada de lo bélico y lo religioso.
El Humanismo, concepción cultural y vitalista opuesta a la mística medieval, propugna el goce de la vida creando nuevos temas como la fortuna, la sabiduría o la fama.
Nace la poesía cortesana (cortes de Juan II de Castilla y Alfonso V de Aragón), que pone de moda su carácter erudito y docente, pero también el abuso de la alegoría y la falsedad de los sentimientos.
La poesía popular castellana es recogida por escrito; y así se han conservado múltiples muestras de canciones de todo tipo: mayas, albas, cantares de vela, de romería, etc.
Los antiguos Cantares de Gesta, que con el tiempo han ido dejando de ser del gusto del público, aparecen fragmentados en pequeños poemas épico-líricos con grandes dosis de dramatismo en muchas ocasiones, llamados romances.
En este siglo se dan a conocer grandes poetas como Jorge Manrique y el Marqués de Santillana, entre otros. A finales del mismo, Fernando de Rojas escribe La Celestina, que es el mejor ejemplo español de comedia humanística (en realidad, una novela dialogada) y de gran importancia para nuestra Literatura.

La poesía cortesana. Los Cancioneros
Durante todo el siglo XV aparecen grandes compilaciones de poemas, primero en Provenza y Cataluña, después en Galicia y Portugal y, finalmente, en Castilla. En realidad, son antologías de varios poetas, cuyas composiciones, la mayoría ingeniosas y de brillante belleza formal, reflejan con fidelidad la sociedad del momento. Estas colecciones de poesía se llamaron Cancioneros, patrocinados por mecenas que eran, además de ricos, eruditos y poetas. El Cancionero más conocido fue el de Baena, recopilado en 1445 por el judío Juan Alfonso de Baena, secretario de Juan II. En él se recogen poesías de autores de los reinados de Enrique II, Juan I, Enrique III y la minoría de Juan II. Las poesías contenidas en él pertenecen principalmente a poetas de tres escuelas: la galaico-portuguesa (Macías, Villasandino, Juan Rodríguez del Padrón…), la alegórico-italiana (Martínez de Medina, Micer Francisco Imperial, Ferrán Manuel de Lado) y la tradicional castellana (Fernán Sánchez de Talavera, Fray Diego de Valencia). Según Menéndez pelayo, en ellos “hay muchos versos y poca poesía”. Si debe destacarse alguno, citaremos a Imperial y a Sánchez de Talavera, predecesor de Jorge Manrique en algunos temas y tópicos literarios como el “ubi sunt?”
Otros Cancioneros son: el General, el de Resende o el de Stúñiga.

Jorge Manrique
Jorge Manrique (1440-1479) equilibró su vida entre las armas y las letras. Nació en Paredes de Nava (Palencia), fue maestre de Santiago, defendió el bando del infante don Alfonso y, a su muerte, el de doña Isabel, por la que luchó contra el marqués de Villena. También ayudó a liberar el sitio de Uclés. Estuvo casado con doña Guiomar de Castañeda. Finalmente, murió peleando en el castillo de Garci-Muñoz (Cuenca).

Jorge Manrique también fue poeta de Cancionero, lo mismo que Juan de Mena o Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana, pues muchos de sus poemas amorosos teñidos de una tristeza profunda fueron recogidos en ese tipo de colección de poesías. Se trata de una cincuentena de composiciones de temática obsesiva sobre la muerte y expresadas con excesiva retórica. También escribió poesía satírica. Así pues, podemos clasificar su producción cancioneril en tres partes: amorosa, satírica y doctrinal. La amorosa (Castillo de amor o Ni vivir quiere que viva) se nutre de la lírica provenzal, y según ella la fidelidad del amante a su amada debe ser igual que la del siervo a su señor. La poesía satírica (Coplas a una beoda que tenía empeñado un brial en la taberna, por ejemplo) es de menor calado que la anterior.

Las Coplas
Pero la obra que le dio verdadera fama es la de tono sentencioso y doctrinal, representada especialmente por las Coplas a la muerte de su padre (la edición príncipe apareció en Zamora, 1480), una de las más hermosas elegías de nuestra Literatura. Está formada por 43 estrofas dobles de pie quebrado o coplas manriqueñas, nombre debido a su autor, cuyo esquema estrófico básico es 8a, 8b, 4c, 8a, 8b, 4c. Las cuales desarrollan, entre otros, los siguientes temas: la caducidad de los bienes temporales, la añoranza del tiempo pasado, el poder igualatorio de la muerte, la fama, la estoica conformidad ante el final de la vida o los cambios caprichosos de la fortuna. Las Coplas se inician con una consideración general sobre la fugacidad de la vida, proponiendo ejemplos de personajes ilustres del pasado más inmediato; continúan con la semblanza del padre del poeta, don Rodrigo, y se cierran con un diálogo entre la muerte y el Maestre, que acepta morir con resignación, “pues querer hombre vivir / cuando Dios quiere que muera / es locura”. De lo que se deducen los tres tipos de vida presentes en la obra: la inmortal, la perecedera y la de la fama.
A caballo entre la Edad Media y el Renacimiento, Manrique recoge al principio de las Coplas una idea de la Biblia, presente en la tradición cristiana: la vida terrenal es un puente hacia la muerte (espíritu medieval); pero, por otra parte, se refleja también en ellas el entibiamiento religioso que tiene lugar al final de la Edad Media y, sobre todo, la idea de que el hombre puede lograr en vida algo que puede legar a sus descendientes: la fama (espíritu renacentista).
El lenguaje de las Coplas es sencillo y en ocasiones sentencioso, mientras que el tono, en consonancia con el contenido luctuoso del poema, es sereno, reflexivo, sentido y a veces severo. Con todo, encontramos en los versos metáforas, personificaciones, anáforas y otros recursos literarios que les confieren no pocas veces una contenida belleza.

Te propongo la lectura de unas cuantas estrofas del final de la elegía de Jorge Manrique, las coplas que se refieren a la caracterización moral del difunto padre del poeta y a su conversación con la muerte (está muy lejos de aquí el tono sombrío de las Danzas de la muerte, aunque recuerda el asunto, tan manido durante toda la Edad Media, según el cual la muerte arrastra a una danza macabra a personas de distintas clases sociales, sin tener en cuenta tampoco a las más altas jerarquías humanas (papas, emperadores…)

“Aquel de buenos abrigo,
amado por virtuoso
de la gente
el maestre don Rodrigo
Manrique, tanto famoso 5
y tan valiente;
sus grandes hechos y claros
no cumple que los alabe,
pues los vieron,
ni los quiero hacer caros; 10
pues que el mundo todo sabe
cuáles fueron.
……………………………….
Después de puesta la vida
tantas veces por su ley
al tablero; 15
después de tan bien servida
la corona de su rey
verdadero;
después de tanta hazaña
a que no puede bastar 20
cuenta cierta:
en la su villa de Ocaña
vino la muerte a llamar
a su puerta,

diciendo: “Buen caballero, 25
dejad el mundo engañoso
y su halago;
vuestro corazón de acero,
muestre su esfuerzo famoso
en este trago; 30
y pues de vida y salud
hicisteis poca cuenta
por la fama,
esfuércese la virtud
para sufrir esta afrenta 35
que os reclama.

No se os haga tan amarga
la batalla temerosa
que esperáis
pues otra vida más larga 40
de la fama glorïosa
acá dejáis
(aunque esta vida de honor
tampoco no es eternal
ni verdadera); 45
mas, con todo, es muy mejor
que la otra temporal
perecedera.

Y pues vos, claro varón,
tanta sangre derramasteis 50
de paganos,
esperad el galardón
que en este mundo ganasteis
por las manos;
y con esta confianza 55
y con la fe tan entera
que tenéis,
partid con buena esperanza,
que esta otra vida tercera
ganaréis.” 60

“No gastemos tiempo ya
en esta vida mezquina
por tal modo.
que mi voluntad está
conforme con la divina 65
para todo;
y consiento en mi morir
con voluntad placentera,
clara y pura,
que querer hombre vivir 70
cuando Dios quiere que muera
es locura.”

La poesía tradicional: el Romancero
Dentro de la poesía popular o tradicional podemos incluir albas, cantares de siega, de romería, villancicos, romances… Eran muchas veces canciones de amor, que tenían puntos en común con las jarchas o las cantigas de amigo y también composiciones que se cantaban en los momentos o labores campesinas a que se referían. Por ejemplo, las albas o albadas hablaban de dos amantes que se encontraban o se separaban al amanecer. He aquí un ejemplo:

“Al alba venid, buen amigo,
Al alba venid.
Amigo el que yo más quería
Venid al alba del día.
Amigo el que yo más amaba,
Venid a la luz del alba;
Venid a la hora del día;
No traigáis compañía.
Venid a la luz del alba;
No traigáis gran compañía.”

En cuanto a los romances, creaciones poéticas propiamente españolas, son composiciones épico-líricas formadas por octosílabos, cuyos pares riman asonantemente. Los romances se desgajaron probablemente de los antiguos Cantares de Gesta, se transmitían oralmente y eran anónimos; de ahí que se hayan conservado multitud de variantes. La colección que los reunió en un principio recibió el nombre de Romancero. Para estudiarlos adecuadamente los dividiremos en los siguientes grupos:
Romances históricos, pertenecientes a los siguientes ciclos: de don Rodrigo, el último rey godo; de Bernardo del Carpio, de Fernán González, del Cid y del Sitio de Zamora, de los Infantes de Lara…
Romances juglarescos, muchos de cuyos temas se refieren a las guerras fronterizas entre moros y cristianos (el de Abenámar, por ejemplo) o a las cortes carolingia y bretona (el que comienza “De Francia partió la niña” es una muestra muy conocida).
Romances líricos, de gran belleza y profundos sentimientos, entre los que destacan el del Conde Arnaldos y el del Prisionero.

Con un lenguaje sencillo, de escasa adjetivación pero de gran fuerza dramática, los romances de esta época se caracterizan por el repentino comenzamiento y el misterio de muchos de sus finales, la repetición de ciertas fórmulas, como “ya veréis lo que pasó” o “ tal respuesta le fue a dar”, cambios bruscos de los tiempos verbales, descripciones copiosas introducidas por anáforas, diálogos que aportan a los pasaje narrativos dramatismo y emoción, etc.

Posteriormente, a imitación de los romances viejos, se empezaron a escribir otros. A lo largo de nuestra historia literaria muchos son los escritores que han disfrutado componiéndolos. En los siglos XVI y XVII lo hicieron Cervantes (multitud de romances adornan sus obras en prosa; como el que en La ilustre fregona comienza “¿Dónde estás, que no pareces, /esfera de la hermosura”), Góngora (quién no recuerda el bello que empieza “Amarrado a duro banco / de una galera turquesca”), Lope de Vega (un ejemplo conocido, “Mira Zaide, que te aviso”), etc.; en el siglo XVIII lo cultivó, entre otros, Meléndez Valdés ( por ejemplo, el de Los segadores); en el Romanticismo, Zorrilla en sus leyendas en verso (A buen juez, mejor testigo) o el Duque de Rivas en sus romances históricos (El castellano leal) les dan gran vistosidad. Y si nos referimos al siglo XX, encontramos importantes poetas que se encuentran como pez en el agua componiéndolos: Lorca (en su Romancero gitano), Juan Ramón Jiménez (hay muestras numerosas en sus libros) o Antonio Machado, que en La tierra de Alvargonzález casi realiza un nuevo romancero. Finalmente, en pleno siglo XXI hay poetas que los escriben. Los romances de autores conocidos que siguen los pasos de aquellos viejos romances anónimos se denominan romances nuevos.
He aquí el romance nuevo de Lope mencionado más arriba:
Mira, Zaide, que te aviso
que no pases por mi calle
ni hables con mis mujeres,
ni con mis cautivos trates,
ni preguntes en qué entiendo
ni quién viene a visitarme,
qué fiestas me dan contento
o qué colores me placen;
basta que son por tu causa
las que en el rostro me salen,
corrida de haber mirado
moro que tan poco sabe.
Confieso que eres valiente,
que hiendes, rajas y partes
y que has muerto más cristianos
que tienes gotas de sangre;
que eres gallardo jinete,
que danzas, cantas y tañes,
gentilhombre, bien criado
cuanto puede imaginarse;
blanco, rubio por extremo;
señalado por linaje,
y pierdo mucho en perderte
y gano mucho en amarte,
y que si nacieras mudo
fuera posible adorarte….


Te propongo la lectura de tres romances viejos. Recuerda que los romances de asunto histórico que tratan temas nacionales son los más abundantes y gracias a ellos se puede reconstruir gran parte de nuestra Edad Media. Del cerco de Zamora es uno de ellos; los otros dos podemos englobarlos en los romances novelescos o líricos. El tercer tipo lo forman los romances de los ciclos bretón y carolingio.




Del Prisionero

Que por mayo era por mayo,
cuando hace la calor,
cuando los trigos encañan
y están los campos en flor,
cuando canta la calandria 5
y responde el ruiseñor,
cuando los enamorados
van a servir al amor,
sino yo triste, cuitado,
que vivo en esta prisión, 10
que ni sé cuándo es de día,
ni cuándo las noches son,
sino por una avecilla
que me cantaba al albor.
Matómela un ballestero, 15
¡déle Dios mal galardón!


Del conde Arnaldos

¡Quién hubiera tal ventura
sobre las aguas del mar,
como hubo el conde Arnaldos
La mañana de San Juan!
Con un halcón en la mano 5
la caza iba a cazar,
vio venir una galera
que a tierra quiere llegar.
Las velas traía de seda,
la jarcia de oro cendal, 10
marinero que la guía
diciendo viene un cantar
que la mar ponía en calma,
los vientos hace amainar,
los peces que andan al hondo 15
arriba los hace andar,
las aves que van volando
las hace al mástil posar.
Allí habló el conde Arnaldos,
bien oiréis lo que dirá: 20
“-Por Dios te ruego, marino,
dime ahora ese cantar.”
Respondióle el marinero,
tal respuesta le fue a dar:
“-Yo no digo mi canción 25
sino a quien conmigo va.”


Del cerco de Zamora

Apenas era el rey muerto
Zamora ya está cercada;
de un cabo la cerca el rey,
del otro el Cid la cercaba.
Del cabo que el rey la cerca 5
Zamora no se da nada.
Del cabo que el Cid la aqueja
Zamora ya se tomaba.
Doña Urraca en tanto aprieto
asomóse a una ventana,
y allí de una torre mocha
estas palabras le hablaba:
“-Afuera, afuera, Rodrigo,
el soberbio castellano,
acordarte ahora debías 15
de aquel buen tiempo pasado
cuando fuiste caballero
en el altar de Santiago,
cuando el rey fue tu padrino
y tú, Rodrigo, el ahijado; 20
mi padre te dio las armas,
mi madre te dio el caballo,
yo te calcé las espuelas
porque fueras más honrado:
pensé casarme contigo, 25
no lo quiso mi pecado;
te casaste con Jimena,
hija del conde Lozano:
con ella hubiste dinero,
conmigo tendrías estado 30
porque si la renta es buena,
mucho mejor el estado.
Bien te casaste, Rodrigo,
mejor te hubieras casado;
despreciaste hija de rey 35
por tomar la de un vasallo.
…………………………..
Volvióse presto Rodrigo
y le dijo muy angustiado:
“-Afuera, afuera los míos,
los de a pie y los de a caballo, 40
pues de aquella torre mocha
una flecha me han tirado.
No traía asta de hierro,
el corazón me ha pasado,
ya ningún remedio siento, 45
sino vivir más penado…”






IV.
En 1479 los Reyes Católicos logran la unidad de Castilla y Aragón, y a partir de esa memorable fecha Castilla toma las riendas de la nación bajo el principio de que cada reino debe mantener sus leyes y sus costumbres. También han conseguido reorganizar las instituciones públicas y fortalecer la monarquía, que con anterioridad había sufrido reveses importantes por los abusos cometidos por los nobles. Con la creación del Tribunal de la Inquisición en 1480 quieren también los monarcas obtener la unidad religiosa y todos sus empeños están encaminados a conseguirlo, aunque años más tarde toman algunas medidas impopulares como la de expulsar a los judíos que no querían convertirse a la fe católica. Lo que sí logran llevar a cabo felizmente es acabar la tarea magna de la Reconquista, que había empezado varios siglos antes, pues en 1492 terminan con el reino moro de Granada. Otro hecho histórico que adquiere gran importancia en el reinado de los Reyes Católicos es el descubrimiento de América: nuevas tierras y nuevas gentes que evangelizar A todo ello hay que añadir la expansión que por el Mediterráneo empezaba a efectuar el gobierno de sus reales majestades (algunas plazas en el norte de Áfrican, la anexión de Nápoles o la de las islas de Cerdeña y Sicilia, que el rey Fernando había recibido en herencia.

Socialmente, hay que tener en cuenta el paso trascendental que ha dado la sociedad medieval: de ser profundamente teocéntrica y hacer depender todo de Dios se ha ido convirtiendo en antropocéntrica. Ello origina un nuevo sistema de valores, según los cuales el hombre se convierte en estudio preferente y es el centro vital alrededor del que giran todas las manifestaciones de la vida. Como consecuencia de ello, poco a poco la religión obsesiva del periodo medieval se va desprendiendo de las costumbres y conductas humanas como una ropa vieja que estorba, provocando a la vez el glorioso amanecer de un ansia nueva de vivir en todos los sentidos.
Culturalmente, la época de los Reyes Católicos significa un avance hacia las nuevas formas renacentistas; y así, la influencia italiana, sobre todo la corriente alegórico-dantesca de Dante, Petrarca y Boccaccio, entra en España a través de Aragón y se instala en todos los campos literarios. Crece el interés por los conocimientos de la antigüedad grecolatina, ocasionando asimismo la entrada en España del Humanismo. Relacionada con los estudios y el campo de la educación, que en esta época cobran capital importancia, se halla la invención de la imprenta, pues gracias a ella se hace más fácil la difusión de los libros. No olvidemos tampoco que en este ambiente culto y preocupado por el conocimiento de nuestra propia lengua el humanista Antonio de Nebrija publica en 1492 su famosa Gramática castellana (la primera que se dio a conocer de entre las lenguas modernas, y dedicada a la reina Isabel, inestimable animadora del Humanismo).
Literariamente hablando, la etapa de los Reyes Católicos es testigo de la aparición, junto a la de La Celestina, que será objeto de esta unidad, o las Coplas de Manrique, que ya vimos, de los siguientes tipos de obras: algunas novelas sentimentales (título otorgado por Menéndez pelayo), entre las que destaca Cárcel de amor (1492), de Diego de San Pedro, cuyos rasgos esenciales son la brevedad, el análisis psicológico de los protagonistas (generalmente, adscritos a la alta nobleza) y el tema amoroso (en especial, las cuitas de los dos enamorados protagonistas Laureola y Leriano); una novela de caballerías, el Amadís de Gaula, que tendrá ilustres continuadores (a la cabeza, Cervantes), cuyo protagonista es el prototipo del fiel enamorado que lucha valientemente contra gigantes y otros seres fantásticos, poniendo sus triunfos a los pies de su dama ( Oriana en este caso); las crónicas, de las que sobresale la Historia de los Reyes Católicos don Fernando y doña Isabel, de Andrés Bernáldez, precedente de la historiografía de Indias pues, además de ser un reflejo de la vida de esta etapa, recoge algunos capítulos sobre el descubrimiento de América; un libro biográfico, Claros varones, de Hernando del Pulgar (además, buen cronista del reinado de los Reyes Católicos), libro interesante que contiene veinticuatro retratos de altos personajes de la corte de Enrique IV, con cuyas semblanzas reafirma la confianza en el ser humano, que será una de las claves del Renacimiento. Pero la obra más importante de esta época es sin duda La Celestina.


La Celestina
Antes de hablar de la obra dramática de Rojas, conviene que efectuemos un breve repaso del teatro medieval anterior a ella.
El recitado de los juglares en las plazas públicas o en los castillos, ante un público sediento de oír historias dramáticas de amor o de guerra, era una especie de representación teatral.
También existió un teatro litúrgico que había nacido para ser representado en las iglesias como ilustración de los Evangelios y que tenía que ver con las fiestas religiosas más señaladas, como la Navidad y la Pascua de Resurrección. Ejemplo, el Auto de los Reyes Magos, del siglo XIII.
Poco a poco este teatro religioso fue sustituido por otro de tono y temática profanos, que se representaba en las plazas públicas como ocio y diversión de las gentes de todas clases sociales.
Al llegar el siglo XV podemos comprobar que conviven esos dos tipos de teatro, los cuales, por otra parte, no han desaparecido ya nunca de nuestros escenarios: el profano y el religioso. Entre los autores del teatro religioso destaca Gómez Manrique con su Representación del Nacimiento de Nuestro Señor, obra que pertenece al ciclo de Navidad, o sus Lamentaciones fechas para Semana Santa, al de la Pasión. Y entre los dramaturgos que cultivaron el teatro de tipo profano el más importante es Juan del Encina; su Aucto del Repelón refleja la tradición popular medieval, o cualquiera de las tres Églogas, de ambiente renacentista, incluido el suicidio de uno de los personajes, aunque en su mocedad también cultivó el teatro religioso (Autos de la Navidad y de la Pasión).
Finalmente, y ya avanzado el siglo XV, esas Comedias Humanísticas, que habían nacido en Italia, llegaron a España junto con las corrientes artísticas y literarias que acabarían por originar el Renacimiento.

La Celestina, modelo español de comedia humanística, aunque, como queda dicho, podemos considerarla también como novela dialogada, fue escrita por el bachiller Fernando de Rojas (1475-1541). De éste sabemos pocos datos. Había nacido en la Puebla de Montalbán (Toledo), de padres judíos conversos; estudió Leyes en Salamanca; por su condición de hijodalgo fue injustamente tratado por el conde Puebla y fijó su residencia en Talavera, donde fue alcalde mayor. En la segunda edición de su obra (Sevilla, 1501) nos dice en unos versos acrósticos que había encontrado el primer acto escrito y compuso los 15 restantes (estos 16 actos son los que ya aparecen en la primera edición de Burgos de 1499). La redacción definitiva consta de 21 actos, como podemos comprobar en la edición de Sevilla de 1502.
Al frente de la obra figura un argumento general y al principio de cada acto su contenido particular. La acción principal de La Celestina puede resumirse así: Calisto, joven noble, entra en el jardín de Melibea persiguiendo a su halcón. En cuanto ve a la bella muchacha, se enamora perdidamente de ella, pero es rechazado. Consulta el caso con su criado Sempronio, y éste le recomienda que acuda a la vieja Celestina para conseguir sus propósitos amorosos. Ésta, adiestrada en tales cometidos, visita a Melibea y consigue hábilmente que se avive en ella su amor oculto por Calisto y acepte mantener una entrevista con el joven. Conseguido este paso, Calisto premia la intercesión de Celestina con una cadena de oro. Entonces Sempronio y su compañero Pármeno deciden sacar también provecho de ese premio y, al comprobar que la vieja no quiere compartirlo con ellos, la matan. La justicia da con los codiciosos asesinos y los condena a muerte. A todo esto, una noche que Calisto se halla con Melibea escucha un ruido procedente de la calle; preocupado por la circunstancia, intenta escapar por una escala, pero resbala, se precipita al suelo y muere. En tonces Melibea, desesperada, se refugia en una torre de la casa y, ante la mirada abatida de su padre Pleberio, después de contarle sus cuitas, se arroja desde lo alto y se mata. El triste y, a la vez, didáctico lamento de Pleberio concluyen la obra.
Sus fuentes son numerosas: la Biblia, Aristóteles, Virgilio, Ovidio, Terencio, Petrarca… Hasta en la literatura castellana anterior se han encontrado huellas, sobre todo, en escritores moralistas, como Alfonso X el Sabio o el Arcipreste de Hita. En el fondo parece una comedia de Terencio en la que se han intercalado sentencias y máximas pertenecientes a los escritores antes citados y muchos más.
Los caracteres principales de La Celestina podríamos reducirlos a los siguientes:
La pintura psicológica de los personajes, no sólo de los principales (Calisto, Melibea y Celestina), sino también de los secundarios (los criados, las amigas de Celestina), está realizada con gran realismo y humanidad.
Presenta la contraposición de dos mundos diferentes: el de los dos enamorados y el de los aprovechados que explotan el amor de los primeros; ambos mundos responden a los dos planos típicos de nuestra Literatura: el ideal, ajeno a las miserias humanas, y el real, con todas sus vilezas y ramplones egoísmos.
En la obra tienen cabida por igual elementos propios de la Edad Media y del Renacimeinto. Entre los medievales destacan el interés por el carácter personal de cada personaje y el propósito moral de sacar una lección ética de lo sucedido en la obra (la muerte de los protagonistas o de los criados es un castigo divino a sus bajos instintos en los primeros o a su codicia en los segundos). Entre los elementos renacentistas, destacamos ciertas escenas sensuales o el suicidio por amor de Melibea.
Aparecen asimismo dos tipos de lenguaje en la obra: el culto, en boca de Calisto o Melibea, que se basa, entre otros rasgos, en el empleo de neologismos, la colocación de los verbos al final de las oraciones y las referencias a elementos del mundo clásico (personajes, mitos…); y el popular, plagado de refranes y voces del pueblo, en labios de los criados o Celestina.
Cervantes dijo del libro que sería divino si encubriese más lo humano.
El personaje de Celestina que, como ya dijimos, tiene su precedente en la Trotaconventos, del Arcipreste de Hita, influirá en otros personajes afines de la Literatura posterior, creados por escritores como Feliciano de Silva (la Segunda Celestina), Cervantes (La tía fingida), Lope de Vega (La Dorotea o El rufián Castrucho, entre otras), Francisco Delicado (La lozana andaluza), etc.


Te propongo la lectura de un fragmento de la obra. Calisto, tras quedar prendado de la belleza de Melibea, le confiesa a su criado Sempronio el amor que siente hacia la muchacha y el ansia de poder admirar su belleza otra vez. Sempronio, que quiere aprovecharse de su amo, recurre a la vieja Celestina en busca de ayuda pues conoce las tretas de que se vale la astuta mujer para doblegar las voluntades de los enamorados. Celestina idea un plan para que Calisto pueda acceder al amor de Melibea y acude a casa de ésta con intenciones de lograrlo. Aquí tienes parte del diálogo que mantienen Celestina y Melibea sobre la enfermedad que padece Calisto.

“CELESTINA.-Eres mi señora; téngote de callar, he de servirte yo, pídeme lo que quieras; tu mala palabra será víspera de una saya.
MELIBEA.- Bien la has merecido.
CELESTINA.- Si no la he ganado con la lengua, no la he perdido con la intención.
MELIBEA.- Tanto afirmas tu ignorancia, que me haces creer lo que puede ser. Quiero, pues, en tu dudosa disculpa tener la sustancia en peso, y no disponer de tu demanda al sabor de ligera interpretación. No tengas en mucho, ni te maravilles de mi pasado sentimiento, porque concurrieron don cosas en tu habla que cualquiera de ellas era bastante para sacarme de seso. Nombrarme ese tu caballero, que conmigo se atrevió a hablar, y también pedirne palabra sin más causa, que no se podía sospechar sino daño para mi honra. Pero pues todo viene de buena parte, de lo pasado haya perdón; que en alguna manera es aliviado mi corazón viendo que es obra pía y santa sanar los apasionados y los enfermos.
CELESTINA.- Y tal enfermo, señora. Por Dios, si bien le conocieses, no le juzgases por el que has dicho y mostrado con tu ira. En Dios y en mi alma, no tiene hiel; gracias dos mil; en franqueza, Alejandro; en esfuerzo, Héctor; gesto de un rey; gracioso, alegre; jamás reina en él tristeza; de noble sangre, como sabes; gran justador; pues verlo armado, un San Jorge; fuerza y esfuerzo, no tuvo Hércules tanta; la presencia y facciones, disposición, desenvoltura, otra lengua había menester para contarlas; todo junto semeja ángel del cielo. Por fe tengo que no era tan hermoso aquel gentil Narciso, que se enamoró de su propia figura, cuando se vio en las aguas de la fuente. Ahora, señora, le tiene derribado una sola muela que jamás cesa de quejar.
MELIBEA.- ¿Y qué tanto tiempo ha?
CELESTINA.- Podrá ser, señora, de veintitrés años; aquí está Celestina que le vio nacer, y le tomó a los pies de su madre.
MELIBEA.- Ni te pregunto eso, ni tengo necesidad de saber su edad, sino qué tanto ha que tiene el mal.
CELESTINA.- Señora, ocho días, que parece que lleva un año en su flaqueza; y el mayor remedio que tiene es tomar una vihuela, y tañe tantas canciones y tan lastimeras, que no creo que fueron otras las que compuso aquel emperador y gran músico Adriano, de la partida del alma, por sufrir sin desmayo la ya vecina muerte. Que aunque yo sé poco de música, parece que hace aquella vihuela hablar. Pues si acaso canta, de mejor gana se paran las aves a oírle, que no aquel antiguo, de quien se dice que movía los árboles y piedras con su canto. ¡Mira, señora, si una pobre vieja como yo, si se hallará dichosa en dar la vida a quien tales gracias tiene! Ninguna mujer le ve, que no alabe a Dios, que así le pintó; pues si le habla acaso, ni es más señora de sí de lo que él ordena. Y pues tanta razón tengo, juzga, señora, por bueno mi propósito, mis pasos saludables y vacíos de sospecha.
MELIBEA.- ¡Oh, cuánto me pesa con la falta de mi paciencia! Porque siendo él ignorante y tú inocente, habéis padecido las alteraciones de mi airada lengua. Pero la mucha razón me releva de culpa, la cual tu habla sospechosa causó. En pago de tu buen sufrimiento, quiero cumplir tu demanda, y darte luego mi cordón; y porque para escribir la oración no habrá tiempo sin que venga mi madre, si esto no bastare, ven mañana por ella muy secretamente.”