12. La mujer del pantano
Escribir aquellas memorias le daba a Berni la oportunidad de regresar, valiéndose además del pasaporte de la nostalgia, a su más remoto pasado, cuando con el grupo del soto recorría en bici trayectos interesantes. Un día dieron por casualidad con un pequeño y escondido pantano, al que se llegaba por un sendero tortuoso que bordeaba la montaña. Era uno de esos días de invierno desapacibles y de poca claridad; por eso se quedaron poco allí, aunque hicieron propósito de volver en cuanto el tiempo se volviera más bonancible, y el merendero, a la sazón cerrado y cubierto de maleza, abriese de nuevo sus puertas y la gente acudiera a sus mesas que, alabeadas por la humedad, más que protegidas por una pérgola, parecían constantemente amenazadas por la ruina de los ladrillos y hierros de la construcción. Con el propósito de regresar en primavera al lago del merendero, montaron en sus bicicletas y remontaron la ladera de la montaña para salir de aquella especie de oscuro y húmedo embudo vegetal.
Así pues, un domingo de abril por la mañana volvieron a aquel reducto de belleza y de paz. No se parecía en nada al que habían visto la primera vez: una luz amarilla, dorada, de polen en plena efervescencia, se cernía sobre las mesas del merendero; en una de ellas una pareja jugaba a pulsarse las cuerdas del amor, expectantes en sus musicales cuerpos; y detrás, el lago, limpio y despejado, mostraba una presencia rotunda, primaveral, consistente, y los reflejos de los pequeños álamos, que se nutrían con el frescor de la orilla, temblaban como niños en su cristal esmeralda.
Dejaron las bicicletas apoyadas sobre una de las columnas de ladrillo de la pérgola y se sentaron en la mesa más cercana del chiringuito. Allí, al apacible sol que permitía el emparrado de la pérgola, almorzaron largamente, saboreando cada bocado como si fuera el único. Las mesas, al sol de abril, parecían recién construidas. En cuanto al pantano, envuelto por aquella luz de polen y aquel silencio pautado solamente por el rumor de sus voces y el musical y esporádico gorjear de los mirlos, se convirtió a sus ojos en un lago de ensueño, de magia, de poesía.
Cuando al fin montaron otra vez en sus bicicletas, soles rodantes por sombras y silencios de montaña, para abandonar de nuevo aquel paraje, llegaron a la conclusión de que, sin duda alguna, era el sitio más atractivo y encantador de cuantos habían descubierto en sus excursiones ciclistas.
De todo eso hacía ya muchos años. Y como también el tiempo y la dejadez humana acabaron por convertir el merendero en un montón de escombros y el pantano en casi un charco inmundo, a Berni se le ocurrió dedicar, en sus memorias, un homenaje escrito al pantano, una especie de relato misterioso ambientado en él.
“Sucedió hace dos otoños, en plena temporada de caza y cuando aún el lago y sus alrededores conservaban su antiguo encanto. Delante de mí tengo el recorte del periódico que se hizo eco del asunto. Intentaré contarlo a mi manera sin tergiversar sustancialmente lo que los propios testigos y protagonistas de la historia manifestaron en su día a la gente de la prensa.
Era ya noche cerrada cuando dos cazadores regresaban a su casa con la percha vacía, y a su paso por el merendero que llaman El Pantano decidieron tomarse un respiro. Todo a su alrededor estaba oscuro como boca de lobo y sus ojos no lograban vislumbrar nada más allá de los metros necesarios para saber dónde debían poner los pies para no salirse del sendero y caer rodando por el terraplén hasta el fondo del pantano. Encendieron sendos cigarrillos para verse las caras y, sobre todo, para coger ánimos antes de enfrentarse al empinado desnivel que los separaba de la carretera de la población más cercana. En esto estaban cuando oyeron un ligero chapoteo procedente del lago. Supusieron que se trataba de algún animalillo acuático que en aquellos momentos se solazaba brincado en su elemento favorito, y no le prestaron mayor atención. De cara al pantano siguieron saboreando el gusto amargo del alquitrán del cigarrillo hasta que de pronto el humo que aspiraban se les atragantó en el gaznate. Algo blanco, vaporoso y muy iluminado empezó a brotar del lago y enseguida alcanzó una altura como de dos metros a la vez que había ido adquiriendo la forma de una mujer.
Uno de los cazadores, al ser preguntado por los periodistas, dijo al respecto:
--Vimos salir de improviso de las aguas del lago, en su parte más honda, la figura de una mujer y luego se quedó flotando en el aire.
--Así es—corroboró su compañero--, una mujer muy alta, de unos dos metros, y delgada, muy delgada...
--Y con el cabello largo – concluyó el primero--, el cabello le llegaba a la cintura y ante nuestros ojos se lo arregló con las dos manos.
Según los cazadores, la blanca mujer del lago permaneció en levitación unos segundos, se giró hacia donde estaban los hombres y los miró intensamente. Uno de ellos le preguntó quién era, pero la señora no le contestó.
--Le preguntamos de dónde venía –dijeron a los periodistas—y por qué se presentaba de aquella manera, pero la dama del lago no nos dio ninguna respuesta.
Finalmente la dama blanca se deslizó suavemente hasta los árboles de la orilla opuesta y allí desapareció.
Al reclamo de la parición fantasmal del pantano acudieron otras personas en noches sucesivas para intentar arrancar a la mujer blanca alguna palabra y así apuntarse un tanto de celebridad entre sus amigos y conocidos.
Un grupo de excursionistas una noche, al filo de las doce, vieron acercarse a ellos la dama del pantano. Todos coincidieron en atribuirle una edad alrededor de los treinta años. Uno de ellos, armado de máquina fotográfica, tuvo tiempo de reaccionar ante la súbita aparición y le disparó dos veces la cámara, pero al revelar el carrete descubrió que todo él se había velado.
Otro visitante del lago afirmó que antes de que se le apareciera la dama blanca, los pájaros que dormían en los árboles del contorno se entregaron a una repentina aunque breve actividad de cantos y revoloteos; acto seguido, se produjo un silencio total y enseguida, tras una inmovilidad inquietante, empezó a observarse la escalofriante presencia de la mujer del lago. He aquí algunas palabras de estos testigos.
--La mujer del lago –dijo uno-- tiene una larga cabellera negra y viste una falda que le cubre hasta los pies.
--En cuanto se acercó al grupo—dijo otro--, le dediqué un piropo, pero permaneció silenciosa mirándonos fijamente antes de desaparecer.
Un experto parapsicólogo logró retratar a la dama del lago con una cámara hipersensible y en la fotografía obtenida aparecía una mancha clara flotando a pocos centímetros de la superficie del pantano, la cual podía tratarse del alma o del cuerpo astral de la aparecida.
En cuanto esto último se dio a conocer, la gente empezó a inventar historias y relatos presuntamente explicatorios del origen de aquellas apariciones. Hasta surgió a raíz de aquello un romance anónimo sobre la dama del lago que comenzaba así: “Una noche de tristeza / sobre el espejo del agua / apareció una mujer / vestida con luces blancas...” Y el asunto se disparó de tal forma, que las autoridades se comprometieron a hacer las averiguaciones pertinentes para acabar con cualquier lucubración que se hiciera sobre él. Resultado: al cabo de unas semanas la policía local disponía ya de unos datos altamente fidedignos, los cuales hacían referencia a un desgraciado accidente en que habían hallado la muerte, ahogados en el lago, una mujer joven y su hijo de tierna edad. Las extrañas circunstancias del suceso habían impedido hasta la fecha rescatar de las aguas el cadáver del niño. Ante lo que el parapsicólogo propuso la teoría inquietante de que las apariciones de la mujer blanca se debían al afán impenitente de encontrar el cuerpecito de su bebé.”
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